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La democracia es una forma de gobierno de tipo representativo, que se sustenta en la

ciudadanía para el ejercicio del poder, desde la responsabilidad cívica y la voluntad popular. Se
basa en los principios de gobierno de las mayorías con respeto a las minorías y en el ejercicio
pleno de la libertad y de la razón, en un Estado de derecho. Asimismo, los valores
democráticos están sustentados en los derechos humanos, en las diferencias, en el respeto y
en la tolerancia.

La democracia es posible en las condiciones de igualdad para una mejor convivencia


económica, social, política y cultural dentro de un Estado nación moderno.

A través de nuestra historia republicana, el ejercicio de poder se ha dado a través de procesos


democráticos no siempre representativos, así como de periodos caracterizados por golpes de
Estado o autoritarios. Como parte de una idiosincrasia, la cultura política democrática, las
valoraciones y las conductas actuales superviven con pautas culturales e históricas de
raigambre más autoritarias que democráticas.

El sistema democrático se sustenta en el equilibrio de poderes, con funcionalidad de las


instituciones. Sin embargo, durante la década de 1990, se hizo visible el Estado corporativo, de
asimilación política por parte del Poder Ejecutivo hacia el Legislativo, precedido de una
interrupción del orden constitucional en 1992. Asimismo, la ausencia de una cultura política
democrática hizo más previsible la existencia de un caudillo y gobernante autoritario de tipo
carismático que rompe con el establishment. Desde esta perspectiva, en los últimos treinta
años, «el Poder Legislativo parece atrapado en la lógica que el fujimorismo llevo a su máxima
expresión; el pragmatismo y la prebenda por la sobrecohesión ideológica y política en el
comportamiento de los legisladores.

Ser la herencia tardía de entender otra forma de gobierno y de hacer política. El ciclo político
posfujimorismo que va de 2001 a 2016 debió significar un cambio en la racionalidad política
del país, a partir de reformar políticas necesarias. Sin embargo, no rindieron efectos porque
una clase política prefería mantener ciertas reglas de juego. Esta incapacidad, como señala
aDrianzén (2017), debió «dotar a la democracia de nuevas bases de legitimidad y conver-

tir al Estado en uno más democrático y representativo. Es decir, pasar de una democracia
electoral a una ciudadana». El ciclo vital de cada partido parece estar circunscrito a cada
proceso elec toral, lo que genera el establecimiento de una mayoría en una minoría política en
el próximo proceso, como que se diera el cumplimiento de cada ciclo de poder, a la vez que
impide la construcción de un sistema de partidos política- mente representativos. Así:

El resultado ha sido la perpetuación del pacto de dominación autoritario que construyó el


régimen fujimorista; la decadencia de los partidos, con la excepción del fujimorismo, lo que
aumenta la «informalidad» de la política; el papel protagónico de los medios de comunicación
y la influencia de los lobbies; y el deterioro constante de la democracia, lo que se expresa en
una falta de confianza y rechazo de la ciudadanía a las instituciones del régimen (aDrianzén,
2017: 57).

El contraste entre el imaginario democrático respecto al autoritario se explica por la ausencia


de una clase política y el descredito llevado por sus prácticas. Existe una élite
autocomplaciente y jerarquizada de la racionalidad del poder. El ciudadano solo tiene papel
legitimador. Esta idea, sobre el autoritarismo político, es una relación clientelar y
neopatrimonial, de subordinación desde el Estado con el ejercicio de una ciudadanía
pragmática y asistida, tanto en su percepción como en su ejercicio político. Observamos que,
para el caso de los sectores urbanos y las grandes ciudades, en contraste con los sectores
rurales y las pequeñas ciudades, la cultura política sobre la democracia de estos últimos es
mínima respecto al autoritarismo, diferenciándose en la percepción de los roles y las funciones
políticas, desprestigiados, imposibilitando una sociedad más democrática y horizontal.

El sistema democrático se sustenta en el equilibrio de poderes, con funcionalidad de las


instituciones. Sin embargo, las relaciones políticas entre los poderes Legislativo y Ejecutivo
trascienden toda la historia republicana del Perú, con un último episodio, como fue el 5 de
abril de 1992 o el 7 de diciembre del 2022. Asimismo, la ausencia de una cultura política
democrática hizo más previsible la existencia de un caudillo y gobernante autoritario de tipo
carismático que rompió con el statu quo. Desde esta perspectiva, en los últimos veinte años,
conservamos aún una herencia política que las reformas de los últimos gobiernos no han
permitido consolidar una democracia de tipo horizontal, limitando el poder de la élite política
con una mayor participación de la población.

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