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Introducción

Las democracias contemporáneas se basan en el principio de representación

política. Esto significa que los ciudadanos eligen a los representantes que

ocuparán los cargos públicos y tomarán las decisiones en el gobierno,

mediante procesos electorales. La forma en la cual son elegidos los

representantes está determinada por el sistema electoral.

Un sistema electoral es un conjunto de principios, normas, reglas y

procedimientos técnicos legalmente establecidos, por medio de los cuales los

electores expresan su voluntad política en votos que a su vez se convierten en

escaños, curules o poder público. Dicho de otra manera, el sistema electoral es

la forma de traducir los votos en escaños. En tanto no puede haber un

representante por habitante, las sociedades y los que han diseñado las

instituciones de representación, han tenido que acordar cuál es la mejor forma

de organizar a los electores y cuáles son los mecanismos e instituciones más

adecuadas para representar a los electores.

No obstante, cuando hablamos de instituciones de representación nos

referimos fundamentalmente al poder legislativo que en algunos casos, como el

mexicano, puede estar dividido en cámara de diputados y de senadores y en

otros casos, está organizado en un sistema unitario de representación. Y

siendo que, las últimas décadas algunos fenómenos preocupantes desde el

punto de vista de esa fragilidad existencial, porque dificultan el funcionamiento

de la democracia y/o porque hacen más difícil conseguir el apoyo ciudadano

que requiere como régimen político, incluyendo un grado sustancial de

participación cívica.
Se trata de fenómenos tales como la desconfianza creciente de la ciudadanía

en la clase política en bastantes países, la extendida sensación de que las

democracias no funcionan tan bien como debieran o no son capaces de

afrontar nuevos problemas de dimensión global, y regional, la tendencia a la

caída en la participación en las elecciones generales y la caída en las tasas de

pertenencia a partidos políticos, que tienden a cuestionar los fundamentos de

las democracias liberales realmente existentes, entre otros. Muchos de esos

fenómenos suelen englobarse en la temática del descontento o la desafección

política.

A fin de investigar y dilucidar respecto al incremento sustancial de la

desafección democrática hacia los representantes causado por la pérdida

progresiva de representación democrática sentida con mayor intensidad en los

últimos años. El presente ensayo parte del planteamiento de Sartori, que

señala que hablar de representación política genera múltiples controversias y

descontento, no solo en el intento por conceptualizarla sino también por el nexo

existente entre representantes y representados.

Además de desarrollar aquellos vínculos existentes entre la población y el

poder político afectados por el desinterés, la poca confianza o el cinismo,

ligados a los bajos niveles de confianza hacia las instituciones del Estado y sus

representantes por parte de la población, muestran que los niveles de

desafección democrática se han incrementado paulatinamente generando

inestabilidad política, preocupación y una crisis de representación.


Cuerpo

Por la desafección política es un sentimiento de distancia y desconfianza hacia la actividad


política-institucional, de partidos y hacia la clase política por parte de la ciudadanía, al margen
del respaldo al régimen democrático y del interés hacia la política. Esta definición de
desafección política corresponde del contexto y las diferentes interpretaciones que se han
dado a la expresión, así como a través del análisis de seis de los muchos indicadores de
desafección política que existen, tales como: la confianza en el Gobierno, confianza en el
Parlamento, confianza en los partidos políticos, implicación psicológica de los ciudadanos en la
política, participación en las elecciones y percepción de la corrupción.

En definición del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, desafección tiene un


significado de “mala voluntad”. Parece que, a la luz de la convención social reinante, la revisión
y ampliación del término se hace necesaria. Se asocia al término desafección: “desafecto,
antipatía, aversión, animadversión, animosidad, inquina, odio, tirria, rabia, manía, ojeriza,
malquerencia”, que serían términos contrarios a “afecto, simpatía o amistad”.

Por otra parte, para definir la política sí podría decirse que hay una línea de acuerdo más clara.
Rescatamos en este punto la definición que de ella hace Sartori. Después de disertar en torno
a la diferencia entre lo político y social, en torno a la autonomía y la identidad de la política o el
descubrimiento de la sociedad, y tras discutir con Schmitt al respecto, concluye que podemos
identificar la política como “la esfera de las decisiones colectivizadas soberanas,
coercitivamente sancionables e ineludibles” (Sartori, 1992: 231 y ss.). Según la segunda
acepción del término que se contempla en el diccionario de la RAE, la política es lo
“perteneciente o relativo a la actividad política”. La desafección política es un concepto que se
utiliza de forma creciente, al tiempo que se define de muy diversas formas, lo que podría ser
considerado como una tarea pendiente para la Ciencia Política (Montero, Gunther y Torcal,
1998: 25; Flinders, 2014: 1). Ha sido un término ampliamente estudiado como fenómeno en
Europa y Estados Unidos; a finales de los sesenta del siglo pasado, se identificó la desafección
política con conceptos como crisis del sistema democrático, pérdida de confianza en las
instituciones o descontento (Mardones, 2014: 41). Según Pierre Rosanvallon, seguramente no
estemos asistiendo a “un fenómeno de despolitización, en el sentido de un interés decreciente
en los asuntos públicos y la acción política”, aunque sí cree que se debería reconocer el cambio
que se ha producido “en la relación con la política en sí” (Rosanvallon, 2006: 234). Una visión
de las causas de la desafección política en España y de las ideas para combatirla. 30 Hay
autores (Marotte, 2014) que han recopilado un cierto campo semántico, a raíz de una
definición subjetiva de lo que es un malestar con la democracia: “alienación, anemia
democrática, anomia, apatía, anti política, aversión, cinismo, crisis de confianza, decadencia,
demo-escepticismo (demo-skeptical o demosceptique), desafección, desapego, desconfianza,
descontento, desilusión, desinterés, desprecio por los políticos (politikerforakt), desprestigio
de los políticos, distanciamiento, escepticismo, extrañamiento, hastío con los políticos
(politikverdrossenheit), hipocondriasis social, incompetencia, impotencia (powerlessness),
indiferencia, insatisfacción, negativismo, non-involved citizens, pauperización de la política,
pérdida de respeto a los políticos (ustpillspolitikere), política vacía de sentido
(meaninglessness), sentimientos negativos (onderbuikgevoelens) etc.”. Como ya aventuraban
otros autores, “nuestra hipótesis es que la desafección política consiste en un conjunto de
actitudes básicas hacia el sistema político que son diferentes a las que componen la
insatisfacción política y la legitimidad democrática” (Montero, Gunther y Torcal, 1998: 25).
Según Mariano Torcal, la desafección democrática tiene como características “la existencia de
una apoyo mayoritario de los ciudadanos a sus regímenes democráticos y una gran
moderación ideológica y tolerancia, conjuntamente con una falta de confianza en las
instituciones, un alejamiento de la política, un sentimiento de incapacidad de influir en el
sistema y de que el sistema responda a las demandas de los ciudadanos” (Torcal, 2005). Años
antes, este mismo autor también definió la desafección política como “un sentimiento
subjetivo de ineficacia, cinismo y falta de confianza en el proceso político, políticos e
instituciones democráticas que generan distanciamiento y alienación pero sin cuestionar la
legitimidad del régimen político” (Torcal, 2001). En este mismo sentido, según otros autores,
no es lo mismo la satisfacción con la democracia (Kornberg y Clarke, 1992) –esto es, los juicios
que hace la ciudadanía sobre el comportamiento diario de los líderes políticos y el
funcionamiento de los procesos e instituciones de gobierno–, que la legitimidad de la
democracia (Linz, 1998) –o sea, la Una visión de las causas de la desafección política en España
y de las ideas para combatirla. 31 creencia de que las instituciones políticas, con sus fallos, son
mejores que otras que pudieran haber sido establecida–. Así pues, mientras que la legitimidad
democrática, el apoyo difuso al sistema democrático, vendría a ser más o menos estable, la
satisfacción política fluctúa de acuerdo con las políticas del gobierno, la situación económica y
social, el rendimiento institucional,... En España, por ejemplo, hay un amplio apoyo a las
instituciones –legitimidad difusa– y un descontento importante con el funcionamiento de la
democracia, con el día a día protagonizado por los actores políticos –legitimidad específica–
(Gómez Fortes, Palacios, Pérez Yruela, Vargas Machuca, 2010: 29-30). Esta característica se
asocia a nuestro sistema desde la Transición –definida ya entonces como el “cinismo
democrático” (Subirats, 1996: 36)– y de momento no se ha visto alterada, aunque si se dieran
una serie de circunstancias podría no ser así, tal y como señalaban los autores del Informe
sobre la Democracia en España 2015, citado en el apartado anterior. En esta misma línea,
otros autores (Ganuza y García Espín, 2013: 21-22), tras haber basado su investigación en el
análisis del proceso político en un país determinado mediante focus-groups, plantean que al
común de la gente “le encanta hablar de política, al menos cuando les das la oportunidad”, lo
que implica para los investigadores “un ejercicio de modestia y una fuente extraordinaria de
comprensión de las razones por las que la política funciona como funciona”. Concluyen los
autores que los comentarios negativos que surgen hacia la política, apuntando en muchas
ocasiones a la idea de que solo buscan su interés particular, tienen que ver con una falta de fe
“en la forma en la que funciona la política” y no en la preferencia por otras formas de gobierno
o régimen, ya sean tecnocráticos o ya sean dictatoriales. Pero si el sistema democrático no
está en cuestión, como pregunta Pérez-Tapias, “¿puede hablarse de una crisis de conciencia
democrática?” o, en otro sentido, “¿hay que poner la causa de la desafección política en
ciertas carencias de los medios por los que la participación se canaliza, especialmente los
partidos políticos?” (Pérez-Tapias, 2009). Este autor plantea a continuación de las preguntas, la
necesidad de una reforma del principal instrumento de intervención social a disposición de la
ciudadanía en clave de regeneración y de adaptación a la nueva realidad, en la búsqueda de la
reducción la Una visión de las causas de la desafección política en España y de las ideas para
combatirla. 32 brecha entre representantes y representados. Pero hay otros autores, ya
citados anteriormente, que denuncian la existencia de una ciudadanía “desempoderada”, por
su falta de conciencia, información y “preocupación cívica”. Diversos autores plantean que,
aunque podría incluirse en los amplios límites de lo que se entiende como el ámbito de la
política, también hay que separar desafección política y desafección institucional. En este
sentido, según ellos, la desafección institucional afectaría al Congreso, al Senado o a los
propios partidos (Montero, Zmerli y Newton, 2008), esto es, a las instituciones de
representación y a sus principales actores. Mientras que en opinión de otros, podríamos
entender que la desafección política o el desapego político es la falta de interés por la política,
la falta de seguimiento de la información política (Torcal, 2007: 48). Incluso también hay
autores que hablan de la desafección política casi en exclusiva en términos de abstención
electoral, analizando su evolución temporal (Romero Lázaro, 2010: 19).

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