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Después de Cuba (fragmento) Antonio Álvarez Gil

—¿Y el cuarto viaje? —preguntó Rolando riendo—. Ese sería el año de ir a Cuba.
—Pues mejor —respondió Tania entusiasmada. Y ahí mismo comenzó a soñar.
Volverían a Santa Marta juntos, juntos de verdad. A sus padres seguramente les
encantaría conocer a Rolando de cerca. Sobre todo a su madre, con quien hablaba
siempre de sus cosas. Ella, por cierto, se había propuesto escribirle cuando llegara a
Moscú y contarle lo de su relación con él. Tania estaba eufórica. Hacía planes para las
vacaciones e incluso para la vida futura. En su arrebato de entusiasmo, le confesó a
Rolando que lo que más deseaba en aquellos momentos era llegar con él a Cuba. De
vacaciones. ¿Se imaginaba lo bien que lo podían pasar juntos? Una maravilla, sobre
todo si para entonces ya eran marido y mujer ante la ley. Quizás incluso podrían
casarse en esos días e irse de luna de miel a algún lugar bonito.
Tania era presa de una alegría casi infantil. Había dicho lo dicho sin pensarlo. Era lo
que sentía, lo que hacía tiempo estaba deseando, aunque hasta entonces Rolando no se
hubiera percatado de ello. Él, realmente, no sabía qué decir a una apuesta de tal
envergadura. Siempre se había maravillado de la facilidad con que la gente se casaba en
Cuba, del afán de las muchachas cubanas por las bodas. Pero no había imaginado que, así
como así, un día le tocara hablar del tema. Mientras, Tania seguía lanzada. Explicó que
podían seguir así hasta terminar la carrera. Estando casados quizás incluso en el
ministerio de Educación les autorizaban a viajar a Cuba cada año. O tal vez
consentían en permitirle a ella trasladarse a Berlín. Si había aprendido el ruso,
imaginaba que el alemán no sería ningún problema. Luego, cuando regresaran
definitivamente a Cuba, podrían irse a vivir a casa de sus padres hasta que
consiguieran un apartamento en La Habana.
—¿Qué tú crees? —le preguntó a Rolando, notando sin duda que él no vibraba de
entusiasmo tanto como ella.
—¿Casarnos?
—No quieres casarte conmigo —afirmó Tania. De repente, había perdido todo su
entusiasmo.

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