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Introduccción. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
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Sendas de Acceso a la Filosofía
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Índice
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Sendas de Acceso a la Filosofía
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Índice
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Bloque I
EL NACIMIENTO DE LA FILOSOFÍA
EN GRECIA Y LA ÉPOCA CLÁSICA
Kilian Lavernia
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Sendas de Acceso a la Filosofía
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El nacimiento de la filosofía en Grecia y la época clásica
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Homero, Ilíada, XXIV, vv. 524-527, traducción, prólogo y notas de E. Crespo Güemes, Ma-
drid, Gredos, 1991, pp. 599 s.
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como señala Roxana Martínez Nieto, «no sólo como poetas, sino como
predecesores de los filósofos naturales y precursores del pensamiento
racional griego»2.
El mejor representante de este impulso poético de valor filosófico es
sin duda Hesíodo, de cuya vida poco podemos decir más que nació en
la población de Ascra (Beocia) y vivió aproximadamente entre el 750-
650 a. C., legándonos dos de las grandes obras de la época arcaica: Teo-
gonía y Trabajos y días. En la primera obra, se nos presenta la historia y
el linaje de los dioses de la mitología griega en un proceso natural pro-
gresivo que va del caos a la ordenación del mundo, esto es, se nos ofrece
una teogonía que explique el origen del cosmos. Por contra, en Traba-
jos y días se impone una reflexión poética más en consonancia con el
mundo en el que se vive, que busca ser comprendido y transformado
por las actividades humanas. De este modo asistimos a una rica síntesis
de mitos, experiencias personales, tradiciones agrícolas y sabiduría po-
pular, cuyo eje temático serán las ideas de trabajo y de justicia.
Como vemos, tanto en Homero como en Hesíodo encontramos por
primera vez el esfuerzo poético por formular respuestas coherentes a
los grandes interrogantes que se planteaba la colectividad. De manera
concreta, lo que une ambos esfuerzos es que recurren a símbolos o
imágenes que personifican poderes o fuerzas sobrenaturales, es decir,
recopilan la sabiduría expresada en los mitos. Por ello diremos que su
narración configura una explicación mítica que responde a los grandes
misterios de la realidad del mundo, desde la comprensión de los fenó-
menos naturales hasta el conocimiento del destino humano.
¿Qué es un mito? Por «mito» entenderemos aquella narración ex-
traordinaria protagonizada por seres divinos o sobrenaturales que re-
mite a sucesos legendarios. Como recuerda Mircea Eliade, «el mito
cuenta una historia sagrada; relata un acontecimiento que ha tenido lu-
gar en el tiempo primordial, el tiempo fabuloso de los ‘comienzos’ […]
El mito no habla de lo que ha sucedido realmente, de lo que se ha ma-
nifestado plenamente»3. Surgidos de manera anónima desde la propia
tradición oral, los mitos están presentes en todas las culturas y civili-
2
R. B. Martínez Nieto, La aurora del pensamiento griego. Las cosmogonías prefilosóficas de He-
síodo, Alcmán, Ferécides, Epiménides, Museo y la Teogonía órfica antigua, Madrid, Trotta, 2000, p. 23.
3
M. Eliade, Mito y realidad, trad. de L. Gil, Barcelona, Kairós, 1993, pp. 13 s.
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cios del siglo vi a. C. La filosofía, como antes sugeríamos, no nació por
generación espontánea, sino que surgió, en gran parte, gracias a la he-
rencia cultural de las tradiciones míticas y religiosas que acabamos
de esbozar. Al confluir en un mismo espacio geográfico y semántico
—expuesto también a la influencia de las culturas del medio oriente—
ambas herencias fueron dando forma a explicaciones de lo que aconte-
cía, que dieron lugar a respuestas tanto de la estructura general del uni-
verso como de los hechos de la experiencia común.
De manera concreta, la próspera ciudad jónica de Mileto albergó
las condiciones políticas, sociales y económicas necesarias para que
surgiera, desde una innegable libertad de pensamiento, un nuevo es-
tímulo humano para la investigación y la audacia intelectuales. A esta
pulsión fundamental, alentada por la curiosidad y el asombro de al-
gunos hombres prácticos, la llamaremos «filosofía». No en vano el
propio Platón nos recordará, en su diálogo Teeteto, que «experimen-
tar eso que llamamos la admiración es muy característico del filósofo.
Éste y no otro, efectivamente, es el origen de la filosofía»4. Y también
Aristóteles, en el libro I de su Metafísica, insistirá en ese momento
contemplativo que es propio de toda búsqueda desinteresada por la
verdad, identificando el valor originario de la filosofía como un fin en
sí mismo:
4
Platón, Teeteto 155d, en Diálógos, vol. V: Parménides, Teeteto, Sofista, Político, traducciones,
introducciones y notas por M.ª I. Santa Cruz, Á. Vallejo Campos y N. L. Cordero, Madrid, Gredos,
1988, p. 202.
5
Aristóteles, Metafísica I, 2, 982b, introducción, traducción y notas de T. Calvo Martínez, Ma-
drid, Gredos, 1994, pp. 76 s.
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W. Nestle, Vom Mythos zum Logos. Die Selbstentfaltung des griechischen Denkens von Homer
bis auf die Sophistik und Sokrates, Stuttgart, A. Kröner, 21942.
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esclarecer los múltiples fenómenos con los que los viajeros y los coloni-
zadores se iban a encontrar. Su curiosidad intelectual estuvo siempre al
servicio de necesidades prácticas»7.
Como antes señalado, uno de los primeros hombres griegos que
identificó este punto de inflexión tan decisivo para Occidente fue Aristó-
teles. Se refirió a esos sabios en el ya citado libro I de la Metafísica como
physikoí, como «físicos», pues en sus distintas indagaciones se ocupa-
ron de la phýsis, es decir, de la naturaleza (del cosmos, del mundo).
De manera concreta, aspiraron a comprender una totalidad de la reali-
dad que pudiera explicarse en función de un principio o de unos pocos
principios originarios (arché), a partir de los cuales se comprendiera la
génesis de las cosas que componen la phýsis.
Desde esta perspectiva, las preguntas acerca de la phýsis y de la arché
son como las dos caras de una misma moneda: en el origen de la filo-
sofía, no hay una explicación racional sobre la totalidad de la realidad
que no recurra a unos principios o elementos originarios del mundo. En
este sentido, Aristóteles ofrece una clave esencial en el inicio del filoso-
far —el estudio del universo en tanto que es phýsis, surgida a su vez de
un principio, la arché—, por eso vale la pena exponer su razonamiento:
7
M. González García, Introducción al pensamiento filosófico. Filosofía y modernidad, Madrid,
Tecnos, 82016, p. 50.
8
Aristóteles, Metafísica I, 3, 983b, p. 81.
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Otros sostienen que [la tierra] descansa sobre el agua. Ésta, en efecto,
es la explicación más antigua que hemos recibido, y afirman que la ex-
puso Tales de Mileto, según el cual la tierra se sostiene gracias a que
flota como un madero o cualquier otra cosa9.
9
Aristóteles, Acerca del cielo II, 13, 294a, introducción, traducción y notas de M. Candel San-
martín, Madrid, Gredos, 1996, p. 148.
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Los filósofos presocráticos, vol. I, introducciones, traducciones y notas por C. Eggers Lan y V.
E. Juliá, Madrid, Gredos, 1978, pp. 131 y 134.
11
Platón, Crátilo 402a, en Diálógos, vol. II: Gorgias, Menéxeno, Eutidemo, Menón, Crátilo, tra-
ducciones, introducciones y notas por J. Calonge Ruiz, E. Acosta Méndez, F. J. Olivieri y J. L. Calvo,
Madrid, Gredos, 1983, p. 397.
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rar que sus principios son principios de todas las cosas que son. Y puesto
que en ellas lo primero son los números, y creían ver en éstos —más que
en el fuego, la tierra y el agua— múltiples semejanzas con las cosas que
son y se generan […] las demás cosas en su naturaleza toda parecían ase-
mejarse a los números, y los números parecían lo primero de toda la na-
turaleza, supusieron que los elementos de los números son elementos de
todas las cosas que son12.
12
Aristóteles, Metafísica I, V, 985b-986a, p. 89.
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