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contexto global pero también a nivel doméstico, en Colombia. Desde las transformaciones
estructurales, pasando por las demandas propias de la democracia participativa, hasta los factores
de crisis identitarios y culturales como nación dentro del contexto sociopolítico, enfatizando en
aspectos centrales como el laicismo, el secularismo, la espectacularización de la política y la
crisis de los principios civilizatorios católicos. (Martínez Ubárnez, 2006)
Dicho esto, el problema de investigación elegido hará hincapié en aspectos generales que afectan
el sistema de valores en Colombia, pero desde una perspectiva internacional y/o globalista,
advirtiendo las agendas dinámicas tanto económicas como políticas, transversales a la vida ética
de las poblaciones alrededor del planeta. En este contexto, el escrito pretende traer a colación
aspectos históricos trascendentales para entender de manera óptima la casuística que rige los
destinos de la ética en la sociedad colombiana.
En este orden de ideas, en el ámbito histórico es imperativo decir que, si la Revolución Industrial
en Inglaterra marcó un hito en los modos, medios y relaciones de producción modernos, sin lugar
a dudas, la Revolución Francesa haría los mismo desde los aspectos macro de lo social, lo
político y lo cultural. Esto es, una transformación general de la cosmovisión de las personas en el
sentido que le daban a la totalidad de su vida, cuya herencia persiste hasta el presente.
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Pero, vamos por partes, en primera instancia, damos por sentado que la clase dominante
establece las directrices para el comportamiento social, es decir, determina el sistema de
principios y valores, por lo tanto, también encamina el modus operandi de la ética reguladora que
los reúne y juzga en función de las obras de los pobladores sobre los que se aplica su ejercicio.
En aras del acontecer histórico coyuntural que tratamos, la nobleza y futura burguesía impuso
una nueva forma de concepción del hombre y el mundo sobre el que se desenvuelve de manera
intrínseca y extrínseca. Por ejemplo, las relaciones de poder entre lo espiritual y lo terrenal. La
primera, como empresa llevada a cabo por la Iglesia Católica, la segunda en cambio,
aparentemente en manos de los nacientes estados modernos (Guénon, 1930).
En comunión, si bien los DDHH hacen parte del famoso lema francés “Égalité, fraternité et
liberté”, plasmado en la Revolución Francesa, lo cierto es que la ética que buscó su
cumplimiento se vio opacada por la praxis de éstos a lo largo de los siglos consecuentes. De
igual forma, uno de los principios universales no declarados, resaltó el triunfo del aspecto
material sobre las cuestiones de naturaleza metafísica, una relación entre lo industrial, lo
económico y lo político. Esta afirmación se fundamenta en las sociedades de consumo y los
modelos de desarrollo en los países, en donde no hay espacio para la ética y la moral ortodoxa de
los individuos, salvo aquella estipulada por el sistema imperante.
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Ahora bien, una herencia discursiva de esto es la dicotomía presente entre lo tradicional y lo
moderno, entendiendo ambas categorías como un producto directo del acontecimiento histórico
planteado. La tradición defiende, como es posible deducir, la idiosincrasia de un determinado
pueblo, la perpetuación de su lengua y de sus costumbres, al igual que la vehemencia de sus
principios y valores, heredados de generación a generación a lo largo de su existencia. En este
contexto, la ética plantea un comportamiento colectivo específico según los aspectos socialmente
aceptados dentro de su comunidad (Schmitt, 2000).
Entre tanto, la modernidad expresa siempre una necesidad de cambio, de progreso y, por lo tanto,
de transformación, cuyas directrices estarán determinadas por sus dinámicas sociales, políticas,
económicas, religiosas y culturales. Este sistema se ve reflejado en las demandas globalistas
actuales, específicamente en las discusiones sobre desarrollo en los países periféricos, la
influencia de organismos como las ONG’s y de gobiernos transnacionales como la ONU
(Guénon, La Crisis del Mundo Moderno, 2000).
Así y todo, el contexto colombiano contemporáneo, se encuentra subyugado por las agendas
internacionales, los grupos financieros privados y el gobierno mundial. Para aterrizar más este
desencadenamiento, valga la pena aclarar cuál fue la concatenación de las organizaciones
políticas, sociales y jurídicas macro estructuradas a lo largo de la historia. Inicialmente, el Estado
representó en mayor medida un solucionador en la creación y distribución de los bienes y
servicios en un país, en pro del bienestar social de sus ciudadanos. Más adelante, con el triunfo
de las técnicas neoliberales para el crecimiento de sus economías domésticas, éste pierde su
estatus ante el mercado, mayoritariamente en naciones industrializadas, siendo relegado a un
segundo plano en la escala jerárquica conocida.
Pero, ¿por qué se plantean estas situaciones aparentemente alejadas de la temática ética que se
propende? La respuesta es contundente: los estados y también los mercados, condicionan el
comportamiento general de las personas de un determinado lugar y contexto, por lo cual, se
presenta un grado discriminatorio entre lo aceptado y lo que no debe tener cabida dentro del
status quo de sus sociedades. Dentro de esta lógica, podemos delimitar las funciones entre el
Estado y el Mercado según la satisfacción de las necesidades de las poblaciones.
Mientras que el primero, tenía como fundamento la salvedad de demandas imperiosas como
alimentación, educación, servicios públicos y salud, el segundo se encargó de crear y explotar los
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deseos individualistas de las personas modernas, por ejemplo, aquellos en materia de tecnología
y entretenimiento. Bajo estos parámetros, resulta complejo dilucidar algún tipo de sistema ético
ajeno a la sociedad de consumo y la satisfacción hedonista de deseos que se antojan incluso
absurdos, en cuyas huestes no parece haber espacio para los principios y valores, calificados de
manera despectiva como ‘retrógrados’.
Una vez clarificado esto, y retomando el ámbito nacional, dejando de lado las ventajas
comparativas enunciadas en el documento consultado, Colombia deberá trabajar demasiado antes
de llegar a ser un paradigma de las ventajas competitivas desde su capital humano. Su crisis
generalizada de valores se debe en gran parte a la compleja heterogeneidad de sus habitantes,
amén de sus intereses contrapuestos.
Desde luego, otros focos de crisis de igual preponderancia, ligados a la problemática tratada, se
deben a la omisión de asumir responsabilidades tanto individuales como colectivas. Lo anterior,
gracias a factores como la infantilización de las personas y la rumoreada obsolescencia
programada a partir de la evolución vertiginosa de la tecnología. Empero, en el ámbito cultural,
la batalla parece estar perdida, pues el globalismo ha tergiversado el diseño original de cada
cultura, arrojando como resultado la pérdida de la identidad nacional, el carácter efímero de
modas que van y vienen, y, cómo no, la inconsciencia en establecer límites por cuenta propia,
más allá de los publicados en la bitácora de la ley (Serge, 2011).
De ésta y otras formas es cómo lo ético se encuentra sujeto a estructuras estructurantes de mayor
peso como la política, la economía o la cultura y su ejercicio sistémico en torno a uno o varios
propósitos concebidos a priori, es decir, planificados. En conclusión, no es factible bajo las
lógicas del mundo moderno, hallar conceptos aplicados de ética como los planteados por
pensadores de la Grecia clásica, como Aristóteles, en donde la ética planteaba una concepción
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optimista e ilusionante en pro de la mejoría y de la felicidad como camino, o del carácter benigno
y virtuoso de las personas para combatir su propia ignorancia.