Está en la página 1de 85

Revista Electrónica de Investigación Educativa

Vol.3, No. 1, 2001

Elementos que consolidan al concepto


profesión. Notas para su reflexión

Elements that Consolidate the Concept


of Profession. Notes for Reflection

Jorge Fernández Pérez


jafp58@avantel.net.mx
Facultad de Filosofía
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla

San Pablo 15-14


Rinconada de Ocotlán
Ocotlán, Tlaxcala

(Recibido el día 4 de julio de 2001; aceptado el día 21 de agosto de 2001)

Resumen

El concepto profesión ha estado ligado a la evolución y desarrollo de las sociedades; pero


es difícil tener una definición única de la profesión, ya que existe una frontera difusa entre
lo que es una ocupación y una profesión. Sin embargo, es posible identificar algunos
elementos como la formación educativa de alto nivel, la estructura organizativa, la
vinculación con las estructuras de poder, el estatus, la actualización continua y la
búsqueda de autonomía como factores que inciden en la determinación de una actividad
determinada como una profesión.

Palabras clave: Profesión, formación profesional, estatus profesional.

Abstract

The concept profession has been bound to the evolution and development of societies.
We acknowledge that there is not a sole definition of profession, because of the diffuse
frontier separating the meaning of occupation from that of profession. However, it is
possible to identify some elements like the high level education, organizational structure,
Fernández Pérez: Elementos que consolidan el...

the link with the structures of power, status, professional up-dating and the search for
autonomy, as factors defining an activiy as a profession.

Key words: Profession, professional training, professional status.

Introducción

Durante el último año, al asistir a actividades y foros académicos nacionales


relacionados con el tema profesión, ha podido observarse que, cuando se hace
alusión a ella, se le relaciona exclusivamente con estudiar una licenciatura o hacer
una carrera profesional, enfocándose básicamente al proceso de formación que se
lleva a cabo dentro de las instituciones de educación superior, siendo que la
profesión va más allá del ámbito escolar, puesto que su desarrollo ha estado
ligado en forma permanente a la evolución de las sociedades, en donde ha
asumido características que le permite ser considerada una institución dentro de la
estructura social a la que pertenece. En este sentido, y considerando que hoy en
día los cambios de la sociedad influidos por la conformación de los nuevos
bloques económicos están transformando y propiciando nuevas condiciones y
características del mundo de las profesiones, se consideró pertinente hacer una
reflexión sobre la manera en que se conformado el concepto profesión y su
relación con algunos elementos que han contribuido a su estudio.

Breve recorrido histórico del concepto profesión

Desde el punto de vista etimológico, el término profesión encierra en sí mismo una


idea de desinterés, ya que profesar no significa solamente ejercer un saber o una
habilidad, sino también creer o confesar públicamente una creencia (Gómez y
Tenti, 1989). La palabra profesión proviene del latín professio, -onis, que significa
acción y efecto de profesar. El uso común del concepto tiene diferentes
acepciones, entre ellas, empleo, facultad u oficio que cada uno tiene y ejerce
públicamente; protestación o confesión pública de algo (la profesión de fe, de un
ideario político, etc.). En este sentido, profesión puede definirse como una
actividad permanente que sirve de medio de vida y que determina el ingreso a un
grupo profesional determinado. En términos generales, se ha definido la profesión
como una ocupación que monopoliza una serie de actividades privadas sobre la
base de un gran acervo de conocimiento abstracto, que permite a quien lo
desempeña una considerable libertad de acción y que tiene importantes
consecuencias sociales.

El concepto profesión ha evolucionado a través del tiempo y ha sido producto de


un desarrollo histórico, que ha creado y renovado mecanismos de diversa índole,
hasta llegar a los procesos modernos que se conocen hoy en día. Los
antecedentes sobre el origen de este concepto se encuentran en antiguos textos
hebreos en donde se señala que esta palabra era usada con relación a funciones
sacerdotales, los negocios en servicio del rey o de un funcionario real, puesto que

Revista Electrónica de Investigación Educativa Vol. 3, No. 1, 2001 24


Fernández Pérez: Elementos que consolidan el...

el vocablo significa mandar o enviar, lo que representaba realizar una misión. Sin
embargo, el concepto en el sentido actual no puede remontarse más allá de la
época preindustrial, puesto que es producto de la industrialización y de la división
del trabajo.

Los teóricos del siglo XIX consideraban las profesiones como una modalidad de lo
que Tocqueville denominó “corporaciones intermediarias”, que eran organismos
por medio de los cuales podía instaurarse un nuevo orden social, en sustitución de
la sociedad tradicional. Para Max Weber (1901), la profesión estaba vinculada a lo
religioso en la tradición cristiana, puesto que el acto de profesar está relacionado
con la voluntad de consagrarse a Dios, obedecer a un ser superior, con un alto
contenido de ascetismo, de entrega y de sufrimiento.

Por otra parte, la expansión de los conocimientos técnicos, la explosión


demográfica y el crecimiento de los centros urbanos en el siglo XIX, durante la
revolución industrial, contribuyeron a modificar la organización social existente,
propiciando la creación de tareas profesionales más especializadas (Barrón,
1996). Estos factores produjeron que, a principios del siglo XX, se incorporara la
concepción de lo profesional como producto de las transformaciones producidas
por la industrialización. En este contexto, en 1915, Flexner sugirió que para
reconocer este campo, era necesario tomar en cuenta la implicación de
operaciones intelectuales, las cuales adquieren su material de la ciencia y de la
instrucción. Señala, además, que el manejo de este material es con un fin definido
y práctico, el cual posee una técnica educativa comunicable, se tiende a la
organización entre sus propios miembros y se vuelve cada vez más altruista
(Gómez y Tenti, 1989).

Para la década de los treinta, Carr Saunders y Willson (1933) señalaban que una
ocupación alcanzaba el estatus de una profesión cuando un tipo de actividad no
se ejerce más que mediante la adquisición de una formación controlada, la
sumisión a reglas y normas de conducta entre los miembros y los no-miembros, y
la adhesión de una ética del servicio social. En 1953, Cogan hacía referencia a
que la profesión tenía una obligación ética de proveer servicios altruistas al cliente;
su definición estaba basada en la comprensión de señalamientos teóricos de
algunas áreas de conocimiento específico y sus habilidades (Pou, 1986).

Más adelante, estudios realizados en la década de los sesenta definían la


profesión cuando existía un cuerpo específico de conocimientos para actuar en
una realidad social organizada. Wilensky (1964) estableció que la profesión es
una forma especial de organización ocupacional basada en un cuerpo de
conocimiento sistemático adquirido a través de una formación escolar, y establece
que una actividad pasa a ser considerada profesión cuando supera las cinco
etapas del proceso de profesionalización, en donde el trabajo se convierte en una
ocupación de tiempo integral como consecuencia de la necesidad social del
surgimiento y ampliación del mercado de trabajo; se crean escuelas para el
adiestramiento y formación de nuevos profesionales; se constituye la asociación
profesional en donde se definen los perfiles profesionales; se reglamenta la

Revista Electrónica de Investigación Educativa Vol. 3, No. 1, 2001 25


Fernández Pérez: Elementos que consolidan el...

profesión asegurando así el monopolio de competencia del saber y de la práctica


profesional; y se adopta un código de ética con la intención de preservar así a los
“genuinos profesionales” (Pacheco, 1994).

En ese contexto, Millerson (1964) definió que toda profesión debe cumplir algunas
características que permitan medir el grado de profesionalización de las diferentes
ocupaciones, ya que los profesionistas deberían tener un sueldo elevado, un
estatus social alto y autonomía en su trabajo (Burrage, 1990). Desde una
perspectiva funcionalista, explicaba esta posición privilegiada diciendo que las
profesiones realizan funciones que son socialmente valoradas, tales como la
utilización de capacidades basadas en conocimientos teóricos; educación y
formación en esas capacidades; garantía de competencia en los individuos debida
a exámenes; tener un código de conducta que garantice la integridad profesional;
realización de un servicio para el bien público; existencia de una asociación que
organice a sus miembros.

Por su parte, Schein (1970) estableció que las profesiones constituyen conjuntos
de ocupaciones que han desarrollado un sistema de normas derivadas de su
papel especial en la sociedad, en la cual el profesional es distinto del aficionado,
puesto que está dedicado de tiempo completo a una ocupación que constituye su
principal fuente de ingresos (Gómez y Tenti, 1989). Se presupone que quien tiene
una profesión tiene una fuente de motivación y la ejerce en forma continua,
además de poseer, un cuerpo especializado de conocimientos y habilidades
adquiridos durante un periodo prolongado de educación y entrenamiento. Quién
detenta una profesión, toma decisiones a favor de un cliente conforme a principios
generales, ofrece un servicio profesional basado en las necesidades de éste con
un alto espíritu de servicio. Asimismo, los profesionistas constituyen asociaciones
profesionales con la finalidad de definir criterios de admisión, niveles educativos,
títulos o exámenes de ingreso, carreras y áreas de jurisdicción.

En esa misma década, Moore y Freidson (1970) agregan que una profesión puede
ser vista a partir de un conjunto de dimensiones estructurales y de actitud, como
una ocupación de tiempo integral, caracterizada por la presencia de profesionistas
con una organización que permite la mutua identificación de intereses comunes y
de conocimientos formales y en donde se aceptan las normas y los modelos
apropiados para identificarse entre colegas (Machado, 1991). Además, los
profesionistas tienen una orientación para el servicio son autónomos, y ven a la
profesión como un grupo de personas que realiza un conjunto de actividades que
proveen su principal fuente de recursos para la subsistencia, a cambio de una
compensación. Johnson (1972) señaló que, para que pueda existir una auténtica
profesión, es condición necesaria que las personas que practican la ocupación
formen un grupo relativamente homogéneo. Asimismo, Parkin (1979) sugiere que
se siguen estrategias de exclusión para restringir el acceso a las profesiones
utilizando requisitos educativos que pueden tener poca relación con la dificultad
del trabajo profesional (Burrage, 1990). De acuerdo con esto, las profesiones
pueden establecer estas estrategias porque el Estado da el derecho a practicar
ciertas ocupaciones a miembros acreditados.

Revista Electrónica de Investigación Educativa Vol. 3, No. 1, 2001 26


Fernández Pérez: Elementos que consolidan el...

Por otra parte, en los años ochenta, una profesión se definía como una ocupación
que se regulaba a sí misma mediante una capacitación sistemática y obligatoria en
un ámbito universitario, basado en conocimientos especializados y técnicos, y
orientado más al servicio que hacia las utilidades pecuniarias, principio
consagrado en su código de ética (Starr, 1982). En este contexto, la profesión era
considerada como un fenómeno sociocultural en el cual intervienen un conjunto de
conocimientos y habilidades, tradiciones, costumbres y prácticas que dependen
del contexto económico, social y cultural en el que surge y se desarrolla.

Tradicionalmente, la profesión ha sido una forma privilegiada de actividad y la


base de una categoría socioeconómica caracterizada por su diversidad de tareas y
por altos niveles de ingresos económicos, de estatus social y de prestigio. Las
profesiones actuales se estructuraron con base en una segmentación de la
producción del conocimiento y de su propio ejercicio ante la necesidad de regular
y reglamentar las formas de ejercicio de las habilidades profesionales, buscando
legalizar lo escolar como la única forma válida de tener acceso al conocimiento.
Las profesiones han sido consideradas como estructuras sociales autónomas en
el sentido de que se encuentran formalmente establecidas y legitimadas, no sólo
por el conjunto de formas y sistemas de organización social históricamente
constituidos.

Otros elementos importantes de la profesión son su legitimación intrínseca, su


validez y su función, los cuales están enmarcados por las características
históricas de la sociedad en que ha surgido y se ha desarrollado. Sus modos
específicos de formación, reproducción, exclusión, certificación y evaluación
dependen de las condiciones en las que surge, de los intereses de quienes la
promueve y del poder político de sus miembros. En consecuencia, la profesión,
como unidad estructural de la sociedad moderna, condensa procesos y elementos
de la realidad social, política e ideológica en la que se circunscribe, encontrándose
formalmente establecida y legitimada por el sector social que las ha constituido
como tales.

Una nueva concepción de la profesión se da a partir del trabajo de Cleaves (1985),


quien sostiene que las profesiones son ocupaciones que requieren de un
conocimiento especializado, una capacitación educativa de alto nivel, control sobre
el contenido del trabajo, organización propia, autorregulación, altruismo, espíritu
de servicio a la comunidad y elevadas normas éticas. Esto lleva a sostener que,
generalmente, la profesión aseguraría la posibilidad de hacer carrera a través de
una actividad en la que los conocimientos del profesionista, además de ejercitarse,
se amplían acumulativamente, enriqueciéndolo. Por otra parte, algunos autores
como Brunner y Flisfich (1989), consideran que las profesiones son
imprescindibles, tanto porque poseen un saber técnico, como por los valores que
representan (Pacheco, 1994).

En el marco de la globalización, las profesiones se han visto fuertemente influidas


por las nuevas tecnologías, lo cual propicia el surgimiento de nuevas profesiones y

Revista Electrónica de Investigación Educativa Vol. 3, No. 1, 2001 27


Fernández Pérez: Elementos que consolidan el...

la reorientación de otras ya existentes. En este sentido, Dingwall (1996) señala


que las profesiones, tal como son ahora, sólo tienen del pasado la continuidad
simbólica con el grupo ocupacional de referencia de la Edad Media. En este
contexto, y ante las condiciones que los nuevos ordenamientos del mercado de
trabajo han venido estableciendo, actualmente la profesión es definida como un
grupo de individuos de una disciplina quienes se adhieren a patrones éticos
establecidos por ellos mismos; que son aceptados por la sociedad como los
poseedores de un conocimiento y habilidades especiales obtenidos en un proceso
de aprendizaje muy reconocido y derivado de la investigación, educación y
entrenamiento de alto nivel, y están preparados para ejercer este conocimiento y
habilidades en el interés hacia otros individuos.

En forma inseparable a la definición actual de una profesión, se encuentra un


código de ética que dirige las actividades de cada profesión. Este código requiere
de una conducta y práctica más allá de las obligaciones morales personales de un
individuo. Quienes practican una profesión definen y demandan parámetros
elevados de comportamiento con respecto a los servicios proporcionados al
público y en el trato con los colegios profesionales. Asimismo, estos códigos,
impuestos por la profesión, son reconocidos y aceptados por la comunidad.

Breve recorrido histórico del concepto de formación profesional

La conformación del concepto de profesión ha estado vinculada en forma directa


al concepto de formación profesional. Se entiende como formación profesional al
conjunto de procesos sociales de preparación y conformación del sujeto, referido a
fines precisos para un posterior desempeño en el ámbito laboral. Además, es el
proceso educativo que tiene lugar en las instituciones de educación superior,
orientado a que los alumnos obtengan conocimientos, habilidades, actitudes,
valores culturales y éticos, contenidos en un perfil profesional y que corresponda a
los requerimientos para un determinado ejercicio de una profesión. En este
sentido, es imprescindible estudiar el desarrollo histórico de la formación
profesional para contribuir también a su modificación (Marín, 1997).

Los antecedentes de la formación profesional universitaria se encuentran en el


nacimiento de las universidades medievales, producto del despertar intelectual del
siglo XII, y se señalan, entre otros, algunos factores como la terminación del
sistema feudal, la formación de las instituciones municipales, el incremento de los
intercambios culturales y comerciales, el nacimiento de un cierto tipo de
capitalismo financiero, la aparición de la sociedad burguesa y el nacimiento del
espíritu laico (García, 1991). Es así como la necesidad de una formación
profesional que respondiera a las exigencias del desarrollo de la sociedad estuvo
ligada a los gremios de la Edad Media (Barrón, 1996).

Dentro de las primeras escuelas que antecedieron a las universidades medievales,


encontramos la escuela de Salerno, la cual tenía una gran reputación en la
formación de médicos practicantes. En sus primeros años de existencia, esta

Revista Electrónica de Investigación Educativa Vol. 3, No. 1, 2001 28


Fernández Pérez: Elementos que consolidan el...

institución fue considerada un punto estratégico en donde se manifestaban fuerzas


eclesiásticas y civiles, ya que se pretendía alcanzar un carácter laico en cuanto a
su composición. Posteriormente, se crearon universidades en Bolonia, París,
Padua y Oxford, entre otras. Las universidades medievales abarcaban varias
escuelas, varias disciplinas y pluralidad de maestros y estudiantes. Pocas de ellas
tuvieron todas las facultades, pero en todas se enseñaba propedéutica de artes,
teología, derecho civil, derecho canónico y medicina.

Desde el punto de vista formal, en estas instituciones era importante obtener la


licentia ubique docendi o reconocimiento universal de los grados obtenidos, para
poder ejercerlos en cualquier parte del mundo. En esa época, se llamaba studium
(estudio) a lo que hoy en día conocemos como universidad, mientras que la
palabra universitas era utilizada como sinónimo de corporación, que podía ser de
cualquier naturaleza, universitaria o no. De ahí que dicha palabra fuera
acompañada de un genitivo que determinaba la naturaleza de la corporación,
como por ejemplo, la universitas magistorum era la corporación de los maestros.
De la misma forma, había universidades de los innumerables gremios laborales
del medioevo.

Por otra parte, en nuestro país, la formación de profesionales ha tenido diversas


orientaciones a partir del siglo XIX. Dentro de ellas destacan: a) la formación
profesional liberal, basada en una visión más general y humanista-espiritualista del
desarrollo individual; b) la formación profesional modernizante y tecnocrática, en
donde convergió el modelo del profesionista liberal, la expansión del aparato
estatal y la demanda de la incorporación de los contenidos científicos a la
educación superior, privilegiando su sentido profesional; c) la formación
profesional técnico-científica, que desligó la formación universitaria de un proyecto
político y cultural; y d) la formación profesional técnico-productivista, por medio de
la cual se ha intentado implantar políticas neoliberales y sin un reconocimiento
gubernamental sobre la historia, los procesos, las prácticas y las concepciones de
los subsistemas educativos desarrollados (Barrón, 1996).

En virtud de lo anterior, podemos afirmar que la formación profesional universitaria


ha tenido una historia particular, una normatividad legal, administrativa y
académica, una orientación de su formación educativa y disciplinaria y un
comportamiento académico que les caracteriza; un ejemplo de ello es,
evidentemente, la profesión médica, cuyo desarrollo, dentro de la sociedad
mexicana, le ha permitido vincularse con el Estado de manera muy particular.
Actualmente, la formación profesional se realiza en un marco educativo bajo
prescripciones institucionales que regulan las actividades consideradas como
necesarias y pertinentes, avalando la preparación ofrecida mediante la expedición
de certificados y títulos profesionales.

Revista Electrónica de Investigación Educativa Vol. 3, No. 1, 2001 29


Fernández Pérez: Elementos que consolidan el...

Relación entre profesión y estado

En países como Inglaterra y los Estados Unidos la evolución de las profesiones ha


sido independiente de las políticas gubernamentales (Cleaves, 1985) y el Estado
sólo interviene en la regulación de las profesiones, generalmente en alianza con
sus intereses pero, también, en otros casos, en oposición a ellos (Martínez, 1993).
La participación estatal permite que el poder político se identifique detrás de la
legislación que regula el ejercicio profesional, fundamentalmente en algunas
profesiones liberales (medicina, derecho, arquitectura, contaduría), ya que el
desarrollo de las profesiones está vinculado tanto con aspectos del poder político,
como de tecnología y de cultura (Collins, 1989). Puede afirmarse que para el
mismo Estado, la autorregulación le es suficientemente satisfactoria.

Al referirse a la relación entre Estado y profesión, Light (1995) habla de modelos


de control basados en el supuesto de que dicha relación rebase el concepto
simple de una relación de mercado entre empleadores y empleados, o entre
productores o consumidores. Plantea la relación dentro de un marco político
donde los grupos involucrados se encuentran en un proceso continuo y constante
de balanceo de poderes (Nigenda, 1995). En esta propuesta, el componente
histórico es básico, ya que supone que el modelo de control es consecuencia de
los cambios cualitativos que se dan en la interacción entre los actores
participantes en un periodo determinado de tiempo. En este sentido, la relación
profesión y Estado y, por tanto, el modelo de control, se establece sobre dos ejes.

El primero de ellos gira en torno al concepto de dominio establecido por Freidson


(1970), que en su versión original significa no sólo el control sobre su propio
trabajo técnico sino también sobre los aspectos financieros, las estructuras
institucionales, los poderes alternos, el carisma cultural, e incluso, la construcción
de la realidad social. El segundo eje gira en torno a la ubicación de los
profesionistas en el mercado laboral, en donde se conjugan criterios político-
sociales y económicos. En uno de los extremos del primer eje aparece el dominio
profesional, mientras que, en el extremo contrario, lo hace el dominio del Estado
(Nigenda, 1995). A partir de lo anterior, puede establecerse que una profesión es
una comunidad autorregulada que tiene un poder exclusivo, normalmente
respaldado por el Estado, para adiestrar a nuevos miembros o admitirlos en sus
prácticas, reservándose el derecho de juzgar la actuación profesional de sus
propios miembros.

La educación profesional continua

Aparentemente, la necesidad de la existencia de la educación continua para los


profesionistas nació hacia finales del siglo XIX en las universidades alemanas que
involucraban el ideal de Humboldt en torno a la unidad de investigación y
educación. Posteriormente, este modelo pasó la idea a las universidades
norteamericanas, en las cuales se adaptó a las condiciones e idiosincrasias

Revista Electrónica de Investigación Educativa Vol. 3, No. 1, 2001 30


Fernández Pérez: Elementos que consolidan el...

locales. En 1965, en el seno de la UNESCO, se trató por vez primera el tema de


la educación continua o permanente y, en 1970, durante el “Año internacional de
la educación”, el mismo organismo propuso que la educación continua fuera la
piedra angular de la política educativa.

La educación continua, que empieza propiamente cuando termina la educación


formal, surgió después de replantear y poner a discusión la noción tradicional de
educación, la cual no había reparado en el desequilibrio progresivo que ocurre
entre los conocimientos adquiridos por un alumno dentro de su proceso de
formación profesional y aquellos que se van obteniendo como producto del avance
de las distintas disciplinas profesionales. En México, los antecedentes de la
educación continua pueden fijarse desde finales de los setenta, fecha en que las
instituciones de educación superior comenzaron con los primeros esfuerzos dentro
del campo de la actualización profesional. Ya para los ochenta, como
consecuencia del incremento de programas de este tipo en las universidades y en
centros de enseñanza no universitaria, existía un gran interés en las actividades
de actualización profesional.

En los diferentes ámbitos profesionales, se fue dando, en forma evidente y


generalizada, la demanda, tanto individual, como de los diferentes medios
laborales, de superar la obsolescencia del conocimiento del profesionista, que se
presenta como consecuencia del cambio de la sociedad de entonces hacia
patrones tecnológicos y de desarrollo acelerado de la investigación científica. Esta
necesidad propició la incorporación del concepto de actualización profesional
como un elemento esencial dentro del desarrollo de las profesiones. De hecho, el
mismo término de educación continua para las profesiones, llegó a ser sinónimo
de cursos, congresos, etcétera.

En forma tradicional, las universidades han sido responsables de proveer de forma


inicial el conocimiento profesional, ya que durante algún tiempo fueron las únicas
en desempeñar un papel de agentes de cambio y de líderes en lo relacionado con
fijar los estándares bajo los cuales deberían regirse las profesiones. Sin
embargo, en la última década, y más a partir de la puesta en vigor de los Tratados
de Libre Comercio, las asociaciones y colegios de profesionistas han tomado
también esta responsabilidad, al ofrecer por diversos conductos programas de
actualización de la formación profesional de sus miembros.

La profesión y organización gremial

Desde que el hombre existe, su agrupamiento ha sido innato. La historia señala


que los primeros hombres formaban pequeños grupos ante la necesidad que
tenían de organizarse para sobrevivir. Si consideramos que, por organización
gremial, podemos entender la integración de un grupo de personas que se
caracteriza por la necesidad permanente de comunicación e interrelación entre
ellos, en la cual sus integrantes conocen el papel que debe desempeñar cada uno
y la interdependencia de las diversas responsabilidades del grupo, puede

Revista Electrónica de Investigación Educativa Vol. 3, No. 1, 2001 31


Fernández Pérez: Elementos que consolidan el...

entenderse por qué la asociación profesional ha constituido un elemento táctico


dentro de la lucha que sostienen las profesiones para obtener mayor autonomía y
reconocimiento social.

Asociarse significa una responsabilidad por medio de la cual, el asociado se


compromete a trabajar y defender los intereses de la agrupación. La importancia
de asociarse representa para cualquier gremio, tener la posibilidad de levantar la
voz para formular sus metas, ejercer presión como grupo, proteger sus intereses y
encontrar planteamientos y soluciones a problemas determinados (Verdugo,
1991). La organización gremial está ligada directamente con el desarrollo de las
profesiones actuales. El hecho de que un individuo se desarrolle en una sociedad
plural implica interactuar con grupos diferentes en intereses, características,
propósitos y finalidades.

Como consecuencia, tiende a relacionarse con otros individuos en grupos o


sociedades que se organizan libremente para la gestión y consecución de algunos
intereses comunes, con el propósito de estar en mejor posición de defenderlos
ante la sociedad en general, el Estado y otros en particular. En la década de los
años treinta, Carr-Saunders y Williams establecieron, como motivaciones que
llevan a los individuos para formar agrupaciones profesionales: a) la definición de
una línea de demarcación entre personas calificadas y no calificadas; b) el
mantenimiento de altos niveles de carácter profesional o práctica honorable; c) la
elevación del estatus del grupo profesional; y d) el deseo de la profesión de ser
reconocida por la sociedad como la única plenamente competente para realizar su
tarea particular.

El origen de los colegios se instituye como una asociación de utilidad colectiva y


pública, ya que establece deberes de sus agremiados con la sociedad y el Estado,
proporcionándoles protección, promoviendo su elevación moral y cultural, además
de definir sus obligaciones y sus derechos. En general, los colegios de diferentes
profesiones siguen el modelo establecido desde hace siglos por las asociaciones
gremiales europeas. Estas corporaciones se caracterizan por defender y
reglamentar el cumplimiento de intereses de carácter privado y ejercen una
autoridad pública, asumiéndose como un conjunto de personas que comparten
intereses comunes en relación con un oficio, ocupación y profesión, y buscan
acceder a ciertos derechos de carácter privado y público (Pontón, 1997).

Puede afirmarse que existen dos modelos de asociación profesional, uno de ellos
representado por los países anglosajones, Estados Unidos e Inglaterra, en donde
las agrupaciones son independientes del Estado; y otro que se desarrolla al
amparo de éste, como el caso mexicano, en el cual los profesionistas han
adoptado diversas formas de organización, una de ellas son los colegios de
profesionistas. Tomando en cuenta el origen de las asociaciones profesionales, a
estos grupos les correspondería velar por los intereses de la profesión, impulsar la
legislación que la normará, promover el desarrollo de sus miembros y determinar
quién puede o no ejercerla, entre otras actividades.

Revista Electrónica de Investigación Educativa Vol. 3, No. 1, 2001 32


Fernández Pérez: Elementos que consolidan el...

Sin embargo, en el caso particular de las asociaciones y colegios de profesionistas


mexicanos, éstas se han caracterizado por tener un desarrollo al amparo del
Estado buscando una protección para favorecer los intereses de la profesión
misma. Los grupos más importantes han estado ligados a partidos políticos,
grupos informales de individuos que se deben lealtad mutua, asociaciones de
exalumnos universitarios, sindicatos obreros y grupos con intereses propios dentro
de las dependencias gubernamentales (Cleaves, 1985). En términos generales,
las asociaciones profesionales en México no definen el cuerpo básico de
conocimientos de su campo que tendría que ser enseñado en las instituciones de
educación superior, no establecen propuestas normativas para la profesión,
tampoco regulan el ingreso a ella, no moderan las iniciativas personales ni facilitan
la búsqueda de empleo; en términos generales, estas agrupaciones solamente
ofrecen oportunidades para la expresión social, obtener un cierto prestigio,
adquisición de material documental, participación en seminarios o reuniones
ocasionalmente.

La profesión vista desde la teoría de la estratificación social

Dentro de la sociología de las profesiones, algunos autores (Freidson, 1970; Elliot,


1975) hacen referencia al tema de ingresos profesionales en forma superficial,
señalándolo como una de las características de una profesión, el cual se ha
constituido como uno de los elementos que ha contribuido a la adquisición de un
estatus económico y social de los grupos profesionales. En este sentido, el
estudio de los ingresos profesionales puede ser abordado desde la perspectiva de
otros campos temáticos, tales como: economía de la educación, de la
estratificación social, teoría social y el mercado de trabajo, entre otros. En este
apartado se abordará con mayor detalle la perspectiva de la estratificación social.

El término estratificación social fue incorporado al campo de la sociología en 1940.


Sin embargo, debe señalarse que los orígenes de la teoría de la estratificación
social se remontan a los trabajos de Marx, en donde pone de relieve la
importancia del individuo o del grupo dentro de la estructura de una sociedad.

Max Weber (1901) introdujo en su modelo de estratificación social, basado en los


conceptos de clase y estrato social (este último definido en función del “honor” y
“el estilo de vida”), una diferenciación sistemática y explícita que era necesaria en
esta teoría. Weber señaló que el estrato social, el partido o poder, eran factores
tan independientes como la clase, que para Marx, era el único factor
independiente.

Las diferencias sociales se convierten en estratificación social cuando las


personas son clasificadas jerárquicamente según algún criterio de desigualdad, ya
sea la renta, la riqueza, el poder, el prestigio, la edad, la etnia o cualquier otra
característica; además existe un enfoque multidimensional que ha contribuido al
desarrollo de la teoría de la estratificación, que ha incorporado la dimensión
prestigio y ha considerado lo que Weber llamaba situación estamental como un

Revista Electrónica de Investigación Educativa Vol. 3, No. 1, 2001 33


Fernández Pérez: Elementos que consolidan el...

fenómeno social generalizado que se da en todos los puestos de la estructura de


ocupaciones de una sociedad (Parsons, 1949; Davis y Moore, 1945, citados por
Barber, 1957). El prestigio es el resultado de dos factores: un sistema de valores
y la importancia funcional de los papeles encuadrados en la estructura
ocupacional de una sociedad. La importancia funcional depende de la capacidad
relativa de un papel para producir un bien o servicio en la sociedad.

Cada uno de los papeles productivos de una sociedad tiene una importancia
funcional diferente para esa sociedad y es valorado en más o menos; es decir,
tiene más o menos prestigio. En cada sociedad y en cada periodo histórico, el
prestigio relativo que cada papel productivo posee puede no ser el mismo, sin que
la variabilidad sea tan grande como postulan algunas interpretaciones ideológicas
de la sociedad. Esta variabilidad se debe a que una misma función necesaria en
un sistema social puede ser valorada de diversas maneras, de acuerdo con los
valores dominantes en los diferentes sistemas sociales y épocas. Además, los
distintos papeles de una sociedad ofrecen posibilidades diferentes en cuanto a la
obtención de ingresos y la acumulación de capital.

La teoría de la estratificación, según el enfoque funcionalista, es el mecanismo


mediante el cual la sociedad estimula a los individuos para que traten de ocupar
los diversos puestos que necesita un sistema social complejo. La teoría
funcionalista sostiene que, en una sociedad no estratificada, las recompensas son
relativamente iguales para todas las tareas, por lo que las posiciones que suponen
más trabajo, más ansiedad o el aplazamiento de las recompensas, no serán
ocupadas por las personas más competentes. En caso contrario, el sistema de
estratificación se concibe como un sistema de motivación, en el cual la sociedad
alienta a los más capaces a desempeñar los papeles más difíciles con el fin de
que la sociedad funcione eficazmente. Esta teoría sugiere, además, que el
estatus es la forma más general y persistente de estratificación, en donde las
recompensas de naturaleza económica y el poder no son valorados por sí mismos,
sino porque son indicadores simbólicos de un estatus elevado.

Los sociólogos norteamericanos han argumentado con frecuencia, que el tipo de


estratificación por clases que se encuentra en otras sociedades industriales no se
da en los Estados Unidos. Para ellos, la clasificación se basa en criterios
diferentes, entre los que se encuentran: ingresos, ocupación, poder, etnia, religión
y educación; los individuos pueden tener un alto estatus o prestigio según uno de
estos criterios. El estatus económico puede determinarse por el volumen o la
fuente del ingreso personal; sin embargo, el estatus económico no es suficiente
para obtener prestigio social. Algunos autores, como Ben-David (1974), señalan
que una de las características de los integrantes de una profesión es que poseen
un sueldo elevado, un estatus social y autonomía en su trabajo. Consideran que
esta posición privilegiada se obtiene a partir de que las profesiones realizan
funciones que son socialmente valoradas (Abercrombie, 1998). Desde esta
perspectiva una profesión confiere a quien la ejerce un prestigio y un rédito medio-
alto en el sistema de estratificación social de casi todas las sociedades, ya sea
que la profesión se ejerza como trabajo dependiente o como trabajo autónomo.

Revista Electrónica de Investigación Educativa Vol. 3, No. 1, 2001 34


Fernández Pérez: Elementos que consolidan el...

Los estudios sobre prestigio ocupacional en los países anglosajones demuestran


en forma consistente que las profesiones más antiguas son todavía consideradas
como las de estatus más elevado (Elliot, 1975). Se supone que quienes optan por
la profesión médica tienen, en mayor o menor medida, las siguientes
motivaciones: ponderar el prestigio social y los altos ingresos, buscar una
ocupación interesante que parece constituir un reto, el gusto de ejercer su juicio y
tratar de hacer el bien. El compromiso del profesionista con su trabajo depende
de las recompensas que recibe, las cuales incluyen ingreso, categoría, estima y
aprecio de sus pacientes, así como la satisfacción de desempeñar
adecuadamente su trabajo. Puede afirmarse que el ingreso ha tendido a
convertirse en un símbolo importante de su éxito. Asimismo, se señala que el
estatus profesional que otorga la profesión tiene claros vínculos con el proceso de
desarrollo vigente y con la participación del Estado (Nigenda, 1995).

Finalmente, dentro de la división organizada del trabajo y, por consiguiente, de la


diversificación de las actividades por grupos homogéneos, la profesión puede ser
considerada como la ocupación habitual y continua de un individuo en un ámbito
laboral. En este sentido, se señala que la profesión suele y debe constituir la base
económica del individuo, aunque el éxito, el prestigio y autoridad profesionales no
están necesariamente unidos al total de los ingresos obtenidos por el ejercicio de
la profesión.

Conclusiones

A través del presente artículo, se ha hecho un recuento de los argumentos en


torno a la construcción del concepto profesión, mostrándose que su conformación
ha estado determinada por los mismos principios generales que llevan a la
integración de cualquier clase de conciencia comunitaria (Collins, 1989). Puede
notarse que no es difícil definir en qué consiste teóricamente una profesión; sin
embargo, debido a la versatilidad de las profesiones, al ritmo acelerado de los
cambios en el mundo profesional y la profesionalización creciente como tendencia
de muchos oficios, la construcción del concepto es un tema no acabado. Puede
señalarse que las profesiones son una clase particular de organización que posee
conocimiento de sí misma y una cultura especial distintiva. Una profesión, en
general, muestra los mismos espacios de variación en su coherencia y poder que
las comunidades culturales que son estudiadas más convencionalmente, como
grupos de estatus formados por familias y miembros de una raza o religión.

El contexto de la globalización y regionalización de los servicios profesionales está


condicionando un nuevo modelo de profesiones para el siglo XXI, las cuales
tendrán que asumir elementos que respondan a una nueva sociedad que día a día
cambia. Estas transformaciones están propiciando que las profesiones
incorporen, para su desarrollo, algunos aspectos como la acreditación de planes y
programas de estudio de educación superior, la certificación y actualización
continua de profesionistas, la vinculación de los colegios y asociaciones

Revista Electrónica de Investigación Educativa Vol. 3, No. 1, 2001 35


Fernández Pérez: Elementos que consolidan el...

profesionales con las instituciones de educación superior y flexibilidad para el


trabajo, entre otros.

Finalmente, la nueva cultura profesional propicia la necesidad de tomar en cuenta


además de las condiciones nacionales, los avances tecnológicos, las políticas
internacionales, las comunicaciones, los mercados de trabajo tanto internos como
externos, las necesidades del sector productivo y los requerimientos exigidos por
cada sociedad, en lo particular. Estos cambios provocan que, quienes estudian
las profesiones, tengan la necesidad constante de actualizar el bagaje teórico y
conceptual, a fin de encontrar explicaciones a los cambios que se suceden en
torno del mundo profesional.

Revista Electrónica de Investigación Educativa Vol. 3, No. 1, 2001 36


Fernández Pérez: Elementos que consolidan el...

Referencias

Barber, B. (1979). Estratificación Social. Introducción. En D. L. Sills, Enciclopedia


internacional de las ciencias sociales (pp. 539-545). Barcelona: Ediciones Aguilar.

Barrón, C., Rojas, I. y Sandoval, R. M. (1996). Tendencias en la formación


profesional universitaria en educación: Apuntes para su conceptuación. Perfiles
Educativos, 18 (71), 65-74.

Burrage M. y Torstendahl, R. (1990). Professions in theory and sociology and


history. Londres: Sage Publications.

Cleaves, P. S. (1985). Las profesiones y el Estado: El caso de México. México:


El Colegio de México.

Collins, R. (1979). La sociedad credencialista. Sociología histórica de la


educación y de la estratificación. España: Akal.

Díaz Barriga, A. y Pacheco, T. (1990). Cinco aproximaciones al estudio de las


profesiones. México: Centro de Estudios sobre la Universidad (UNAM).

Dingwall, R. y Lewis, P. (1985). The sociology of the professions: Lawyers,


doctors and others. London: MacMillan Press.

Elliot, P. (1975). Sociología de las profesiones. México: Editorial Tecnos.

Freidson, E. (1985). The theory of professions: State of the art. En R. Dinwall y


P. Lewis (Eds.), The sociology of the professions: Lawyers, doctors and others (pp.
19-37). London: Macmillan Press.

García y García, A. (1991). Los difíciles inicios (Siglos XIII-XIV). En M.


Fernández, L. Robles y L. E. Rodríguez-San Pedro (Eds.), La universidad de
Salamanca (pp. 13-34). Salamanca: Universidad de Salamanca.

Gómez, V. M. (1989). Educación superior, mercado de trabajo y práctica


profesional. Análisis comparativo de diversos estudios en México. Cuadernos de
Planeación 1 (3), 57-84.

Gómez, V. M. y Tenti Fanfani, E. (1989). Universidad y profesiones. Buenos


Aires: Miño y Dávila Editores.

Gómez, J. (1991). Una aproximación al estudio de la sociología de las


profesiones. Revista Umbral XXI, (6), 23-40.

Johnson, T. J. (1977). Professions and power. Londres: Macmillan Press.

Revista Electrónica de Investigación Educativa Vol. 3, No. 1, 2001 37


Fernández Pérez: Elementos que consolidan el...

Machado, M. E. (1995). Sociología das Profissôes: uma contribuicâo ao debate


teórico, en M. E. Machado (Coord.), Profissôes de Saúde: Uma abordagem
sociológica (pp. 13-33). Río de Janeiro: Editora Fiocruz.

Nigenda, G. (1995). Asociaciones médicas y política corporativista en México:


Apuntes sobre algunos cambios recientes. En M. E. Machado (Coord.), Profissôes
de Saúde: Uma abordagem sociológica (pp. 63-73). Río de Janeiro: Editora
Fiocruz.

Nigenda, G. (1997). Las profesiones de salud: Análisis de su participación en la


producción de servicios al final del siglo. Trabajo presentado en el IV Congreso
latinoamericano de ciencias sociales y medicina. México: Instituto Nacional de
Salud Pública.

Pacheco T. (1993). La profesionalización de la universidad, su incidencia en la


formación de profesionales y de científicos. En T. Pacheco, y A. Díaz Barriga, El
Concepto de Formación en la Educación Universitaria (Cuadernos del CESU), 31,
11-26.

Pacheco, T. (1997). La institucionalización del mundo profesional. En T. Pacheco


y A. Díaz Barriga (Coords.). Cinco aproximaciones al estudio de las profesiones
(pp. 27-39). México: Centro de Estudios sobre la Universidad (UNAM).

Pacheco, T. y Díaz Barriga, A. (1997). La profesión. Su condición social e


institucional. México: Centro de Estudios sobre la Universidad (UNAM).

Pontón, C. B. (1997) El corporativismo como expresión social. En T. Pacheco y


A. Díaz Barriga (Coords.), La profesión, su condición social e institucional (pp. 37-
51). México: Centro de Estudios sobre la Universidad (UNAM).

Pou, F. (1991). Análisis del vocablo profesión en pedagogía. Ciencias de la


Educación, 37 (145), 73-83.

Spencer, H. (1905). El origen de las profesiones. Valencia: Sempere.

Starr, P. (1982). La transformación social de la medicina en los Estados Unidos


de América. México: Fondo de Cultura Económica.

Tenti, E. (1985, agosto). Las profesiones modernas: Crisis y alternativas. Foro


Universitario 57, 17-28.

Weber, M. (1996). La ética protestante y el capitalismo. México: Editorial


Colofón.

Revista Electrónica de Investigación Educativa Vol. 3, No. 1, 2001 38


Fernández Pérez: Elementos que consolidan el...

Para citar este artículo, le recomendamos el siguiente formato:

Fernández, J. (2001). Elementos que consolidan el concepto de profesión. Notas


para su reflexión. Revista Electrónica de Investigación Educativa, 3 (2).
Consultado el día de mes de año en el World Wide Web:
http://redie.ens.uabc.mx/vol3no2/contenido-fernandez.html

Please cite the source as:

Fernández, J. (2001). Elements that Consolidate the Concept of Profession. Notes


for Reflection. Revista Electrónica de Investigación Educativa, 3 (2). Retrieved
month day, year from the World Wide Web:
http://redie.ens.uabc.mx/vol3no2/contenido-fernandez.html

Revista Electrónica de Investigación Educativa Vol. 3, No. 1, 2001 39


Los fundamentos normativos de las profesiones
y los deberes de los trabajadores sociales

Normative foundations for the professions


and the duties of social workers

Damián Salcedo Megales

TRABAJO SOCIAL GLOBAL 2010, 1 (1) 10-38


http://tsghipatiaeditorial.com/index.php/tsg1

En este artículo presento un esbozo de estructura de los valores del trabajo social que hagan posi-
ble una justificación racional de sus deberes y responsabilidades. Dicha estructura nos permite ela-
borar una concepción de la ética profesional que pone de relieve las facetas institucionales de los
fundamentos de la práctica profesional. En ella, encuentran su lugar principios, reglas, normas, etc.
y así surge una visión general de sus exigencias y relaciones. Por último, se realizan algunas re-
flexiones sobre la identidad profesional y los compromisos básicos con el cambio social que se de-
ducen de la teoría sobre los fundamentos normativos del trabajo social que he ofrecido.

I sketch a theoretical framework for social work values that make possible a rational justification for
duties and responsibilities. It enables us to develop an approach to professional ethics stressing the
institutional aspects of the ground for professional practice. Principles, rules, norms, etc. find their
place in such framework and so a comprehensive understanding of its requirements and relations
emerge. Some remarks, finally, on professional identity and basic commitments to social reform are
deduced from the basic account of the normative foundations for social work I offer.

PC.- Valores, deberes, calidad de vida, dilemas morales, identidad profesional

KW.- Values, duties, quality of life, moral dilemmas, professional identity

Salcedo, D. (2010). Los fundamentos normativos de las profesiones y los deberes de los trabajadores sociales. Trabajo Social Global, 1 (1), 10-38
D. Salcedo / Los fundamentos normativos de las profesiones y los deberes de los trabajadores sociales 11

Introducción
La idea de trabajo social incorpora un gran número de deberes que tienen fuentes muy
diversas y que se presentan en la práctica profesional de muy distinta manera según cuál sea su
naturaleza. De este modo tenemos deberes a los que la profesión está obligada ante la sociedad y
deberes a los que está obligada ante sus clientes; deberes que derivan de sus metodologías y que
configuran elementos de la responsabilidad profesional junto a deberes que se derivan de que el
trabajo social es una profesión que depende en gran medida de instituciones y recursos públicos -y
que así configuran elementos de la responsabilidad pública (G. Fairbairn, 1985; J. R. Lucas, 1993) -;
deberes que la profesión ha asumido como vocación desde sus orígenes y deberes que no tiene más
remedio que asumir dadas las formas organizativas del Estado de Bienestar. Todos son deberes
profesionales y el no reconocerlos como tales puede conducir a situaciones en que la profesión como
institución y los profesionales en su ejercicio cotidiano no desearían verse. Pero, una vez que tales
deberes se han reconocido como propios, lo más importante es saber qué significan sus exigencias y
qué relaciones mantienen entre ellos. En este articulo me propongo esbozar una estructura que,
aunque no completa ni acabada, sea lo suficientemente definida como para que permita que nos
hagamos una idea de la naturaleza y posición relativa de esa variedad de deberes. Si dicha estructura
no es demasiado ideal, entonces cualquier deber particular que pueda aceptar el trabajo social habría
de encontrar un sitio en ella.

Valores, principios, normas y criterios


Antes de comenzar esta tarea, sin embargo, desearía hacer algunas precisiones sobre el signi-
ficado de los términos en los que me expresaré. Utilizo el término "valor" para referirme a algo que
pensamos que vale la pena que se proteja o que se promueva. Así cuando sostenemos que algo es
valioso, lo calificamos de bueno o decimos que es un bien. Utilizo la categoría de lo valioso como la
más básica de mi terminología ética.
Ahora bien, cuando decimos de algo que es valioso, además podemos querer comprometernos
con su protección o promoción; es decir, podemos desear aceptar un deber o una responsabilidad
hacia el bien reconocido. Utilizo el término "principio" para designar el modo en que juzgamos correcto
que cualquier persona que reconozca ese bien y se comprometa con su protección o promoción, lo
haga; o, dicho de otro modo, el deber que creemos que tenemos hacia ese bien. Por ejemplo, pode-
mos reconocer que el hecho de ser una persona tiene un valor especial; o, como solemos decir, un
valor intrínseco o una dignidad. Si, efectivamente, reconocemos ese valor especial y estamos dispues-
tos a responsabilizarnos de su protección, ¿cómo debemos hacerlo? Podemos hacerlo sosteniendo

Trabajo Social Global. Revista de Investigaciones en Intervención Social. Vol. 1, nº 1. Junio 2010, 10-38
12 Trabajo Social Global

que ello nos obliga a respetar ciertas cualidades esenciales de su ser racional y libre; o bien, que nos
obliga a respetar ciertas otras cualidades de su ser una individualidad psicofísica diferenciada. Según
lo primero, diríamos que el principio de respeto a la dignidad de las personas determina un deber de
respetar la igual dignidad de todas las personas en tanto que seres racionales y libres. Según lo se-
gundo, nuestro principio de respeto a la dignidad de las personas determinaría el deber de respetar el
que cada persona es un individuo diferenciado de los demás con sus propias motivaciones. También
podemos intentar un camino intermedio y tratar de reconciliar en nuestro principio ambas perspectivas.
Pero, en cualquier caso, lo que nuestro principio está haciendo es fijar el modo en que pensamos que
debemos comportarnos con relación al valor que le reconocemos a ese bien.
Una vez que hemos reconocido ciertos bienes, los sostenemos como valiosos y hemos logrado
concretar en forma de principios el modo en que debemos responsabilizarnos de ellos, tenemos que
enfrentarnos a su realización en los contextos habituales de nuestra vida. La mayoría de las veces,
dichos contextos están constituidos por un entramado de relaciones especiales con otras personas o
con nosotros mismos, relaciones que reconocemos como valiosas y que, de igual modo, pensamos
que deben ser protegidas bajo forma de ciertos principios. De este modo, las relaciones de amistad o
de parentesco tienen un valor especial que tratamos de proteger mediante obligaciones especiales en
forma de lealtades; o el valor que damos a ciertas relaciones que mantenemos con otras personas a
las que reconocemos ciertos derechos creemos que nos imponen ciertos deberes especiales; asimis-
mo, el valor que reconocemos a ciertos compromisos con ideales o proyectos que tenemos nos impo-
nen ciertos deberes de integridad. Pues bien, cuando en esos contextos debemos cumplir con nues-
tras responsabilidades hacia los bienes que reconocemos, entonces los principios suelen adoptar for-
mas más concretas de responsabilidad hacia ellos (C. H. Whiteley, 1952-53; Th. Nagel, 1978). Por
ejemplo, el principio de respeto a la dignidad de las personas, en el contexto de unas relaciones de
amistad, se concreta en una forma especial de deber que nos obliga a respetar la intimidad y confianza
que se generan en esas relaciones. Aparecen de este modo formas más específicas de los principios
que llamaremos "normas". Tales normas pueden ser concreciones de un sólo principio o de varios de-
pendiendo de lo complejo del contexto. Por ejemplo, la norma de confidencialidad es un modo de con-
cretar para las relaciones especiales no sólo el principio de respeto a la dignidad de las personas, sino
también el principio de respeto a la autonomía que garantiza un derecho sobre la propia intimidad (G.
Corey – M. Schneider Corey – P. Callanan, 1998; J. J. Gates – B. S. Arons (comps.), 2000). En el caso
de la confidencialidad en las relaciones profesionales, además de aquellos principios, la norma hace
más específico el principio genérico de servicio, puesto que no se podría proporcionar ayuda profesio-
nal a los clientes si estos no tuvieran la seguridad de que la información que ponen a disposición del
profesional se va a manejar adecuadamente (D. Salcedo Megales, 2002).

Trabajo Social Global. Revista de Investigaciones en Intervención Social. Vol. 1, nº 1. Junio 2010, 10-38
D. Salcedo / Los fundamentos normativos de las profesiones y los deberes de los trabajadores sociales 13

Dado lo complejo de las relaciones personales, en una misma situación podemos sentir que
hay varios bienes que tenemos el deber de proteger o promover, pero que tal cosa no se puede hacer
al mismo tiempo. O bien, que las formas en que entendemos dichos deberes -tal y como se concretan
en principios y normas- nos obligan a adoptar cursos de acción incompatibles (C. W. Gowans, 1996; H.
E. Mason, 1996). Cuando tal cosa sucede, entonces estamos ante dilemas morales (F. G. Reamer,
1982; C. S. Levy, 1993; F. Loewenberg – R. Dolgoff, 19965; J. C. Rothman, 1998; N. Linzer, 1999). Los
dilemas morales a veces son fáciles de reconocer, a veces no; pero siempre nos exigen que reflexio-
nemos sobre el modo en que hemos interpretado nuestros deberes y, a veces, que los revisemos (E.
P. Congress, 1999). Cuando un dilema moral se nos presenta con frecuencia, somos capaces de de-
terminar un modo rutinario de resolverlo. Decimos, entonces, que tenemos un "criterio" de actuación
frente a esa clase de dilemas morales (W. Robinson – L. Cherrey Reeser, 2000). Un criterio puede
hacer una de dos cosas: o bien, asigna prioridad a un deber sobre otro, de forma que jerarquiza su
importancia; o bien, establece un límite absoluto a un deber, de forma que fija el ámbito de su aplica-
ción, más allá del cual no podemos continuar actuando en nombre de ese deber. En ambos casos, a
pesar de que podamos haber interiorizado el criterio de resolución del dilema incluso al punto de
haberlo convertido en una pauta rutinaria de comportamiento, el dilema no cesa de existir; y, en parti-
cular, el deber que se decide según el criterio que es secundario o que no se aplica, tampoco cesa de
existir. Ello conlleva la idea de que siempre que se tiene un deber y la responsabilidad de cumplirlo, en
el contexto de relaciones interpersonales, también se tiene la responsabilidad de dar las razones que
expliquen el modo en que uno ha resuelto el dilema moral. De modo que, en esa clase de contextos, el
tener un deber va inmediatamente unido a tener el deber de dar razones de las elecciones hechas
ante las personas que tienen el derecho a pedirlas.
Como resumen, podemos distinguir cuatro fuentes principales de deberes: los bienes que reco-
nocemos -los valores- como fuentes primarias de deber; los principios que fijan la forma de esos debe-
res; las normas que concretan uno o varios principios en los contextos de relaciones interpersonales; y
los criterios que establecen qué deberes tenemos que cumplir en las situaciones de dilemas morales
y/o hasta qué punto los tenemos que cumplir. Pasaré ahora a explicar en donde se encuentra el origen
primordial de los valores del trabajo social. Para ello, en primer lugar estableceré que la autoridad mo-
ral de la que gozan en general las profesiones en la sociedad se funda en un compromiso especial que
éstas proclaman con el bien público. Luego explicaré en qué consiste este compromiso en el caso par-
ticular del trabajo social.

Trabajo Social Global. Revista de Investigaciones en Intervención Social. Vol. 1, nº 1. Junio 2010, 10-38
14 Trabajo Social Global

El compromiso con el bien público de las profesiones


En la década de los 80 se desató una crítica contra el Estado, contra la administración pública y
contra las burocracias profesionales que trabajaban en, con o para ella. Izquierda y derecha coincidie-
ron en señalar que los intereses corporativos estaban primando sobre los fines de servicio y en que la
maquinaria estatal se había desentendido de los ciudadanos y sólo se ocupaba de conseguir mayores
recursos, status y poder (C. Rojek – G. Peacock – S. Collins, 1988; D. Osborne – T. Gaebler, 1992; D.
Schmidtz – R. E. Goodin, 1998; D. A. Shön, 1983: cc. 1 y 10). Aquello ha traído muchos cambios y no
todos buenos. Pero un resultado beneficioso de aquella crisis -y de las reformas que se emprendieron-
consistió en que se obligó a las profesiones a volver a exponer los fundamentos de la autoridad que
reclamaban en un intento de volver a ganarse la confianza de la opinión pública que se estaba per-
diendo (N. Timms, 1983; S. Banks, 1998; J. Clarke, 1996). En ese clima de crisis y desconfianza se
volvió entonces a recordar -a la opinión pública, pero sobre todo a los propios miembros de las profe-
siones- que el fundamento de las actividades profesionales no reside en la extensión de los servicios -
que haya más profesionales- ni en la posesión de más competencia para ofrecer servicios -que se dis-
pongan de más y mejores técnicas (M. Davies, 19852). Por el contrario, el fundamento primordial está
en que las profesiones realizan un bien que la opinión pública reconoce y comparte. Puesto que si tal
bien fuera privativo de las corporaciones profesionales y así irreconocible por la opinión pública, ésta
en el mejor de los casos las consideraría como algo que hay que soportar o como un mal necesario.
Esto nos indica que la recuperación de la confianza de la opinión pública en las actividades de las pro-
fesiones depende de que éstas expresen claramente un compromiso prioritario con el bien público; y
que la restauración de la autoridad moral que se les atribuye depende de que tal compromiso se haga
de una forma que la opinión pública reconozca como adecuada (D. Koehn, 1994).
Se puede pensar de muchos modos la naturaleza de ese bien público. Pero un modo directo de
hacerlo que es esencial a las actividades profesionales consiste en reparar en lo que cada uno de no-
sotros espera de un profesional. Cuando acudimos a un profesional esperamos que nos ayude a al-
canzar un bien; y lo esperamos en razón de que creemos que todos podemos obtenerlo. Esto significa
que inicialmente el bien público es la suma del bien de cada uno de los ciudadanos y de todos por
igual en cuanto ciudadanos. Por tanto, el compromiso con el bien público que exigimos a los profesio-
nales es el compromiso de que pondrán toda su competencia al servicio de cada uno y de todos los
miembros de la sociedad. Si lo queremos decir un poco más formalmente, comenzaremos señalando
que la opinión pública tiene la expectativa legítima de que una profesión sea una estructura de acceso
a un bien, sea cual sea el específico de cada profesión (por ejemplo, la salud, en el caso de la profe-
sión médica; o la defensa jurídica de los intereses, en el caso de la profesión de la abogacía). Pero,

Trabajo Social Global. Revista de Investigaciones en Intervención Social. Vol. 1, nº 1. Junio 2010, 10-38
D. Salcedo / Los fundamentos normativos de las profesiones y los deberes de los trabajadores sociales 15

entonces, también podremos decir que la profesión tendrá la confianza de aquella opinión pública en la
medida en que no defraude esa expectativa. Como contrapartida, lo que la opinión pública da a una
profesión que ha ganado su confianza es la autoridad para mantenerse como tal estructura exclusiva
de acceso a ese bien.
Ahora bien, una vez dada la autoridad, la confianza ha de renovarse y mantenerse. El modo en
que tal confianza se mantiene se basa en que el ejercicio de la autoridad dada a las profesiones se
realice de una forma reconocible. De tal modo que el compromiso con el bien público conlleva inmedia-
tamente la aceptación de esa forma especial de ejercer la autoridad. Hemos dicho que las profesiones
son estructuras de acceso a cierto bien particular que ofrecen. Podemos decir esto de otra forma seña-
lando que son instituciones intermedias a través de las cuales los miembros de la sociedad consiguen
ciertos beneficios que de otra manera les sería difícil alcanzar. Pues bien, la opinión pública confía en
obtener dichos beneficios, independientemente de que sean contrarios a otros intereses presentes en
la sociedad y, en particular, a los intereses del Estado. De forma que lo que se espera de los profesio-
nales es que garanticen que sus clientes verán atendidos sus intereses y exclusivamente sus inter-
eses; especialmente, el que no serán utilizados por los profesionales en favor de intereses de terceros.
Para esto es para lo que la organización de la sociedad concede a las profesiones una autoridad: para
resistirse y oponerse en nombre del bien que deben ofrecer a sus clientes a las presiones y poderes
de otros intereses de la sociedad. A cambio de dicha independencia, exige que el compromiso con el
bien público se entienda como un compromiso con el bien de sus clientes y no con cualquier otra cosa.
Ésta es, en parte, la forma en que la opinión pública espera y admite -y así la reconoce- que se ejerza
la autoridad por parte de las profesiones.
Sin embargo, la propia organización social que da esta autoridad e independencia le pone lími-
tes. En tanto que instituciones intermedias, las profesiones ven limitadas las actuaciones que realizan
en nombre del bien de sus clientes en dos direcciones particulares. Ningún profesional puede perse-
guir el beneficio de sus clientes al punto de sacrificar el bienestar de otros miembros de la sociedad.
Pero tampoco puede perseguirlo infringiendo las normas de dicha organización social. Mientras que la
independencia que se concede a las profesiones para no hacer nada que perjudique a sus clientes
garantiza la autoridad para oponerse a presiones indebidas, los límites que se establecen a esa inde-
pendencia aseguran que las profesiones no actúen en contra del bien de la sociedad como conjunto.
Así el compromiso con el bien público, entonces, también exige un compromiso con una idea colectiva
del bien de la sociedad; o, si se quiere, con una idea de justicia social que mientras legitima la resis-
tencia contra la injusticia en la distribución del bien que ofrece la profesión -injusticia que podría venir
de la presión de otros intereses y poderes-, también impide que los profesionales puedan sesgar injus-
tamente a favor de sus clientes la distribución de beneficios de la cooperación social. Esto completa la

Trabajo Social Global. Revista de Investigaciones en Intervención Social. Vol. 1, nº 1. Junio 2010, 10-38
16 Trabajo Social Global

forma que la opinión pública espera y admite -y así la reconoce- que se ejerza la autoridad por parte
de las profesiones.
A modo de resumen, pues, señalaré que el compromiso que es fundamento de la actividad pro-
fesional es un compromiso con el bien público entendido al mismo tiempo como:

1) El compromiso de ofrecer de una manera competente el bien profesional a cada uno y a to-
dos los miembros de la sociedad.
2) El compromiso de ofrecer ese bien de acuerdo con los intereses del cliente, con indepen-
dencia de otros intereses.
3) El compromiso de ofrecer ese bien, salvaguardando los intereses de otros miembros de la
sociedad y respetando las normas organizativas de esa sociedad.

Estos tres elementos del compromiso con el bien público configuran unas relaciones complejas entre
lo que podríamos llamar los deberes estrictamente profesionales y los deberes públicos de las profe-
siones. Parte de lo que se intenta, entonces, al determinar los valores y principios de una profesión -
vale decir, su ética profesional-, consiste en especificar con claridad cuál de ellos primará en las varias
situaciones difíciles en las que se pueden ver envueltos los que ejercen una profesión. Pero, asimismo,
también es imprescindible el que tales especificaciones de los deberes se hagan de un modo que no
desvirtúe o confunda la naturaleza de ese compromiso fundamental de la profesión con el bien público
a fin de que continúe siendo fácilmente reconocible y aceptable por la opinión pública y, así, consolide
la confianza de ésta y refuerce la autoridad moral que le ha concedido.

El bien específico del trabajo social y su compromiso con el bien público


Durante mucho tiempo, se ha definido el bien que la profesión del trabajo social proporciona en
términos de necesidades. Cuando las necesidades de los miembros de la sociedad eran las primarias,
esto podía ser suficiente. Pero dada la diversidad de cosas que hoy día podrían ser necesarias para
llevar una vida buena en nuestras sociedades, el seguir hablando de necesidades ha llegado a ser
inútil. Por otra parte, el propio concepto de necesidades que una vez unificó el campo de la prestación
de servicios, la práctica profesional y la investigación social, ha recibido críticas desde todas esas
perspectivas, las cuales han revelado en definitiva su naturaleza de "objeto socialmente construido"
por las prácticas administrativas y profesionales, cayendo sobre él un descrédito general. En todo ello
se hallan las razones por las que cada vez se tiende a hablar más de calidad de vida como la finalidad
de la prestación de servicios y como el bien que debe proporcionar el trabajo social (D. Salcedo Mega-

Trabajo Social Global. Revista de Investigaciones en Intervención Social. Vol. 1, nº 1. Junio 2010, 10-38
D. Salcedo / Los fundamentos normativos de las profesiones y los deberes de los trabajadores sociales 17

les, 1998: c. 2).


Ahora bien, a diferencia del bien de la satisfacción de necesidades que tiene un aire -ilusorio-
de objetividad y universalidad, el bien de la calidad de vida depende de un modo crucial de lo que las
personas consideren una vida valiosa. Normalmente, el valor de la vida que llevamos lo determinamos
tanto por el valor que damos al modo de estar que podemos conseguir (bienestar) como por el valor
que damos a la libertad para elegirlo (autonomía). Así aparecen claramente los propios valores de los
clientes como los criterios que deben orientar el juicio profesional sobre lo que se debe hacer para me-
jorar su calidad de vida. El reconocer tal cosa lleva inmediatamente a reconocer que no se puede me-
jorar la calidad de vida de un cliente, si no entendemos que el que su vida tenga sentido depende de
que él sienta que las condiciones de la misma están bajo su control; es decir, que ha tenido la oportu-
nidad de elegirlas. De forma que el dar un buen servicio profesional de promoción de la calidad de vida
sólo será posible tras la indagación, comprensión y valoración conjunta de las opciones vitales de los
clientes. Pero lo que esto implica es que parte del compromiso del trabajo social con el bien público ha
de consistir en un compromiso firme con el respeto a los valores de sus clientes.
Así pues, podemos pasar a responder a la pregunta que hacíamos en la sección anterior con
relación a cómo habría de comprometerse el trabajo social con el bien público a la hora de constituirse
en una estructura de acceso para sus clientes a este bien profesional que es la calidad de vida, de
forma que se asegure la confianza de la opinión pública y obtenga reconocimiento para su autoridad
moral. Y la respuesta sólo puede ser que el compromiso con el bien público que ha de proclamar el
trabajo social tiene que expresar claramente que la forma en la que entiende que consiste dar un ser-
vicio profesional competente es aquélla que esté regida por estos dos valores básicos del respeto a la
autonomía del cliente y de la promoción de su bienestar.
Y, ciertamente, desde sus inicios estos dos valores básicos han fundado los compromisos pro-
fesionales del trabajo social. Los trabajadores sociales hacen muchas cosas por sus clientes. Les ayu-
dan a acceder a recursos económicos, consiguen mejorar sus habilidades sociales, les amplían sus
horizontes de vida y las oportunidades para llevar vidas mejores. Éste es su compromiso con el bien-
estar de sus clientes y para cumplirlo la profesión lleva 100 años incorporando los avances de las
ciencias humanas y debatiendo sobre las metodologías más adecuadas. Pero si hay una conclusión
cierta de toda esa experiencia acumulada es que es muy difícil ayudar a alguien, si no se lo hace en la
dirección que los clientes admiten y reconocen. Y éste es su compromiso con el valor básico de respe-
to a la autonomía de los clientes. Así, puesto que la autonomía es parte de la calidad de vida de las
personas, el compromiso con el bien público que ha de proclamar el trabajo social, ha de expresar
firmemente el reconocimiento de los valores básicos del bienestar y de la autonomía como pilares de
cualquier proceder profesional a la hora de ofrecer sus servicios.

Trabajo Social Global. Revista de Investigaciones en Intervención Social. Vol. 1, nº 1. Junio 2010, 10-38
18 Trabajo Social Global

El compromiso con esos dos valores son, pues, los pilares de los deberes del trabajo social
hacia sus clientes. En nombre del cumplimiento de esos deberes, el trabajo social puede reclamar la
independencia necesaria frente a otros intereses. Típicamente puede exigir que no se le asigne de
forma genérica labores de control social; por ejemplo, que no se utilice la información obtenida de sus
clientes para el cumplimiento de sus responsabilidades para fines distintos a la prestación de sus ser-
vicios. O, por ejemplo, cuando se ejerce en el seno de instituciones sociales con amplios equipos,
puede reclamar independencia frente a los compromisos de otros profesionales o los de la dirección
político-administrativa de dichas instituciones. Si su compromiso con el bien público de promoción de
la calidad de vida es claramente entendido -esto es, se entiende que implica promover los intereses en
el bienestar y en la autonomía de sus clientes-, tendría que ser la propia estructura organizativa la que
habría de amparar y reforzar su resistencia y oposición frente a otros compromisos, intereses y pode-
res sociales.
Ahora bien, el trabajo social logrará el reconocimiento de dicha autoridad e independencia para
defender sus deberes profesionales sólo si al mismo tiempo la opinión pública tiene la confianza de
que no se las va a utilizar en perjuicio de ella. Como señalábamos, hay en concreto dos tipos de per-
juicios que la opinión pública teme de los profesionales. El primero es el que se dañe a terceros ino-
centes para beneficiar a los propios clientes. El trabajo social siempre ha mantenido que ese era un
límite que ningún profesional podía traspasar. Pero nunca ha estado tan claro el compromiso de la
profesión de no traspasar otro límite que la sociedad impone para su propia protección. La opinión pú-
blica exige de aquéllos a los que da autoridad que la ejerzan cuidadosamente y dentro de las orienta-
ciones que incorporan las leyes, las instituciones y los programas públicamente reconocidos. Así, por
ejemplo, la opinión pública espera que la profesión del trabajo social -que tanto depende del Estado de
Bienestar para realizar sus tareas- acepte la responsabilidad de administrar los recursos públicos se-
gún las leyes aprobadas y que no aproveche la autoridad que se le otorga para operar con criterios
distintos. Recordemos que fue la impresión que la opinión pública tenía de que tales prácticas se esta-
ban dando en la administración lo que hizo que se desatara aquel aluvión de críticas en los años 80 y
el que decayera la confianza en los profesionales de los servicios públicos. De modo que si el trabajo
social no expresa asimismo un firme compromiso con sus deberes públicos, también terminará debili-
tando su capacidad para cumplir con sus deberes profesionales.
En resumen, el compromiso con el bien público de la promoción de la calidad de vida de sus
clientes exige que se haga un reconocimiento explícito de los valores básicos del bienestar y de la au-
tonomía como pilares de sus deberes profesionales. Pero dicho compromiso de responsabilidad profe-
sional que autoriza a reclamar la independencia para el servicio a sus clientes, sólo podrá ponerse en
práctica si viene acompañado por un igualmente firme compromiso de responsabilidad pública hacia la

Trabajo Social Global. Revista de Investigaciones en Intervención Social. Vol. 1, nº 1. Junio 2010, 10-38
D. Salcedo / Los fundamentos normativos de las profesiones y los deberes de los trabajadores sociales 19

protección de terceros y de cumplimiento de las normas de la organización social. De este modo que-
da cerrado el cuadro de lo que la profesión debe reconocer como valioso. Ahora debo decir algo acer-
ca de cómo la profesión ha entendido a lo largo de su historia que debía proteger o promover dichos
valores; es decir, de cuáles son sus principios básicos.

La evolución de los principios del trabajo social


Una buena parte de la historia del trabajo social ha estado ocupada por la reflexión y el debate
sobre cómo habrían de concretarse en principios los valores básicos que proclama el compromiso con
el bien público de la profesión. Ese debate ha estado bajo la influencia de muchos factores. Unos han
sido internos, derivados de las dificultades de la práctica profesional y de las exigencias de definir una
identidad profesional. Otros han sido externos, teniendo su origen en las transformaciones del Estado
de Bienestar y en el estado en cada momento de las ciencias humanas. Trataré de explicar cómo han
cambiado estos principios y, en esa explicación, aunque de una manera muy incompleta, aludiré a
algunos de esos factores (D. Salcedo Megales, 2000).
La lista de principios que ha logrado más consenso a lo largo de la historia del trabajo social es
sin duda la de Felix P. Biestek (1957) que, aunque con cambios significativos en su interpretación, ha
sido la dominante hasta el inicio de la década de los 80. Me detengo en especial en estos principios
porque -como luego veremos- siguen estando vigentes, aunque su status epistemológico y ético haya
sido rebajado.
Los principios de Biestek estaban pensados para la forma de trabajo social que dominó hasta la
década de los 70 el ámbito profesional: el trabajo social de casos. En este modo de entender la profe-
sión el medio esencial del que el trabajador social dispone para ayudar a su cliente es la relación que
mantiene con él. Esto obliga a que el profesional sea muy sensible a la relación de confianza con el
cliente, entienda las exigencias que ella impone y responda adecuadamente a ellas. Éstas, por lo de-
más, no son muy diferentes a las del resto de las relaciones personales: requieren que haya un flujo
recíproco de actitudes, emociones y conocimientos; requieren que el cliente se sienta en todo momen-
to tratado como una persona y no como un caso o un informe; requieren de la confidencialidad necesa-
ria para que todo -por vergonzoso o angustioso que sea- se pueda manifestar y se cree un clima de
simpatía (F. Hollis, 1954; H. H. Perlman, 1957; D. Emmet, 1962). Entre los que siguen practicando esta
forma de trabajo social, continúan dándose debates sobre si tales exigencias deben interpretarse como
algo moralmente necesario, como deberes absolutos del trabajador social hacia sus clientes; o bien,
como deberes instrumentales para que la relación profesional pueda realizar el bien profesional que se
persigue. En cualquier caso, nunca se ha discutido ni los principios ni las definiciones canónicas que

Trabajo Social Global. Revista de Investigaciones en Intervención Social. Vol. 1, nº 1. Junio 2010, 10-38
20 Trabajo Social Global

de ellos dio Biestek y que paso a recordar:

1) Individualización: el deber de reconocer y entender las cualidades únicas de cada cliente.


Este principio representa una cierta interpretación del principio de respeto a las personas. Con-
siste en el deber de tratar a todo ser humano no como simple ser humano, sino como un indivi-
duo con diferencias únicas.
2) Expresión significativa de sentimientos: el deber de reconocer la necesidad del cliente de
expresar sus sentimientos libremente, en particular sus sentimientos negativos.
3) Implicación emocional controlada: el deber de ser sensible hacia los sentimientos de los
clientes, de entender su significado y de dar una respuesta apropiada a los mismos.
4) Aceptación: el deber de percibir y tratar con el cliente tal y como realmente es, con sus forta-
lezas y debilidades, sus cualidades agradables y desagradables, manteniendo siempre un sen-
tido de la innata dignidad y valor personal de cliente.
5) Actitud antifiscalizadora: el deber de relacionarse con el cliente sin atribuirle culpabilidad o
inocencia al determinar las causas de sus problemas o necesidades.
6) Autodeterminación: el deber de reconocer el derecho y la necesidad del cliente a la libertad
de decidir por él mismo en general y, en particular, durante el proceso de ayuda.
7) Confidencialidad: el deber de proteger la información relativa al cliente que este haya dado
durante la relación profesional.

Todavía en la década de los 70, los manuales seguían enumerando estos principios como los
modos de establecer los deberes del trabajo social con relación a los valores de bienestar y autonomía
de la profesión. Al mismo tiempo se reconocían, aunque más tímidamente, los límites de la relación
profesional que imponían los deberes públicos de protección de terceros y de respeto a las normas de
la organización social. Era una época en la que se estaba construyendo la unidad metodológica y la
unidad entre teoría y práctica del trabajo social; se estaban fusionando las organizaciones profesiona-
les hasta entonces separadas; se estaban creando los servicios sociales como unidades organizativas
que reagrupaban los antes dispersos servicios que prestaba la administración (P. Leonard, 1996). En
este clima de ambiciones profesionales cumplidas, los principios de Biestek representaban un modo
claro y respetable de presentar el compromiso con el bien público ante la sociedad. Pero en ese mis-
mo momento cenital no eran pocos los que, más o menos veladamente, expresaban sus dudas.
La crisis tenía tres orígenes identificables. El más obvio es que, finalmente, en esos años las
organizaciones profesionales comenzaron a aceptar que las formas grupal, comunitaria y residencial
del trabajo social también eran profesionales. Esto implicaba la pérdida de hegemonía del trabajo so-

Trabajo Social Global. Revista de Investigaciones en Intervención Social. Vol. 1, nº 1. Junio 2010, 10-38
D. Salcedo / Los fundamentos normativos de las profesiones y los deberes de los trabajadores sociales 21

cial de casos (Informe Barclay, 1982). La consecuencia inmediata fue que la relación profesional-
cliente, tal y como aquél la entendía, dejaba de ser la típica del proceso de ayuda. Y, naturalmente,
con ella, los principios que habían sido pensados exclusivamente para su regulación. De momento no
había otros que tuvieran el mismo reconocimiento. Pero, en muchos ámbitos de la profesión se los
empezó a considerar, en el mejor de los casos, como superfluos.
Una segunda causa de la crisis estaba en el interior del propio trabajo social de casos. La expe-
riencia acumulada de los trabajadores sociales empezaba a cuestionar las exigencias de los principios.
No era solo que pudieran darse conflictos entre ellos y, así, que dieran lugar a dilemas morales en la
práctica. Lo más importante es que empezaban a verse como imposibles de realizar. Los principios
pedían que entre el profesional y el cliente se estableciera una relación dinámica, recíproca, en la que
éste se sintiera aceptado y tratado como un individuo particular. Pero la realidad, muchas veces, era
que ni toda la ciencia del mundo podía evitar que personas que no simpatizaban, que no se entendían
o que no se aceptaban, lo hicieran. La realidad también era -y es- que hay siempre una diferencia de
autoridad entre el profesional y el cliente presente en la relación que hace difícil que ésta cumpla aque-
llas exigencias (D. Salcedo Megales, 2006). Además, las realidades de los contextos burocráticos (a
veces, fuertemente institucionalizados) en los que se ejerce la profesión determinan que la relación
entre profesional y cliente no se produzca en un vacío de determinaciones, sino precisamente bajo los
condicionantes a veces muy duros de dichos contextos. Todo esto que los profesionales sabían era lo
que se ocultaba en las proclamas oficiales. Pero ya, en algunos textos, también empezaba a manifes-
tarse.
El tercer origen de esta crisis se encuentra en un cambio en algunas concepciones básicas del
trabajo social. Ese cambio podría resumirse en el reconocimiento de la naturaleza social de las perso-
nas y de sus dificultades. Ello conllevaba un giro de enfoque. Ya no había que atender tanto a la per-
sona y a sus problemas como al contexto social en el que surgían tales problemas. Esta manera de
entender los problemas que presentaban los clientes implicaba inmediatamente que dejara de ser el
centro de la atención del proceso de ayuda la mera búsqueda de modos de adecuar al cliente a sus
circunstancias; sino que más bien se trataba de intentar ayudarle a reflexionar sobre el propio contexto
social que se consideraba fuente de sus problemas para luego decidir cómo se habría de enfrentar a
él. Ahora bien, para este modo de concebir el proceso de ayuda los principios de Biestek ya no eran
tan importantes y un principio empezó a definirse y a constituirse en el fundamento de la relación pro-
fesional: el principio de respeto a las personas en tanto que agentes racionales, libres y capaces de
cambios (D. Salcedo Megales, 2000).
El principio de respeto a las personas se entendió como el fundamental y los restantes princi-
pios se mantuvieron sólo si eran útiles como normas que lo especificaban; en caso contrario, se los

Trabajo Social Global. Revista de Investigaciones en Intervención Social. Vol. 1, nº 1. Junio 2010, 10-38
22 Trabajo Social Global

consideró obsoletos (Z. Butrym, 1976). Así, por ejemplo, se mantuvo el principio de autodeterminación
como norma que concretaba el deber de respeto a la libertad para tomar decisiones de las personas.
Por el contrario, todos los principios relativos al modo de establecer una relación emocional significati-
va dejaban de tener interés. Otros, como el de aceptación y antifiscalización, sólo se mencionaban
como simples recordatorios de las actitudes que había que tener ante personas a las que se respeta-
ba.
La década de los 80 terminó de consolidar esta crisis; y la de los 90 se nos presentó una nueva
lista de principios (R. Hugman, 1996; 1998). Recordemos que fueron los años en que vimos nacer un
nuevo modo de entender el Estado de Bienestar; ahora se lo concibe como a un "comprador" de bie-
nes y servicios en "cuasi mercados" de proveedores de bienestar (J. Hopkins, 1996; J. Harris, 1999).
Consecuentemente, las relaciones entre la administración y los ciudadanos se han transformado y
vuelto a definir en términos de oferta y demanda, entendiendo que los ciudadanos son primordialmente
consumidores de bienes públicos cuyos derechos hay que garantizar (N. Biehal, 1993). Son también
los años en que aparecieron y se extendieron nuevos modelos de trabajo social: el modelo de gestión
de casos (S. Rose (comp..), 1992; R. A. Cnaan, 1994; D. Indyk, et al., 1994; M. Vanstone, 1995; J.
Clarke, 1998; J. Rothman – J. S. Sager, 1998) y el modelo del trabajo social antidiscriminatorio (A.
Hudson, et al., 1994; L. Dominelli, 1996; 19972ª; 1997b; 1998; L. Dominelli - E. McLeod, 1989; C. Hus-
band, 1995; N. Thompson, 19972 ; 1998; 2000; C. Williams, 1999; A. Wilson – P. Beresford, 2000).
Añadamos a todos estos cambios, esa crisis general en las concepciones filosóficas occidentales que
se ha llamado "postmodernismo" con su insistencia en los valores de la heterogeneidad, la diferencia y
la fragmentariedad (R. Sands – R. Nuccio, 1992; D. Howe, 1994; 1996; N. Parton, 1994; C. Smith – S.
White, 1997; B. T. Trainor, 2000; D. Salcedo Megales, 2004). El resultado para el trabajo social ha sido
el que ya solo pueda afirmar el compromiso con pocos principios básicos y muy genéricos. La lista de
principios de S. Banks (1995) es una prueba de ello. La que presento a continuación es una modifica-
ción de la suya que, creo, recoge mejor lo que se está sosteniendo como deberes básicos del trabajo
social:

1) Respeto y promoción de los derechos de individuos, grupos y comunidades: el deber de res-


petar y promover la autonomía de las personas, grupos y comunidades, con especial atención y
sensibilidad a sus diferencias sociales por razón de raza, etnia, origen nacional, color, sexo,
orientación sexual, edad, estado civil, creencias políticas, religión o minusvalías psíquicas y fí-
sicas.
2) Igualdad: el deber de promover la igualdad: a) en la propia relación profesional -principio de
colaboración (partnership)-; y b) en las relaciones entre los clientes y las instituciones o la so-

Trabajo Social Global. Revista de Investigaciones en Intervención Social. Vol. 1, nº 1. Junio 2010, 10-38
D. Salcedo / Los fundamentos normativos de las profesiones y los deberes de los trabajadores sociales 23

ciedad -principio de potenciación (empowerment) (S. Braye, - M. Preston-Shoot, 1995).


3) Justicia social: el deber de defender a los clientes de la injusticia social y de aplicar con
equidad las normas de distribución de los beneficios de la cooperación social, así como de em-
prender acciones que las transformen hacia formas más justas.

Frente a lo abstracto y ambiguo de estos principios, muchos sentirán nostalgia de los de la lista
de Biestek. La razón de ello es que los procesos de ayuda del trabajo social se han hecho también
más diversos y ambiguos. La fragmentación de ámbitos profesionales, la proliferación de conceptuali-
zaciones y metodologías, la diversidad de exigencias que el nuevo Estado de Bienestar impone a los
profesionales, amén de los propios cambios en las estructuras sociales de las que provienen los clien-
tes, hace que haya tantas formas de hacer trabajo social que, en el mejor de los casos, solo una lista
como la anterior puede considerarse como un punto de encuentro para los trabajadores sociales (G.
McBeath – S. Webb, 1991; 1997; N. Parton, 1991; 1994; K. Mann, 1998; M. Mullard – P. Spicker, 1998;
M. O'Brien – S. Penna, 1998). No obstante, las asociaciones profesionales intentan que ese "encuen-
tro" sea lo más significativo posible. Veremos ahora cómo los principios se concretan en normas y cri-
terios de actuación profesional en los Códigos de Ética.

Los Códigos de Ética del trabajo social: normas y criterios


Los Códigos de Ética profesional son el lugar apropiado para hallar las normas y criterios profe-
sionales. Lo son por las propias funciones que las organizaciones profesionales asignan a los Códigos
(M. Payne, 1985; D. Watson (comp..), 1985; F. G. Reamer, 1995; Consejo General de Colegios Oficia-
les de Diplomados en Trabajo Social y Asistentes Sociales, 1999; J. M. Cobo Suero, 2001). Éstos tie-
nen, primariamente, funciones regulativas. Por un lado, regulan la actividad profesional de modo que
se proteja a los clientes de la mala conducta profesional y de la charlatanería; por otro, regulan la con-
ducta profesional en sus relaciones con colegas, otros profesionales, la sociedad, etc. En uno y otro
caso, dan a los clientes, supervisores, a otros profesionales y a la sociedad en general un instrumento
para apreciar y evaluar las actividades de los que se adhieren a él. Además de estas funciones regula-
tivas, los Códigos de Ética tienen también asignadas las muy importantes funciones de identificación.
Según éstas, de un Código de Ética se espera que funde la unidad de la profesión, que defina la iden-
tidad profesional y que proporcione guía a sus adherentes cuando se enfrentan a dilemas morales en
su práctica profesional.
Ahora bien, a fin de realizar todas estas funciones, un Código ha de consistir en un conjunto de
normas y criterios precisos que permitan a los clientes -y a otras personas- saber qué deben esperar

Trabajo Social Global. Revista de Investigaciones en Intervención Social. Vol. 1, nº 1. Junio 2010, 10-38
24 Trabajo Social Global

de los profesionales y a los profesionales qué deben hacer en cada caso en tanto que profesionales.
En este sentido, la mayoría de los Códigos de Ética no resulta muy satisfactoria. De su lectura es muy
difícil obtener una idea clara de lo que identifica a la profesión ni de cómo se va a comportar en situa-
ciones concretas. Sin embargo, a finales de los 90 la Asociación Nacional de Trabajadores Sociales
estadounidenses (NASW) puso en vigor un Código de Ética que cumple de manera ejemplar todas
estas expectativas. Dicho Código establece normas que fijan los deberes de los profesionales en sus
relaciones con los clientes, en sus relaciones con otros colegas, con las instituciones que los emplean,
deberes de conducta profesional, en sus relaciones con la profesión y en sus relaciones con la socie-
dad en general. Para explicar la naturaleza de estas normas y el modo en que se concretan en crite-
rios para las situaciones problemáticas utilizaré las normas para las relaciones con los clientes, invi-
tando a los interesados a realizar una lectura atenta de la totalidad del Código (NASW, 1997).
La primera norma que regula los deberes de los profesionales hacia sus clientes establece cla-
ramente el carácter y los límites del compromiso con ellos:

La responsabilidad principal de los trabajadores sociales consiste en fomentar el bienes-


tar de los clientes. En general, los intereses de los clientes son prioritarios. Sin embar-
go, la responsabilidad de los trabajadores sociales hacia la sociedad en general o las
obligaciones jurídicas específicas pueden en ocasiones anular la lealtad debida a los
clientes y de esto se informará a los clientes. (...)[1.01]

Vemos en esta norma concretarse de una manera inequívoca el compromiso con el bien público del
trabajo social. En primer lugar, establece que el principal deber profesional es proporcionar el bien que
procura la profesión -aquí nombrado como bienestar, pero puede entenderse también como calidad de
vida en el contexto global de las apreciaciones que aparecen en el Código- a sus clientes. Dice luego
que tal deber será prioritario. Pero dice también que su prioridad se verá limitada por otro conjunto de
deberes: los deberes públicos. En particular, menciona los deberes de cumplimiento de las obligacio-
nes jurídicas que tenga el profesional y, en general, de los deberes de equidad hacia la sociedad.
Veamos ahora cómo expresa su compromiso con la autonomía de los clientes:

Los trabajadores sociales respetan y fomentan el derecho de los clientes a la autode-


terminación y asisten a los clientes en sus esfuerzos por identificar y clarificar sus obje-
tivos. Los trabajadores sociales pueden limitar el derecho del cliente a la autodetermi-
nación cuando, según el juicio del trabajador social, las acciones o acciones potenciales
del cliente presenten un grave, previsible e inminente riesgo para sí mismo o para otras

Trabajo Social Global. Revista de Investigaciones en Intervención Social. Vol. 1, nº 1. Junio 2010, 10-38
D. Salcedo / Los fundamentos normativos de las profesiones y los deberes de los trabajadores sociales 25

personas. [1.02]

De nuevo puede comprobarse cómo la norma ha recogido el compromiso con el valor de autonomía,
haciendo explícito al mismo tiempo el compromiso público de impedir perjuicios a terceros que pudie-
ran derivarse de la relación profesional. Conjuntamente, pues, estas dos normas expresan todo lo ne-
cesario para que la sociedad confíe y dé autoridad a los profesionales que así se comprometen.
El Código de Ética estadounidense establece además, para las relaciones de los profesionales
con los clientes, normas sobre el consentimiento informado (R. Faden, - T. L. Beauchamp, 1986; F. G.
Reamer, 1987); la capacidad profesional en la prestación de servicios; la sensibilidad hacia las diferen-
cias culturales, étnicas, de género, de minusvalía, etc.; la confidencialidad y el acceso de los clientes a
los informes profesionales; las relaciones sexuales con los clientes, etc. Se trata de un conjunto ex-
haustivo y muy bien articulado de normas que concreta en deberes aquéllos valores básicos del com-
promiso con el bien público del trabajo social, así como los principios que hemos mencionado en la
sección anterior. Ese conjunto de normas, a su vez, se desgrana en criterios para las situaciones parti-
culares, terminando de dar un perfil muy preciso a los deberes profesionales. Veamos ahora, a modo
de ilustración, algunos de estos criterios para el deber de confidencialidad.
En primer lugar, se establece que este deber profesional se deriva de un derecho moral del
cliente: el derecho a la intimidad [1.07(a)]. Menciono esto, porque en algunos textos parece sugerirse
que es el profesional el que tiene un derecho a guardar el secreto. Ello se debe a una confusión común
entre la regulación jurídica del deber moral de la confidencialidad -es decir, la regulación jurídica del
secreto profesional- y el propio deber profesional de la confidencialidad. Los profesionales tienen un
deber de guardar la confidencialidad de las informaciones reveladas por sus clientes durante la rela-
ción profesional, independientemente de que también estén regulados jurídicamente los términos de
este deber. Y lo tienen, porque sus clientes tienen el derecho moral -esté asimismo regulado jurídica-
mente o no- a exigir que la información que dan sea mantenida en secreto. De forma que la fuente de
su deber es un derecho moral de los clientes, no un derecho jurídico.
Decíamos al iniciar este capítulo que los criterios pueden determinar o bien la prioridad de un
deber sobre otro, cuando entran en conflicto; o bien, el ámbito de su aplicación. Veamos, en primer
lugar, un ejemplo de esto último:

Los trabajadores sociales protegerán la confidencialidad de toda información que ob-


tengan en el curso de un servicio profesional, excepto cuando se den razones podero-
sas (...) [1.07(c)]

Trabajo Social Global. Revista de Investigaciones en Intervención Social. Vol. 1, nº 1. Junio 2010, 10-38
26 Trabajo Social Global

Aquí se establece el deber de proteger lo que se conoce en el ámbito de las relaciones profesionales.
Pero, a continuación, se determina hasta dónde llega tal deber:

La expectativa general de que los trabajadores sociales mantendrán la confidencialidad


de la información no es válida cuando la revelación es necesaria para impedir un daño
grave, previsible e inminente a un cliente o a otra persona identificable, o cuando las le-
yes requieren la revelación sin el consentimiento del cliente, (...) [1.07(c)]

Vemos cómo el compromiso del trabajo social con los deberes públicos de protección de terceros y de
cumplimiento de las normas establece un límite que no puede traspasar el deber profesional de la con-
fidencialidad. Al llegar a ese límite, el trabajador social ya no puede seguir actuando en nombre de ese
deber hacia el cliente. Por lo demás, es de destacar que gracias a que tal cosa se deriva del compro-
miso con el bien público de la profesión, el propio Código determina que es un deber del profesional
informar al cliente que el deber de confidencialidad tiene tales límites y que las razones de que tenga
que actuar así se derivan de sus deberes públicos [1.07(d) y (e)]. Es, por tanto, una obligación del pro-
fesional el hacer comprender claramente al cliente el que la revelación de información no se debe ni a
razones misteriosas o inexpresadas ni mucho menos a un ejercicio arbitrario de su autoridad. Sólo se
puede esperar conseguir que se mantenga la expectativa de confianza del cliente si se actúa de tal
modo que éste pueda inferir claramente que está ante un profesional responsable.
Veamos ahora un ejemplo de cómo un criterio da la prioridad a un deber sobre otro en una si-
tuación de dilema moral:

Los trabajadores sociales no revelarán información identificativa cuando discutan sobre


los clientes con otros colegas a menos que el cliente haya consentido a la revelación de
la información confidencial o haya una necesidad importante de tal revelación. [1.07(q)]

El deber de confidencialidad va concretándose en deberes específicos que establecen que no se debe


hablar de asuntos confidenciales de los clientes en lugares en donde no se puede garantizar dicha
confidencialidad (el Código menciona "vestíbulos, salas de espera, ascensores y restaurantes"; pero
se podrían añadir algunos más); que no se debe divulgar información confidencial ante las preguntas
de los medios de comunicación; que se ha de vigilar el que no se revele información confidencial al
utilizar ordenadores o teléfonos, fotocopiadoras o contestadores telefónicos; que no puede darse in-
formación de quiénes son los clientes cuando se utilicen los casos para fines educativos y de forma-
ción. Pero, ¿y cuando se habla con otro trabajador social? La comunicación y el debate con otros co-

Trabajo Social Global. Revista de Investigaciones en Intervención Social. Vol. 1, nº 1. Junio 2010, 10-38
D. Salcedo / Los fundamentos normativos de las profesiones y los deberes de los trabajadores sociales 27

legas es un medio habitual por el que se llega a conocer mejor las exigencias de la profesión, a re-
flexionar sobre las propias actuaciones y, en algunos caos, a revisar los propios criterios. El Código
reconoce que los trabajadores sociales tienen el deber de hacer estas cosas. Pero, ¿y si el cumpli-
miento de tal deber exige el que se revele información confidencial del cliente? Pues bien, en estos
casos, lo que el criterio determina es que el deber de mantener la confidencialidad sobre la identidad
de los clientes tiene prioridad. Pero, ¿y si de lo que se trata es de que nuestro colega sospecha que
nuestros clientes tienen una relación con los suyos y de que tal conocimiento pudiera servirle a sus
fines profesionales? El criterio sigue siendo claro: se tiene el deber de mantener la confidencialidad, a
menos que las consecuencias de no hacerlo fueran graves. De este modo, los conflictos entre el deber
hacia los colegas y el deber de confidencialidad se resuelve dando clara prioridad -a menos que las
consecuencias de hacerlo fueran graves- al deber de confidencialidad.
La frase "A menos que las consecuencias de hacerlo fueran graves" significa que aún sigue
quedando un espacio para el juicio del profesional. En el extenso articulado de normas y criterios del
Código de Ética estadounidense se establecen muchos deberes de los trabajadores sociales. Sin em-
bargo, sería injusto esperar que el Código resolviera por anticipado todas las posibles situaciones difí-
ciles en las que pueden verse envueltos los profesionales. Hay un punto en que la enunciación de de-
beres ya no puede ir más allá y es en ese punto donde comienza la responsabilidad de cada trabaja-
dor social de realizar juicios que determinen qué debe hacer en cada caso. Esto conlleva la existencia
de un deber más: el deber de cada profesional de formar adecuadamente su capacidad de discerni-
miento. Para ello el Código de Ética pone a disposición de los profesionales un enunciado claro de
valores, principios, normas y criterios que pueden orientarles. Pero sólo orientarles. La última palabra
la tienen ellos y, en definitiva, "la conducta ética de los trabajadores sociales será el resultado de su
compromiso personal para emprender una práctica ética"(Del "Objetivo del código de ética" (NASW,
1997)).

Deberes profesionales, deberes institucionales y reforma social


Creo que ha ido quedando claro a lo largo de este artículo cómo el compromiso con el bien
público va moldeando las formas concretas en que se van presentando los deberes profesionales. Sin
embargo, este compromiso con el bien público tiene consecuencias para el trabajo social que no se
dan en otras profesiones. Veámoslo reparando en el hecho de que parece impensable la existencia de
un libro sobre práctica médica que contuviera un capítulo de denuncia del sistema sanitario o la de un
libro sobre la práctica de la abogacía que contuviera un capítulo sobre las deficiencias del sistema ju-
dicial. Sin embargo, tal cosa es bastante habitual entre los libros de trabajo social y, más bien, lo que

Trabajo Social Global. Revista de Investigaciones en Intervención Social. Vol. 1, nº 1. Junio 2010, 10-38
28 Trabajo Social Global

sería raro es que éstos no contuvieran algo así. Se debe precisamente al compromiso con el bien pú-
blico el que la profesión desde sus orígenes haya asumido como parte de su identidad el deber de
denunciar la injusticia y de promover la transformación de las estructuras sociales (M. Abramowitz,
1998). Eso nos indica que el compromiso con el bien público del trabajo social tiene una naturaleza
diferente de la que tiene el de las restantes profesiones.
Sin embargo, la naturaleza de ese compromiso pone en serios aprietos a los trabajadores so-
ciales en su ejercicio cotidiano. Deben cumplir y aplicar normas y políticas, y deben obedecer y repre-
sentar a instituciones, a sabiendas de que no son las mejores y, a veces, de que son claramente injus-
tas. Esto hace que las realidades profesionales sean vividas con mucha angustia y se conviertan en
una fuente de nihilismo. Estas realidades son también el origen no sólo en la práctica, sino también en
la teoría, de una especie de doctrina maniquea que pone del lado de las instituciones todo lo injusto, lo
inmoral y lo opresor, mientras que del lado de la profesión está toda justicia, moralidad y liberación.
Amparada por esta extraña doctrina, a veces se elabora una concepción de la identidad profesional
que, o bien, excluye cualquier idea de deber público de los profesionales; o bien, más frecuentemente,
parece autorizar a éstos a que, en caso de conflicto, den prioridad a los deberes profesionales sobre
los deberes públicos.
Mi opinión es que tal forma de concebir la identidad de la profesión es errónea, porque no con-
cuerda con el compromiso básico con el bien público que funda toda actividad profesional. Y que si se
siguiera consecuentemente hasta el final, terminaría debilitando la confianza y la autoridad que le con-
cede la opinión pública. Explicaré a continuación por qué creo que un fuerte sentido de los deberes
públicos fortalece el sentido de los deberes profesionales y permite que la profesión gane la autoridad
moral necesaria para denunciar la injusticia social en nombre de sus clientes. Pero, para hacerlo, ten-
dré primero que decir algo sobre la naturaleza especial que he mencionado que tiene el compromiso
con el bien público del trabajo social y que marca lo peculiar de su identidad profesional (D. Salcedo
Megales, 1998: c. V).
A lo largo de la historia del trabajo social, se han dado muchas discusiones sobre la especifici-
dad característica de la profesión y no parece que se haya llegado a un acuerdo, en particular entre
aquellos autores que toman como marco de referencia la sociología de las profesiones. La identidad
de los fenómenos humanos es un asunto normativo. De modo que ninguna descripción empírica pue-
de dar respuesta a una pregunta que se da en un ámbito que es esencialmente distinto -normativo,
aunque no estrictamente ético. Por consiguiente, para intentar encontrar una respuesta a la cuestión
de la identidad lo único que cabe hacer es lanzar alguna "hipótesis normativa", la cual habrá de ser
juzgada no por su carácter fáctico, sino por su cualidad de razonable y de aceptable para los miembros
de la profesión. Pues bien, mi hipótesis normativa es que lo específico del trabajo social hay que en-

Trabajo Social Global. Revista de Investigaciones en Intervención Social. Vol. 1, nº 1. Junio 2010, 10-38
D. Salcedo / Los fundamentos normativos de las profesiones y los deberes de los trabajadores sociales 29

contrarlo en el término "social", entendiendo que éste alude al mandato que recibe la profesión de la
sociedad y al compromiso que la profesión acepta de cumplir ese mandato (M. Horne, 1987).
En la historia de las sociedades humanas se ha ido configurando un interés y una responsabili-
dad por el bienestar de aquéllos de sus miembros a los que les va mal. Si no existieran tal interés y
responsabilidad, el trabajo social sería algo muy diferente a lo que ahora encontramos y se parecería
más a aquellas primeras asociaciones caritativas que aliviaban las penurias de las personas que no
tenían a nadie que se ocupara de ellas. Las sociedades actuales sienten que tienen la responsabilidad
de ocuparse de las personas que no pueden salir adelante por sí mismas; y el trabajo social ha surgido
como la profesión que se compromete a realizar esa responsabilidad social. De este modo el compro-
miso de la profesión con sus clientes es, ciertamente, un compromiso profesional; pero es un compro-
miso profesional que se deriva y se funda en un compromiso social más básico. Podríamos decir que
el compromiso de los trabajadores sociales con sus clientes es el centro de su actividad en razón de
que son agentes del compromiso de la sociedad hacia esas personas. De este modo, cuando la profe-
sión proclama su compromiso con el bien público en la provisión a sus clientes de bienestar, está
haciendo algo más de lo que hacen las restantes profesiones. Las demás solo proclaman que sus ser-
vicios se prestarán de modo que lleguen a todos los miembros de la sociedad y sin que se produzcan
perjuicios a otras personas o se violen las normas de la cooperación social. Pero cuando el trabajo
social se compromete con el bien público, además se está comprometiendo a actuar en nombre de la
sociedad y a realizar la responsabilidad que en el ámbito del bienestar ésta siente hacia sus miembros.
Esto equivale a decir que el compromiso con esa responsabilidad de la sociedad es constitutivo y defi-
nitorio de la especificidad del trabajo social y de ninguna otra profesión. Así, si imaginásemos una so-
ciedad que no se preocupase de los bienes que procuran las profesiones, todavía podríamos pensar
en enfermos en busca de médicos y en agraviados en busca de defensa legal. Pero sería difícil imagi-
nar trabajadores sociales ayudando a mejorar la calidad de vida de sus clientes. Si dejase de existir la
responsabilidad social hacia los que le va mal, la profesión dejaría de ser lo que es.
Ahora bien, en una sociedad democrática la responsabilidad social hacia el bienestar se con-
creta a través de instituciones, normativas y programas sociales. Dentro de esa estructura es donde la
profesión realiza su compromiso con aquélla responsabilidad social. Como toda estructura normativa,
ésta también es a la vez limitadora y posibilitadora. Su mera existencia limita lo que se puede hacer;
pero si no existiera, nada se podría hacer. En este sentido existe siempre en el ámbito general una
tensión entre lo que sería justo que se hiciera en términos de principios y lo que en realidad se hace.
Esta misma tensión es la que se traslada a la profesión que tiene que poner en práctica aquella res-
ponsabilidad social. Aquí encontramos, entonces, el origen de una divergencia de deberes. Por un
lado, todo lo que pueden hacer los trabajadores sociales por sus clientes es lo que les obligan sus de-

Trabajo Social Global. Revista de Investigaciones en Intervención Social. Vol. 1, nº 1. Junio 2010, 10-38
30 Trabajo Social Global

beres institucionales; por otro, ellos son conscientes de que deberían hacer algo más, o algo más efi-
caz, o algo más justo, si las instituciones realizaran de una forma más eficaz o más justa la responsa-
bilidad que la sociedad les encomienda hacia el bienestar de sus miembros (D. Salcedo Megales,
2001).
De aquí se sigue, en primer lugar, que a diferencia de lo que sucede en cualquier otra profe-
sión, en el trabajo social toda responsabilidad profesional sea primariamente una responsabilidad pú-
blica. Pero, en segundo lugar, que como tal responsabilidad pública, ésta contenga al mismo tiempo
dos conjuntos de deberes que, en algunas situaciones, pueden entrar en conflicto. El primero consiste
en la obligación de obedecer y representar a la estructura institucional en la que se ejerce la profesión.
De modo que, cuandoquiera que se dé un conflicto entre el deber de servir a los clientes y un deber
institucional, el dilema siempre habrá de resolverse siguiendo la regla de hacer prevalecer el deber
institucional que como agente público tiene el trabajador social. Pero, en segundo lugar, aquella res-
ponsabilidad pública también contiene el deber de resistirse, denunciar y contribuir a la transformación
de las estructuras institucionales que no realicen de una forma eficaz o justa la responsabilidad hacia
el bienestar de los miembros de la sociedad que tienen encomendada. Naturalmente, entre ambos
deberes se creará una tensión que si no somos capaces de manejarla con cuidado dará lugar a esa
angustia, nihilismo y maniqueísmo que mencionábamos al principio. Para que tal cosa no suceda, el
trabajador social ha de distinguir dos modos de actuación en los que cada uno de esos conjuntos de
deberes encuentran su lugar apropiado.
Ante sus clientes, el trabajador social es un representante de las instituciones, normas y políti-
cas que la sociedad, por los procedimientos habituales de una democracia, ha aprobado y establecido.
De forma que son ellas las que han de ser el fundamento de su actuación y han de constituir parte de
las razones que ha de dar a sus clientes de por qué actúa como actúa. Así es como realiza su respon-
sabilidad con el compromiso con el bien público que proclama su profesión. Pero, precisamente, por
ese mismo compromiso con el bien público, también es su deber presentar dentro de las instituciones
y ante la sociedad las deficiencias e injusticias de las instituciones, normas y políticas en que la res-
ponsabilidad social hacia el bienestar se han concretado, contribuyendo así a su mejora o transforma-
ción. Si se distinguen claramente ambos planos de actuación, el trabajador social no encontrará razo-
nes ni para defender que su actuación profesional tiene que dar prioridad a sus deberes profesionales
con sus clientes frente a los deberes institucionales que considera injustos; ni tampoco se sentirá an-
gustiado por tener que representar a instituciones en las que no cree. Por lo demás, puesto que ambos
conjuntos de deberes provienen del compromiso con un sentido de la responsabilidad que la sociedad
siente hacia sus miembros, el actuar con lealtad hacia las instituciones que ella ha establecido, le hará
ganar autoridad moral para mostrar la dirección en que esas instituciones deberían reformarse o trans-

Trabajo Social Global. Revista de Investigaciones en Intervención Social. Vol. 1, nº 1. Junio 2010, 10-38
D. Salcedo / Los fundamentos normativos de las profesiones y los deberes de los trabajadores sociales 31

formarse. Este es un modo -aunque no él único- en el que tener un fuerte sentido de la responsabilidad
pública contribuye a reforzar el cumplimiento de los deberes profesionales; y a hacerlo de un modo en
que ninguna otra concepción de la identidad profesional puede esperar realizarlo.

Conclusiones
En este artículo he ofrecido una estructura en la que aparecen claramente las relaciones entre
valores, principios, normas y criterios propios de la profesión del trabajo social. En ella han ido
ocupando un puesto cada uno de los deberes que tienen hoy día los profesionales. La comprensión de
dicha estructura indicaría que el fundamento normativo de dichos deberes se encuentra en algo que
supera a los propios profesionales, a saber, en la naturaleza de institución social de la profesión del
trabajo social y en su modo de legitimación en una sociedad democrática de las características de la
nuestra. Podríamos decir que es una identidad que reciben al comenzar su formación y que ellos
realizan, conservándola y modificándola, a lo largo de su vida laboral.
Según dicha estructura, los deberes fundamentales que los trabajadores sociales tienen son los
siguientes:

(1) El deber de ofrecer sus servicios a todos y a cada uno de los miembros de la sociedad sin
admisión de discriminaciones injustas.
(2) El deber de ofrecer sus servicios de acuerdo con los intereses de los clientes, teniendo
autoridad para rechazar intromisiones indebidas en nombre de dichos intereses.
(3) El deber de ofrecer sus servicios a sus clientes cuidando, al mismo tiempo, de que terceros
queden protegidos de daños que se pudieran derivar de los mismos y de que se respetan
las normas organizativas de la sociedad.

Todos estos deberes fundamentales provienen simplemente del hecho de que el trabajo social
es una institución social que ofrece sus servicios en una sociedad democrática. De la sociedad recibe
la autoridad para existir y realizar sus actividades en tanto que dicha sociedad legítimamente espera al
mismo tiempo que dichas actividades se realicen dentro de los límites que marca el compromiso con el
bien público, tal y como se expresa en los mencionados deberes. Pero ese núcleo esencial de deberes
el trabajo social lo comparte con el resto de las profesiones. Para empezar a establecer deberes espe-
cíficamente suyos tenemos que reparar en qué clase de “bien” particular produce su actividad.
En este trabajo hemos abandonado el lenguaje de las necesidades -en el que solía explicarse
el fin último de la profesión- y hemos adoptado el lenguaje de la calidad de vida. El concepto de

Trabajo Social Global. Revista de Investigaciones en Intervención Social. Vol. 1, nº 1. Junio 2010, 10-38
32 Trabajo Social Global

“calidad de vida”, en tanto que bien final de la actividad profesional, implica el reconocimiento de otros
dos deberes fundamentales:

(4) El deber de respetar la autonomía de los clientes


(5) El deber de promover el bienestar de los clientes.

Los deberes anteriores –del (1) al (5)- conforman el núcleo perenne de la identidad profesional
y no parece que puedan cambiar, a menos que se altere de una forma radical lo que se ha venido en-
tendiendo por trabajo social en los últimos 60 años. Por el contrario, el modo específico en que se los
ha intentado concretar ha estado sujeto al devenir de la historia de las sociedades democráticas y del
modo en que se ha concebido el trabajo social a lo largo de esa historia. De este modo, de las listas de
principios básicos que estaban pensadas para las metodologías propias del trabajo social de casos
hemos pasado a enunciados más genéricos y más dúctiles de principios propios de las metodologías
del trabajo social comunitario y de la gestión de casos, mejor adaptadas a los contextos actuales de
ejercicio de la profesión en sociedades definidas por su pluralismo. Los hemos enunciado del siguiente
modo:

(6) El deber de respetar los derechos de individuos, grupos y comunidades.


(7) El deber de promover la igualdad tanto en las relaciones profesionales como en las
relaciones institucionales con los clientes.
(8) El deber de defender a los clientes de la injusticia social y de aplicar con equidad las
normas sociales, así como de comprometerse con su reforma hacia horizontes de una
mayor justicia

Estos deberes ya conforman un “segundo nivel” de concreción frente a los deberes fundamen-
tales enunciados en (1)-(5). Pero la profesión ha sido capaz de darles un nivel mayor de especificidad
enunciado conjuntos de normas y criterios que orientan a los profesionales en su práctica cotidiana, al
mismo tiempo que dan una guía al público sobre qué conducta debe esperar de dichos profesionales.
Así las normas y criterios ofrecen un “tercer nivel” de deberes y donde es habitual encontrarlos es co-
mo parte del articulado de los “Códigos de ética profesional” o “Códigos deontológicos”.
En este trabajo he utilizado el Código de ética de la Asociación Norteamericana de Trabajado-
res Sociales para mostrar el modo en que se puede presentar honorablemente el compromiso público
de la profesión ante una sociedad democrática. En dicho Código se hallan enunciados de una manera
clara y fiable conjuntos de deberes que van dibujando relaciones que son en esencia morales con los

Trabajo Social Global. Revista de Investigaciones en Intervención Social. Vol. 1, nº 1. Junio 2010, 10-38
D. Salcedo / Los fundamentos normativos de las profesiones y los deberes de los trabajadores sociales 33

clientes, con las instituciones, con los colegas, con la sociedad, etc. Pero, ciertamente, como el propio
Código enuncia, por bien elaborado que esté, un Código de ética nunca sustituirá al juicio de profesio-
nal. La forma específica que adopte un deber en un caso concreto tendrá que determinarlo el propio
profesional implicado, ciertamente, con la ayuda del Código; pero, también, con la ayuda y el consejo
de otros colegas, con la ayuda de la propia experiencia y, naturalmente, con la ayuda de la propia re-
flexión moral. Este “último nivel” -que compromete existencialmente al propio profesional- indica que
los deberes recibidos nunca se harán realidad sin un compromiso firme del trabajador social con los
valores que su institución ha prometido públicamente defender ante la sociedad.
Para finalizar desearía señalar que esta estructura de deberes evidencia algo sumamente im-
portante para la concepción normativa de la identidad profesional. Muchas profesiones pueden presen-
tarse como instituciones útiles a la sociedad simplemente por su capacidad de contribuir a la consecu-
ción de los fines de sus clientes y a nadie se le ocurriría pedirles que además realizasen actividades en
favor de la reforma de la sociedad. Podríamos decir que, en ellas, el núcleo de las responsabilidades
profesionales agota cualquier otra forma de responsabilidad pública. Pero no es así en el caso del tra-
bajo social. Mi opinión es que gran parte de su peculiaridad se halla en que su núcleo normativo último
lo constituyen responsabilidades públicas de las que se derivan específicas responsabilidades profe-
sionales, responsabilidades con las instituciones sociales y responsabilidades de justicia social.
En este artículo he apelado a la naturaleza socialmente sancionada del trabajo social para ex-
plicar el modo en que el compromiso con el bien público que, en otras profesiones, se agota con el
enunciado de los deberes para con los clientes, en el trabajo social característicamente se ramifica en
ese conjunto diversificado de responsabilidades. Dada dicha diversidad, sería extraño que los deberes
que se siguen de tal conjunto de responsabilidades no fueran conflictivos y generasen dilemas difíciles
de resolver. Ello se manifiesta en la existencia de una tensión permanente en el corazón mismo de la
concepción que el trabajo social tiene de sí mismo, de su identidad y de su ejercicio. Otras profesiones
desconocen las angustias que dicha tensión produce. Pero eso no hace sino más admirables a unos
profesionales que han decidido avanzar por espacios sociales donde otros no se atreven.

Referencias bibliográficas
Abramovitz, M. (1998), "Trabajo social y transformación social: un teatro de confrontaciones", Cuader-
nos Andaluces de Bienestar Social, 6-7 (2000): 3-33.
Banks, S. (1995), Ética y valores en el trabajo social, Barcelona, Paidós, 1997.
Banks, S. (1998), "Professional Ethics in Social Work, What Future?", British Journal of Social Work,
28: 213-231.

Trabajo Social Global. Revista de Investigaciones en Intervención Social. Vol. 1, nº 1. Junio 2010, 10-38
34 Trabajo Social Global

Biehal, N. (1993), "Cambios en la práctica: participación, derechos y servicio social comunitario", en: D.
Salcedo (comp.), Los valores en la práctica del trabajo social, Madrid: Narcea-CABS, 1999.
Biestek, F. P. (1957), Las relaciones de "casework", Madrid: Aguilar 1966.
Braye, S. - PRESTON-SHOOT, M. (1995), Empowering Practice in Social Care, Buckingham: Open
University P..
Butrym, Z. (1976), The Nature of Social Work, London: Macmillan.
Clarke, J. (1996), "After Social Work?", en: N. Parton (comp.), Social Theory, Social Change and Social
Work, London - New York: Routledge.
Clarke, J. (1998), "Thriving on Chaos? Managerialisation and Social Welfare", en: J. Carter (comp.),
Postmodernity and the Fragmentation of Welfare, London - New York: Routledge.
Cnaan, R. A. (1994), "The New American Social Work Gospel: Case Management of the Chronically
Mentally Ill", British Journal of Social Work, 24: 533-557.
Cobo Suero, J. M. (2001), Ética Profesional en Ciencias Humanas y Sociales, Madrid: Huerga y Fierro.
Congress, E. P. (1999), Social Work Values and Ethics. Identifying and Resolving Professional Dilem-
mas, Chicago: Nelson-Hall.
Consejo General de Colegios Oficiales de Diplomados en trabajo social y asistentes sociales (1999),
Código Deontológico, Madrid: Edición del Consejo General de Colegios Oficiales de Diplomados
en Trabajo Social y Asistentes Sociales de España.
Corey, G. - Schneider Corey, M. - Callanan, P. (1998), Issues and Ethics in the Helping Professions,
Pacific Grove, Ca: Broks and Cole.
Davues, M. (19852), The Essential Social Worker, Aldershot: Ashgate-Wilwood House.
Dominelli, L. - McLEOD, E. (1989), Trabajo social feminista, Madrid: Cátedra, 1999.
Dominelli, L. (1996), "Deprofessionalizing Social Work: Anti-Oppressive Practice, Competencies and
Postmodernism", British Journal of Social Work, 26: 153-175.
Dominelli, L. (19972a), Anti-racist Social Work, London: Macmillan.
Dominelli,L. (1997b), Sociology for Social Work, London: Macmillan.
Dominelli, L. (1998), "Anti-oppressive practice in context", en: R. Adams - L. Dominelli - M. Payne
(comps.), Social Work: Themes, Issues and Critical Debates, 26: 153-175.
Emmet, D. (1962), "El asistente social y la ética", en: E. Younghusband (comp.) (1967), Trabajo social
y valores sociales, Madrid: Euramerica, 1971.
Faden, R. - BEAUCHAMP, T. L. (1986), A History an Theory of Informed Consent, New York: Oxford
U.P..
Fairbairn, G. (1985), "Responsibility in Social Work", en: D. Watson (comp.), A Code of Ethics for Social
Work. The Second Step, London: Routledge & K. Paul, 1985.

Trabajo Social Global. Revista de Investigaciones en Intervención Social. Vol. 1, nº 1. Junio 2010, 10-38
D. Salcedo / Los fundamentos normativos de las profesiones y los deberes de los trabajadores sociales 35

Gates, J. J. - Arons, B. S. (comps.) (2000), Privacy and Confidentiality in Mental Health Care , Balti-
more: P. H. Brooks.
Gowans, C. W. (1996), "Moral Theory, Moral Dilemmas and Moral Responsibility", en: H. E. Mason
(comp.), Moral Dilemmas and Moral Theory, New York: Oxford U. P., 1996.
Harris, J. (1999), "State Social Work and Social Citizenship in Britain: From Clientelism to Consumer-
ism", British Journal of Social Work, 29: 915-937.
Hollis, F. (1954), "Principios y supuestos en los que se basa la práctica del trabajo social", en: E.
Younghusband (comp.) (1967), Trabajo social y valores sociales, Madrid: Euramerica, 1971.
Hopkins, J. (1996), "Social Work through the Looking-glass", en: N. Parton (comp.), Social Theory, So-
cial Change and Social Work, London- New York: Routledge, 1996.
Horne, M. (1987) Values in Social Work, Aldershot: Wilwood House.
Howe, D. (1994), "Modernidad, postmodernidad y trabajo social", en: D. Salcedo (comp.), Los valores
en la práctica del trabajo social, Madrid: Narcea-CABS, 1999.
HOWE, D. (1996), "Surface and Depth in Social Work Practice", en: N. Parton (ed.), Social Theory,
Social Change and Social Work, London- New York: Routledge, 1996.
Hudson, A., ET AL. (1994), "Practising Feminist Approaches", en: C. Hanvey - T. Philpot (comps.),
Practising Social Work, London: Routledge, 1994.
Hugman, R. (1996), "Professionalization in social work: the challenge of diversity", International Social
Work, 39: 131-147.
Hugman, R. (1998), Social Welfare and Social Value, London: Macmillan.
Husband, C. (1995), "The morally active practitioner and the ethics of anti-racist social worker", en: R.
Hugman - D. Smith (comps.), Ethical Issues in Social Work, London: Routledge, 1995.
Indyk, D., et. al., (1993), "Una propuesta comunitaria para la gestión de casos de VIH: sistematizando
lo inmanejable", Cuadernos Andaluces de Bienestar Social, 1 (1997): 17-33.
Informe Barclay (1982), Trabajadores sociales: su papel y cometidos, Madrid: Narcea, 1992.
Koehn, D. (1994), The Ground of Professional Ethics, London: Routledge.
Leonard, P. (1996), "Tres discursos sobre la práctica: una revaluación postmoderna", Cuadernos An-
daluces de Bienestar Social, 3 (1998): 3-24.
Levy, C. S. (1993), Social Work Ethics on Line, New York: Haworth Press.
Linzer, N. (1999), Resolving Ethical Dilemmas in Social Work Practice, Boston: Allyn and Bacon.
Loewenberg, F. - Dolgoff, R. (19965), Ethical Decissions for Social Work Practice, Itasca, Illinois: F. E.
Peacock Pu..
Lucas, J. R. (1993), Responsibility, Oxford: Clarendon P..
Mann, K. (1998), "'One step beyond': Critical Social Policy in a 'Postmodern' Britain", en: J. Carter

Trabajo Social Global. Revista de Investigaciones en Intervención Social. Vol. 1, nº 1. Junio 2010, 10-38
36 Trabajo Social Global

(comp.), Postmodernity and the Fragmentation of Welfare, London - New York: Routledge.
Mason, H. E. (1996), "Responsibilities and Principles: Reflections on the Sources of Moral Dilemmas",
en: H. E. Mason (comp.), Moral Dilemmas and Moral Theory, New York: Oxford U. P., 1996.
McBeath, G. - Webb S (1991), "Social Work, Modernity and Post-modernity", Sociological Review, 39:
745-762.
McBesth, G. - Webb, S (1997), "Community Care: A Unity of State and Care? Some Political and Phi-
losophical Considerations", en: R. Hugman, et al. (comps.), Concepts of Care. Developments in
Health and Social Welfare, London: Arnold.
Mullard, M. - Spicker, P. (1998), Social Policy in a Changing Society, London: Routledge.
Nagel, TH. (1978), “La fragmentación del valor”, en: Th. Nagel, La muerte en cuestión, México: F.C.E.,
1981.
NASW (1997), "Código de ética de la Asociación Nacional de Trabajadores Sociales estadouniden-
ses", en: D. Salcedo (comp.), Los valores en la práctica del trabajo social, Madrid: Narcea-
CABS, 1999.
O'Brien, M. - Penna, S. (1998), "Oppositional postmodern theory and welfare analysis: anti-oppressive
practice in a postmodern frame", en: J. Carter (comp.), Postmodernity and the Fragmentation of
Welfare, London - New York: Routledge, 1998.
Oaborne, D. – Gaebler, T. (1992), La reinvención del gobierno. La influencia del espíritu empresarial en
el sector público, Barcelona: Paidós, 1994.
Parton, N. (1991), Governing the Family: Child Care, Child Protection and the State, London: Macmil-
lan.
Parton, N. (1994), "'Problematics of Government', (Post)Modernity and Social Work", British Journal of
Social Work, 24: 9-32.
Paiyne, M. (1985), "The Code of Ethics, the Social Work Manager and the Organisation", en: D. Wat-
son (comp.), A Code of Ethics for Social Work. The Second Step, London: Routledege & K.
Paul, 1985.
Perlman, H. H. (1957), El trabajo social individualizado, Madrid: Rialp, 1980.
Reamer, F. G. (1982), Ethical Dilemmas in Social Service, New York: Columbia U. P..
Reamer, F. G. (1987), "Informed Consent in Social Work", Social Work, 32 (5): 425-429.
Reamer, F. G. C. (1995), Social Work Values and Ethics, New York: Columbia U. P..
Robinson, W. - Cherrey Reeser, L. (2000), Ethical Decision Making in Social Work, Boston: Allyn and
Bacon.
Rojek, C - Peacock, G. - Collins, S. (1988), Social Work and Received Ideas, London: Routledge.
Rose, S. (comp.) (1992), Case Management and Social Work Practice, New York: Longman.

Trabajo Social Global. Revista de Investigaciones en Intervención Social. Vol. 1, nº 1. Junio 2010, 10-38
D. Salcedo / Los fundamentos normativos de las profesiones y los deberes de los trabajadores sociales 37

Rothman, J. C. (1998), From the Front Lines. Students Cases in Social Work Ethics, Boston: Allyn and
Bacon.
Rothman, J. - Sager, J. S. (1998), Case Management. Integrating Individual and Community Practice,
Boston: Allyn & Bacon.
Sands, R. - Nuccio, R. (1992), "Postmodern Feminist Theory and Social Work", Social Work, 37: 489-
494.
Smith, C. - White, S. (1997), "Parton, Howe and Postmodernity: A Critical Comment on Mistaken Iden-
tity", British Journal of Social Work, 27: 275-295.
Salcedo Megales, D. (1998), Autonomía y bienestar. La ética del trabajo social, Granada: Comares.
Salcedo Megales, D. (2000), "La evolución de los principios del trabajo social", Acciones e investiga-
ciones sociales, 11: 79-111.
Salcedo Megales, D. (2001)"La rebelión ética. Principios del trabajo social en el ámbito de la salud
mental", Trabajo Social y Salud, 40 (2001), págs. 15-42.
Salcedo Megales, D. (2002), "Deberes de confidencialidad e identidad del trabajo social", Servicios
Sociales y Política Social, 57: 43-56.
Salcedo Megales, D. (2004),"La ética del trabajo social y los valores de la postmodernidad", Cuader-
nos Andaluces de Bienestar Social, 11-12: 113-142.
Salcedo Megales, D. (2006), "Los Sennett y la naturaleza de la relación profesional del trabajo social",
Documentos de Trabajo Social, 38: 93-104.
Schmidtz, D. – GOODIN, R. E. (1998), El bienestar social y la responsabilidad individual, Madrid:
Cambridge U. P., 2000.
Shön, D. A. (1983), El profesional reflexivo. Cómo piensan los profesionales cuando actúan, Barcelo-
na: Paidós, 1998.
Thompson, N. (19972), Antidiscriminatory Practice, London: Macmillan.
Thompson, N. (1998), Promoting Equality, London: Macmillan.
Thompson, N. (2000), Understanding Social Work, London: Macmillan.
Thompson, N. (1983), Social Work Values. An Inquiry, London: Routledge & K. Paul.
Trainor, B. T. (2000), "The Challenge of Postmodernism to the Human Service Professions", Journal of
Applied Philosophy, 17(1): 81-92.
Vanstone, M. (1995), "Managerialism and the ethics of management", en: R. Hugman - D. Smith
(comps.), Ethical Issues in Social Work, London: Routledge, 1995.
Watson, D. (comp.) (1985), A Code of Ethics for Social Work. The Second Step, London: Routledge &
K. Paul, 1985.
Williams, C. (1999), "Connecting Anti-racist and Anti-oppressive Theory and Practice: Retrenchment or

Trabajo Social Global. Revista de Investigaciones en Intervención Social. Vol. 1, nº 1. Junio 2010, 10-38
38 Trabajo Social Global

Reappraisal?", British Journal of Social Work, 29: 211-230.


Wilson, A. - Beresford, P. (2000), "'Anti-oppressive Practice': Emancipation or Appropriation?", British
Journal of Social Work, 30: 553-573.
Whiteley, C. H. (1952-53), “De los deberes”, en: J. Feinberg (comp.), Conceptos morales, México: F. C.
E., 1985.

Damián Salcedo Megales fue durante más de veinte años profesor de ética del trabajo social en la
Escuela Universitaria de Trabajo Social de la Universidad de Granada, de la que es Catedrático en
excedencia. Actualmente es Profesor Titular de Filosofía Moral en la Facultad de Filosofía de la Uni-
versidad Complutense de Madrid. Entre sus obras se encuentra Elección social y desigualdad econó-
mica (Ed. Anthropos), Autonomía y bienestar. La ética del trabajo social, (Editorial Comares), la compi-
lación Los valores en la práctica del trabajo social (Narcea-CABS) y, con J. Barragán, Las razones de
los demás. La filosofía social de John C. Harsanyi, (Biblioteca Nueva). Es miembro del equipo de in-
vestigación que dirige Maria Jesús Úriz Pemán en el proyecto "Dilemas éticos en la intervención social.
La perspectiva de los trabajadores sociales en España” (FFI2008-05546/FISO).

Dirección de contacto:
dsalcedo@filos.ucm.es.

Trabajo Social Global. Revista de Investigaciones en Intervención Social. Vol. 1, nº 1. Junio 2010, 10-38
IV. A modo de síntesis final:
qué es la exclusión social
y cómo la podemos afrontar

En este capítulo final, y como propuesta de síntesis, trataremos de


responder a las preguntas esenciales que rodean el concepto de exclusión
social y su aplicación al caso europeo y español. Para acabar, proponemos
algunas líneas básicas y esquemáticas sobre las que sería posible construir
políticas públicas de respuesta desde las distintas esferas de gobierno y des-
de la iniciativa social solidaria, y que probablemente precisarían de un
mayor desarrollo en publicaciones futuras.

4.1. ¿Qué es la exclusión social?


Como hemos visto, con el término de exclusión social se quiere des-
cribir una situación concreta, resultado de un proceso creciente de descone-
xión, de pérdida de vínculos personales y sociales, que hacen que le sea
muy difícil a una persona o a un colectivo el acceso a las oportunidades y
recursos de que dispone la propia sociedad. Un conjunto de factores, de
combinaciones y solapamiento de causas, de pequeños y grandes fracasos,
de conflictos y carencias que ha podido conducir a ello. Estamos pues
hablando de proceso. No de algo derivado del lugar donde se nace, de la
edad que uno tiene, o fruto del poco o mucho dinero que se posea.
La exclusión social hace, además, que las personas se sientan al mar-
gen a pesar de estar ahí; que no se sientan plenamente ciudadanos aun a
pesar de tener sus papeles o documentos oficiales en el bolsillo; que se sien-

P O B RE Z A Y EX C LU SIÓ N S O CIAL. U N A N ÁLISIS D E LA RE ALIDAD E SPA Ñ O LA Y E UR O P E A ■ 137


tan desamparados u olvidados por la sociedad: sin filiación ni vínculos. Sin
embargo, la exclusión social no es una situación estática e inamovible sufri-
da por los segmentos de población menos favorecidos. La sensación de vul-
nerabilidad aparece y se expande con más fuerza que nunca al conjunto de
la población debido a la creciente precariedad en las condiciones de traba-
jo, la degradación o debilidad de los lazos familiares y comunitarios, las
dificultades de acceso a la vivienda y las deficientes condiciones de habita-
bilidad de muchos edificios e incluso barrios. Así, los más jóvenes topan
con grandes obstáculos para encontrar un trabajo estable, mientras los de
mayor edad malviven con una pensión de subsistencia, sin conocidos o
familiares a los que recurrir. Ciertamente, no hay un proceso de exclusión
idéntico a otro, aunque en todos ellos se repiten muchos factores, muchas
situaciones y muchas carencias en los servicios que hipotéticamente debe-
rían afrontarlos.
Por lo tanto, cuando hablamos de exclusión social, queremos refle-
jar una manera distinta de describir los problemas de siempre, que parte del
intento de conceptualizar las nuevas formas de desigualdad y desajuste
social que se escapan de los parámetros o definiciones convencionales. Ello
puede parecer contradictorio, pero en esa ambivalencia de novedad y conti-
nuidad que ofrece el concepto de exclusión, reside precisamente su interés
y su creciente uso por parte de analistas y operadores políticos. En la histo-
ria de las desigualdades sociales, el actual es tan sólo un momento más con
sus peculiaridades y especificidades que, en su versión postindustrial y glo-
balizada, sigue alimentando continuamente esa problemática con nuevas
formas de fractura de la integración y la cohesión social. Fracturas que
toman forma en la falta de conexión entre trabajo y utilidad social, en la
carencia de un tejido social que se sienta corresponsable de lo que ocurre en
cada ámbito, y en la inexistencia de mecanismos adecuados de diagnosis e
intervención que permitan mejorar la situación presente.

4.2. ¿En qué se diferencia de la pobreza?


Como acabamos de comentar, detrás de las situaciones de exclu-
sión social es muy frecuente encontrar la falta de recursos económicos,

138 ■ A M O D O D E SÍNTE SIS FIN AL: Q U É E S LA EX C LU SIÓ N S O CIAL Y C Ó M O LA P O D E M O S A F R O NTAR


aunque no es éste, muchas veces, el elemento determinante que ha gene-
rado o genera la desconexión, la desvinculación social. Nuestras socieda-
des se han ido haciendo complejas, menos ordenadas y estructuradas
socialmente. De algún modo, para determinados segmentos de la clase
trabajadora es más fácil ahora que antes escalar en la pirámide de posi-
ciones sociales, o cambiar en pocos años situaciones de carencia o de fal-
ta de recursos económicos que se habían prolongado por generaciones.
Pero también es cierto lo contrario, es decir, que personas o grupos socia-
les que tradicionalmente habían gozado de buenas condiciones de vida, o
que por estudios y puesto de trabajo se sentían muy seguros en su posi-
ción, vean ahora crecer las sensaciones de incertidumbre, de vulnerabili-
dad, o entren coyuntural o estructuralmente en situaciones de exclusión y
de falta de recursos para sobrevivir dignamente. A su vez, esas nuevas
incertidumbres y dinámicas de exclusión se abren todavía más en relación
al alargamiento de los ciclos vitales, y las situaciones de dependencia que
se generan en edades avanzadas. Asimismo, también surgen de los gran-
des movimientos migratorios que afectan a muchísimos países y que
generan situaciones de precariedad en las condiciones de ciudadanía más
allá de las concretas condiciones de formación o incluso de recursos eco-
nómicos de que se disponga.
Así pues, no toda exclusión social deriva de la falta de recursos
económicos, aunque siga siendo cierto que toda persona que sufra una
situación de pobreza presenta muchas más posibilidades de caer en una
espiral de desconexiones y déficits de ciudadanía que una persona cuya
situación económica sea desahogada. En este sentido, el término exclu-
sión social resulta útil para expresar un conjunto pluriforme de situacio-
nes de carencia económica, relacional, habitacional, administrativa, etc.
que son cada vez más habituales en nuestras sociedades, y que nos hablan
de recuperar un sentido integral de la humanidad, de la condición de per-
sona, de ciudadano. Así pues, con el concepto de exclusión social quere-
mos abarcar y recoger aspectos de desigualdad propios de la esfera eco-
nómica, pero también de muchas otras que pueden ser tan o más
importantes que ésta en la determinación de los procesos de exclusión
observados.

P O B RE Z A Y EX C LU SIÓ N S O CIAL. U N A N ÁLISIS D E LA RE ALIDAD E SPA Ñ O LA Y E UR O P E A ■ 139


4.3. ¿Qué factores provocan exclusión?
Por todo lo que hemos venido diciendo, se entiende que no existe un
nexo causal único entre una situación de exclusión social y un factor des-
encadenante específico. Hemos ya argumentado que la falta de recursos
económicos, la pobreza o la absoluta dependencia de la ayuda oficial, no
pueden considerarse como elemento explicativo único de la vulnerabilidad
y la exclusión social, aunque, como hemos admitido, sigue siendo un factor
esencial y muchas veces determinante.
Muy cerca de la falta o insuficiencia de los recursos económicos
encontramos los problemas derivados de la mejor o peor conexión con el
mercado de trabajo. En este campo muchas veces se alude a la falta de
«empleabilidad» de determinadas personas entendiendo así que su falta de
empleo se debe exclusivamente a ellos mismos y sus propias características
ante el mercado de trabajo. En estos casos se termina por considerar que la
labor de instituciones y profesionales es «convertirlos» en individuos
empleables; es decir, amoldándolos a las exigencias que el mercado impon-
ga en cada momento. En una gran parte de las veces estos procedimientos
solamente sirven para transformar un desempleado en un trabajador en pre-
cario endémico, que va transitando de parado a precario y vuelta a empezar,
cronificando situaciones de vulnerabilidad que finalmente generarán perso-
nas excluidas y dependientes.
Por otro lado, los problemas de calificación educativa, el bajo domi-
nio de la lengua, la falta de experiencia, el exceso de edad, la edad fértil en
las mujeres, las situaciones de discapacidad parcial o cualquier combina-
ción de éstos u otros elementos, acaban simplemente convirtiendo en una
aventura heroica el encontrar un trabajo con unas mínimas condiciones de
dignidad y estabilidad. Si a esa situación se añaden otros factores de los que
aquí comentamos, los riesgos de exclusión se multiplican.
Es asimismo evidente que las condiciones de salud y la capacidad de
acceso a los recursos sociosanitarios (no siempre fáciles para ciertas dolencias
crónicas o difícilmente reversibles) generan asimismo situaciones y riesgos de
desvinculación, desconexión y rechazo social muy claros. Igualmente, el
acceso y las condiciones de la vivienda, junto con el entorno en que se habi-

140 ■ A M O D O D E SÍNTE SIS FIN AL: Q U É E S LA EX C LU SIÓ N S O CIAL Y C Ó M O LA P O D E M O S A F R O NTAR


ta han estado, y son cada vez más, elementos críticos para explicar la exis-
tencia de situaciones, colectivos o personas que van quedando fuera de los
flujos de interrelación social habitual. Edificios, barrios o incluso ciudades se
etiquetan como entornos peligrosos, irresolubles y ello, en una espiral temi-
ble, multiplica esos mismos factores, estigmatizando a las personas que habi-
ten en ellos, sean o no protagonistas de los sucesos que se atribuyen al con-
junto. Por muy distintos que sean los factores y las razones, lo cierto es que
muchas veces esa misma situación de «estar fuera» se siente y se percibe tam-
bién en las áreas rurales aisladas y con bajísimos niveles de población.
Al margen o junto a estas situaciones más o menos objetivas, es
importante resaltar la importancia de los factores relacionales en los temas
de exclusión y vulnerabilidad social. Así, las personas que han perdido refe-
rentes familiares, que han visto cortados sus lazos vecinales y/o sociales, y
que por tanto se sienten y viven aisladas, concentran muchos riesgos de
exclusión. Además, esa misma situación hace muy difícil su «recuperación»
social, ya que no tienen en qué o en quienes fundamentar su trayectoria de
inclusión. En este sentido, la dependencia institucional no es para nada una
solución definitiva a problemas que son de fondo.
No podemos dejar de mencionar los aspectos de participación social
y política como un último factor de exclusión a destacar. Y ello es especial-
mente significativo en el caso de los inmigrados o las personas recluidas
como situaciones más extremas, pero no únicas en la medida en que se tra-
ta de un fenómeno que se autoalimenta con la presencia más o menos fuer-
te del resto de factores considerados. Un simple análisis que relacione situa-
ciones de paro, bajo nivel formativo, pobreza, degradación urbanística o de
vivienda, y porcentajes de participación política, nos sorprendería muy pro-
bablemente por la contundencia de la correlación que hallaríamos entre
dichos extremos.
Por todo ello insistimos, una vez más, en que no conviene aislar unos
factores de otros como de hecho se hace muchas veces al tratar de responder
con instrumentos sectoriales a situaciones complejas e interrelacionadas. La
riqueza y la dificultad del concepto de exclusión, viene precisamente de ese
entrecruzamiento de miradas y factores.

P O B RE Z A Y EX C LU SIÓ N S O CIAL. U N A N ÁLISIS D E LA RE ALIDAD E SPA Ñ O LA Y E UR O P E A ■ 141


4.4. ¿Hay personas o colectivos más vulnerables?
Junto con los factores que acabamos de reseñar de manera breve,
hemos de señalar que existen una serie de circunstancias que acaban provo-
cando mayores niveles de vulnerabilidad y de intensidad en las situaciones
de exclusión. Nos referimos a elementos como el género, la edad o la etnia
o el origen de las personas afectadas.
Son muy numerosos los estudios que demuestran algo que pode-
mos observar en nuestra realidad más cercana y que después comentare-
mos más en concreto. Las mujeres presentan índices de vulnerabilidad y
de exclusión social más elevados que los hombres en casi todas las cate-
gorías o tipologías que podamos construir (véase capítulo III). Ello se
debe, por un lado, a la persistencia de tradiciones bien conocidas que las
han apartado de los recursos formativos durante generaciones, asignándo-
les en exclusiva la responsabilidad sobre las tareas domésticas y familia-
res no valoradas por el mercado, o situándolas en los escalones más bajos
en cuanto a las condiciones de trabajo. Por otro lado, en las circunstancias
actuales en que muchos países de nuestro entorno poseen niveles forma-
tivos muy similares entre hombres y mujeres, no se ha experimentado una
mejora en la igualdad en el acceso y la permanencia en el mercado de tra-
bajo. Así, siguen existiendo múltiples factores que penalizan las mujeres
en su condiciones laborales, en la minusvaloración de las labores cuida-
doras que desempeñan, en la proliferación de violencia doméstica o en el
acceso a prestaciones asistenciales en condiciones que respeten su auto-
nomía. Así, entre los colectivos que padecen exclusión del mercado labo-
ral (amas de casa, desempleados y discapacitados), las amas de casa
representan casi un 40% del total.
La edad es asimismo un factor central en las trayectorias de exclu-
sión. Y lo es tanto por defecto como por exceso. Los jóvenes encuentran
numerosísimas dificultades para acceder a un trabajo en condiciones esta-
bles, disponer de vivienda, contar con espacios de relación propios, o cana-
lizar sus ansias de participación al margen de los cauces institucionales. En
definitiva, para emanciparse y ser ellos mismos. Y ello genera muchísimas
situaciones de vulnerabilidad y de exclusión, que pueden multiplicarse por

142 ■ A M O D O D E SÍNTE SIS FIN AL: Q U É E S LA EX C LU SIÓ N S O CIAL Y C Ó M O LA P O D E M O S A F R O NTAR


la facilidad con que ello deriva en automarginación, conductas insalubres o
asociales, en una espiral bien conocida.
Pero, con características bien distintas, en el otro extremo de la esca-
la vital, en el mundo de las personas mayores, la edad multiplica también
los riesgos y las exclusiones. En esta circunstancia destaca, más que en
cualquier otra, la presencia masculina. No es necesario insistir demasiado
en ello cuando al lado de las noticias sobre el alargamiento constate de la
esperanza de vida, topamos cada día con múltiples ejemplos de condiciones
sanitarias precarias, de hábitat deteriorados, de movilidad reducida, de falta
de autonomía personal, de dificultades o conflictos en las relaciones socia-
les, familiares y humanas, o de institucionalización deficiente.
Tampoco podemos dejar de mencionar los temas de origen o de dife-
renciación étnica como un factor cada vez más presente en nuestras socie-
dades, y que explica muchas de las dramáticas noticias que pueblan los
medios de comunicación, mostrando condiciones de vida patéticas, explo-
tación laboral, riesgos innumerables para acceder a nuestras costas o cons-
tantes conflictos derivados de la falta de regularización de sus condiciones
de estancia. Pero más allá del dramatismo mediático también sabemos coti-
dianamente de las dificultades de conseguir vivienda, del hacinamiento en
las mismas, de la guetificación de ciertos entornos, de brotes de racismo
más explícitos o implícitos, etc.

4.5. ¿Se puede combatir la exclusión social


o es algo inevitable?
La exclusión no es algo inevitable. Ni tampoco algo consustancial y
escrito en las nuevas formas de desarrollo económico. Es un fenómeno
«politizable», es decir, sujeto a respuesta desde las instituciones públicas y
desde la capacidad de reacción de la sociedad civil. ¿Por qué creemos que
es importante hacer hincapié en todo esto? En otros momentos históricos,
por ejemplo en las etapas centrales de la sociedad industrial, el colectivo
sometido a relaciones de desigualdad y subordinación había adquirido con-
ciencia de su situación y, por tanto, capacidad de autoorganización social y
política. Se había convertido en agente portador de un modelo alternativo,

P O B RE Z A Y EX C LU SIÓ N S O CIAL. U N A N ÁLISIS D E LA RE ALIDAD E SPA Ñ O LA Y E UR O P E A ■ 143


con potencial de superación de las relaciones de desigualdad vigentes. Ello
no pasa con la exclusión. Hoy los colectivos y personas marginadas no con-
forman ningún sujeto homogéneo y articulado de cambio visible, y con
capacidad de superación de la exclusión. De ahí que sea mucho más com-
plicado generar procesos de movilización y definir en qué consiste una
práctica autónoma y superadora de la exclusión. De ahí también que a
menudo se cuestione la posibilidad de «hacer algo» de carácter emancipa-
torio en relación con la exclusión. Y se imponga con facilidad, en cambio,
una cierta perspectiva cultural que lleva a considerar la exclusión como algo
inherente a las sociedades avanzadas y a sus nuevas formas de desarrollo.
De hecho, la Unión Europea parece no aceptar esa resignación, y
pretende recoger ese reto en la cumbre de Lisboa del año 2000, cuando pro-
clama que no puede haber construcción de Europa sin capacidad competiti-
va del conjunto de países de la Unión, pero tampoco sin capacidad de luchar
por la cohesión social. Y de hecho, en cada sociedad concreta, las media-
ciones políticas y colectivas que se logren articular sobre la exclusión, aca-
barán convirtiéndose en uno de los factores explicativos clave de cual es la
«salud» de cada país en relación con la cohesión social.

4.6. ¿Qué son los Planes Nacionales


de Inclusión Social?
Como hemos mencionado, la iniciativa de la Unión Europea del año
2000 se traslada a los países miembros, que de forma complementaria a sus
propias políticas diseñan y aprueban unos Planes Nacionales de Acción que
muestren de forma integrada sus respuestas a los retos de la cohesión social.
Desde la cumbre de Lisboa se llevan aprobados dos planes en cada país de
los 15 de la Unión Europea, y se ha ido siguiendo un proceso de conver-
gencia entre los mismos y las iniciativas de la Comisión, siguiendo el méto-
do abierto de coordinación. Las recomendaciones de la UE apuntaban a que
la problemática de la pobreza y la exclusión social debía estar inscrita en el
conjunto de ámbitos políticos. Al mismo tiempo se recomendaba que se
reconociera la importancia de la dimensión local y regional, y que se avan-
zara en un enfoque integrado y estratégico, que incluyera una perspectiva
transversal que se consideraba esencial para afrontar las situaciones de

144 ■ A M O D O D E SÍNTE SIS FIN AL: Q U É E S LA EX C LU SIÓ N S O CIAL Y C Ó M O LA P O D E M O S A F R O NTAR


exclusión. Se insistía en que se tenían que definir y desarrollar respuestas
políticas para ayudar a las personas más marginadas y excluidas, integran-
do mejor los ámbitos de la salud o la cultura en los restantes ámbitos de
actuación. La UE insistió también en que los Planes Nacionales de Acción
incorporaran la dimensión de igualdad entre las mujeres y los hombres en
cada etapa de los planes, en la definición de los retos, en la elaboración,
aplicación y evaluación de las políticas, en la selección de indicadores y
objetivos y en la participación de los interesados.
Los objetivos que marcó la estructura de los Planes Nacionales de
Acción impulsados desde la Unión Europea fueron los de acceso al empleo
y recursos, derechos, bienes y servicios de todos los ciudadanos; la preven-
ción de los riesgos de exclusión; la actuación a favor de los más vulnerables
y la movilización de todos los agentes sociales en todos los ámbitos y pro-
puestas de cada Plan.
En estos momentos estamos en pleno proceso de implementación y
seguimiento de los quince planes aprobados por otros tantos países de la
Unión Europea en el año 2003, con vigencia hasta el 2005, que representan
la segunda oleada de planes desde la cumbre de Lisboa.

4.7. ¿Ocurre lo mismo en toda Europa?


El análisis del conjunto de Planes Nacionales de Acción, refleja que
tanto los conceptos que se utilizan para definir la exclusión social, como las
líneas de respuesta que se apuntan son muy distintas de país a país. Por ello,
no nos puede extrañar que el resultado final sea un conjunto de planes que
si bien se nos presentan con formatos semejantes y dentro de una misma
perspectiva europea, en realidad son sustancialmente diferentes tanto a nivel
cuantitativo como cualitativo.
Si los analizamos desde un punto cualitativo, lo cierto es que no hay
muchas diferencias sobre los colectivos o sobre los ámbitos en los que se pre-
tende actuar. Las diferencias surgen cuando examinamos su nivel de concre-
ción y el grado de transversalidad de las medidas que proponen. Y es signi-
ficativo reseñar que las tradiciones de políticas de bienestar de cada país, sus
distintos y bien conocidos puntos de partida y sus niveles de gasto social,

P O B RE Z A Y EX C LU SIÓ N S O CIAL. U N A N ÁLISIS D E LA RE ALIDAD E SPA Ñ O LA Y E UR O P E A ■ 145


poco nos indican en relación con la «calidad» intrínseca de los planes pre-
sentados. Lo cual apunta a que estamos tratando de un tema relativamente
nuevo, sobre el que los estados, al margen de su trayectoria histórica, no dis-
ponen de mucha experiencia acumulada, lo que permite que países de incor-
poración tardía a las políticas de bienestar, presenten planes de relativo cala-
do, mientras que países con políticas de bienestar bien enraizadas, aparezcan
con deficiencias significativas en sus planteamientos.
No hemos de olvidar que hasta principios de los años ochenta, los
países avanzados presentaban estructuras sociales relativamente homogéneas
cruzadas por una lógica de estratificación muy clásica. Ello había compor-
tado la consolidación histórica de un patrón de necesidades sociales unifor-
mes, concentradas en determinados estratos, derivadas de la incapacidad del
acceso a algunos bienes básicos, debido a rentas salariales insuficientes o
falta coyuntural de trabajo. A esta configuración de necesidades, el modelo
clásico de bienestar respondía con una oferta centralizada y estandarizada de
servicios y transferencias, articulada básicamente en torno a sistemas nacio-
nales de salud y a mecanismos de seguro social. Ahora, cuando los factores
antes analizados han generado la nueva polarización inclusión/exclusión,
que se superpone al eje clásico de desigualdad vertical, el problema es que
ninguno de los regímenes de bienestar europeos se encuentra bien equipado
para enfrentar el problema de la exclusión social. Un ejemplo de esta situa-
ción lo encontramos en la falta de integralidad (sólo un 3,4% de las medidas
abarcan más de tres ámbitos de exclusión) del conjunto de acciones pro-
puestas. En estos años se han tratado de hacer cosas en toda Europa frente a
estos retos. Y los Planes Nacionales de Acción son un ejemplo de las poten-
cialidades, pero también de las complejidades y límites de lo que hasta aho-
ra se ha hecho y se sigue haciendo.

4.8. ¿Qué características tiene la exclusión


social en España?
El análisis que hemos realizado de la situación en España nos seña-
la y confirma algunos de los elementos conceptuales o analíticos que hemos
venido utilizando en este volumen. Si nos fijamos en las características per-

146 ■ A M O D O D E SÍNTE SIS FIN AL: Q U É E S LA EX C LU SIÓ N S O CIAL Y C Ó M O LA P O D E M O S A F R O NTAR


sonales de los sujetos más vulnerables, veremos que las personas que pade-
cen más frecuentemente situaciones de desvinculación o exclusión social,
son las mujeres, los ancianos y los hogares de mayores de 65 años sin hijos.
Estos tres colectivos poseen un lugar destacado en los análisis realizados
sobre la incidencia de cada uno de los factores de exclusión, siendo los que
aparecen con mayor frecuencia como principales afectados. Así, acostum-
bran a representar más de la mitad de individuos que se aglutinan en cada
uno de los seis grupos hallados. En cambio, las personas que relativamente
presentan una menor concentración de factores de vulnerabilidad serían los
hombres, las personas comprendidas entre los 16 y 44 años y los hogares
compuestos por adultos con uno o más niños.
Si tratamos de ver de manera diferenciada cada uno de los factores
de exclusión y sus relaciones con las 10.262 personas de la muestra que
hemos utilizado para nuestro análisis, podremos ver cómo las mujeres jóve-
nes se ven mucho más afectadas que los hombres por situaciones de de-
sempleo sin protección alguna. En cambio, más adelante, al trabajar como
«amas de casa», o realizar trabajos domésticos irregulares e informales, su
visibilidad como colectivo «desconectado» es menor, aunque no su grado
de vulnerabilidad, tanto en lo referente al tema del desempleo como a aspec-
tos como la enfermedad o discapacidad. A pesar de ello, los factores que
recaen con mayor fuerza sobre el colectivo femenino de edades diversas son
la pobreza severa, casi siempre derivada de la dedicación en exclusiva al tra-
bajo doméstico y familiar, y la acumulación de factores de dificultad eco-
nómica del hogar, precariedad laboral y sobrecarga doméstica. Estos son
elementos que aglutinan muchos hogares monomarentales que se hallan en
situaciones de vulnerabilidad social extremadamente frágiles.
Por su parte, los hombres solamente ven claramente agravada su
situación cuando alcanzan edades más avanzadas, y van perdiendo relacio-
nes mientras incrementan su condición de dependientes. En muchos casos,
el hecho de vivir solos y/o de ser extranjeros lleva a un agravamiento rápi-
do de situaciones de vulnerabilidad sostenidas hasta el momento.
Si nos referimos a la situación general, confirmaríamos para el caso
español que la exclusión social, en sus distintos componentes y factores

P O B RE Z A Y EX C LU SIÓ N S O CIAL. U N A N ÁLISIS D E LA RE ALIDAD E SPA Ñ O LA Y E UR O P E A ■ 147


desencadenantes, no debería analizarse sin tener en consideración cómo
afecta el género, la edad y la procedencia geográfica sobre la intensidad y
presencia de unos u otros factores. Y a ello nos hemos referido en multitud
de ocasiones en esta investigación.
Si vamos más allá de los factores personales, y queremos trazar
algunos perfiles de los colectivos de la población española más vulnerables,
veremos que el campo laboral sigue resultando muy determinante (la mitad
de los grupos de vulnerabilidad hallados se refieren a factores de tipo labo-
ral). Sea porque no se logra entrar en el mismo, sea porque no se logra esta-
bilidad alguna, sea porque sin trabajo no hay prestaciones sociales seguras.
Y más allá de ello la ancianidad y la pobreza son rasgos colectivos muy cla-
ros. Y una vez más, género, edad o procedencia siguen siendo determinan-
tes a la hora de explicar situaciones y carencias. No podemos dejar de rese-
ñar el enorme peso que la tradición industrial otorgó al hecho de trabajar
como pasaporte a las prestaciones derivadas de las políticas sociales. Si no
dispones de buena formación, si tus condiciones de salud están deterioradas
o no tienes experiencia laboral acreditada (y en ella no sirve el trabajar
horas y horas en labores cuidadoras o domésticas), tus riesgos de exclusión
aumentan exponencialmente. Y si no hablamos de trabajo, entonces la sole-
dad o el analfabetismo son muy relevantes en el desencadenamiento de
riesgos y situaciones de exclusión. Así, un 35% de la población vulnerable
analizada se inscribe en el colectivo que hemos llamado de «inclusión social
precaria» (véase cuadro 3.6).
De lo visto hasta ahora, surge una fotografía aún borrosa, pero sig-
nificativa de la exclusión social en España. Fotografía en la que podemos
distinguir claramente el perfil de las mujeres cuyo trabajo en el ámbito de
lo doméstico no es reconocido, de jóvenes con trayectorias muy frágiles
de inserción laboral, de ancianos con problemas de soledad y pobreza, y de
extranjeros no comunitarios que viven relacionalmente muy aislados y en
condiciones de precariedad laboral y de derechos significativas. Pero más
allá de esos perfiles y de los demás ya mencionados, sabemos de combina-
ciones múltiples y de factores que se superponen y que exigen una mayor
complejidad y finura en las políticas de respuesta.

148 ■ A M O D O D E SÍNTE SIS FIN AL: Q U É E S LA EX C LU SIÓ N S O CIAL Y C Ó M O LA P O D E M O S A F R O NTAR


4.9. ¿Qué políticas deberían plantearse
ante esta situación?
Hemos convenido en que la exclusión tiene un carácter estructural.
Por tanto, las posibles respuestas a esa situación requieren acciones estra-
tégicas, que tiendan a debilitar los factores que generan precariedad y mar-
ginación. Por otro lado, la propia complejidad de la exclusión exige que las
políticas que traten de darle respuesta se formulen desde una visión inte-
gral, y se planteen su puesta en práctica desde modelos transversales, con
formas de coordinación flexible, y desde la mayor proximidad territorial
posible.
Por otro lado, si la exclusión acostumbra a ser dinámica, con entra-
das y salidas múltiples y súbitas, las acciones de respuesta deberían tender
hacia procesos de prevención, inserción y promoción, fortaleciendo y res-
tableciendo vínculos laborales, sociales, familiares y comunitarios. Es
evidente asimismo que si lo que queremos es reforzar la autonomía de las
personas, las políticas públicas deben tender a incorporar procesos e instru-
mentos de participación, de activación de roles personales y comunitarios,
y de fortalecimiento del capital humano y social.
Por todo ello, las políticas de inclusión afrontan ineludiblemente el
reto de la innovación. No son políticas que podamos considerar sólidamente
asentadas en las agendas públicas y de gobierno, y como hemos visto, no son
acciones con anclaje directo en la tradición del Estado de Bienestar tradicio-
nal. Y ello exige voluntad de experimentación, y necesariamente capacidad
de contar con las instancias autonómicas y locales, ya que el factor proximi-
dad, la posibilidad de adaptar las políticas al territorio será determinante.
No quisiéramos eludir la confección de una posible lista de políticas
públicas de respuesta. Proponemos, conscientes de la subjetividad que
implica toda selección, la siguiente lista:
• Políticas de universalización de servicios sociales y rentas básicas.
• Políticas contra la exclusión laboral y por la calidad del empleo.
• Políticas de vivienda social y regeneración integral de barrios.

P O B RE Z A Y EX C LU SIÓ N S O CIAL. U N A N ÁLISIS D E LA RE ALIDAD E SPA Ñ O LA Y E UR O P E A ■ 149


• Políticas sociosanitarias de carácter integral y preventivo.
• Políticas educativas comunitarias e integrales.
• Políticas contra la fractura digital.
• Políticas de ciudadanía e interculturalidad.
• Políticas por la plena igualdad de género.
• Políticas integrales de ciclo de vida: infancia, adolescencia y gen-
te mayor vulnerable.
• Políticas que fomenten la articulación y responsabilidad social de
las redes comunitarias.
Sin duda, estas propuestas genéricas tienen significación distinta y
niveles de prioridad también distintos. Pero, nuestro objetivo en este apar-
tado es simplemente apuntar algunas líneas de trabajo que puedan ser objeto
de mayor profundización en el futuro.

4.10. ¿Cuál es la responsabilidad social


al respecto?
La complejidad de factores y de dinámicas cruzadas que, como
hemos visto, plantea la exclusión social, sitúa muy alto el listón para com-
batir ese fenómeno que amenaza la cohesión social presente y futura de
nuestras sociedades. Como ya hemos dicho, parece claro que no podemos
aplicar las políticas de bienestar surgidas y coherentes con las situaciones
de desigualdad estable y concentrada de la sociedad industrial al contexto
particular en que nos hallamos hoy. Tampoco nos parece que sea posible
seguir considerando a la exclusión social como una situación personal, poco
o nada arraigada en factores más estructurales. Desde esta visión, lo que se
plantean son respuestas de corte paternalista, asentadas en el imaginario
tradicional, y se reacciona ante la pobreza con medidas asistenciales y palia-
tivas, desde una visión clásica de asistencia social. Esta manera de abordar
la exclusión social sólo provoca estigmatización y cronificación.
Creemos haber contribuido a demostrar que cuando hablamos de
exclusión social a principios del siglo XXI estamos hablando de otra cosa. Y

150 ■ A M O D O D E SÍNTE SIS FIN AL: Q U É E S LA EX C LU SIÓ N S O CIAL Y C Ó M O LA P O D E M O S A F R O NTAR


ello requiere dar un giro sustancial tanto a las concepciones con las que se
analiza el fenómeno como a las políticas que pretendan darle respuesta.
Requiere buscar las respuestas en dinámicas más «civiles», menos depen-
dientes exclusivamente de lo público o de organismos con planteamientos
estrictamente de caridad. Requiere armar mecanismos de respuesta de
carácter comunitario, que construyan autonomía, que reconstruyan relacio-
nes, que recreen personas. Creemos que el factor esencial de la lucha con-
tra la exclusión hoy día, pasa por la reconquista de los propios destinos vita-
les por parte de las personas o colectivos afectados por esas dinámicas o
procesos de exclusión social. Lo cual, precisa incentivar de algún modo
procesos colectivos que faculten el acceso a cada quien para formar parte
del tejido de actores sociales. Por tanto, no se trata de hacer un camino en
solitario hacia una hipotética inclusión social. No se trata sólo de estar con
los otros, se trata de estar entre los otros. Devolver a cada quien el control
de su propia vida, significa devolverle sus responsabilidades, y ya que
entendemos las relaciones vitales como relaciones sociales de cooperación
y conflicto, esa nueva asunción de responsabilidades no se plantea sólo
como un sentirse responsable de uno mismo, sino sentirse responsable con
y entre los otros.
La inclusión no puede ser concebida como una aventura personal, en
la que cada «combatiente» con sus armas va superando una carrera de obs-
táculos hasta llegar a un punto predeterminado por los especialistas. Inclu-
sión y exclusión son términos cambiantes que se van construyendo y recons-
truyendo socialmente. Entendemos por tanto la inclusión como un proceso
de construcción colectiva no exenta de riesgos. En ese proceso los poderes
públicos deben actuar sobre todo como garantes, y quizás no tanto como
gerentes, en la búsqueda de la autonomía, y no de la dependencia. Si el obje-
tivo es construir un verdadero régimen de inclusión, ello quiere decir que
debemos entender la inclusión como un proceso colectivo, en el que un gru-
po de gente, relacionada informal y formalmente, desde posiciones públicas
y no públicas, tratan de conseguir un entorno de cohesión social para su
comunidad. Ello exige activar la colaboración, generar incentivos, construir
consenso y, al mismo tiempo, aceptar los riesgos. Para todo ello, las perso-
nas y los colectivos han de tener la oportunidad de participar desde el prin-

P O B RE Z A Y EX C LU SIÓ N S O CIAL. U N A N ÁLISIS D E LA RE ALIDAD E SPA Ñ O LA Y E UR O P E A ■ 151


cipio en el diseño y puesta en práctica de las medidas de inclusión que les
afecten. Si no les queda otra alternativa –no pueden «salir» individualmen-
te– han de poder participar –«hacerse oír» ante los demás–. Todo proceso de
inclusión es un proyecto personal y colectivo, en el que los implicados, los
profesionales encargados del acompañamiento, las instituciones implicadas,
y la comunidad en la que se inserta todo ello, participan, asumen riesgos y
responsabilidades, y entienden el tema como un compromiso colectivo.
Así pues, sería bueno imaginar el espacio público como un ámbito
de corresponsabilidad entre poderes públicos y sociedad. Creemos que una
sociedad que cuenta con un tejido asociativo fuerte es una sociedad que
genera lazos de confianza y son éstos los que permiten avanzar en una con-
cepción de los problemas públicos (en este caso de la inclusión) como algo
compartido, y no únicamente como un asunto de los poderes públicos. En
el caso de las políticas de inclusión, este factor es, además, estratégico, ya
que, como hemos repetido, no puede entenderse la inclusión sino es desde
la proximidad, desde la integralidad de políticas y desde una lógica que per-
mita y refuerze la implicación social en el proceso.

152 ■ A M O D O D E SÍNTE SIS FIN AL: Q U É E S LA EX C LU SIÓ N S O CIAL Y C Ó M O LA P O D E M O S A F R O NTAR

También podría gustarte