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UNIVERSIDAD PERUANA UNIÓN

FACULTAD DE CIENCIAS EMPRESARIALES


Escuela Profesional de Administración

Formación Cristiana II
28 creencias del séptimo día (Dios el Hijo, Dios el Espíritu
Santo)
Realizado:
ISUIZA MOZOMBITE, Quinto Manuel

EP. Administración, Facultad de Ciencias Empresariales, Universidad


Peruana Unión

Tarapoto, setiembre del 2022

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Dios el Hijo
SI BIEN ES CIERTO QUE LA CRUCIFIXIÓN HABÍA confundido, angustiado yaterrado
a los seguidores de Jesús, la resurrección, en cambio, llevó el amanecera sus días.
Cuando Cristo quebrantó las ataduras de la muerte, el reino de Dios amaneció en sus
corazones.
No comprendo —decían algunos—; ¿qué significa esto?” Otros procuraban quitarle
importancia, diciendo: “Están ebrios”. "¡No es así!”, exclamó Pedro, haciéndose oír por
encima de las voces de la multitud. “Son solo las nueve de la mañana. Lo que ustedes
han oído y visto está sucediendo porque el Cristo resucitado ha sido exaltado a la
mano derecha de Dios y ahora nos ha concedido el Espíritu Santo” (ver Hech. 2).
¿Quién es el Espíritu Santo?
La Biblia revela que el Espíritu Santo es una persona, no una fuerza impersonal.
Declaraciones como ésta: “Ha parecido bien al Espíritu Santo, y a Nosotros”(Hech.
15:28), revelan que los primeros creyentes lo consideraban una persona.Cristo
también se refirió a él como a una persona distinta. “Él me glorificará—declaró el
Salvador—; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Juan 16:14).
Las Escrituras, al referirse al Dios triuno, describen al Espíritu como una persona (Mat.
28:19; 2 Cor. 13:14).
La Escritura presenta al Espíritu Santo como Dios. Pedro le dijo a Ananías
que, al mentirle al Espíritu Santo, “no has mentido a los hombres, sino a Dios”
(Hech. 5:3,4). Jesús definió el pecado imperdonable como “la blasfemia contra
el
Espíritu”, diciendo: “A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del
Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo no le
será
perdonado, ni en este siglo ni en el venidero” (Mat. 12:31, 32). Esto puede ser
verdadero si el Espíritu Santo es Dios.

Únicamente un Dios personal y omnipresente —no una influencia imper


sonal ni un ser creado— podría realizar el milagro de traer al Cristo divino a un
individuo, por ejemplo María. En el Pentecostés, el Espíritu hizo que Jesús, el
único Dios-hombre, estuviese universalmente presente en la vida de todos los
que estuvieran dispuestos a recibirlo.

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La mejor forma de comprender la verdad acerca de Dios el Espíritu Santo, es
verla a través de Jesús. Cuando el Espíritu desciende sobre los creyentes,
viene
como el “Espíritu de Cristo”; no viene por su propia cuenta, trayendo sus
propias
credenciales. Su actividad en la historia está centrada en la misión salvadora de
Cristo. El Espíritu Santo estuvo activamente involucrado en el nacimiento de
Cristo (Luc. 1:35), confirmó su ministerio público en ocasión de su bautismo
(Mat. 3:16,17) y puso los beneficios del sacrificio expiatorio de Cristo y su resur
rección, al alcance de la humanidad (Rom. 8:11).

La íntima participación del Espíritu Santo en la obra de la creación se pone


en evidencia al notar cómo estuvo presente durante el proceso (Gén. 1:2). El
origen y el mantenimiento de la vida dependen de su operación; su partida
significa muerte. Dice la Escritura que si Dios “pusiese sobre el hombre su
corazón, y recogiese así su Espíritu y su aliento, toda carne perecería junta
mente, y el hombre volvería al polvo” (Juan 34:14, 15; ver 33:4). Podemos vis
lumbrar reflejos de la obra creativa del Espíritu en la obra de regeneración que
realiza en todo individuo que abre su vida a Dios. Dios realiza su obra en los
individuos por medio del Espíritu creador. De este modo, tanto en la encar
nación como en la creación y la renovación, el Espíritu viene para cumplir las
intenciones de Dios.

En los tiempos del Antiguo Testamento, el Espíritu equipó a ciertos individuos para
que realizaran tareas especiales (Núm. 24:2; Jue. 6:34; 1 Sam. 10:6). En ciertas
ocasiones se lo presenta “en” ciertas personas (Éxo. 31:3; Isa. 63:11). Sinduda, los
creyentes genuinos siempre han tenido un sentido de su presencia, pero la profecía
predijo un derramamiento del Espíritu “sobre toda carne” (Joel 2:28),es decir, una
época en la cual una manifestación mayor del Espíritu inauguraría una nueva era

Juan escribió: “Aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había
sido aún glorificado” (Juan 7:39). La aceptación del sacrificio de Cristo por parte
del Padre era el requisito básico para el derramamiento del Espíritu Santo.
La nueva era amaneció recién cuando nuestro Señor victorioso fue sentado
en el trono del cielo. Solo entonces podría enviar el Espíritu Santo en su
plenitud.
Pedro dice que después de haber sido “exaltado por la diestra de Dios... ha

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derramado esto que vosotros véis y oís” (Hech. 2:33) sobre sus discípulos, los
cuales anticipando ansiosos este acontecimiento, se habían reunido “unánimes
en oración y ruego” (Hech. 1:5,14). En el Pentecostés, cincuenta días después
del
Calvario, la nueva era irrumpió en escena con todo el poder de la presencia del
Espíritu. “Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que
soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados [los discípulos];... y
fueron todos llenos del Espíritu Santo” (Hech. 2:2-4).

Cuando Cristo reveló el origen de la misión del Espíritu Santo a un mundo perdido,
mencionó dos fuentes. Primero, se refirió al Padre: “Y yo rogaré al Padre, y os dará
otro Consolador” (Juan 14:16, ver también 15:26, “del Padre”). Identificó el bautismo
del Espíritu Santo llamándolo “la promesa del Padre” (Hech. 1:4). En segundo lugar,
Cristo se refirió a sí mismo: “Si no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros; mas
si me fuere, os lo enviaré” (Juan 16:7). De este modo, el Espíritu Santo procede tanto
del Padre como del Hijo.

En primer lugar, el Espíritu Santo nos lleva a una profunda convicción de pecado,
especialmente el pecado de no aceptar a Cristo (Juan 16:9). Segundo, el Espíritu insta
a todos a que acepten la justicia de Cristo. Tercero, el Espíritu nos amonesta acerca
del juicio, una poderosa herramienta, útil para despertar las mentes oscurecidas por el
pecado a la necesidad de arrepentirse y convertirse.
“La ausencia del Espíritu es lo que hace tan impotente el ministerio evangélico. Puede
poseerse saber, talento, elocuencia, y todo don natural o adquirido, pero, sin la
presencia del Espíritu de Dios, ningún corazón se conmoverá, ningún pecador será
ganado para Cristo. Por otro lado, si sus discípulos más pobres y más ignorantes
están vinculados con Cristo, y tienen los dones del Espíritu, tendrán un poder que se
hará sentir sobre los corazones. Dios hará de ellos conductos para el derramamiento
de la influencia más sublime del universo”.4 El Espíritu es vital. Todos los cambios que
Jesucristo efectúa en nosotros vienen por medio del ministerio del Espíritu. Como
creyentes, debiéramos estar constantemente conscientes de que sin el Espíritu no
podemos lograr nada (Juan 15:5). Hoy el Espíritu Santo dirige nuestra atención al
mayor don de amor que Dios nos ofrece en su Hijo. Ruega que no resistamos sus
llamados, sino que aceptemos el único medio por el cual podemos ser reconciliados
con nuestro amoroso y misericordioso Padre celestial.

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La creación

EL RELATO BÍBLICO ES SENCILLO. Ante el mandato creativo de Dios, “los cielos y


la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay” (Éxo. 20:11) aparecieron en forma
instantánea. En solo seis días, la tierra fue transformada de “desordenada y vacía”
hasta llegar a ser un verdeante planeta rebosante de criaturas y plantas
completamente desarrolladas. Nuestro mundo estaba adornado de colores claros,
puros y brillantes, y de encantadoras formas y fragancias, combinadas con un gusto
exquisito. Todo mostraba exactitud en sus detalles y funciones.

apropiadas para la vida. El tercer día, Dios juntó las aguas en un lugar, estableciendo
así la tierra seca y el mar. Luego Dios vistió de verdor las costas, colinas y valles
desnudos. “Produjo pues, la tierra hierba verde, hierba que da semilla según su
naturaleza, y árbol que da fruto, cuya semilla está en él, según su género" (Gén. 1:12).

Por la palabra de Jehová —escribió el salmista— fueron hechos los cielos, y todo el
ejército de ellos por el aliento de su boca” (Sal. 33:6). ¿Cómo actúa esta palabra
creadora?
Esta palabra creadora no dependía de la materia preexistente (ex-nihilo): “Por la fe
entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo
que se ve fue hecho de lo que no se veía” (Heb. 11:3). Ocasional mente Dios usó
materia preexistente: Adán y las bestias fueron formados de la tierra, y Eva fue hecha
a partir de una costilla de Adán (Gén. 2:7,19, 22); en última instancia, Dios creó
también la materia.

primer libro de la Biblia, o son consecuentes? ¿Son literales los días de la creación, o
representan largos períodos? ¿Fueron creados los cielos, el sol, la luna y aun las
estrellas tan solo seis mil años atrás?

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La primera narración relata en orden cronológico la creación de todas las cosas. La
segunda comienza con las palabras: “Estos son los orígenes...”, una expresión
equivalente a otras que en Génesis introducen la historia de una familia (ver Gén. 5:1;
6:9; 10:1). Esta narración describe el lugar que ocupó el hombre en la creación. No es
estrictamente cronológica, pero revela que todo sirvió para preparar el ambiente para
el hombre.1 Provee más detalles que la primera acerca de la creación de Adán y Eva y
del ambiente que Dios proveyó en el Jardín del Edén. Además, nos informa acerca de
la naturaleza de la humanidad y del gobierno divino. La única manera como estos dos
relatos de la creación armonizan con el resto de la Escritura, es si se los acepta como
literales e históricos.

Los que citan 2 Pedro 3:8: “Para con el Señor un día es como mil años” procurando
así probar que los días de la creación no eran días literales de 24 horas, pasan por
alto el hecho de que el mismo versículo termina diciendo que “mil años” son “como un
día”. Los que consideran que los días de la creación representan miles de años, o
enormes períodos indefinidos de millones o aun miles de millones de años, niegan la
validez de la Palabra de Dios, tal como la serpiente tentó a Eva a que lo hiciera.

En verdad, este mundo, en vez de ser la primera creación de Cristo, lo más probable
es que haya sido su última obra. La Biblia describe a los hijos de Dios, probablemente
los Adanes de todos los mundos no caídos, reunidos con Dios en algún rincón distante
del universo (Job 1:6-12). Hasta este momento, las exploraciones espaciales no han
descubierto ningún otro planeta habitado. Aparentemente están situados en la
vastedad del espacio, más allá del alcance de nuestro sistema solar contaminado por
el pecado, y en cuarentena para prevenir la infección del mal.

Un Dios responsable. El relato bíblico de la creación comienza con Dios y pasa a los
seres humanos. Implica que al crear los cielos y la tierra, Dios estaba preparando el
ambiente perfecto para la raza humana. Los seres humanos, varón y hembra,
constituyeron su gloriosa obra maestra.
Dio la responsabilidad de cultivarlo. Creó a los seres humanos con el fin de que
tuviesen una relación con él. Esta relación no debía ser forzada, antinatural; los creó
con libertad de elección y la capacidad de amarle y servirle

Quién fu e el Dios creador? En el acto creador, todos los miembros de la Deidad


estuvieron involucrados (Gén. 1:2, 26). El agente activo, sin embargo, era el Hijo de
Dios, el Cristo preexistente. En el prólogo del relato de la creación, Moisés escribió:

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“En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Al recordar estas palabras, Juan
especificó el papel que le tocó desempeñar a Cristo en la creación: “En el principio era
el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios... todas las cosas por él fueron
hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:1-3). Más adelante,
en el mismo pasaje, Juan deja muy en claro acerca de quién está escribiendo: “Y
aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (Juan 1:14). Jesús es el
Creador, el que
por su Palabra trajo la tierra a la existencia (ver también Efe. 3:9; Heb. 1:2).

El amor provee el motivo de todo lo que Dios hace, por cuanto él mismo es amor (1
Juan 4:8). Nos creó, no solo para que pudiésemos amarle, sino con el fin de que él
también pudiese amarnos. Su amor lo llevó a compartir en la creación uno de los
mayores dones que él pudiese conferir: la existencia. ¿Ha indicado entonces la Biblia
con qué propósito existen el universo y sus habitantes?

Para revelar la gloria de Dios. A través de sus obras creadas, Dios revela su gloria:
“Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos.
Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría. No hay
lenguaje, ni palabras, ni es oída su voz. Por toda la tierra salió su voz, y hasta el
extremo del mundo sus palabras” (Sal. 19:1-4).

Al ser nosotros atraídos a Dios por medio de la naturaleza, aprendemos más acerca
de sus cualidades, las cuales pueden ser incorporadas en nuestras propias vidas. Y al
reflejar el carácter de Dios, le damos gloria, cumpliendo así el propósito para el cual
fuimos creados.
El carácter sagrado de la vida. El Creador de la vida continúa tomando parte activa en
la formación de la vida humana, haciendo de este modo que la vida sea sagrada.
David alaba a Dios por haberse involucrado en su nacimiento: “Tú formaste mis
entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables,
maravillosas son tus obras... No fue encubierto de ti mi cuerpo, bien que en oculto fui
formado, y entretejido en lo más profundo de la tierra. Mi embrión vio tus ojos, y en tu
libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas” (Sal. 139:13-
16). En Isaías, el Señor se identifica como el “que te formó desde el vientre” (Isa.
44:24). Por cuanto la vida es un don de Dios, debemos respetarla; de hecho, tenemos
el deber moral de preservarla.
Fueron las manos divinas y perfectas de Cristo las que le dieron la vida al primer
hombre; y son las manos de Cristo, heridas y ensangrentadas, las que le conceden

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vida eterna a la humanidad. El hombre no solo fue creado; debe también ser recreado.
Ambas creaciones son igualmente la obra de Cristo. Ninguna puede originarse en el
corazón del hombre por medio de un desarrollo natural. Por haber sido creados a
imagen de Dios, hemos sido llamados a darle gloria. Como el acto culminante de su
creación, Dios invita a cada uno de nosotros a entrar en comunión con él, buscando
cada día el poder regenerador de Cristo de modo que, para gloria de Dios, podamos
reflejar más perfectamente su imagen

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