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ÉTICA Y BIOÉTICA segunda parte Prof.

Alberto Ruano

c. La ética de la época helenística

El tema principal de la filosofía del período helenístico fue, sin lugar a dudas, el tema del hombre, su
actitud frente a la naturaleza, la sociedad, la muerte, sus finalidades, es decir el tema ético. Allí se con-
forman las tendencias del pensamiento moral que perdurarán, con diferentes matices, a lo largo de la
historia.
La oposición entre la ley natural (físis) y la ley humana (nómos) cobrará significación si consideramos
que la vida política de las ciudades griegas entró en plena decadencia, luego de las conquistas de Ale-
jandro Magno, y se generó un ambiente intelectual de profundo descrédito hacia las instituciones y con-
venciones que regían la sociedad humana.
El retorno a la vida natural será un ideal radical en la filosofía cínica, pero también será abrazado por las
otras dos grandes tendencias del pensamiento moral: el epicureísmo y la estoicismo. También comparten
estas tres tendencias otra base común: la búsqueda del ideal de vida personal a través de la liberación de
las pasiones, y emociones: la ataraxia, la no perturbación como base de la felicidad del ser humano, la
serenidad de ánimo del sabio como búsqueda de una finalidad práctica común. La felicidad del sabio es
el fin (télos), el último objetivo, y esa felicidad coincidirá con la conducta razonable, justa y en armonía
con la ley natural.

1. EL CINISMO: DIÓGENES

El cinismo, para muchos estudiosos de la ética, constituye más que un sistema filosófico, una cierta acti-
tud vital frente a la sociedad y las convenciones. El rechazo y desprecio que sus adeptos demostraron
por los estudios académicos, contribuyeron a que poco procurasen crear un sistema de pensamiento se-
mejante a las otras escuelas filosóficas.
El adjetivo Kinikós, raíz etimológica de “cínico”, significaba “perruno” o “perro”, vale decir aplicable a
quienes actúan desvergonzadamente, no más preocupados de las convenciones humanas que los propios
animales y de allí que los miembros de la secta adoptasen ese nombre: Diógenes, el perro o el cínico,
quiere decir lo mismo.
Como ideal supremo del cinismo surge la Autarquía, la vida autosuficiente y libre de los deseos munda-
nos: la sabiduría convencional, la fama, la honra, las riquezas, los placeres, con todas las preocupaciones
que se les asocian.
La persona humana liberada de la influencia de los deseos, puede practicar un feliz retorno a las fuentes
de la naturaleza, la ley natural, como una seguridad de no pertubación y felicidad. Según este punto de
vista, el deseo por los bienes exteriores genera lazos de esclavitud hacia ellos. De ese modo, el rico es
esclavo de sus riquezas y dedica lo sustancial de sus energías vitales a la obtención de riquezas, el hom-
bre político lo es de su prestigio y así es en verdad esclavo de su propio poder, a cuyo cuidado debe de-
dicar su vida; así mismo, los apetitos y deseos amorosos despiertan servidumbres hacia el objeto
deseado. El verdadero sabio o persona cabal, es aquél que sabe distanciarse de los deseos que no sean
necesarios y logra con ello su libertad e independencia personal.
El cínico es, naturalmente, un ser individualista, reacio a las relaciones con otros ciudadanos si no es
para hacerlos objeto de la burla y el rídiculo por sus artificios y su debilidad. Diógenes sostenía que,
como los perros “sabía ser fiel a los amigos y ladrar a los enemigos”, un modo de decir que el cínico se
ajustaba al papel de provocador y distinguirse así de las convenciones sociales.

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Como rasgos sobresalientes de la postura cínica, podemos complementar:
 Oposición de la vida natural a la cultura.
 Oposición de la ley natural (vida marginal) a las leyes, convenciones y prácticas sociales.
 Ascetismo y austeridad radicales: la menor cantidad de objetos y riquezas posibles asegura
menores dependencias.
 No aceptar a los dioses.
 No respetar las instituciones: matrimonio, familia, propiedad, Estado.
 El mundo natural es una constante mezcla de sustancias y, por lo tanto, no es necesario hacer
funerales y entierros.
 Libertad de palabra: oposición entre verdad natural y artificio social.
 Fraternidad universal, las patrias son ficciones que separan artificialmente a los seres huma-
nos. Defiende la igualdad de los seres humanos.
 Diógenes justificó (no se sabe si con intención humorística) el incesto y el canibalismo.
Un autor moderno nos sintetiza cual es espíritu que anima esta corriente cínica de la filosofía moral:
“La vía de la verdadera excelencia, de la independencia respecto del mundo entero, excelen-
cia e independencia que puede conseguir todo aquél que se lo propone, consiste en no dejar-
se dominar por nada, por ningún contratiempo, ni por el hambre, la sed ni el frío, ni por el
dolor físico, la pobreza, la humillación o el destierro, sino ver en todo ello una mera ocasión
de probar la propia fuerza moral y de voluntad, ocasión de endurecimiento (kartería), de ‘as-
cesis’ en sentido corporal y anímico. La libertad de voluntad de acción está dada a todo
mundo. Ese es el abrupto sendero por el que se yerguen las grandes personalidades históri-
cas, como Ciro el Viejo, que Antístenes había colocado como modelo en su escrito. Esta con-
fianza en la voluntad humana tiene como presupuesto una concepción optimista del ser del
hombre desde el punto de vista moral. Y cuando Antístenes declara que la ciencia más im-
portante es la de ‘desaprender el mal’, parece indicar que el individuo es bueno por natura-
leza y asimila el mal por influencia de la cultura; lo único que tiene que hacer, por
consiguiente, es volver a su vida natural” (W. Nestle)

2. EL EPICUREISMO

La referencia a la ética de Epicuro nos remonta a uno de los filósofos más controvertidos de la Antigüe-
dad. En efecto, durante largos siglos las obras de ese autor fueron destruidas y sus partidarios persegui-
dos. Se debe a un hallazgo en las excavaciones a la ciudad de Herculano (cubierta por la lava junto a
Pompeya) que se encontraran, escondidos en un sótano, algunos fragmentos de sus obras y un busto del
filósofo. Todo lo demás se ha recibido por escritos de sus discípulos y seguidores. El cristianismo tam-
bién consideró a Epicuro un pensador maldito y durante toda la Edad Media su nombre fue asociado a la
búsqueda sin freno del placer y, en consecuencia, del pecado. El Dante Allighieri, en su “Divina Come-
dia”, representó a Epicuro y los epicureistas en el último círculo del infierno y sometidos a los más es-
pantosos tormentos.
Los estudios más recientes sobre este filósofo nos ilustran mucho mejor acerca de sus doctrinas y, sobre
todo, lo logran ubicar en una perspectiva racional de pensamiento, sin los rasgos de exageración que se
le atribuyeron en tiempos remotos.

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EL CONTEXTO HISTÓRICO
Cuando Epicuro funda su propia escuela de filosofía, llamada El Jardín, ya Atenas había caido bajo el
dominio de una potencia extranjera: Macedonia. El rey Filipo la había sometido en la batalla de Quero-
nea (338 a. C.) y a la muerte de éste, su hijo, Alejandro Magno, logró reducir un intento de liberación de
la ilustre ciudad. De allí en más Atenas no logró reconquistar su independencia y su libertad. Las institu-
ciones de la democracia ateniense habían perdido su credibilidad y las costumbres iban a alejar a sus
ciudadanos de los asuntos políticos.
Con el imperio de Alejandro Magno, las ciudades griegas pierden su hegemonía política y se transfor-
man en provincias del imperio macedónico, primero, y romano, después. El ciudadano ateniense deja de
ser la célula de un organismo político (la polis) en donde su participación era activa y lograba realizarse
como ser social, para pasar a constituirse en la pieza de una extraña organización superior que él ni con-
trola ni comprende. El hombre griego se siente inseguro y se retrae a la intimidad de la vida privada.
Algunos autores explican el surgimiento de las escuelas morales (epicureismo y estoicismo) por el con-
curso de esas circunstancias históricas:
“La Filosofía, en esta situación, pierde los vuelos metafísicos y la proyección política
que había tenido con Platón y Aristóteles, y se convierte en una reflexión en busca de
normas para la organización de la vida personal y en un consuelo para colocar al hom-
bre en calma en medio de un mundo turbulento y extraño. El individuo quiere solucionar
el desamparo y acude a la filosofía. Así ésta se convierte en una ética sin dimensión so-
cial ni política; deja de ser un saber, un fin en sí mismo para constituirse en medio para
proporcionar una vida feliz al hombre solitario.”1
DATOS BIOGRÁFICOS
Epicuro nació en la isla de Samos en el 341 a.c. y tuvo un origen modesto. Su trayectoria en filosofía
(para la cual tuvo una inclinación desde muy joven) lo llevó a recibir diferentes influencias: de Platón, a
través de Pánfilo, en donde aprendió a desprecier el sistema idealista y también de la escuela del atomis-
ta Demócrito, por intermedio de su maestro Nausífanes.
Particularmente significativa fue la influencia de la escuela atomista en la obra de Epicuro; como vere-
mos su visión de las finalidades humanas es perfectamente consecuente con los postulados de una co-
rriente filosófica centrada en la vida material del hombre y en la necesidades naturales.
A su escuela en la ciudad de Atenas, se le denominó el Jardín, por estar dispuesto en una huerta donde
los miembros de la secta solían compartir las enseñanzas del maestro. El Jardín logró escandalizar a sus
contemporáneos pues fue el primer centro de filosofía que aceptó mujeres y esclavos entre sus miem-
bros.
LA DOCTRINA
La obra de Epicuro se suele dividir en tres grandes capítulos:
La Canónica: centrada en su teoría del conocimiento en donde se enseña que todo saber no puede prove-
nir sino de las sensaciones que recibimos por los sentidos. De la asociación de esas sensaciones, se pro-
ducen los sentimientos, es decir ciertas reacciones humanas a la influencia de la sensación, para llegar a
formar anticipaciones, es decir aquella capacidad de formar conceptos generales y que se independizan
de la sensación.

1
SANZ ADRADOS, Juan José y GONZÁLEZ ÁLVAREZ, Luis José. “Filosofía grecorromana”. Bogotá: Universidad Santo
Tomás. 1978., pág. 203.
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La Física: la cual sería una ontología o consideración general sobre el ser. En este sentido Epicuro sigue
la doctrina de los atomistas, principalmente Demócrito, quien enseñaba que toda realidad está constituí-
da por átomos elementales y por vacío entre ellos. Éstos al combinarse forman los cuerpos de la natura-
leza. Los cuerpos físicos, claro está, pero también el alma está formada por átomos mucho más sutiles.
El movimiento es posible por la existencia del vacío a través del cual los átomos pueden realizar un mo-
vimiento circular y hacer combinaciones distintas. En los cuerpos materiales los átomos tienen formas
más grandes y groseras, en los cuerpos espirituales los átomos son más pequeños y esféricos. El alma
humana, entonces, no sobrevive a la muerte del cuerpo, el alma muere con el cuerpo.
Los principios de esta física son definidos así por el mismo Epicuro:
- Nada nace de la nada; el todo es eterno e inmutable; todo lo componen los átomos y el vacío;
los cuerpos son átomos o agregados de átomos; el todo es infinito.
- Los átomos eternos, permanentes e inmutables tienen forma, extensión y peso.
- El mundo no se originó del caos. Todo fue siempre lo que es ahora.
- La percepción verdadera es a través de los sentidos.
- La naturaleza de los cuerpos celestes no es distinta a la del mundo nuestro.
- El alma es mortal; el alma también se compone de átomos, sutiles. Es corpórea.
La Ética: Ella está enteramente subordinada a las conclusiones de la Canónica y la Física. Si el alma
perece con el cuerpo físico, entonces, el estado de la muerte no debería preocuparnos, pues tampoco
existiría el sufrimiento. Al mismo tiempo se gozaría de la posibilidad de la libertad pues los dioses (Epi-
curo no los niega) no tendrían un papel fiscalizador sobre las actitudes humanas.
El ideal de esta ética es el de la ataraxia o vida humana sin preocupaciones ni miedos, como una vida
tranquila y feliz, alejada de la políticas y las frecuentes guerras que asolaban a las ciudades griegas de
ese período.
Las ideas eternas de Platón, los arquetipos de Justicia, etc., habían perdido toda validez en la época de
Epicuro, de donde la convicción de que sólo lo sensible y comprobable puede ser fuente de sabiduría.
El placer entonces, relacionado con la satisfacción de los sentidos humanos, se encuentra en la base de la
felicidad aunque no por sentir sensaciones placenteras se es feliz. Así explica él mismo (Carta a Mene-
ceo) las connotaciones que da al placer como fin supremo del hombre:
“Por tanto, cuando decimos que el placer es el bien supremo de la vida, no entendemos
los placeres de los disolutos y los placeres sensuales, como creen algunos que descono-
cen o no aceptan, o interpretan mal nuestra doctrina, sino el no tener dolor en el cuerpo
ni turbación en el alma. Pues, ni banquetes ni fiestas continuas, ni placeres de jóvenes y
mujeres, ni pescados ni cuanto pueda ofrecer una mesa bien abastecida, causan la vida
feliz, sino una razón vigilante que investiga las causas de toda elección y repulsa, y que
aleja las falsas opiniones de las cuales la mayoría de las veces se origina la turbación
que se apodera de las almas.”

En Epicuro, como puede verse, se conserva la noción de equilibrio y justo medio que explora Aristóte-
les, a diferencia de los hedonistas, no cree que toda felicidad se reduce al mero placer de las sensaciones
y al mero disfrute de bienes externos.
PUNTOS SOBRESALIENTES DE SU ÉTICA:
 La base de la felicidad es el placer.

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 El placer y el dolor son sentimientos básicos de una ética material.
 La sabiduría debe conducir a la ataraxia o vida sin preocupaciones, asimilable a la fe-
licidad con sensillez de hábitos.
 Los deseos del hombre: distinción básica en naturales y necesarios, naturales y no ne-
cesarios y, finalmente, los deseos que no son ni naturales ni necesarios, como la fama,
el dinero, entre otros.
 No se debe temer a los dioses.
 Tampoco se debe temer a la muerte.
3. EL ESTOICISMO
El estoicismo representa una verdadera escuela: la Stoa, originaria de Grecia, fundada según la tradición
por Zenón de Citia hacia el 300 a. C. y que sistematizó en sus principios Crisipo (hacia el 250 a. C.). El
estoicismo fue la escuela moral de más impacto durante el imperio romano y perduró hasta el siglo II de
nuestra era, a través de la obra de Séneca, Epicteto y Marco Aurelio (hacia el 160 d. C.)
Los primeros estoicos (Zenón) van a propugnar que el hombre viva de acuerdo a la naturaleza aceptando
el orden de los acontecimientos y contra los cuales no es sabio ni ético rebelarse. Ya desde entonces el
estoicismo asignará un papel insignificante al individuo cuando se relaciona con los grandes destinos
humanos y la ley natural, el orden divino de la naturaleza y que predestina de manera providencial el
futuro de la especie y el cosmos.
De este modo se habla de la filosofía estoica como de un naturalismo desde el momento en que se plan-
tea como máxima general: “Vivir según la naturaleza”, pero al mismo tiempo, es una moral trascenden-
te, pues las determinaciones principales de la conducta humana provienen de la necesidad de un Orden
superior al individuo humano.
La Providencia, esa fuerza de predeterminación de la divinidad, se impone a las voluntades humanas
tomadas de manera aislada. ¿Qué es la vida de un hombre? Una partícula minúscula del Universo, una
pequenísima chispa en el Fuego perpetuo del Cosmos, nada su voluntad frente a la fuerza del Devenir
predeterminado por la divinidad. Así explica Jean Brun, la lógica interna del Estoicismo:
“Es tal vez en el Estoicismo donde se impone con mayor nitidez la concepción antigua de
una Unidad interna de las cosas, que hace que el universo constituya un solo cuerpo in-
menso, una comunidad organizada donde todo ‹conspira› hacia un fin único y en donde
todo elemento se adapta al conjunto de los otros en función de un Orden general; ser sa-
bio es, entonces, comprender este Orden, aceptarlo y, mejor todavía, participar volunta-
riamente y con toda el alma en él: reencontrar en sí mismo la inspiración divina de quien
todo procede, desarrollarla, ponerla al abrigo de lo que sea pasión, egoísmo, deseo, es
decir de todo aquello que es ‹materia›.” (“Les Grandes doctrines morales” pág. 35)
El mundo sensible y la vida material, con sus pasiones, preocupaciones y complicaciones son un algo
despreciable y sin sentido verdadero, cuando se comparan con los grandes fines y leyes del universo, en
donde el todo responde a las finalidades de la Armonía y la voluntad del Dios. La individualidad es algo
que debe sacrificarse a la voluntad superior. ¿El papel del sabio? Conocer y sin egoísmos, colaborar con
ese orden supremo.
LA FÍSICA DE LOS ESTOICOS

La idea del universo de los estoicos es la idea de un ser viviente, animado, razonable e inteligente; no
sólo es divino sino que es Dios mismo. De este modo, la identidad entre universo y Dios (punto esencial

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de esta doctrina) permite sólo una actitud pasiva al individuo humano quien debe conocer al universo
para realizar una armonía racional entre el hombre y el mundo, la sabiduría sería una adhesión al mundo,
sinónimo de sumisión a Dios y de aceptación del Destino.
Sólo existen individuos y cuerpos en la realidad del mundo, pero los individuos no forman, como en
Aristóteles, clases y especies, mejor dicho lo fundamental en ellos no es lo que tienen en común sino los
accidentes que los distinguen entre sí. Todo individuo posee una tensión interior distintiva: puede ser
estructura, como en los minerales, o naturaleza (físis) como en los vegetales, o alma (siqué) como en
los animales, o espíritu (nous) como sucede con los seres humanos. Dios es el conjunto y la armonía de
todos los cuerpos e individuos del universo.
Como el universo es uno y contínuo, cualquier hecho por mínimo que sea repercute en el conjunto: una
gota de vino arrojada al mar se extenderá al mar entero y de allí a todo el universo. Todas las partes son
dependientes unas de otras, pero el todo es independiente.
Sólo existe una vida (fuego) dividida en numerosos cuerpos individuales.
El Destino en esta física es una realidad natural inscrita en la estructura del mundo en el sentido de que
la mezcla que liga y une a los seres, testimonia una disposición inmutable en el orden cósmico. El des-
tino entrelaza los seres y la voluntad de Dios.

LA ÉTICA ESTOICA
Como se puede ver es difícil separar la cosmovisión física del estoicismo con las consecuencias éticas de
dicha visión.
El bien supremo se asocia, entre los estoicos, no a la búsqueda del placer, como entre los hedonistas y
epicúreos, ni tampoco al renunciamineto a los deseos y a la autarquía, como en los cínicos, pues esa au-
tarquía es ilusoria en un universo representado como una unidad contínua y ordenada, la felicidad y el
bien supremo se relaciona en los autores estoicos a la idea de utilidad y de bien común, vale decir en la
participación activa y consciente en la finalidad del universo o, dicho en otras palabras, en el someti-
miento de la voluntad individual a los designios de la voluntad divina.
El enriquecimiento y la prosperidad personal no deben ser ambicionados como bienes absolutos pero sí
se los puede valorizar como signos positivos de la Providencia y recibidos como tales con un igual áni-
mo inmutable, como se recibe la buena y la mala fortuna.
Sabio es aquél, no que preserva su libertad y su independencia personal, sino aquél capaz de comprender
el orden superior del universo y capaz de autosometerse sin restricciones a la predestinación divina. Por
ello la vida feliz es aquella que sabe conformarse a lo dado por el conjunto del universo sin oponer resis-
tencias a esa voluntad trascendente.
De este modo, lo pasional es también rechazado por los estoicos como un movimiento irracional del
alma contrario a la naturaleza. Una pasión es una tendencia demasiado vehemente y con ello se quiere
decir que está demasiado alejada del equilibrio natural.
El deseo es un apetito irrazonable.
Los estoicos, al igual que las otras tendencias cínicos y epicúreos, plantearon la igualdad entre todos los
seres humanos pues todos son parte del mismo soplo de la divinidad.
Caracteres sobresalientes de la ética estoica:
 Aceptación del Orden universal y sometimiento al Destino divino.

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 Humillación del individuo como voluntad independiente y como realización de sus
pasiones.
 Respeto a la Providencia.
 Felicidad del sabio: comprensión de las leyes naturales y del orden que vincula todos
los seres y hechos del universo.
 Cosmopolitismo y fraternidad de todas las personas.
 Creencia en la predestinación. Sólo debe desearse aquello que creemos va a acontecer.
 Realismo pesimista: “No asombrarse de nada”.

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