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IDEOLOGÍAS
y
POSVERDAD

Los medios no cuentan la mitad de lo pasa, y la mitad de lo que


cuentan es mentira.

Mafalda

Andan entre nosotros siempre una caterva de encantadores que


todas nuestras cosas mudan y truecan, y las vuelven según su
gusto, y según tienen la gana de favorecernos o destruirnos; y así,
eso que a ti te parece bacía de barbero me parece a mí el yelmo
de Mambrino, y a otro le parecerá otra cosa.

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Don Quijote

1. El mundo de las ideologías


Occidente nació de la triple alianza entre Grecia, Roma y el cristianismo,
con frutos incomparables como el humanismo, los grandes estilos
artísticos, la universidad, los derechos humanos, la ciencia, la técnica y
las instituciones libres.

Esa herencia será administrada, hasta finales del siglo XVIII, por los dos
poderes que configuran el Antiguo Régimen: la Monarquía y el Papado.
Pero la historia es una caja de sorpresas: a partir de la Revolución
Francesa serán las ideologías quienes configuren el nuevo mundo.
Marx señala su nacimiento en un certero apunte histórico:

Cuando el mundo antiguo estaba declinando, las viejas religiones


fueron vencidas por la religión cristiana. En el siglo XVIII, las ideas
cristianas cedieron su puesto a las ideas filosóficas.

Las ideologías aparecen en Europa y América buscando el poder


político, económico y cultural. Aunque suene a película, su objetivo es el
asalto a Occidente. Por ser filosofías con vocación revolucionaria, su
estudio aporta una perspectiva esencial en la comprensión del mundo
actual y de su ética. Nacieron a lo largo de los siglos XVIII, XIX y XX,
pero siguen vivas en el XXI, con muy buena salud. Todas están aquí,
sumando sus esfuerzos de ingeniería social para deconstruir la
civilización en la que han nacido. Se van sumando en cascada con este
orden de aparición:

• Ilustración y masonería
• Positivismo y nacionalismos
• Liberalismo y comunismo marxista
• Evolucionismo radical y ecologismo
• Psicoanálisis y revolución sexual

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• Ideología de género y posverdad

Todas las ideologías coinciden en tres puntos:


• Promesa utópica de un mundo feliz
• Revolución política o cultural para alcanzar la meta
• Cosmovisión materialista, casi siempre anticristiana

Marx lamenta que la filosofía haya sido durante dos milenios un saber
teórico, destinado a interpretar el mundo. El marxismo y las demás
ideologías acabarán con ese estatus pasivo y se dedicarán a
transformar la sociedad. Serán teorías seguidas por una praxis
revolucionaria. Su implantación tiene una enorme repercusión ética,
como se puede apreciar en su apabullante y contradictoria cuenta de
resultados:
• Desmantelamiento del Antiguo Régimen.
• Sustitución de una cosmovisión cristiana.
• Implantación del comunismo y de las democracias liberales.
• Multiplicación y represión de derechos y libertades.
• Igualdad ante la ley y arbitrariedad legal.
• Dos guerras mundiales.
• Revolución sexual, aborto y deconstrucción de la familia.

En ese sucesivo proyecto revolucionario abre


camino la ilustración francesa, en lucha frontal
contra la Monarquía y la Iglesia. El cristianismo,
reconocido por el emperador Constantino, religión
oficial desde Teodosio, se había convertido en el
alma de una Europa que se llamó Cristiandad
hasta el Renacimiento. Cuando los europeos
alzaban la vista, veían sobre las iglesias la misma
cruz que se había levantado en el Gólgota. Esa
religión era la fibra de su ser: los moldeaba desde
la cuna hasta la sepultura, bajo la autoridad moral
e intelectual de la Iglesia. Con esa milenaria forma

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de vivir y pensar quiso acabar el Siglo de las Luces, y después sus


herederos intelectuales, en una larga cadena cuyos primeros eslabones
serán Voltaire, Rousseau, Comte y Marx. Entre los libros que mejor
explican este proceso: Historia de las Ideas Contemporáneas, de
Mariano Fazio.

2. Las ideologías y la verdad


En la concepción realista del conocimiento humano, el sujeto observa la
realidad y se hace de ella una idea. En el idealismo posterior a Kant, el
sujeto parte de una idea previa y encaja en ella la realidad. Esta
inversión la heredan las ideologías, una docena de filosofías que no
están interesadas en conocer el mundo, sino en transformarlo. Para
ello, llegan con una idea preconcebida -materialista y utópica- e intentan
ahormar con ella la realidad.

- La idea preconcebida del positivismo es la sociedad perfecta por


el camino del progreso tecnocientífico
- El liberalismo espera todo de la libertad
- El comunismo espera todo del Estado comunista
- El nacionalismo quiere demostrar el supremacismo nacional
- La ideología de género persigue la libertad sexual completa y la
deconstrucción de la familia
- El evolucionismo radical sustituye al Creador por la materia y el
azar.

La verdad suele ser una palabra vacía en el discurso


ideológico, una ficción útil, igual que otros conceptos y
valores esenciales: justicia, libertad, democracia,
progreso… El ideólogo empleará esas palabras como
el torero cita con el capote. George Orwell –Rebelión
en la granja, 1984-y Aldous Huxley –Un mundo feliz-
mostraron cómo el uso ideológico del lenguaje crea

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siempre una neolengua al servicio de la manipulación y de las distopías.

Conviene tener claro que la verdad hace posible una sociedad sana y
una política justa. En consecuencia, las personas y las sociedades
condescendientes con la mentira resultan seriamente perjudicadas,
pues es difícil la vida en común sin confianza recíproca, si la veracidad,
la sinceridad y la franqueza no predominan sobre el disimulo, la
hipocresía y la mentira. Al socavar la confianza entre las personas, la
mentira rompe el tejido de las relaciones humanas. También atenta
contra la libertad del engañado, pues solo juzga y elige correctamente
quien conoce la verdad.

Mentir es decir falsedad con intención de engañar; es hablar u obrar


contra la verdad para inducir a error a quien tiene derecho a conocer
esa verdad. Al negar un derecho básico, la mentira es una forma de
injusticia. Su gravedad dependerá de la verdad deformada, de la
intención del que miente y de las consecuencias.

Para conmemorar el Día de la Mujer, el 8 de marzo de 2020 se celebró


en Madrid una multitudinaria concentración, alentada por el Gobierno y
la izquierda, cuando en España había ya medio millar de contagiados
por el Covid-19. Un mes antes, La OMS y países como China, Corea e
Italia, habían advertido sobre la letalidad del virus. La irresponsabilidad
del Gobierno convirtió el 8-M en un foco esencial para la difusión de la
pandemia en España, país que pronto tuvo el mayor porcentaje mundial
de muertos por contagio.

El día siguiente a la manifestación, el Presidente del Gobierno anunció


el cierre de colegios y universidades en Madrid. Por tanto, había
constancia oficial de la gravedad del virus, y como coartada se
permitieron otros actos multitudinarios el mismo 8-M. El Gobierno nunca
pidió disculpas, no reconoció haber desinformado y manipulado a los
ciudadanos, ni haberles conducido a ciegas hasta una tragedia que bien
pudo ser evitada.

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3. Posverdad y fake news


Nuestro tiempo posmoderno –tan bien descrito por Bauman y
Lipovetsky- es relativista, declara superada la verdad y se instala en la
posverdad. En 2016, posverdad fue elegida palabra del año por el
Oxford English Dictionary, donde leemos que se trata de una
predisposición a poner los sentimientos y las convicciones personales
por encima de los hechos. Eso fue lo que determinó, según parece, la
controvertida victoria de Donald Trump y del Brexit. Orwell, profético
en su novela distópica 1984, describe el clima de posverdad cuando el
término todavía no se había acuñado. Darío Villanueva, director de la
Real Academia Española entre 2014 y 2019, la aborda con clarividencia
en el número 174 de Nueva Revista:

La post-truth se nutre básicamente de las llamadas fake news,


falsedades difundidas a propósito para desinformar a la
ciudadanía con el designio de obtener réditos económicos o
políticos. Eso es lo que con una precisión y economía lingüística
admirables nuestra lengua denomina bulo: “Noticia falsa propalada
con algún fin”, según reza el diccionario.

Una falacia posmoderna –pensar que todas las opiniones son igual de
respetables y valiosas- ha facilitado el auge de la posverdad. Esa falacia
arraiga y crece fácilmente en un mundo donde la sobredosis de
información hace que todo nos parezca confuso, profuso y difuso. La
posverdad proporciona una tabla de salvación en medio de ese caos,
nos brinda un mecanismo psicológico de defensa, la ilusión de saber a
qué atenernos. Por eso aparece en cuestiones tan abiertas como el
cambio climático, el feminismo o la inmigración, donde la ideología
ayuda a tomar postura ante problemas que se nos escapan. Pero la
ideología simplifica, distorsiona y barre para casa. Ya lo había dicho
Nietzsche: no hay verdades, solo interpretaciones.

La situación descrita parece tan vieja como la humanidad. Tucídides


observó que la primera víctima de toda guerra es la verdad. Maquiavelo
no tiene empacho en afirmar que un gobernante prudente no puede ni

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debe mantener la palabra dada, cuando tal cumplimiento redunda en


perjuicio propio y cuando han desaparecido ya los motivos que le
obligaron a darla. Según Hannah Arendt, el “estar en guerra con la
verdad” va implícito en la naturaleza de la política, definida en su día por
Disraeli como “el arte de gobernar a la humanidad mediante el engaño”.

Cervantes, por boca de don Quijote, nos


previene contra la legión de encantadores
que constantemente nos engañan. Sin duda
hubiera aplaudido el magnífico libro
Imperiofobia y Leyenda Negra, de María
Elvira Roca. Entre sus innumerables
ejemplos de manipulación, relativos a cinco
siglos de historia de Occidente, encontramos
el conocido casus belli que acabó con las últimas posesiones de
España en América.

Víctima de guerra, la verdad es también la primera víctima en la era


digital, donde comprobamos a diario la proliferación de fake news, y se
nos hace patente que los seres humanos somos “animales pirateables”,
pues las redes sociales adaptan y personalizan sus mensajes gracias a
la información que nosotros mismos facilitamos.

Decíamos que nada es nuevo bajo el sol. En el diario El País, en 2017,


Julio Llamazares afirmaba con desparpajo que “la posverdad no es una
forma de verdad, es la mentira de toda la vida”. Pero es preciso añadir
que la situación actual presenta dos preocupantes novedades: la
amplia aceptación social de la mentira y el porcentaje creciente de
los que mienten, pues convierten los casos puntuales en epidemia.

4. La corrección política
Dentro de la posverdad ha brotado lo que se conoce como corrección
política, cierta ortodoxia cultural pronta al linchamiento mediático del

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hereje. El lenguaje “políticamente correcto” domina el discurso público y


censura cualquier transgresión, de espaldas a la célebre definición de
Orwell: “La libertad es el derecho de decir a la gente aquello que no
quiere oír”. Una censura perversa, pues no la ejerce el Estado, el
Gobierno, el Partido o la Iglesia, sino grupos difusos de la sociedad civil.

Los ejemplos son innumerables, y van de lo más ridículo a lo más


execrable, como el sonado escándalo de las niñas de Rotherham, en el
deprimido Norte de Inglaterra. Durante años, un grupo de varones
abusó de menores blancas de clase baja. A pesar de las denuncias de
algunas funcionarias de los servicios sociales, la administración
municipal laborista desoyó los avisos por temor a ser tachada de
xenófoba y racista, porque los varones… eran de origen pakistaní.

La corrección política es, en parte, un producto ideológico de la gran


factoría cultural marxista. Los pensadores de la Escuela de Frankfurt,
con el pretexto de no ofender a grupos raciales, sexuales, étnicos,
culturales o religiosos, fueron eliminando del ámbito público los
conceptos que sostienen Occidente. Lukács resume su propósito en
estas palabras: "El marxismo solo triunfará si se derrumban los valores
de la civilización occidental". Estamos, como hemos dicho, ante una
revisión del marxismo, que prueba fortuna en el ámbito cultural tras
haber fracasado en el terreno económico. Patrick Buchanan lo resume
así en su obra The Death of the West:

La corrección política es marxismo cultural, un régimen para


castigar a los disidentes y para estigmatizar las herejías sociales,
justo como la Inquisición castigó las herejías religiosas. Su sello es
la intolerancia.

La imposición de la corrección política puede convertirse en tiranía. El


periodista Pedro G. Cuartango escribía en junio de 2020: “Cada vez es
más arriesgado expresar las opiniones que contradicen los tópicos y
estereotipos con los que hay que comulgar si uno no quiere ser tachado
de fascista, de racista o de machista”.

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Está sucediendo (…) en todo el mundo. Incluso algunos fanáticos


se han ensañado con una figura tan venerable como Churchill, al
que tanto debemos por su arrojo en combatir a Hitler. Ello no ha
sido óbice para que esos exaltados pintaran su estatua frente al
Parlamento con acusaciones de racismo. Esto sucedía al mismo
tiempo que la HBO decidía retirar de su catálogo la película Lo
que el viento se llevó, estrenada en 1939, con el pretexto de que
mostraba una visión idílica de la esclavitud.

Churchill no era racista. Simplemente había nacido en 1874 y, como


muchos hombres de su tiempo, fumaba compulsivamente y defendía
ideas que hoy nos parecen insostenibles. Quienes pretenden interpretar
el pasado en función de lo políticamente correcto –añade Cuartango-,
“incurren en lo que los sociólogos llaman “el sesgo retrospectivo”, que
consiste en juzgar lo que hicieron las generaciones anteriores con los
valores de nuestro tiempo”. Con ese rasero habría que prohibir a
Homero por apología del machismo, la guerra, la crueldad y la
venganza. Habría que borrar toda huella de Julio César, Napoleón,
Carlomagno y Enrique VIII. Habría que purgar severamente casi todas
las grandes bibliotecas del mundo. En buena lógica revisionista, habría
que condenar la Historia universal y regresar a la Prehistoria.

Para el historiador Stanley Payne la corrección política es fruto de una


“ideología antihistórica en dos sentidos. Primero, porque no tiene el
menor interés en comprender la historia o estudiarla en serio. Segundo,
porque desea oponerse a ella y denunciarla sistemáticamente”. Payne
advierte que la corrección política domina en Occidente el discurso
público, las manifestaciones culturales y el mundo universitario, con la
ayuda de un producto estrella: la memoria histórica. Su mejor ejemplo
lo encuentra en España, donde esa peculiar memoria “se circunscribe a
la represión contra las izquierdas durante la Guerra Civil y/o la dictadura
de Franco, no a la represión que ejercieron las izquierdas sobre las
derechas durante la Segunda República y la Guerra Civil”. Entre los
numerosos estudios históricos que demuestran esa mentira sistemática,
destacan dos libros: Segunda República: de la esperanza al fracaso

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(Miguel Platón), y 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente


popular (Álvarez Tardío y Villa García).

El argumento histórico sectario es más cortejado por las izquierdas,


desprovistas de sus banderas y doctrinas de antaño. Con sus versiones
oficiales imponen de hecho una censura que atenta contra la libertad de
pensamiento y expresión, algo fundamental para el Estado de derecho.
Porque un Estado democrático –subraya Payne- no puede establecer
una versión oficial de la historia e imponerla a sus ciudadanos. Si las
izquierdas lo hacen, están ejerciendo de Gran Hermano.

Con setenta años de adelanto, George


Orwell profetizó la imposición soft de lo
políticamente correcto y los hábiles
mecanismos de la autocensura. Uno de
los cuatro editores que rechazaron la
publicación de Rebelión en la granja le
escribió que era “muy desaconsejable
publicarlo en el momento actual”, y que
“la elección de cerdos como casta gobernante ofenderá a mucha gente,
sobre todo si es alguien un poco quisquilloso, como sin duda son los
rusos”. Esa censura le hará escribir que “la cobardía intelectual es el
peor enemigo al que tiene que enfrentarse un escritor o periodista en
este país”.

Tras la Segunda Guerra Mundial, Orwell denunció en solitario el


benévolo tratamiento del comunismo por parte de la intelectualidad de
Occidente, pues no se quería ofender al inmenso país aliado contra
Hitler. En el ensayo La libertad de prensa, a propósito de Stalin, dirá que

Quienes toda su vida se habían opuesto a la pena de muerte,


ahora aplaudían las ejecuciones sin fin en las purgas llevadas a
cabo entre 1936 y 1938. Igualmente se consideraba correcto sacar
a relucir hambrunas cuando sucedían en la India, y ocultarlas
cuando tenían lugar en Ucrania.

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Orwell sabía que un régimen totalitario puede cambiar abruptamente lo


que se debe pensar en cada momento. Por eso, “siempre existirá el
peligro de que cualquier pensamiento seguido libremente conduzca a la
idea prohibida”. Ni siquiera el pasado será una posición segura, pues
“desde el punto de vista totalitario, la historia es algo que se crea, no
que se aprende (…). El totalitarismo exige, de hecho, la continua
alteración del pasado”.

5. La manipulación y sus formas


Manipular es mentir, presentar lo falso como verdadero, lo positivo como
negativo, lo degradante como enriquecedor... Las tres causas
principales de la manipulación se corresponden con las tres apetencias
más fuertes que encontramos en toda sociedad: el poder económico, el
poder político y el placer. En la medida de sus posibilidades, quienes
controlan esos resortes tienden a reducir a las personas a la condición
de votantes y consumidores.

Entre los antiguos, el "pan y circo" de los romanos constituye un


excelente ejemplo. Entonces y ahora, las campañas que ofrecen ese
anzuelo tienen a su favor la propia tendencia de la naturaleza humana.
Entonces y ahora, el hombre suele ser convertido en pobre hombre,
porque las ramas del deseo le impiden ver el bosque lleno de
posibilidades de su libertad.

Modalidad moderna del “pan y circo” es la manipulación de la


sexualidad, generadora de un comercio pornográfico enormemente
rentable. Redes sociales, medios de comunicación y productos
culturales de todo tipo imponen la idea de que el placer sexual
conseguido por cualquier medio y a cualquier eda es necesario, lo
único realmente humano, la auténtica finalidad de la vida.

A la rentabilidad económica del consumo sexual se suma la rentabilidad


política. Algunos gobernantes suministran a la sociedad una dosis que
mantiene despierta la sensibilidad animal de los ciudadanos.

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Excitado artificialmente el deseo, la persona concentra su atención en


ese punto, como el animal en su comida o en su apareamiento. Si el
gobernante obsesionado por el poder no tiene escrúpulos, intentará que
la sociedad esté hipersexualizada, pues un rebaño es mucho más fácil
de manejar que un conjunto de hombres libres. Lenin aseguró a los
dictadores comunistas que, si lograban este tipo de corrupción,
cualquier sociedad caería en sus manos como fruta madura.

Otra de las formas modernas que adopta el “pan y circo” es la


denunciada por Miguel Delibes en este párrafo:

Se trata de un juguete para adultos que influye en la manera de


pensar. Quizá el juguete moderno con más éxito y que suministra
el único alimento intelectual de un elevadísimo porcentaje de
seres humanos. La difusión de consignas, la eliminación de toda
crítica, la exposición triunfalista de logros parciales o
insignificantes, y la misma publicidad subliminal, van moldeando el
cerebro de millones de televidentes que, persuadidos de la
bondad del sistema, o simplemente fatigados, pero, en todo caso,
incapacitados para pensar por su cuenta, terminan por hacer
dejación de sus deberes cívicos, encomendando al Estad Padre
hasta las pequeñas responsabilidades comunitarias.

Los profesionales que trabajan para este medio de comunicación son


con frecuencia los primeros en lamentar su poder degradante. Vittorio
Gassman declaraba a la prensa:

La televisión trata de agradar a millones de personas, y por eso no


puede evitar ser una gigantesca estupidez. Las jóvenes
generaciones no leen, no estudian, no se instruyen, creen
aprenderlo todo en la pantalla. La televisión ha sustituido a la
realidad, pero es una gran mentira, un espejismo peligroso, una
auténtica máquina di merda.

La televisión, obligada normalmente a comprimir muchas noticias en


poco tiempo, se apoya en la imagen para "explicar" lo que sólo se

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puede explicar con palabras. Cae así en un tipo de manipulación


muchas veces involuntaria, perfectamente descrita por Bill Moyers:

Llegué a la planta del noticiario vespertino. Entré en la "pecera"


desde donde se controlan los noticiarios de la CBS. Todos
miraban en el monitor el reportaje vía satélite de un corresponsal
en Medio Oriente. Aquello tenía una extraordinaria fuerza visual.
Un productor dijo: eso no es una noticia. Otro opinó: pero parece
que lo es. El productor ejecutivo concluyó: entonces es noticia.

Al enorme poder que posee la televisión en la conformación de la


opinión pública se suma, desde los comienzos del siglo XXI, el de los
medios audiovisuales y las redes sociales. Entre todos han logrado
crear realidades virtuales peligrosamente verosímiles, que confunden
nuestra facultad de discernir entre verdad y mentira, entre la historia y la
fábula, provocando la reacción de los negacionistas: ¿ustedes creen
realmente que los astronautas norteamericanos llegaron a la Luna?

Entre las formas más habituales que adopta la mentira encontramos –


además de la mentira descarada- las medias verdades, las palabras con
significado variable, el silencio culpable y los eufemismos.

Hablamos con eufemismos cuando llamamos desaceleración a una


grave crisis económica; cuando llamamos económicamente débiles a
los pobres; diversidad a la discapacidad; interrupción del embarazo al
aborto; democracias populares a las dictaduras comunistas…

La manipulación se apoya a menudo en la fuerza de datos y cifras


difíciles de comprobar. Así, en Francia, la campaña a favor de la
legalización del aborto falseó las cifras y multiplicó por cuatro el número
real. Lo reconoció doce años más tarde el Instituto Nacional de Estudios
Demográficos. Convertido en argumento estrella de la campaña, el
aborto masivo y clandestino no existía, pero fue "creado" por el
simple procedimiento de afirmar que existía.

La manipulación suele servirse de grandes


palabras con significado amplio, vago,

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incluso contradictorio. Entre otras: ética, progreso, democracia,


tolerancia, derechos, libertad, justicia, ciencia, razón... Por carecer de
sentido fijo, suelen ser comodines que no faltan en los grandes
discursos. De ellas dijo Larra que “hay quien las entiende de un modo,
hay quien las entiende de otro, y hay quien no las entiende de ninguno”.

Ningún periodista ignora que se manipula más por lo que se calla que
por lo que se dice. Frente a esa estrategia sutil, la forma más grosera es
la mentira descarada. En 1983, Fidel Castro dirigía estas palabras a
un grupo de periodistas franceses y norteamericanos:

En Cuba no tenemos ningún problema de derechos humanos:


aquí no hay desaparecidos, aquí no hay torturados, aquí no hay
asesinados.

6. Falacias y sofismas
La posverdad tampoco es innovadora cuando manipula por medio de
falacias, sofismas y tópicos. Desde antiguo se conoce como falacia la
argumentación que parece correcta y no lo es. La falacia se llama
sofisma cuando es intencionada. Los sofistas griegos fueron los
primeros especialistas en presentar argumentos falsos como
verdaderos, y argumentos verdaderos como falsos. Platón les da la
palabra en sus Diálogos, y Aristóteles analiza su estrategia en un
pequeño tratado: Argumentos sofísticos.

En todo sofisma hay una verdad aparente y un error oculto. En casi


todos, la conclusión no se deriva de las premisas, y por eso la
argumentación es incorrecta. Entre los más empleados destacan:

• El argumento ad hominem (’contra el hombre’) pretende invalidar


una verdad desprestigiando a quien la sostiene:
-Le criticas porque eres un fracasado.
-No me digas que no fume si tú eres una chimenea.

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• Lo contrario es el argumento de autoridad, también conocido


como magister dixit. Se acepta por el poder o el prestigio de quien
lo expone: Churchill, Gandhi, Shakespeare, Aristóteles…

• Es demagógico o populista
- Quien dice lo que interlocutor o el público quieren oír.
- Quien promete lo que no piensa o no puede cumplir.
- Quien apela sobre todo al sentimiento.
- Quien esgrime lo que hace o piensa “todo el mundo”.
• Ad baculum es el argumento que se apoya en el miedo ‘al palo’,
en la fuerza, en el abuso de poder:
- Si Morgan gana las elecciones, bancarrota.
- ¡Aquí se hace lo que yo diga!
• La argumentación post hoc, ergo propter hoc (después de,
luego a causa de) confunde la mera concomitancia o sucesión
temporal con la relación de causalidad. No es lo mismo morir con
coronavirus que morir por coronavirus, morir con obesidad que
morir por obesidad. A partir de la semejanza morfológica entre los
fósiles de diferentes especies que se suceden en el tiempo, no es
correcto concluir su encadenamiento causal.
• La petición de principio da por verdadero el principio falso o
dudoso de la argumentación: Ya que los empresarios son egoístas
y explotadores, hay que combatir el capitalismo; dado que el
universo no tiene causa, Dios no existe; puesto que la familia ha
sido siempre patriarcal y machista, hay que acabar con ella.
• El círculo vicioso es una doble petición de principio, pues
pretende que dos afirmaciones se prueben mutuamente: "Los
futbolistas brasileños son los mejores porque son brasileños".
• La generalización arbitraria pasa de la comprobación de algunos
a la generalización del todos: Todos los hombres son violentos,
todas las mujeres son histéricas, todos los políticos son corruptos.

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• Tomar la parte por el todo supone reducir artificialmente la


complejidad de una cuestión a la simplicidad de una de sus
partes: tras constatar los elementos químicos del cuerpo humano,
se concluye que el ser humano solo es química.

7. Tópicos verdaderos y falsos


Los tópicos son ideas simples ampliamente difundidas. No tenemos
inconveniente en aceptar la parte de verdad que contienen
generalizaciones como el buen fútbol brasileño, el humor inglés, la
gracia andaluza, la retórica de los argentinos, el trabajo eficiente de los
japoneses, la perfección técnica de los alemanes… Pero las ideas
simples y universalmente aceptadas también pueden ser falsas, y esa
falsedad puede confundir y envenenar a millones de personas, a países
enteros. Veamos algunos ejemplos:

• El dinero público para la escuela pública es un eslogan tan


inteligente como falaz, pues el primer “público” significa “todos”,
pero el segundo significa “algunos”. En realidad, se está pidiendo
que el dinero de todos ayude solamente a algunos.
• El mundo está superpoblado y son necesarias las políticas
antinatalistas (ver cap. 13, epígrafes 6 y 7).
• De qué mono desciende el hombre, se
preguntaba Tom Wolfe con ironía. Porque
el estudio comparado de ambos genomas
descubrió, a finales del siglo XX, que no
hay tal descendencia, pues ambas ramas
surgen de un antepasado común, hace cuatro millones de años.
Sin embargo, no hay libro de Biología o programa de divulgación
científica donde no aparezca un dibujo de simios y homínidos en
procesión, con el Homo sapiens a la cabeza. Y esa sola imagen

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parece el argumento definitivo que explicaría la inexistente


evolución del mono al hombre. Einstein sentenció que es más fácil
desintegrar un átomo que acabar con un prejuicio.

• Edad Media significa, para muchos, época de subdesarrollo


generalizado, de ignorancia y brutalidad. Pero esa época
supuestamente salvaje acabó con la mayor lacra del mundo
antiguo, convirtiendo a los esclavos en pequeños propietarios
rurales. Esos mil años de “oscuridad” también inventaron la
Universidad, forma superior de enseñanza y convivencia culta,
origen de lo que hoy conocemos como primer mundo.
• La verdad sobre la ilustración y la Revolución Francesa no
suelen encontrarla los escolares en sus libros de texto. Es cierto
que una élite de hombres jóvenes apuntó en Francia hacia un
triple ideal, aboliendo los dos poderes que habían configurado
Occidente desde la caída de Roma: la monarquía y la Iglesia.
Pero no es menos cierto que la Revolución, después de cortar la
cabeza al rey y a la reina, guillotinó a sus propios líderes, disolvió
o expulsó a las órdenes religiosas, confiscó sus bienes,
monopolizó la enseñanza, legisló de forma sectaria, desató el
caos, provocó la guerra civil, impuso el Terror e hizo necesario a
Napoleón.
• La modernidad tiende a pensar que la razón y la fe son
incompatibles, pues identifica religión con sentimiento o
superstición. Sin embargo, son innumerables los científicos que
han demostrado la compatibilidad: Newton, Galileo, Kepler,
Leibniz, Descartes, Pascal… En la historia de las revoluciones
científicas sobresalen tres: la superación del modelo cosmológico
geocéntrico, el descubrimiento de los genes y la hipótesis del Big
Bang. Sus autores son, respectivamente, Copérnico, Mendel y
Lamêitre. Pertenecen a épocas y países diferentes, pero
presentan una sorprendente coincidencia: los tres son sacerdotes
católicos.

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8. Relativismo cultural
Todas las culturas son diferentes, pero una exigencia fundamental del
actual pensamiento relativista afirma que todas valen lo mismo: la danza
massai y el ballet ruso, el tambor ancestral y el violín de Vivaldi, los
dibujos primitivos y los de Durero. El relativismo cultural suele arraigar
en democracias donde conviven fuertes minorías étnicas, y propone
juzgar las culturas diferentes desde sus propios valores. Si dicho criterio
supone un avance frente al etnocentrismo, muestra también grandes
limitaciones: es claro que diferentes manifestaciones culturales no
enriquecen por igual, y que en algunos casos ni siquiera merecen
llamarse culturales, pues proponen antivalores con efecto contracultural.

Heródoto, en el sigo V antes de Cristo, consciente de esa


heterogeneidad, pensó que la diversidad de culturas era una invitación a
considerar qué había de bueno y de malo en cada una, y qué se podía
aprender de ellas. Si una persona desea ser plenamente humana, no
puede conformarse con su cultura. Esto es lo que Platón nos quiere
decir en la alegoría de la caverna, donde nos representa como
prisioneros. Toda cultura es en cierto modo una caverna, y nadie deja
de ser cavernícola cambiando simplemente de caverna. El camino hacia
la luz pasa necesariamente por las grandes tradiciones sapienciales.

Los historiadores griegos consideraban que la Historia era útil porque


conocía los descubrimientos que pueblos pasados habían realizado
sobre la naturaleza humana. La libertad intelectual permitía a los
helenos buscar lo esencial por medio de la razón. Hoy, por el contrario,
en amplios sectores culturales de Occidente, esa libertad significa
aceptarlo todo y negar el poder de la razón.

El relativismo cultural crea un serio problema: hace prisioneros de su


propia cultura a los grupos humanos y a las personas. Así resulta
imposible la crítica justa y, en último extremo, no cabe posibilidad de
emitir un juicio moral sobre la esclavitud y el racismo, ni sobre la

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discriminación sexual, la marginación de minorías, el fundamentalismo o


las dictaduras políticas.

Sin embargo, existen valores transculturales con validez


universal. La propia naturaleza humana –como hemos
visto- manifiesta necesidades y exigencias que deben
ser atendidas en todo tiempo y lugar. C. S. Lewis, en
uno de sus ensayos más célebres -La abolición del
hombre-, dibuja la naturaleza humana con los trazos
coincidentes de las grandes tradiciones sapienciales,
desde la China confuciana a las sagas islandesas. La
historia de la ética también enseña que épocas y culturas muy
diferentes coinciden en valoraciones fundamentales, pues hay rasgos
de la vida humana -formas básicas de verdad y de justicia- que son
necesarios en cualquier sociedad. El gran reto de las sociedades
multiculturales es, por tanto, discernir lo mejor y superar el relativismo.

Cuestiones abiertas
0. Juicio sobre el capítulo.
1. ¿Qué relación tienen las ideologías con la ética?

2. En Marx, la verdad es la praxis.

3. ¿Siguen entre nosotros los encantadores cervantinos?

4. ¿Cómo se impone a la opinión pública la corrección política?

5. ¿Puedo evitar que me manipulen?

6. ¿Qué sofismas emplean los medios con más frecuencia?

7. ¿El dinero público para la escuela pública?

8. ¿Hay culturas superiores a otras?

187

188

13
LA BIOÉTICA

189

Es mucho menos pesado tener un niño en brazos que cargarlo


sobre la conciencia.
Jèrôme Lejeune

Junto al progreso en los conocimientos biomédicos sobre el origen y la


naturaleza de la vida humana, se han perfeccionado técnicas para
manipularla y suprimirla. Ello supuso en la segunda mitad del siglo XX el
nacimiento de una nueva ciencia, la Bioética, encargada de estudiar las
implicaciones éticas de dichas técnicas.

1. ¿Es el embrión un ser humano?


Jèrôme Lejeune, fundador de la Citogenética
clínica, ocupó en la Universidad René
Descartes, de París, la primera cátedra de
Genética del mundo. Su mayor mérito fue
describir por primera vez la causa
cromosómica de una enfermedad humana: la
trisomía 21, causante del Síndrome de Down.
Excelente divulgador, el doctor Lejeune esclarece en los párrafos
siguientes una cuestión de máxima importancia: cuándo comienza la
vida humana. Pertenecen a una comunicación a la Academia Francesa
de Ciencias Morales y Políticas.

190

La primera célula que se divide activamente y va a alojarse en la


pared uterina, ¿es ya un ser humano distinto de su madre? No
solamente su individualidad genética está perfectamente
establecida, sino que -cosa increíble- el minúsculo embrión de
seis o siete días, con sólo milímetro y medio de longitud es ya
capaz de presidir su propio destino. Es él y sólo él quien, por un
mensaje químico estimula el funcionamiento del cuerpo amarillo
del ovario y suspende el ciclo menstrual de la madre. Al cabo de
un mes medirá cuatro milímetros y medio, su corazón minúsculo
late desde hace una semana, sus brazos, piernas, cerebro y
cabeza están ya esbozados.

A los dos meses de edad mide tres centímetros de la cabeza a las


posaderas. Cabría en una cáscara de nuez. Dentro de una mano
cerrada sería invisible. Pero abrid la mano y vedlo casi acabado:
manos, pies, cabeza, órganos, cerebro. Todo está en su sitio y
sólo tiene que desarrollarse. Una gitana podría leer la palma de su
mano y echarle la buenaventura. Con un microscopio sencillo
podréis distinguir sus huellas digitales. El increíble Pulgarcito, el
hombre más pequeño que el dedo pulgar, existe realmente: no el
de la leyenda, sino el que cada uno de nosotros hemos sido.

A los tres meses, cuando un cabello toca su labio superior, vuelve


la cabeza, bizquea, frunce las cejas, cierra los puños, aprieta los
labios. Después sonríe, abre la boca y se consuela tomando un
trago de líquido amniótico. A veces nada vigorosamente en su
globo amniótico y lo recorre en un segundo.

La ciencia nos descubre cada día las maravillas de la existencia


humana escondida, ese mundo de los hombres minúsculos, más
maravilloso que el de los cuentos de hadas. Porque los cuentos
fueron inventados sobre esa historia verdadera, y si las aventuras
de Pulgarcito han encantado siempre a los niños es porque todos
los niños y todos los adultos un día fueron Pulgarcito en el seno
materno.

191

¿Quién puede condenar a la inocencia misma? Porque si


decidimos sobre el futuro de un feto, estamos decidiendo sobre el
hombre que ya está ahí, despertándose. El enfermo en coma
profundo o bajo anestesia total, no piensa. Le vemos inerte,
insensible, sin entendimiento. ¿Por qué en esa ausencia total de
actividad mental seguimos considerando sagrada su vida? Porque
esperamos que despierte. De igual manera, pretender que el
sueño del no nacido no es el sueño de un hombre, es un error de
método. Porque, si todos los razonamientos no lograran
conmovernos, si se considerara insuficiente toda la biología
moderna, un solo hecho lo conseguiría. Esperen un poco: aquel
que parece una mórula informe nos dirá, algún día, que era y llega
a ser, como nosotros, un hombre. Y la experiencia lo prueba. No
ocurriría nada igual si nosotros hubiéramos predicho tal
acontecimiento a propósito de un tumor, o incluso de un
chimpancé.

2. Con el debido respeto


Abordamos en este epígrafe tres ámbitos donde el respeto al ser
humano debe ser máximo:

• los embriones humanos


• las personas con discapacidad o dependencia
• la investigación clínica sobre seres humanos

La Genética nos dice que, cuando un óvulo femenino es fecundado, se


inaugura una nueva vida, que ya no es la vida del padre ni la de la
madre, y que jamás llegará a ser humana si no lo ha sido desde el
primer instante. En consecuencia, el fruto de la generación humana
exige, desde la constitución del cigoto, el respeto incondicionado que se
debe a todo ser humano.

192

Por ello son éticas las intervenciones médicas sobre el embrión cuando
tienen como fin su curación, sin exponerlo a riesgos desproporcionados.
En cambio, la investigación biomédica debe renunciar a intervenir sobre
embriones vivos si no existe la certeza moral de que no se causará
daño alguno a su vida y a la de la madre.

El biólogo francés Jacques Testart se hizo famoso en todo el mundo


cuando logró, en 1982, el primer nacimiento humano por fecundación in
vitro. Sin embargo, después de su “éxito” recapacitó, renunció a esa
investigación y propuso algo inesperado:

Soy partidario de un comité ético no sólo consultivo, sino también


con poderes ejecutivos. Hay que vigilar a médicos e
investigadores. Hay que evaluar sus proyectos antes de que los
lleven a cabo. Os aconsejo que no me deis un voto de confianza
cuando estoy jugando con la vida, pues siempre tendré a mano
algunas excusas.

Testart aludía a los bancos de embriones para fines experimentales o


comerciales. Esos embriones humanos obtenidos in vitro son seres
humanos con dignidad y derecho a la vida, y no parece que exista el
derecho a producirlos para su explotación como material biológico. El
investigador no debe convertirse en dueño y señor de vidas ajenas, con
derecho a determinar quién debe morir, eligiendo los "embriones
sobrantes" que no serán transferidos al cuerpo de la madre.

Si el derecho a la vida ha de estar reflejado en el


ordenamiento jurídico, las leyes deben garantizarlo
desde la concepción hasta la muerte. También
deberán proteger el derecho de los hijos a ser
concebidos, traídos al mundo y educados por sus
padres. Estos derechos no deberán subordinarse a la
eventual ideología de los gobernantes ni a la decisión
de los padres, como tampoco son una concesión
suya: pertenecen al niño.

193

El respeto que se debe al nasciturus lo debemos también a las


personas con discapacidad o dependencia. Así lo argumenta
MacIntyre:

Sería importante que los demás pensáramos, respecto a la


condición de estos individuos: “Yo podría haber sido él”. Pero este
pensamiento debe traducirse (…) en un cuidado, una entrega y
una consideración que no esté condicionada por las contingencias
de una lesión, una enfermedad o cualquier otra aflicción.

Alfredo Marcos, en su Meditación de la naturaleza humana, piensa que


la autonomía de una persona adulta alcanza su pleno sentido cuando se
pone al servicio de las personas dependientes. Nuestros niños, nuestros
enfermos y nuestros ancianos “son el fin último y genuino del ser
humano maduro”.

Cuando estoy junto al lecho de un hijo enfermo o de un padre


moribundo, sé, con la máxima certeza que puede alcanzar el
conocimiento humano, que estoy donde debo (y no solo porque
debo), que mi independencia y autonomía han cobrado sentido
por fin.

Respecto a la investigación clínica sobre seres humanos, la conciencia


de su regulación se fue abriendo paso a partir de la Segunda Guerra
Mundial. El Código de Nuremberg inició ese proceso en 1946. De forma
explícita incorpora la exigencia del consentimiento voluntario, que ha
derivado en lo que actualmente se conoce como consentimiento
informado. Años más tarde, en 1978, el Informe Belmont recoge los
principios básicos de la investigación clínica y la bioética médica:
respeto a las personas, beneficencia y justicia. Actualmente hay
consenso en la aceptación de cuatro principios: autonomía,
beneficencia, no maleficencia y justicia.

3. El aborto

194

“El aborto es el problema más grave de nuestro


tiempo en relación con el respeto a la vida
humana”, resume Julián Marías. Y aporta dos
razones: se trata de un atentado contra el
derecho primordial de toda persona, y se comete
en número elevadísimo.

No nos referimos al aborto espontáneo e


involuntario, sino al causado directa e
intencionadamente por intervención humana. Las
circunstancias que lo cualifican lo hacen
ignominioso, pues se elimina al más inerme de lo
seres humanos, confiado totalmente a la protección de la mujer que lo
lleva en su seno. Se comete, sin excepción, sobre la criatura más débil
e inocente, privada incluso de la mínima forma de defensa que supone
el gemido y el llanto del recién nacido.

El aborto constituye -con las circunstancias atenuantes que sean del


caso- un homicidio especialmente grave. Pero su gravedad se ha ido
debilitando progresivamente en las conciencias, y su aceptación en la
mentalidad, el discurso, las costumbres y las leyes evidencia una
enorme crisis del sentido moral, cada vez más incapaz de distinguir
entre el bien y el mal.

El juicio médico sobre el aborto es igual de claro que el juicio moral,


pero la Medicina se ve sometida a legislaciones que disocian legalidad y
moralidad. Así, en el Código Español de Ética y Deontología Médica
leemos:

No es deontológico admitir la existencia de un período en que la


vida humana carece de valor. En consecuencia, el médico está
obligado a respetarla desde su comienzo. No obstante, no se
sancionará al médico que dentro de la legalidad actúe de forma
contraria a este principio.

195

La legislación despenalizadora provoca la absurda disociación entre


deontología y legalidad. Ante la legislación civil, el Código médico sigue
señalando que el deber ético de respetar la vida prenatal está por
encima de la permisividad introducida por la ley, pues no depende de la
calificación jurídico-penal de las acciones. Así, todo aborto, es
descalificado éticamente, con independencia de su despenalización.

El aborto no es un invento del siglo XX. La historia ha conocido épocas


de similar falta de respeto a la vida. Pero, a la vez, en esas épocas no
han faltado voces enérgicas en defensa del carácter absoluto de la vida
humana. En el antiquísimo Juramento Hipocrático, que ha llegado
hasta nosotros como fundamento de la deontología médica, leemos:
"Me abstendré de administrar abortivos a las mujeres embarazadas".
A pesar de todos los argumentos abortistas, la defensa del no nacido se
apoya en una pregunta modesta, pero con enorme fuerza argumental:
¿no será el embrión, desde su punto de partida, un individuo llamado a
la autonomía y al protagonismo de su propia vida? Podrá discutirse.
Habrá que sopesar los argumentos. Pero si algo está claro es que, en la
duda, es obligatorio respetar la vida: nadie puede disparar en el bosque
cuando duda si lo hace sobre un hombre.

¿Qué etapas ha recorrido Occidente desde el rechazo social del aborto


hasta su aceptación? ¿Cómo se ha pasado de la despenalización a la
legalización? ¿Qué tipo de sociedad legaliza el aborto? ¿Cuánto dinero
mueve ese turbio negocio? ¿Estamos ante la capitulación del Estado de
Derecho? ¿Cómo se rindió la clase médica ante el lobby abortista?
¿Enfrenta el aborto a creyentes contra no creyentes? ¿Se puede revertir
la cultura de la muerte? A estas preguntas responde el libro Hablemos
del aborto, de Alejandro Navas, profesor de Sociología en la
Universidad de Navarra.

Escrito con el nervio narrativo del buen periodismo,


el análisis del profesor Navas es también una
inesperada lección de historia contemporánea,
donde se hace patente la grandeza y la miseria de la

196

democracia y sus partidos. Un certero informe sociológico sobre España


y Europa, con referencias históricas, jurídicas, filosóficas, económicas y
políticas. Partiendo del ejemplo de España, la obra hace referencia a
otros países, puesto que “el fenómeno tiene alcance global y los
debates son muy parecidos”, señala el autor. A su juicio, la discusión en
torno a asuntos como la vida, la sexualidad, el matrimonio, la familia o la
muerte se plantea en términos muy similares en los diversos países y
continentes. “También a este respecto nos encontramos en un mundo
globalizado: los argumentos son los mismos y los actores trabajan de
modo coordinado”.

En el pasado –explica Navas- hemos discriminado a la mujer y traficado


con esclavos. En el siglo XX hemos inventado la cámara de gas,
arrojado bombas atómicas y provocado mil millones de abortos,
mientras se nos llena la boca con apelaciones a la solidaridad y a los
derechos humanos. Para el autor, el aborto no es una lacra aislada, sino
la cara más inhumana de la crisis que padece la civilización occidental
desde el inicio de la última centuria, junto a desmesuras como la
revolución bolchevique, el nazismo y las guerras mundiales.

¿Cómo hemos podido eliminar a esos mil millones de inocentes? El


profesor Navas aborda una decena de causas. Entre ellas, la evolución
–más bien revolución- que han experimentado los conceptos y las
vivencias de la sexualidad y del amor. “Si el horizonte vital de tantas
personas del primer mundo no va más allá del disfrute inmediato, y el
sexo ocupa un lugar central en el supermercado del placer, la
proliferación del aborto será una consecuencia necesaria”.

Los griegos ya sabían que la primera víctima del hedonismo es la


inteligencia, y en España lo demostraba cierto presidente de
Extremadura cuando afirmaba que nadie puede obligar a ser madre a
una mujer embarazada. El derecho a eliminar la vida no nacida ni
siquiera se argumenta –observa Navas-, se postula sin más, con una
mezcla de crueldad e infantilismo que retrata muy bien a nuestra
cultura.

197

El libro brinda en un fino argumentario, a veces con ejemplos


inesperados. A quien sostiene que se puede matar a la propia madre no
hay que darle argumentos, dijo Aristóteles, sino azotes. ¿Qué decir a
quien invoca el derecho a matar a su hijo, y además con cargo a los
presupuestos del Estado?

En 1995 se publicó Evangelium Vitae, una encíclica de Juan Pablo II


sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana. Al capítulo
dedicado al aborto pertenece el punto 59.

En la decisión sobre la muerte del niño aún no nacido, además de


la madre, intervienen con frecuencia otras personas. Ante todo,
puede ser culpable el padre del niño, no sólo cuando induce
expresamente a la mujer al aborto, sino también cuando favorece
de modo indirecto esta decisión suya al dejarla sola ante los
problemas del embarazo: de esta forma se hiere mortalmente a la
familia y se profana su naturaleza de comunidad de amor y su
vocación de ser “santuario de la vida”. No se pueden olvidar las
presiones que a veces provienen de un contexto más amplio de
familiares y amigos. No raramente la mujer está sometida a
presiones tan fuertes que se siente psicológicamente obligada a
ceder al aborto: no hay duda de que en este caso la
responsabilidad moral afecta particularmente a quienes directa o
indirectamente la han forzado a abortar. También son
responsables los médicos y el personal sanitario cuando ponen al
servicio de la muerte la competencia adquirida para promover la
vida.

Pero la responsabilidad implica también a los legisladores que han


promovido y aprobado leyes que amparan el aborto y, en la
medida en que haya dependido de ellos, los administradores de
las estructuras sanitarias utilizadas para practicar abortos. Una
responsabilidad general no menos grave afecta tanto a los que
han favorecido la difusión de una mentalidad de permisivismo
sexual y de menosprecio de la maternidad, como a quienes

198

debieron haber asegurado —y no lo han hecho— políticas


familiares y sociales válidas en apoyo de las familias,
especialmente de las numerosas o con particulares dificultades
económicas y educativas. Finalmente, no se puede minimizar el
entramado de complicidades que llega a abarcar incluso a
instituciones internacionales, fundaciones y asociaciones que
luchan sistemáticamente por la legalización y la difusión del aborto
en el mundo. En este sentido, el aborto va más allá de la
responsabilidad de las personas concretas y del daño que se les
provoca, asumiendo una dimensión fuertemente social: es
una herida gravísima causada a la sociedad y a su cultura por
quienes deberían ser sus constructores y defensores.

4. La eutanasia
La opinión pública admite de buen grado que el primer derecho humano
es el respeto a la vida. Al mismo tiempo cuestiona o niega ese derecho
cuando se trata de enfermos incurables, deficientes mentales,
minusválidos o embriones. A diferencia de la opinión pública, los
profesionales de la salud suelen ser contrarios a las excepciones. El
Código Español de Ética y Deontología Médica, en su artículo 28.1, es
muy claro:

El médico nunca provocará intencionadamente la muerte de un


paciente ni por propia decisión, ni cuando el enfermo o sus
allegados lo soliciten, ni por ninguna otra exigencia. La eutanasia
u homicidio por compasión es contraria a la ética médica.

La palabra eutanasia está compuesta de dos términos griegos: eu


(buena) y thánatos (muerte). Significa causar directamente la muerte,
sin dolor, a un enfermo incurable, a personas minusválidas o ancianas.
Si se lleva a cabo mediante intervención médica, de ordinario
administrando un fármaco, se llama eutanasia positiva. Existe también
la eutanasia negativa, que consiste en la omisión de los medios

199

ordinarios para mantener la vida del enfermo. Si la eutanasia es


provocada por el propio sujeto se califica de suicida, y si busca eliminar
de la sociedad a personas con una vida "sin valor", estamos ante una
eutanasia eugenésica, como la practicada por los nazis con el fin de
"purificar" la raza aria.
Media docena de países (en 2019) han despenalizado la eutanasia. En
otros se discute su posibilidad, a pesar de que en ninguno es percibida
como prioridad por los ciudadanos. Sin demanda social, parece que
estamos ante un caso más de agenda ideológica. Tampoco la demanda
justificaría la despenalización, pues el respeto a la vida es una cuestión
prepolítica, que debe estar blindada, no sujeta a votación. Cualquier
marino sabe que una pequeña grieta en el casco puede acabar en
hundimiento.
La tradición hipocrática en la que hunde sus raíces la Medicina, ha
rechazado siempre, de forma taxativa, la utilización de la ciencia médica
para causar la muerte. El artículo citado condena sin atenuantes ni
excepciones la eutanasia, por ser objetivamente un homicidio, aunque
subjetivamente se haya ejecutado por compasión. Y es que ningún
sentimiento, por bueno y comprensible que sea, nos autoriza a eliminar
una vida humana. Se debe legislar con buenas razones, no con buenos
sentimientos. Y las leyes regulan conductas comunes, que pueden ser
tipificables. Los casos límite, particularmente dolorosos, en los que se
dispensa la muerte, no necesitan una ley despenalizadora, pues un
juicio justo contemplará las circunstancias atenuantes o eximentes.

Al código penal le atañe toda muerte producida a una persona por la


mano de otra. De lo contrario, la supuesta compasión sería la más
eficaz de las coartadas. No puede quedar fuera del código penal ningún
tipo de homicidio, y la eutanasia lo es.

Con frecuencia se plantea la cuestión como un dilema: sufrimiento o


eutanasia. Pero el dilema deja de existir si somos capaces de aplicar
unos cuidados paliativos que minimicen los padecimientos del enfermo
hasta su muerte natural. Suprimir la vida en condiciones desesperadas

200

es una reacción de huida comprensible, pero una huida al fin y al cabo.


En cambio, luchar para evitar esas condiciones es un deber moral.

La objeción contra la eutanasia no solo es médica. Para la ética, es


inaceptable poner fin a la vida de personas disminuidas, enfermas o
moribundas, cualesquiera que sean los motivos y los medios. Si la ética
está abierta a la trascendencia, la inmoralidad de la eutanasia es fácil
de ver, pues solo Dios es dueño de la vida y de la muerte. Sin esa
apertura a la trascendencia, otras razones de peso confirman su
carácter inmoral:
• Ocasionaría una peligrosa desvalorización de la vida humana.
• Podría encubrir intereses económicos (una herencia, por ejemplo).
• Podría encubrir verdaderos homicidios intencionados.
• Degradaría la Medicina, pues en el médico se iría apagando la
vocación de cuidador de la vida.
• La legislación permisiva es expansiva: las restricciones legales
irían cayendo ante la demanda creciente de eliminar vidas
improductivas o molestas.

Como cualquier comportamiento inmoral, la eutanasia ha sido


practicada en algunas civilizaciones antiguas, y tampoco ha faltado en
su defensa algún pensador, incluso de la talla de Platón: "Establecerás
en la República una disciplina y una jurisprudencia que se limiten a
cuidar a los ciudadanos sanos de cuerpo y de alma; se dejará morir a
quienes no sean sanos de cuerpo". Pero es Hipócrates, padre de la
Medicina, contemporáneo de Platón, quien declara en su famoso
Juramento: "No suministraré ningún fármaco mortal, aunque me lo
pidan, ni haré semejante sugerencia".

Casi todas las religiones consideran que la eutanasia es un homicidio,


pero las razones de su grave inmoralidad no solo son religiosas, como
acabamos de ver. Es lógico que sean las culturas fuertemente
materialistas, donde la vida humana se entiende en términos de placer y
salud, las que más fácilmente admitan la supresión de vidas
consideradas sin valor. Por eso sorprende lo sucedido en Finlandia el 4

201

de mayo de 2018. Ese día, tras numerosas y abiertas conversaciones


entre expertos y políticos, el Parlamento rechazó la propuesta de ley
para aprobar la eutanasia, en una votación donde hubo 60 votos a favor
y 128 en contra.

5. Bioética y ecologismo
El dominio tecnológico sobre la naturaleza se ha traducido a menudo en
degradación del medio ambiente. El movimiento ecológico nació para
administrar responsablemente los recursos naturales y legar a las
generaciones venideras una naturaleza incólume. Pero plantear
correctamente la relación entre el ser humano y la naturaleza no es
fácil. Exige una idea previa sobre el estatus de ambos. ¿Están al mismo
nivel? ¿Tienen los mismos derechos? ¿Son obra de un Creador o
resultado del azar? Las respuestas a estas preguntas no solo pueden
ser diferentes, sino contrarias, y algunas han convertido la ecología en
ecologismo, con las notas típicas de una ideología.

Así, Alexander von Humboldt, fundador de la Universidad de Berlín,


uno de los principales impulsores de la geología, la geografía y la
biología, acortó la diferencia entre el hombre y los animales, sacralizó la
naturaleza y rechazó la noción de creación. También Thoreau, el
Homero americano, divinizó la naturaleza, no la vio como un don de
Dios. Ese tipo de postulados alimentan las versiones ideológicas de la
Deep Ecology, hasta llegar a contemplar al hombre como un virus
peligroso para la “Madre Tierra”. Por eso, los embriones humanos y los
enfermos terminales de muchos países occidentales, están menos
protegidos por la ley que algunas especies animales.

En la versión más radical del ecologismo, Christopher Manes, editor del


Earth First! Journal, ha repetido que “la extinción de la especie humana
es algo bueno”. En su artículo Población y SIDA sostenía que, si el SIDA
mataba a un 80% de la población mundial, contribuiría a salvar la
naturaleza. En esa misma línea, Ingrid Newkirk, cofundadora de la

202

organización de defensa de los animales más importante del mundo


(PETA), se ha atrevido a decir que “en los campos de concentración
fueron aniquilados 6 millones de judíos, pero 6.000 millones de gallinas
morirán este año en mataderos”.

El ecologismo no está solo a la hora de promover el control de la


natalidad. La mentalidad antinatalista se disparó con el célebre Ensayo
sobre los principios de la población, publicado por Thomas Malthus a
finales del siglo XVIII.

6. El mito de la superpoblación
Malthus pronosticó que los alimentos aumentarían en progresión
aritmética, mientras la población crecería en progresión geométrica.
Sucedió casi lo contrario, pero su amenaza catastrofista triunfó en el
imaginario colectivo, apoyada en una metáfora suculenta: a más
comensales, menos tarta. En 1802, cuando Java contaba con una
población de 4 millones de habitantes, un funcionario holandés aseguró
que estaba superpoblada. Dos siglos más tarde, vivían en la isla 123
millones de habitantes. Malthus no pudo imaginar que la revolución
tecnocientífica multiplicaría las tartas y privaría de esa justificación al
control de la natalidad.

Para ver que el mundo no está superpoblado basta con subirse a un


avión. También conviene preguntarse por qué algunos de los países con
más densidad de población se cuentan entre los más prósperos. No
existe un porcentaje óptimo de habitantes, ni una relación causal entre
densidad y nivel de vida. Así lo ponen de manifiesto porcentajes y
desarrollos tan diversos como los que encontramos en Australia (3
habitantes por kilómetro cuadrado), Canadá (4), Libia (4), Bolivia (6),
Noruega (14), República del Congo (15), Finlandia (17), Estados Unidos
(25), Etiopía (35), Guinea Ecuatorial (44), Costa Rica (96), Francia (98),
China (145), República Dominicana (160), Italia (201), El Salvador

203

(302), Holanda (354), Haití (391), India (403), Corea del Sur (409),
Taiwán (668), Singapur (7.798)…

Una rápida comparación de los datos anteriores nos dice que la


diferencia de nivel socioeconómico no la marca la densidad de
población, sino los regímenes políticos y la educación. Por ello, hay que
sopesar con mucha prudencia ciertas “soluciones” drásticas. Las
esterilizaciones forzadas no solo son violaciones de derechos humanos,
sino que suelen tener consecuencias indeseadas. Los casos de China e
India son un buen ejemplo. En 1976, el gobierno indio declaraba:
“Cuando el Parlamento de un Estado decida que es necesario aprobar
una ley de esterilización obligatoria, que lo haga". En los seis meses
siguientes a esa disposición, fueron esterilizados más de seis millones
de indios, muchos de ellos a la fuerza. La indignación popular fue tan
grande que provocó la caída del gobierno de Indira Gandhi.

En 1968, Paul Ehrlich publicó The Population Bomb. En la introducción


aseguraba que “durante la década de los setenta el mundo
experimentará una hambruna de proporciones trágicas: cientos de
millones de personas morirán de hambre”. Se vendieron más de tres
millones de ejemplares.

En 1972, el Club de Roma hizo público el informe Los límites del


crecimiento, elaborado por el MIT. El texto también era catastrofista.
Aseguraba que la mayor parte de las fuentes de energía y materias
primas del planeta se habrían agotado antes de fin de siglo, y que la
quinta parte de la población habría sucumbido a la consiguiente crisis
alimentaria. Las previsiones de Ehrlich y del Club de Roma eran
falsas, pero así juegan las ideologías, pues para ellas “no importa la
verdad, sino lo que la gente cree que es verdad” (Paul Watson,
cofundador de Greenpeace).

7. El desierto demográfico

204

Aunque infundado, el miedo a la superpoblación había calado en la


opinión pública. Ese temor, aliado con el feminismo ideológico, ha
provocado en Occidente el desplome de la natalidad que conocemos
como suicidio demográfico. Un fenómeno en el que Nietzsche tiene su
cuota de responsabilidad, pues los filósofos posmodernos constatan
que el Superhombre ha enterrado el deber moral y ha implantado sobre
su tumba el reinado del individualismo hedonista. Pero el horizonte del
hedonista suele terminar delante de sus narices. ¿Por qué tendría que
pensar a largo plazo quien está convencido de que nuestra especie es
un capricho de la química del carbono? Para cada uno de nosotros –
piensa el materialista- la vida concluye definitivamente dentro de unos
años. ¿Qué sentido tiene entonces preocuparse por lo que vaya a
ocurrir después? Sobre todo, si uno ha tenido la precaución de no
engendrar hijos por cuyo porvenir inquietarse.

España es uno de los países donde más ha arraigado esa mentalidad.


Desde 2015, el número de fallecimientos supera al de nacimientos, y en
el primer semestre de 2018 la edad media para ser madre superó por
primera vez la barrera de los 32 años. El país ha pasado en medio siglo
del “baby boom” al “death boom”, y ha entrado en el fenómeno
demográfico denominado “envejecimiento del envejecimiento”, que
consiste en el aumento colectivo de población con edad superior a 80
años.

El filósofo David Benatar ha reconocido lo que muchos europeos


piensan secretamente, en un libro de título impactante: Mejor no haber
sido nunca: El daño de la existencia. Básicamente, afirma que la vida
humana es sobre todo frustración: deseo insatisfecho, carencia, tensión
constante hacia objetivos que, una vez alcanzados, decepcionan.

Francisco Contreras, catedrático de Filosofía del Derecho en la


Universidad de Sevilla, piensa que la crisis demográfica europea es, en
gran medida, la expresión de un cansancio existencial y de un
prolongado nihilismo: para desear transmitir la vida es preciso creer que
tiene un significado. Por eso, la batalla cultural por la natalidad tendrá
que descender hasta el nivel de los fundamentos, hasta conseguir que

205

los europeos vuelvan a creer en algo que les trascienda y proporcione


sentido.

Europa –explica Contreras- necesita un empeño cultural a favor de la


vida y en contra del aborto, a favor del matrimonio y la familia. Esa
campaña debería partir de los creadores de opinión: novelistas,
profesores, periodistas, directores de cine, actores, guionistas,
deportistas de élite… El Estado colaboraría con lo que le compete,
sabiendo que las leyes envían mensajes morales a la población. Si se
equipara el tratamiento jurídico de las parejas de hecho al de los
matrimonios, se está emitiendo un mensaje contrario a la familia:
“casarse es anticuado; las leyes os prometen las mismas ventajas sin
necesidad de atarse de por vida”. Por el contrario, si se rodea a la
pareja casada de facilidades legales y económicas, se está
transmitiendo un mensaje de signo inverso: “casarse y tener hijos es
algo digno, noble, merecedor de reconocimiento”. Probablemente, lo
que necesitan los “últimos padres” no es tanto estímulo económico
como reconocimiento social: prestigio, gratitud, revalorización de la
función parental.

Cuestiones abiertas
0. Juicio sobre el capítulo.
1. ¿Es el embrión humano un ser humano?

206

2. ¿El niño es un derecho de sus padres?


3. ¿El aborto es un derecho?
4. ¿Modificarías el artículo 28.1 del Código de Ética Médica?
5. ¿Qué ideas presupone el ecologismo radical?
6. ¿El mito de la superpoblación supone un prejuicio colonialista?
7. ¿Cómo se puede hablar al mismo tiempo de superpoblación y
desierto demográfico?

14
FAMILIA y FEMINISMO
207

La familia es el primer y mejor Ministerio de Educación,


el primer y mejor Ministerio de Sanidad,
el primer y mejor Ministerio de Bienestar Social.

William Bennett

1. Matrimonio y familia
El escenario y la sustancia de su vida humana son, en gran medida, las
relaciones humanas. Sin los demás, la persona se frustraría, porque su
necesidad de dar y recibir, de dialogar y compartir, no podría ejercerse.

208

De hecho, nadie ha nacido solo, y nadie ha nacido para estar solo. El


primer desarrollo biológico, nervioso y psicológico de cualquier niño
necesita de los demás: que otros le alimenten, le cuiden y le enseñen
durante largos años, antes de que llegue a valerse por sí mismo.

Podemos asegurar que no hay yo sin tú. Y el tú es


siempre una persona, un semblante que nos escucha y
nos habla, lo primero que contempla el recién nacido al
reconocer a su madre antes que a sí mismo. Solo tras
esta primera socialización en el hogar, vendrá la
integración efectiva en la sociedad, y con ella la madurez
humana.

Dos tipos de relaciones superan a todas las demás en el orden natural:


la sociedad civil y la familia. Antes que ciudadano, el hombre es
miembro de una familia. Por eso la familia es, sin duda, la tradición y la
institución más antigua que conocemos. Si la humanidad no se hubiera
organizado en familias, tampoco habría podido organizarse en
naciones.

El servicio esencial que la familia presta a la sociedad es la


procreación de niños, seguida de su crianza y educación. Por el
mayor protagonismo materno en esas tareas, la unión natural que
las hace posible recibe el nombre de matrimonio (oficio de la
madre). Los mejores estudios comparativos confirman que el padre
y la madre unidos en matrimonio garantizan, por regla general, el
entorno más seguro, el nivel más alto de bienestar y las mejores
oportunidades educativas y profesionales.

Lo característico de las instituciones fundamentales es su


objetividad: no nacen del capricho, sino de las necesidades
objetivas de la sociedad. En el caso del matrimonio, rasgos como la
dualidad sexual, la exclusividad, el compromiso de permanencia, la
ayuda mutua, la unificación de patrimonios y la autoridad sobre los
hijos no son convenciones culturales o tradiciones pasajeras, sino
requisitos tan naturales como eficaces.

209

En sentido amplio, familia se aplica al conjunto de


individuos vinculados por algún parentesco o afinidad.
En sentido estricto, familia es la comunidad de padres
e hijos. Forman una familia, por tanto, las personas cuya
vida en común se basa en la paternidad biológica y en la
protección de los hijos. Como es evidente, el desarrollo
de una familia requiere un espacio común, una casa que
ha de ofrecer un ámbito pacífico que permita la
integración de los aspectos físicos, psicológicos y espirituales de
quienes la habitan.

La casa de una familia no es una oficina, es un hogar. En él


aprendemos la lengua materna, extraordinaria herramienta necesaria
para toda la vida. En el hogar somos por primera vez reconocidos como
personas y amados incondicionalmente. En el hogar nos alimentamos
de la cultura y recibimos las primeras indicaciones morales. Con pocas
excepciones, los hogares abren sus ventanas a la trascendencia. El
hogar es, en fin, “una especie de cúpula permeable” bajo la que todos
podemos “crecer hacia el bien, la verdad y la belleza” (A. Marcos).

Un niño –pero también una anciana, un hombre enfermo- no se valen


por sí mismos y necesitan un hogar donde poder vivir, amar y ser
amados, alimentados, cuidados. El hombre es un ser familiar
precisamente porque nace, crece y muere necesitado. Además, todo
hombre es siempre hijo, y esa condición es tan radical como el hecho
de ser varón o mujer. Ningún niño nace de una encina, decía Homero, y
tampoco en soledad, sino en los brazos de sus padres: nace para ser
hijo. Así, la filiación, la dependencia de origen, es una característica
fundamental de la persona.

En el debate actual sobre la familia, el principal factor de confusión es


el oscurecimiento de su carácter natural, que llega al absurdo de
elegir sus rasgos estructurales, como si fueran redefinibles. La
familia es una organización con defectos reales, y estaría ciego quien
no los viera, pero es una ilusión pensar que existen alternativas

210

mejores. Durante décadas, el divorcio se ha recomendado en países


anglosajones como panacea para matrimonios mal avenidos. Pero la
tendencia se ha invertido al comprobar que el remedio es peor que la
enfermedad. Hoy, los psicólogos más prestigiosos afirman que ha
llegado la hora de sustituir el lema "si su matrimonio se ha roto, busque
nueva pareja" por otro más sano: "si su matrimonio se ha roto,
arréglelo".

2. La estabilidad familiar
William Bennett, desde su amplia experiencia como Secretario de
Educación en Estados Unidos, después de reconocer que "demasiados
chicos norteamericanos son víctimas del fracaso parcial de nuestra
cultura, de nuestros valores y de nuestras normas morales", llega a la
siguiente conclusión: “Debemos hablar y actuar en favor de la familia:
después de todo, la familia es el primer y mejor Ministerio de Sanidad,
el primer y mejor Ministerio de Educación, y el primer y mejor Ministerio
de Bienestar Social”.

Espectadores de una crisis familiar sin precedentes, que afecta sobre


todo a las democracias occidentales, Bennett y otros muchos analistas
sociales llegan de nuevo a la vieja conclusión de que la familia es la
más amable de las creaciones humanas, la más delicada mezcla de
necesidad y libertad. Si se apoya en la reproducción biológica, su
finalidad es la formación de personas civilizadas y felices, y con ello ya
está dicho todo sobre su importancia absoluta.

A la responsabilidad genética de los progenitores corresponde, también


por derecho natural, la responsabilidad sobre la crianza y educación.
Ambas tareas se deterioran con una relación inestable y transitoria. Así,
la familia aparece como naturalmente estable y monógama, de
acuerdo con los sentimientos naturales de sus miembros más débiles:
los niños a duras penas soportan la separación de sus padres. La
humanidad descubrió muy pronto que el amor, la unión sexual, el

211

nacimiento de un hijo, su crianza y educación, son posibles si existe una


institución que sancione la unión permanente de un varón y una mujer.
La fuerza del impulso sexual es tan grande, y la crianza de los hijos tan
larga, que, si no se instituye una unión de los esposos con estabilidad y
exclusividad, esas funciones se malogran, y la misma sociedad se ve
seriamente afectada. Alfredo Marcos, en su citada Meditación de la
naturaleza humana, ve en la estabilidad familiar “una condición
necesaria para la realización plena de las personas”, y afirma que “se
puede y se debe hacer mucho en su favor, mucho más de lo que
actualmente se hace”. Poco antes había escrito:

No hace falta ser muy perspicaz para darse cuenta del inmenso
daño que se hace a las personas, y muy especialmente a los más
dependientes (niños, enfermos, discapacitados y ancianos),
cuando se les somete a ambientes familiares inestables, donde
poco puede darse por seguro. Lo llamativo es que las sociedades
occidentales contemporáneas parecen haberse vuelto ciegas ante
este tipo de daño.

En La cabaña del tío Tom, la novela más popular del siglo XIX en
Estados Unidos, uno de los personales afirma que “el efecto más
espantoso de la esclavitud es la atrocidad que provoca (…) al separar a
las familias”. Se refería a maridos separados de sus esposas, y a hijos
arrebatados a sus madres, por tener dueños distintos. Lo que Harriet
Beecher no podía imaginar es que esa llaga de familias rotas iba a
mantenerse dolorosamente abierta en la comunidad afroamericana, en
el siglo XXI.

La familia es una escuela de vida personal y social, en la que el modo


de existir en cada edad va aprendiendo los modos de existir de las
demás edades. Respecto a los padres, el hecho de ser hombre y ser
mujer los hace naturalmente complementarios: son distintos entre sí,
pero mutuamente necesitados desde las profundidades del cuerpo
hasta las cimas del alma. Y en su unión familiar, ambos han de aceptar
la obligación de un contrato protector, entre otras cosas porque los hijos

212

necesitan su tiempo, su dinero, su ejemplo, sus conocimientos y sus


energías. Dicho de otra forma: en la familia, el hombre nace, crece, se
educa, se casa, educa a sus hijos, y al final muere. En la familia se
aprende y se enseña a vivir y a morir, y esa enseñanza, realizada por
amor, es un trabajo social absolutamente necesario, imposible de
realizar por dinero.

Sería equivocado ver la familia como célula de la sociedad tan sólo en


sentido biológico, pues también lo es en el aspecto social, político,
cultural, económico y moral. Virtudes cívicas tan importantes como la
justicia y el respeto a los demás se aprenden principalmente en su
seno, y también el ejercicio humano de la autoridad y su acatamiento.
Por lo tanto, la familia también es insustituible desde el punto de
vista de la pedagogía social. Su propia estabilidad, por encima de los
pequeños o grandes conflictos inevitables, es ya una escuela de
esfuerzo y ayuda mutua, donde se forman los hijos en unos hábitos
cuyo campo de aplicación puede fácilmente ampliarse a la convivencia
ciudadana. De hecho, la convivencia familiar es una enseñanza
incomparablemente superior a la de cualquier razonamiento abstracto
sobre la tolerancia o la responsabilidad personal.

Un hospital, una universidad o una fábrica generan costes, pero se


justifican por los bienes o servicios que ofrecen. Lo mismo sucede con
la familia, pues forma ciudadanos que en el futuro pagarán impuestos y
crearán riqueza. No es correcto, por eso, denominar “ayudas sociales”
al dinero que el Estado destina a la maternidad y la familia, como si
fueran cantidades a fondo perdido. La verdad es otra, porque la familia
es el agente económico más rentable y productivo de la sociedad. Se
calcula que los países europeos recuperan, multiplicado por cinco, cada
euro destinado a un recién nacido.

3. La revolución feminista
213

Las grandes palabras suelen tener una proyección tan generosa que a
menudo significan una cosa y su contraria. Lo comprobamos a diario,
sobre todo cuando los políticos nos hablan de cambio y progreso, de
libertad y democracia, de ética y valores, de justicia y diálogo. También
lo comprobamos con el feminismo.

- ¿Qué significa ser mujer?


- ¿Debería significar lo mismo para todas las mujeres?
- ¿Es correcta la respuesta que ofrece el feminismo?
- ¿Hay una sola respuesta y un solo feminismo?

Para apreciar la complejidad de estas preguntas basta con intentar


responderlas. O con leer lo que escribe Julián Marías en su ensayo La
mujer en el siglo XX.

Por los tiempos de la Revolución Francesa, la pretensión del primer


feminismo había sido lograr la equiparación de derechos civiles entre el
varón y la mujer. Principalmente, el derecho al voto, conquistado
noblemente por las sufragistas. Pero a los derechos siguió la revisión de
las funciones, y el feminismo comenzó a exigir la eliminación del
tradicional reparto de papeles, juzgado como arbitrario e injusto. Así, el
segundo feminismo rechazó la maternidad, el matrimonio y la familia,
como si fueran formas de esclavitud del varón sobre la mujer.

Ese feminismo radicalizado, último cartucho del marxismo cultural,


sostiene que el matrimonio ha sido pura convención social, regulada por
el Derecho, para dar un barniz de honorabilidad a las relaciones
sexuales estables entre adultos de distinto sexo. Pero la verdad
histórica nos dice algo muy diferente: que en todo tiempo y lugar se ha
protegido esa unión por estar directamente asociada con la
transmisión natural de la vida y la supervivencia de la especie. Por
eso, si hoy Occidente legaliza como matrimonio cualquier tipo de unión,
se separa de su propia historia y de todas las grandes culturas, que han
reconocido siempre el significado natural de la sexualidad: que el varón

214

y la mujer han sido creados para ser, unidos en matrimonio, la garantía


del futuro de la humanidad. Garantía no solo física, sino también moral.

Se argumenta con supuestos derechos y apelaciones sentimentales,


pero la misma biología elemental nos dice que la introducción artificial –
por reproducción asistida o adopción- de un niño en la casa de dos
personas del mismo sexo, ni convierte a dichas personas en matrimonio
ni a los tres en familia. Porque dos hombres pueden ser dos buenos
padres, pero nunca serán una madre, ni buena ni mala; y dos mujeres
pueden ser dos buenas madres, pero nunca serán un padre, ni bueno ni
malo. La psicóloga Alejandra Vallejo-Nágera resume su postura en
estas palabras: “Me gusta, siempre me ha gustado, tener un padre y
una madre. Cualquier otra combinación de progenitores me parece
incompleta e imperfecta”. Más explícito, López Ibor, Presidente de la
Asociación Mundial de Psiquiatría, decía en 2010:

Un niño paternizado por una pareja homosexual entrará


necesariamente en conflicto con otros niños, se conformará
psicológicamente como un niño en lucha constante con su entorno
y con los demás, incubará frustración y agresividad.

En el origen de esta ideologización encontramos El


segundo sexo, un revolucionario ensayo de Simone
de Beauvoir, publicado en 1949. La autora introduce
la confrontación marxista en las relaciones de pareja,
previene contra “la trampa de la maternidad” y
recomienda el aborto, el divorcio y toda la gama de
relaciones sexuales.

Esas ideas triunfaron en el París del 68 y se extendieron por los


campus europeos y norteamericanos, con el poderoso catalizador de la
píldora anticonceptiva. Su legalización rompió la relación natural de la
sexualidad con la fecundación, hizo equivalentes todas las formas de
sexualidad y desató la tentación colectiva más fuerte que la humanidad
ha conocido: la posibilidad de sexo libre, sin restricción alguna.

215

La disociación entre sexualidad y procreación produjo quizá la


transformación social más importante de Occidente en el siglo XX. Se
trataba de una revolución inédita en la Historia, que no solo equiparaba
homosexualidad y heterosexualidad. Gandhi, uno de los grandes
referentes morales del siglo XX, intuyó sus consecuencias:
Es probable que el amplio uso de esos métodos lleve a la
disolución del vínculo matrimonial y al amor libre. Es ingenuo creer
que el uso de anticonceptivos se limitará meramente a regular la
descendencia. Solo hay esperanza de una vida decente mientras
el acto sexual esté claramente abierto a la transmisión de la vida.
Más explicito que Gandhi, el papa Pablo VI, en 1968, publicó la
encíclica Humanae Vitae. En sus páginas juzgaba la contracepción
artificial como gravemente inmoral, y pronosticaba consecuencias muy
negativas:
• Multiplicación de divorcios y abortos.
• Camino fácil y amplio a la infidelidad conyugal.
• Los jóvenes serán especialmente vulnerables a la inmoralidad
sexual.
• El varón perderá el respeto a la mujer, hasta verla como un simple
instrumento de placer egoísta.
• La anticoncepción podría ser peligrosa en manos de autoridades
públicas.
Desde entonces, el ataque a la moral sexual que propone la Iglesia
católica ha sido constante. Por eso resulta instructivo saber a quién han
dado la razón los hechos posteriores. A favor de los anticonceptivos se
argumentó que acabarían con el aborto. Parecía una consecuencia
lógica, pero los datos demuestran que sucedió lo contrario: los abortos y
los nacimientos extramatrimoniales se dispararon al mismo tiempo.
¿Por qué falló esa lógica?
En primer lugar, los anticonceptivos disminuyen la sensación de riesgo.
Eso favorece encuentros sexuales que no se producirían en otro caso, y
ocasiona embarazos cuando la mujer ni está ni se siente preparada. En
segundo lugar -como ha explicado Mary Eberstadt-, si el embarazo se

216

convierte en una opción para la madre, el matrimonio se va a convertir


en una opción para el padre. La píldora traslada injustamente la
responsabilidad del embarazo a la mujer, y cuando queda
involuntariamente embarazada facilita que el varón se desentienda
irresponsablemente. La anticoncepción redujo drásticamente los
incentivos que tenía el hombre para casarse (también para casarse con
su novia embarazada).
En tercer lugar, si la anticoncepción “liberó” de responsabilidad al varón,
también “liberó” al legislador y al juez, pues del supuesto derecho a la
anticoncepción se dedujo que existía un derecho al aborto. Se afirmó y
se afirma que la anticoncepción hace a las mujeres más libres y más
felices. Quizá por eso, fundaciones filantrópicas dedican importantes
donaciones a difundir el control de la natalidad entre los africanos,
aunque muchas mujeres africanas no lo ven así. La nigeriana Obianuju
Ekeocha, en carta abierta a Melinda Gates, le decía: “Veo que estos
4.600 millones de dólares van a traernos desgracias: maridos infieles,
calles sin el alboroto inocente de los niños, y una vejez sin el tierno y
cariñoso cuidado de nuestros hijos”.

4. Ideología y leyes de género


En el siglo XXI, el feminismo adopta una tercera modalidad
más radical: la ideología de género. Su objetivo es la
implantación de nuevos modelos de familia, educación y
relaciones, donde lo masculino y lo femenino esté abierto a
todas las opciones posibles; donde la subjetividad
psicológica (“me siento hombre”, “me siento mujer”)
prevalezca sobre la objetividad biológica. Shulamith Firestone,
feminista radical y marxista, escribía en 1970:

El objetivo final de la revolución feminista no sólo es eliminar


el privilegio del varón, sino la distinción sexual (…). Solo entonces
terminará la tiranía de la familia biológica y se permitirán todas las
formas de sexualidad.

217

Medio siglo más tarde, Martin Duberman, historiador y activista radical


LGTB, nos recuerda que los objetivos originales de la ideología de
género son destruir la familia, eliminar los juicios morales y crear una
"nueva utopía en el ámbito de la transformación psicosexual, una
revolución donde 'hombre' y 'mujer' se conviertan en diferencias
obsoletas”.

Una propuesta tan antinatural solo puede triunfar si la imponen las


leyes, y esa es precisamente la misión de las leyes de género,
promovidas por una izquierda marxista que sustituye al proletario por la
mujer, a la que declara en peligro constante, amenazada siempre por el
varón.

La mejor estrategia de la ideología de género es la educación. Por


eso entró de puntillas en los colegios públicos, sin hacer ruido,
disfrazada de inclusividad y de iniciativas amables contra un acoso
escolar casi inexistente. La máscara cayó al poco tiempo, cuando se
denunció el lenguaje y el pensamiento "hetero-normativo", alegando que
todos los alumnos (incluidos los niños de preescolar) necesitan expresar
su "auténtico" género.

La escuela que adopta las políticas de inclusión y reorientación sexual


-a menudo prescindiendo de las protestas de los padres-, suele hacerlo
por la amenaza de demandas judiciales, o por imposición normativa.
Una vez adoptada, la agenda de género afecta a todos sus niños, no
sólo a los “confundidos”. Una escuela inclusiva exige que todos los
niños aprendan una falsa antropología y unas ideas equivocadas
sobre la identidad. Exige la formación de todo el personal escolar en la
nueva neolengua, desde los conductores de autobuses hasta el equipo
directivo. Más aún: los activistas justifican que se oculte todo esto a los
padres, alegando que los niños no están seguros en casa cuando los
padres (sobre todo los que son religiosos) se oponen a la ideología.

Ese adoctrinamiento no permite la discrepancia, y mucho menos la


enmienda a la totalidad. No se puede decir, como en el cuento de
Andersen, que el rey va desnudo. Por eso abundan los centros

218

escolares inundados de arcoiris, celebraciones del orgullo gay, espacios


seguros, clubs de estudiantes homosexuales y heterosexuales, libros
con historias transgénero… Pero lo cierto es que el rey está
completamente desnudo, y que los ideólogos de género han inventado
un problema donde no lo había. O, si se prefiere, han magnificado el
problema de la inclusión de las minorías sexuales como si fuera el gran
problema de la Humanidad, convirtiendo un grano de arena en un
Himalaya.

Le meta final de la ideología de género es la utopía de Firestone y


Duberman: pansexualidad, identidad fluida, tolerancia sexual sin
restricciones y desaparición de los vínculos biológicos y de parentesco.
No es difícil entender que ese tipo de libertad sexual provoca serios
conflictos legales, morales y psicológicos. Pasar por alto el peso de la
biología y afirmar que la sexualidad masculina y femenina es opcional,
no determinada por la condición biológica del varón y la mujer, es
chocar frontalmente contra la realidad y la naturaleza del ser humano.
Shakespeare, por boca del médico de Macbeth, lo expresa de forma
insuperable: “Los actos contra la naturaleza engendran disturbios contra
la naturaleza”.

Sin embargo, es propio de toda ideología negar la evidencia, y la de


género no duda en rechazar el carácter patológico o anómalo de
cuadros clínicos considerados como tales por los especialistas. Así, la
disforia de género (creer o desear pertenecer al sexo opuesto) ha sido
tratada durante mucho tiempo con terapia psicológica -igual que la
anorexia- hasta que la ideología tomó al asalto los medios de
comunicación, los programas educativos, las leyes y los protocolos
terapéuticos. De ahí la enorme importancia de mostrar las
consecuencias reales: niños convertidos en personas estériles debido a
cócteles hormonales; jóvenes con cuerpos mutilados; ciudadanos libres
que ya no son libres de decir lo que piensan...

A políticos y legisladores también conviene recordarles que los


ciudadanos, además de orientación sexual, tienen orientaciones

219

políticas, musicales, deportivas, religiosas, gastronómicas… El Estado


está obligado a respetarlas, sin imponer como verdadera ninguna en
particular, sin privilegiar una en los planes de educación. Si lo hace, si
dicta a los ciudadanos lo que deben hacer o pensar, traspasa su función
de arbitraje e incurre en un inadmisible abuso de poder.

Por otra parte, respetar a un budista, a un musulmán o a un cristiano no


significa creer que sus doctrinas son verdaderas, y ese respeto es
compatible con no sentir aprecio por ellas. Cualquiera sabe que respetar
no significa aplaudir. Por eso, cuando el colectivo LGTB exige ferviente
adhesión a su postura, atenta contra una libertad básica –la libertad de
pensamiento- y pide un trato de privilegio incompatible con la
democracia.

En democracia no solo existe el derecho a discrepar, sino que el


ejercicio de la discrepancia protege la libertad de todos. En las
sociedades libres nadie está obligado a considerar correcta cada una de
las opciones vitales de los demás, y todo el mundo puede pensar que
hay formas de conducta positivas y negativas, morales e inmorales,
inofensivas y peligrosas. Por lo mismo, cualquiera está en su derecho
de procurar, por las vías legales, que las formas de vida que considera
inmorales no se expliquen en la escuela a sus hijos, y que tampoco se
“visibilicen” en la calle por imperativo legal y con dinero del
contribuyente. Lejos de formar parte de los derechos humanos, la
imposición pública de una opción sexual va contra ellos.

Por si fuera poco, las leyes que privilegian al colectivo LGTB suelen
dedicar un último capítulo a las sanciones por homofobia, lesbofobia,
bifobia y transfobia. ¿Qué interés mueve al legislador que confunde
discrepar con odiar? Esa injustificada equiparación inventa una realidad
que no existe, imagina homófobos a la vuelta de cada esquina, y eso sí
parece irresponsable incitación al odio y manipulación.

Nadie duda que la discriminación sexual debe estar perseguida y


penalizada por la ley. Pero los colectivos LGTB piden leyes específicas

220

contra esa discriminación concreta. Ante esa pretensión, es oportuno


preguntarse si debe haber leyes particulares para cada tipo de
discriminación, cuando ya existe una ley general que abarca todos los
supuestos. Si se responde afirmativamente, además de promulgar leyes
innecesarias, el legislador se enfrenta a la imposibilidad de contemplar
todas las posibles formas de discriminación, y entonces la propia
legislación se convierte en discriminatoria.

No se puede quitar importancia a la violencia de género. Pero en


algunos países, las leyes para combatirla se han convertido en
discriminatorias e inconstitucionales cuando –negando la presunción de
inocencia y la igualdad- castigan más al delincuente si es varón.

5. Educado para ser mujer


Hace algún tiempo, la prensa internacional recogió el fracaso de un
vergonzoso experimento médico. El psiquiatra norteamericano John
Money había pretendido demostrar -por los años setenta- que la
sexualidad depende más de la educación que de los genes. Sus
conejillos de indias fueron dos bebés gemelos: Bruce y Brian Reiner. En
1965, un desgraciado accidente de Bruce proporcionó a Money la
oportunidad de transformar el cuerpo del bebé –por cirugía plástica y
con el consentimiento de los padres- en un cuerpo con apariencia
femenina. Money dijo a los padres que debían criar al bebé como si
fuera una niña, y mantener el episodio en absoluto secreto. Así, Bruce
pasó a llamarse Brenda.

Las condiciones del experimento eran perfectas, pues se había


realizado sobre un recién nacido que poseía la misma dotación genética
que su hermano gemelo. El médico –que se hacía llamar misionero del
sexo y era defensor infatigable de los matrimonios abiertos y el sexo
bisexual en grupo- confiaba ciegamente en que el gemelo operado
podría ser educado como una chica. En el eterno debate sobre

221

naturaleza y educación, pretendía demostrar que la educación lo es


todo. Simone de Beauvoir y Sartre ya habían hecho triunfar la idea de
que el ser humano solo tiene libertad, no naturaleza.

Los Reiner siguieron las instrucciones de Money al pie de la letra, pero


las cosas no marcharon según lo previsto. Janet, la madre, cuenta lo
que sucedió cuando intentó poner a Brenda su primer vestido, poco
antes de cumplir dos años. “Intentó arrancárselo, romperlo. Recuerdo
que pensé: ¡Dios mío, sabe que es un chico y no quiere que le vista
como una chica!”. Brenda también era rechazada en la escuela, donde
pronto manifestó extrañas “tendencias lesbianas”, a pesar de las
hormonas que le obligaban a tomar.

Mientras toda la familia veía y sufría el fracaso de la operación, el doctor


Money declaraba a los cuatro vientos que su experimento era un éxito
rotundo. En un artículo publicado en Archives of Sexual Behaviour
escribió: “El comportamiento de la niña es claramente el de una chica
activa, bien diferente de las formas masculinas de su hermano gemelo”.
Al mismo tiempo, la revista Time afirmaba que “este caso constituye un
apoyo férreo a la mayor de las batallas por la liberación de la mujer: el
concepto de que las pautas convencionales sobre la conducta
masculina y femenina pueden alterarse”.

Entre tanto, los gemelos eran obligados a seguir una terapia con Money,
quien les obligaba a ver imágenes sexuales y desvestirse, en sesiones
que degeneraron y traumatizaron profundamente a los dos niños.
Cuando Brenda tenía quince años, destrozada por interminables
sesiones psiquiátricas y medicación con estrógenos, intentó suicidarse.
Su padre le contó entonces la verdad, y ella decidió volver a ser un
chico y llamarse David. La cirugía plástica hizo lo que pudo. En 2002, su
hermano gemelo, que sufría esquizofrenia, se suicidó. David nunca
pudo superarlo y se quitó la vida en 2004. “Daría cualquier cosa porque
un hipnotizador lograra borrar todos los recuerdos de mi pasado. Es una
tortura que no soporto. Lo que me hicieron en el cuerpo no es tan grave
como lo que aquello provocó en mi mente”, había dicho.

222

6. La familia y los Simpson


En estrecha relación con la ideología
de género y el feminismo radical, uno
de los mitos modernos más
arraigados nos presenta las rupturas
familiares como una conquista de
la libertad, como una rápida solución
a los inevitables problemas de pareja,
y como el ansiado camino hacia esa
felicidad que no acaba de llegar. En la aceptación ingenua y
generalizada de ese mito ha jugado un papel primordial Hollywood. La
mayor industria de entretenimiento del planeta lo ha hecho francamente
bien: es muy difícil encontrar famosa o famoso que no se haya
divorciado y vuelto a casar –a ser posible varias veces- en sus famosas
películas y en su aireada vida real.

Pero el virus divorcista no ha contagiado a todo el mundo. A semejanza


de aquel reducto antirromano en una aldea gala, en la modesta villa de
Springfield vive una familia desmitificadora y antisistema, tal vez por eso
inmune al divorcio. Una familia compuesta por un bebé, una niña
repelente y encantadora, un chiquillo especialista en crear problemas,
un padre vago y borrachín, y una madre coronada por una torre de Pisa
de color azul, en versión melena.

Hemos oído que la familia Simpson, además de peculiar, es corrosiva y


poco recomendable. Los psicólogos la llaman disfuncional. Una
calamidad, dirían nuestras abuelas. Todo eso es verdad, pero hay otra
verdad que nadie ha reconocido: su lucha en solitario contra el mayor
imperio del cine. Porque Hollywood les hubiera pasado el rodillo

223

divorcista al tercer episodio de la serie, y lejos de Hollywood, libres de


sus mitos, llevan más de 400 capítulos demostrando que la familia es la
mejor inversión a largo plazo, la auténtica tabla de salvación en un
mundo tramposo y a la deriva.

Nadie negará que Marge tiene motivos para romper con su perezoso y
alcohólico marido, todo un campeón del eructo y la flatulencia. Sin
embargo, esa ama de casa tan correcta y amable, tiene razones muy
diferentes y mucho más poderosas: el respeto al compromiso con
Homer y sus tres hijos, su sentido común, su sentido religioso y su
cariño sincero.

Cuestiones abiertas
0. Juicio sobre el capítulo.

1. ¿Existen alternativas que mejoren la familia?

2. ¿Qué aporta la convivencia familiar?

3. ¿Qué tipo de feminismo promueve el marxismo?

4. ¿El rey va desnudo?

5. ¿Qué enseñanza se desprende del experimento de John Money?

6. ¿Homer se merece a Marge?

224

225

Índice onomástico

Índice de conceptos

226

( texto Contraportada )

La conducta ética se despliega en los más diversos aspectos de la


vida, entre personas de toda edad y condición. Eso explica que
estas páginas aborden cuestiones fundamentales de antropología
y psicología, de política y Derecho, de historia y filosofía, con un
enriquecedor enfoque interdisciplinar.

Fruto de una larga trayectoria docente, Ética actualizada se


publica veinte años después de Ética razonada, como una puesta
a punto pedida por la modernidad líquida del siglo XXI: un mundo
de cambios vertiginosos y profundos, que reta a todo el que quiera
saber y explicar en qué consiste obrar bien.

227

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