Está en la página 1de 7

Literatura Bíblica

El pensamiento religioso del pueblo hebreo constituye el contenido principal de la Biblia, por lo tanto conviene
esclarecer sus líneas fundamentales.

Cuatro notas caracterizan esta concepción religiosa:

a) monoteísmo;

b) alianza;

c) moral; y

d) mesianismo.

Monoteísmo: en torno a este punto se plantea el primer problema. Los partidarios del evolucionismo religioso
juzgan que el pueblo hebreo fue, durante siglos, monolátrico pero no monoteísta. Yahvé no habría sido el único
Dios, sino el Dios al que se adoraba con exclusión de los demás; la divinidad nacional a la que se rendía culto,
pero no el solo Dios. Según esta teoría, el pueblo hebreo fue primero idólatra y politeísta, luego enólatra (culto
al dios del pueblo, religión nacional) y, por último monoteísta. La historia de las religiones en su estado actual,
considera el monoteísmo como forma primordial; el politeísmo y la idolatría serían degradaciones de un
concepto religioso superior y más antiguo.

Mientras el evolucionismo supone un sucederse de etapas de progresivo perfeccionamiento, la crítica religiosa


moderna considera que, aún las más avanzadas ideas religiosas se encuentran, como en germen, comprendidas
en los más antiguos planteamientos. La voz de los Profetas y de los conductores de Israel fue, en el transcurso
de la historia, desentrañando ese contenido, poniéndolo en evidencia y esclareciéndolo según las necesidades
del pueblo de acuerdo a la guía de Yahvé. El advenimiento de Jesús habría sido la suprema revelación a cuya
luz se iluminaría el cuadro entero, la clave para comprender el mensaje.

Alianza: si puede haber discrepancias en torno al alcance de la expresión "Yahvé, Dios de Israel", no las hay en
la interpretación de la otra que le es simétrica y correspondiente: "Israel es el pueblo de Yahvé". Esta
identificación descansa en la idea de pacto o alianza entre la Divinidad y el pueblo elegido por ella, cuya
primera formulación encontramos en el libro del Génesis, en la historia de Abraham.

Las ideas fundamentales que este pacto encierra son:

a) de parte de Yahvé: protección y ayuda constantes, simbolizadas en la bendición, la concesión de la tierra


prometida, una descendencia numerosa como las arenas del mar y las estrellas del cielo, y el señorío sobre las
demás naciones;

b) de parte de Abraham: la fidelidad y el acatamiento a la voluntad de Yahvé. El rito de la circuncisión, que


vierte la sangre del varón, sería la señal externa del pacto por la que cada descendiente de Abraham entra a
tomar parte de su herencia y acepta su obligación frente a Yahvé. Este pacto fue formulado por segunda vez en
Egipto y es la reiteración de la alianza con Abraham, que luego se explicita y ratifica solemnemente en el monte
Sinaí. La sangre vertida del Cordero Pascual, con la que se tiñera el dintel de la puerta de los hebreos, fue la
señal externa de la Alianza. En el correr de la historia, las grandes figuras y los más importantes
acontecimientos de Israel dieron realce al pacto, esclarecieron los deberes que imponía, y afirmaron su
esperanza en la fidelidad de Yahvé. Los profetas fueron los defensores de la Alianza y los campeones de los
derechos de Dios. La tercera manifestación del pacto, también llamada "Nueva Alianza" porque innova sobre la
Antigua, extiende los privilegios de Israel a los hombres de todos los pueblos, y se encuentra narrada en los
Evangelios. Esta nueva formulación se realiza en la persona de Jesús y también se sella con la efusión de
sangre, en el monte Calvario.
Moral: la moral del pueblo hebreo no es una consecuencia de la religiosidad, sino uno de sus elementos
constitutivos. Yahvé es el autor del hombre y tiene derechos sobre él; además, y en virtud del pacto, los tiene
especiales sobre Israel. Por eso es legislador, y su ley es santa y ordenada a la salud y la felicidad del individuo y
la sociedad. No es una antojadiza y caprichosa serie de prohibiciones y amenazas; por el contrario, Dios, único
conocedor de "la ciencia del bien y del mal", es decir, de la esencia de los mismos, prohibe lo que daña u
obstaculiza la perfección del hombre y la felicidad del pueblo.

La ley es solemnemente proclamada en el Sinaí y consta de varios mandamientos. A través de los textos se
deduce que dicha Ley no es sino una formulación ordenada de preceptos religiosos y morales conocidos desde
antiguo por el pueblo, aunque no siempre respetados. Los primeros conciernen a la conducta frente a la
Divinidad; los otros, a la que debe regir las relaciones del hombre consigo mismo y en la colectividad.

Después de una introducción en la que se proclama el derecho de Yahvé a legislar, se prohíbe el politeísmo, la
idolatría y la vana invocación del nombre de Dios en el juramento falso, y se ordena la observancia del sábado.
Se impone honrar a los padres, se prohibe matar, fornicar, robar, mentir y calumniar y, por último, codiciar los
bienes ajenos, incluyendo entre estos la mujer del prójimo. Del cotejo de ambas fórmulas se ha deducido el
Decálogo, los diez mandamientos o preceptos que son la base de la moral de hebreos y cristianos.

Junto con esta síntesis de los preceptos fundamentales, el pueblo recibió a través de Moisés, un completísimo
código, en muchos aspectos superior al de Hammurabí, que regula todo lo referente a la vida colectiva,
nacional y familiar, a la organización política y al culto religioso.

En lo que se refiere a las disposiciones atinentes a la moral, sucesivas generaciones fueron desentrañando de
los antiguos preceptos un alcance de mayor perfección y desplazando las obligaciones y responsabilidades
desde el plano social y al plano personal. El pecado es un delito que perjudica al pueblo, y a todo el pueblo
interesa su castigo y la purificación condigna, pero cada vez se ve con mayor claridad, que religión y moral no
son solamente el nexo que une a Israel con Yahvé, sino también el que une a cada hombre con Dios; así, el
Pacto o Alianza se transforma en un pacto de persona a persona. Los Profetas y los Salmos, traducen
claramente este concepto más elevado y perfecto del sentido moral; juzgan los actos por su valor interior, y
exigen la caridad, el amor a Dios y al prójimo, como base de la conducta. La doctrina de Jesús, manifestada en
el Sermón de la montaña, lleva esta moral a su más alto grado de desarrollo y perfección.

En lo concerniente a los preceptos de alcance social, político, penal, contractual, etc., el código mosaico refleja
el grado de civilización y de cultura de los pueblos de la época; muchas veces, frente a mandamientos que nos
parecen de despiadada barbarie, debemos recordar que ellos significaban, sin embargo, un mejoramiento, una
superación de costumbres aún más bárbaras y despiadadas.

El Yahvé del Antiguo Testamento es el mismo Padre de las Misericordias del Nuevo Testamento; pero el
pueblo, inmerso en la dureza y en la crueldad de los tiempos antiguos, lo fue descubriendo muy lentamente,
aunque ya las más antiguas tradiciones recogidas en el Génesis, así lo mostraran.

Mesianismo: el mesianismo comprende dos creencias fundamentales:

a) la del futuro advenimiento de un Mesías;

b) el papel rector de Israel sobre los demás pueblos.

Desde muy antiguo, en las primeras formulaciones de la Alianza, se atribuye a la descendencia de Abraham ese
papel mesiánico, en su doble alcance de un salvador personal y de un privilegio colectivo. Aún antes, en el
tercer capítulo del Génesis, se pone en boca del Yahvé que castiga, la esperanza, la promesa de un vencedor del
espíritu del mal encarnado en la serpiente.

A través de los siglos, son más abundantes y más concretos los textos, hasta el punto de mostrar que el Mesías
y su advenimiento no son una consecuencia de la elección de Israel y del pacto, sino su misma finalidad, su
razón de ser. La voz de los profetas perfila, desarrolla y esclarece, en etapas sucesivas, la figura del Salvador y
su misión redentora que, mediante Israel, llegará a todas las naciones.
En torno a dos condiciones se agrupan los vaticinios: la de rey invencible, dominador de pueblos, y la de
sacerdote y víctima, redentor de hombres. Según las vicisitudes de la historia, el acento de los profetas y de los
intérpretes destacará uno u otro de esos aspectos, y el pueblo, doblegado y oprimido por fuerzas extranjeras, se
forjará su propio Mesías con aquellos rasgos que más fácilmente halaguen su deseo y colmen su esperanza.

En el Nuevo Testamento, el cántico del anciano Simeón resume la esperanza mesiánica de Israel y vaticina su
cumplimiento en el niño que María y José presentan en el Templo de Jerusalem. Este niño, Jesús de Nazareth,
luego dividirá definitivamente a los hebreos, pues si unos lo condenan y crucifican por blasfemo, otros lo
siguen y lo adoran como al anunciado Mesías.

Extraído del trabajo de Socorro Argenzio "literatura bíblica"

Análisis del capítulo 1.

Génesis es el término griego -incorporado al castellano- con el que la versión que manejamos de la Biblia da
nombre a su primer libro. Etimológicamente, significa origen o principio, ideas que responden, en general, al
núcleo temático que vertebra literariamente el texto que iremos a estudiar. En efecto, en él, desde una
perspectiva religiosa, se narra los orígenes del universo, de la tierra, del género humano y, en particular, del
pueblo de Israel. Tengamos en cuenta que, en la versión original hebrea, este libro se titula con su primera
palabra, Bereshit, comúnmente traducida por “En el principio”, tal como aparece en el capítulo primero
versículo 1.

Desde un punto de vista estructural, el Génesis está formado por dos grandes secciones. La primera (de los
capítulos 1 al 11) contiene la llamada “historia de los orígenes” o “historia primordial”, iniciada con el relato de
la creación del mundo. Se trata de una narración poética de gran belleza, a la que sigue la del origen del ser
humano, puesto por Dios en el mundo que había creado. La segunda parte (que abarca de los capítulos 12 al
50) enfoca el tema de los más remotos comienzos de la historia de Israel. Conocida usualmente como “historia
de los patriarcas” (caudillos de los hebreos anteriores a Moisés que, históricamente, se los ubica hacia la
primera mitad del segundo milenio a.C.), centra su interés en Abraham, Isaac y Jacob, respectivamente padre,
hijo y nieto, en quienes tiene sus raíces más profundas la nación judía o, como se menciona constantemente,
“el pueblo de Dios”.

La Creación. Algunas observaciones

Respecto a lo que han sido los orígenes y su narración, se lee que “En el principio creó Dios los cielos y la
tierra” (1:1). Este enunciado categórico abre la lectura del Génesis y, con él, toda la Biblia. En términos
estrictamente religiosos, es la afirmación del poder total y absoluto de Dios, considerado aquí como único y
eterno, a cuya voluntad se debe todo cuanto existe, pues “sin él nada de lo que ha sido hecho hubiese sido
hecho” (véase el evangelio según Juan, 1:3). El universo es resultado de la acción de Dios, quien con su palabra
creó nuestro mundo, lo hizo habitable y lo pobló de seres vivientes. Entre estos puso también a la especie
humana, aunque la diferenció de cualquiera otra al otorgarle una dignidad especial, pues la había creado “a su
imagen, a imagen de Dios” (1:26-27). Claro está que este inicial relato mítico considera al hombre y la mujer en
una particular relación con Dios, de quien han recibido la co-misión de gobernar el mundo del que ellos
mismos son parte. En efecto, el ser humano (en hebreo, adam) fue formado del polvo de la tierra (adamá), es
decir, de la misma sustancia que el resto de la creación; pero “Jehová Dios... sopló en su nariz aliento de vida, y
fue el hombre un ser viviente” (2:22-24). La creación del hombre, del varón (ish), es seguida en el Génesis por
la de la mujer (ishah), constituyendo entre ambos la unidad esencial de la pareja humana.

Fijémonos que, en un primer momento, hemos considerado a los primeros capítulos del Génesis estudiados en
clase como relatos míticos. Y al hablar sobre lo que es el mito, conviene precisar el sentido que le daremos al
concepto; en este caso, vale diferenciarlo de su sentido cotidiano, según el cual mito es sinónimo de falsedad, o
de fábula en el mejor de los casos. Por el contrario, propongo aceptar por valedera la definición de mito que
entrega el filósofo italiano Giambattista Vico, la cual, aunque etimológicamente falsa, resulta esclarecedora: él
propone que la voz mythos significa “narración verdadera”, esto es, que el relato mítico se caracteriza por ser
aceptado como verdadero por quien participa del mismo. Por cierto, este aceptar como verdadero lo relatado
no es un asentimiento a un discurso que aparezca como formalmente válido desde el punto de vista lógico, sino
que es una aceptación de una “verdad” sentida como tal y que por ello permite orientar el propio existir.

En otros términos, la función del mito es entregar al individuo una visión acerca de las cosas y de sí mismo.
Una visión tal es necesaria para el hombre en la medida en que le entrega la orientación de la cual, en su
origen, carece, puesto que el hombre se nos presenta como desfondado, es decir, carente de una base universal
y fija, dada por naturaleza, que le permita conducir su vida de modo inequívoco a nivel de especie. El resto de
los animales tiene esa base naturalmente dada en el instinto, el cual les permite actuar a cada uno del mismo
modo que los demás individuos de su especie ante situaciones similares. El hombre, carente de aquella base,
desfondado, debe creársela, lo que logra construyendo su cultura. Así, el hombre no se afinca en la mera
naturaleza sino en su mundo cultural, en el cual dota de sentido a la realidad natural, elabora una imagen de sí
mismo acorde con dicha realidad, y obtiene así un fondo elaborado por él, que le permite saber a qué atenerse.
En este panorama, el mito es, en un principio, el resultado de los esfuerzos de la humanidad primigenia para
formalizar la realidad como un todo coherente con un sentido determinado. El mito nace, de este modo,
señalado por su función esencial: dar respuestas respecto de lo que las cosas y el hombre son. El Génesis, en
particular, propone una solución a lo que es el origen del mundo y el cómo se estructuró, o el cómo se dispuso
de un modo determinado por medio de la acción de un ser superior. Y la importancia de este aspecto consiste
en que, para el hombre de la Antigüedad, conocer dicho orden le permite situarse adecuadamente en él.

Los capítulos 1 y 2, mirados desde esa perspectiva, no elaboran una teoría de la creación divina del mundo:
simplemente la conciben como el acto libre y voluntario de una divinidad que otorga existencia al Universo a
partir de la nada, representada metafóricamente en la imagen de las tinieblas (que) estaban sobre la faz del
abismo. La fórmula hebrea “en el principio” no quiere situar cronológicamente el acto creador, sino que pone a
ese Dios genesíaco como “origen” primero de todas las cosas. Él crea también esa masa oceánica, que luego
ordena y estructura como un cosmos. En el segundo versículo del capítulo primero se describe ese pre-cosmos,
y emplea con este fin conceptos negativos, a partir de la realidad presente: ausencia de formas y de luz,
incapacidad de la tierra para ser la morada del hombre. Pero nada emerge del caos como causa innominada: el
agente de la creación es exterior y preexistente: la única fuerza que pone en movimiento ese premundo caótico
es la palabra y la acción creadora de una divinidad. El mundo y el hombre son algo totalmente nuevo, y su
presencia se entiende sólo a partir de un designio. A través, entonces, de una narración de evidencias en que
esa misma divinidad pone en marcha un conjunto de procesos activos de naturaleza variada, sirviéndose ya sea
de la palabra (Dijo Dios: “Sea la luz”. Y fue la luz), ya sea del espíritu (soplando la vida en la nariz de Adán) o
bien dándole forma a la materia (Adán construido a partir del barro), observamos que existe en toda esta
instancia de formación un plan que se va cumpliendo siguiendo un orden:

PRIMER DÍA: luz/tinieblas (día/noche) - versículo 3

SEGUNDO DÍA: cielo/mares - versículo 7

tierra seca - versículo 9

TERCER DÍA: vegetación - versículo 11

CUARTO DÍA: sol/luna. Las estrellas - versículo 14

QUINTO DÍA: pájaros/peces - versículo 21


SEXTO DÍA: animales terrestres - versículo 24

hombre/mujer - versículo 27

(Séptimo día)

Ahora bien, vale preguntarse de qué tipo de orden estamos hablando. Algunas interpretaciones podrían sugerir
que Dios parte de lo inanimado a lo animado y, dentro de esta última categoría, de lo más simple a lo más
complejo. También es válido afirmar que la creación, a modo de gradación ascendente, parte de lo más
indiferenciado a lo que ya presenta un conjunto de particularidades específicas. Este aspecto es importante a
ser tenido en cuenta porque el texto comienza a mostrar la importancia de la palabra en cuanto principio
ordenador: cada vez que Dios dice “Hágase” también va diciendo “sepárese”, lo que ya demuestra el doble
carácter de la creación misma. Por un lado muestra la unidad de la materia creada; por el otro, su variedad, su
multiplicidad. Esta dualidad se corresponde con la costumbre de los pueblos orientales antiguos de abarcar
una totalidad (en este caso, cósmica) mencionando la presencia de situaciones o elementos extremos u
opuestos: cielo/tierra, luz/tinieblas, sol/luna, aves/peces, hombre/mujer. Por eso vale afirmar que el Génesis
parte, desde un punto de vista lingüístico, de una enunciación oximorónica. Conjuga términos de significación
opuesta como un modo de marcar la diferencia de la percepción humana de la realidad, fundada sobre una
comparación entre elementos relativos, ante la divinidad que se encuentra más allá de cualquier relativismo,
más allá del principio lógico de la no-contradicción que constituye nuestro saber. Al ser infinito, Dios aúna (o
se manifiesta en) cualquier cosa y su contrario, ya sea el más y el menos, lo máximo y lo mínimo, pudiéndose
hablar de una coincidencia de opuestos, noción que hará parte de la reflexión filosófica del Renacimiento a
partir del siglo XIV.

Pero, más allá de este dinamismo básico que subyace en el principio de la creación, siempre tengamos en
cuenta que la visión mítica del hombre perteneciente a culturas muy antiguas -como la hebrea, por ejemplo-
privilegia un mundo cerrado que se caracteriza por su gran estabilidad. Es decir, los hombres se enfrentan al
universo como a un enigma y resuelven esa ansiedad resultante con respuestas universales al movimiento y al
cambio en formas fijas y estables. De esta manera hacen frente a lo inefable y al peligro. Incluso la vida social
se reduce a ciertas fórmulas de comportamiento y percepción que deben garantizar un orden casi estático
frente a un universo amenazante y cambiante. Todo cambio se explica por lo que no cambia, o sea, por una
suerte de garantía divina del orden en la aparente multiplicidad caótica de la naturaleza y sus mundos
contextuales (como, de hecho, se desprende de la Torah en su conjunto y algunos textos que se clasifican bajo
el término genérico Ketubiim, en especial, Proverbios y Eclesiastés). La oralidad predominante de las
sociedades antiguas, en las que la escritura no es una práctica extendida, es una configuración de la repetición,
una forma que se reitera ritualmente para reproducir una textualidad construida por los conformadores del
mundo, con la religión -es decir, la creencia en una garantía sobrenatural ofrecida al hombre para su propia
salvación y las prácticas dirigidas a obtener o conservar esta garantía- como aval, con el control férreo de lo
controlable ante lo desconocido en movimiento. De ahí provienen formas de la oración, de la canción, del libro
sagrado, del conjuro. Detengámonos en ese conjunto de estructuras gramaticales formularias del capítulo uno
del Génesis como:

1- Dijo Dios. Si tomamos en cuenta la tradición bíblica, Dios no es solamente el primer motor y la causa
primera del devenir y del orden del mundo, sino también el autor de la estructura sustancial del mundo mismo
a través de la palabra. La omnipotencia de lo que Él pronuncia es comprensible si tenemos en cuenta que, en el
texto original, el término hebreo dabar significa tanto palabra como suceso o acontecimiento; es decir, la
lengua es por lo tanto lo que crea y lo que realiza, es el verbo y el nombre. De allí que se considere que en Dios
el nombre es creador porque es verbo y, por lo tanto, acción; y el verbo de Dios es conocimiento absoluto de las
cosas porque es nombre, y el nombre tiene por función revelar lo que las cosas son en su esencia. Si se quiere,
podemos considerar que esta noción de la palabra se la puede clasificar como propia del mundo de la magia: es
una herramienta de poder (no en vano, cuando se la usa, siempre es en un tono imperativo). Sin embargo, es
bueno destacar que, en el versículo 27 del capítulo primero, Dios no ha creado al hombre mediante el verbo y
no lo ha nombrado. No ha querido someterlo a la lengua, sino que Dios ha dejado surgir libremente en el
hombre la lengua, que le había servido como medio para la creación y su dominio. De forma implícita, este
dato nos da entender que el ser humano se posiciona en una escala superior a los demás seres animados, pues
posee el don de la palabra, y mediante éste don domina (o enseñorea), según lo establece la ley divina.

2- y fue así es una construcción frástica complementaria de la aseveración anterior que pone de relieve el poder
creador de la palabra del Dios bíblico. La orden divina se cumple de forma inmediata, y el efecto producido
coincide a la exactitud con el pensamiento y la voluntad del Creador.

3- y vio Dios que era bueno. Por ser resultado del gesto libre de una divinidad que no necesita de él, el mundo
tiene un valor: valor para Dios que lo crea y para el hombre que dispondrá de él. La fórmula de aprobación
(repetida siete veces a lo largo del capítulo primero) señala un hito significativo de la teología del Génesis, al
afirmar que la obra arquetípica de Dios, la creación del mundo y de sus elementos, refleja la bondad divina.
Cada obra es alabada por su “bondad” ontológica y funcional. La expresión hebrea tôb (“bueno”) se refiere
tanto a la bondad de las cosas en sí, como al obrar de Dios (“y vio que era bueno”) y a la “funcionalidad” de los
elementos del mundo, que tienen su lugar dentro de un orden y responden a la intención de su autor divino. La
insistencia en afirmar la “bondad” de la creación indica que se trata de una idea central en el capítulo,
vinculada a una concepción “optimista” del mundo, y es de observar que la fórmula de aprobación no tiene una
raíz empírica o racional, sino que es una afirmación que surge de la fe: la creación es buena, porque es Dios el
que crea y estructura el cosmos. Significativamente, esta fórmula no es mencionada respecto al hombre (1:31),
a fin de dejar abierto el tema del pecado original en el capítulo 3.

4- separó. Si volvemos nuevamente al texto original, descubriremos que en la lengua hebrea, barar, que
significa precisamente dividir, también hace alusión a otros verbos como seleccionar, discernir, clasificar y/o
purificar. Esto se relaciona con aquello de que todo mito cosmogónico relata el origen del universo como una
realidad coherente y armoniosa, ya que responde a la necesidad humana de explicar y comprender el mundo
en que se vive. Además el hombre sólo puede comprender el orden, pues el caos de por sí es inentendible. En
este caso, separar, seleccionar, clasificar, son los procesos que determinan ese ordenamiento “racional” de los
elementos que constituyen la totalidad del mundo conocido. De allí que el Dios genesíaco no deba ser
entendido solamente como creador, sino como “ordenador” de la realidad, otorgándole a cada cosa que la
integra una nominación determinada.

5- Y fue la tarde y la mañana del x día. El Génesis va registrando la semana de la creación como la primera
semana del mundo. A primera vista el esquema de la semana puede parecer un antropomorfismo: Dios ejecuta
sus obras a lo largo de una semana, a la manera del hombre. Pero en realidad sucede al revés: Dios funda la
semana que se va gestando en siete momentos, señalados cada vez como el surgimiento de algo nuevo. En
otras palabras, Dios no llena cada día de una semana preexistente con algunas de sus obras, sino que la
creación de cada uno de los elementos del mundo determina la aparición de los días.

Esto nos recuerda que si el mito es un relato de los orígenes y, como tal, asume una función de instauración, es
natural que tome como centro temático un evento fundador del mundo, de las cosas y del hombre, y que a su
vez haya tenido lugar en un tiempo primordial anterior a la historia, o sea, anterior al conjunto total de los
hechos humanos que después serán sistematizados por cada cultura o sociedad para su mejor conocimiento y
comprensión. En otros términos, los acontecimientos fundadores (la creación del cielo y de los mares, la
creación del sol y la luna, del hombre y la mujer) no pertenecen a la cadena de acontecimientos normales que
ocurren dentro de lo que nosotros concebimos como historia, sino a los que ocurren fuera de la misma
(¿cuándo ocurrió el principio en que sólo había tinieblas sobre la faz del abismo y Dios empezó a crear?; ¿en
qué siglo, año o mes ocurrió el primer o el segundo día?). Por otro lado, en el momento mismo que el mito
pertenece al ámbito del discurso, ya que es una especie de relato en que las frases se suceden en un tiempo
irreversible y que se relaciona con un tiempo pasado, se vuelve fácil de entender porque estas estructuras
gramaticales formularias están conjugadas, mayormente, en pretérito del modo indicativo: con esta modalidad
designamos la no ficción de lo denotado por la raíz léxica del verbo, esto es, todo lo que el hablante estima real
o cuya realidad no se cuestiona. Recordemos que, en todos los épocas y en todas las áreas culturales, los
hombres han elaborado una pluralidad de relatos como un modo de afirmar la verdad de su experiencia del
mundo y de sí mismos. Detalle que no debemos dejar de lado, pues la lectura de los primeros versículos del
Génesis nos revela que de lo que se trata es de mantener en orden al cosmos mediante una oralidad ritualizada
y bajo el control de sus administradores y promotores (la clase sacerdotal).

Para terminar el análisis de lo que abarca el capítulo estudiado, nos queda un punto importantísimo aunque de
un modo u otro ya ha sido mencionado: la creación del hombre. Según indica el texto, el hombre ha sido
creado a “imagen y semejanza” de Dios, y por ese motivo constituye la meta intencional de todo el proceso
creativo. Por lo tanto nos queda por determinar a imagen y semejanza de qué Dios ha sido creado el hombre. El
Génesis no lo especifica, pero el contexto sugiere una respuesta inequívoca: el hombre ha sido hecho a imagen
del Dios creador, cuyo obrar arquetípico describe el relato sacerdotal de la creación. Este Dios creador
trasmitió parte de su potencial al hombre, puesto en la tierra, como su lugarteniente y depositario de una
prerrogativa que en otras áreas culturales estaban reservadas a un rey. Por eso, con la aparición del hombre en
el sexto día, Dios deja de crear y entra en su descanso. En adelante, será el hombre, su imagen, el encargado de
llevar adelante la obra creadora en este mundo.

Otro detalle que ha de ser tenido en cuenta es que la antropología bíblica especifica, además, que Dios creó al
hombre en su distinción natural de varón y mujer (l:27). El Génesis no piensa en las categorías del hombre
solitario, sino de una pareja fecunda. Esta acotación tiene una importancia decisiva, porque retoma y
profundiza la concepción de la sexualidad que se fue gestando en la cultura patriarcal judía de los siglos XII-IV
a.C., que afirmaba de todas las formas posibles la superioridad del hombre sobre la mujer. El Génesis declara,
con una formulación sobria y sencilla, pero exenta de toda ambigüedad, que ese ser concreto llamado hombre,
sexualmente determinado en su singularidad como varón o mujer, es la imagen de Dios. La diferenciación
sexual, según esto, entra en la definición esencial del ser humano y está arraigada en el orden de la creación.
Por otra parte, el relato de la formación de la pareja humana se orienta hacia la bendición del versículo 28: en
una tierra desdivinizada, el hombre, como ser autónomo y responsable, recibe la capacidad de engendrar la
vida y el dominio de la naturaleza. El Creador confía al hombre su obra, que en el momento de la creación
estaba sólo en los comienzos. A él le corresponde descubrir el mundo, liberar sus fuerzas y forjar en él su
propia historia.

También podría gustarte