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A las puertas de Europa (fragmento) Antonio Álvarez Gil

—¿Era? ¿Por qué era?


—Porque está muerto, igual que toda tu familia. Los mataron porque él no se dejó
saquear. No quería decírtelo con esas palabras.
Mourad, por supuesto, lo sabía. Lo supo desde el primer momento, desde que vio los
escombros en que se había convertido su hogar. Había, sin embargo, alimentado una
ilusión, una pequeñísima esperanza, como una rendija mínima por la que dejaba entrar,
contra cualquier lógica, un rayito de luz. Una rendija que su querido amigo Hassán
había acabado de cerrar. Definitivamente.
—Me lo vas a contar —dijo, y no era una pregunta—. Cuéntamelo todo, por favor.
Hassán respiró profundo y volvió a afirmar que el padre de Mourad era un valiente.
Él levantó la vista hacia su camarada, y este le explicó que cuando los hombres armados
tocaron a su puerta, ya su padre había vaciado las vitrinas. Les dijo que el negocio
estaba cerrado, que allí no había nada que llevarse. Al parecer, ellos comprendieron
rápidamente que estaban siendo engañados y lo asesinaron a mansalva. Luego
pasaron al interior…
—¡Basta! —exclamó Mourad, levantando con fuerza la voz—. Es demasiado. No
quiero saber más.
Hassán obedeció, y los dos amigos permanecieron un rato en silencio, como si fueran
dos desconocidos o dos personas que se ignoraran ex profeso mutuamente. De
improviso, Hassán volvió a hablar. Lo hizo para afirmar que, como Mourad sabía, en
aquel pueblo los musulmanes y los cristianos habían vivido siempre juntos y avenidos.
Ellos dos eran un buen ejemplo, agregó. Juntos en el colegio, juntos en la cancha de
fútbol y hasta en alguna salida nocturna. Cuántas tardes él no había venido a
recogerlo para ir a algún lugar y, mientras esperaba a que Mourad estuviera listo,
su madre lo agasajaba con alguno de aquellos exquisitos dulces armenios que solía
preparar en el horno de la cocina. ¿Y acaso su propia madre no pasaba ratos
hablando con la de Mourad a través de la cerca del patio? ¿Acaso no iban juntas al
mercado y se ayudaban mutuamente en todo? Tanto ellas como el resto de ambas
familias habían convivido en armonía durante años, pese a que profesaban
diferente fe. Ni Mourad ni los suyos habían tratado nunca de imponerles a ellos la
doctrina de Cristo; ni él, Hassán, su padre o su gente aspiraban a convencer a
nadie sobre la justicia de las enseñanzas de Mahoma. Así había sido siempre en el
pueblo: la mayoría de cristianos convivía en amistad con la minoría musulmana.
Lo mismo que en toda Siria, solo que al revés. Pues aquellos desalmados
extremistas habían roto un equilibrio mantenido durante siglos. Mourad lo
escuchaba como quien oye caer la lluvia.

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