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Intervención

psicológica en niños
y adolescentes

Tema 1. Desarrollo evolutivo normal y


patológico, la formación de la
identidad
Intervención psicológica en niños y adolescentes

Tema 1. Desarrollo evolutivo normal y patológico, la


formación de la identidad
Índice

Objetivos de aprendizaje ............................................................... 3


Presentación .............................................................................. 3
1. El menor en desarrollo ............................................................... 3
2. Dependencia del menor ............................................................. 5
3. Desarrollo evolutivo normal y patológico ......................................... 5
3.1. El bebé, el desarrollo hasta los veinticuatro meses ................................. 6
3.2. La primera infancia, el desarrollo entre los dos y los cinco años ................. 7
3.3. La etapa de latencia, el desarrollo de los seis a los doce años .................... 9
3.4. La pubertad y adolescencia, el desarrollo de los doce a los dieciocho años ...10
Resumen................................................................................. 12
Referencias bibliográficas ............................................................ 12

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Intervención psicológica en niños y adolescentes

Tema 1. Desarrollo evolutivo normal y patológico, la


formación de la identidad
Objetivos de aprendizaje
Los objetivos que se pretenden alcanzar en este recurso son los siguientes:

 Estudiar los programas terapéuticos específicos en relación con los trastornos


más prevalentes en la infancia y en la adolescencia.

 Conocer y aplicar las intervenciones psicológicas en la infancia y adolescencia


comparando los tratamientos tradicionales con las nuevas técnicas de
intervención.

 Analizar el contexto de aplicación, condiciones y requisitos para llevar a la


práctica tratamientos psicológicos eficaces en la infancia y en la adolescencia.

 Conocer los distintos modelos de intervención en el campo de la psicología


general sanitaria, así como las técnicas y procedimientos que de ellos se derivan
para el abordaje de los trastornos del comportamiento y los factores
psicológicos asociados con los problemas de salud.

Presentación
Esta unidad de “Formulación de las hipótesis de trabajo y el plan de tratamiento”, que
se correspode con la tercera unidad de la asignatura Intervención Psicológica en Niños
y Adolescentes, recoge la formulación de las hipótesis de trabajo y el plan de
tratamiento con niños y adolescentes que posteriormente serán desarrollados en la
asignatura. Este primer tema se centra en el desarrollo evolutivo normal y patológico
y la formación de la identidad del adolescente.

1. El menor en desarrollo
La intervención psicológica con niños y adolescentes se caracteriza precisamente
porque los niños, utilizando una construcción coloquial, “están en continuo cambio”,
es decir, son seres en desarrollo. Indudablemente para realizar una correcta y efectiva
intervención con menores el psicólogo ha de entender e integrar en su trabajo el
desarrollo evolutivo y el entorno sociocultural del menor, y conocer profusamente los
matices que le ayuden a diferenciar entre un desarrollo normal o patológico en el que
habría que intervenir.

Aunque a priori esta tarea pueda parecer sencilla, es la principal duda de los padres,
si “eso que le ocurre a su hijo es normal para su edad” o por el contrario es un signo
de alarma. Piensen, por ejemplo, en la conducta oposicionista y negativista
característica de los niños en torno a los dos años. Esta conducta puede ser muy
llamativa, incluso desgastante para los padres, pero no necesariamente patológica. Y
esta conducta normal en este momento evolutivo será considerada atípica o patológica
en otro momento.

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¿Conoces las teorías clásicas del desarrollo evolutivo de Piaget, Vygotsky o


Erikson?

¡Revísalas!

Desde los autores clásicos, como Piaget, Vygotsky o Erikson, hasta los más actuales,
como Haizea o Llevant, son múltiples las descripciones y tablas del desarrollo que
recogen la evolución de los niños en las diversas áreas: física, cognitiva, emocional,
conductual o social, entre otras. Estas tablas pueden servir de guía al psicólogo para
situar el comportamiento del niño o del adolescente en los parámetros evolutivos y así
determinar si se ajusta o se desvía de la norma.

Figura 1. Tabla de desarrollo. Fuente: Haizea-Levant (1991).

La tabla de desarrollo de Haizea-Llevant (1991), por ejemplo, permite comprobar el


nivel de desarrollo cognitivo, social y motor de niños de cero a cinco años, ofreciendo
un margen normal de adquisición de algunas habilidades fundamentales durante la
infancia. El test consta de una línea vertical que corresponde a la edad en meses del
niño y se valora que el niño realice los ítems que quedan a la izquierda de la línea
trazada o los que la atraviesan. Cuando se observa la falta de adquisición de dichos
indicadores en una o varias áreas, puede ser una señal de alerta o sospecha de un
retraso psicomotor.

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2. Dependencia del menor
La consecuencia de esta situación de desarrollo es que el menor es muy dependiente
y los adultos de los que depende ejercen gran influencia sobre él. Estos adultos de
referencia y dependencia para el menor pueden actuar tanto como factores de riesgo
como de mediadores del éxito terapéutico. Además, el comportamiento del menor
puede tener una gran variación según la situación y las personas implicadas.

Se podría decir que el niño o el adolescente reciben la terapia, pero son los adultos
los que detectan la necesidad de esta porque su comportamiento se aparta de la norma
e identifican el sufrimiento del niño o se adelantan a los posibles problemas
posteriores. Quizá es por ello por lo que los problemas que más encontramos en
consulta son los relacionados con el comportamiento disruptivo del menor
(especialmente los excesos conductuales y, sobre todo, la hiperactividad, la
agresividad y la conducta antisocial), seguidos de los problemas de rendimiento
académico. La mayor percepción por los familiares de estos trastornos externalizantes
sobre los internalizantes se debe, por un lado, a que estos comportamientos son más
disruptivos en la interacción familiar y, por otro, a la mayor percepción de los adultos
de gravedad de sus consecuencias.

En lo que se refiere concretamente a las consecuencias de esta dependencia en la


terapia es muy habitual que el menor no acuda voluntariamente a la misma, sino a
instancia de sus padres. Y aun cuando lo haga o, en el caso de adolescentes, lo haya
solicitado él mismo, su asistencia y permanencia dependerá del acuerdo de sus padres.
Esto puede afectar a la motivación del menor en la terapia por tener una baja
conciencia del problema. En algunos casos incluso pueden desconocer por qué están
en terapia o asociarlo a las consecuencias y no a su malestar. Adquiere entonces un
papel más destacado, del que per se posee, el potenciar una buena relación
terapéutica y orientar y motivar al cambio.

3. Desarrollo evolutivo normal y patológico


Existen múltiples criterios para contemplar la normalidad o patología de la conducta
del niño o adolescente. El criterio estadístico que contempla la normalidad como
aquello que se ajusta a la norma o media es muy reducido. Según la Organización
Mundial de la Salud (1946), la salud es un estado de completo bienestar físico, mental
y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades.

El menor es un ser en desarrollo inmerso en un proceso evolutivo de gran complejidad


lleno de avances y retrocesos que contempla diversas áreas: psicomotricidad,
inteligencia, lenguaje, socialización y psicoafectivo, que permitirá al adolescente
lograr la independencia psicológica y afectiva de sus padres y establecer su propia
identidad. Como resultado de las irrepetibles situaciones a las que se enfrenta cada
niño y adolescente, el psicólogo encontrará infinitas variaciones en el desarrollo y
deberá establecer cuáles de ellas son patológicas.

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Entre los criterios que el profesional ha de observar para establecer esta
discriminación, encontramos la edad cronológica del menor, su etapa evolutiva, la
estructura psíquica que ha alcanzado o el tipo de vínculo con sus figuras de apego.

Podríamos decir que el desarrollo evolutivo es un proceso de resolución de conflictos,


en un primer momento resultado de los requerimientos paternos, que el menor irá
interiorizando al incorporarlos como propios. Cuando esta interiorización desarrolla
una función organizadora en la actividad mental del menor, se dirá que está dentro de
la normalidad.

A continuación, se recogen los principales hitos evolutivos que ayudarán al psicólogo a


diferenciar la conducta normal en el momento evolutivo del menor de la considerada
atípica o patológica. Del mismo modo, el psicólogo ha de atender el motivo que causa
dicho retraso madurativo y, cuando el motivo sea un evento estresante como una
muerte, separación o inicio escolaridad, intervenir también sobre él.

Figura 2. Etapas del desarrollo. Fuente: Escudero, 2012.

3.1. El bebé, el desarrollo hasta los veinticuatro meses

Las teorías clásicas consideran que el bebé y su madre —o figura de referencia— están
en simbiosis, es decir, el recién nacido depende física y psicológicamente totalmente
de ella. El bebé es incapaz de discriminar y dar nombre y sentido a sus sensaciones
corporales y al entorno en el que está, y necesita la figura materna para organizar sus
sensaciones y así ir construyéndose. El bebé únicamente podrá diferenciar entre
sensaciones agradables y desagradables, y reaccionar físicamente a ellas.

Será a partir de los ocho meses cuando comience a diferenciar a sus personas de
referencia de los extraños, y se podría decir entonces que ha superado la simbiosis e
iniciado el vínculo; es decir, el niño se diferencia de la madre y comienza a crear su
identidad y su forma de relacionarse. Sin embargo, la gran dependencia que aún tiene
de esta figura hará que sienta gran ansiedad al separase de ella, apareciendo así la
ansiedad de separación y los objetos transicionales que utilizará hasta alcanzar la
permanencia de objeto o la representación mental de los objetos en ausencia de ellos.
Los objetos transicionales son un objeto material con el que niño se apega, por
ejemplo, un muñeco de peluche o un trapo, compensando en alguna medida esta
función de la figura de referencia cuando está ausente.

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Otros hitos importantes en la adquisición de la autonomía del bebé en este periodo
son la aparición del lenguaje y la marcha que le permiten la exploración.

Los principales motivos de consulta en este periodo evolutivo están relacionados con
la alimentación y el sueño, que cobran regularidad hacia el final de este periodo. Del
mismo modo se ha de estar atento a la ausencia de una mirada fija y penetrante, la
ausencia de lenguaje o un retraso importante en la deambulación, por ser posibles
indicadores de trastornos psicopatológicos graves: trastornos generalizados del
desarrollo, trastornos del espectro autista o evolucionar hacia trastornos psicóticos.

Figura 3. El desarrollo hasta los veinticuatro meses. Fuente: Guía de intervención clínica infantil
(Universidad Autónoma de Madrid, 2015).

3.2. La primera infancia, el desarrollo entre los dos y los cinco años

Entre los dos y los tres años, el periodo evolutivo está caracterizado por el deseo de
autonomía del niño, quien vive cada nuevo logro en la ejecución de una actividad de
forma independiente como un gran triunfo. La actitud que adoptan los padres ante
estas adquisiciones marcará su curiosidad y creatividad, cuando lo apoyan y refuerzan,
o la obediencia pasiva, cuando lo critican en exceso.

En efecto, este periodo se caracteriza por la adquisición de normas, derivada de la


mayor capacidad del niño y de su deseo de conocimiento; aumenta su capacidad para
ponerse en riesgo o dañar y los padres han de establecer las primeras prohibiciones,
guiando la conducta del niño mediante normas adecuadas a su edad. El niño adquiere
así una incipiente noción de lo que es correcto o incorrecto, bueno o malo, está bien
o mal, se puede hacer o no.

Sin embargo, la frustración que el retrasar o rechazar a su deseo provoca al niño


estimula la aparición de las rabietas, la oposición y el negativismo: el niño niega toda
petición que se le haga, aunque la realice.

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Será hacia los cinco años cuando el niño logre interiorizar el conflicto y las normas:
cuando la prohibición no provenga de los padres o sea externa, sino que responda a
una autoexigencia del niño, lo cual da lugar al conflicto interno en el niño (lo que
desea o quiere y lo que ha de hacer); es decir, se inicia el autocontrol, valorando la
responsabilidad y las consecuencias de sus actos, y la negociación, al tomar conciencia
de que sus deseos pueden no coincidir con los de los demás.

Entre los dos y los tres años aparece también el juego simbólico y la constancia objetal,
la capacidad de representar; bien sea la representación simbólica en el juego “como
sí”, bien sea la representación mental del objeto ausente y con ello entender que sus
figuras de referencia no desaparecen, aunque no estén presentes, y puede separarse
de ellas con menor ansiedad, divirtiéndose cuando juega solo o con otros niños de su
edad.

Será entre los cuatro y los cinco años cuando aflore lo que las teorías clásicas
denominan la triangulación, es decir, el niño supera el egocentrismo en sus relaciones
y reconoce que no es el centro de las mismas y entiende que otras personas pueden
relacionarse al margen de él. También que su bienestar y satisfacción no dependen de
otros, sino de él mismo. Esto será determinante en su socialización, pues marcará su
forma de relacionarse y su capacidad de autogestionarse, determinando su autoestima.

Otro hito importante en el desarrollo de su autonomía en el segundo o tercer año es


el control de esfínteres, que el niño conseguirá casi de forma espontánea cuando esté
neuropsicológicamente preparado. Este es un aspecto primordial por trabajar con los
padres, que en muchas ocasiones intentan adelantar esta adquisición controlando y
entrenando al niño, lo que le puede causar gran sufrimiento y complicaciones futuras.

Entre los cuatro y cinco años el niño interioriza la diferenciación sexual que en
ocasiones provoca conductas de rol estereotipadas y separación de los niños en cuanto
a su género, lo que da pie asimismo a las preguntas sobre sexualidad y conductas
masturbatorias.

Característicos también de esta etapa son los miedos, que están causados por la falta
de conocimiento del niño y la asunción de una explicación fantasiosa a la realidad que
lo rodea (que adquieren un carácter más fóbico entre los cuatro y cinco años) y los
trastornos de conducta e impulsividad.

Es importante que el profesional entienda que estas complicaciones son propias del
momento del desarrollo evolutivo del menor, y que no debe patologizarlas salvo que
la intensidad sea incapacitante o permanezcan más allá del periodo considerado
normativo. Del mismo modo, el psicólogo ha de estar atento a los posibles retrocesos
causados por pérdidas como muertes o separaciones, que deberían tener carácter
adaptativo y transitorio.

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Figura 4. El desarrollo entre los dos y los cinco años. Fuente: Guía de intervención clínica infantil
(Universidad Autónoma de Madrid, 2015).

3.3. La etapa de latencia, el desarrollo de los seis a los doce años

La clásicamente denominada etapa de latencia es un momento de socialización. El


niño se abre al mundo y cobran gran importancia los amigos en la configuración de la
identidad y la personalidad del niño. El niño ya puede reconocer al otro como una
persona con necesidades y preferencias, además de perfilar su forma de relacionarse.

La diferenciación de sus figuras paternas continúa, al mostrar sus propios gustos y


deseos, y atesorando su independencia e intimidad. La visión social, especialmente la
que los amigos tienen de él, es muy importante, por ello no cuentan todo lo que les
ocurre y temen sentir vergüenza.

Otro hito fundamental de esta etapa son los aprendizajes escolares, especialmente las
operaciones concretas: los conceptos espaciales, temporales y numéricos.

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Los trastornos adaptativos o transitorios más frecuentes en esta etapa se relacionan
principalmente con la escuela. Así los anteriores temores y conductas fóbicas ahora
son más sociales y están asociadas al temor de ser expuesto ante sus compañeros.
Pueden aparecer algunas dificultades en el aprendizaje académico y algunos rituales
obsesivos como canalización de su ansiedad. Como se expresaba, es importante que el
psicólogo entienda que estas complicaciones son propias del momento del desarrollo
evolutivo del menor, y no patologizarlas salvo que la intensidad sea incapacitante o
permanezcan más allá del periodo considerado normativo, como se indicó antes.

Figura 5. El desarrollo entre los seis y los doce años. Fuente: Guía de intervención clínica infantil
(Universidad Autónoma de Madrid, 2015).

3.4. La pubertad y adolescencia, el desarrollo de los doce a los dieciocho


años

La pubertad y la adolescencia es una época de grandes variaciones como consecuencia


de la fuerte presencia hormonal que provoca cambios físicos en la pubertad e incitando
cambios psicológicos que culminan en la adolescencia. Se desarrollan las
características sexuales primarias y secundarias, se define la orientación sexual y
aparece el deseo sexual más cercano al del adulto, marcado por las dudas y la
experimentación. Se ha de abordar la precaución en las relaciones sexuales ante el
embarazo no deseado o las enfermedades de transmisión sexual y la prevención de las
presiones y violencia sexual.

Se inicia un intenso periodo de necesidad de autonomía e independencia, el


adolescente necesita separarse emocionalmente y también físicamente de sus padres;
busca su espacio. Los amigos, las primeras relaciones sentimentales y sexuales
adquieren un lugar primordial. Sus preferencias se modifican, él cambia y a menudo a
la familia le cuesta reconocerlo. También a él mismo le cuesta reconocerse. Se
produce una importante crisis de identidad que, junto con la intensa necesidad de los
amigos, pero a la no satisfacción completa de sus relaciones y las primeras rupturas
sentimentales, le genera un intenso malestar. La afectividad del adolescente es
altamente variable con frecuentes, rápidos e incongruentes cambios de humor. Se ha
de estar alerta ante la depresión, la ideación suicida o la descompensación psicótica,
al igual que ante los trastornos de la alimentación.

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Se rebela contra el mundo, representado por las figuras de autoridad, padres y
profesores. Aparecen los ideales y las conductas extremas, lo que puede llevarlo a
asumir importantes riesgos. Es importante estar atentos al consumo de drogas, la
violencia, las conductas desviadas o el abandono del hogar.

Como consecuencia de esta intensa actividad psíquica y del intenso conflicto interior,
a menudo la conducta del adolescente es caótica y conflictiva. A los padres les puede
costar manejar esta situación e intensificarse el conflicto familiar, convirtiendo las
normas en un castigo e intento de control que chocan contra el deseo de autonomía
del adolescente, en lugar de ofrecer un límite de seguridad al adolescente.

En el desarrollo cognitivo destaca el desarrollo de las operaciones formales y el


pensamiento abstracto. Es decir, el adolescente ya puede pensar por sí mismo y en sí
mismo, hipotetizar sobre él y sobre el mundo, y extraer sus propias conclusiones e
ideas.

Los trastornos adaptativos transitorios más frecuentes están relacionados con las
somatizaciones asociadas al sueño, la alimentación y el cansancio, y las variaciones
del humor.

Figura 6. El desarrollo entre los seis y los doce años. Fuente: Guía de intervención clínica infantil
(Universidad Autónoma de Madrid, 2015).

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Resumen
El desarrollo evolutivo es el proceso a través del cual el niño o el adolescente adquieren
paulatinamente habilidades, capacidades, conocimientos, autonomía e identidad, que
lo formarán y capacitarán como persona adulta. Se configura en una serie de etapas
con sus propias características e hitos en este camino de la total dependencia de la
figura materna del recién nacido hasta la completa autonomía e independencia física
y psicológica del final de la adolescencia. La correcta superación de los conflictos
propios de cada etapa, gracias a un acompañamiento adecuado de la familia,
determinará la personalidad sana de ese futuro adulto.

Sin embargo, los trastornos adaptativos transitorios son frecuentes y en ocasiones


incluso necesarios, por ello el psicólogo ha de diferenciar profusamente entre las
variaciones normales y los signos de alarma de posibles o futuros trastornos, teniendo
en cuenta la edad cronológica del menor, cómo se va configurando el niño o el
adolescente psicológicamente y cuál es el vínculo con sus familiares.

Los principales hitos evolutivos y motivos de consulta son:

 Hasta los veinticuatro meses: los problemas en la alimentación y el sueño.

 Entre los dos y los cinco años: el juego simbólico, el control de esfínteres, la
adquisición e interiorización de las normas, las rabietas y el control de impulsos
o autocontrol y el aprendizaje de normas sociales.

 Entre los seis y los doce años: la socialización y el aprendizaje escolar.

 En la pubertad y adolescencia: la precaución en las relaciones sexuales, la


depresión, la ideación suicida o la descompensación psicótica, los trastornos de
la alimentación y el consumo de drogas, la violencia, las conductas desviadas o
el abandono del hogar.

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