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TEORÍA SOCIO POLÍTICA Y EDUCACIÓN, ENTRE LA MODERNIDAD ILUSTRADA Y LA

CONTEMPORANEIDAD TEMPRANA: APUNTES PARA SU ESTUDIO


Rodolfo J. Ochoa 2014

INTRODUCCIÓN

El abordaje del contexto histórico en el que comienza a producirse la teoría socio política,
nos lleva a tomar en cuenta los cambios económicos, sociales, políticos, en el ámbito intelectual,
que conocen un desarrollo vertiginoso a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, momento en
el cual una serie de revoluciones en el plano industrial y político impactaron el ámbito
educativo. Dichos cambios fueron precedidos por la emergencia de una nueva episteme, la
burguesa o moderna, la cual constituyó una matriz desde la cual se produjeron numerosos
aportes filosóficos, desde los cuales se plantearon nuevas posibilidades en torno a la producción
del conocimiento científico, operando una ruptura con el pensamiento cristiano feudal.

El aspecto antes mencionado, se desarrollará en la primera parte de este ensayo, bajo el


título Modernidad y Teoría Socio Política. En segundo lugar, se analizan las ideas políticas y
educativas de tres grandes filósofos y arquitectos de la teoría socio-política moderna, como son:
John Locke, Charles Louis de Secondat Barón de Montesquieu y Juan J. Rousseau.

Como tercer aspecto, se abordan algunas ideas rectoras del pensamiento socialista de
principios del siglo XIX, en particular, las referentes al ideario de Carlos Marx, su visión acerca
de los cambios políticos y sociales y la educación. Y finalmente, se expresarán algunos
elementos que tienen que ver con la emergencia de las teorías socio-políticas del mundo
moderno y la recepción de sus ideas filosóficas en las reformas y cambios que se plantearon en
el ámbito educativo hispanoamericano en general, y venezolano en particular, en torno a la
propuesta de una educación republicana. Finalmente, se formulan algunas conclusiones que
tienen que ver con la relación existente entre las teorías socio-políticas y la educación durante
el período histórico que transcurre entre la modernidad ilustrada y la contemporaneidad
temprana.

MODERNIDAD Y TEORÍA SOCIO POLÍTICA

El surgimiento del mundo moderno estuvo ligado a una serie de transformaciones socio-
económicas y culturales que ocurren, a juicio de Romero (1989: 19) a partir del siglo XII y que
estuvieron ligadas al surgimiento de las ciudades y a la emergencia de la burguesía:
Pobló estas ciudades gente que adoptó un género de vida distinto al tradicional. Cada uno
abandonó los campos, dejó la gleba, dejó de ser un colono, se acogió a la ciudad y se transformó
de pronto en un hombre del burgo: un burgués. Desde que aceptó esa nueva situación, casi
física, la alteración en las condiciones de su vida fue tan sustancial que merece ser designado
como un hombre especial. Adquiere libertades de movimiento, de matrimonio, de comercio,
protegidas por estatutos que se dan los burgueses de cada ciudad.

Desarrolla actividades nuevas: comercio, servicios, profesiones. El régimen de libertades


crea las condiciones para que hagan uso de su capacidad para desarrollar la riqueza, una riqueza
dineraria y no raíz, como era característica de los señores. (p.19) Esta praxis social propia del

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burgués se convertirá con el transcurrir del tiempo, en una actitud ante la vida que se irá
generalizando al conjunto de la sociedad; su misma aparición constituye un cuestionamiento a
las tradicionales ideas, valores y creencias del mundo feudo cristiano. Con el surgimiento de la
burguesía aparece una nueva forma de cognoscibilidad, que tiene su base en la experiencia.
Comienza a desarrollarse un deslinde entre la tradicional explicación causal de la realidad
basada en lo divino, en lo sobrenatural, y una causalidad basada en la naturaleza de la realidad.
Se produce un desglose entre la realidad natural o sensible, como realidad cognoscible y la
irrealidad o realidad sobre natural, la cual no es cognoscible por las mismas vías que la realidad
natural.

Esta nueva posibilidad de conocimiento de la realidad basada en la experiencia, es


identificada, filosóficamente hablando, con el nominalismo, una concepción según la cual por
realidad se entiende la realidad sensible, cognoscible por los sentidos. Esta concepción
nominalista, es tratada por Romero (1989: 66) como una “teoría del conocimiento burgués”,
una concepción empírica de la naturaleza que va a pasar a constituir el fundamento del
conocimiento científico.

La comprensión del sentido que va a adquirir la educación en el contexto de la modernidad


y la contemporaneidad temprana, no puede prescindir de una valoración de la trascendencia
de este nuevo modo de conocer que genera la aparición de la burguesía. La episteme burguesa,
va a constituir una matriz de representaciones de la realidad; desde ella, emanan un conjunto
de ideas, nociones, valores, que serán apropiados por el discurso educativo, adquiriendo una
talante crítico hacia los tradicionales sistemas de enseñanza (basados en una concepción
religiosa del mundo), pero tratando también de corresponder a los progresos experimentados
por el conocimiento científico, la industria, la técnica y la producción.

Este modo de conocer de la burguesía, no se refiere solamente a los progresos económicos


o políticos que pudiera lograr una clase social. Sino, a una visión de la sociedad históricamente
determinada, que llega a representar un nuevo horizonte de progreso, de búsqueda de una
nueva verdad basada en el pensamiento racional, que demanda la liberación de las
potencialidades transformadoras del trabajo humano, que abre nuevos cauces para la
investigación y el conocimiento, que se plantea un intercambio cultural y comercial de alcance
mundial, que llega a convertirse en un modelo de civilización, que pudo sumar voluntades y
proyectar la posibilidad de mayores logros de bienestar social y humano.

A partir del siglo XVIII van a darse una serie de cambios políticos en los cuales se pondrán de
manifiesto el conjunto de ideas que se desprenden de la matriz ideológica burguesa. Uno de
ellos, la revolución francesa, demostrará que la posibilidad de intervenir en el curso de la
historia ya no está limitado a un plan divino. El hombre puede conocer, por intermedio de
métodos que combinan intelecto y experiencia, las leyes que explican la naturaleza y el ritmo
de los cambios y llegar a establecer cómo podían intervenir los hombres para controlar ese
mecanismo y utilizarlo para sus fines. Esta toma de conciencia del funcionamiento de los
mecanismos que rigen la economía, el mercado, la sociedad civil, las relaciones de poder, va a
convertirse progresivamente en el propósito por excelencia de la investigación social.

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Esta episteme burguesa −o episteme de la modernidad− quedará expresada en los aportes
filosóficos y teóricos que entre los siglos XVII y XVIII, fundamentaron el movimiento de la
ilustración, en países como Francia, Alemania e Inglaterra, y dieron su basamento a las
concepciones sobre el Estado, la ciudadanía, la finalidad de las sociedades políticas, el papel de
las leyes en el establecimiento de regímenes republicanos y democráticos, entre otros, lo que
implicó la postulación de una ética y unos valores, cuyo cultivo y trascendencia quedaría como
una responsabilidad que sería asumida por la educación.

El surgimiento de esta episteme burguesa y sus correspondientes expresiones éticas,


valorativas en lo moral y de índole económico-político, no es el producto de una especie de ley
o inclinación natural del ser humano, a pesar de que podrían precisarse algunas
potencialidades, capacidades cognitivas o habilidades humanas comunes, sino más bien, es
resultado de un largo proceso histórico en el cual ciertas prácticas sociales van tomando fuerza
y van creando una base material que se expresa en un determinado imaginario que, por la
misma fuerza de las circunstancias y por el hecho de expresar los fines que se plantea la nueva
clase que comienza a regir las relaciones sociales, en este caso la burguesía, aparece como la
realización de un ideal largamente esperado por la humanidad.

John Locke, Ch. S Montesquieu y J.J Rousseau, arquitectos de la Teoría Socio Política
Moderna: algunas de sus ideas educativas
Rodolfo J. Ochoa 2014
Un aporte importante, en cuanto al establecimiento de las bases teórico filosóficas de la
sociedad civil lo constituye la obra de John Locke (1632-1704). Este filósofo inglés, desarrollo
sus ideas en un contexto marcado por polémicas discusiones en torno a la tolerancia religiosa y
la libertad de culto. Fue partidario del principio de libre credo religioso como derecho natural
del individuo y se le considera el padre del liberalismo moderno. En este sentido, Locke (1999:
59) establece la condición fundamental de la doctrina liberal: La libertad del hombre en
sociedad consiste en no estar sometido a otro poder legislativo que al que se establece por
consentimiento dentro del Estado, ni al dominio de voluntad alguna, ni a las limitaciones de ley
alguna, fuera de las que ese poder legislativo dicte de acuerdo con la comisión que se le ha
confiado. (p.59)

Agrega el filósofo John Locke, que los hombres deben vivir de acuerdo a reglas fijas, dictadas
por el legislativo y que esas reglas sean comunes a cuantos forman parte de esa sociedad. En
este sentido, nadie puede estar sometido a una voluntad inconstante, insegura, desconocida y
arbitraria de otro hombre. Cabe destacar aquí dos elementos: la generación de reglas
igualmente aplicable a todos y la figura del consenso, del acuerdo entre voluntades, de lo que
resulta, que nadie se siente sometido a aquello que no ha convenido previamente. Es este
último factor, uno de los más representativos de la teoría política moderna, es decir, la idea del
pacto, convenio o contrato, que aceptan todos aquellos que conforman un cuerpo político, así
como la obligación de someterse a la mayoría y dejarse guiar por ella.

El ideal de Locke es producir hombres virtuosos, útiles y capaces en los diversos papeles que
les tocará desempeñar en la sociedad. El cultivo de las virtudes, entendiendo por éstas la
capacidad del individuo de actuar libremente, de no someterse a autoridad, poder o gobierno
cuya fuente de origen no sea otra que el libre consentimiento de formar a través de un convenio

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o pacto social una comunidad que sea para él segura, pacífica y le permita el disfrute de sus
bienes sin la amenaza de la violencia, es un elemento central en la educación ; es decir, poder
transmitir a las nuevas generaciones ese espíritu de libertad, para que no se sometan a ninguna
ley que vaya en contra de su voluntad y que vulnere el principio natural de igualdad entre los
hombres.

El pensamiento filosófico y educativo de John Locke estuvo marcado por la corriente


empirista, en la cual las ideas se derivan exclusivamente de la experiencia. Abbagnano y
Visalberghi (1992: 235) señalan la relación que establece John Locke entre su concepción
filosófica liberal y su pensamiento pedagógico, ya que el objetivo de la educación es formar a
un hombre capaz de ser útil a sí mismo y a su patria, en un clima de libertad y mediante el
despliegue de la iniciativa:

En sus Pensamientos sobre Educación, donde refunde cartas realmente escritas a un


amigo que le pedía consejos sobre la educación que debía dar a su hijo, Locke trata
sucesivamente de la educación física, moral e intelectual. Por lo que se refiere a la
parte física, su ideal de endurecimiento (es decir, que debe hacerse al cuerpo apto para
soportar fatigas y rigores) recuerda mucho al de Alberti. Por cuanto a la educación del
carácter, Locke había sido precedido por los mayores tratadistas y educadores del
Renacimiento también en lo tocante al papel sobresaliente que atribuye a los buenos
hábitos precozmente adquiridos, al deseo de estimación y al sentimiento del honor.
Por lo que se refiere a la educación intelectual, si bien aconseja otros medios diversos,
el ideal lackiano sigue siendo genuinamente humanístico en cuanto quiere formar un
intelecto ágil y capaz de enfrentarse a los problemas reales de la vida individual y
asociada, es decir, capaz de autonomía de juicio. (p.235)

Cabe destacar la importancia que tenía para Locke el hogar como espacio propicio para una
buena educación. Sin embargo, consideraba que los padres no tenían un poder ilimitado para
gobernar los actos de sus hijos. Evidentemente, debería existir de parte de los hijos la obediencia,
la gratitud, la obligación de honrar y sostener a los padres y de parte de éstos, la obligación de
alimentar y educar a sus hijos. No obstante, el tutelaje de los padres termina en el momento en
que su hijo ha alcanzado la madurez, a la que Locke (1999: 80) llama también “edad de razón”,
es decir, la capacidad de saber hasta qué punto puede gozar de su propia libertad dentro de los
límites que la ley impone. Igualmente, esa madurez o edad de razón, implica una conciencia de
la necesidad de someterse a las leyes políticas, en tanto éstas garantizan a las personas la libertad
de disponer de sus actos, de sus bienes y la equidad política ante la ley.

Por su parte, Charles Louis de Secondat, llamado también Señor de la Brède y Barón de
Montesquieu, introduce una noción de cardinal importancia −en sintonía con John Locke− en
cuanto al regimiento de las conductas políticas y sociales, como es la “virtud política”, como
virtud natural de la república, la cual consiste en el amor a la patria y el amor a la igualdad. En
consecuencia, el hombre político sólo puede ser aquel que practica la virtud política; esto es, el
hombre que ama las leyes de su país y que obra por amor a ellas. Uno de los aportes más
reconocidos del pensamiento de Montesuqieu, es el que se refiere al principio de la separación
o división de poderes, como ordenación y distribución de las funciones del Estado, el cual
constituye el principio fundamental del Estado de Derecho moderno. En este sentido, señala

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Montesquieu (1972: 144) lo siguiente: Todo estaría perdido si el mismo hombre, el mismo
cuerpo de personas principales, de los nobles o del pueblo, ejerciera los tres poderes: el de
hacer las leyes, el de ejecutar las resoluciones públicas y el de juzgar los delitos o las diferencias
entre particulares. (p.144)

Podría decirse que en esta separación de poderes está el equilibrio, sin el cual los demás actos
que respaldan un sistema democrático, como la elección de los gobernantes por parte del
pueblo, o la aplicación de las leyes, correrían el peligro de ser actos espurios que amenazarían la
libertad, que podrían degenerar en actos arbitrarios y de opresión. En los sistemas democráticos
es imprescindible, siguiendo la opinión de Montesquieu (1972: 142) que “el poder frene al
poder”, es decir, que existan contrapesos y que los ciudadanos puedan confiar en sus
instituciones. Si así no ocurriese, estaríamos en presencia de un Estado corrompido, donde la
ambición y la codicia, la apropiación por particulares del tesoro público, alcanzarían los mayores
niveles de perversión contra el pueblo.

Con relación a la educación, Montesquieu afirma que las leyes que la rigen deben estar en
relación con el principio del gobierno. Las leyes de la educación serán distintas en cada tipo de
gobierno: en las Monarquías tendrán por objeto el honor; en las Repúblicas, la virtud, y en el
despotismo, el temor. La educación juega un papel fundamental en los gobiernos republicanos,
ya que en este tipo de gobierno es imprescindible el cultivo de la virtud, es decir, el amor a las
leyes y a la patria, y la educación, sería el medio por excelencia para tal propósito. Ese amor a la
República, debe ser transmitido e inspirado por los padres a sus hijos. Afirma Montesquieu
(1972: 55) que sin esa condición es prácticamente imposible la formación de un buen ciudadano:
“Todo depende, pues, de instaurar ese amor a la República, y precisamente la educación debe
tender a inspirarlo. Hay un medio seguro para que los niños puedan adquirirlo y es que sus
propios padres lo posean.”

Es la educación en los gobiernos despóticos la que, posiblemente, resulte más perniciosa para
Montesquieu (1972: 54), ya que en esta, se requiere un hombre servil: “La obediencia extremada
supone ignorancia en el que obedece, pero también en el que gobierna, pues no tiene que
deliberar, dudar ni razonar; le basta querer.” Para el autor supra citado, esta educación es
equivalente a una de esclavos, donde la sabiduría es peligrosa y donde el temor y algunos
conocimientos muy sencillos de religión, a lo sumo, Otro connotado representante del
pensamiento moderno fue Juan Jacobo Rousseau. En su texto El Origen de las desigualdades
entre los Hombres, Rousseau (2009: 8) expresa una reflexión que denota su pensamiento en
torno a la democracia:

Yo habría querido nacer en un país en donde el soberano y el pueblo tuviesen un mismo


y sólo interés, a fin de que todos los movimientos de la máquina social no tendiesen
jamás que hacia el bien común, lo cual no puede hacerse a menos que el pueblo y el
soberano sean una misma persona. De esto se deduce que yo habría querido nacer
bajo el régimen de un gobierno democrático, sabiamente moderado. (p.8)

De acuerdo a Rousseau, no hay que confundir las desigualdades que son propias de la
condición natural o física con aquellas de naturaleza moral o política. Las desigualdades entre los
hombres descansan en la desigual aplicación de las leyes, lo cual puede derivar en la práctica en

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la aplicación de ley del más fuerte. Una de las expresiones más aberrantes, siguiendo a (Ob. cit),
es el establecimiento de un orden en el cual los privilegios son reservados a muy pocos y el
pueblo sigue estando en condición de súbdito. Para este autor, la tarea del educador es
promover experiencias que contribuyan al desarrollo de la naturaleza humana.

La relación educador-educando, se centra en la preparación, por parte del primero, de


situaciones concretas que guarden un eficaz valor educativo. Rousseau teme a las influencias
desordenadas que generan el capricho y, colateralmente, la obcecación, la hipocresía y la pereza;
además, señala que no se deben fijar en el niño disposiciones rígidas y mecánicas. Antes bien,
declara la guerra a los hábitos. No hay sino uno que el niño debe contraer: el de no tener ninguno.
Rousseau apuesta por una educación que procure originalidad, autonomía, espontaneidad en el
ser humano. Sin embargo, esta tarea educativa que no acata hábitos ni prejuicios, se encuentra
con una sociedad en la cual se manifiestan una serie de contradicciones que harán de su éxito
una empresa bastante difícil de lograr. Tal situación es descrita por Soëtard (1999):

El gran problema radica en que el hombre del humanismo, aquel que vivía en armonía
con la naturaleza y con sus semejantes, en el seno de unas instituciones cuya tutela no
ponía en tela de juicio, se ha extinguido. Ahora la necesidad se libera de la naturaleza,
engendrando en el hombre una pasión por poseer y un sentimiento de ambición que
alimenta a su vez la carrera por el poder. El interés prolifera desbordando los límites de
la necesidad natural y contaminando rápidamente todo el tejido social. Las instituciones
que tenían tradicionalmente la tarea de contenerlo se presentan ahora como los
instrumentos de una vasta manipulación tendiente a asentar el poder de los más
fuertes. Ese saber del cual el hombre espera, desde Platón, la salvación es un engaño:
las ciencias nacieron del deseo de protegerse, las artes del afán de brillar, la filosofía de
la voluntad de dominar. (p.2)

Los tres autores antes analizados, se ubican históricamente en una tendencia que se opone
a la arbitrariedad absolutista; y en esta oposición, optan por postular una “condición natural”
del hombre que debe ser, en todo caso, perfeccionada con la entrada en una condición civil,
social o política, pero adaptándose o respetando esa condición natural ideal del hombre a ser
libre y hacer todo lo que cabe dentro del plano del uso de la razón para conservar tal condición.
Las orientaciones que pudieran ubicarse en el plano estrictamente pedagógico, se relacionan
con las nuevas reglas de conocimiento inauguradas en el contexto de la modernidad, asociadas
a la experiencia y al uso del método científico-racional como fuente de aprendizaje; pero
también, podemos encontrar críticas hacia viejos hábitos y costumbres que impregnaban la
educación, fomentados por las aristocracias feudo cristianas, que en nada ayudaban a la
emergencia de una nueva ciudadanía. Pero, lo que cobra especial trascendencia en estos
autores, es la formación de las virtudes republicanas, el valor de la democracia como sistema
político que garantiza la libertad y la igualdad y el fomento por parte de la educación de aquellas
virtudes republicanas, labor que comienza en el hogar.

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REFERENCIAS

Abbagnano, N. y Visalberghi, A. (1992). Historia de la Pedagogía. Madrid: Fondo de Cultura


Económica. Balaguera, E. (2001). América Latina. La Modernidad Difícil. Maracay: UPEL.

Bracho, J. (1997). El discurso de la inconformidad. Expectativas y experiencias en la


modernidad hispanoamericana. Caracas: CELARG.

García, M. (1983). Medios y Política en las Sociedades Contemporáneas. Caracas: Edigraph, C.A.
Lasheras, J. (1998a). Las ideas pedagógicas en Venezuela a finales de la Colonia (1767-1810). En
N. Rodríguez (Comp.), Historia de la Educación Venezolana (pp. 9-51). Caracas: Universidad
Central de Venezuela

Lasheras, J. (1998b). La Educación venezolana en las primeras décadas de la República (1810-


1858). En N. Rodríguez (Comp.), Historia de la Educación Venezolana (pp. 53-76). Caracas:
Universidad Central de Venezuela. Locke, J. (1999). Segundo Tratado sobre el gobierno. Madrid:
Editorial Biblioteca Nueva. Marx, C. (2001). Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía
Política [Documento en línea]. Marxists Internet Archive. Disponible:
https.//www.marxists.org/español/m-e/1850s/criteconpol.htm. Montesquieu, S. (1972). Del
espíritu de las leyes. Barcelona: Editorial Tecnos.

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