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Unidad 3

1 //Escenario
Escenario25
Lectura fundamental
Fundamental

Democracia:
Etapas de un plan
¿Un proceso
de comunicación
estratégica fallido?
comunicativo

Contenido

1 ¿Qué entendemos por acción política?

2 El concepto de democracia

3 Cómo comprender la ciudadanía

4 Cultura y participación

5 Puntos de articulación entre la comunicación y la democracia

Palabras clave: Acción, política, democracia, comunicación, representación


Democracia: ¿Un proceso comunicativo fallido?
En esta relación comunicación con democracia, trataremos de dilucidar aspectos como acción
política, democracia, ciudadanía y participación. Todos estos indispensables para conocer cómo
democracia y comunicación se articulan.

1. ¿Qué entendemos por acción política?


Si asumimos la acción política como tensión, abrimos espacio a la interacción de agentes políticos
cuya práctica es intencionalmente comunicativa, es decir, generativa de transformaciones sociales.
Como interacción se soporta en las expresiones discursivas de posturas particulares que buscarán
tener cierta preponderancia sobre el conjunto mayor de la sociedad. Así que, entenderemos como
tensión las circunstancias que pueden llegar a contraponer los miembros de una localidad, región,
país, continente o mundialmente, marcando una particular forma de relacionarse y organizarse.
Para Colombia y el continente latinoamericano, esta forma de organizarse ha sido en general la
democracia, donde todos los miembros de la comunidad, al menos en teoría, deben tener el mismo
poder para determinar las decisiones que afectarán a todos.

La política genera maneras de acción, formas de proceder conforme a objetivos determinados. La


economía, por ejemplo, es consecuencia de una política de manejo de recursos humanos como
materiales, para alcanzar determinados niveles de riqueza y su posterior distribución entre la sociedad.

Como referente práctico, podemos referirnos a la actividad minera, que genera una tensión entre
dueños del subsuelo (generalmente la nación), la gobernación territorialmente implicada (municipio-
departamento), los dueños de los predios, los dueños de los títulos mineros y los habitantes de la
zona de impacto por la exploración, que deben tener en cuenta externalidades positivas como la
generación de empleo y negativas como los daños ambientales y los drásticos cambios sociales y
culturales por la llegada masiva de población foránea. Entonces, la decisión sobre el desarrollo o
no de proyectos mineros y sus condiciones, obedece a formas de pensar lo social, lo cultural y lo
económico, vistos todos estos aspectos como fines en sí.

Lo que estamos afirmando es que la acción política determina la situación de la comunidad e implica
relaciones de poder entre gobernantes y gobernados, con las tensiones propias que existen y puedan
darse entre estos como conflictos, represiones, oposiciones y representaciones.

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Lo político no implica necesariamente consenso, pero sí procedimiento, soportado en una filosofía
política. Esto quiere decir que, la política tiene como fin la acción o cadenas de acciones mediante
las cuales se pone de manifiesto el pensamiento y la ideología de sus agentes (agentes políticos: que
pueden entenderse como agentes de comunicación en la perspectiva de Giddens). Esta filosofía
puede que no esté escrita, pero si preestablecida y hace parte del acervo colectivo, lo cual hace de la
política una forma de expresión de las identidades a través de los conflictos o situaciones que exigen la
actuación de una comunidad, pueblo o nación.

La comunicación, como proceso dinámico que apoya la estructuración social a partir de la confluencia
de sentido en la interacción humana, hace de la política un escenario de actuación y construcción de
sentido en condiciones de conflicto, entendido éste como choque de intereses para la formulación de
procedimientos. La política como acción comunicativa y práctica social, debe especificarse en un
territorio, espacio geográfico no siempre claramente delimitado, pero cuyo referente es esencial para
cualquier toma de decisión que comprometa a toda la colectividad. A esto lo llamamos nación.

2. El concepto de democracia
Centenares de definiciones y perspectivas de análisis se han consignado durante siglos sobre lo que
es la democracia y lo que significa o debe significar para las sociedades que tienen esta forma de
gobierno.

La Real Academia Española de la Lengua señala muy brevemente que se trata de “una forma de
gobierno en la que el poder político es ejercido por los ciudadanos; que es una doctrina política
según la cual la soberanía reside en el pueblo, que ejerce el poder directamente o por medio
de representantes; que se trata de una forma de sociedad que practica la igualdad de derechos
individuales, con independencia de etnias, sexos, credos religiosos, etc., y que hace referencia a la
participación de todos los miembros de un grupo o de una asociación en la toma de decisiones”.

Una mirada crítica a estas definiciones nos lleva a concluir que la realidad de las sociedades
“democráticas” dista mucho de ese escenario ideal en el que el poder político es en verdad ejercido
por los ciudadanos. En países como Colombia, a pesar de la amplitud de las normas que protegen
los derechos civiles y políticos y que buscan la garantía del ejercicio democrático en condiciones de
igualdad para todos, buena parte de los ciudadanos son indiferentes o apáticos, incluso frente a la más
elemental expresión de participación democrática: el voto popular.

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Esa apatía, que se alimenta del pesimismo, la incredulidad y la irresponsabilidad (no de los
gobernantes, sino de los ciudadanos) es la base de toda la fragilidad de nuestra democracia y es
lo que, a la larga, facilita que se perpetúe ese círculo vicioso en el que, después de la apatía y la no
participación, se ubican el clientelismo y prácticas tan nefastas como la compra y el trasteo de votos.

En el círculo entra, en muchos casos, la elección de quienes tienen mayor poder político y económico
para aprovechar los vacíos de ciudadanía y que están interesados en servirse para perpetuarse en el
poder, pero de ninguna manera lo están en servir a las comunidades ni en administrar los recursos
públicos de manera medianamente responsable. ¿El resultado? vergonzosos y repetidos episodios
de corrupción, un interminable déficit de las finanzas públicas, desatención de las necesidades de
la población, obligados ajustes tributarios de todo orden, la profunda inconformidad ciudadana, la
mutación de las manifestaciones de la violencia y, por supuesto, el punto inicial del círculo vicioso
al que nos referimos hace unas líneas: la apatía, el pesimismo y la incredulidad, que llevan a los
“ciudadanos” no a tomar decisiones responsables e informadas, sino a abstenerse de participar en las
jornadas electorales y a dejar que quienes tienen mayor poder político y económico para aprovechar
esos vacíos se mantengan en el poder, y así sucesivamente.

Pero no solo en Colombia. En general, la democracia -y sus diferentes expresiones en los Estados-
enfrenta crisis de diversos órdenes. Francisco Paoli señala en su artículo Crisis de la democracia
representativa, que el sistema de representación ha venido perdiendo eficacia y, sobre todo, confianza
de la ciudadanía en sus representantes: “la confianza es un elemento básico sobre el que descansa el
sistema representativo” (Bolio, 2010).

Entre los factores que cita para explicar ese desgaste, enuncia la desigualdad de las sociedades, “es
decir, el acceso muy diferente de los distintos sectores de la población a los bienes de la cultura,
la riqueza y el poder” (Ídem) y la compleja organización de los Estados, sus instituciones y el
procedimiento para la toma de decisiones, lo cual es desconocido para la mayoría de ciudadanos.

En síntesis...
Según lo expuesto por Paoli, es posible considerar que algunos medios
pueden jugar un papel importante para alimentar el pesimismo y la
incredulidad de los ciudadanos frente al ejercicio

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Asimismo, el autor se refiere al proceso de oligarquización que se da en los partidos políticos, “pero
muy marcadamente en las organizaciones políticas de masas” (Paoli, 2010, p. 169). Asegura que tal
fenómeno fue denunciado desde principios del siglo anterior por Robert Michels (1915) en el libro
Los partidos políticos. “La tesis principal de Michels es que, conforme pasa el tiempo, en todas las
organizaciones (…) se forman oligarquías que se separan de las bases y en forma creciente defienden
no los derechos de ellas, sino sus propios intereses” (Ídem). Finalmente, Francisco Paoli señala que
los medios masivos están desplazando a los partidos y a los políticos profesionales de su papel en
la intermediación entre la sociedad y el Estado y en la divulgación de las demandas sociales, “pero
también han impulsado el desprestigio y el descrédito de la política y de los políticos, para quedar en la
práctica como los intermediarios hegemónicos entre la sociedad y el Estado” (Ídem).

3. Cómo comprender la ciudadanía


En cualquier definición de democracia que pueda consultarse, independientemente de la fuente
o corriente filosófica que la aborde, hay un vínculo indisoluble con el concepto de “ciudadanía” y
de “poder popular”. En razón de su construcción histórica cultural y de la misma complejidad de la
condición humana, la ciudadanía es un concepto polisémico.

En el lenguaje cotidiano, ser ciudadano se vincula con la capacidad para elegir y ser elegido para cargos
públicos, gozar de libertades, recibir beneficios públicos, tener sentido de pertenencia, participar en la
definición y solución de problemas comunes y ser responsable en el cumplimiento de deberes para con
el Estado (tributación, servicio militar, patriotismo). En el sentido clásico y, en el marco democrático
de la soberanía popular, la ciudadanía se entiende como un status jurídico y político mediante el cual
el ciudadano, como miembro de un Estado, adquiere unos derechos y unos deberes respecto a una
comunidad política, además de la facultad de actuar en la vida colectiva de dicho Estado.

Sin embargo, en la actualidad la condición de la ciudadanía atraviesa por grandes desafíos y


limitaciones: desafíos frente a la convivencia justa, pacífica y sostenible y limitaciones en cuanto
ha sido excluyente, generando ciudadanos de segunda y tercera clase, de acuerdo con su origen
(de clase, etnia, nacionalidad o sexo), su status político, su formación académica, su posición y su
capacidad económica (ciudadano como cliente consumidor), entre otros.

Hagamos referencia a tres grandes enfoques normativos de la filosofía política respecto al tema de
ciudadanía: el liberalismo, el comunitarismo y el republicanismo. Al respecto, autores como Gómez
(2005), Magendzo (2004), Rojas (2005) y Robles (2010), entre otros, señalan las características
centrales de cada enfoque, entre las cuales se tiene:

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Perspectiva liberal. Es una concepción individualista, igualitaria y universalista, en tanto considera
que: 1) la moral de la persona prima frente a las exigencias de los colectivos, 2) todos los individuos
son iguales en tanto tienen el mismo estatus moral (autonomía, dignidad e inviolabilidad), 3) la
unidad moral de la especie humana prima sobre las asociaciones históricas y culturales, 4) “cualquier
institución social y acuerdo político es corregible y mejorable” (Gómez, 2005, p. 59).

Asume que los ciudadanos son libres en cuanto “poseedores de una capacidad moral para tener una
concepción del bien, (…) como fuentes auto-autentificables de reclamaciones válidas (…) y capaces
de asumir la responsabilidad de sus fines” (Rojas, 2005, p. 104). Concibe la sociedad como Estado de
derecho, en el que se le respetan los derechos civiles, políticos y sociales de sus ciudadanos.

Aun cuando el liberalismo contribuyó a la formulación de la idea de una ciudadanía universal, basada
en la concepción de que todos los individuos nacen libres e iguales, termina reduciendo la ciudadanía a
un status posterior a la posesión de derechos. Es decir, son los derechos los que otorgan la ciudadanía.
Además, para Rawls (como se cita en Robles, 2010), “la idea de ciudadanos impone un deber moral,
no legal, el deber de la civilidad”, por lo cual la ciudadanía, en el marco del liberalismo, no implica
necesariamente una participación en lo público; la relación del individuo con la política se basa en la
lógica del beneficio particular y en el esquema de representatividad otorgada a una élite política, lo
cual propicia una comprensión instrumental de los derechos políticos, una pasividad ciudadana y una
mercantilización de los derechos humanos y las relaciones sociales.

Perspectiva comunitarista. Concibe que: 1) esencialmente, el individuo es un ser social, ya que su


identidad se construye mediante los vínculos, roles y compromisos colectivos, 2) las prescripciones
o determinaciones de los principios sustantivos y significativos de justicia social deben ser decididas
y elegidas por comunidades, 3) la autonomía individual no basta para el conocimiento del bien,
por lo que es necesario el “marco de los fines, las relaciones y el contexto de la comunidad, 4)
el conocimiento de la organización de la sociedad depende de una visión integral del bien de la
comunidad” (Maldonado, 2006).

Enfatiza en la acción social, cívica y política. La sociedad se concibe como algo cuya existencia y
significado se encarna en los sujetos, el Estado no es neutral frente a los valores y proyectos de vida de
sus ciudadanos, al tiempo que se preocupa por la formación de éstos en cuanto al cultivo de virtudes
cívicas para la participación política en la construcción de un bien común. Desde esta perspectiva, la
política es relacionada como “reconocimiento”, “sentido” y “pertenencia”. “La acción política sólo tiene
sentido en el marco de la pertenencia a una comunidad que se reconoce como tal.” (Magendzo, 2004).

El concepto de ciudadanía radica en la participación política, que “supone conocimiento e interés


en los asuntos públicos, un sentimiento de pertenencia a una comunidad política y un sentido de
responsabilidad por todo lo social.” (Magendzo, 2004, pp. 23-25).

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Perspectiva republicana. Como intento conciliador entre el liberalismo y el comunitarismo, esta
perspectiva se define por los siguientes aspectos: 1) Comparte la aspiración moderna de la autonomía y
el pluralismo; 2) Concibe que la libertad corresponde al ámbito de lo privado, pero que está ligada a una
normatividad institucional equitativa enriquecida por el autogobierno (participación ciudadana) y por el
cumplimiento del deber cívico de los ciudadanos, a fin de que se promulguen y garanticen los derechos,
así como la no interferencia en los asuntos individuales; 3) “…aprecia las instituciones colectivas, ya
que son la fuente de creación y mantenimiento de la ley que asegura la libertad. [4) Considera que]
la propiedad independiente es condición necesaria para la independencia de juicio y, por tanto, para
la ciudadanía” (Rojas, 2005, p. 113). Finalmente, Peña (2000) señala que “uno de los aspectos
más característicos del republicanismo es el de virtud cívica, que puede definirse como disposición a
comprometerse y actuar al servicio del bien público.” (Peña, citado en Rojas, 2005, p. 114).

Desde una perspectiva democrática con un alto acento ético esbozado como liberalismo solidario,
actualmente se propone que la persona no es responsable ni de las cualidades naturales, ni de las
cualidades sociales con las que nace, y que es un miembro de la sociedad a la que le debe parte de sus
facultades. Por tanto, debe actuar en forma razonable, buscando que se compartan las cargas y los
beneficios sociales. Las relaciones deben basarse en la libertad, la equidad, la solidaridad, el respeto, la
responsabilidad y la confianza para posibilitar la proyección social.

De esta forma, ser ciudadano es contar con un “hogar público”, que es el espacio de la economía
común, de las necesidades y aspiraciones públicas más allá de la economía doméstica y los negocios
particulares. Un espacio donde el Estado debe administrar la justicia distributiva y en el que los
ciudadanos aceptan, comparten y complementan sus diversidades en torno a un proyecto común de
humanidad. Es decir, se propone una ciudadanía con dimensión ética, con sentido de pertenencia y
bien común.

En torno a esto, Cortina (2001) presenta distintas facetas desde las cuales abordar hoy la ciudadanía:
la -política y jurídica-, referida a la participación en la deliberación y toma de decisiones sobre lo
público, la legitimación de leyes promulgadas de acuerdo a los intereses y necesidades de todos, el
cumplimiento de sus deberes y la exigencia de derechos; la -ciudadanía social-, como responsabilidad
social en la eliminación de las desigualdades que atentan contra el sentido de pertenencia de
los excluidos con respecto a su comunidad y, contra toda posibilidad de justicia; la -ciudadanía
económica- en torno a la participación responsable, cooperativa y dialógica, en proyectos comunes
en pro del aprovechamiento y la generación de recursos que permitan satisfacer con calidad las
necesidades humanas de todos los ciudadanos; la -ciudadanía civil-, como redes sociales, con
autoridad intelectual y moral para convocar voluntades, que contribuyen a fortalecer el tejido social

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y a conformar un poder instituyente capaz de modificar las relaciones de poder y de recomponer el
ejercicio de lo público; la -ciudadanía cultural-, referida a la necesidad de identidad y el sentido de
pertenencia a uno o diversos grupos (culturales, religiosos, académicos, etc.) con una perspectiva
plural que implica reconocer y respetar las diferencias, sin pretender la homogeneidad y buscando
equidad frente a las exclusiones y posiciones indignantes. Por último, la -ciudadanía cosmopolita-,
capaz de afianzar el vínculo y la pertenencia a lo humano para rebasar las fronteras físicas y simbólicas
que impiden la construcción de una sociedad planetaria incluyente.

Estévez, (como se cita en Magendzo, 2004), incorpora una séptima faceta referida a la -ciudadanía
ecológica-, la cual se orienta por un proyecto de sociedad fundado en el desarrollo sustentable con la
conservación del planeta.

De otro lado, además de tal diversidad de conceptos y paradigmas devenidos de procesos de


movilización social y conciencia histórica, en la construcción del concepto, también juega un papel
determinante la forma como los sujetos ejercen tal condición, la cual también es diversa y cambiante.
Al respecto, Lozano y Alvarado (2009), encontraron que los jóvenes tienen formas no tradicionales
de participación política, tales como el arte, la música, el deporte, el teatro, o en formas masivas como
marchas, eventos de reflexión en torno a las condiciones políticas y de seguridad, en las cuales pueden
participar de manera individual o grupal, con la pretensión subyacente de recuperar la memoria
histórica frente a los hechos políticos, de manera que no se olviden las víctimas, ni los hechos de
violación de los derechos humanos y se promueva una ciudadanía plural e incluyente.

Sin embargo, dentro del marco de la democracia representativa, muchas veces el ciudadano común
limita su participación en el orden público al acto de elegir a los representantes, delegando en otros
parte de sus responsabilidades ciudadanas; lo público se asume como tarea de quienes fueron
designados para ello, generándose una escisión entre lo público y lo privado y minimizándose la acción
y el poder ciudadano.

Lozano y Alvarado (2009) concluyen en su estudio que los jóvenes tienen una percepción de la
ciudadanía restringida “porque no se han logrado las concreciones plenas, porque las condiciones
sociales, políticas y económicas no lo permiten” (p.107). De igual forma, “no confían en la democracia
del país, pues encuentran que no es incluyente, que la política está en manos de unos pocos individuos
y que no hay garantías para el cumplimiento pleno de los derechos ciudadanos”. (p.1008). Así mismo,
manifiestan “su desagrado por la repetición de las prácticas políticas clientelistas al privilegiar, por
encima de la experiencia, el compromiso y la honestidad, la ocupación de cargos por amistad, por
deuda de favores, por el favoritismo, la influencia política o el continuismo familiar de la política”
(p.109). También consideran los jóvenes que en el país la democracia es cuestionable, ya que “existen
problemas de autoritarismo, se instaura el miedo como mecanismo para impedir la participación y
otras formas antidemocráticas” (p.109).

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4. Cultura y participación
Ante este panorama y ante la crisis de progreso -constatada en el hecho de que la abundancia, el
confort y el bienestar no son condiciones de vida accesibles a la gran mayoría de la población, desde
la década de los noventa está emergiendo una toma gradual de conciencia sobre la necesidad de una
revolución cultural que asegure la civilidad. Es decir, la disponibilidad de los miembros de un grupo
social a comprometerse en la cosa pública.

Entonces, para que dichas expresiones ciudadanas se consoliden, se constituye en un imperativo la


vivencia de una cultura ética que se oponga a la corrupción, al individualismo y a la mercantilización
de la vida social y que, por el contrario, se edifique sobre la dignidad humana, la justicia social y la
responsabilidad conjunta por el futuro de todos.

Según Habermas (como se cita en Alvarado, 2010), la tradición de la formación ciudadana


responde a dos tendencias: una, bajo las concepciones del liberalismo político, centradas en los
derechos individuales, en el marco de un sistema regulado por acuerdos (perspectiva moral) y
la de republicanismo que identifica a la solidaridad, como el factor de integración social; como
voluntad política orientada al entendimiento en una determinada comunidad (perspectiva ética).
Ambas tradiciones, reclaman formas de gobierno de leyes, un sistema político ajeno a las prácticas
personalistas y la necesidad de establecer la civilidad de su idea de sociedad organizada a través de
un orden institucional basado en la legalidad. En las dos tradiciones, ello se traduce en concebir un
ciudadano que vive mejor y en paz, sí en su espacio y territorio se asume la educación como supuesto
necesario para la vida en común; esto permite que cada cual actúe en conciencia, respondiendo
a los valores, que proponga a los demás y que los demás le propongan a él, como expresión de
construcción y expresión de diálogo intersubjetivo.

En este sentido y de acuerdo con Hoyos (como se cita en Alvarado, 2010):

Una idea de educación para la democracia… implica por tanto un conocimiento de prácticas cognitivas,
afectivas y volitivas necesarias para garantizar, por ejemplo, que la violencia sea descartada como modo
de resolver el conflicto de interpretaciones que la historia de las dos grandes concepciones de la moral y
la política nos ha deparado generosamente (p. 20).

Así las cosas, este conjunto de prácticas solo puede afectarse si al mismo tiempo se afecta la cultura.
La construcción de espacios democráticos y participativos para la cultura democrática implica, por
tanto, desarrollar procesos que contribuyan en la construcción de una ética de la convivencia que
ofrezca a los sujetos las condiciones necesarias para vivir una vida en común, solidaria y participativa.
Esto sólo es posible a través de una formación ciudadana orientada a la construcción de los valores
éticos y morales, que estén en la base de la convivencia ciudadana.

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Oraisón y Pérez (2006) desarrollan un estudio acerca de la relevancia de la participación y su relación
con los procesos de construcción de la ciudadanía. Recogen como referencia los dos modelos de
ciudadanía –asistida y emancipada–, planteados por De Sousa, cuyos resultados presentan un
análisis acerca de cómo la institución educativa se posiciona y gestiona los procesos de participación
en el ámbito de su comunidad, incluyendo en el análisis tanto la perspectiva de los docentes como
la de los padres de los estudiantes. Se soporta en una postura teórica emanada de autores como
Gramsci, Marx y Habermas, cercanos a la comprensión de la ciudadanía emancipada que, citando el
documento de investigación en relación, sostienen:

una construcción democrática autónoma y libre –tanto de los avatares del mercado como de las acciones
paternalistas del Estado–, debería verificarse en, al menos, tres dimensiones: la pertenencia a una
comunidad política, que contenga una idea fuerte de un «nosotros» vinculante de los intereses particulares
y dadora de sentido a los proyectos individuales de vida buena; la expansión y garantía de igualdad de
posibilidades para acceder a bienes sociales, económicamente relevantes para una vida digna y emancipada,
y la posibilidad de contribuir a la vida pública de la comunidad a través de la participación (p. 15).

El estudio hizo uso de una metodología etnográfica y en sus conclusiones precisa que la institución
educativa reproduce un modelo de organización social y de relaciones interpersonales que refuerza
y mantiene una estructura de asimetría, que cierra las oportunidades de participación genuina,
planteando la negación de la ciudadanía emancipada. Por ello, reconoce que el rol de tal institución
privilegia la necesidad de resignificar los vínculos entre la escuela y su comunidad, develando las
estigmatizaciones, prejuicios y estereotipos que poseen sus principales actores y que permiten
explicar su desvinculación y desconfianza. (Oraisón y Pérez, 2006).

Sin duda, esta manera de ver y ser en el mundo, afecta los procesos de participación y comienzan a
sumirse como un fin y no como un proceso de formación para la ciudadanía. En respuesta al anterior
estado de cosas, aparecen las propuestas de participación genuina de las personas, entendida como
una acción crítica y equitativa sobre los asuntos que les interesan y les preocupan. Se caracteriza
por actuar como potencializador de sujetos que, según Ferullo de Parajón (como se cita en Oraisón
y Pérez, 2006), “pretenden obtener: crecientes niveles de conciencia, de capacidad autogestora
y organizativa, de posibilidad de asumir compromisos y responsabilidades, tanto en relación con
cuestiones personales como sociales y un aprendizaje que brinde a los sujetos la posibilidad de una
mayor incidencia deliberada en el rumbo de sus vidas personales y comunitarias”. (p.19)

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Esta concepción identifica tres dimensiones básicas de una participación socialmente activa: a) Ser
parte: como búsqueda referida a la identidad y a la pertenencia de los sujetos; b) Tener parte: en
relación con la conciencia de los propios deberes y derechos, de las pérdidas y ganancias que están
en juego y de lo que se obtiene o no, a partir de ello y c) Tomar parte: como posibilidad de realizar
acciones concretas (Hernández, como se cita en Oraisón y Pérez, 2006). Se precisa entonces que
la participación se convierta así en componente sustancial de la acción, no como simple participación,
sino como un mecanismo de legitimación, no del orden social impuesto desde los modelos
hegemónicos de poder, sino de uno más justo y solidario.

Max Neef (1986) plantea que la participación es una necesidad humana en su doble condición
existencial: como carencia y potencialidad; es una necesidad axiológica que propicia la identidad,
la protección, el entendimiento y la libertad y que se expresa en el ser (adaptabilidad, receptividad,
solidaridad, respeto, convicción, entrega, pasión y humor), en el tener (derechos, responsabilidades,
obligaciones, atribuciones y trabajo), en el hacer (afiliarse, cooperar, proponer, compartir, discrepar,
acatar, dialogar, acordar y opinar) y en el estar (ámbitos de interacción participativa, partidos,
comunidades, asociaciones, etc.). Como potencial, la participación previene contra toda reducción
del ser humano a la categoría de existencia cerrada.

A pesar de sus debilidades y de las crisis que enfrenta, la participación ciudadana es un aspecto que
se consagra, se promueve y se defiende ampliamente en el ordenamiento jurídico colombiano. La
Constitución reconoce para los ciudadanos, las organizaciones sociales y los movimientos y partidos
políticos el derecho de participación, que asegura el ejercicio de su capacidad para conformar,
ejercer y controlar el poder político. En la Carta Política se prevén como derechos: la participación
en elecciones en la condición de elector o candidato; la promoción e intervención en los diferentes
mecanismos de participación democrática; la constitución y formación de partidos, movimientos
y agrupaciones políticas; la formulación de iniciativas ante las diferentes corporaciones públicas; la
formulación de acciones para defender la Constitución y la ley; y la ocupación de cargos públicos.

La Corte Constitucional, en varias de sus sentencias, ha llamado la atención sobre la importancia de


que existan mecanismos adecuados para permitir que la ciudadanía manifieste su opinión política de
manera efectiva, de tal modo que sea tenida en cuenta por las autoridades públicas, y asegura que si
no existen canales adecuados para que los ciudadanos puedan expresarse y garantizar la efectividad de
su mandato, no es posible sostener el postulado de democracia participativa, donde el ciudadano está
llamado a tomar parte en los procesos de toma de decisiones en asuntos públicos.

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5. Puntos de articulación entre la comunicación y la democracia

Cómo mejorar...

Espacio público como espacio político


El sistema de espacios públicos ha de permitir la expresión colectiva, las
manifestaciones cívicas, la visibilidad de los diferentes grupos sociales, tanto a escala
de barrio como de centralidad urbana.
El espacio público como lugar de ejercicio de los derechos es un medio para el acceso
a la ciudadanía, para todos aquellos que sufren algún tipo de marginación o relegación.
Es la autoestima del manifestante en paro que expresa un sueño de ocupante de la
ciudad, que es alguien en ella y no está solo.
(Borja, 2000)

Recuperamos esta afirmación de Dominique Wolton: “la comunicación no es la perversión de la


democracia sino la condición de su funcionamiento. No hay democracia de masas sin comunicación,
y por ésta debe entenderse no solo los medios y las encuestas, sino también el modelo cultural
favorable al intercambio entre las élites, los dirigentes y los ciudadanos” (Wolton, 2007).

Siguiendo al profesor francés, la comunicación cumple una doble dimensión, pues por una parte
es normativa y funcional: “hoy todo es complicado y lejano, y no siempre se percibe que el modelo
normativo de la comunicación y las diversas herramientas que lo instrumentan son también la
manera de reducir las distancias entre dirigentes y dirigidos” (ibid.). El supuesto es que a través de la
comunicación el ciudadano puede comprender la realidad social, cultural, económica y política, que
resulta compleja, donde la tarea es simplificar y racionalizar.

Se enfrenta este supuesto a un doble problema que, si se enmarca exclusivamente a la comunicación


de masas, le daríamos la razón al profesor Wolton, pues indicaría que se sale del margen de la
comunicación el intercambio intersubjetivo entre ciudadanos y la inacción ciudadana en contrapeso
al volumen informativo con que dispone; indicaría que la comunicación mediatizada inunda de
información que aleja al sujeto y lo individualiza (en el sentido de Bauman) pero con esa información
es poco lo que podría hacer en sentido colectivo.

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Pero no es así porque, especialmente después de la reflexión que con Craig y Giddens nos interpela
para la construcción de sentido contextual, entendemos que ese intercambio subjetivo entre
ciudadanos sí es asunto de la comunicación. Es cierto que no se puede delegar esta construcción
intersubjetiva a la “comunicación mediatizada”, porque sería indicar que la relación política se
supedita entre gobernantes y gobernados. Como veremos más adelante, la crisis del Estado ha
provocado ese rompimiento entre unos y otros, pero ha potenciado la necesidad (ojo, la necesidad)
del reconocimiento intersubjetivo horizontal, que es en esencia la acción política que teje
comunidad activa.

El segundo problema que anuncia Wolton es la doble crisis que atraviesan la representación y la
soberanía donde, según él, la comunicación relativiza los efectos negativos “ya no se distinguen muy
bien los criterios que estructuran las representaciones sociales de nuestra sociedades, ni los criterios
ideológicos sobre los cuales asentar la representatividad política, ya que las fuerzas políticas son
favorables al cambio y a la modernidad” (Wolton, 2007).

Esto nos lleva a revisar conceptos como el de espacio público, toda vez que en éste se da la
“transición de la sociedad civil a la sociedad política, en la medida en que la mayoría de los problemas
de la sociedad ocurren en el espacio público y se discuten contradictoriamente.” (Ibid.).

En efecto, el espacio público como dominio público se caracteriza por su accesibilidad y facilidad
para permitir relaciones sociales. La calidad del espacio público se evalúa por la intensidad de
esas relaciones y por la capacidad de estimular las expresividades y manifestaciones culturales
potenciadores de identidades e imaginarios simbólicos. Esto es lo que en materia de comunicación
puede interesarnos, y es el encuentro auténtico de esas subjetividades que para el asunto político
implica encuentro en lo discursivo.

Entre las posibles conclusiones de lo que se ha expuesto hasta este punto, se puede señalar que las
prácticas comunicativas en participación y formación ciudadana precisan entender la implicación
de las diversas técnicas y medios de comunicación e información en la situación “económica,
social y cultural, pero también los valores culturales, las representaciones y los símbolos ligados
al funcionamiento de la sociedad” (Wolton, 2007, p. 384), en donde caben sus mecanismos de
organización y gestión de recursos para el desarrollo propio. Igualmente, precisan incluir un alto
contenido pedagógico sobre las responsabilidades que implica el ejercicio de la ciudadanía y los graves
impactos de no observarlas.

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Referencias
Bolio, F. (2010). Crisis de la democracia representativa. REVISTA IUS (México), 4(25)., 169.

Magendzo, A. (2004). Formación ciudadana. Bogotá: Cooperativa Editorial Magisterio.

Maldonado, N. B. (2006). Educación ciudadana y democrática: un acercamiento desde la filosofía a


la pedagogía. Bajo palabra. Revista de filosofía, (1), 6-16., 6 - 16.

Wolton, D. (2007). Pensar la comunicaciòn. Bs.As.: Prometeo Libros.

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INFORMACIÓN TÉCNICA

Módulo: Comunicación y Sociedad


Unidad 3: Comunicación y democracia: el acto político
como acto comunicativo
Escenario 5: Comunicación y democracia: articulación
defendible

Autor: Héver Míguez Monroy


Asesor Pedagógico: Juan Pablo Sierra Penagos
Diseñador Gráfico: Yinet Rodriguez
Asistente: Ginna Quiroga

Este material pertenece al Politécnico Grancolombiano.


Prohibida su reproducción total o parcial.

POLITÉCNICO GRANCOLOMBIANO 15

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