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consideraciones teóricas
2005
Se asiste así, sobre la base de una relación contractual entre el Estado y los
profesores, a una progresiva profesionalización de la carrera docente, aún
cuando carece de dos elementos claves que definen una profesión: la
autonomía y la colegialidad. Sin embargo, esta etapa dio paso a una segunda
profesionalización, enmarcada por su condición de carrera universitaria y
poseedora de un estatuto profesional.
Hoy se pide a los profesores del país que sean efectivos, entendiendo por
ello su capacidad para impactar positivamente en el aprendizaje de sus
alumnos y se destaca la necesidad de investigar acerca de los factores
esenciales que inciden en el éxito pedagógico, es decir, estudiar:
“cómo logran utilizar productivamente su plataforma de
conocimientos en el aula, cómo preparan y ejecutan sus clases,
qué tipo de comunicación establecen con los alumnos, si
cuentan con guías y materiales de apoyo de buena calidad,
cómo monitorean y evalúan su progreso, a qué dispositivos
recurren para organizar el tiempo de trabajo en la sala, qué tipo
de clima de aprendizaje generan, etc.” (Brunner y Elacqua,
2003:9-10).
Así mismo, los requerimientos para la educación del siglo XXI hacen hincapié
en cuatro pilares de la educación: aprender a conocer, aprender a hacer,
aprender a ser y aprender a vivir juntos (Delors, 1996), situación que obliga a
los profesores a estar preparados para ayudar a sus alumnos a encarar estas
realidades y a salir adelante en su futuro. Una base interesante para
realizarlo lo constituyen los siete saberes necesarios para la educación del
futuro, desarrollados por Edgar Morin relacionados con: las características del
conocimiento humano, la forma en que la inteligencia humana integra y
contextualiza toda la información que recibe, la compleja unidad de la
naturaleza humana, la crisis que afecta al ser humano inserto en la aldea
global, los principios y estrategias para enfrentar dicha crisis planetaria, las
comprensiones mutuas entre los seres humanos para mejorar las relaciones
humanas y, por último la ética del género humano en su triple dimensión:
individuo, sociedad y especie (Morin, 1999).
Todas estas propuestas deben ser acogidas por los profesores, reflexionadas
en el contexto de sus propias realidades e incorporadas a su saber
pedagógico para formar a sus alumnos y contribuir así al mejoramiento de la
sociedad en que viven. Sin embargo, ello requiere un desempeño profesional
autónomo que apoye y favorezca la construcción de su saber y hacer
pedagógico y, en consecuencia, la construcción de su identidad docente, la
que hoy está sumida en una profunda crisis debido a la inseguridad acerca
de lo que significa ser profesor y de lo que un profesor hace, como producto
de las ambigüedades antes vistas que le impiden construirla (Vasco, 1992).
Frente a las dificultades por las que atraviesa la profesión docente surge la
necesidad de romper con las imágenes estereotipadas que existen de ella,
ajenas a los nuevos requerimientos educativos, y dar a los profesores la
oportunidad de expresarse por sí mismos al respecto, dar sus propias
respuestas a la actual crisis, y realizar sus propias interpretaciones acerca de
sus prácticas pedagógicas. Ello no será posible si se ignoran sus voces,
¿cómo saber lo que ellos piensan, si no se les pregunta?
Si bien este objetivo busca sentar las bases para un trabajo de reflexión
acerca del quehacer educativo, la participación que le cabe a los profesores
se reduce a uno o dos representantes del cuerpo de profesores del
establecimiento que conforman el equipo directivo y, ocasionalmente, con
representantes del Centro de Padres y Apoderados y del Centro de Alumnos
(Larraín, 2002). A pesar de existir una voluntad política de incluir a los
profesores en los procesos de discusión y reconstrucción educativa y
brindarles así la oportunidad de constituirse en protagonistas del cambio
educativo (Cárdenas, 2000), en la práctica esto no es posible ya sea por la
forma en que se plantea en el decreto –no son todos los profesores quienes
participan del Equipo de Gestión- o bien por razones de tiempo dado que sus
múltiples actividades docentes no les permiten dedicar horas extras a este
tipo de actividades.
La Formación permanente
Sin duda que el problema del mejoramiento de la formación tanto inicial como
permanente de los profesores es aún un tema no resuelto y junto a él pervive
también la ausencia de identidad profesional docente que necesariamente
debe ser construida por los propios profesores desde el inicio de su
formación tomando en consideración todas las características antes
enunciadas. De entre muchas otras acciones, se requiere que los profesores
investiguen sus prácticas y luego contrasten sus conclusiones con las teorías
educativas o construyan sus propias teorías apoyados por la investigación
conjunta.
Sin embargo son muchas las dificultades que deben sortear los profesores
para investigar: una de ellas es la falta de tiempo para desarrollar estudios
dentro de los propios establecimientos educacionales, dadas sus múltiples
tareas. Otra de las dificultades es el factor económico ya que investigar sigue
siendo costoso y los financiamientos para investigar la educación son
escasos (Stenhouse, 1998). A lo anterior se suma la falta de autonomía del
profesor, lo que dificulta la apertura de espacios de investigación para que
puedan realizarla y quedan reducidos a aplicar lo que otros han investigado
o diseñado (Prieto, 2001). Por último, es necesario mencionar que los
investigadores externos descalifican y desconocen la experiencia y
conocimientos de los profesores, lo que provoca la generación de
conocimiento educativo “poco significativo, de escasa resonancia en el
campo profesional y de escaso aporte al desarrollo de la profesión docente”.
(Prieto, 2001:12). Este conocimiento construido sin los profesores y de
carácter positivista se contrapone con el paradigma mediacional, de reciente
aparición.
Estas voces han sido dejadas de lado por los investigadores externos que
han estudiado la realidad educativa como un objeto estático, utilizando para
su análisis el método científico naturalista, reificando la realidad al incorporar
a los profesores como fuentes de datos, interpretándolos y sacando
conclusiones sin considerar las complejas redes de significados existentes en
la escuela. ¿Con qué derecho se atribuyen estos investigadores la calidad de
voceros y/o traductores de lo que expresan, los profesores? Con justa razón
los profesores descalifican e ignoran las conclusiones que los estudios
hacen sobre ellos, pero sin ellos. Este hecho surge como consecuencia de
que ellos son marginados y excluidos, aún cuando son los que mejor
conocen los procesos de construcción de significados sobre la escuela y sus
procesos. Alfred Schutz define el conocimiento como una construcción
negociada socialmente y de significatividad personal. Cada persona instituye
en su conciencia un mecanismo conformado por una serie de pasos que
terminan en la configuración de una autointerpretación de las vivencias de
cada uno. La clasificación que la conciencia hace de cada vivencia, la refiere
a los esquemas cognitivos disponibles, fija su esencia específica y le confiere
un significado. Debido al complejo proceso de conciencia descrito
anteriormente, resulta imposible que otra persona logre la misma
comprensión de un significado pues
“este significado es esencialmente subjetivo y se limita al de la
persona que experimenta la vivencia a interpretar. Al estar
constituido dentro de la corriente única de la conciencia de cada
individuo, es esencialmente inaccesible a todos los demás
individuos... el significado que doy a las vivencias del otro no
puede ser exactamente el mismo que el significado que les da el
otro cuando procedo a interpretarlas” (Fielding y Prieto,
2000:108 citando a Schutz, 1993:129).