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Lunes, 1 de mayo de 2006. Año XVIII. Número: 5.981.

MADRID

El botellón tiene su Historia


Alcohol. Aunque parezca un problema actual, la reunión de un grupo de
personas en torno al alcohol como elemento integrante de cualquier tipo de
celebración, fiesta o congregación ha sido una constante recurrente a lo largo
de la Historia de la Humanidad.Y también a lo largo de la Historia de Madrid.
Desde los romanos hasta los Austrias, el amor por el vino y la cerveza, las
quejas de los vecinos por el ruido y por la suciedad, las mezclas y el beber por
beber han dejado sus huellas en las calles de la ciudad

LUIGI BENEDICTO BORGES

Botellón. Diversión de jóvenes y tortura de mayores. Fenómeno social


relativamente joven, pero formado por elementos muy presentes a lo largo de la
Historia. De la Historia de Madrid y del mundo.He aquí el reflejo de unos hechos
que, pese a su cariz de actualidad, siempre han estado unidos al ser humano y a
sus celebraciones.

Celebración. Tal y como explica el historiador Josué Ramos Martín,


doctorando en Ciencias de las Religiones, «las reuniones de un grupo en
torno al alcohol como elemento integrante de cualquier tipo de
celebración, fiesta o congregación ha sido una constante a lo largo de la
historia humana». Y en Madrid, uno de los epitomes del botellón a nivel
nacional hasta que se creo una ley expresamente en su contra, no iba a
ser menos.

La bebida icónica del botellón actual es el calimocho. Lógicamente, hasta finales


del siglo XIX, la Coca Cola no existía, pero sí el vino, la bebida preferida del
Madrid de los Austrias.

La propia cerveza, la sidra o el aguardiente también eran consumidos pero en


una proporción mucho menor que la del vino. Se bebía cotidianamente, en las
fiestas e incluso era usado como remedio para algunas dolencias (se daba a los
peregrinos y como bebida terapéutica) y se consideraba un buen digestivo. Sin
embargo, y en contra de algunos tópicos, parece que, pese a la importante
producción de vino español, el consumo del mismo no fue tan elevado como en
otros países europeos, como Inglaterra, que era un importante cliente del vino
malvasía canario, al igual que otros lugares como Holanda, Francia o los estados
alemanes.

Los tipos de vino se dividían en dos: los caros o preciosos y los baratos u
ordinarios, los cuales no podían ser vendidos nunca en una misma taberna. Hay
bastante documentación en Madrid acerca de las tabernas que existían y que
tenían licencia para vender el vino. Cada alcalde de la ciudad tenía una relación
muy completa de las tabernas y otros establecimientos que expedían bebidas.Su
número a lo largo del siglo XVII fue de 500, siendo de 400 en 1692.

Garrafón. Puede que sea el principal argumento esgrimido por los


asiduos del botellón para justificar el porqué beben en la calle. Dicen
que en los pubs y discotecas no es que se cobre una barbaridad por las
bebidas, es que encima éstas están adulteradas y son de baja calidad. O
sea, que le dan gato por liebre, algo que, al parecer, puede ser fruto de
la más pura tradición.

En el Madrid de los siglos XVI, XVII y XVIII, el vino no sólo era, para muchos,
muy costoso sino que además estaba aguado.Los taberneros de la época eran
auténticos especialistas en disimular la calidad y pureza del vino utilizando
diversas artimañas. Añadir agua, alumbre y especias eran las soluciones
preferidas para disimular el flojo cuerpo de los vinos.

Sin embargo, no todos los taberneros se salían con la suya. Existen testimonios
del 20 de octubre de 1623, cuando un tabernero, famoso por bautizar el vino de
su taberna y por usar medidas fraudulentas, fue atado a un asno con la espalda
descubierta mientras era azotado por un verdugo con una penca de cuero. Por
delante, la gente gritaba al tabernero su crimen y castigo.

Pero vender vino aguado como puro, o añejo como joven no era la única táctica
esgrimida por los empresarios hosteleros de la época. Para todo aquel que se
queje de las actuales aglomeraciones de los bares y discotecas se podría volver
a utilizar las soluciones de las tabernas de nuestros antepasados, donde no era
posible sentarse. No existían ni bancos, sillas ni mesas y estaba
terminantemente prohibido que se ofreciera comida. La finalidad de esto era que
«en dándoles el vino se vayan luego». Y lo decían unos versos de Baltasar de
Alcázar: «Mídenlo, dánmelo, bebo, / págolo y voyme contento».

Jóvenes. Los griegos, cuna de nuestra civilización heredada de los


romanos, ya clamaban ante el consumo responsable del alcohol por
partes de los más pequeños de la casa. Platón, en un texto que podría
ser vendido como actual, ya advierte de la necesidad de restringir el
consumo a los menores de edad: «¿No estableceríamos, ante todo, por
ley que los niños no probaran el vino hasta los dieciocho años,
enseñando que no conviene echar fuego al fuego ni al alma ni al cuerpo
antes de que aquellos vayan a emprender sus labores, y que hay que
precaver así el arrebatado temperamento de la primera edad?».

Y aunque los egipcios no pisaron la meseta madrileña, no es menos cierto que


en estos momentos luce en la capital de España el Templo de Debod, creado
hace hace unos 2.200 años para adorar a los dioses Amón e Isis.

El templo fue entregado a Madrid por Egipto gracias a las labores desempeñadas
por el comité español para el salvamento de los tesoros arqueológicos de Nubia,
en peligro por la construcción de la Gran Presa de Assuán. Reconstruido e
inaugurado el 18 de julio de 1972, es el símbolo de una civilización faraónica en
cuyas celebraciones festivas el alcohol era un elemento indispensable.Tanto, que
muchas parecen sobrevivir en nuestros días en lo referente a jóvenes
alcohólicos.

Los egipcios, gran aficionados al vino y la cerveza, también hacían consumir esta
última bebida a los más pequeños del hogar.El motivo no era otro que el origen
divino de la cerveza, que para ellos había sido inventada por el dios Osiris,
divinidad relacionada con la fertilidad y la vegetación. En su defensa cabe decir
que sus características no tienen que ver con la actual cerveza, ya que era más
pastosa y con un mayor contenido nutritivo.Es más, constituía, junto al pan, la
base de la alimentación del egipcio.

Beber por beber. Se acusa a los jóvenes de beber por beber.Pero quizá
tengan algo que ver las aficiones desplegadas allá por el siglo I antes de
Cristo por esos romanos que tuvieron a bien fundar Complutum, la
ciudad hoy conocida como Alcalá de Henares.

Complutum adquirió gran importancia en época de Augusto por su valor militar,


ya que servía de nudo de comunicaciones. Tenía el trazado típico de una ciudad
romana y se extendía desde la ladera del cerro del Viso hasta la actual Nacional
2, y desde el Arroyo Torote hasta las puertas del Madrid actual. Y sí, sus
habitantes, jóvenes y no tan jóvenes, también bebían por beber.Finalizada la
cena, los romanos comenzaban la comissatio, o lo que es lo mismo, la
borrachera. Era el momento de los excesos y juegos relacionados con la bebida,
esos tan utilizados hoy para intentar emborrachar a los que son más reticentes
con el sabor del vodka o el whisky.
Cómo en los botellones actuales, sobre todos en los que se celebran en pisos de
estudiantes, era el anfitrión el que marcaba las reglas del juego. El historiador
romano Plinio el Viejo ya informaba de algunos juegos, como ese en el que se
debía beber las copas designadas de un sólo trago, yendo su número en
aumento de manera exponencial.

Suciedad. La plaza del Dos de Mayo, Tribunal, Moncloa... Los vecinos de


estas zonas madrileñas han padecido durante años la incómoda
sensación de levantarse a por el periódico un domingo y encontrarse
kilos y kilos de basura en sus calles. Nada nuevo.Ya en el templo egipcio
de Edfú se dice que durante las multitudinarias celebraciones que
jalonaban su calendario era habitual que «el vino chorreaba en las
calles».

Así no es de extrañar que Paher en Elkab mandara a poner en su tumba «dame


dieciocho copas de vino, porque quiero beber hasta la embriaguez, pues mi
interior es como paja», o que en la de Djeserkarreseneb, en Tebas, aparecieran
unas escenas de banquete en la que algunos de los invitados son representados
vomitando.

Las celebraciones privadas de los romanos también tenían sus consecuencias


poco higiénicas. Sólo que en su cultura, los eructos y otras expulsiones de gases
estaban bien vistas y permitidas.

Ventosidades. Cuenta Suetonio en la Vida de Claudio que incluso se


preparó un edicto en el que se concedía licencia para soltar
ventosidades en los banquetes, con o sin ruido, tras saberse que en uno
de ellos un invitado había corrido graves riesgos a fuerza de contenerse
para no contravenir las normas de la buena crianza.

Por su parte, el poeta Marcial explicaba las soluciones a los problemas


corporales de algunos anfitriones: que sus esclavos les trajesen el orinal para
hacer sus necesidades dentro de la celebración. Otros se provocaban el vómito
para luego seguir bebiendo.

Cementerios. En la actualidad, en Madrid existe una ley antibotellón.No


se puede beber en la calle y se prohíbe comprar alcohol después de las
22.00 horas, entre otras cosas. ¿Y en la Edad Media madrileña? Pues era
habitual, en Madrid y en toda España, que las familias acudieran a los
cementerios para realizar allí banquetes en honor de sus antepasados.

La Iglesia intentaba limitar o prohibir estas celebraciones, pero con escaso de


éxito, incluso entre su clérigos. Algunas fuentes eclesiásticas mencionan que la
obligación de sus ministros era oficiar las honras fúnebres pero no participar
posteriormente en el banquete y la celebración, algo que siguieron haciendo.

Peleas. Siguiendo con la Edad Media, señalar que los excesos, tanto de
vecinos como de clérigos, no acababan ahí. De siempre, alcohol más
provocaciones igual a pelea asegurada. Otra cosas es la abundancia de
noticias en las que las confrontaciones eran entre curas. En el interior
de las Iglesias. Con motivo de los bautizos, bodas y demás
celebraciones que tenían lugar en los templos, algunos de los invitados
tenían a bien introducir bebida y comida en ellos.

«Las diferentes actas de los sínodos», comenta el historiador Josué Ramos,


«descubren cómo transcurrían estas celebraciones en el interior de las iglesias.
Por ejemplo, en un sínodo se prohíbe que cualquier clérigo 'anduviere en danças
e en otros actos inhonestos, o dixere cantares torpes o hiziere otros actos
inhonestos en público'». En otro, fechado en 1541, se establece que «en los
mortuorios que hazen y [allí] el día de los finados, que es otro día de todos los
Santos, comen y beven y ponen mesas dentro de las iglesias, y lo que es peor,
ponen jarras y platos encima de los altares, haziendo aparador de ellas».
Un último ejemplo, procedente de las constituciones de don Juan Cabeça de
Vaca (1411), que prohibían cocinar y comer en las iglesias, tanto por lo sacrílego
del acto en sí como por las continuas peleas que se generaban en el interior de
las mismas por el exceso de bebida.

EN DEBOD SE CELEBRABA LA FIESTA DE AÑO NUEVO

Los templos egipcios, como el de Debod, eran un microcosmos que reflejaban a


pequeña escala el macrocosmos, y su presencia representaba el acto mismo de
la creación del universo. Eran, pues, recintos sagrados y las fiestas, como
ruptura del tiempo ordinario, eran celebradas en sus inmediaciones. Los templos
del Egipto antiguo eran de acceso reservado a los oficiantes religiosos, es decir,
a los sacerdotes, estando prohibido el paso a la población. En ellos se realizaban
los cultos diarios, entre los que se encontraban el cuidado de la estatua del dios,
la cual era bañada, vestida y alimentaba con ofrendas.

Los calendarios egipcios que se han conservado nos revelan una gran existencia
de fiestas a lo largo del año. Muchos de estos calendarios se encontraban en los
templos, por lo que es posible que en Debod existiera alguno, aunque no se ha
conservado hasta la actualidad. Las fiestas egipcias congregaban a gran número
de población, algo que podemos ver claramente en las representaciones
iconográficas y en las fuentes clásicas. Una de las fiestas celebradas en todo el
país era la fiesta de Año Nuevo o Wp-renpet. Antes de este día, Egipto estaba
amenazado por las fuerzas del caos que podían poner en peligro el orden del
universo.

Estos cinco días, conocidos como días epagómenos, finalizaban en Año Nuevo,
momento en el que el cosmos era renovado de manera simbólica. En Debod
tenía lugar la celebración de esta fiesta con la procesión de las estatuas divinas
desde sus naos hasta la azotea del templo (hoy techada y convertida en parte
del museo de Debod) para que recibieran los rayos solares y su regeneración.

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