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DEMOCRACIA
Cuando uno se refiere a cultura política, cultura cívica, cultura para la democracia y
cultura electoral —en un primer momento— da la impresión que se tratara de
sinónimos. Sin embargo, ello no es así, porque cultura política es un concepto que
abarca a los demás. Los otros conceptos (cultura cívica, cultura para la democracia y
cultura electoral), si bien derivan de la cultura política, tienen a su vez diferencias entre
sí y elementos propios que dan validez a esas distinciones.
La cultura cívica, comprende la participación, tiene su origen en el pueblo
soberano, a través de los ciudadanos. Por lo que la cultura cívica se refiere a
los procesos de socialización de las actitudes respecto a la estructura política
de cada país. La cultura cívica es un concepto propuesto por Almond y Verba y
se refiere a la cultura política de los ciudadanos o de los pertenecientes a un
Estado vinculado a la participación
La cultura para la democracia parte de la representación, tiene su origen en
los aspectos procedimentales de la democracia una vez que se ha establecido
el sufragio universal.
Cuando decimos que la cultura para la democracia se desprende de la cultura
política, nos referimos a que una forma de régimen político en un Estado-
nación —que es la democracia representativa la origina. En ese sentido, la
cultura para la democracia viene a estar vinculada a la representación en sus
aspectos valorativos, simbólicos y afectivos.
La cultura electoral es el proceso subjetivo (opiniones, valores y actitudes) a
través del cual se produce la valoración del voto en el contexto de una
sociedad democrática. En efecto, en este proceso de configuración cultural
participan un conjunto de valores, actitudes y conductas que los miembros de
la sociedad poseen y muestran en virtud a lo que perciben y conciben respecto
a la democracia procedimental. Por esa razón, la cultura electoral viene a ser el
conjunto de percepciones, propuestas, valores, opiniones, actitudes, formas de
ponerse de acuerdo, así como el conjunto de acciones que conllevan a una
participación consiente y responsable durante un proceso electoral
democrático, desarrollado en el ámbito público de una sociedad. Nótese que en
esta última acepción estamos en el plano del deber ser, es decir en el ámbito
de un concepto de tipo prescriptivo.
CULTURA POLITICA
La palabra ‘cultura’, desde una perspectiva más amplia, no se queda solo en el saber y
conocer. Implica prácticas, actitudes, valores, costumbres, creencias y tradiciones de
un pueblo. Desde esta perspectiva, que es antropológica, la cultura democrática es el
conjunto de valores, costumbres, tradiciones, actitudes, creencias y prácticas
democráticas de un pueblo.
Aquí empiezan los matices para determinar la cultura política. Saber si es democrática
o autoritaria. Por ejemplo, hace algunos años cuando asistía a congresos de ciencia
política o de derecho constitucional, los académicos anglosajones, estadounidenses e
ingleses, y algunos europeos andaban muy intrigados por la ruptura del orden
constitucional (golpes de Estado) en América Latina y por la tranquilidad con que la
gran mayoría de personas tomaban este hecho autoritario. Es más, muchos lo
festejaban, salían a las calles para apoyar la nueva dictadura.
La respuesta era simple. En América Latina existe, y antes había más, una cultura
autoritaria arraigada en diversos sectores. Si bien es cierto que hay también una
oposición a estos golpes, esta es una minoría. Por fortuna, esto ha cambiado un poco.
Sin embargo, tenemos un alto porcentaje de personas que estarían dispuestas a
apoyar un golpe y a una dictadura. Es cierto también que muchos, en las últimas
décadas, han asumido valores democráticos. Ahora existe un conflicto entre estos y
las creencias autoritarias. Así, el cerebro político del peruano está dividido en dos. En
esas circunstancias, tiene que cerrarse a favor de la democracia.
Aún nuestra sociedad es una mezcla de cultura política parroquial, con la de sujeción y
participación. Estos tres tipos de cultura política fueron definidos por los politólogos
estadounidenses Gabriel A. Almond, G. Bingham Powell y Sidney Verba.
Los tres tipos de cultura política están mezclados en el Perú como se ha indicado,
aceptamos el caudillismo y el clientelismo, pero ya empezamos a cuestionarlos.
Existen formas de participación, porque tenemos elecciones y hasta revocatorias, lo
cual supone saber que podemos cambiar las cosas, pero a la vez aceptamos de
alguna manera el sistema, somos pasivos e indiferentes para actuar sobre él y
mejorarlo.
En ese mismo sentido, Berg sostiene que la cultura política es una categoría de
análisis que da cuenta de la dimensión subjetiva de los fundamentos sociales de los
sistemas políticos. Es decir, se refiere a los distintos grados de conciencia política, de
mentalidades, formas de pensar o de conductas «típicas» que involucran a una
sociedad completa o grupos en su conjunto: «Abarca todas las características
individuales de la personalidad políticamente relevantes, predisposiciones latentes
para la acción política, fijadas en las actitudes y valores, también en sus modalidades
simbólicas y la conducta política concreta» (Berg 2006: 317). Asimismo, cuando se
identifica cuáles son los factores que influyen en la conformación de la cultura política,
es necesario distinguir aquellos que son individuales de los colectivos.
Según este esquema, para que el sistema sobreviva o fracase, dependerá de que el
subsistema político tenga capacidad de dirigir los otros subsistemas, así como
retroalimentarse respecto de la sensación subjetiva de los miembros de la sociedad.
Si se parte del hecho de que una gran mayoría apoyó el golpe de Estado y que
Fujimori fue reelecto en 1995, se concluiría que el Perú tiene una cultura política
autoritaria, pues, apoyamos aquellas formas de gobierno que atentan abiertamente
contra las libertades individuales y el pluralismo político, en nombre de la autoridad y la
eficiencia.
Sin embargo, este diagnóstico pasa por alto que existieron otros sucesos durante el
fujimorismo que no contaron con la aceptación de la ciudadanía. Por ejemplo, en el
referéndum de 1993, en que se sometió a aprobación la vigencia de la nueva
Constitución de 1993, se produjo un resultado muy ajustado y controversial. En el
mismo sentido, el fujimorismo tampoco consiguió el respaldo ciudadano en los
diversos comicios municipales ocurridos en esos años, no obstante las campañas
explícitas que el propio presidente realizó por sus candidatos. Del apoyo a ciertas
medidas autoritarias en determinados momentos no se deduce la existencia de una
cultura política autoritaria que persista en el tiempo y que caracterice a toda la
población. Por otro lado, analizando la información disponible, no hallamos evidencia
empírica que sustente la presencia de relaciones de causalidad entre, por ejemplo, la
existencia de patrones autoritarios en la familia o el centro de trabajo, o la pertenencia
a algún grupo étnico y la preferencia de la democracia como régimen, o la tolerancia
frente a formas autoritarias de régimen político. Incluso se ha revelado que las
prácticas de ejercicio de autoridad, en el campo familiar y laboral, tienen rasgos cada
vez menos abusivos, menos prepotentes, y másrespetuosos del otro. Por ejemplo, en
el último informe del PNUD sobre “Democracia en el Perú” para 2006, se reseña cómo
en el ámbito de la familia el castigo físico es cada vez menos frecuente. Sólo el 11 por
ciento de los encuestados respondió afirmativamente a la posibilidad de aplicar
castigos físicos en caso de incumplimiento de alguna orden suya. Esta proporción es
reducida en comparación con las prácticas de los padres en que el 36 por ciento de
éstos aplicaba el castigo físico. Habría evidencia de un cambio generacional en el
ejercicio de la autoridad familiar. Por otro lado, en el espacio laboral, una gran
proporción de empleados, un 54 por ciento, considera que sus empleadores son
personas abiertas que saben escuchar y conceder; mientras que, de forma minoritaria,
un 25 por ciento de los encuestados califica a sus jefes de impositivos. Así, pues, pese
a encontrar en la vida cotidiana rasgos de prepotencia en el ejercicio de la autoridad,
los estudios de opinión revelan que disminuyen positivamente.
Todo esto nos revela que el juicio político de las personas es mucho más complejo,
sofisticado y matizado que la imagen dual que presenta la oposición entre una cultura
política democrática y otra autoritaria. Para empezar, las opiniones, patrones, actitudes
y percepciones políticas muestran mucha variación, y están lejos de ser unánimes; y
además, se ajustan y reflejan, como referimos, a los desafíos del contexto.
Especialmente, encontramos que la cultura política es moldeada muy fuertemente por
el desempeño de los gobiernos, por la naturaleza de las ofertas políticas que se
presentan a la ciudadanía y las oportunidades que se abren o cierran. Por lo tanto, la
cultura política no es algo inmutable ni una herencia frente a la cual no hubiera nada
que hacer.