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licencia 2.5 Argentina de Creative Commons. (2010 – Eduardo Luis Gorosito)

JOHN MAYNARD KEYNES (1883-1946)


A partir del afianzamiento de la Primera Revolución Industrial,
y en especial desde comienzos del siglo pasado, la economía
mundial ha tenido un desarrollo que se ha visto interrumpido por
crisis que fueron superándose en gravedad.
La primera crisis industrial que abarcó a toda la economía de
un país, se produjo en Inglaterra en 1825. En 1836, una nueva crisis
se inició allí y se extendió a los Estados Unidos. La crisis de 1847-48
ya puede ser denominada mundial, debido a que abarcó a los países
antes mencionados y a varios europeos. Una de las más profundas
fue la de 1873, que marcó el tránsito de la economía de libre
competencia, a la economía de competencia imperfecta, con la
aparición de los monopolios.
En 1914 estalla la Primera Guerra Mundial (1914-1918),
guerra de carácter inter- imperialista por un nuevo ordenamiento
colonial: el reparto del mundo por un puñado de potencias había
cubierto toda la superficie, y cualquier intención de aumentar el
número de colonias implicaba quitárselas a otra, con la consiguiente
generalización del conflicto.
En medio de la guerra se produce la revolución rusa (1917),
donde por primera vez la clase obrera aliada a los campesinos y los
soldados, toma el poder y logra mantenerlo, presentándose como
una alternativa al sistema capitalista.
La revolución social, ese fantasma tan temido por la
burguesía, era posible, y el impacto del acontecimiento repercutió
en todos los ámbitos, dividiendo a políticos y economistas no
marxistas en las discusiones referentes a las medidas a tomar para
que no se difundiera en otros países europeos.
Ante el interrogante de cómo alejar la posibilidad de una
generalización de la revolución socialista, algunos propusieron la
implementación de subsidios sociales, de salarios mínimos, etc., a
los efectos de mitigar la miseria de los trabajadores. Consideraban
que estas medidas reformistas diluirían los cuestionamientos al
sistema capitalista.
Pero otros opinaban exactamente al revés, por cuanto
consideraban que este tipo de medidas implicaba una injerencia
extraña en una economía regida por las leyes del mercado, y
significaban un acercamiento a la socialización, al imponerse desde
el Estado una distribución del ingreso ajena a la “mano invisible”.

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En síntesis, reformistas y ortodoxos, respectivamente, se


dividieron al considerar que las medidas de contenido social
alejaban o acercaban, según se viera, la posibilidad de una
revolución social.
Pero pese a la gravedad de los acontecimientos con los que se
presentaba el siglo XX, persistía el optimismo con respecto al
crecimiento de la economía capitalista.
Pero la crisis que se desencadenó en los Estados Unidos en
octubre de 1929, y que se venía manifestando desde años antes en
otros países (en Inglaterra desde 1921), si bien tuvo la misma
causa, se destacó por sobre todas las anteriores por su profundidad
y duración.
Esta crisis ha pasado a la historia con diversas
denominaciones, y en general se la recuerda como “la crisis del 30”.
Conocer las características principales de las crisis económicas,
sus causas y efectos, resultan esenciales para entender la
profundidad con que la “crisis del 30” afectó a nuestro país,
provocando la necesidad de cambio del modelo económico seguido
desde la organización del Estado nacional en los años 1860-80, el
surgimiento de nuevos actores sociales y las consiguientes
repercusiones políticas.

LA ESENCIA DE LAS CRISIS ECONOMICAS.

Cuando se presenta una crisis económica, lo que


inmediatamente salta a la vista es que la mayoría de los vendedores
no encuentran adquirentes que puedan comprar, a precios
remunerativos, todas las mercancías puestas en el mercado.
Por esto, la crisis aparece como una escasez de demanda, es
decir, como la inexistencia de una demanda suficiente para absorber
toda la producción a precios que cubran, al menos, los costos de
producción.
Juan Bautista Say (1767-1832), economista clásico francés,
afirmó que toda oferta crea una demanda de igual cuantía
monetaria: Quien vende mercancías recibe a cambio de estas una
cantidad de dinero con la que no puede hacer otra cosa sino
gastarla en la adquisición de otras mercancías. Es decir, no se
ofrece una mercancía si no es con el fin de demandar otra
mercancía, siendo así, la demanda y la oferta, dos momentos de un

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mismo acto económico, haciendo imposible el desequilibrio entre las


dos.
Esta concepción, que pasaría a denominarse Ley de Say, niega
la posibilidad de crisis económica al negar la posibilidad de demanda
insuficiente, y fue durante décadas incorporada al conjunto de
verdades indiscutibles por la teoría neoclásica.
La ciencia económica tardó mucho tiempo en descubrir dónde
reside el error de Say. El primero en criticarlo fue Carlos Marx
(1818-1883), quien señaló que dicha ley pudo haber sido cierta en
sociedades anteriores a la capitalista, cuando las personas sólo
requerían de dinero para gastarlo en la adquisición de otras
mercancías. Pero en el sistema capitalista, el dinero no sólo es
intermediario de los intercambios, sino que sirve como capital. Es
decir, que el empresario dispone del dinero obtenido en la venta de
sus mercancías, para reconstituir e incrementar su capital, pero esto
sólo lo hará si puede razonablemente suponer que el capital en el
que convierte su dinero puede darle un beneficio.
Si estas previsiones no son favorables, la conversión del dinero
en mercancías no tiene lugar, lo que implica una interrupción del
circuito de ventas y compras, y de allí tienda a generalizarse hacia
todo el sistema económico. Por ejemplo, si un empresario por
cualquier razón considera que sus previsiones de rentabilidad no son
favorables y por lo tanto no gasta el dinero que ha recibido por la
venta de sus mercancías, todos aquellos empresarios que producen
las mercancías que éste habría tenido que adquirir, quedarán con
una parte de su producción sin vender, reducirán también ellos su
demanda y difundirán el efecto a otros empresarios. Y así
sucesivamente.
Esa reducción de la demanda, afectará el nivel de empleo: el
desempleo irá en aumento a medida que el anterior proceso tenga
lugar, con la consiguiente caída de la demanda de bienes de
consumo por parte de los trabajadores, afectando también a otros
empresarios. Es todo una reacción en cadena.
Como se puede observar, el equilibrio entre los bienes
producidos y los utilizados, necesita de proporciones que nunca se
establecen con precisión, ya que cada empresario tantea la forma
de obtener los mejores beneficios, evaluando el estado del mercado
y decidiendo de acuerdo a su estricto interés individual. De esta
forma - torpe y socialmente costosa - cada empresa decide qué y
cuánto se ha de producir sin saber qué es lo que van a elaborar las

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otras empresas del país o del extranjero, suponiendo cada uno que
el mercado absorberá sus productos luego de elaborados.
Estas desproporciones, que dan lugar a situaciones de exceso
y escasez; de ajustes y reajustes; de subidas y caídas de precios;
otorgan momentos de beneficios adicionales y momentos de
bancarrota, y constituyen el modo burdo y ciego en que se imponen
las leyes del mercado.
¿ Qué motivos pueden impulsar a un empresario a considerar
favorables o no las perspectivas de rentabilidad?
Una empresa que produce bienes de consumo hará sus
previsiones de rentabilidad, si sus compradores son
fundamentalmente asalariados, observando la marcha futura del
nivel de empleo, directamente vinculado a la capacidad de consumo.
En este caso la previsión no es muy difícil de hacer. Pero esa
empresa es abastecida de bienes de producción por otras empresas,
que a su vez lo son por otras y otras más, en una larga cadena. Así,
la demanda de factores de producción por parte de estas empresas,
en esa larga sucesión antes mencionada, no está ligada a ningún
elemento natural, y sólo dependerá de lo que las demás empresas
decidan hacer.
Como todo está en continuo movimiento y cambio, para una
determinada empresa puede no estar del todo claro lo que las
demás empresas de quienes depende, harán en el futuro, y por lo
tanto no tendrá base suficiente para hacer previsiones fiables sobre
la rentabilidad de las inversiones que desea hacer. Podrá ocurrir
entonces una caída de estas inversiones, con la consiguiente
reacción en cadena antes mencionada, al encontrarse muchas
empresas distantes del único elemento realmente estable a lo largo
del tiempo que el sistema posee: el consumo de los asalariados.
Los fenómenos antes mencionados, que se dan comúnmente
en una rama, en un mercado, en una región o en determinado país,
dan lugar a crisis parciales del sistema económico. Pero existen
situaciones que subyacen en el sistema y que pueden provocar la
extensión de la crisis a todas las ramas de la economía y al mundo
entero. Como eso sucedió a partir de 1929 con una profundidad
antes desconocida, es importante señalar sus principales
características.
Mencionamos antes que las crisis económicas comienzan a
manifestarse cuando las mercancías no encuentran salida porque se
han producido en cantidades mayores a la capacidad de compra de
la población.

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Un fenómeno fácilmente observable hoy, es la combinación de


dos elementos que amplían a niveles nunca vistos, tanto la
producción como la productividad.
Por un lado, la aplicación cada vez más rápida de nuevos
adelantos técnicos y científicos a la producción. Es decir, las
empresas permanentemente y con mayor rapidez emplean más y
mejores maquinarias que elevan la producción y la productividad de
bienes. Esto requiere de enormes inversiones que no se realizan por
una simple aspiración a la modernización, sino porque si desean
seguir existiendo como tales, se ven obligadas a hacerlo
enfrentadas a una creciente competitividad. Quien no lo hace se
verá desplazada del mercado por otra que obtiene más y mejores
productos a un precio más bajo. Es una cuestión de vida o muerte.
Por otro lado, y también fácilmente observable en la
actualidad en el ámbito mundial, se le agrega la creciente
intensificación de la jornada laboral. Los asalariados trabajan cada
vez más horas, con mayores exigencias de producción y a un ritmo
más intenso.
Ambos elementos combinados producen una verdadera
explosión productiva en el sistema, que no va acompañada con un
aumento a igual ritmo del ingreso de los asalariados, que
constituyen por su número en cualquier sociedad moderna el
grueso de los consumidores. Esto también es “obligatorio” en el
sistema, puesto que la motivación de la producción es el beneficio, y
éste se encuentra en relación inversa a la participación de los
salarios en el producto. El resultado es que existe una tendencia
constante a que la sociedad capitalista debilite su propio mercado.
Cuando el stock de mercancías “sobrantes” comienza a llenar
los depósitos de las empresas, los empresarios reducen la
producción y con ello, comienzan a reducir el personal empleado.
Otra manifestación consiste en la caída de los precios ante la
abundancia de mercancías sin vender, lo que lleva a que las
empresas más pequeñas y medianas, con menor margen de
maniobra frente a los costos de producción, no puedan soportarla y
quiebren. Estos dos elementos combinados profundizan el
desempleo.
El desempleo de millones de trabajadores disminuye
decisivamente la capacidad de compra de los mismos, que son,
como dijimos antes, la inmensa mayoría de los consumidores,
afectando por transmisión a gran número de pequeños productores
de la ciudad y del campo, al comercio y a las finanzas cuando se

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corta la cadena de pagos e interrumpe el crédito. Las dificultades


crecientes de las empresas más chicas comienza así a trasladarse a
las más grandes.
A medida que la crisis se expande, los problemas llegan a las
empresas que tienen acciones que cotizan en la Bolsa de Valores.
Cuando esto ocurre, cae la cotización de sus acciones, y se difunde
la bancarrota, con la quiebra de grandes empresas industriales,
comerciales y bancos.
En síntesis, el descenso de los ingresos de los trabajadores y
demás sectores populares, causado por los bajos salarios y el
desempleo creciente, baja abruptamente su capacidad de consumo.
Cuando el consumo de la sociedad disminuye, los empresarios, al no
tener probabilidades de ubicar la producción, retraen la inversión,
comenzando un círculo vicioso en el cual toda la economía cae en
una profunda depresión.
Aparece así una situación sumamente paradójica: millones de
personas son arrojadas a la marginalidad y al hambre porque la
economía ha producido “demasiado”. Esta característica diferencia
sustancialmente a las crisis contemporáneas con las crisis de otras
etapas de la historia de la humanidad. En la antigüedad o en la
época medieval, las hambrunas se extendían como consecuencia de
grandes calamidades naturales, por los efectos de guerras o
epidemias, o simplemente por la insuficiencia de la producción, lo
que causaba escasez de productos. Bajo el sistema económico
capitalista, las crisis se producen por sobreproducción.
Pero al término sobreproducción debemos agregarle “relativa”,
porque el problema no consiste en que la mayoría de la población
no desee adquirir los bienes “sobrantes”, sino que no tiene con qué
adquirirlos, es decir, no posee los ingresos necesarios para
comprarlos y consumirlos. El “sobrante” sólo existe con respecto a la
capacidad de demanda, y no con respecto a las necesidades reales
de la sociedad, siendo por lo tanto una sobreproducción relativa.
La caída del consumo arrastra consigo a las importaciones
que, como respuesta provoca similar descenso de las exportaciones.
Debemos agregar, además, que, con el objetivo de defender el nivel
de empleo, los gobiernos toman medidas proteccionistas con
respecto a sus industrias, lo cual, combinado a lo anterior, provoca
una disminución notable del comercio internacional. Por ese motivo,
los países que más vinculadas tienen sus economías con el exterior,
son lo que reciben en forma más rápida y profunda los efectos de la
crisis.

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El comercio internacional se convierte así, en el principal


transmisor de un país a otro, de los efectos de la crisis de
sobreproducción relativa. Y este es otro motivo más para acentuar
la respuesta “proteccionista” de los gobiernos.
Entre los principales acontecimientos políticos y sociales que
hicieron eclosión por los efectos de la Gran Depresión, debe
mencionarse al avance internacional del fascismo, la forma más
reaccionaria y terrorista de dictadura de los grandes grupos
monopólicos, con su secuela de racismo, exterminio y guerra, que
culminaría precisamente en el estallido de la Segunda Guerra
Mundial.
En nuestro país la crisis internacional jaqueó al modelo agro-
exportador implantado desde la organización del Estado nacional en
1860-80. Su efecto político inmediato fue el golpe militar de 1930
contra el gobierno constitucional de Hipólito Irigoyen. Pero los
efectos económico-sociales se manifestaron en la caída de las
exportaciones de bienes primarios, la consiguiente crisis agraria, la
migración interna y la acelerada urbanización.
La combinación del excedente de capitales con un mercado
insatisfecho y la disponibilidad de mano de obra, crearon las
condiciones para el surgimiento del proceso de industrialización por
sustitución de importaciones, donde el Estado jugó un papel
creciente como agente económico. A su vez, el inicio de este
proceso condujo a cambios importantes en la composición social de
la población argentina, teniendo la clase obrera industrial un peso
creciente, que se haría notar claramente a partir de 1945.

LAS RESPUESTAS TEORICAS FRENTE A LA CRISIS.

En los países desarrollados, hasta la Gran Depresión, la


escuela económica neoclásica constituía la ortodoxia teórica. Con la
excepción de los economistas marxistas, relegados del mundo
académico, los demás confiaban en la continua expansión de la
economía mundial.
Pero la crisis internacional desatada a partir de 1929, cuyos
efectos se profundizaron hacia 1932-33 y cuyas consecuencias se
hicieron sentir hasta después de la Segunda Guerra Mundial,
pusieron en crisis las “verdades indiscutibles” de los neoclásicos,
que no reconocían la posibilidad de depresiones económicas
generales, y que, consecuentes con sus supuestos, aconsejaban
esperar a que el mercado diera por sí sólo una solución automática.

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Frente a una realidad económica y social cada vez más cruda que
comenzaba a cuestionar políticamente al sistema capitalista, se
oponían a toda posibilidad de intervención para paliar los efectos de
la crisis.
Lentamente se iban creando las condiciones, en el plano de la
teoría económica, para una reformulación que desconociera el
principio neoclásico del “equilibrio general”. En la práctica, y por
encima de los postulados teóricos neoclásicos, los gobiernos ya
habían comenzado a tomar iniciativas y participación creciente en la
economía.
En 1933, Franklin D. Roosevelt, presidente de los Estados
Unidos, forma un equipo de economistas reformistas, de donde
surgirá lo que luego se denominó “Estado de bienestar”, que será la
creación más perdurable de esa administración, plasmada en el New
Deal o Nuevo Acuerdo.
Pero en realidad, el origen del “Estado de bienestar” lo
podemos encontrar en la Alemania del canciller Bismarck, en la
década del 80 del siglo pasado. Entonces, el miedo que generó en
los sectores gobernantes la militancia revolucionaria de los
trabajadores, los obligó a impulsar desde el Estado un conjunto de
medidas que mitigaban algunos problemas sociales.
Incluso en la liberal Gran Bretaña del ministro de Hacienda
Lloyd George, en 1911, y ante la creciente protesta social, se
adoptaron los seguros sociales y otras transferencias, pese a la
lógica resistencia de la Cámara de los Lores.
También en Estados Unidos, la ley de Seguridad Social de
Roosevelt fue atacada por los más conservadores como
“socializante” y enemiga de la libre empresa. Toda medida de
bienestar social implicaba una redistribución del ingreso no realizada
por el mercado, y por lo tanto, los neoclásicos se oponían
firmemente.
En 1936 aparece “Teoría general de la ocupación, el interés y
el dinero”, el principal trabajo de John Maynard Keynes (1883-
1946), donde critica la Ley de Say que no contempla el
comportamiento de la economía en época de crisis. Ante la
evidencia del desempleo masivo en todo el mundo a partir de 1930,
también critica el criterio neoclásico de la “desocupación voluntaria”,
que expresa que los trabajadores prefieren el ocio antes que un
nivel de salarios bajos. Keynes planteó que la desocupación es
involuntaria, ya que está relacionada al nivel de la demanda
agregada y ésta no depende de la voluntad de los trabajadores.

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Diferencia la demanda potencial de la efectiva, y señala que la


última está determinada por la “propensión al consumo”. La
propensión marginal o adicional al consumo es la proporción de un
peso en que aumenta el consumo cuando la renta aumenta en un
peso.

Variación del C
PMaC= __________________

Variación del Y

La demanda de consumo (C), está determinada por el nivel de


la Renta o Ingreso (Y), pero no toda la renta es consumida, sino
que una parte es destinada al Ahorro.
La demanda de inversión (I), sumamente variable, depende
de las expectativas futuras, y se vincula con los ciclos de la
economía: cuando mayor auge económico, mayor consumo y
consiguientemente, mayor inversión.
La demanda de bienes y servicios está determinada por:
 La propensión al consumo.
 El volumen de la inversión.
La “paradoja de la frugalidad” establece que en épocas de
crisis y depresión, no es virtuoso ahorrar, sino que se debe
incentivar el consumo. Si aumenta el consumo, es decir, si se ahorra
menos, habrá menos ventas, con ello más inversión y más empleo.
Si disminuye el consumo, porque se ahorra más, habrá menos
ventas, menos inversión y disminuirá el empleo.
Para Keynes, el Consumo y la Inversión son complementarios
y no competidores. El ahorro, bueno para una persona, puede no
serlo para toda la comunidad. Si bien se considera el ahorro como
algo bueno, en épocas de demanda insuficiente, característica
central de la Gran Depresión, no es una virtud.
Keynes desarticuló el “dejar hacer” adoptado por los
neoclásicos, y se basó en una concepción positiva del papel del
Estado en la economía, concibiendo que en épocas de crisis, es
decir, de insuficiencia de demanda, debía brindar incentivos
mediante la realización de obras públicas e inversiones que dieran
empleo y aumentaran consiguientemente el consumo y la demanda
de bienes, generando un efecto multiplicador.
En la concepción keynesiana, el Estado también brinda
confianza en el futuro a la inversión privada, por medio de la

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regulación en el largo plazo. La orientación estatal del crédito y de


las tasas de interés fue vista a partir de Keynes como un activador
sobre los problemas prioritarios, principalmente el nivel de empleo.
A su vez, para financiar el papel del Estado como activo agente
económico, impulsó el cobro de impuestos directos (sobre las
ganancias, la riqueza, las herencias, etc.), disminuyendo los
impuestos indirectos (el consumo, las ventas, etc.), para aumentar
la capacidad de compra de los sectores mayoritarios.
A partir de la finalización de la Segunda Guerra Mundial
(1945), se observa un crecimiento del papel del Estado en las
economías nacionales, y desde 1944, luego de los acuerdos de
Bretton Woods, con la creación del Fondo Monetario Internacional
(FMI) y del Banco Mundial (BM)
El “estado de bienestar” se generalizó en los países
industrializados y se ha convertido en parte integrante del
capitalismo moderno. Su onda incluyó también a la Argentina,
teniendo su expresión más decidida en la política económica
instrumentada por el gobierno peronista entre 1946 y 1955. La
influencia keynesiana en la economía ha sido notoria a nivel mundial
entre los años 1945 y 1973, período que se caracterizó por la
estabilidad y el crecimiento sin precedentes.
Pero a partir de 1973, con el aumento del déficit público y el
incremento sostenido de la inflación, aparecieron los
cuestionamientos al modelo keynesiano. Volvieron a aparecer los
que proponen “una vuelta a las fuentes” neoclásicas, expresada en
el pensamiento liberal-conservador y privatista.
Contrariando el “fin de la historia” pregonado a comienzos de
los años 90, ésta ha continuado su devenir, y hoy es el modelo
neoliberal-conservador el que se encuentra cuestionado
mundialmente, al no encontrar salidas a las crisis locales y mundial
que se están planteando, y cuya esencia es similar a la Gran
Depresión.
Para finalizar, podemos observar dos posturas frente a la crisis
del sistema capitalista.
Por un lado Carlos Marx, que partiendo críticamente de los
maestros clásicos, analizó la esencia de la crisis del sistema
capitalista, llegando a la conclusión de la necesidad de su inevitable
reemplazo. Su planteo fue revolucionario en el plano de la teoría y
de la práctica.
Por el otro John M. Keynes, que desbarató la concepción
económica neoclásica de la cual partió, a tal punto que muchos

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denominan su aporte teórico como “revolución keynesiana”, pero su


efecto político y social fue en esencia preservador, ya que brindó en
su momento una salida salvadora al sistema capitalista.

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Nota: Esta síntesis ha sido elaborada por el profesor Eduardo
L. Gorosito.

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