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Es el Espíritu de la Verdad: Jesús afirma de sí mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6).
Y al prometer al Espíritu Santo en aquel “discurso de despedida” con sus apóstoles en la Última Cena,
dice que será quien después de su partida, mantendrá entre los discípulos la misma verdad que Él ha
anunciado y revelado.
El término “Espíritu” traduce el término hebreo “Ruah”, que en su primera acepción significa soplo,
aire, viento. Jesús utiliza precisamente la imagen sensible del viento para sugerir a Nicodemo la
novedad transcendente del que es personalmente el Soplo de Dios, el Espíritu divino (Jn 3, 5-8). Por
otra parte, Espíritu y Santo son atributos divinos comunes a las Tres Personas divinas. Pero, uniendo
ambos términos, la Escritura, la Liturgia y el lenguaje teológico designan la persona inefable del
Espíritu Santo, sin equívoco posible con los demás empleos de los términos “espíritu” y “santo”.
Después de su resurrección, Jesús se apareció a los once Apóstoles y les dijo: “Id, pues; enseñad a todas
las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19). El
Apóstol y evangelista Mateo es quien, al final de su evangelio, refiere esta orden con que Jesucristo
envía a los Apóstoles por todo el mundo para que sean sus testigos y continúen su obra de salvación. A
esas palabras corresponde nuestra antiquísima tradición cristiana, según la cual el bautismo se suele
administrar en el nombre de la Santísima Trinidad. Pero en el texto de Mateo se halla contenido
también el que podemos considerar como último testimonio de la revelación de la verdad trinitaria, que
comprende la manifestación del Espíritu Santo como Persona igual al Padre y al Hijo, consustancial a
ellos en la unidad de la divinidad.
En efecto, la expresión evangélica de Mateo (28, 19) revela claramente al Espíritu Santo como Persona,
porque lo nombra junto a las otras dos Personas de modo idéntico, sin sugerir ninguna diferencia al
respecto: “el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo”. Del evangelio de Mateo resulta evidente que el Padre
y el Hijo son dos Personas distintas: “el Padre” es aquel a quien Jesús llama “mi Padre celestial” (Mt
15, 13; 16, 17; 18, 35); “el Hijo” es Jesús mismo, designado así por una voz venida del cielo en el
momento de su bautismo (Mt 3, 17) y de su transfiguración (Mt 17, 5), y reconocido por Simón Pedro
como “el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16). A estas dos Personas divinas es ahora asociado, de
modo idéntico, “el Espíritu Santo”. Esta asociación se hace aún más estrecha por el hecho de que la
frase habla del nombre de los Tres, ordenando bautizar a todas las gentes “en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo”. En la Biblia la expresión “en el nombre de” normalmente sólo se usa para
referirse a personas. Además, es notable el hecho de que la frase evangélica use el término “nombre” en
singular, a pesar de mencionar a varias personas. De todo ello se deduce, de modo inequívoco, que el
Espíritu Santo es una tercera Persona divina, estrechamente asociada al Padre y al Hijo, en la unidad de
un solo “nombre” divino.
*Fuego:* Simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu. (Gen. 15,17; Ex. 3,1-7; Hch.
2,3-4)
*Nube y luz:* Símbolos inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Así desciende sobre la
Virgen María para “cubrirla con su sombra”. En el Monte Tabor, en la Transfiguración, el día de la
Ascensión; aparece una sombra y una nube. (Mt. 17,5).
*Es como el viento:* El soplo del viento que se manifiesta violento y otras como una suave brisa (1 Re.
19,12; Ex. 14,21)
*Sello:* Es un símbolo cercano al de la unción. Indica el carácter indeleble de la unción del Espíritu en
los sacramentos y hablan de la consagración del cristiano. (Jn. 6,27; 2 Co. 1,22; Ef. 4,30)
*La Mano:* Mediante la imposición de manos los Apóstoles y ahora los Obispos, trasmiten el “don del
Espíritu”; es usada para bendecir, liberar y curar. (Lc. 9,22; Lc. 24,50; Lc. 4,40; Mc. 16,18)
*La Paloma:* En el Bautismo de Jesús, el Espíritu Santo aparece en forma de paloma y se posa sobre
Él. (Mt. 3,16-17)
Para que el cristiano pueda luchar, el Espíritu Santo le regala sus siete dones, que son disposiciones
permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu. Estos dones son:
*Don de Ciencia:* es el don del Espíritu Santo que nos permite acceder al conocimiento. Es la luz
invocada por el cristiano para sostener la fe del bautismo. (1 Co. 1,26-2,5)
*Don de consejo:* saber decidir con acierto, aconsejar a los otros fácilmente y en el momento
necesario conforme a la voluntad de Dios. (Rom. 8,14-27)
*Don de Fortaleza:* es el don que el Espíritu Santo concede al fiel, ayuda en la perseverancia, es una
fuerza sobrenatural. (2 Co. 12,8-11; Hch. 1,7-8)
*Don de Entendimiento:* Me ayuda a entender y amar el plan de Dios para mi salvación. Me comunica
el conocimiento profundo de las verdades de la fe. (1 Co. 2,6-16)
*Don de Piedad:* el corazón del cristiano no debe ser ni frío ni indiferente. El calor en la fe y el
cumplimiento del bien es el don de la piedad, que el Espíritu Santo derrama en las almas. (Rom. 8,15-
26)
*Don de Sabiduría:* es concedido por el Espíritu Santo que nos permite apreciar lo que vemos, lo que
presentimos de la obra divina. (Sab. 7,15-23)
*Don de Temor:* es el don que nos salva del orgullo, sabiendo que lo debemos todo a la misericordia
divina. (Salmo 112)
*El Espíritu Santo siempre ha estado presente a lo largo de la historia de revelación y manifestación de
Dios.* Paz y bien.