Está en la página 1de 56

AA

1. La ética y el bien
1. Necesidad de la ética 2. Origen griego
3. Platón y Aristóteles 4. ¿Qué es lo bueno?
5. Lo natural como criterio ético 6. La tentación relativista
2. La libertad
1. Noción y clases de libertad 2. Resumen histórico
3. Libertad limitada 4. Libertad condicionada 5. La elección del
mal 6. Libertad y responsabilidad 7. La responsabilidad última
3. La verdad
1. Ética y verdad 2. Escepticismo 3. Realismo e idealismo
4. Diálogo y consenso 5. La equivocación de las mayorías
6. La verdad del positivismo 7. La verdad en la literatura
4. El placer
1. Estatuto natural 2. Platón y Sócrates 3. Epicuro
4. Carpe diem! 5. Los padres de la revolución sexual
6. Mayo del 68 7. Una virtud para el placer
5. El deber
1. De Cicerón a la profesión 2. El imperativo kantiano
3. La crítica de Hume 4. Positivismo y Neopositivismo
5. Crítica de Nietzsche
Enfoque

Entendida como disciplina filosófica, la ética nace en la Grecia clásica y


se desarrolla de forma incomparable en Occidente. Por esa poderosa
razón este libro adopta ese enfoque, trenzado con las aportaciones
fundamentales de Grecia, Roma y el cristianismo. Sin desconocer que las
ideologías, desde su aparición en el siglo XVIII, vienen provocando
mutaciones que implantan una visión de la vida muy diferente de la triple
herencia mencionada.

2
1
LA ÉTICA Y EL BIEN

Toda acción humana busca siempre algún bien: el médico busca la


salud, el soldado busca la victoria, el marino la buena navegación,
el comerciante la riqueza…

Aristóteles
Ética a Nicómaco

Es muy posible que la ética -disciplina filosófica desde sus orígenes


griegos- sea la gran creación de la inteligencia humana, pues nos salva
de la selva y nos permite inventar un mundo habitable. En castellano, los
términos "moral" y "ética" se suelen usar como sinónimos porque su
etimología es equivalente: tanto el griego éthos como el latino mos-moris
significan acción humana, conducta, costumbre habitual.

3
1. Necesidad de la ética
El regreso de Troya fue complicado para Ulises: diez años a merced de
los dioses y los mares, y siempre con la muerte en los talones. Cada vez
que su nave arribaba en tierra extraña, una misma inquietud: "¿De qué
clase de hombres es la tierra a la que he llegado? ¿Son soberbios,
salvajes y carentes de justicia, o amigos de los forasteros y con
sentimientos de piedad hacia los dioses?".
Desde los orígenes, la conducta humana se enfrenta a la doble
posibilidad de ser, precisamente, humana o inhumana. Porque la libertad
lleva consigo el riesgo de escoger tanto una conducta digna y lógica como
otra indigna y patológica. Llamamos ética a la elección de la conducta
digna, al esfuerzo por obrar bien, a la ciencia y al arte de conseguirlo.
Si estamos obligados a elegir, no estamos obligados a acertar. Por eso
hemos inventado la música de cámara y la cámara de gas. Por eso
necesitamos una brújula que nos oriente en el confuso y agitado mar de
la vida. Por eso el Homo sapiens debe ser también Homo ethicus. Para
elegir bien y no acabar mal; para respetar la realidad y respetarse a sí
mismo; para respetar a los demás y diseñar un mundo habitable.
Vale la pena insistir. La ética es importante porque somos inteligentes y
no nos gobierna el instinto ni la sensibilidad. Porque hacemos honor a
nuestra condición de sujetos sujetando nuestros actos, llevando las
riendas de nuestra conducta, conduciéndonos. Porque necesitamos vivir
en sociedad. Porque, a veces, sin ella nos jugamos la vida. Porque
queremos ser felices a pesar de nuestras esclavitudes….
La ética es el arte de construir nuestra propia vida, y como no vivimos
aislados, sino en convivencia, con nuestras acciones éticas también
construimos la sociedad, y con nuestra falta de ética la perjudicamos. Por
tanto, nos encontramos quizás ante el más útil y necesario de los
conocimientos, porque nos permite vivir como seres humanos, a salvo de
la selva y del caos.

4
2. Origen griego
Para entender cualquier realidad conviene
conocerla desde su inicio. Los orígenes de las
grandes aportaciones culturales de Occidente
suelen ser griegos. Por su crónica de la guerra
de Troya, Homero es el primer reportero del
mundo. Por una de las consecuencias de esa
guerra –el accidentado regreso de Ulises
contado en la Odisea-, sienta las bases de la
ética y de la civilización occidental. Estamos en
torno al año 800 antes de Cristo.

Se dice que la diferencia con el primer mundo


no la determinan las materias primas. Más
bien, deriva de la diversa concepción del ser
humano. En concreto, del hecho de ignorar o conocer qué tipo de
conducta es capaz de construir una sociedad donde sean posibles la
justicia, la libertad, la paz y el progreso. Si no se da con esas claves, la
superlativa complejidad de la vida social no logra salir del caos, de la ley
de la selva. Homero es el primero en descubrir esas claves. Su gran
creación se llama Ulises, héroe con la muerte siempre en los talones, que
despliega ante nuestros asombrados ojos una lección tan breve como
inestimable: los problemas son inevitables, pero se superan cuando hay
virtud. Conviene repetirlo: el secreto de Ulises –y de toda la civilización
occidental- es la virtud: un tipo de conducta trenzada con cuatro fibras
fundamentales: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.

Tres siglos más tarde, los sofistas alumbrarán lo que hoy entendemos
por cultura: el interés por la ética, la política, la retórica, el conocimiento,
el lenguaje, el arte, la religión, la educación… Fueron una veintena de
pensadores muy vinculados con Atenas. Desarrollaron su actividad
durante la Guerra del Peloponeso (431-404 a. C.), una contienda
fratricida en cuyo transcurso los griegos perdieron todo su tradicional y
5
equilibrado sentido de la vida. Los atenienses llegaron a declarar a los
espartanos que "quienes pueden imponerse por la fuerza no tienen
necesidad alguna de justificación". Violadas todas las normas de
conducta y sumergidas en la catástrofe personas, familias y ciudades,
triunfó el inmoralismo del "todo vale". En ese clima irrespirable, los
sofistas aportaron la justificación teórica del derecho del más fuerte, como
repetirá Maquiavelo veinte siglos más tarde.
El auge del comercio mediterráneo hará que los sofistas contrasten las
leyes y costumbres helénicas con las extranjeras. Esa comparación
pondrá de manifiesto que lo tenido por verdadero e indiscutible puede
carecer de valor en otras culturas. Surge así la crítica de la religión, de
las formas de gobierno y de las instituciones. Se trata de una amplia
discusión sobre el carácter relativo de la verdad y del bien, y sobre los
límites del relativismo.

Contemporáneo de los sofistas, erróneamente tomado como uno de ellos


en su ciudad, Sócrates vivió en Atenas los setenta años de su vida, del
469 al 399 antes de Cristo. Hijo de un escultor acomodado y de una
comadrona, se dedicó a la reflexión filosófica y a su enseñanza pública,
interpretando que eso era lo que el dios Apolo le había pedido por medio
de su oráculo délfico. Esta actividad, centrada en la crítica rigurosa y libre,
molestó a muchos y provocó su condena a muerte, acusado de
corrupción ideológica.

Frente al escepticismo sofista, Sócrates afirma que podemos encontrar


la verdad en la intimidad del alma. El "Conócete a ti mismo", grabado en
el frontón del templo de Delfos, invita precisamente a superar la miopía
de los sentidos para encontrar verdades permanentes en el fondo del
propio espíritu. Si la vida humana no es convulsión irracional, si vivir es
superar el mero impulso biológico, ello es gracias al conocimiento cierto
de verdades morales, teóricas y prácticas al mismo tiempo.

No hago otra cosa que ir por todos lados y persuadir a jóvenes y


viejos de que lo primero no es el cuidado del cuerpo ni el acumular
riquezas, sino el cuidado y mejoramiento del alma por la virtud.

6
La moderación de las pasiones es una de las propuestas socráticas que
perduran en toda la filosofía antigua, y hace de Sócrates un griego
progresista que critica la conducta tradicional. Al hedonista Calicles le dirá
que “un hombre desenfrenado no puede inspirar afecto ni a otro hombre
ni a un dios, es insociable y cierra la puerta a la amistad”.

Para Sócrates, la cultura la educación y la política deben estar


supeditadas a la ética, y la ética tiene un claro trasfondo trascendente. La
racionalidad del cosmos le lleva a admitir un Logos universal que habla
al hombre por medio de su conciencia moral, y que ejerce una bondadosa
providencia dentro de la cual su misma muerte se despoja de todo acento
angustioso. Contra Protágoras, sostiene que "Dios es la medida de todas
las cosas", y levanta una auténtica demostración racional apoyada en la
comparación con el escultor, el arquitecto, el artesano. Así inaugura el
camino hacia la idea teística de un Dios único.

En sus Dichos memorables de Sócrates, Jenofonte nos ha dejado un


retrato del maestro con marcados rasgos éticos:

Todos los discípulos le echamos de menos porque era el mejor en


la virtud. Era piadoso, pues en todo obraba según el pensamiento
de los dioses; justo, pues fue el más útil a quienes le trataron;
moderado, pues nunca prefirió lo cómodo a lo bueno; prudente,
pues no se equivocó juzgando lo bueno y lo malo; capaz de juicio,
de consejo y de reprensión a los que se equivocaban. Y por todo
ello era considerado el mejor y más feliz de los hombres.

3. Platón y Aristóteles
Platón es el gran continuador de la herencia intelectual socrática. Nació
el año 427 antes de Cristo, en una familia de la más alta aristocracia
ateniense. En su vida y su obra tienen un peso decisivo el ejemplo
imborrable de Sócrates y la degradación que sufrió Grecia durante la
guerra del Peloponeso. Platón intentó atajar esa situación con las

7
reflexiones éticas y políticas de sus Diálogos. Así nos lo cuenta en un
célebre párrafo de su Carta VII:

Cuanto más conocía yo a los políticos y estudiaba las leyes y las


costumbres, más difícil me parecía administrar bien los asuntos del
Estado. El derecho y la moral se hallaban corrompidos, y aquella
situación donde todo iba a la deriva me producía vértigo. Entonces
me sentí irresistiblemente movido a cultivar la verdadera filosofía y
a proclamar que sólo su luz puede mostrar la justicia en la vida
pública y en la privada, convencido de que no acabarán las
desgracias humanas hasta que filósofos de verdad ocupen los
cargos públicos, o hasta que –por especial gracia divina- los
políticos se conviertan en auténticos filósofos.

Desde Platón entendemos la ética como una reflexión orientada a


resolver tres problemas humanos fundamentales:

 Cómo llevar las riendas de la propia conducta superando nuestra


constitutiva animalidad.
 Cómo integrar los intereses individuales en un proyecto común que
haga posible la convivencia social.
 Cómo alcanzar la felicidad.

Esas líneas maestras se resumen en el


mito del carro alado, inolvidable alegoría
del alma humana, donde la nobleza y el
esfuerzo están simbolizadas en el
caballo blanco, el corcel negro
representa la pasión irracional, y el
auriga es la razón que controla y
acompasa las dos fuerzas antagónicas.

Al alma concupiscible (caballo negro) le corresponde la moderación


inteligente (templanza, sofrosyne), y es el auriga quien debe atemperar
su fogosidad. Al alma irascible (caballo blanco), sede de la nobleza de
carácter, le corresponde la capacidad de sacrificio, la fortaleza de ánimo

8
(andría). La parte racional (el auriga) ha de poseer inteligencia práctica
(prudencia, frónesis). Hay una cuarta virtud, la más importante, que surge
al integrar las tres anteriores, y expresa la armonía perfecta del alma: la
justicia (dikaiosyne). Junto a esta original concepción de la justicia Platón
acepta también la más común: la voluntad de dar a cada uno lo suyo, de
respetar los derechos ajenos y las leyes.

Toda la ética clásica es una propuesta sobre virtudes, y todas las virtudes
se pueden reducir a las cuatro platónicas, denominadas más tarde
"cardinales" porque sobre ellas gira la vida moral. Sócrates las había
recogido de la tradición homérica. Platón las expondrá en sus diálogos.
Y Aristóteles las analizará a fondo en una obra cumbre y definitiva: Ética
a Nicómaco.

Heredero intelectual de Platón, Aristóteles representa la plenitud de la


filosofía griega. Escribió sobre física y metafísica, sobre ética y estética,
sobre política y biología, sobre lógica, retórica y teoría literaria. La
profundidad de su obra hace que hoy siga siendo referencia obligada en
las múltiples cuestiones que abordó.

Estamos ante el último gran filósofo griego y el primer científico europeo.


Nació en Estagira (Macedonia) el 384 antes de Cristo. Con 17 años
ingresó en la Academia platónica y permaneció en ella veinte más, hasta
la muerte de Platón. Filipo de Macedonia le encargó poco más tarde la
educación del joven príncipe Alejandro. En el 335 regresa a Atenas y
funda el Liceo, un centro de enseñanza superior, semejante a la
Academia, donde se habla y se diserta paseando: de ahí peripatéticos.

Tres siglos después de su muerte, sus lecciones de ética vieron la luz


como “Ética a Nicómaco”. En ellas dibuja una antropología poderosa, al
tiempo que nos regala un exquisito tratado sobre la verdadera
educación. Al mismo tiempo, Aristóteles piensa que le ética es condición
necesaria de la democracia, y que debe brillar en las conductas de los
votantes y de los votados. De no ser así, esa forma de gobierno se
corrompería.

9
4. ¿Qué es lo bueno?
La ética busca el bien. Aunque la palabra "bien" no significa lo mismo
para todos, todos aspiramos a vivir bien. Por eso debemos preguntarnos
qué hace que las cosas, las acciones y la vida sean buenas. Entre las
principales respuestas encontramos:

- La regla áurea
- El hedonismo
- El utilitarismo
- El consecuencialismo
- El orden natural

Los antiguos llamaron regla áurea a un criterio fácil de formular y de


entender: tratar a los demás como queremos que nos traten; no hacer lo
que no queremos que nos hagan. Encontramos este criterio en las
grandes tradiciones culturales, repetido varias veces en la Biblia. Una
formulación moderna y más alambicada es el imperativo kantiano: "Obra
de tal manera que tu norma de conducta pueda erigirse en norma de
conducta universal".

El hedonismo lo proponen sofistas y filósofos griegos que identifican el


bien con el placer. Sus mismos contemporáneos les hicieron ver que las
cosas no son tan sencillas, pues muchas acciones y conductas
profundamente buenas no están libres de dolores y desasosiegos. Hoy
podemos pensar, por ejemplo, en el esfuerzo por superar con buenas
calificaciones un curso académico, en la paciente tarea de educar a los
hijos; en el trabajador que se gana la vida en un barco o en las
profundidades de una mina. ¿Acaso las llamas son un placer para el
bombero? ¿Es malo su trabajo por no ser placentero?

En la tradición hedonista, el utilitarismo propone como criterio ético lo


que aporte mayor placer y felicidad al mayor número de personas. Pero
sus propios fundadores no se pusieron de acuerdo a la hora de definir
utilidad, placer y felicidad. Así, Jeremy Bentham (1748-1832) juzgó que

10
la naciente y revolucionara doctrina de los derechos humanos era un
"pomposo disparate". Por su parte, John Stuart Mill (1806-1876)
distinguió entre placeres inferiores y superiores, según un célebre criterio
cualitativo: "Es mejor ser un Sócrates desgraciado que un cerdo dichoso".
MacIntyre señala, entre los problemas de escoger como criterio moral
conceptos como placer, utilidad o felicidad, su inevitable vaguedad.

Para el moderno consecuencialismo, la cualidad moral de las acciones


depende únicamente de sus consecuencias efectivas o probables. Contra
todas las tradiciones éticas, se afirma que el fin justifica los medios,
porque el obrar humano es bueno si por su medio se alcanza el fin de la
optimización: a quien desea lo mejor le está permitido todo. Ninguna
acción es buena o mala en sí misma, sino en función de sus
consecuencias. Fue el criterio de los médicos alemanes condenados en
los Juicios de Nuremberg. Fue el criterio para arrojar las bombas sobre
Hirosima y Nagasaki, porque abrasar a cientos de miles de japoneses
evitaría una guerra supuestamente interminable, con innumerables bajas
en ambos bandos… Por otra parte, ¿quién puede prever las
consecuencias de ciertos actos? Marco Bruto, inteligente y prudente, se
equivocó por completo al suponer cómo reaccionarían Casio, Cicerón,
Marco Antonio y el pueblo romano.

5. Lo natural como criterio ético


Por "naturaleza" entendemos la esencia de cualquier realidad, con las
leyes internas que dirigen su desarrollo. Pertenece a la naturaleza de un
río llevar agua hasta el mar, no vertidos tóxicos. Pertenece a la naturaleza
humana la libertad, no la esclavitud. Cuando decimos que algo es
inhumano o que, por el contrario, es "completamente natural",
presuponemos que la naturaleza humana es normativa: que nos indica el
buen camino, lo que debemos hacer y evitar. Así, de la naturaleza de un
recién nacido se deriva la obligación que tienen sus padres de
alimentarlo, vestirlo y educarlo. La verdad de las obligaciones naturales
resulta con frecuencia subrayada por las consecuencias negativas que

11
se siguen de su ignorancia o desprecio. El carácter normativo de la
naturaleza humana queda reflejado en el concepto de “Ley natural”, como
veremos en el capítulo 10.

El bien se puede definir como lo que naturalmente conviene, lo que


objetivamente nos enriquece o perfecciona. Sin embargo, cuando
intentamos concretar lo que está bien, es difícil la unanimidad. En casi
todas las culturas existen deberes y derechos naturales entre padres e
hijos, se valora la gratitud y la lealtad, se desprecia la mentira, se defiende
la vida, se aprecia el valor del guerrero y la imparcialidad del juez... Pero
también conocemos culturas que tienen o han tenido por buenos los
sacrificios humanos, la esclavitud, la venganza, la poligamia, la
discriminación de la mujer…

Robert Spaemann, en su libro Ética: Cuestiones


fundamentales, explica que el concepto de lo justo
por naturaleza no descansa en un ingenuo
desconocimiento de la diversidad de culturas y
costumbres, sino en dicho descubrimiento. En medio
de esa variedad es precisamente donde se plantea si
podemos disponer de un criterio que nos permita
distinguir costumbres mejores y peores.

Los griegos del Siglo de Pericles propusieron como criterio la physis, que
los romanos tradujeron por natura. Teniendo por bueno lo natural y por
malo lo antinatural, juzgaron que la costumbre de las jóvenes escitas -
que se cortaban un pecho para disparar mejor con arco- resultaba
antinatural y peor que su contraria. Griegos y romanos, al observar que
la naturaleza no se presenta caótica, sino ordenada y sometida a leyes,
comprendieron que es bueno respetar el orden natural. Así, quien
rechaza la tortura está expresando algo más que su opinión: está
diciendo que nadie debería aprobarla, pues atenta directamente contra la
naturaleza humana.

El criterio de lo natural se puede aplicar a los más diversos ámbitos de la


conducta, desde la ecología a la sexualidad. Y aquí conviene recordar
que la ética propone lo que objetivamente es bueno, no lo que

12
subjetivamente me apetece, ni lo que eventualmente pueda hacer o
aprobar “todo el mundo”. De hecho, la ética y las costumbres mayoritarias
difieren a menudo. Mientras la sociología es una ciencia descriptiva
(describe lo que piensa o hace la mayoría), la ética es prescriptiva
(prescribe lo que se debería hacer). Si en una sociedad fueran mayoría
los mentirosos, los racistas o los alcohólicos, esa superioridad numérica
no convertiría en buena su conducta.

6. La tentación relativista
Entendemos por “relativo” lo que está “en relación con”. El mundo es una
inmensa red de relaciones donde hechos, objetos y personas se
relacionan en el espacio y en el tiempo. Todo lo que conocemos es
relativo, está relacionado de forma objetiva: tú eres alumna de tus
profesores, hija de tus padres, amiga de tus amigas, nieta de tus abuelos,
pívot de un equipo de básket, cliente de Zara... Y se te debe tratar
respetando tus relaciones objetivas: el profesor no puede tratarte como si
fueras su hija; tus padres no pueden tratarte como si fueras su alumna o
su cliente; tu amiga no puede tratarte como si fuera tu abuela...

Si lo relativo es objetivo, el relativismo es subjetivo, tiende a confundir


la realidad con el deseo, con lo que a cada uno le parece, le apetece o le
conviene: "Eso que a ti te parece bacía de barbero me parece a mí el
yelmo de Mambrino, y a otro le parecerá otra cosa", dirá don Quijote.

Al poner como criterio de conducta la subjetividad caprichosa, la mera


libertad, el relativismo abre la puerta al "todo vale". Con esa falta de
lógica, el drogadicto a quien se pregunta "¿por qué te drogas?", siempre
podrá responder "¿y por qué no?".

Es propio del relativismo identificar verdad y bondad con actualidad,


modernidad. Pero nada es verdadero o bueno por el hecho de ser
moderno y estar de moda, porque entonces dejará de serlo pasado un
tiempo.

13
Entendido como concepción subjetivista del bien, el relativismo hace
imposible la ética porque, si queremos medir las conductas, necesitamos
una unidad de medida, no muchas. Si el kilómetro es para ti 1.000 metros,
para él 900, y para otros 1.200, 850 ó 920, entonces el kilómetro no es
nada. Si la ética ha de ser criterio para distinguir entre el bien y el mal, ha
de ser objetiva y una en lo fundamental, no subjetiva y múltiple.

Cuestiones abiertas
0. Después de leer este capítulo:
¿Qué te ha aportado?
¿Qué aspectos te resultan más difíciles o discutibles?
¿Qué suprimirías, qué añadirías?

1. ¿Por qué decimos que la ética es ciencia y arte?


2. ¿Qué relación ves entre el conocimiento propio y la conducta ética?
3. ¿Con qué alegoría muestra Platón las virtudes fundamentales?
4. ¿Qué grado de verdad puede tener el mito del carro alado?
5. ¿Qué criterio ético te parece mejor? ¿Por qué?
6. ¿Qué problema plantea elegir ‘lo natural’ como criterio ético?
7. ¿Cómo es que ‘relativo’ y ‘relativismo’ no significan lo mismo?
8. ¿Todas nuestras acciones entran en el campo de la ética?
9. ¿Podríamos ser Homo ethicus sin ser Homo sapiens?
10. ¿La ética es occidental?
11. ¿Por qué son importantes los sofistas griegos?

14
2
LA LIBERTAD

¿Qué es la libertad? No ser esclavo de nada (Séneca)

La libertad, Sancho, es uno de los mayores dones que a los


hombres dieron los cielos.
Don Quijote

Siendo la vida humana tránsito temporal hacia la eternidad, los


reyes deben recordar que han de morir, y que el juicio que Dios va
a pronunciar sobre ellos es más severo que sobre el común de los
mortales.
Isabel la Católica

15
1. Noción y clases de libertad
Hace dos millones de años apareció por las llanuras de Tanzania el Homo
sapiens. Sucio y desmelenado, no parecía lo que realmente era: un
superdotado en cuya dotación se escondía una novedad de valor
incalculable: la libertad inteligente. Esa diferencia inmaterial le convertía
en el único animal capaz de ver la realidad como tierra en la que pueden
germinar unas semillas invisibles que llamamos posibilidades. Pues en la
rama no está escrita la flecha que podría llegar a ser. Y los metales no
piden ser convertidos en automóviles. Ni el agua es energía eléctrica. Sin
embargo, el ser humano descubre ésas y otras muchas posibilidades
inverosímiles. La libertad inteligente se convierte así en una fabulosa
hormona de crecimiento administrada a la realidad. El mundo se
multiplica entonces en mil mundos: surge el progreso.

Ahí no acaban las sorpresas. Gracias a la libertad inteligente, poseemos


la admirable posibilidad de autodeterminarnos. La oveja siempre temerá
al lobo, y la ardilla siempre vivirá en las copas de los árboles. Sólo saben
desempeñar, como cualquier otro animal, un papel necesariamente
específico, invariablemente repetido por los millones de individuos que
componen la especie, quizá durante millones de años. El ser humano,
por el contrario, elige su propio papel, lo escribe a su medida con matices
más personales, y lo lleva a cabo con la misma libertad con que lo
concibió: por eso progresa y tiene historia, mientras el animal solo tiene
naturaleza. Visto un león, decía Gracián, están vistos todos, pero visto un
hombre, solo está visto uno, y además mal conocido.

16
Nuestra condición racional nos hace necesariamente libres, pues conocer
y no escoger sería un absurdo psicológico, una servidumbre insufrible.
Así se explica que perder la libertad pueda llegar a repugnar tanto como
perder la propia vida. Por boca de don Quijote, Cervantes nos dice que
“la libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron
los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la Tierra
ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe
aventurar la vida".

Lo que define la libertad es el poder de dominar los propios actos, la


capacidad de proponerse una meta y dirigirse hacia ella, el autodominio
con el que las personas gobernamos nuestras acciones. Cuando Julio
César, en la versión de Shakespeare, teme ser asesinado y decide no
acudir al Senado, se entabla este brevísimo diálogo:

-Decio, id y comunicad que César no irá.


-Poderosísimo César, dejadme alegar alguna causa para que no se
burlen de mí.
-¡La causa es mi voluntad! ¡Que no iré!

En el acto libre entran en juego las dos facultades superiores del alma: la
inteligencia y la voluntad. La voluntad elige lo que previamente ha sido
conocido por la inteligencia. Para ello, antes de elegir, delibera: hace
circular por la mente las diversas posibilidades, con sus diferentes
ventajas e inconvenientes. La decisión es el corte de esa rotación mental
de posibilidades. Me decido cuando elijo una; pero no es ella la que me
obliga a tomarla: soy yo quien la hago salir del campo de lo posible.

Un indio cherokee explica a su pequeño hijo que en el interior de todo


hombre luchan dos lobos, uno bueno y otro malo. El malo personifica la
mentira, la pereza, la lujuria, la envidia, la deslealtad… En el bueno brillan
la generosidad, la moderación, el esfuerzo, el respeto, la amistad…
-¿Y qué lobo vence al final? –pregunta el niño.
-El que tú alimentes, hijo mío.

17
Hay una libertad física que equivale a la libertad de
movimiento: poder ir y venir, entrar o salir, subir o
bajar, hacer esto o aquello. Pero la raíz de la libertad
está en la voluntad, y la acción voluntaria es, ante
todo, una decisión interior. Esto es sumamente
importante, pues significa que la persona privada de
libertad física sigue siendo libre: conserva la libertad
psicológica. Lo expresa muy bien Viktor Frankl, un
psiquiatra judío que estuvo internado en un campo
de exterminio nazi. En el libro El hombre en busca
de sentido afirma que al ser humano se le puede
arrebatar todo salvo la última libertad: la elección de su propio camino.
Luego añade:

¿Quién es en realidad el hombre? Es el ser que siempre decide lo


que es. El ser que ha inventado las cámaras de gas y al mismo
tiempo ha entrado en ellas, con paso firme, musitando una oración.

2. Resumen histórico
Los orígenes de la reflexión ética sobre la libertad se nutren de las tres
raíces de Occidente. En Grecia y Roma se valora la libertad como una
enorme conquista política. “Para ser libres nos hacemos esclavos de las
leyes”, repetirán Heráclito, Aristóteles, Cicerón y Séneca. Ubi libertas, ibi
patria, dirán los romanos con expresión insuperable. Esa libertad -política,
ciudadana, física- se complementa con la libertad interior, de la que
Sócrates es su máximo exponente entre los griegos. El filósofo ateniense
pasará a la historia por su defensa de la libertad de conciencia. En su
estela, los epicúreos y los estoicos reducirán la filosofía a una ética, y la
ética a libertad interior, serenidad de ánimo, autarquía.

La ética estoica recomienda librarse de las pasiones y de los temores,


ser indiferente al dolor y al placer, alcanzar la serenidad de ánimo,
mantenerse imperturbable. Ello se consigue poniendo en práctica la

18
fórmula sustine et abstine, “aguanta y renuncia”. El estoico quiere ser
autosuficiente, bastarse a sí mismo. Con cierta radicalidad, proclama que
la felicidad se encuentra en la liberación de las pasiones. Y, para evitar
desengaños, cultiva la indiferencia hacia los bienes que la fortuna puede
dar o quitar.

Séneca, romano de la primera mitad del siglo I, es el estoico que más


influjo ha tenido en la posteridad. Entiende la libertad como un espacio
interior donde vivir en paz, en medio de unos tiempos decadentes y
convulsos. Lo expresa muy bien en aforismos que se han hecho célebres:

- Obedecer a Dios es libertad


- La libertad es no ser esclavo de nada
- Quien persigue el placer vende su libertad
- Considero a mi cuerpo cadena de mi libertad
- Las riquezas son el salario de las esclavitudes

La libertad estoica también consiste en escudriñar y respetar las leyes


que gobiernan el mundo, en aceptar de buen grado la necesidad. El
ejemplo clásico es el perro atado a la parte posterior de un carro. Si quiere
seguirlo, andará por propia voluntad lo mismo que andaría por necesidad.
Si no quiere seguirlo será arrastrado y sufrirá inútilmente. Algo parecido
les sucede a los hombres, atados al Destino. Julián Marías ve en el
estoicismo “una moral mínima para tiempos duros, una moral de
resistencia, hasta que la situación sea radicalmente superada por el
cristianismo”.

Toda religión implica una ética, un determinado fundamento y estilo de


conducta. La ética que deriva de la religión cristiana presenta un primer
rasgo diferencial: no es tanto un sistema de ideas y preceptos como la
imitación de una persona llamada Jesucristo, que predica un modo de
vida basado en el amor y en una promesa de inmortalidad feliz. Si nos
preguntamos qué aporta el cristianismo a la cultura grecolatina, hemos
de reconocer que, muy por encima de la mera superación de los mitos,
aporta un encuentro entre la criatura y el Creador.

19
Unas breves palabras de Jesucristo
revolucionan para siempre nuestra
concepción de la libertad: “Si permanecéis en
mi palabra (…) conoceréis la verdad, y la
verdad os hará libres”. No se refieren a la
verdad científica o histórica, ciertamente
inabarcable e insondable. Se refieren a sí
mismo, que se presenta como verdadero y único Dios. Tampoco se
refieren a la libertad física, sino a la interior, con una profundidad no
imaginada por los estoicos.
La libertad cristiana es liberación de la ignorancia y el miedo. San Pablo
dirá que Cristo, con su resurrección, demuestra que es Señor de la vida
y de la muerte, y así “liberó a todos los que, por miedo a la muerte,
pasaban la vida entera como esclavos”. La liberación cristiana abarca:
 la ignorancia moral
 la esclavitud del pecado
 la incertidumbre existencial
 el sinsentido de la vida
 el miedo al dolor y al infortunio

A mediados del siglo XIX, el liberalismo y el marxismo representan dos


formas extremas y contrarias de entender la libertad, con una evolución
muy diferente: mientras el marxismo comunista se convirtió en “la mayor
empresa carcelaria de la humanidad” (Pierre Chaunú), el liberalismo,
aliado con la democracia y moderado por leyes y sindicatos, ha sido
capaz de gestionar el orden social complejo de las sociedades modernas.
En las democracias liberales encontramos hoy libertad de conciencia y
tolerancia religiosa, libertad para la investigación científica, libertades
académicas, libertad de prensa, libertad de empresa y de trabajo.

La defensa y el incremento de las libertades puede tener -como


contrapartida contraria a la ética- su absolutización y arbitrariedad, pues
el liberalismo tiende a negar la existencia de una naturaleza humana
normativa, que defina el bien y el mal. Entendemos que un reloj solo es
bueno cuendo indica correctamente la hora, y que cualquier instrumento

20
se justifica por su rendimiento. Algo similar podemos decir de la libertad
y de sus elecciones, que pueden ser buenas o malas, justas o injustas,
como veremos con detalle en temas sucesivos.

3. Libertad limitada
La libertad no es absoluta porque el hombre tampoco lo es. Su limitación
es triple: física, psicológica y moral. Está físicamente limitado. Su
limitación psicológica también es múltiple y evidente: no puede conocer
todo, no puede quererlo todo, los sentimientos le zarandean y
condicionan constantemente. La limitación moral aparece desde el
momento en que descubre que hay acciones que –aunque puede- no
debe realizar: puede insultar porque tiene voz, pero no debe hacer tal
cosa.

Esta triple limitación no es algo negativo. Parece lógico que a un ser


limitado le corresponda una libertad limitada: que el límite de su querer
sea el límite de su ser. Si la libertad humana fuera absoluta, habría que
comenzar a temerla como prerrogativa de los demás, y lo más prudente
sería no salir de casa.

La libertad tampoco es un valor absoluto, porque tiene un carácter


instrumental: está al servicio del perfeccionamiento humano. Los colores
y el pincel están en función del cuadro; la libertad está en función del
proyecto vital que cada ser humano desea, es el medio para alcanzarlo.
Por eso la libertad no es el valor supremo: de hecho, nos interesa en la
medida en que apunta a algo más allá de sí misma, algo que la supera y
marca su sentido: el bien.

Ser libre no es, por tanto, ser independiente. Al menos, si por


independencia entendemos no respetar los límites señalados
anteriormente. Cortar esos vínculos sería cortar las raíces o lanzarse a
navegar sin rumbo. Por eso, en palabras de Tocqueville, “la Providencia
no ha creado al género humano ni enteramente independiente ni

21
completamente esclavo. Ha trazado, es cierto, un círculo mortal a su
alrededor, del que no puede salir; pero dentro de sus amplios límites el
ser humano es poderoso y libre, lo mismo que los pueblos”. Se ha de
entender, por tanto, que el ser humano no se crea a sí mismo, nace con
sus límites y con la doble posibilidad de encontrar o perder el camino que
le corresponde como persona.

La limitación humana supone que cada elección lleva consigo una


renuncia: estar leyendo este tema significa no poder, al mismo tiempo,
jugar al tenis o nadar. A su vez, nadar supone no poder, a la vez, andar
en bici o pasear. El problema que se plantea debe resolverlo la
inteligencia sopesando el valor de lo que escoge y de lo que rechaza.
¿Quién se atreverá a decir que escoge la vagancia o la hipocresía porque
valen tanto como sus contrarios? Puestos a renunciar, sólo vale la pena
preferir lo superior a lo inferior.

A simple vista podría pensarse que las leyes son el principal enemigo de
la libertad, y así lo piensan los ácratas. Sin embargo, tal oposición sólo
es aparente, porque la alternativa a la ley humana es la ley de la selva.
Tampoco es correcto identificar lo libre con lo espontáneo. La libertad,
desde cierto ángulo, es justamente la negación de la espontaneidad, pues
supone el dominio de la razón y de la voluntad. Espontáneamente
mentiríamos, insultaríamos, rechazaríamos el esfuerzo y el sacrificio,
pero solo somos libres cuando entre el estímulo y nuestra respuesta
interponemos un juicio de valor y decidimos en consecuencia.

4. Libertad condicionada
Vivimos en un mundo que impone condiciones. Nacemos entre leyes,
cosas y personas: "yo y mi circunstancia", resumía Ortega. Por eso,
nuestra libertad está siempre condicionada por lo que existe en torno a
ella. El humorista Forges decía en una de sus viñetas:

22
Soy libre…
…Puedo elegir el banco que me exprima;
La cadena de televisión que me embrutezca;
La petrolera que me esquilme;
La comida que me envenene;
La red telefónica que me time;
El informador que me desinforme
y la opción política que me desilusione.

Estamos condicionados por las circunstancias de nuestro nacimiento: no


es lo mismo nacer en un Continente que en otro, en una familia pobre o
acomodada, culta o inculta; no es lo mismo que la lengua materna sea el
inglés o el tagalo, estudiar en la universidad o trabajar en la mina.
Especialmente estamos condicionados por las personas que nos rodean.
Quien tiene un padre gravemente enfermo no puede diseñar su vida al
margen de ese condicionamiento tan claro. Quien debe sostener a su
familia no puede tomar ninguna decisión importante sin tener en cuenta
esa obligación.

No hay que mirar con malos ojos estos condicionamientos inevitables.


Afectan a todo el mundo. Son parte de la condición humana, nos obligan
a dar lo mejor y configuran nuestra personalidad. Sin ellos, podríamos ser
personas amorfas, sin contornos ni contrastes. No compensa gastar
energías imaginando lo que haríamos si las cosas fueran de otro modo.
Sirve de poco, y se corre el riesgo de soltar la fantasía y acostumbrarse
a vivir de quimeras, fuera de la realidad. No es real una libertad sin
condiciones: nadie la posee. Los condicionantes son, en cierto modo,
como las reglas del juego, lo que hace que la vida humana sea tal.

Soportando las condiciones más adversas durante dos interminables


años, oculta en un escondrijo disimulado en la trasera de una nave
comercial de Amsterdam, Ana Frank no pierde su libertad interior y sigue
siendo una chiquilla vivaz, jovial, decidida y sensible, con rasgos de mujer
que no ha dejado de ser niña. Esa mezcla de madurez y frescor otorga a
su diario un maravilloso encanto. Rara es la página sin una observación
perspicaz junto a la expresión ingenua de la pequeña escritora que aún

23
no conoce las tristezas y fealdades de la vida. En noviembre de 1942,
con apenas trece años, escribe:

Soy una muchacha que tiene su ideal o, mejor dicho, tengo ideales,
ideas, propósitos y proyectos, aunque todavía no logre expresarlos.
Cuando estoy sola, por la noche, y hasta de día, mi alma se llena
de proyectos.

La libertad interior de Ana no es sentimental e ineficaz, sino muy práctica,


empujada por una voluntad fuerte y sostenida con tenacidad. Sueña con
ser periodista y comerse el mundo. El 5 de abril de 1944 se pregunta qué
sentido tiene su exigente horario de estudio en el refugio, cuando el fin
de la guerra parece remoto e irreal. Ésta es su respuesta:

Debo seguir estudiando para no ser ignorante, para progresar, para


ser periodista, porque eso es lo que quiero ser (...). Aparte de un
marido e hijos, necesito otra cosa a la que dedicarme. No quiero
haber vivido para nada, como la mayoría de las personas. Quiero
ser de utilidad y alegría para los que vivan a mi alrededor, aun sin
conocerme. ¡Quiero seguir viviendo, incluso después de muerta! Y
por eso le agradezco tanto a Dios que me haya dado desde que
nací la oportunidad de instruirme y de escribir, o sea, de expresar
todo lo que llevo dentro de mí.

5. La elección del mal


Gracias a la libertad podemos elegir caminos diversos para llegar a un
buen fin. Inclinarse por algo que aparte del fin bueno -en eso consiste el
mal- es una degradación de la libertad.

Sabemos, por experiencia, que el carácter instrumental de la libertad


hace que su uso pueda ser doble y contradictorio, como un arma de dos
filos que se usa contra uno mismo o contra los demás: esclavitud,

24
asesinato, alcoholismo, drogadicción, y también simple pereza,
irresponsabilidad, mal carácter, cinismo, envidia, insolidaridad... Las
dimensiones del mal, dice José Antonio Marina, muestran hasta qué
punto es precaria la grandeza humana, y hasta qué punto es importante
la tarea de la ética.

¿Por qué elegimos mal? Nadie tropieza porque ha visto el obstáculo. Del
mismo modo, cuando libremente se opta por algo perjudicial, esa mala
elección es una prueba de que ha habido alguna deficiencia: no haber
advertido el mal o no haber querido con suficiente fuerza el bien. En
ambos casos la libertad se ha ejercido defectuosamente, y el acto
resultante es malo. No siempre es fácil saber qué cosas se deben preferir
sobre otras. Por eso es importante la deliberación previa. “Y, si se trata
de cuestiones importantes, nos hacemos aconsejar y desconfiamos de
nosotros mismos”, recomienda Aristóteles.

Es patente que la voluntad rechaza en ocasiones lo que la inteligencia


presenta como bueno. Incluso el que aconseja bien puede no ser capaz
de poner en práctica su buen consejo. En esos casos, para evitar la
vergüenza de la propia incoherencia, el hombre suele buscar una
justificación con apariencia razonable -las razonadas sinrazones de Don
Quijote-, y se tuerce la realidad hasta hacerla coincidir con los propios
deseos. El mismo lenguaje se pone al servicio de esa actitud con
expresiones típicas: esto es normal; todo el mundo lo hace; no perjudico
a nadie…

Aunque la libertad hace posible la inmoralidad, conviene no olvidar que


la transgresión moral produce siempre un daño, a veces muy grave.
Cualquier psiquiatra sabe que, en la raíz de muchos desequilibrios, se
esconden acciones a veces inconfesables. Ser libre no significa estar por
encima de la ética, y la inmoralidad nunca debe defenderse en nombre
de la libertad, pues entonces todo sería justificable.

25
6. Libertad y responsabilidad
Los actos libres son imputables al sujeto que los realiza, porque sin su
querer no se hubieran producido. Además -siguiendo a Kant-, todo el que
daña debe ser castigado, para que experimente las consecuencias de
sus actos.

Quien obra es quien escoge los fines y los medios y, por consiguiente,
quien mejor puede dar explicaciones sobre los mismos. Si la libertad es
la capacidad de elegir, la responsabilidad es la aptitud para responder
por esas elecciones. Libre y responsable son dos conceptos paralelos
e inseparables, y por eso se ha dicho que a la Estatua de la Libertad le
falta, para formar pareja ideal, la Estatua de la Responsabilidad.

La responsabilidad es propia de quien escoge y realiza libremente sus


actos. La experimentamos como una obligación interna que
denominamos deber moral. Si no estuviéramos obligados internamente,
nadie desde fuera podría exigirnos apelando a ese deber, como nadie
exige nada a un bebé, a una mosca o a una silla. El arquetipo clásico de
toda responsabilidad es la de los padres hacia sus hijos. El mero respirar
del recién nacido lanza un invencible “debes” al mundo que lo rodea.

En la Ética a Nicómaco, Aristóteles dibuja el perfil de la responsabilidad


personal en estos términos:

 No depende de nosotros sentir calor o frío, pero sí dependen


nuestros actos libres.
 Cualquiera sabe que la maldad es voluntaria, y los legisladores así
lo aceptan cuando penalizan a los que van contra la ley.
 Cada uno es responsable de sus acciones voluntarias, y es
evidente que la virtud y el vicio están entre las cosas voluntarias,
pues no hay ninguna necesidad de cometer acciones malas; por
eso es censurable el vicio y elogiable la virtud.

¿Ante quién debemos responder? Toda persona es responsable ante


los demás y ante la sociedad. Ante los demás, en la medida en que su

26
conducta les afecte: no es lo mismo poner una calificación injusta que
condenar a muerte a un inocente, como tampoco es igual la
responsabilidad del ciclista y del camionero en el caso de que ambos no
respeten un semáforo. Las responsabilidades sociales también dependen
mucho de las circunstancias: quien siembra tomates no tiene la misma
responsabilidad que quien siembra marihuana, y no es lo mismo ser
primer ministro que leñador. Para los ámbitos de la ecología y la bioética,
el filósofo alemán Hans Jonas propone un principio de responsabilidad
semejante al imperativo categórico kantiano: Obra de tal manera que no
pongas en peligro las condiciones de la continuidad indefinida de la
humanidad en la Tierra.

La responsabilidad de gobernantes, altos cargos y funcionarios públicos


se concreta, desde muy antiguo, en la obligación de rendir cuentas al final
de su ejercicio. Así se evita, en la medida de lo posible, la imprudencia,
la incompetencia y el abuso de poder. En las democracias modernas, el
control del poder puede ser constante por medio de mecanismos como la
transparencia, la justificación y el castigo. La posibilidad de sancionar –
exposición pública, remoción del cargo, multas y cárcel- es esencial para
que la rendición de cuentas sea realmente eficaz.

7. La responsabilidad última
Decíamos que ser responsable significa tener que responder de algo
ante alguien. En las grandes tradiciones sapienciales ese Alguien se
escribe con mayúscula, y es el fundamento último de toda
responsabilidad. Él preside el juicio a los muertos, y los premia o castiga
definitivamente según sus obras en esta vida.
En el antiguo Egipto, las almas de los muertos se justificaban ante el
tribunal de Osiris con una pormenorizada declaración de inocencia. En la
antigua Grecia, Platón dedica a ese desenlace las últimas páginas de la

27
República. En ellas leemos, asombrados, el extraordinario mito de Er, un
soldado que muere en combate y resucita diez días más tarde, para
contar a los vivos, de parte de los dioses, lo que les espera después de
la muerte, en el Hades.
Las referencias al juicio de los muertos son constantes en Homero y los
trágicos. Cuando Creonte pregunta a Antígona por qué ha desobedecido
la prohibición de sepultar y rendir honras fúnebres a su hermano, escucha
esta respuesta:

No fue Zeus quien dio esa orden (...). Y no creo que tus decretos
tengan tanta fuerza que obliguen a transgredir las leyes no escritas
e inmutables de los dioses, siendo tú mortal. Esas leyes no son de
hoy o de ayer, pues siempre han tenido vigencia y nadie sabe
cuándo aparecieron. Además, por temor a lo que piense un simple
hombre no iba yo a sufrir el castigo divino por su incumplimiento.

La responsabilidad ante Dios ha fundado los grandes textos


constitucionales de la Historia, ha alumbrado naciones, inspirado
legislaciones, conformado mentalidades y configurado el ejercicio recto
de las profesiones. Un ejemplo notable lo encontramos en el Juramento
Hipocrático, pronunciado por sucesivas generaciones de médicos desde
hace dos mil años.

Juro por Apolo –y pongo por testigos a todos los dioses- que
atenderé a los enfermos de la manera que les sea más provechosa,
evitando todo mal y toda injusticia. Que no escucharé a quien me
pida un veneno mortal, ni sugeriré a nadie cosa semejante. Que me
abstendré de aplicar abortivos a las mujeres. Que viviré y ejerceré
mi profesión con inocencia y pureza. Que no cometeré acciones
injuriosas o corruptoras, y evitaré sobre todo la seducción de
mujeres u hombres, libres o esclavos. Que guardaré secreto sobre
lo que oiga y vea como médico, siempre que no sea indispensable
divulgarlo. Si observo con fidelidad este juramento, séame
concedida la felicidad y la honra. Si lo quebranto y soy perjuro, caiga
sobre mí la suerte contraria.

28
En la Biblia son innumerables las referencias al Juicio
Final. Las palabras más explícitas las pronuncia el
mismo Cristo, cuando explica que pondrá las ovejas a
su derecha y los cabritos a su izquierda. Después
premiará a las ovejas con “el reino preparado para
vosotros desde la creación del mundo. Porque (…)
estuve desnudo y me vestisteis; enfermo, y me
visitasteis; preso, y vinisteis a verme”. En cambio, a los
cabritos les dirá: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego
eterno, preparado para el diablo y sus ángeles. Porque
tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y no me
disteis de beber (…); estuve enfermo y en la cárcel , y
no vinisteis a verme”. La Biblia se cierra precisamente con la visión
profética del Juicio Final en las páginas del Apocalipsis. El autor ve cómo
resucitan los muertos para presentarse ante el trono de Dios. Entonces
se abre el libro de la vida, donde están consignadas las buenas acciones,
“y todo el que no fue hallado en el libro de la vida fue arrojado en el
estanque de fuego”.

La Biblia, sin embargo, no tiene hoy la última palabra. Desde hace


décadas, en muchos ámbitos del mundo occidental se niega o se pone
en entredicho la existencia de Dios. Esa indiferencia o negación tiene
una gran repercusión en la conducta humana. Sin Dios cae la principal
barrera que nos protege de la injusticia y de un permisivismo exagerado,
como veremos en el epígrafe 10.6 y en los dos últimos capítulos del libro.

29
Cuestiones abiertas
0. Juicio sobre el capítulo.

1. ¿Se puede educar la libertad?

2. Diferencia entre libertad estoica y liberación cristiana.

3. Libertad es también el arte de renunciar.

4. ¿Es libre Ana Frank en su encierro?

5. ¿Somos menos libres cuando elegimos mal?

6. ¿Qué responsabilidad tiene el Gobierno de un país cuyo ministro


de Sanidad y su portavoz, en el inicio de la pandemia del Covid-19,
se ríen de quienes recomiendan el uso de mascarillas, insistiendo
en que resulta del todo inútil?

7. ¿Está presente la responsabilidad última en el famoso soliloquio


de Hamlet (To be or not to be)?

30
3
LA VERDAD

Quedé desfallecido de escudriñar la verdad.


Sócrates

¿Cómo saber lo que nos conviene sin saber quiénes somos?


Platón

Soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad.


Aristóteles

Daría la mitad de lo que sé por la mitad de lo que ignoro.


Descartes

31
1. Ética y verdad
¿Qué edad tienes? ¿Dónde vives? ¿Cuántos países hay en Asia? ¿Por
qué se hundió el Imperio romano? ¿Hay seres vivos en otros planetas?
¿Cuántos átomos forman el Universo? ¿Qué forma de gobierno es la
mejor? ¿Qué hay después de la muerte?

Conviene aclarar que, cuando hablamos de ‘la verdad’, nos referimos a


conocimientos necesariamente parciales e incompletos, que conviven
con múltiples opiniones, dudas, errores y lagunas. Newton reconoce que
ha sido “como un niño jugando a la orilla del mar, mientras el gran océano
de la verdad permanecía sin descubrir ante mí”.

Entendemos por verdad la adecuación entre el entendimiento y la


realidad. Pero la inteligencia humana no puede abarcar todo lo que
existe, ni puede entender a fondo ningún objeto de estudio. La parcialidad
de nuestro conocimiento también viene dada por el enfoque elegido, que
puede adoptar innumerables formas (histórico o matemático, ético o
sociológico, físico o químico, psicológico o estético, económico o
político…).

En cualquier caso la ética, por definición, busca el bien. Y el bien se logra


cuando –con las limitaciones que acabamos de ver- se conoce y se
respeta la verdad. ¿Qué hace bueno el diagnóstico de un médico? ¿Qué
hace buenas la decisión de un árbitro y la sentencia de un juez? Solo
esto: la verdad.

Decir la verdad es una de las primeras obligaciones éticas, y es fácil


atentar contra ella de diversas formas llenas de matices. Mentir en
privado no es lo mismo que mentir en público. Ante un tribunal, constituye
falso testimonio, y quien miente bajo juramento incurre en perjurio. Ambas
prácticas pueden condenar a un inocente o absolver a un culpable. Una
mentira especialmente grave es la calumnia, contraria al derecho que
toda persona tiene a la fama, el honor y el buen nombre. Sin ser mentiras,

32
también atentan injustamente contra ese derecho la difamación, la
murmuración y el juicio temerario.

El derecho a conocer la verdad no es incondicional: está sujeto al bien


común, a la seguridad individual y al derecho a la privacidad. Por esas
razones no siempre conviene revelar la verdad a quien la pide, y nadie
está obligado a revelar una verdad a quien no tiene derecho a conocerla.
Piénsese, además, en el deber de guardar el secreto profesional que
tienen los jueces, los policías, los médicos, los abogados, los profesores,
los bancos…

2. Escepticismo
Aunque la realidad nos envuelve, sabemos por experiencia que su
conocimiento es difícil, parcial, escurridizo, subjetivo y manipulable. Un
repaso a la Historia pone de manifiesto que los seres humanos hemos
aceptado como verdades lo que no eran sino errores crasos, y a veces
disparates: basta con pensar en la esclavitud, los sacrificios humanos, el
éter, la generación espontánea, el geocentrismo…

Quienes piensan que esa precariedad es insuperable, se acogen al


escepticismo, al relativismo y al subjetivismo: tres variantes de una
postura que niega la capacidad humana de conocer la verdad. Si
relativismo y subjetivismo son términos modernos, escepticismo está en
uso desde la Grecia clásica, donde sképtomai significaba examinar,
observar detenidamente, indagar. En sentido filosófico, escepticismo es
la actitud de quien observa que la verdad para unos no es verdad para
otros, y concluye que nada se puede afirmar con certeza, que todo es
mera opinión, y que más vale abstenerse de emitir juicios. Los
argumentos que, de una u otra forma, han repetido los escépticos, se
pueden resumir en dos:

 Los hombres defienden las opiniones más diversas sobre


cualquier cuestión, y creen tener razón. Tampoco hay doctrina,

33
por extraña que sea, que no haya sido defendida por algún
pensador.

 Todo conocimiento de la realidad tiene la parcialidad de una


cultura y de una época histórica, con el color subjetivo de un
punto de vista, de tópicos y prejuicios más o menos conscientes.
Algo que es cierto para mí, no lo es para ti. Unos versos de
Campoamor dicen que nada es verdad ni mentira: todo es
según el color del cristal con que se mira.

El escepticismo pretende evitarnos la agitación de las opiniones diversas


y cambiantes, otorgarnos serenidad interior. Aunque se trata de un
planteamiento muy extendido, el propio peso de la realidad empuja a
superarlo. Si se puede ser escéptico en la teoría, en la práctica no es
posible, pues todo escéptico admite de hecho un sinfín de verdades: su
familia, su casa, su trabajo, sus amigos, su número de teléfono, su cuenta
corriente, su ciudad... Los biógrafos de David Hume, uno de los padres
del escepticismo moderno, cuentan que el filósofo olvidaba sus dudas
desde el momento en que salía de su despacho. Quizá estuviera de
acuerdo con la curiosa y breve lista de evidencias que aporta Christian
Bobin:

Cosas innegablemente reales: el hambre. El frío. La poesía, toda la


poesía. Mozart. El dolor de muelas. La dicha. La luz de las
estaciones del año. Las voces que no oiremos más. El deseo de
justicia. La falta de amor. La dicha, una vez más, sobre todo.

Aunque es claro que nuestro conocimiento no agota la realidad, no se


puede negar que conocemos muchas verdades. El lenguaje es una
buena prueba. Para poder hablar se requiere, al menos, la existencia
verdadera de tres realidades: un yo, un tú, y un objeto de conversación.
Si lo entendido por dos interlocutores fuera sólo subjetivo, no habría
posibilidad de entendimiento. La misma discusión es prueba de algo
objetivo sobre lo que se discute, y prueba irrefutable de que estamos
ciertos de la existencia de una verdad que, al tiempo que nos trasciende,
nos resulta alcanzable. Por otra parte, la experiencia del error también

34
demuestra que nuestro conocimiento alcanza la verdad: solo podemos
advertir lo erróneo en comparación con lo verdadero.

La experiencia también nos enseña que no es posible vivir sin apoyarse


en verdades. Todo escéptico tiene a su lado alguien que domina las
verdades reales: un mecánico, un informático, un ingeniero, un
electricista, un fontanero... Por tanto, junto a cierta dosis de escepticismo,
conviene apostar por un realismo crítico. Un realismo consciente de la
parcialidad del propio punto de vista, como el perspectivismo de Ortega
y Gasset. Desde distintas posiciones, dos personas miran a un tercero y,
como es lógico, no ven exactamente lo mismo. ¿Tendría sentido negar
que están viendo a la misma persona?

3. Realismo e idealismo
Dos elementos se relacionan en el acto de conocer y en la definición de
verdad: el sujeto que conoce y el objeto conocido. Aristóteles entendió
esa relación como ajuste o correspondencia entre ambos: entre la
realidad y lo que captamos de ella. En su estela, Tomás de Aquino y los
filósofos medievales nos dejaron una excelente definición: "Adecuación
entre el entendimiento y la cosa", adaequatio rei et intellectus.

En esa adecuación, es el entendimiento el que se adapta a la realidad,


como el guante a la mano. La realidad es como es, con independencia
de lo que nosotros pensemos. La verdad es, por tanto, un descubrimiento
y un reconocimiento, nunca una invención. Esta postura filosófica se
llama realismo.

Frente al realismo, el idealismo filosófico afirma que la realidad tiene


mucho de “idea” o construcción racional; que no sabemos cómo es el
mundo real, pues el espacio y el tiempo que lo configuran son esquemas
mentales. Con esa propuesta, Kant fue consciente de protagonizar otra
revolución copernicana: Si la astronomía había pasado del
geocentrismo al heliocentrismo, el conocimiento humano estaba pasando
del "objetocentrismo" realista al "sujetocentrismo" idealista. Sin embargo,
35
la diferencia entre ambas revoluciones no es pequeña: mientras una
descubría una gran verdad, otra se equivocaba.

También frente al realismo, el subjetivismo surge cuando la inteligencia


prefiere colorear la realidad según sus propios gustos e intereses
personales. Con frecuencia, la atracción de la comodidad, de la riqueza,
del poder, de la fama, del éxito o del placer, tiene más peso que la propia
verdad.

El subjetivismo deja de ser inofensivo cuando deforma los asuntos más


graves: al antiguo esclavista y al moderno nacionalista les conviene
pensar que los seres humanos no somos esencialmente iguales; el
terrorista está convencido de que su causa es justa; la mujer que aborta
quiere creer que sólo interrumpe su embarazo; el suicida se quita la vida
bajo el peso de problemas no exactamente reales, agigantados por su
enfermiza subjetividad…

4. Diálogo y consenso
La mayor parte de las cuestiones que se plantean en la vida no
pertenecen al terreno de la verdad, sino al ámbito de lo opinable, y
admiten diversas soluciones correctas: no hay una sola táctica para ganar
una carrera ciclista o un partido de fútbol; hay muchas formas de preparar
un menú sabroso, de aprender un idioma, de practicar deporte, de ayudar
a los demás, de plantear unas vacaciones, de vestir con estilo… En una
sociedad democrática y pluralista, las divergencias en cuestiones
opinables se deben resolver pacíficamente por medio del diálogo y el
consenso. Filósofos alemanes como Apel y Habermas han visto en el
diálogo el mejor de los procedimientos para encontrar soluciones justas.
El éxito de esa ética dialógica depende de dos condiciones: no ignorar
información relevante y jugar limpio, sin coacción y sin intereses ocultos.

A lo largo de la historia se han dado consensos falsos e injustos, pero el


diálogo es siempre mejor que el monólogo, pues está claro que “cuatro
ojos ven más que dos”; que “hablando se entiende la gente”; y que la
mejor forma de establecer lo justo y deseable es exponer las razones

36
propias, escuchar las ajenas y dialogar con serenidad. Sin ser una
solución perfecta, el consenso es quizá la mejor de las formas de
establecer lo que es justo y conveniente. Pero es preciso no olvidar que
la justicia no nace necesariamente del común acuerdo. MacIntyre, en su
Historia de la ética, se pregunta qué validez tiene un consenso sobre el
asesinato en masa de los judíos. Y responde que el consenso solo es
legítimo cuando todos aceptan normas básicas de conducta moral.

Por desgracia, el reconocimiento de valores morales básicos se


encuentra hoy bajo sospecha. Se objeta que la moralidad es siempre
subjetiva, aunque tal vez se trate de una objeción precipitada. Cuando
Aristóteles reconocía principios incondicionales, por encima de cualquier
debate y consenso, su postura no era acrítica y subjetiva, sino
consecuencia de una reflexión imparcial sobre nuestras intuiciones
morales elementales. Robert Spaemann ilustra ese tipo de intuiciones
con un interesante ejemplo: la responsabilidad materna no se funda en
un sentimiento, ni en un principio teórico, sino en una percepción
elemental: dado que el niño necesita de la madre, la madre se debe por
completo al niño, sin necesidad de consensos.

Sabemos que el consenso no garantiza la ética porque no crea la


realidad: el cáncer no es malo por consenso, el alimento no es saludable
por votación, y una postura mayoritaria no es buena por ser mayoritaria.
Shakespeare nos ha dejado un curioso diálogo entre Lady Macduff y su
pequeño hijo. Cuando el niño pregunta quién debe ahorcar a los traidores,
la madre responde que los hombres de bien. Con la ingenuidad de sus
pocos años, el niño comenta: "Entonces los traidores serían estúpidos si
se dejaran ahorcar, porque ellos son mayoría". Tal conclusión puede ser
correcta, pues es posible una mayoría de traidores, pero estar en mayoría
no les convierte en leales.

37
5. La equivocación de las mayorías
En una viñeta publicada en 1919,
se cuece la primera ministra
Theresa May en la salsa del Brexit,
dentro de una cazuela por donde
asoma su torturada cabeza. No hay
que ser analista para entender que
esa testa sufriente representa a
Gran Bretaña, nación castigada por
practicar el peligroso deporte de
jugar con algo tan tozudo como la
realidad. Pero su desafortunada
salida de la Unión Europea no será del todo negativa si nos invita a pensar
sobre los límites de los procedimientos democráticos.

En 1992, cuando la policía peruana capturó al líder del grupo terrorista


Sendero Luminoso, el escritor Vargas-Llosa se apresuró a declarar su
oposición a la pena de muerte. Y, cuando el periodista que le entrevistaba
le recordó que la mayoría de los peruanos aprobaban esa condena, el
escritor fue tajante: "La mayoría está equivocada. La minoría lúcida debe
dar una batalla explicándole que la pena de muerte es una aberración".

Aunque la conclusión del premio Nobel es discutible, la historia nos


enseña que los seres humanos hemos estado mayoritariamente de
acuerdo en colosales disparates, vigentes durante muchos siglos. Basta
con pensar en el antiguo consenso sobre la esclavitud, sobre la movilidad
del Sol y la inmovilidad de la Tierra, sobre la carencia de derechos del
niño y de la mujer… Por eso, el simple acuerdo no garantiza la validez de
lo acordado. El problema no es nuevo. Hace siglos que Francisco de
Vitoria –uno de los fundadores de la Escuela de Salamanca- lo planteó
al hablar de los sacrificios humanos entre los aztecas: "No es obstáculo
el que todos los indios consientan en esto (…) pues no tienen derecho a
entregarse a sí mismos y a sus hijos a la muerte". Y es que los consensos
puramente fácticos no bastan para legitimar nada.

38
Por su identificación con la realidad, sabemos que la verdad no consiste
en la opinión de la mayoría, ni en un término medio entre opiniones
diferentes. Además, apoyarse en la mayoría equivale a despreciar la
inteligencia, como sugiere el conocido diagnóstico de Erich Fromm:

El hecho de que millones de personas compartan los mismos vicios


no convierte esos vicios en virtudes; el hecho de que compartan
muchos errores no convierte dichos errores en verdades; y el hecho
de que millones de personas padezcan las mismas formas de
patología mental no hace de esas personas gente equilibrada.

Si equiparamos verdad y opinión mayoritaria, nos sometemos a quienes


crean artificialmente esa opinión, tomamos por verdad aquello que decide
quien tiene poder para conformar la opinión pública. Sócrates,
calumniado por sus conciudadanos, desenmascara esa estrategia:

-Sí, atenienses, debo defenderme y tratar de arrancaros del ánimo,


en muy poco tiempo, una calumnia que habéis estado escuchando
durante muchos años. Aunque me gustaría conseguirlo, me parece
difícil y no me hago ilusiones. Intrigantes, activos, numerosos, mis
acusadores han hablado de mí con un plan concertado de
antemano y de manera persuasiva, os han llenado los oídos de
falsedades desde hace ya mucho tiempo, y prosiguen
violentamente su campaña de calumnias.

39
6. La verdad en el positivismo
Antes de 1860 predicaré el positivismo en Notre-Dame como la
única religión real y completa.

Auguste Comte

Desde el siglo XVIII, la ciencia y sus aplicaciones


técnicas han mejorado hasta lo inimaginable las
condiciones de vida en medio mundo. Esos resultados
deslumbrantes también han llevado a pensar que todos
los retos del conocimiento tendrán una respuesta
científica, y que lograrlo solo es cuestión de tiempo. Tal
pretensión de verdad completa –ingrediente del
optimismo ilustrado- fue la que buscaron el darwinismo radical por medio
de la biología, Marx con la historia y la economía, Freud con el
psicoanálisis, Auguste Comte con el positivismo.

Comte vivió entre 1798 y 1857. Había nacido en una familia francesa,
católica y monárquica. Estudió en la famosa Escuela Politécnica de París.
Se formó en la lectura de los enciclopedistas franceses y los empiristas
ingleses. Al referirse a su fortísima y precoz vocación reformadora,
escribirá: “Después de cumplir catorce años, experimenté la necesidad
imperiosa de una regeneración universal, política y filosófica al mismo
tiempo”.

La Revolución francesa había llevado la anarquía a Francia y a media


Europa. En medio de esa decepción, Comte se propondrá recuperar los
genuinos ideales ilustrados: razón, educación, ciencia, progreso,
felicidad. A tal fin redacta su Curso de filosofía positiva, un sistema de
normas y conocimientos donde resumirá la historia de la humanidad en
tres etapas sucesivas: la religiosa, la metafísica y la científica. La ciencia
empírica, deslumbrante a partir de Newton, lograría explicar todo y
arrinconaría para siempre a los ídolos religiosos y a los mitos metafísicos.

40
El reformismo de Comte afecta a la ciencia, la ética y el Derecho.

 Verdad lo que establece la ciencia (positivismo científico)


 Bien es lo que piensa o hace la mayoría (positivismo ético)
 Justo es lo que determina el legislador (positivismo jurídico)

Este triple reduccionismo ha configurado en profundidad nuestro mundo,


donde se admite sin apenas discusión que la ciencia nos ofrece toda la
verdad; que fuera de ella solo hay ignorancia o superstición, nunca
conocimiento. Sin embargo, gran parte de la humanidad daría cualquier
cosa por conocer el sentido de la vida, pero si preguntamos a la ciencia
obtenemos un resultado deprimente, pues la ciencia no sabe, no
contesta. El filósofo Edmund Husserl, padre de la fenomenología, dejó
escrito:

La ciencia nada tiene que decir sobre la angustia de nuestra vida,


pues excluye por principio las cuestiones más candentes para los
hombres de nuestra desdichada época: las cuestiones sobre el
sentido o sinsentido de la existencia humana.

La ciencia no agota el territorio de la verdad, ni mucho menos. Entre otras


cosas porque tiene muy poco que decir sobre nuestra experiencia ética y
estética, sentimental y religiosa, psicológica y cultural. Karl Popper,
especialista en Filosofía de la ciencia, advirtió que absolutizar el
conocimiento científico desvirtúa la ciencia y la convierte en cientificismo,
en “materialismo promisorio”. Conviene recordarlo al constatar que el
positivismo ha impregnado profundamente el pensamiento occidental,
configurándolo con las tres características esenciales de toda ideología:
cosmovisión materialista y anticristiana, ingeniería social y mesianismo
utópico.

Tal actitud es compartida hoy por un significativo número de científicos.


Uno de los más mediáticos, Stephen Hawking, fallecido en 2018, trabajó
sin descanso en hipótesis cosmológicas que supo divulgar en ensayos
como El Gran Diseño. En su campaña promocional, el astrofísico afirmó
que el propósito del libro era “expulsar al Creador”:

41
El Universo pudo crearse a sí mismo de la nada, y de hecho lo hizo.
La creación espontánea es la razón de que exista algo, de que
exista el Universo, de que nosotros existamos. Por eso no es
necesario invocar a Dios.

El prejuicio antimetafísico de Comte le lleva también a reemplazar la ética


(prescriptiva) por la sociología (meramente descriptiva), y a poner la
fuente del Derecho en el legislador, negando la ley natural. “Un niño es lo
que dice la ley”, repetía Hillary Clinton en campaña, al ser preguntada
por el estatuto y los derechos del embrión. Pero la historia reciente ha
demostrado sobradamente que, si no hay ámbitos prepolíticos, si la última
palabra la tienen las mayorías, es fácil cometer cualquier enormidad.

7. La verdad en la literatura
Platón nos dice que vivimos en una caverna donde reina la penumbra, y
que vivir de forma inteligente significa abrirse camino hacia la luz. Si la
misión de todo escritor es iluminar la caverna, los mejores son los que
más luz emiten, los capaces de ayudarnos a entender cuestiones tan
importantes y misteriosas como el amor, el sufrimiento, la libertad, la
muerte…, y lo único más importante que la vida: el sentido de la vida.
Necesitamos historias para reconocernos en ellas y aprender a vivir.
Cualquiera de nosotros puede llegar a ser un héroe o un villano, y esa
incertidumbre nos empuja a fijarnos en los demás para ver cómo han
asumido ese riesgo: cómo han llevado las riendas de sus vidas, cómo
han encajado los éxitos y los fracasos, cómo han superado las
adversidades o se han hundido en ellas. Necesitamos la buena literatura
y sus historias para tomar medidas a la realidad y escarmentar en la
cabeza ajena de Calisto, Melibea, Ana Karenina o Lázaro de Tormes;
para soñar como el Principito; para sobreponernos como Ana Frank; para
esperar como Penélope; para aspirar a la bondad esencial de don
Quijote.

42
Ernst Gombrich ha escrito que “la vida es a menudo triste, y es una
crueldad bárbara privar a nuestros jóvenes de la energía y la inspiración
que pueden encontrar durante toda su vida en el contacto vivificante con
las obras maestras del arte, de la literatura, de la filosofía y de la música”.
Por suerte, los grandes libros contribuyen a esclarecer el mundo, a la vez
que nos ayudan a rectificar los puntos de vista equivocados. Los grandes
libros nos alejan de la vulgaridad, y a veces aceleran tanto nuestro viaje
interior que, cuando regresamos al mundo, ya no somos los mismos.
¿Puede un autor cambiar a sus lectores? Tras la publicación de Oliver
Twist, ingleses ricos recapacitaron e hicieron generosas donaciones; el
Gobierno mejoró orfanatos y asilos, y los niños pobres recibían más
limosnas en la calle. Así, la compasión y la benevolencia se acrecentaron
en Inglaterra gracias a Dickens, y también el buen humor, con el gusto
por una vida salpicada de alegrías sencillas y tranquilas.
Es claro que transformar una época está al alcance de muy pocos.
Cambiar una vida tampoco es fácil. Pero nos bastaría con que un libro
nos ayudara a disolver un prejuicio, a rectificar un punto de vista, a
purificar nuestra mirada. Todo eso es algo bueno y sencillo. En ocho
endecasílabos célebres, Francisco de Quevedo reconoce justamente
esa deuda con grandes escritores del pasado:

Retirado en la paz de estos desiertos,


con pocos, pero doctos, libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.

Si no siempre entendidos, siempre abiertos,


o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.

Si quisiéramos imitar a Quevedo, ¿qué diez escritores y obras, a lo largo


de tres milenios, podrían integrar un Top Ten literario y ético?
1. Homero y su Odisea

43
2. Platón y su Apología de Sócrates
3. Marco Aurelio y sus Meditaciones
4. Shakespeare con Hamlet, Macbeth o El rey Lear
5. Cervantes con Don Quijote
6. Calderón de la Barca con El gran teatro del mundo
7. Dickens con David Cooperfield
8. Charlotte Brontë con Jane Eyre
9. Dostoievski con Crimen y castigo
10. Borges con su mejor poesía

Cuestiones abiertas
0. Juicio sobre el capítulo.

1. ¿Se puede mentir por compasión?


2. ¿Cabe un sano escepticismo?

3. ¿Cómo argumentar el error del idealismo kantiano?

4. ¿Todo se puede consensuar? ¿Todo se puede someter a votación?

5. ¿Qué ejemplos actuales hacen verdadero el diagnóstico de Erich


Fromm?
6. ¿Qué se podría decir a Hawking y a Hillary?

7. ¿Cuál sería tu Top Ten literario?

44
4 EL PLACER

Un hombre desenfrenado no puede inspirar afecto a otro hombre


ni a un dios, es insociable y cierra la puerta a la amistad.
Sócrates

Hemos de hacer de la teoría sexual un dogma, una fortaleza


inexpugnable.
Freud

Para corromper a un individuo basta con enseñarle a llamar


“derechos” a sus deseos.
Chesterton

45
1. Estatuto natural
Ser animal racional supone escuchar simultáneamente dos llamadas: la
del placer y la del deber. Ese protagonismo del placer en la conducta
humana es patente, y su mejor análisis se realizó hace más de dos mil
años, en unos apuntes de clase que luego recibieron el título de Ética a
Nicómaco. Ahí leemos algunas de sus notas fundamentales:
 La razón y el deseo son los dos caracteres por los que definimos lo
que es natural.
 Todo el mundo persigue el placer y lo incluye dentro de la trama de
la felicidad.
 El placer se presenta íntimamente asociado a nuestra naturaleza.

Varias veces repite Aristóteles que el estatuto del placer es radicalmente


natural: el hombre está hecho de tal manera que lo agradable le parece
bueno, y lo penoso le parece malo. Por eso piensan algunos que el placer
es el bien supremo, porque todos los seres aspiran a él, tanto los
racionales como los irracionales. Pero no puede ser el bien supremo,
pues también se observa que el placer esclaviza a muchas personas. De
ahí concluye Aristóteles que el placer no es malo ni bueno en sí mismo,
y que es malo cuando "hace al hombre brutal o vicioso". Después
comenta de pasada que "este peligro es mayor en la juventud, porque el
crecimiento pone en ebullición la sensibilidad, y en algunos casos
produce la tortura de los deseos violentos".

Añade Aristóteles que, si las acciones humanas pueden ser nobles,


vergonzosas o indiferentes, lo mismo ocurrirá con los placeres
correspondientes. Es decir, hay placeres que derivan de actividades
nobles, y otros de vergonzoso origen. El hombre íntegro se complace en
las acciones virtuosas y siente desagrado por las viciosas, lo mismo que
el músico disfruta con las buenas melodías y no soporta las malas.
Además, muchas de las cosas por las que merece la pena luchar, no son
placenteras. Por tanto, “ni el placer se identifica con el bien, ni todo placer
se debe apetecer”.

46
2. Platón y Sócrates
Nuestra época ha hecho de lo sexual una revolución cultural. Pero no
somos los primeros. Basta con invitarse al Banquete platónico para
comprobar que apenas hemos inventado nada respecto a la gama e
intensidad de los placeres. En cambio, tendemos a olvidar que el deseo
de placer convierte el equilibrio humano en algo peligrosamente
inestable. Desde Homero, desde Solón y los Siete Sabios, una máxima
en forma de advertencia recorre el pensamiento ético de los helenos:
"Nada en exceso".
Platón viajó a Sicilia varias veces y tomó nota de lo que se entendía por
vida feliz en aquella isla: “atracarse de comida dos veces al día, nunca
acostarse solo por la noche, y todo lo que acompaña a ese tipo de
existencia”. Había sido invitado por el tirano Dionisio para redactar la
Constitución de Siracusa. Pero al ver el panorama confiesa en la Carta
VII que aquel tipo de vida le desagradó profundamente.
Con semejantes costumbres, nadie en el mundo puede llegar a ser
equilibrado. Así se hace imposible la sabiduría y las demás virtudes.
Y, por la misma razón, ninguna ciudad puede mantenerse en paz,
por muy buenas que sean sus leyes, si sus habitantes vegetan
paralizados por la pereza en todo lo que no sea comer, beber y
correr tras sus amoríos.

El tirón del placer plantea un problema crucial, explicado por Platón, con
belleza y plasticidad, en el célebre mito del carro alado. Todo el arte del
auriga consiste en templar la fogosidad del caballo negro y acompasarlo
con el blanco, para correr sin que el carro vuelque. Pero un asunto tan
complejo no se resuelve en un mito. Platón lo plantea por extenso en el
Gorgias, donde dialogan Calicles y Sócrates. Ahora es el momento de
escuchar la extraordinaria respuesta del filósofo a la propuesta hedonista
del sofista:

47
¿Afirmas que no hay que reprimir los deseos si se quiere ser
auténtico, más bien permitir su mayor intensidad y darles
satisfacción a cualquier precio, y que en eso consiste la virtud?
Entonces, dime: si una persona tiene sarna y se rasca, y puede
rascarse siempre a todas horas, ¿vivirá feliz al pasarse la vida
rascándose? ¿Y bastará con que se rasque sólo la cabeza, o
también otras partes? Yo, al contrario, pienso que el que quiera ser
feliz habrá de buscar y ejercitar la moderación, y huir con rapidez
del desenfreno. Creo que debemos poner nuestros esfuerzos y los
del Estado en facilitar la justicia y la moderación a todo el que quiera
ser feliz, en poner freno a los deseos y no vivir fuera de la ley por
tratar de satisfacerlos. Porque un hombre desenfrenado no puede
inspirar afecto ni a otro hombre ni a un dios, es insociable y cierra
la puerta a la amistad.

3. Epicuro
Dos grandes escuelas filosóficas de la antigüedad –estoicos y epicúreos-
buscan el ideal de conducta en la tranquilidad de ánimo. Para ello, como
condición necesaria, proponen la liberación del deseo de placer.
Epicuro llevó a cabo un exhaustivo y matizado estudio de los placeres,
destinado a demostrar que nuestra dependencia del placer es excesiva y
malsana. En su análisis distinguió placeres convenientes y peligrosos.
Pero la opinión pública de su tiempo, poco dada a sutilezas, tomó el
rábano por las hojas y adjudicó al filósofo la etiqueta de hedonismo puro
y duro. El propio Horacio resumió su juventud admitiendo que fue "un
puerco de la piara de Epicuro".

El maestro había dicho que "el placer es el principio y el fin de la vida


feliz", y estas palabras le pasaron factura. Aunque lo disimuló con
retórica, no tuvo más remedio que desdecirse. Lo hizo en la célebre Carta
a Meneceo:

48
Cuando decimos que el placer es el soberano bien, no hablamos
de los placeres de los pervertidos y de los crápulas, como
pretenden algunos ignorantes que nos atacan y desfiguran nuestro
pensamiento. Hablamos de la ausencia de sufrimiento para el
cuerpo y de inquietud para el alma. Porque no son las borracheras,
ni los banquetes continuos, ni el goce con jovencitos o con mujeres,
ni los pescados y las carnes que colman las mesas suntuosas, los
que proporcionan una vida feliz: más bien es la razón, buscando sin
cesar los motivos legítimos de elección o de aversión, y apartando
las opiniones que llenan el alma de inquietud.

Epicuro distingue tres grandes familias de placeres:


 Naturales necesarios
 Naturales innecesarios
 Ni naturales ni necesarios
Después explica que la mejor relación con los placeres consiste en
satisfacer los primeros, limitar los segundos y evitar los terceros. Entre
los naturales necesarios se encuentran los que apuntan a la conservación
de la vida: comer, beber, vestirse y descansar; de este grupo excluye el
deseo y la satisfacción del amor, porque es una fuente de perturbación.
Entre los placeres naturales pero innecesarios menciona todos los que
constituyen variaciones superfluas de los anteriores: comer
caprichosamente, beber licores refinados, vestir con ostentación...
Finalmente, entre los no naturales ni necesarios se citan los nacidos de
la vanidad humana: deseo de riquezas, de poder, de honores…

4. Carpe diem!
El poeta Horacio resumió en dos palabras el programa de vida que busca
el placer por encima de todo: carpe diem. Es la invitación a vivir al día, a
exprimir el instante, a extraer de cada momento todo el placer que pueda
contener. La invitación de Horacio no era ninguna novedad. Placer se
dice en griego hedoné, y el primer programa hedonista lo encontramos
en tiempos de Platón, en boca de un sofista llamado Calicles: "Quien
49
quiera vivir bien debe dejar que sus deseos alcancen la mayor intensidad,
y no reprimirlos, sino poner todo su valor e inteligencia en satisfacerlos y
saciarlos, por grandes que sean".

Desde Calicles, la identificación del


bien con el placer ha tenido seguidores
en todas las épocas. En 1990 se
estrenó El Club de los poetas muertos,
interesante película que propone una
leve y matizada invitación al
hedonismo. La acción se desarrolla en
un prestigioso colegio norteamericano.
Un original profesor de literatura,
Keating, quiere salvar a sus alumnos
del aburrimiento, de la monotonía, de la
mediocridad. Y les propone echar la imaginación a volar, salir del montón
y vivir con intensidad el instante. Para ello, recupera y repite el viejo carpe
diem horaciano: "Aprovechad el momento, chicos; haced que vuestra
vida sea extraordinaria, para que nadie llegue a la muerte y descubra que
no ha vivido".

Su interpelación afecta de lleno a los muchachos y a los espectadores,


precisamente porque la mediocridad y la ausencia de sentido son plantas
bien abonadas en cualquier latitud. Pero las consecuencias de esa
insinuación inconcreta se saldan con un suicidio: el más sensible de sus
alumnos sueña con ser actor de teatro; su padre se opone frontalmente
a esa afición, y el chico decide que no merece la pena seguir viviendo.

El carpe diem! ha resultado mortal por carecer de dos matices. En primer


lugar, aprovechar el instante no significa absolutizarlo; en segundo lugar,
llenar el tiempo no es amontonar intensidades placenteras, sino formar
un mosaico coherente que pueda incluir acciones tan diversas como
estudiar durante horas, acompañar a un enfermo, colaborar con una
ONG… Si Keating no es más explícito, puede hacer que sus alumnos
corran hacia ninguna parte, o hacia donde no deben. Keating debería

50
explicar a sus románticos jóvenes que una vida agitada por el placer no
es lo mismo que una vida lograda, y que amontonar acciones no equivale
a encontrar el sentido de la vida; más bien, el sentido es algo previo a la
acción: es lo que escoge, orienta y coordina las acciones.

5. Los padres de la revolución sexual


La mezcla inseparable de razón y deseo constituye al ser humano. Una
mezcla explosiva y altamente inestable, cuyo control ha pertenecido
históricamente a la razón. El hedonismo es la negación de esa función
rectora. Tan fácil de vivir como difícil de justificar. Ni siquiera Epicuro se
atrevió a llevarlo hasta sus últimas consecuencias. Para llegar a esa
justificación hubo que esperar al siglo XX, a la alianza entre Nietzsche,
Freud, el marxismo y el feminismo. Uno de sus efectos más visibles es la
llamada revolución sexual. En su origen encontramos a Nietzsche,
genio y agitador que muere en 1900, después de haber dedicado su vida
a rechazar el deber moral y defender la inversión de valores:

Durante demasiado tiempo, el hombre ha contemplado con malos


ojos sus inclinaciones naturales, de modo que han acabado por
asociarse con la mala conciencia. Habría que intentar lo contrario,
es decir, asociar con la mala conciencia todo lo que se oponga a los
instintos, a nuestra animalidad natural.

La obra de Nietzsche se abre con una apasionada afirmación de la vida,


dramática si se tiene en cuenta que es la proyección de la impotencia de
un enfermo. La vida es un valor que se afirma sin más lógica que su
fuerza de surgimiento. Y el símbolo escogido es el dios griego Dionisos,
exponente máximo de una civilización que se embriaga en los instintos
vitales, de espaldas a todo deber moral, a toda responsabilidad. En carta
a su amiga Ida Overbeck, esta inesperada confesión:

51
No puedo ni quiero dar un paso atrás. Iré a pique a causa de mis
pasiones, que me hacen andar a la deriva. Voy desmoronándome
poco a poco. Pero ya nada me importa.

El psiquiatra vienés Sigmund Freud (1856-1939) se propone otorgar


estatuto científico a la propuesta libertaria de Nietzsche. Su célebre
psicoanálisis constituye una teoría general del comportamiento humano,
que se reduce a las tensiones entre la búsqueda del placer y los límites
impuestos por la misma realidad. Según Freud, la personalidad humana
viene a ser el resultado de esa constante batalla, y crecería sana si la
satisfacción de los instintos fuera libre. Hoy sabemos que Freud se
aprovechó de su prestigio como médico. Después de su muerte, el
escandaloso descubrimiento de historias clínicas inventadas dejó claro
que el psiquiatra encontraba en el psicoanálisis aquello que previamente
había decidido encontrar. Jung, uno de sus grandes discípulos, anota en
sus Memorias algo que el maestro le dijo en cierta ocasión: “Tenemos
que hacer de la teoría sexual un dogma, una fortaleza inexpugnable”.

La experiencia de la psiquiatría ha puesto de manifiesto que la sexualidad


desatada, propuesta por Freud y Nietzsche, no es liberadora. Multitud de
estudios han demostrado que la promiscuidad, la adicción a la
pornografía, la impotencia sexual y diversas aberraciones son
consecuencia del modelo antirrepresivo freudiano. La explicación es
sencilla: al proclamar la conquista de un mundo feliz por la liberación de
los instintos, se ignora su desorden latente, se pasa por alto que la
sexualidad no puede ser equiparada a las demás emociones o
experiencias elementales, como el comer y el dormir, porque en el
momento en que deja de estar bajo control comienza su tiranía. Desde la
antigua Grecia, desde que Platón nos retrató en el mito del carro alado,
sabemos que una correcta antropología es necesariamente jerárquica: si
la razón no lleva las riendas y prevalece sobre los instintos, es dominada
por ellos.

Pero las ideas de Nietzsche y Freud han conquistado amplísimos


sectores culturales y sociales. Las razones de semejante influencia son

52
múltiples. Freud era un excelente comunicador. Poseía ambición, talento
literario e imaginación. Acuñaba neologismos y creaba lemas con
facilidad y fortuna, hasta el punto de incorporar a la lengua alemana
palabras y expresiones nuevas: el inconsciente, el ego y el superego, el
complejo de Edipo, la sublimación, la psicología profunda...

Mucho más importante fue el descubrimiento de Freud por parte de


artistas e intelectuales. Freudianos fueron los integrantes de la Escuela
de Frankfurt. Del Surrealismo podría pensarse que nació para expresar
visualmente las ideas freudianas. Novelistas como Joyce y Proust
estaban modificando el centro de gravedad de toda una visión milenaria
de la vida. Ignorando la herencia clásica, que confería al hombre una
voluntad y una responsabilidad precisas, disolvían la conducta de sus
protagonistas en un confuso montón de sensaciones, compatibles con
todos los desórdenes. Proust reconoce en sus personajes "el más grande
de todos los vicios: la falta de voluntad que impide resistir a los malos
hábitos".

6. Mayo del 68
La revolución sexual, inspirada en Freud y Nietzsche, estará en el centro
de las reivindicaciones estudiantiles del 68 francés. Todo empezó con un
altercado entre un joven estudiante, Daniel Cohn-Bendit, y el ministro de
la Juventud, que visitaba la universidad de Nanterre. El debate que se
entabló solo trataba sobre el acceso de los chicos a los dormitorios de las
chicas. El ministro invitó al cabecilla a que fuera a refrescarse a la piscina
de la institución. Los estudiantes prefirieron declararse en huelga.

Cohn-Bendit dirá que el objetivo de los huelguistas era “poner la


sociedad al servicio del individuo, no el individuo al servicio de la
sociedad”. Ese individualismo radical exigía la supresión de la moral
sexual y la deconstrucción de la familia, “tapadera opresiva que condena
nuestros deseos de ebullición”. Mayo del 68 –resume Alejandro Llano-
quería situar la economía y la política en el lugar derivado que les

53
corresponde, y abrir camino a un estilo de vida más libre y espontáneo.
Pero los estudiantes revoltosos llevaban en el ala el plomo postmarxista
y la crisis del sentido cristiano de la vida, especialmente referida a la ética
de la sexualidad y a la estabilidad de la familia.

Los estudiantes parisinos consiguieron cambiar el estilo de vida en


Occidente. Sus pretensiones liberacionistas y hedonistas se extendieron
capilarmente en la sociedad, convirtiéndose en el nuevo código moral por
defecto. Sucesivas reformas legislativas introdujeron en la primera mitad
de los 70 el divorcio por mero acuerdo entre las partes, el aborto legal, la
libre disponibilidad de anticonceptivos… Se hicieron permisivas las
costumbres y, para conseguir la igualdad, se difundió un estilo de vida
quizá con poco estilo.

Mayo del 68 escenifica la protesta de una


joven generación mimada por la vida y por
sus padres, en dos de los países más
prósperos del planeta: Francia y Estados
Unidos. Los estudiantes en huelga siguen
el guión que Ortega y Gasset había
anticipado en La rebelión de las masas:
rechazan el mundo que ha hecho posible su cómoda existencia y exigen
libertad para sus deseos vitales. La revolución política de Robespierre
debía culminar en la revolución sexual, que se extendería por todo el
mundo occidental a la largo del siglo XX, hasta tocar fondo en los países
más permisivos, como muestra crudamente el documental La teoría
sueca del amor.

7. Una virtud para el placer


Francisco de Quevedo nos dejó este importante aviso: "Dentro de tu
propio cuerpo, por pequeño que te parezca, peregrinas. Y, si no miras
bien por dónde llevas tus deseos, te perderás en tan pequeño vaso para
siempre".

54
El ser humano experimenta una fuerte inclinación natural hacia el placer
que se obtiene en la comida, la bebida y la sexualidad. Se trata de las
tres energías vitales más intensas, puestas directamente al servicio de la
conservación de la vida. En virtud de su misma fuerza, esas energías
también posen la mayor capacidad destructora cuando se desordenan,
sobre todo si el desorden cristaliza en forma de adicción. Por eso es tan
importante su gestión inteligente. Esa gestión pasa por lo que hoy
denominamos genéricamente autocontrol o dominio de sí, una cualidad
que, aplicada a los placeres, es conocida desde antiguo como templanza.

La posibilidad real de descontrol de las mencionadas energías vitales


hace necesaria una labor de vigilancia. Eso es justamente la templanza:
el control racional de los deseos orgánicos, puestos al servicio de la
plenitud humana. Aristóteles decía que “el exceso en los placeres
conduce al desenfreno y es censurable". Por ello, “lo mismo que el niño
debe vivir de acuerdo con la dirección de sus educadores, los apetitos
han de estar sujetos a la razón". Ya hemos visto cómo ponderan esta
virtud los grandes filósofos griegos.

Algo similar encontramos en la ética estoica,


vigente en Grecia y Roma durante cinco siglos.
Su propuesta esencial se resume en dos
imperativos: sustine et abstine. La traducción
castellana es fácil: aguanta y renuncia, resiste y
abstente. Es decir: vive con fortaleza y
templanza. Son las virtudes que pone en juego
Ulises cuando surca el mar donde las Sirenas
seducen fatalmente a los marinos que escuchan
sus cantos. Ante la peligrosa posibilidad de ser
seducido y perder la cabeza, Ulises se hace atar
fuertemente al mástil de su nave, sella los oídos de los marineros y da la
orden de no ser desatado hasta que pase el peligro.

Seneca, el mejor representante del estoicismo, aconseja estas virtudes


porque “el cuerpo pide placeres vanos, efímeros y deplorables, que si no
se regulan con cuidado irán a parar a la sensación opuesta”. Afirma que
55
el placer sin moderación conduce a un precipicio, y toma de la historia un
ejemplo famoso: “Un gran militar como Aníbal, a quien no doblegaron las
nieves ni los Alpes, quedó embotado por las delicias de la Campania.
Venció con las armas, pero los vicios le vencieron”.

No se piense que la templanza es una virtud propia de la cultura


occidental. Como las demás virtudes fundamentales, deriva directamente
de la constitución humana, y por ello la encontramos en todas las grandes
civilizaciones. Confucio y Lao-Tsé, padres de la cultura oriental, la
aconsejan vivamente: “No hay mayor culpa que ser indulgente con los
deseos”, afirma Tsé.

Cuestiones abiertas
0. Juicio sobre el capítulo.
1. ¿Mantienen su vigencia las palabras de Aristóteles sobre el placer?
2. ¿Debe el Estado, como propone Sócrates, promover la moderación?
3. ¿Se desdice Epicuro?
4. ¿Qué necesita el carpe diem!?
5. ¿Por qué la opinión pública desconoce el grave fraude de Freud?
6. ¿Se puede considerar positivo el balance de mayo del 68?
7. ¿Por una promesa de fidelidad se ata Ulises al mástil?
8. En 2019, los jóvenes protagonizaron el 45 por ciento de los accidentes
de tráfico en España, concentrados casi todos en la madrugada del
sábado y el domingo. ¿Guarda este dato alguna relación con la ética?
9. ¿Ves conveniente una ética de la sexualidad? ¿Cuál sería su
contenido esencial? ¿Quién debería fijarlo?

56

También podría gustarte