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Día 9 “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador; para que esté con vosotros

para siempre; el Espíritu de verdad…” (Jn. 14: 16, 17a)

Dios es Espíritu (I)

El Espíritu Santo es llamado Consolador, es decir, el que da ánimo. Otros exégetas


prefieren traducir Intercesor. La expresión “otro” significa otro de la misma esencia.
Jesús estaba a punto de morir; pero les decía “No os dejaré huérfanos; vendré a
vosotros”. Y vino a ellos a través de su Espíritu, que es también el Espíritu del Padre.
En definitiva, es el Espíritu de Dios (Mt. 12: 28). Jesús resucitado sopló sobre los
discípulos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo” (Jn. 20:22). En Pentecostés (Hch. 2)
el Espíritu vino sobre los judíos y alrededor de tres mil comenzaron a seguir a Jesús el
Cristo, formándose allí la primera comunidad cristiana. En Samaria (Hch. 8) vino sobre
los samaritanos y muchos se convirtieron en discípulos de Jesús. Finalmente, en casa de
Cornelio (Hch. 10) cayó sobre los gentiles quienes se bautizaron en el nombre de Jesús,
sin necesidad de circuncisión previa. En un mundo dividido entre judíos, samaritanos y
gentiles el Espíritu de Dios generó unidad abriendo su reino a través de la misma
persona de Pedro, de la misma predicación del evangelio de Jesucristo y de las mismas
señales, o sea, las lenguas.

El Espíritu Santo crea la unidad de la iglesia en el mundo porque da testimonio de


Jesús (Jn. 15: 26-27); enseña y recuerda todo lo que Jesús ha dicho (Jn.14: 25-26) y
convence al mundo del pecado de no creer en Jesús como el Hijo, glorificado por el
Padre y vencedor del Maligno (Jn. 16: 7-11). Por el poder del Espíritu aquellos
discípulos atemorizados se convirtieron en valientes testigos que se arriesgaron por
Cristo. El Espíritu nos hace nacer de nuevo (Jn.3) y produce en nosotros una vida
santificada fecunda en “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre y templanza” (Gál 5: 22-23a). También nos reparte dones, que son
capacidades especiales para realizar con denuedo la tarea que Dios nos encomendó (Ef.
4; 1.Cor. 12).

Oración: ¡Espíritu Santo te necesito! ¡Lléname hoy!

Día 10 “Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos
fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre
él” (Mt.3:16)

Dios es Espíritu (II)

Generalmente se discute sobre la procedencia del Espíritu. Es claro que el Espíritu


procede del Padre a través del Hijo (Jn. 15: 26). Tanto se enfatizó este tema que fue uno
de los motivos del cisma entre la iglesia ortodoxa y católico-romana en el S. XI. La
iglesia ortodoxa defendía el perfilium (procede del Padre por el Hijo), mientras que la
católica sostenía el filioque (procede del Padre y del Hijo). Con la fórmula del filioque
se relegaba al Espíritu a la tercera persona de la Trinidad. Sin embargo, la cuestión de
la procedencia es pertinente dentro de los límites de la misión de Dios en la historia.
Después de la resurrección y el pentecostés, la iglesia consideró retrospectivamente la
vida de Jesús bajo una nueva luz. El Espíritu Santo inspiró las Escrituras y, al
recapitular el acontecimiento de Jesucristo, se entendió que el Espíritu estuvo con él
siempre. Fue “mediante el Espíritu eterno que se ofreció a si-mismo…” (Heb. 9:14);
fue por el mismo Espíritu que realizó sanidades y liberaciones (Mt. 12:28); que habló
en la sinagoga de Nazaret (Lc.4: 18-20); que fue ungido en su bautismo (Mt. 3:16) y
concebido de María (Lc.4: 26-38; Mt.1: 18-25), lo cual significa que “Nadie subió al
cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del Hombre” (Jn. 3: 13). Aquí vemos lo
inverso: al Espíritu actuando sobre Jesús. Es que, desde Génesis, la Palabra y el
Espíritu crean, renuevan y traen esperanza.

Son variadas las imágenes acerca del Espíritu: algunas personales como las de
Consolador-Intercesor, Señor (2. Co. 3:17) y Madre (1. Co. 15:45) y otras
impersonales como el viento (Hch. 2:2-4), que obra misteriosamente y no podemos
dominar; como el fuego purificador (Mt. 3:11), que consume y recrea o como el agua
(Jn. 3:5) que limpia y da nueva vida.

Oración: Espíritu Santo: Tú que renuevas la creación, ven a mi vida y hazla fructificar.

Día 11 “Y asimismo, también el Espíritu nos ayuda en nuestras debilidades; porque no


sabemos cómo debiéramos orar pero el Espíritu mismo intercede con gemidos
indecibles” (Ro.8:26)

Dios es Espíritu (III)

En este versículo el Espíritu nos ayuda a orar intercediendo por nosotros. No solo la
creación gime, sino nosotros también lo hacemos aguardando nuestra redención, la
gloria venidera. Es por el Espíritu que alguien puede decir “Jesús es el Señor” (1. Co.
12:3b). Es por el Espíritu también que los cristianos clamamos “¡Abba, Padre!” (Ro.
8:15). Cuando damos gracias, pedimos o reconocemos al Padre y al Hijo; quien toma
la iniciativa es el Espíritu que habita en nosotros y nosotros en él. Así como en la
misión de Dios el Padre envía por el Hijo al Espíritu; en la oración, la alabanza, la
contemplación silenciosa y la celebración de la iglesia, el Padre recibe por el Hijo lo
que el Espíritu inicia en los creyentes. Al proceso de salvación iniciado por Dios, la
iglesia responde celebrando con gratitud y alegría el don recibido. Dios no solo actúa,
también recibe. Y nosotros deseamos que así sea: hablamos y queremos que él nos
escuche, alabamos y festejamos y queremos que él nos sienta. Una iglesia que recibe la
gracia, da gracias. Dios se regocija con nuestro arrepentimiento (Lc. 15: 7 y 10) y con
nuestra fidelidad (Mt. 25:21). ¡Qué bendición para nosotros alegrar el corazón de Dios!

Basilio habló de estos dos movimientos de la Trinidad. El primero es Padre-Hijo-


Espíritu: el descenso (katabasis) de Dios para buscarnos, salvarnos y santificarnos. El
segundo es Espíritu-Hijo-Padre: el ascenso del ser humano (anabasis) para conformarse
a la imagen del Hijo. Descenso y ascenso son modos metafóricos de hablar.

Hasta aquí nos referimos al Espíritu en el marco de la Trinidad económico-salvífica: fue


enviado para salvarnos, actuó sobre el Hijo e inspira al pueblo de Dios al amor y a la
gratitud. Pero nuestra experiencia eucarística -de acción de gracias- no puede abarcar a
Dios en conceptos históricos. Es una experiencia de fe y esperanza, no aún de visión de
su gloria.

Oración: El Espíritu y la iglesia decimos “Venga tu reino”.

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