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ESTUDIO BIBLICO TIQUICO 2022

Semana del 12 al 18 de septiembre de 2022


“Todos, Judíos Y Gentiles, Reciben La Justicia De Dios Por La Fe”

Lectura Bíblica: Romanos 4:9 al 12. ¿Es, pues, esta bienaventuranza solamente para los de la circuncisión, o también
para los de la incircuncisión? Porque decimos que a Abraham le fue contada la fe por justicia. ¿Cómo, pues, le fue contada?
¿Estando en la circuncisión, o en la incircuncisión? No en la circuncisión, sino en la incircuncisión. Y recibió la circuncisión
como señal, como sello de la justicia de la fe que tuvo estando aún incircunciso; para que fuese padre de todos los creyentes
no circuncidados, a fin de que también a ellos la fe les sea contada por justicia; y padre de la circuncisión, para los que no
solamente son de la circuncisión, sino que también siguen las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abraham antes de
ser circuncidado.

Nota del expositor: “Abraham fue considerado justo delante de Dios por su fe, ya pablo, al hablar como
judío que era, no le basta la circuncisión para ser justificado, sino, que también necesita la fe como todos
los demás”
Comentario: La circuncisión es la extirpación quirúrgica del prepucio de un hombre. La palabra circuncidar significa
literalmente "cortar alrededor". Como un rito religioso, la circuncisión era necesaria para todos los descendientes de
Abraham como una señal del pacto que Dios hizo con él (Génesis 17:9-14; Hechos 7:8). La ley mosaica repitió la exigencia
(Levítico 12:2-3), y los judíos a lo largo de los siglos, han seguido la práctica de la circuncisión (Josué 5:2-3; Lucas 1:59;
Hechos 16:3; Filipenses 3:5). Hay diferentes asuntos relacionados en el tema de si los hombres hoy en día deben o no ser
circuncidados. Un tema es el de la enseñanza religiosa: ¿qué dice la biblia, la palabra de Dios? Otro asunto respecto a la
salud es, ¿se deben circuncidar a los hombres? Quizás el punto de vista cristiano de la circuncisión se describe mejor como
una combinación de los dos.
Respecto al primer tema, los cristianos del nuevo testamento ya no están bajo la ley del antiguo testamento y ya no se
requiere la circuncisión. Esto se pone de manifiesto en una serie de pasajes del nuevo testamento, entre los cuales se
encuentran Hechos 15; Gálatas 2:1-3; 5:1-11; 6:11-16; 1 Corintios 7:17-20; Colosenses 2:8-12; Filipenses 3:1-3. Como
estos pasajes proclaman, la liberación de nuestros pecados es el resultado de la fe en Cristo; es la obra consumada de
Cristo en la cruz la que salva, no la celebración de un rito externo. Incluso la ley reconoció que la circuncisión por sí sola
era insuficiente para agradar a Dios, quien estableció la necesidad de "circuncidar los corazones" (Deuteronomio 10:16; cf.
Romanos 2:29). En la salvación, las obras de la carne no sirven para nada (ver Gálatas 2:16).
En Hechos 16:3, Pablo tenía a Timoteo, un colaborador misionero y circuncidado. Timoteo era medio judío, y Pablo lo
circuncidó para que él no fuera un obstáculo mientras intentaban llegar a los judíos inconversos. Aunque Dios no exigió
que Timoteo fuera circuncidado, fue algo que él hizo voluntariamente en aras de alcanzar a los judíos. Sin embargo, como
lo dice Pablo claramente en Gálatas, la circuncisión no ayuda ni a la salvación ni a la santificación en Cristo. Por supuesto,
el incidente con Timoteo no se aplica directamente al día de hoy, porque los cristianos no necesitan ser circuncidados para
poder llegar a los incrédulos, ya sean judíos o gentiles. Una vez más, el principio de la circuncisión del corazón es importante.
También hay asuntos prácticos relacionados con la circuncisión. Algunos padres hacen que sus hijos varones sean
circuncidados para que sean como todos los demás hombres en su cultura. Algunos padres se preocupan de que su hijo
algún día pueda estar en un vestuario y se dé cuenta que es diferente de todos los demás. En algunas culturas, sin embargo,
los hombres no suelen ser circuncidados. También está el tema de la salud. Los médicos debaten de aquí para allá en
cuanto a si hay algún tipo de beneficios para la salud con la circuncisión. Los padres que tengan esas preocupaciones,
deben hablar con un médico respecto a ese asunto.

Comentario del contexto Bíblico: Ritos, reglas y ordenanzas: la forma equivocada en que el hombre busca la
justificación, 4:9-12
(4:9-12) introducción-religiosos: la mayoría de las personas es religiosa en el sentido de que observa algunas
ordenanzas, ritos y reglas religiosas. Esto es bueno y malo: bueno en el sentido de que los rituales hacen que la persona
piense en algún ser superior, y malo en el sentido de que se piensa que los ritos son el camino para que una persona sea
aceptada por Dios. Este pasaje es muy claro: el rito es un camino errado para que el hombre busque ser aceptado por Dios
y alcance la justificación.
1. ¿Quién recibe la bendición del perdón (v. 9)?
2. Abraham fue considerado justo cuando creyó (v. 9).
3. Abraham fue considerado justo antes de la circuncisión, esto es, antes del rito (v. 10).
4. Abraham recibió la circuncisión sólo como signo o señal (v. 11).
S. Abraham fue escogido por Dios con doble propósito (vv. 11-12).
[1]. (4:9) Evangelismo-evangelio-perdón-religión: ¿quién recibe la bendición del perdón? La palabra
«bienaventuranza» o «bendición» se refiere al hombre bienaventurado que acabamos de mencionar (Ro. 4:6-8). Es
bienaventurado el hombre que es justificado por la fe ...
• que es contado por justo sin las obras.

Estudio bíblico I.E.P. Autor hermano Roberto Saldías Roa; https://estudiobiblicotiquico.wordpress.com; WhatsApp +5676426950; correo electrónico rsaldiasroa@gmail.com 1
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• cuyos pecados han sido perdonados y cubiertos.


• cuyos pecados no se cuentan en su contra.
Este hombre es grandemente bienaventurado, bendito más allá de toda imaginación. Pero note una cuestión critica. La
bienaventuranza del perdón ¿está destinada ...
• solamente para los circuncidados solamente, o también para los incircuncisos?
• para el judío solamente, o para el no judío (gentil) también?
• para los religiosos solamente o también para los no religiosos?
• para los bautizados solamente o también para los no bautizados?
• para los salvados solamente, o también para los inconversos?
• para los miembros de la iglesia o también para los que no tienen iglesia?
• para los interesados solamente o también para los desinteresados?
¿Es la bienaventuranza del perdón -de ser Justificado por la fe solamente- para unas pocas personas o para toda la gente
en todo lugar? La experiencia de Abraham nos ilustra la verdad.
[2] (4:9) Considerado-Abraham: Abraham fue considerado justo cuando creyó. Su fe fue «contada» por justicia. La
palabra «contado» (elogisthe) significa acreditar, contar, depositar, poner a la cuenta de uno, imputar. La fe de Abraham
fue contada por justicia o fue acreditada como justicia.
Note que Abraham fue justificado o contado por justo por medio de la fe; no fue justificado ...
• por ser religioso.
• por hacer buenas obras.
• por realizar alguna buena acción.
• por ser bueno y virtuoso.
• por someterse a un ritual.
• por unirse a algún grupo de creyentes.
«Así Abraham creyó a Dios, y le fue contado por Justicia» (Gl. 3:6),
«Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia» (Ro. 4:3).
«Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor pan con los hombres, nos salvó, no por obras
de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la
renovación en el Espíritu Santo» (Tit. 3:4·5).
«Testificando Dios Juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo
según su voluntad» (He. 2:4).
[3]. (4:10) Ritual-justificación: Abraham fue considerado justo antes que practicara el rito, esto es, antes de la
circuncisión. Este es un punto crucial y se ve claramente. Abraham hizo su decisión de seguir a Dios catorce años antes de
ser circuncidado. La historia de Abraham en el momento de creer las promesas de Dios es un cuadro dramático (cp. Gn.
15:1 -6, especialmente vv. 5-6). Las Escrituras dicen claramente: «Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia» (Gn.
15:6). Pero la historia de la circuncisión está dos capítulos y catorce años más tarde (Gn. 17:9ss). Fue considerado justo
mucho antes de pasar por el rito. Su justicia -ser aceptado por Dios- no dependió de ritual alguno; dependía de la fe y
solamente de la fe. Dios no consideró justo a Abraham por la circuncisión, no debido ...
• a un ritual.
• una ceremonia.
• una ordenanza.
• una buena obra.
• una buena acción.
• una vida religiosa.
• una vida moral.
Dios aceptó a Abraham y lo consideró justo porque creyó a Dios y su promesa.
[4) (4: 11) Circuncisión-bautismo-rito-fe vs. obras: Abraham recibió la circuncisión como signo o símbolo
solamente. La circuncisión no era el camino para llegar a la presencia de Dios; no fue lo que hizo que Abraham fuese
aceptable ante los ojos de Dios. La circuncisión no le confirió la justicia; sólo confirmó que era justo. La circuncisión no le
trajo la justicia; sólo dio testimonio de que era justo.
Note que la circuncisión era al mismo tiempo un signo y un sello. (Véase nota, Circuncisión-Fil. 3:3 para más discusión.)
• una señal de celebración: era un cuadro del gozo que el creyente experimentaba al ser considerado justo por Dios.
• una señal de testimonio: el creyente testificaba que ahora creía en Dios y confiaba en Él.
• un signo de una vida transformada y apartada: el creyente estaba proclamando que iba a vivir para Dios, que iba a
vivir una vida justa y pura que fuera enteramente separada para Dios.
• un signo de identificación: el creyente estaba declarando que ahora se estaba uniendo al pueblo de Dios para ser uno
con ellos.
• una señal que apuntaba hacia el bautismo cristiano.
La circuncisión era un sello por el hecho de haber estampado la justificación de Dios sobre la mente de Abraham. Abraham
había creído a Dios, y Dios había contado su fe como justicia. La circuncisión fue estampada como un sello sobre su cuerpo
para recordarle que Dios lo había contado por justo por medio de la fe. La circuncisión era un sello en el sentido que ...

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• confirmó
• fortaleció
• autenticó
• sustanció
• validó
• aseguró
• verificó
...lo que Dios había hecho por Abraham. Ahora bien, note lo siguiente. La Biblia nunca habla de que los ritos, las
ceremonias o las ordenanzas otorguen algún beneficio a alguien. Sencillamente son señales de algo que ya ha ocurrido.
Son simplemente sombras y no sustancia (Col. 2: 16-17).
Con esto no estamos restando importancia a los ritos y ceremonias. Son altamente importantes, porque son signos y
sellos de la fe del creyente cristiano. Descuidar o rechazar el rito dado por Dios es ser desobediente, y ser desobediente es
una clara señal de que uno nunca fue sincero desde el principio. La persona que cree, que confía verdaderamente en Dios,
está dispuesto a obedecer a Dios, a seguirle aun en los ritos, ceremonias y ordenanzas de la iglesia. Debemos recordar
siempre que Abraham no fue salvado por el rito de la circuncisión, porque la circuncisión aún no había sido dada por Dios
como señal.
• Pero Abraham fue inmediatamente circuncidado después que Dios estableció la circuncisión como «sello de la justicia
que es por la fe».
Dicho en forma muy sencilla, si la circuncisión hubiera existido cuando Abraham creyó a Dios al principio, entonces
Abraham hubiera sido circuncidado inmediatamente. Habría obedecido a Dios. ¿Cómo sabemos esto? Porque Abraham
verdaderamente creyó en Dios, y cuando un hombre cree a Dios, inmediatamente comienza a hacer lo que Dios dice.
Pensamiento 1. La circuncisión y todos los demás ritos son cuestión del corazón y no consisten en ser purificados
espiritualmente por materias físicas y materiales.
«Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es
judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual no viene de
los hombres sino de Dios» (Ro. 2:28·29).
«En él también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al echar de vosotros el cuerpo pecaminoso
camal, en la circuncisión de Cristo» (Col. 2:11).
«Circuncidad, pues, el prepucio de vuestro corazón, y no endurezcáis más vuestra cerviz» (Dt. 10:16).
«Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu
corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas» (Dt. 30:6).
Pensamiento 2. Este es un poderoso mensaje sobre el bautismo de creyentes neotestamentarios. El verdadero creyente
debe ser bautizado de inmediato. El bautismo debe
ser el primer paso de obediencia en la nueva vida en Cristo del creyente. (Véanse nota, Bautismo-Le. 3:21; Estudio a fondo
1-Hch. 2:38 para ampliar la discusión.)
«Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó» (Mt. 3:15).
«El que creyere y fuere bautizado, será salvo; más el que no creyere, será condenado» (Mr. 16:16).
«Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados;
y recibiréis el don del Espíritu Santo» (Hch. 2:38).
«Sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que
le levantó de los muertos» (Col. 2:12).
[5] (4:11-12) Abraham-ritual-salvación-fe vs. obras: Abraham fue escogido por Dios para un propósito doble.
Antes de considerar los propósitos, note que se dice que Abraham tiene una relación única con el mundo. Se le ve no como
un simple individuo particular, sino como un hombre público, representante de la especie humana, figura central de la
historia humana. Se le ve como «padre» de todo aquel que cree a Dios, como la cabeza de la familia de la fe. Dios eligió a
Abraham con dos propósitos específicos.
[1]. Abraham fue elegido para que fuera el «padre» de todos los creyentes sin consideración de ritos u ordenanzas.
Abraham fue elegido por Dios para ser el padre de la fe para todos -todos los impíos y paganos del mundo- los que se
arrepienten y creen que Jesucristo es su Señor y Salvador. No importa cuán incircunciso, no bautizado, irreligioso, inmoral
e inmundo sea un hombre, tiene un padre en la fe, un padre a quien seguir. Abraham es ...
• el patrón. • el padre. •la norma. • el ejemplo. • el cuadro.
... el padre de todos los perdidos del mundo. Una persona ...
• no tiene que empezar a ir a la iglesia para que Dios pueda salvarla.
• no tiene que hacerse religioso para que Dios pueda aceptarle.
• No tiene que ser bautizado o ritualizado antes que Dios le perdone sus pecados.
Lo que tiene que hacer es creer a Dios y creer las promesas de Dios. Cuando se inclina humildemente por la fe y cree,
ocurren dos cosas:
• inmediatamente Dios cuenta su fe como justicia.
• inmediatamente se bautiza y empieza a guardar los mandamientos, ritos y ordenanzas de Dios.

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«Respondiendo Jesús, les dijo: Los que estén sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a
llamar a justos, sino pecadores al arrepentimiento» (Le. 5:31-32).
«Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Le. 19:10).
«Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia,
mediante la redención que es en Cristo Jesús» (Ro. 3:23-24).
[2]. Abraham fue elegido para que fuera «padre» de los circuncidados, de los religiosos que «siguen las pisadas de la fe
de Abraham.» Note que no es ...
• ser circuncidado • haber pasado un rito • ser bautizado • ser religioso • tener una moral • ser bueno y virtuoso
...lo que justifica al religioso. Es el seguir las pisadas de la fe de Abraham lo que hace que Dios acepte a la persona religiosa.
Los religiosos no pueden ganar, merecer, ni abrir por medio de sus obras un camino hacia la presencia de Dios y hacia
la justicia divina. Solamente puede confiar en Dios por la justicia de Jesucristo (véanse nota y Estudio a fondo 2-Ro. 3:24;
Estudio a fondo 2-3:25; 4:22; 5:1 para ampliar la discusión).
«Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios,
y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declarar': Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad»
(Mt. 7:22-23).
«Ya que por las obras de la ley ningún ser humano está justificado delante de él; porque por medio de la ley es el
conocimiento del pecado» (Ro. 3:20).
«Porque yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia. Porque Ignorando la justicia de
Dios, procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios; porque el fin de la ley es Cristo, para
justicia a todo aquel que cree» (Ro. 10:2-4).
«Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación» (Ro. 10:10).
«Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos
creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley
nadie será justificado» (Gá. 2:16).
«Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que
nadie se gloríe» (Ef. 2:8-9).

1er Titulo: En la incircuncisión, a Abraham, su fe le fue contada por justicia. Versículos 9 y 10. ¿Es, pues, esta
bienaventuranza solamente para los de la circuncisión, o también para los de la incircuncisión? Porque decimos que a
Abraham le fue contada la fe por justicia. ¿Cómo, pues, le fue contada? ¿Estando en la circuncisión, o en la incircuncisión?
No en la circuncisión, sino en la incircuncisión. (Léase: Job 27: 6. Mi justicia tengo asida, y no la cederé; No me reprochará
mi corazón en todos mis días. ▬ 1ª a los Corintios 6:11. Y esto erais algunos; más ya habéis sido lavados, ya habéis
sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios.).

Comentario de 1ª a los Corintio 6. 11. Y esto erais algunos de vosotros. Pero fuisteis lavados, fuisteis
santificados, fuisteis justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios.
Notemos los siguientes puntos:
▬ a. Inmundos. «Y esto erais algunos de vosotros». Jesús dijo que vino a llamar a los pecadores, no a los justos, al
arrepentimiento (Mr. 2:17; Lc. 5:32; 1 Ti. 1:15). Los publicanos y prostitutas eran los pecadores del tiempo de Jesús; eran
los parias de la sociedad. Jesús los llama al arrepentimiento y después come y bebe con ellos en sus propias casas (Mt.
11:19).
Cuando Pablo visitó Corinto por primera vez, llevó el evangelio de salvación a algunos que habían vivido en pecados
sexuales y morales. En esta epístola, Pablo no habla de pecados en general, sino que afirma que sólo algunos corintios
vivieron una vida degenerada: «Y esto [=degenerados] erais algunos de vosotros». Estaban inmundos por su forma de
vida pecaminosa, pero por la predicación del evangelio recibieron el don de la salvación, y ahora están limpios.
▬ b. Limpios. «Pero fuisteis lavados, fuisteis santificados, fuisteis justificados». En el griego, Pablo usa una conjunción
adversativa intensiva delante de cada uno de los tres verbos. De esta forma comunica que se ha producido un tremendo
cambio espiritual. Contrasta la pecaminosa vida pasada de los corintios con la nueva vida que ahora tienen en Cristo. No
sólo eso, sino que cada verbo de este versículo está en la segunda persona plural. Pablo desea ser claramente personal en
lo que dice.
«Pero fuisteis lavados». La limpieza es total y completa. Cuando Dios perdona a un pecador arrepentido, borra
completamente todo su prontuario de culpa. El verbo: lavados, al igual que los otros dos (santificados y justificados), está
en la voz pasiva. El verbo griego que aquí tradujimos lavados sólo aparece dos veces en el Nuevo Testamento, la otra
ocasión está en Hechos 22:16. Aunque el lavamiento de los pecados se conecta con el bautismo, aquí Pablo se abstiene de
usar el verbo bautizar, porque desea hacer hincapié en los efectos del bautismo. Hechos cuenta la experiencia de conversión
que Pablo tuvo, cuando Ananías le dijo que se bautizara y lavara sus pecados (Hch. 9:17, 18). Pablo subraya la acción por
la que uno es limpiado del pecado y da la impresión de que deberíamos entender este acto figuradamente. Así como Pablo
experimentó el lavamiento del pecado de haber perseguido a la iglesia de Cristo, así los corintios fueron lavados de los
pecados de su vida anterior.

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«Fuisteis santificados». Al principio de la carta, Pablo les dijo a los corintios que eran santos en Cristo Jesús (1:2). Ahora
les recuerda que han sido santificados. El Nuevo Testamento enseña que todo el que cree en Jesús está santificado en él
(Jn. 17:19; Hch. 20:32; 26:18). La santificación significa que el creyente ha entrado en comunión con Dios (véase 1:9).
«Fuisteis justificados». Hace algunos siglos, los teólogos protestantes discutían si la santificación precedía a la
justificación, pues en otro texto de esta epístola Pablo coloca la justificación antes de la santidad (1:30). La justificación es
un acto declarativo de Dios por el cual declara justo al creyente en Cristo. Este acto se coordina con el otro acto de Dios
por el cual santifica al creyente. Los tres verbos de este texto (lavados, santificados, justificados) están gramaticalmente
relacionados. En el griego están en aoristo, lo cual describe una sola acción instantánea. Pablo afirma que en cierto momento
Dios declaró a los corintios santos y justos. En este contexto no se detiene a explicar la distinción entre santificación y
justificación, sino que escribe un discurso en contra de la injusticia.
▬ c. Gracia. «En el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios». La última parte de este versículo revela
un trinitarios implícito, pues Pablo menciona a Jesucristo, al Espíritu y a Dios. Con todo, no debemos presionar mucho esta
observación porque en este texto Pablo no usa en forma explícita la fórmula bautismal trinitaria de la gran comisión (Mt.
28:19).33 No obstante, hay que reconocer que la frase en nombre de aparecer a veces en relación con el bautismo (p. ej.,
Hch. 2:38; 8:16; 19:5).
La última parte del versículo debe conectarse con cada uno de los verbos precedentes (lavados, santificados, justificados).
La preposición en ocurre dos veces, se aplica a los tres verbos y debe entenderse en el sentido de «en relación a».
Consideremos ahora cómo estos tres verbos se relacionan con el Señor Jesucristo y el Espíritu de Dios.
Primero, el lavamiento de los pecados es resultado del bautismo. Los creyentes son bautizados en el nombre de Jesucristo
y en el poder del Espíritu (p. ej., Mt. 3:11; Jn. 1:33; Hch. 10:48). Pablo usa el nombre completo de «Señor Jesucristo»,
pero para referirse al Espíritu no usa la frase «Espíritu Santo», sino que escribe «Espíritu de Dios», lo que es más común
en Pablo, especialmente en esta epístola (2:11, 12, 14; 3:16; 7:40; 13:3).
Segundo, la santificación de los creyentes se basa en la obra redentora del Señor Jesucristo y se sostiene por el poder
del Espíritu Santo. De la misma forma, la justificación tiene su fundamento en la obra expiatoria de Jesús y se convierte en
una realidad para el creyente a través del testimonio poderoso del Espíritu.
Finalmente, sólo en este versículo se conecta la justificación del creyente con el poder del Espíritu. Y aunque en el himno
cristiano primitivo de 1 Timoteo 3:16 Cristo aparece como vindicado en el Espíritu, jamás encontramos otro texto de la
Escritura que involucre al Espíritu en la justificación del creyente. Sabemos que el Espíritu Santo toma parte en la
santificación del creyente, pero la justificación es un acto de Dios basado en la justicia de Cristo. Sólo en este texto se
vincula al Espíritu con la justificación del creyente.
Consideraciones prácticas en 6:11
En su gracia Dios ofrece perdonar a los pecadores que se arrepienten. Es un perdón arrollador y tremendamente
gratificante. Cuando la pecadora entró a la casa de Simón el fariseo, Jesús le dijo: «tus pecados quedan perdonados … Tu
fe te ha salvado … vete en paz» (Lc. 7:48, 50). A la mujer adúltera le dijo: «vete, y no vuelvas a pecar» (Jn. 8:11). A uno
de los criminales crucificado junto a él, le dijo: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc. 23:43). A Pablo,
el perseguidor de la iglesia primitiva, lo llamó «instrumento escogido» (Hch. 9:15).
El Antiguo Testamento registra el asombroso relato en el que Dios extiende su gracia a Manasés, rey de Judá. Manasés
era hijo de Ezequías, quien amaba al Señor y le servía con fidelidad. Con todo, Manasés hizo lo malo delante de Dios. Adoró
a los baales, edificó altares para las estrellas del cielo en los atrios del templo, sacrificó a su hijo, practicó la hechicería y la
adivinación, colocó una imagen labrada en el templo de Dios, descarrió al pueblo y derramó sangre inocente (2 R. 21:1–
9,16; 2 Cr. 33:1–9). Sin embargo, estando en el cautiverio, el rey se arrepintió. Dios no sólo lo perdonó, sino que lo restauró
como rey de Judá (2 Cr. 33:12, 13).
Cuando uno lee este relato, queda asombrado de la gracia perdonadora de Dios. Tratamos de sondear las profundidades
del amor y del perdón de Dios, y nos preguntamos si Dios perdonará cualquier y todo pecado cometido en contra de él.
¿Perdonará Dios los pecados, que como dice Pablo, nos excluyen del reino de Dios? La respuesta es afirmativa para todo
pecador que arrepentido confiese su pecado y clame por misericordia.
Jesús nos lo asegura, con sólo una excepción:
«A todos se les podrá perdonar todo pecado y toda blasfemia, pero la blasfemia contra el Espíritu no se le perdonará a
nadie. A cualquiera que pronuncie alguna palabra contra el Hijo del hombre se le perdonará, pero el que hable contra el
Espíritu Santo no tendrá perdón ni en este mundo ni en el venidero» (Mt. 12:31, 32).

2° Titulo: La circuncisión de los hebreos como señal en la carne y sello de la justicia de la fe. Versículo 11. Y
recibió la circuncisión como señal, como sello de la justicia de la fe que tuvo estando aún incircunciso; para que fuese padre
de todos los creyentes no circuncidados, a fin de que también a ellos la fe les sea contada por justicia. (Léase: Genesis
17:1. Era Abram de edad de noventa y nueve años, cuando le apareció Jehová y le dijo: Yo soy el Dios Todopoderoso;
anda delante de mí y sé perfecto. y 10. Este es mi pacto, que guardaréis entre mí y vosotros y tu descendencia después
de ti: Será circuncidado todo varón de entre vosotros; ▬ Romanos 2:26 al 28. Si, pues, el incircunciso guardare las
ordenanzas de la ley, ¿no será tenida su incircuncisión como circuncisión? Y el que físicamente es incircunciso, pero guarda
perfectamente la ley, te condenará a ti, que con la letra de la ley y con la circuncisión eres transgresor de la ley. Pues no
es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne;).

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[1]. (Génesis 17:1) Revelación: ¿Cómo podemos motivar nuestra fe, tener una experiencia nueva y estimulante con
Dios? El paso número uno es recibir una nueva revelación de Dios, de que Dios es el Dios Todopoderoso (El Shaddai). Esto
era exactamente lo que necesitaba Abram, ver a Dios como el Dios Todopoderoso, como El Shaddai. Dios estaba a punto
de decirle a Abram que él y Sarai iban a tener un hijo a pesar de su avanzada edad. Ellos estaban bien pasados de la edad
de la maternidad: Abram tenía noventa y nueve años y Sarai ochenta y nueve. Físicamente era imposible que ellos
concibieran un hijo. Por eso lo que Abram necesitaba era ver a Dios como El Shaddai, el Dios Todopoderoso, el Dios que
poseía todo el poder y la fuerza, el Dios que podía hacer cualquier cosa. El Dios Todopoderoso podía avivar los cuerpos de
Abram y Sarai y volverlos fértiles y hacer que les naciera un hijo. A Abram le era necesario creer en esta promesa; a él le
era necesario creer en lo imposible. Por ende, Dios se reveló a sí mismo como el Dios Todopoderoso, el Dios de todo el
poder, el Dios que podía cumplir su promesa y que podía suplir las necesidades de Abram y de su querida esposa. (Vea
Estudio a fondo 1, Dios Todopoderoso, Gn. 17:1 para un mayor análisis.)
Pensamiento 1. Dios es el Dios Todopoderoso; Él posee toda la fuerza y el poder. Él puede lograr todas las cosas; de
hecho, no hay nada que Dios no pueda lograr.
Por eso cuando nos enfrentamos a situaciones difíciles e imposibles, debemos buscar de Dios, debemos buscar el poder
y las promesas de Dios Debemos buscar una nueva revelación de Dios, ver a Dios como el Dios Todopoderoso, como el
Dios que puede lograr todas las cosas.
“Y mirándolos Jesús, les dijo: Para los hombres esto es imposible; más para Dios todo es posible” (Mt. 19:26).
“Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mt. 28:18).
“porque nada hay imposible para Dios” (Lc. 1:37).
“Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos,
según el poder que actúa en nosotros” (Ef. 3:20).
“por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por
ellos” (He. 7:25).
“Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría” (Jud.
24).
“Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía:
¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reinal!” (Ap. 19:6).
“Yo conozco que todo lo puedes, y que no hay pensamiento que se esconda de ti” (Job 42:2).
“Nuestro Dios está en los cielos; todo lo que quiso ha hecho” (Sal. 115:3).

ESTUDIO A FONDO 1
(17:1) Dios Todopoderoso (El Shaddai): El hebreo quiere decir Dios todopoderoso o todopoderoso Dios. Este nombre
de Dios se usa cuarenta y ocho veces en Antiguo, y treinta u una vez en libro de Job solamente, y diecisiete veces en el
resto del Antiguo Testamento. El nombre del todopoderoso (Shaddai) enfatiza tanto el poder de Dios como la suficiencia
de Dios. El dios Todopoderoso tiene el poder para suplir las necesidades de su pueblo, no importa cuan grande puedan ser
las necesidades, y el Dios todopoderoso es suficiente para suplir las necesidades de su pueblo. El es suficiente tanto en
poder como en posiciones. El cuenta con bastante suficiencia, bastante poder, y bastantes bendiciones como para ocuparse
de su pueblo y de su creación.
Debe tenerse en cuenta que el equivalente hebreo “Shaddai” en ocasiones se remonta a una raíz hebrea que significa
pecho, pero más divino en el significado de montaña.
Se han sugerido otros significados para Shaddai, pero como mucho la evidencia más fuerte es que El Shaddai significa
Dios Todopoderoso o todopoderoso Dios. En las palabras del gran erudito luterano H. C. Leupold:
“Parecería que este nombre Shaddai, proviene de la raíz shadad, que puede significar: “lidiar violentamente”, pero con
relación a Dios significaría demostrar poder”. Esta derivación es atan natural y el sentido es tan satisfactorio que no se
deberían haber hecho los esfuerzos por atribuirle significados inferiores e inmerecidos a este nombre divino”
=>El Shaddai, Dios Todopoderoso, tiene el poder para cumplir sus promesas y pactos (Gn. 17:1; 28:3; 35:11; 48.3.).
=>El Shaddai, Dios Todopoderoso, (tiene el poder para dar misericordia, (Gn. 43:14).
=>El Shaddai, Dios Todopoderoso, tiene el poder para bendecir, para dar todas las bendiciones necesitadas en la vida,
incluso la garantía de las bendiciones del cielo (Gn. 49:25).
=>El Shaddai, Dios Todopoderoso, tiene el poder para revelarse a sí mismo a los hombres (Nm. 24:4, 16).
=>El Shaddai, Dios Todopoderoso, tiene el poder para disciplinar (Rt. 1:20; Job 5:17; 6:4; cp. Jn. I5:2; He. 12:10).
=>El Shaddai, Dios Todopoderoso, no se puede comprender, no perfectamente (Job 11:7).
=>El hombre debería regresar al Todopoderoso (Job 22:23).
=>Los creyentes deben permanecer y vivir bajo la sombra del Todopoderoso (Sal. 91:1).
=>El Shaddai, Dios Todopoderoso, exige que llevemos una vida de separación del mundo (2 Co. 6:17-18).
=>El Shaddai, Dios Todopoderoso, es el Dios vivo y verdadero, el Señor Soberano del universo (Ap. 1:8).
=>El Shaddai, Dios Todopoderoso, es santo (Ap. 4:8).
=>El Shaddai, Dios Todopoderoso, gobernará y reinará sobre la tierra el tiempo del fin (Ap. 11:17.)
=>Los perversos padecerán el juicio y beberán de la ira del Todopoderoso (Job 21:20; Is. 13:6; Jl. 1:15; Ap. 16;14;19;15).

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[2]. (17:1-2) Andar, Espiritual - Creyente, Vida: ¿Cómo podemos motivar nuestra fe, tener una experiencia nueva
y estimulante con Dios? El paso número dos es hacer un nuevo compromiso de andar delante de Dios y de llevar una vida
perfecta o intachable La vida del creyente no es una vida estática, y displicente. Cuando Dios nos da una vida como una
nueva revelación -algún nuevo entendimiento o conocimiento- Él espera que actuemos, que pongamos en práctica el nuevo
conocimiento, y que así crezcamos. Esto le sucedió a Abram. Dios le dijo a Abram una nueva revelación de sí mismo como
el Dios Todopoderoso, Dios también le dijo a Abram que recomprometiera su vida y que lo hiciera con más diligencia que
antes. Abram haría dos compromisos.
[1]. Él debía andar delante de Dios: Esto significa vivir paso a paso en la presencia de Dios; vivir instante por instante en
comunión con Dios; vivir con una consciencia inquebrantable de Dios; estar siempre consciente de la presencia, poder, y
seguridad de Dios. Se hacen tres ilustraciones por medio de esta frase descriptiva.
=> Andar delante de Dios significa que vivimos delante de El con un espíritu de devoción, adoración, comunión y servicio.
=> Andar delante de Dios significa que no andamos detrás de El ni nos adelantamos a Él. Sino que andamos frente a Él,
conscientes de que Él nos puede ver y de que Él tiene el poder para protegernos y cuidarnos.
=> Andar delante de Dios significa que estamos conscientes de su poder para verlo y saberlo todo, conscientes de que El
nos juzgará por todo lo que hacemos.
“Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos
por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Ro. 6:4).
"Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne” (Gá. 5:16).
“Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios” (Ef. 5:15).
“Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él” (Col. 2:6).
“Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los
ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (He. 4:13).
“pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos
limpia de todo pecado” (1 Jn. 1:7).
“El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Jn. 2:6)
[2]. Él debía ser perfecto e intachable (tamim). Esto significa exactamente lo que dice el equivalente hebreo: ser firme,
completo, sin carencia ni fracaso de ningún tipo; quiere decir ser intachable, sin mancha. Las Escrituras no están enseñando
la perfección impecable, porque nadie lleva ni llevará una vida perfecta ni impecable, nadie excepto Jesucristo nuestro
Señor. Pero las Escrituras están enseñando la santidad, que Abram y todos los otros creyentes deben andar delante de
Dios con diligencia tratando de llevar vidas perfectas e intachables. Debemos...
• Llevar vidas santas delante de Él.
• Desarrollar un corazón que sea resuelto, puesto en Dios en primer lugar durante toda la vida.
• Llevar vidas que estén completamente dedicadas al Señor.
• Conformarnos a la imagen de Cristo.
• Agradar a Dios con todo nuestro corazón.

Pensamiento 1. Vivimos en una época de inmoralidad, anarquía, y violencia; y trágicamente nos


justificamos una y otra vez por nuestra vida disoluta. Nosotros hacemos lo que nos place, vivimos como queremos, y
tratamos de justificar nuestra conducta pecaminosa culpando a la sociedad, al medio, a las circunstancias, 0 la debilidad
de la naturaleza humana. Pero advierta las palabras de Arthur W. Pink al explicar el tipo de vida que debemos llevar delante
de Dios:
“[la palabra “perfecta”] es la misma palabra que se traduce cuarenta y cuatro veces “sin mancha”. Entonces, ¿Realmente
dijo Dios a Abram: 'Se' perfecto”? De cierto se lo dijo. ¿Y cómo podría decir algo menor que eso? ¿Cuál es la norma inferior
a esa de la perfección el Perfecto le puede trazar a sus criaturas? Lo que sucede con mucha frecuencia es que los hombres
menoscaban la Palabra para hacerla coincidir con sus propios conceptos. Al lo largo de las Escrituras, se nos impone la
norma de la perfección. La ley requería que Israel amara al Señor su Dios con todo su corazón. El Señor Jesús les dijo a
sus discípulos: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mt. 5:48). Y la
enseñanza de las Epístolas está toda resumida en esa Palabra: “también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo,
para que sigáis sus pisadas” (1 P. 2:21). ¿No es esa [las pisadas de Jesús] la norma de la perfección? Hermanos, esa es la
norma que se nos ha impuesto. Eso es por lo que nos debemos esforzar constantemente. No debemos conformarnos con
nada que no sea eso. Por el hecho de que tal es la norma que nadie en la carne la haya alcanzada, es que cada uno de
nosotros debe decir con el apóstol:
“No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui
también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando
ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo
llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:12-14).
“No obstante, aun así, la Palabra para nosotros hoy día es la misma que para el Abram de antaño: “Sé perfecto”. En caso
de que alguien murmure: “¡Una norma imposible!” Entonces recuerde que fue El Shaddai quien la impuso. ¿Quién se atreve
a hablar de imposibilidades' cuando el Todopoderoso es nuestro Dios? ¿No ha dicho Él “Bástate mi gracia”? Entonces, no
se le acuse de imponernos una norma inalcanzable: más bien acusémonos nosotros de no lograr apoyarnos en su brazo

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Todopoderoso, y confesar con vergüenza que la culpa es nuestra por no apropiarnos de su gracia suficiente. (Arthur W.
Pink.)
¿Por qué andamos delante de Dios y con diligencia tratamos de llevar vidas perfectas e intachables? Porque Dios nos ha
salvado y nos ha dado vida eterna. Él nos ha perdonado nuestros pecados y nos ha aceptado, y Él sigue perdonándonos
nuestros pecados cuando tropezamos y caemos, todo para la alabanza de su misericordia y gracia eterna.
“Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mt. 5:48).
“Por lo demás, hermanos, tened gozo, perfeccionaos, consolaos, sed de un mismo sentir, y vivid en paz; y el Dios de paz y
de amor estará con vosotros” (2 Co. 13:11).
“Así que, todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos; y si otra cosa sentís, esto también os lo revelará Dios” (Fil.
3:15).
“a quien anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduria, a fin de presentar
perfecto en Cristo Jesús a todo hombre” (Col. 1:28).
“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de
que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Ti. 3:16-17).
“Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección; no echando otra vez el
fundamento del arrepentimiento de obras muertas, de la fe en Dios” (He. 6:1).
“Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna” (Stg. 1:4).
[3]. Advierta el resultado de andar delante de Dios y de tratar de ser perfectos o intachables Dios dice que Él cumplirá
su pacto, sus promesas en la vida del creyente (v. 2). Dios hizo un pacto con Abram: Si Abram andaba delante de Dios
tratando diligentemente de ser perfecto o intachable, entonces Dios cumpliría sus promesas; Él enviaría la Simiente
prometida por medio de los descendientes de Abram. Dios nos da la misma garantía a todos nosotros: Dios cumplirá sus
promesas en la vida de cualquier persona que ande delante de Él y trate diligentemente de ser perfecto o intachable.
“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está
en los cielos” (Mt. 7:21).
“Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios” (Ro. 4:20-21).
“porque todas las promesas de Dios son en él Si, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios” (2 Co. 1:20).
“por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de
la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (2 P. 1:4).
“Y esta es la promesa que él nos hizo, la vida eterna” (1 Jn. 2:25).

Comentario de Romanos 2. 25–27. La circuncisión ciertamente es beneficiosa, pero sólo si pones la ley en
práctica. Pero si eres un transgresor de la ley, tu circuncisión se ha vuelto incircuncisión. Por eso, si el
incircunciso guarda los requisitos de la ley, ¿no será considerada su incircuncisión como circuncisión? En
efecto, el que es físicamente incircunciso, pero guarda la ley te condenará a ti, que, aunque estás provisto
del código escrito y de la circuncisión, eres transgresor de la ley.
Pablo ya ha demostrado que los judíos no pueden construir el castillo de su confianza sobre el hecho que ellos, y no los
gentiles, poseían la ley, en la que habían recibido instrucción. Ahora él pasa a comprobarles que ellos tampoco pueden
basar su sentido de seguridad en la circunstancia que ellos, y no los gentiles, han sido circuncidados. Pablo arguye que la
circuncisión no acompañada de la obediencia a la santa ley de Dios carece de valor. Lo mismo es cierto, por supuesto, del
agua del bautismo y del pan y vino de la santa comunión. Como signos y sellos estas cosas tienen valor, pero sólo cuando
están acompañadas por la obediencia. Una persona circuncidada que es transgresora de la ley es igual a una incircuncisa.
También lo inverso es cierto: el incircunciso que en cierto sentido (véase sobre 2:14) guarda la ley de Dios es, ante los
ojos de Dios, igual a una persona circuncidada.
Esto hace que Pablo se dirija a su oponente judío como sigue: “En efecto, el que es físicamente incircunciso, pero guarda
la ley te condenará a ti, que, aunque estás provisto del código escrito y de la circuncisión, eres transgresor de la ley”.
También aquí, como siempre, Pablo concuerda con Jesús. Véanse Mt. 12:41, 42; Lc. 11:31, 32.
Pablo aquí está haciendo un resumen. Lo que él dice es que ninguno de los fundamentos sobre los cuales los judíos con
frecuencia basaban su confianza—la posesión de la ley o el haber sido circuncidado—bastaban para la salvación. Él ya se
ha explayado con respecto al primer punto, habiendo demostrado que los judíos a quienes él tiene en mente no han
observado la ley (véanse versículos 13, 17–24). De hecho, nadie puede guardar la ley en todos sus detalles. Por naturaleza
no hay nadie que sea siquiera capaz de ser fiel a sus principios fundamentales.
Y ahora el apóstol demuestra que también el segundo fundamento de la confianza judía es inseguro: una circuncisión
que es simplemente externa no es en manera alguna mejor que el cumplimiento formal de la letra de la
ley. La letra mata; el Espíritu imparte vida (Ro. 7:6; 2 Co. 3:6).
¿No es claro, entonces, que lo que Pablo en realidad está haciendo es preparar al lector u oyente para la enérgica
afirmación o reafirmación de la tesis: “Aparte de la justicia libremente concedida por Dios, ¿nadie puede llegar jamás a la
condición de ser aceptado por Dios”? Véanse Ro. 1:17; 3:21–24; 5:1; etc.
A continuación, sigue una conclusión muy importante, un punto culminante:
[28, 29]. Porque no es un (verdadero) judío aquel que sólo lo es por fuera, ni es la (verdadera) circuncisión

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algo externo y físico. Sino que el (verdadero) judío es aquel que lo es internamente; y la (verdadera)
circuncisión es un asunto del corazón, por el Espíritu, no por el código escrito. La alabanza de una persona
tal no proviene del hombre sino de Dios.
Los oponentes que Pablo tenía entre los judíos edificaban su esperanza para la eternidad en el mero hecho de que eran
judíos y, por ende, según pensaban ellos, el pueblo escogido de Dios. Esto nos recuerda de los días de Juan el Bautista,
cuando esta gente, de manera similar, tenía su confianza puesta en la circunstancia paralela de que ellos eran “simiente de
Abraham” (Mt. 3:9; Jn. 8:33, 39).
Pablo, por otra parte, traza una rigurosa línea de distinción entre judío y judío: (a) la persona que es judía solamente en
lo externo; es decir, judío en razón de su descendencia física o biológica y nada más; (b) la persona que es judía no sólo
en lo externo sino también internamente; es decir, un judío en los ojos de Aquel ante quien los secretos de los corazones
y de las vidas de los hombres son un libro abierto (Sal. 139:1–6; Ro. 2:16; Heb. 4:13).
De igual modo, él subraya la distinción entre (a) la mera circuncisión física, la excisión del prepucio del varón, en
cumplimiento estricto del “código escrito”, la letra de la ley (cf. Gn. 17:10–13; Lv. 12:3); y (b) la circuncisión que tiene que
ver con el corazón: quitar (en principio) todo lo que hay de malo en ese corazón; la renovación del corazón (cf. Lv. 26:41;
Dt. 10:16; 30:6; Jer. 4:4; 9:26; Ez. 44:7), que es obra del Espíritu Santo (Ro. 7:6; 2 Co. 3:6, 18; Gá. 5:16–23).
Respecto al judío que lo es también internamente y cuyo corazón consecuentemente ha sido circuncidado por el Espíritu
Santo, Pablo dice: “La alabanza de una persona tal no proviene del hombre sino de Dios”. Este es un juego de palabras,
uno que se retrotrae hasta el libro de Génesis:
“[Lea] concibió otra vez, y dio a luz un hijo, y dijo: ‘Esta vez alabaré al Señor’. Por esto llamó su nombre Judá” (Gn. 29:35)
“Judá, te alabarán tus hermanos” (GN. 49:8)
La palabra JUDIO, derivada de JUDA, significa ALABADO.
Como bien se ve en las Escrituras, muchos de los judíos se alababan a sí mismos (Ro. 2:17–20) y estaban ansiosos de
recibir alabanza de parte de los hombres (Mt. 6:1–8, 16–18; 23:5–12). Por ello, no merecían ser llamados “judíos”, ya que,
según Ro. 2:29, un judío genuino es aquel cuya alabanza no proviene de los hombres sino de Dios.
En este punto de la explicación de Romanos algunos expositores se apresuran a indicar que cuando Pablo pone tal énfasis
en el hecho que el único verdadero judío es aquel que lo es internamente, él no puede querer decir que no hay ricas
bendiciones reservados para los judíos como pueblo, tanto para creyentes como para no creyentes. Para substanciar su
posición se refieren a Ro. 9:1–11:36. ¿No sería mejor esperar a sacar conclusiones de aquella remota sección hasta que
lleguemos a ella? En este momento todo lo que sabemos es que el apóstol afirma que “no es un (“verdadero) judío el que
sólo lo es por fuera … sino que el verdadero judío es aquel que lo es internamente
… cuya alabanza no proviene de los hombres, sin o de Dios”. Que Pablo también usa el término judío en un sentido más
general y físico es algo abundantemente claro. Él lo ha hecho en 1:16; 2:9, 10, 17, 28, y está a punto de volver a hacerlo
(3:1), y lo volverá a hacer una vez más en 10:12.

3er Titulo: Abraham, padre de la circuncisión en la carne y en el corazón. Versículo 12. y padre de la circuncisión,
para los que no solamente son de la circuncisión, sino que también siguen las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre
Abraham antes de ser circuncidado. (Léase: Gálatas 3: 6 al 9. Así Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia.
Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham. Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar
por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones. De
modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham; ▬ Gálatas 2:15 y 16. Nosotros, judíos de nacimiento, y
no pecadores de entre los gentiles, sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de
Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la
ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado).

Comentario de Gálatas 3: Fe: bendición; obras: maldición: La promesa a Abraham


Pablo procede ahora a probar que la justificación—y, por tanto, la salvación en toda su plenitud—sólo se obtiene por la
fe y no por confiar en las obras de la ley, para lo cual acude a la Escritura, y primero que todo a la historia de Abraham.
Por cierto, la presente sección empieza y termina con una referencia a Abraham (vv. 6–8, 14). Bien podemos creer que
Abraham jamás está ausente de la mente de Pablo a través de todo el capítulo (cf. vv. 15–18, 29). Pablo probablemente
escogió las referencias bíblicas sobre Abraham con el fin de mostrar
▬ a. que desde el mismo comienzo de la historia de Israel Dios había escogido a esta sola nación para que en y por medio
de su gran “simiente” no sólo recibiera una bendición, sino también llegara a ser una bendición para el mundo; y b. que el
medio ordenado para recibir la bendición fue, desde el mismo principio, la fe y no las obras, de tal manera que sería la fe
la que impartiría la bendición a los gentiles.
[6]. Por tanto, Pablo escribe: (Es) así como (está escrito): “Abraham creyó a Dios, y le fue contado por
justicia”. Probablemente otra razón por la que Pablo dedica tanta atención a Abraham está en que sus oponentes
constantemente estaban haciendo alarde de que eran descendientes de Abraham, como si esta circunstancia biológica les
proporcionara un rango más alto delante de Dios (Hch. 15:5; Gá. 2:3; 5:2, 3; 6:12, 13, 15; cf. Mt. 3:9; Lc. 3:8; Jn. 8:33,
39, 40, 53), y como si la justicia que Jehová “contara” a Abraham (Gn. 15:6) hubiera sido una deuda que Dios le debía por
sus obras (cf. Ro. 4:4).86 Por esto Pablo se refiere a este pasaje del Génesis y muestra que enseña lo contrario, y coloca

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el énfasis en la fe, no en las obras. “Abraham creyó a Dios”, esto es, creyó lo que Dios había hablado. Además, esta fe,
dice Pablo, no era asunto de mérito por parte de Abraham, sino que Dios la “contó” o “imputó” a él por justicia, lo cual está
en completa armonía con Gá. 3:1–5. Todavía más, si los oponentes imaginaban que podían apelar a la vida de Abraham
para apoyar su énfasis en la necesidad de la circuncisión como un medio de salvación (Gn. 17:23–27), que se les haga
hincapié en que la justificación del patriarca precedía a la circuncisión por muchos años (Gn. 15:6; 16:16; 17:24). A él se
le imputó la justicia, no después sino mucho antes de ser circuncidado (Ro. 4:9–12); de tal modo que como resultado de
esta justificación previa él llegó a ser el padre de todos los creyentes, de los no circuncisos, así como de los circuncisos.
Este es, en breve, el argumento de Pablo tal como aparece en Gá. 3:6–10 y se confirma por Ro. 4:1–12.
De hecho, la vida de Abraham es una ilustración de cómo son salvados los hombres de todas las edades. La vida de
Abraham se caracterizó por su confianza en Dios, venga lo que venga, y el resultado que producía, a saber, la obediencia
a la voluntad revelada de Dios. La confianza es el factor más básico que la obediencia. El obedeció el mandamiento de Dios
porque primero había confiado en él. La obra de obediencia probó que la confianza era genuina.
La fe de Abraham es puesta a prueba constantemente. Triunfó una y otra vez por la gracia de Dios. Cuando Dios se le
apareció en Ur de los caldeos (Hch. 7:3; cf. Gn. 11:28–32), se le dijo que dejara su tierra y su familia. Confiando
completamente en que Dios haría que todo saliera bien, obedeció. Cuando Jehová se le apareció por segunda vez, en Harán
de Mesopotamia (Gn. 12:1), la prueba es aún más dura: Abraham debe dejar la casa de su padre. Otra vez confió y obedeció
(Heb. 11:8). Es en este tiempo que recibió la promesa tan maravillosa de, “en ti serán benditas todas las familias de la
tierra”. Aquí podemos ver que el particularismo que Dios mostró al escoger a Abraham de entre todas las naciones, tenía
un propósito universal: la salvación de hombres de todas las naciones. Jehová le apareció otra vez en la tierra de Siquem,
en Canaán, esta vez con la promesa, “A tu simiente daré esta tierra” (Gn. 12:6, 7). Esta promesa constituía otra prueba
más a su fe, porque Sara era estéril (Gn. 11:30), y el cananeo estaba en aquella tierra y no estaba dispuesto a ceder su
tierra a extraños. Abraham creyó nuevamente, y construyó un altar a Jehová. Después de un infeliz incidente en Egipto
(Gn. 12:10–20), en el cual se deja ver el lado débil del carácter de este hombre, Jehová se le apareció en Betel. Esto ocurrió
cuando Abraham se había separado de Lot (Gn. 13:1–13). Al “amigo de Dios” (Stg. 2:23) se le prometió a. toda la tierra
que veía en toda dirección, y b. una simiente que sería como el polvo de la tierra (Gn. 13:14–18). Pero Abraham mismo no
vio el cumplimiento de esta promesa durante su vida. Vivió por fe (Heb. 11:18–23). Al volver de su victoria sobre
Quedorlaomer y sus asociados, vino la palabra de Jehová a Abraham en visión, diciendo, “No temas … yo soy tu escudo y
tu galardón será sobremanera grande”. Se le promete una descendencia que sería como las estrellas del cielo en multitud.
Y después de esto se registra el pasaje que Pablo cita aquí en Gá. 3:6 (cf. Ro. 4:3, 20, 22; Stg. 2:23): “Y creyó a Jehová,
y le fue contado por justicia”. Después de esto, a la edad de noventa y nueva años se le volvió a repetir la promesa a
Abraham (Gn. 17). Y se establece el pacto de gracia con él, como padre anticipado de una raza numerosa (17:7). Aun antes
del nacimiento del niño prometido, se le da el nombre (17:19). Un poco después se le da a conocer a Abraham y a Sara la
fecha en que nacería (18:10). Y aunque lleno de asombro, Abraham sigue asiéndose de la promesa divina. Nace Isaac
cuando Abraham tenía más de cien años (21:1, 2, 5).
La prueba más grande que sufrió la fe de Abraham fue cuando Dios le dijo, “Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien
tú amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré” (Gn. 22:2). Sin
embargo, Abraham sabía que Isaac era precisamente el hijo que algún día produciría por medio de su descendencia la
“simiente” (según la carne), ¡aquel en quien todas las naciones serían benditas! ¿Cómo podría Dios mandarlo que sacrificara
a Isaac? En virtud de la gracia divina el padre de todos los creyentes soportó hasta esta amarga prueba. Salió triunfante
por su fe en Dios, profundamente convencido que Dios era aún poderoso para resucitar a Isaac de los muertos (Heb.
11:19). Su fe fue premiada gloriosamente.
Santiago, en su epístola, relaciona Gn. 15:6 con este clímax de la fe de Abraham (Gn. 22). Tiene todo el derecho de
hacer esta aplicación, porque sea que Abraham profesara su fe en el encinar de Mamre, o en el tamarisco de Beerseba o
en una colina de Moriah, la maravillosa cadena que lo unía al Infinito siempre fue la misma, a saber, su confianza en Dios,
sí, la misma fe en las promesas, la misma esperanza en la ciudad de sólidos fundamentos, cuyo arquitecto y edificador es
Dios. Por el otro lado, Pablo deja el pasaje de Gn. 15:6 dentro de su propio contexto histórico, como es evidente por Ro.
4:3, 10. Este contexto histórico era muy importante para el argumento de Pablo tanto en Romanos como en Gálatas debido
a que, como ya hemos dicho, mostraba que a Abraham se le había contado su fe por justicia mucho antes de su circuncisión.
¡Por tanto, este contexto histórico también mostraba que la circuncisión no era un asunto tan importante como los
judaizantes querían que apareciese!
No obstante, hay dos preguntas que deben contestarse. La primera es esta: “¿No es la justificación o justicia forense un
asunto en el que al pecador se le imputa la justicia de Cristo? Pero si esto es así, ¿Cómo es que aquí en Gá? 3:6 (cf. Ro.
4:3, 20, 22) al igual que en Gn. 15:6 se dice que la fe de Abraham se le contó por justicia, y esto sin ninguna referencia a
Cristo? ¿No figuraba Cristo en la imputación de esta justicia? ¿O acaso ha de imponerse artificialmente sobre la historia
alguna referencia a él?” La respuesta es la siguiente: La Escritura misma nos muestra a Cristo en esta historia. El está allí
para todos aquellos que quieran verlo. Aún más, es Cristo mismo el que se revela en relación a la historia. Fue él quien dijo
a los judíos hostiles de sus días, “Abraham, vuestro padre se regocijó en gran manera porque iba a ver mi día, y lo vio y se
regocijó” (Jn. 8:56). Cuando se le hizo a Abraham la promesa tocante a un hijo, él creyó que a través del linaje de Isaac
llegaría “la bendita simiente”, a través de la cual Dios bendeciría a todas las naciones. De este modo, tal como se indica

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con toda claridad en Heb. 11:13, Abraham (y otros antes y después de él) “murieron en la fe, no habiendo recibido (el
cumplimiento de) la promesa, sino como habiéndola mirado de lejos”. Véase el C.N.T. sobre Jn. 8:56.
Sin embargo, no es necesario establecer hasta donde Abraham vio con claridad la venida del Redentor y el trabajo que
el Padre le encomendó. Es mucho más importante notar que Pablo mismo aquí en Gá. 3, une la promesa que se dio a
Abraham con Cristo y su obra de redención (vv. 13, 14, 16, 22, 29). Por lo tanto, también para Abraham la base verdadera
de su justificación—perdón de pecados, posición de justicia delante de Dios, adopción como hijo—fue el sacrificio voluntario
y vicario de Cristo. Para él también la fe fue la mano que se extiende para asirse de la promesa de Dios, sin importar lo
poco que pudiera haber entendido el significado de tal promesa. Gn. 15:6 y Gá. 3:6 deben entenderse en este sentido.
La segunda pregunta que también se ha presentado una y otra vez, es la siguiente: “¿Tiene algún derecho Pablo de
acudir a la fe de Abraham para defender su tesis de la fe contra las obras de la ley, siendo que, después de todo, la fe de
Abraham se menciona en un contexto totalmente diferente?” Una respuesta rápida, verdadera, y a veces la única posible,
sería que el Espíritu Santo inspiró tanto a Moisés como a Pablo, Génesis y Gálatas, y él por lo tanto tiene todo derecho de
aplicar sus propias palabras a situaciones distintas. Pero dando esto por sentado, ¿no sería correcto añadir que ambas
situaciones eran básicamente muy similares? Cuando se considera paso a paso la vida de Abraham hasta Moriah, ¿no llega
a ser evidente que (con pocas excepciones) él constantemente estaba rechazando la carne por el Espíritu, lo terreno en
favor de lo celestial, lo visible por lo invisible? ¿No hizo precisamente esto cuando confiando solamente en Dios, dejó su
patria y familia por una tierra desconocida; y otra vez cuando rechazó el bien regado llano del Jordán, dándole a Lot la
oportunidad de elegir primero; y otra vez cuando, en obediencia a Dios, suprimió su fuerte deseo natural por conservar la
vida de su amado y por largo tiempo esperado hijo, ¿para que pudiera así cumplir con el mandato de Dios? ¿No está por
demás claro que el deseo principal de Abraham era descansar para su salvación completamente en Dios y su voluntad, y
no en el brazo de “carne”? ¿Y no estaban los judaizantes del tiempo de Pablo confiando precisamente en el brazo de carne
cuando, movidos por consideraciones carnales? (Gá. 6:12), seguían demandando que los gentiles agregaran a su fe en
Cristo una confianza carnal en ordenanzas carnales? Tanto Abraham como Pablo manifestaron su fe, y estaban listos para
decir, en contraposición con todos aquellos que colocan su confianza en la carne (esto es, cualquier cosa aparte de Cristo),
“No miramos las cosas que se ven sino las que no se ven; porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se
ven son eternas” (2 Co. 4:18). Por todo esto, recurrir a Gn. 15:6 no sólo es correcto, sino también natural.
[7]. Pablo continúa, Sabed entonces que los que son de la fe, éstos son hijos de Abraham. Ser “de la fe” significa
estar controlado o caracterizado por la fe, tener la confianza en Dios como el principio que guía. Cuando esto puede
afirmarse de alguien, entonces éste es un hijo de Abraham; y si hijo, también heredero, verdadero partícipe de la promesa
espiritual hecha a Abraham. Nótese el énfasis en el hecho de que éstos, sólo éstos, pero también todos éstos, son
verdaderos hijos de Abraham.
Lo que Pablo escribía no era nada nuevo. Cristo también enfatizó lo mismo en su enseñanza, es decir, que no es la
descendencia física sino la semejanza espiritual la que hace de una persona hijo de Abraham. Son hijos de Abraham aquellos
que hacen las obras de Abraham (Lc. 19:9; Jn. 8:39, 40; cf. Mt. 8:11, 12). Y Juan el Bautista también enseñó en forma
similar (Mt. 3:9; Lc. 3:8). Y así como es cierto que un hijo de Dios debe ser como Dios (Ef. 5:1; 1 Jn. 2:29; 3:1, 8, 9), así
también no se puede negar que un hijo de Abraham debe ser como Abraham, debe imitar su conducta, y así llegar a ser
partícipe de su bendición. Por tanto, aunque si un hombre es un hebreo de hebreos, no es, en el sentido espiritual, un hijo
de Abraham a menos que sea un verdadero creyente. A la inversa, si es un verdadero creyente en el Señor Jesucristo, es
un hijo de Abraham, sea gentil o judío.
[8]. Continúa: Ahora bien, al prever la Escritura que era por la fe que Dios habría de justificar a los gentiles,
predicó de antemano el evangelio a Abraham, (diciendo): “En ti serán benditas todas las naciones”. En las
palabras, “al prever la Escritura … predicó de antemano el evangelio”, tenemos una fuerte identificación de Dios con su
Palabra: lo que la Escritura promete, Dios lo promete, porque es él que está hablando. Dado que el principal autor de la
Escritura es el Espíritu Santo, es inevitable concluir que Dios y su Palabra están íntimamente unidos. Lo que previó la
Escritura, debido a que estaba ordenado desde antes de la fundación del mundo (Ef. 1:4, 11), era que “por fe” y no “por
obras” Dios justificaría a los gentiles. Si los gálatas sólo hubieran entendido esto, no habrían permitido que los judaizantes
los desviaran. “Por fe” significa “recibiendo confiadamente” el regalo de Dios. De esta forma, y sólo de esta forma las
naciones del mundo recibirían el perdón de pecados, un estado de justicia delante de Dios y su santa ley y la adopción
como hijos; en una palabra: la justificación. Esta preciosa doctrina había sido anunciada a Abraham como “evangelio”. Le
fue predicado a él como las buenas nuevas de gran gozo para todo el mundo. Esta promesa, aunque siempre vigente,
había de realizarse a un nivel internacional con la venida de Cristo y la dispensación que introduciría esa venida. Registrada
en palabras ligeramente diferentes, pero siendo la misma en esencia, la promesa que se le dio a Abraham fue esta: “En ti
serán benditas todas las naciones” (Gn. 12:3; 18:18; 22:18). Pablo está pensando en la bendición de “la justificación por
la fe”, como lo indica el contexto. La justificación, a su vez, es básica para todas las otras bendiciones de la salvación plena
y libre. Pero, aunque el cumplimiento de esta promesa era, en escala mundial, un asunto del futuro, se entiende que la
frase “en ti”, ha de entenderse tal como Abraham mismo la entendió, es decir, “en el Mesías”, “en la simiente de la mujer”
(Gn. 3:15), la simiente de Abraham (véase sobre el v. 16).
[9]. Ahora se llega a una significante conclusión lógica. Las promesas fueron: a. Los que son de la fe, éstos solos, pero
también todos ellos sin excepción, son hijos de Abraham (v. 7); y b. “en Abraham”, esto es, “en su simiente”, serán benditas
todas las naciones, puesto que se predijo que sería por la fe que Dios justificaría a los gentiles (v. 8). Conclusión: Por

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tanto, aquellos que son de la fe son bendecidos con Abraham, el hombre de fe. Esta conclusión está justificada,
porque los que son “de la fe” son aquellos que ejercen fe. Como tales son hijos de Abraham; por tanto, son bendecidos
con él, el hombre de fe, quien “creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes” (Ro. 4:18).
Este pasaje (Gá. 3:6–9; cf. vv. 14, 26–29) enseña la importante verdad—que muchos rechazan deplorablemente—que la
iglesia de las dos dispensaciones, la antigua y la nueve, es sólo una. Todos los creyentes habitan en la misma tienda (Is.
54:1–3). Cuando terminó la antigua dispensación no fue necesario que se levantara otra tienda; simplemente se agrandó
la antigua. Todos los hijos de Dios están representados por el mismo olivo. No fue necesario desarraigar el antiguo olivo,
sólo se injertaron nuevas ramas entre las antiguas (Ro. 11:17). Se da la misma promesa a cada uno de los santos: “Yo seré
tu Dios”. Nótese como la misma promesa corre a través de los dos Testamentos (Gn. 15:1, 2; 17:7, 8; Ex. 20:2; Dt. 5:6;
Jos. 1:5; 2 Cr. 20:17; Jer. 15:20; 24:7; 30:22; 31:33; Ez. 11:20; Zac. 8:8; 13:9; 2 Co. 6:16; Heb. 8:10; Ap. 21:3, 7). Todos
son salvos por la misma fe en el mismo Salvador (Gn. 15:6; Is. 53; Jer. 23:5, 6; Mt. 1:21; Jn. 3:16; Hch. 4:12; 10:43;
15:11; Ro. 3:24; 4:11). Los de la antigua dispensación no serán perfeccionados aparte de nosotros (Heb. 11:40). Los
nombres de todos los hijos de Dios están escritos en el mismo libro de la vida. No hay dos de estos libros: uno para la
antigua y otra para la nueva dispensación; sólo hay uno (Ex. 32:32, 33; Sal. 69:28; Dn. 12:1; Mal. 3:16, 17; Lc. 10:20; Fil.
4:3; Ap. 3:5; 13:8; 17:8; 20:12, 15; 21:27; 22:19). Todos son preconocidos, predestinados, llamados, justificados (por la
fe) y glorificados (Ro. 8:29, 30). Todos participan y participarán de las glorias de la dorada Jerusalén, la ciudad en cuyas
puertas están escritos los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel, y en cuyos fundamentos están grabados los
nombres de los doce apóstoles del Cordero (Ap. 21:12, 14). Cf. Jn. 10:16; 17:11.
Una vez que se entiende esto, la Biblia llega a ser un libro vivo, porque entonces empezamos a darnos cuenta que
cuando Dios le dijo a Abraham, “No temas … yo soy tu escudo y tu galardón será sobremanera grande”, también nos está
hablando a nosotros. Esta promesa central concierne a todos los creyentes de ambas dispensaciones, porque todos aquellos
que son de la fe son hijos y herederos de Abraham (Gá. 3:29). No podría haberse hallado un lenguaje más claro que el de
Ro. 4:22–24. En este pasaje Pablo, habiendo mencionado nuevamente el hecho que la fe de Abraham “le fue contada por
justicia”, añade, “Y no solamente a favor de él se escribió que le fue contada, sino también a favor nuestro”.

Comentario de Gálatas 2: 15, 16. Sus palabras son claras y enfáticas: Nosotros mismos, aunque judíos por
naturaleza y no “gentiles pecadores”, aun sabiendo que un hombre no es justificado por las obras de la ley,
sino sólo mediante la fe en Jesucristo, aun nosotros hemos creído en Cristo Jesús para poder ser justificados
por la fe en Cristo, y no por las obras de la ley, ya que por las obras de la ley ninguna carne será justificada.
Si un judío, habiéndose convertido a Cristo, ha aprendido que la obediencia estricta a los requerimientos legales, sean
divinos o humanos, no le llevaran ni siquiera a él al reino de Dios, y no obstante trata de imponer semejante legalismo
sobre los gentiles, el esfuerzo que hace para colocar ese yugo sobre ellos no tiene excusa. Esta parece ser la conexión que
hay entre los vv. 15, 16 y lo que precede en forma inmediata.
El contenido de los versículos que tenemos delante lo podemos parafrasear de la siguiente manera: “Aunque nosotros
somos judíos por nacimiento (raza, descendencia), gente altamente privilegiada, y no burdos pecadores de descendencia
gentil, con todo, cuando aprendimos que las obras que hacíamos en obediencia a la ley jamás serían suficientes como para
declararnos justos a los ojos de Dios, y que sólo se podía llegar a ese estado judicial confiando en Jesucristo, aun nosotros,
que en orgullo despreciábamos a los gentiles, empezábamos a darnos cuenta que a los ojos de Dios no éramos mejores
que ellos. Así que, aun nosotros abrazamos a Cristo con fe viva, para que por medio del ejercicio de esta fe pudiésemos
recibir como don gratuito el estado judicial de ser ‘justos y no culpables’ ante los ojos de Dios. Recibimos esta bendición
por medio de la fe en Cristo y sus méritos, y de ninguna manera por las obras de la ley, porque por obras realizadas en
obediencia a la ley ningún ser humano, débil, terrenal y perecedero, y cuyas obras nunca llegan a la perfección, será capaz
de alcanzar la posición de justicia delante de Dios”.
Esta es la primera vez que aparece el verbo justificar—aquí en la voz pasiva, y, por tanto, ser justificado—en las epístolas
de Pablo, y no menos de tres veces en este solo pasaje (vv. 15, 16). Dado que estamos tratando aquí con uno de los
conceptos más importantes en los escritos de Pablo, es necesario que hagamos un estudio un poco más detallado.
“Ser justificado”
(1) El significado no siempre es el mismo
La connotación exacta de la palabra deberá determinarse en cada caso por su contexto específico. De este modo llega a
ser evidente que el significado en 1 Ti. 3:16 difiere del que tiene en Ro. 3:24. Nótese también la diferencia de significado
cuando Ro. 2:13 se compara con Ro. 3:20. Es muy importante que entendamos esto. Nos ayudará mucho en solucionar el
problema de Santiago contra Pablo. Este último una y otra vez hace énfasis en el hecho de que un hombre no es justificado
por obras, pero el primero afirma, “Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la
fe” (Stg. 2:24). Si lo que Santiago quiere decir es que por las obras se demuestra el carácter genuino de la fe del hombre,
entonces Pablo está en total armonía con él (cf. Ef. 2:10).
(2) Definición de la justificación
Cuando la palabra es usada en su sentido forense, como aquí en Gá. 2:15, 16, la justificación puede definirse como aquel
acto de gracia de Dios por el cual, tan sólo en base a la obra mediadora que Cristo realizó, El declara justo al pecador y
éste acepta este beneficio con corazón creyente. Para una defensa de esta definición véase, además de Gá. 2:15, 16; Gá.

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3:8, 11, 24; 5:4; Ro. 3:20, 24, 26, 28, 30; 4:3, 5; 5:1, 9; 8:30; Tit. 3:7. La justificación es lo opuesto a la condenación (Ro.
8:1, 33).
(3) La justificación comparada con la santificación
La justificación es un asunto de imputación (considerar como, poner a la cuenta de): la culpa del pecador es imputada a
Cristo; y la justicia de Cristo es imputada al pecador (Gn. 15:6; Sal. 32:1, 2; Is. 53:4–6; Jer. 23:6; Ro. 5:18, 19). La
santificación es un asunto de transformación (2 Co. 3:17, 18). En la justificación el Padre toma la iniciativa (Ro. 8:33); en
la santificación lo hace el Espíritu Santo (2 Ts. 2:13). El primero es un veredicto judicial hecho “una vez para siempre”, el
segundo es un proceso que continúa toda la vida. No obstante, aunque los dos jamás se deben identificar, tampoco se
debe separar la justificación de la santificación. Son dos cosas distintas, pero no separadas. Al justificar al pecador, Dios
puede ser considerado como el juez que preside un tribunal de justicia. El prisionero está sentado en el banquillo de los
acusados. El juez absuelve al prisionero, declarándolo “libre de culpa y justo”. El que era prisionero ahora es un hombre
libre. Pero la historia no termina ahí. El juez se vuelve hacia este hombre libre y lo adopta como su hijo, y aun le imparte
su propio Espíritu (Ro. 8:15; Gá. 4:5, 6). Aquí es donde la justificación y la santificación se tocan una con la otra, porque
la persona justificada, por pura gratitud y a través del poder capacitador del Espíritu, empieza a luchar contra sus pecados
y abundar en buenas obras para la gloria de su Juez y Padre. Las buenas obras jamás justifican a nadie, pero no es menos
cierto que ninguna persona justificada quiere vivir sin ellas (Ef. 2:8–10).
(4) La base de la justificación
Tal como se deduce de la definición que dimos (véase el punto 2), la justificación, como acto judicial de Dios, no descansa
en las obras del hombre (Ro. 3:20, 28; Gá. 3:11; 5:4), ni siquiera en la fe como una obra del hombre (Ef. 2:8), sino
únicamente en la gracia soberana de Dios en Cristo. Sólo la obra mediadora consumada por Cristo provee la base legal en
virtud de la cual la justificación del hombre llega a ser posible y también un hecho real. Cristo satisfizo completamente las
demandas de la ley de Dios: no sólo pagó nuestra deuda, sino que también rindió la obediencia que nosotros debíamos
(Mt. 20:28; Ro. 3:24; 2 Co. 5:21; Gá. 3:24; Ef. 1:7; Tit. 3:7).
(5) La adquisición de la justificación
El hombre no puede ganarla. Sólo puede recibirla como un regalo. La fe es la mano que recibe este regalo. Y la fe es
también un don. Véase C.N.T. sobre Ef. 2:8. Esto no reduce al hombre a la mera pasividad. ¿No es muy activo el árbol que
recibe de la tierra el agua y los minerales, etc. y la luz del sol? Lo mismo sucede con la fe. Es receptiva pero no pasiva. ¡Es
muy activa, por cierto! (Jn. 3:16; Fil. 2:12, 13).
(6) La justificación, una necesidad imperativa
La calamidad más grande que pudiera llegarle a un hombre no es la pobreza, ni la muerte, ni el sufrimiento, ni la cárcel.
Su necesidad más urgente no es el quitar cualquier de estos males o todos. Su insoportable maldición consiste en que es
por naturaleza un hijo de ira (Ef. 2:3). No tiene paz (Is. 48:22), sino una horrenda expectación de juicio (Heb. 9:27), de tal
forma que ni siquiera puede gozar plenamente de las bendiciones naturales que Dios derrama sobre él. Lo que necesita
más que ninguna cosa es que su culpabilidad le sea quitada. “¿Cómo se justificará el hombre con Dios?” (Job 9:2; 25:4);
esta es una pregunta que requiere respuesta.
(7) La justificación y la búsqueda continua del hombre
No obstante, en su condición de pecador totalmente perdido, el hombre falla al no entender que por sus propios esfuerzos
jamás podrá hacer desaparecer su complejo de culpabilidad y conseguir la paz. A través de los años y los siglos el hombre
ha empleado diversos métodos y medios para “justificarse a sí mismo” (Lc. 10:29); tales como, un esfuerzo acérrimo por
guardar la ley (humana, natural, y/o divina), el ascetismo riguroso, la tortura física, los sacrificios para aplacar a las
deidades, la invocación de ángeles o santos, la compra de indulgencias, las misas, el humanitarismo, el hacerse miembro
de algún movimiento político (fascismo, nazismo, comunismo), el someterse a psicoanálisis, etc.
(8) El fracaso del hombre de obtener la justificación por sus propios esfuerzos
Ninguno de estos intentos tiene éxito. El hombre, muerto en sus delitos y pecados, no es capaz de dar expiación por la
culpa del hombre o de traer una ofrenda que pueda redimirle a él o a su hermano (Sal. 49:7). Además, es totalmente
incapaz para efectuar ni siquiera un solo acto perfecto. A los ojos de Dios ningún hombre vivo es justo (Sal. 143:2; cf.
130:3; Job 9:3; 25:4; 40:4; 42:5, 6; Ro. 3:9–20).
(9) La justificación por la fe, ofrecida por el evangelio como don gratuito de Dios a todos los hombres, sin
tomar en cuenta la raza, la posición social, las riquezas, la educación, el sexo, etc.
Todos han pecado y están destituidos de la gloria de Dios. La invitación es que todos deben arrepentirse y aceptar la
justicia de Cristo, que incluye el perdón de los pecados (Sal. 130:3, 4; Is. 1:18) y la vida eterna (Is. 45:22; 50:8; 53:11;
Ez. 18:23; 33:11; Jn. 3:16; Ro. 3:23, 24; 5:19; 2 Co. 5:20, 21).

Amen, Para La Honra Y Gloria De Dios.

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