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psicológica en niños
y adolescentes
Presentación
Esta unidad de “Formulación de las hipótesis de trabajo y el plan de tratamiento”, que
se correspode con la tercera unidad de la asignatura Intervención Psicológica en Niños
y Adolescentes, recoge la formulación de las hipótesis de trabajo y el plan de
tratamiento con niños y adolescentes que posteriormente serán desarrollados en la
asignatura. Este primer tema se centra en el desarrollo evolutivo normal y patológico
y la formación de la identidad del adolescente.
1. El menor en desarrollo
La intervención psicológica con niños y adolescentes se caracteriza precisamente
porque los niños, utilizando una construcción coloquial, “están en continuo cambio”,
es decir, son seres en desarrollo. Indudablemente para realizar una correcta y efectiva
intervención con menores el psicólogo ha de entender e integrar en su trabajo el
desarrollo evolutivo y el entorno sociocultural del menor, y conocer profusamente los
matices que le ayuden a diferenciar entre un desarrollo normal o patológico en el que
habría que intervenir.
Aunque a priori esta tarea pueda parecer sencilla, es la principal duda de los padres,
si “eso que le ocurre a su hijo es normal para su edad” o por el contrario es un signo
de alarma. Piensen, por ejemplo, en la conducta oposicionista y negativista
característica de los niños en torno a los dos años. Esta conducta puede ser muy
llamativa, incluso desgastante para los padres, pero no necesariamente patológica. Y
esta conducta normal en este momento evolutivo será considerada atípica o patológica
en otro momento.
¡Revísalas!
Desde los autores clásicos, como Piaget, Vygotsky o Erikson, hasta los más actuales,
como Haizea o Llevant, son múltiples las descripciones y tablas del desarrollo que
recogen la evolución de los niños en las diversas áreas: física, cognitiva, emocional,
conductual o social, entre otras. Estas tablas pueden servir de guía al psicólogo para
situar el comportamiento del niño o del adolescente en los parámetros evolutivos y así
determinar si se ajusta o se desvía de la norma.
Se podría decir que el niño o el adolescente reciben la terapia, pero son los adultos
los que detectan la necesidad de esta porque su comportamiento se aparta de la norma
e identifican el sufrimiento del niño o se adelantan a los posibles problemas
posteriores. Quizá es por ello por lo que los problemas que más encontramos en
consulta son los relacionados con el comportamiento disruptivo del menor
(especialmente los excesos conductuales y, sobre todo, la hiperactividad, la
agresividad y la conducta antisocial), seguidos de los problemas de rendimiento
académico. La mayor percepción por los familiares de estos trastornos externalizantes
sobre los internalizantes se debe, por un lado, a que estos comportamientos son más
disruptivos en la interacción familiar y, por otro, a la mayor percepción de los adultos
de gravedad de sus consecuencias.
Las teorías clásicas consideran que el bebé y su madre —o figura de referencia— están
en simbiosis, es decir, el recién nacido depende física y psicológicamente totalmente
de ella. El bebé es incapaz de discriminar y dar nombre y sentido a sus sensaciones
corporales y al entorno en el que está, y necesita la figura materna para organizar sus
sensaciones y así ir construyéndose. El bebé únicamente podrá diferenciar entre
sensaciones agradables y desagradables, y reaccionar físicamente a ellas.
Será a partir de los ocho meses cuando comience a diferenciar a sus personas de
referencia de los extraños, y se podría decir entonces que ha superado la simbiosis e
iniciado el vínculo; es decir, el niño se diferencia de la madre y comienza a crear su
identidad y su forma de relacionarse. Sin embargo, la gran dependencia que aún tiene
de esta figura hará que sienta gran ansiedad al separase de ella, apareciendo así la
ansiedad de separación y los objetos transicionales que utilizará hasta alcanzar la
permanencia de objeto o la representación mental de los objetos en ausencia de ellos.
Los objetos transicionales son un objeto material con el que niño se apega, por
ejemplo, un muñeco de peluche o un trapo, compensando en alguna medida esta
función de la figura de referencia cuando está ausente.
Los principales motivos de consulta en este periodo evolutivo están relacionados con
la alimentación y el sueño, que cobran regularidad hacia el final de este periodo. Del
mismo modo se ha de estar atento a la ausencia de una mirada fija y penetrante, la
ausencia de lenguaje o un retraso importante en la deambulación, por ser posibles
indicadores de trastornos psicopatológicos graves: trastornos generalizados del
desarrollo, trastornos del espectro autista o evolucionar hacia trastornos psicóticos.
Figura 3. El desarrollo hasta los veinticuatro meses. Fuente: Guía de intervención clínica infantil
(Universidad Autónoma de Madrid, 2015).
3.2. La primera infancia, el desarrollo entre los dos y los cinco años
Entre los dos y los tres años, el periodo evolutivo está caracterizado por el deseo de
autonomía del niño, quien vive cada nuevo logro en la ejecución de una actividad de
forma independiente como un gran triunfo. La actitud que adoptan los padres ante
estas adquisiciones marcará su curiosidad y creatividad, cuando lo apoyan y refuerzan,
o la obediencia pasiva, cuando lo critican en exceso.
Entre los dos y los tres años aparece también el juego simbólico y la constancia objetal,
la capacidad de representar; bien sea la representación simbólica en el juego “como
sí”, bien sea la representación mental del objeto ausente y con ello entender que sus
figuras de referencia no desaparecen, aunque no estén presentes, y puede separarse
de ellas con menor ansiedad, divirtiéndose cuando juega solo o con otros niños de su
edad.
Será entre los cuatro y los cinco años cuando aflore lo que las teorías clásicas
denominan la triangulación, es decir, el niño supera el egocentrismo en sus relaciones
y reconoce que no es el centro de las mismas y entiende que otras personas pueden
relacionarse al margen de él. También que su bienestar y satisfacción no dependen de
otros, sino de él mismo. Esto será determinante en su socialización, pues marcará su
forma de relacionarse y su capacidad de autogestionarse, determinando su autoestima.
Entre los cuatro y cinco años el niño interioriza la diferenciación sexual que en
ocasiones provoca conductas de rol estereotipadas y separación de los niños en cuanto
a su género, lo que da pie asimismo a las preguntas sobre sexualidad y conductas
masturbatorias.
Característicos también de esta etapa son los miedos, que están causados por la falta
de conocimiento del niño y la asunción de una explicación fantasiosa a la realidad que
lo rodea (que adquieren un carácter más fóbico entre los cuatro y cinco años) y los
trastornos de conducta e impulsividad.
Es importante que el profesional entienda que estas complicaciones son propias del
momento del desarrollo evolutivo del menor, y que no debe patologizarlas salvo que
la intensidad sea incapacitante o permanezcan más allá del periodo considerado
normativo. Del mismo modo, el psicólogo ha de estar atento a los posibles retrocesos
causados por pérdidas como muertes o separaciones, que deberían tener carácter
adaptativo y transitorio.
Figura 4. El desarrollo entre los dos y los cinco años. Fuente: Guía de intervención clínica infantil
(Universidad Autónoma de Madrid, 2015).
Otro hito fundamental de esta etapa son los aprendizajes escolares, especialmente las
operaciones concretas: los conceptos espaciales, temporales y numéricos.
Figura 5. El desarrollo entre los seis y los doce años. Fuente: Guía de intervención clínica infantil
(Universidad Autónoma de Madrid, 2015).
Como consecuencia de esta intensa actividad psíquica y del intenso conflicto interior,
a menudo la conducta del adolescente es caótica y conflictiva. A los padres les puede
costar manejar esta situación e intensificarse el conflicto familiar, convirtiendo las
normas en un castigo e intento de control que chocan contra el deseo de autonomía
del adolescente, en lugar de ofrecer un límite de seguridad al adolescente.
Los trastornos adaptativos transitorios más frecuentes están relacionados con las
somatizaciones asociadas al sueño, la alimentación y el cansancio, y las variaciones
del humor.
Figura 6. El desarrollo entre los seis y los doce años. Fuente: Guía de intervención clínica infantil
(Universidad Autónoma de Madrid, 2015).
Entre los dos y los cinco años: el juego simbólico, el control de esfínteres, la
adquisición e interiorización de las normas, las rabietas y el control de impulsos
o autocontrol y el aprendizaje de normas sociales.
Referencias bibliográficas
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niño. Barcelona: Masson.
Álvarez Ortiz, C., García, M., Gervás, M., Morales, C., Pardo, R., Pérez, O., Santacreu,
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