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Historia

de la Filosofía Antigua

SENCILLOS PASOS
PARA SER FELIZ

Autor: Nicolás Zúñiga Zúñiga.


Carrera: Licenciatura en Filosofía.
Asignatura: Historia de la Filosofía Antigua.
Profesor: Francisco Javier Aoiz.

Temuco, agosto 02 de 2020.


Historia
de la Filosofía Antigua

INTRODUCCIÓN

Una de las mayores preocupaciones del hombre es la búsqueda de la


felicidad, poder llevar una vida tranquila y en paz, libre de inquietudes. Los antiguos
filósofos pronto notaron este deseo radical en el espíritu humano e ingeniaron
diversos modos de responder a dicho anhelo de plenitud.
Epícteto y toda la escuela estoica fundamentaron una ética bastante exigente
pero satisfactoria respecto de estas búsquedas y nos legaron su enseñanza y
ejemplo como testimonio de que en esta vida sí es posible alcanzar ese estado de
imperturbabilidad que favorece el goce de aquella felicidad tan anhelada.
En este breve escrito revisaremos uno de los textos que recoge la doctrina
estoica de Epícteto bajo la forma de puntos importantes y necesarios que el antiguo
maestro de Nicópolis transmitió en su escuela y que fueron recogidos ávidamente
por sus discípulos. El “Manual para la vida feliz” es un documento de máxima
importancia a la hora de acercarnos a estas doctrinas que nos explica en palabras
sencillas y en ejemplos esclarecedores el modo adecuado por el que nos
liberaremos de preocupaciones innecesarias y disfrutaremos de esa vida apacible
y feliz que tanto buscamos.

ANTECEDENTES BIOGRÁFICOS

Epícteto nace en Hierápolis alrededor del año 50 de nuestra era,


probablemente era esclavo de nacimiento. Posteriormente se establece en Roma
como esclavo de Epafródito (cuando tenía cerca de 15 años), quien era secretario
de Nerón y Domiciano. Junto a él, le fue permitido educarse en la filosofía con
Musonio Rufo, seguramente para destinarlo como pedagogo (Epícteto poseía
habilidades intelectuales notorias y además era cojo, por lo que difícilmente podría
cumplir otras labores de esclavo).
Después de esto alcanza la libertad por un decreto de Domiciano en que
expulsaba a todos los filósofos de Roma, y se establece en Nicópolis, donde funda
su escuela. En esta escuela, Epícteto enseñaba conforme a los textos de los
primeros maestros del estoicismo y otros de Platón, Homero y Jenofonte. Su
nombre se populariza y llegan a él muchos discípulos, incluyendo auditores de
renombre. Finalmente muere, cerca del año 130.
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ESTOICISMO

El estoicismo fue iniciado por Zenón de Citio en Atenas durante el siglo III
antes de nuestra era. Los principales exponentes de esta escuela fueron el mismo
Zenón, Cleantes y Crísipo en el llamado estoicismo antiguo, posteriormente
destacaron Panecio y Posidonio en el estoicismo medio y los conocidos Séneca,
Marco Aurelio y nuestro Epícteto en el estoicismo nuevo.
Esta doctrina filosófica se caracterizaba por su visión materialista o
corporalista del mundo y el aspecto más sensualista de la percepción humana. El
mundo para ellos poseía una naturaleza lógica o racional, en que todo era regido
por el Logos (Dios, la Naturaleza). Este logos, también de naturaleza material, es el
que anima y guía a todo el universo físico, lo penetra como una suerte de fluido
seminal (logos espermatikos) y se relaciona con el logos de Heráclito al presentarse
como un fuego artífice de todas las cosas (pir tejnikon). Este logos del estoicismo
se identifica tanto con Dios como con la misma Naturaleza. A su vez, el hombre es
capaz de conocer mediante dos vías: la percepción o sensación, por la que se
imprimen las imágenes o fantasías en su alma y las nociones comunes, por las que
el hombre posee ciertas ideas innatas que enmarcan su acceso al conocimiento.
Las enseñanzas éticas del estoicismo se basan en esta visión del mundo
como un todo racional, en que se reconoce que todo lo que sucede, al ser dirigido
por el logos, debe ser bueno, necesario e inevitable, por lo que el sabio deberá
aceptarlo y no experimentar pasión alguna por los sucesos (imperturbabilidad,
ataraxia). La felicidad no consiste en el placer, sino en la virtud, y ésta consiste en
vivir de acuerdo a la Naturaleza, conforme al Logos, vivir racionalmente, en
definitiva. En este sentido, la felicidad, el bien, siempre es el bien moral, no el bien
material o sensual, por cuanto ellos no dependen absolutamente de nosotros como
sí en cambio la virtud. Así, la pobreza, la enfermedad o la muerte, no serían
propiamente ni bienes ni males en cuanto no dependen necesariamente de
nosotros, sino que son sucesos que pueden acontecer al sabio, pero que si
acontecen es porque de cierto modo así estaba determinado por el Logos, por tanto
deben ser aceptados racionalmente. La virtud o el vicio, en cambio, sí dependen del
sabio, el cual será virtuoso según el grado de aceptación e imperturbabilidad que
demuestre ante los sucesos que le acontecen. De esta manera, el hombre virtuoso
que se rige conforme a principios racionales es quien posee un real conocimiento y
percepción de la naturaleza del bien, al juzgar las cosas conforme a esta doctrina
en que los acontecimientos no serían propiamente bienes (riqueza, salud, placeres,
etc.) sino que solo la virtud sería considerada un bien real.
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MANUAL PARA LA VIDA FELIZ

El texto que aquí presentamos en una colección de sentencias de las propias


enseñanzas de Epícteto por sus alumnos durante su estancia en Nicópolis. Se han
seleccionado algunas que nos parecieron más relevantes para comentarlas como
muestra de la doctrina estoica enseñada por Epícteto:
1.- Entre todas las cosas que existen, hay algunas que dependen de nosotros y
otras que no dependen de nosotros. Así, dependen de nosotros el juicio de valor, el
impulso a la acción, el deseo, la aversión, en una palabra, todo lo que constituye
nuestros asuntos. Pero no dependen de nosotros el cuerpo, nuestras posesiones,
las opiniones que los demás tienen de nosotros, los cargos, en una palabra, todo lo
que no son nuestros asuntos.
Epícteto comienza su manual con esta necesaria aclaración respecto de cuál
debe ser el centro de atención del sabio que busca la felicidad, no debe preocuparse
por aquellos acontecimientos que le sobrevienen involuntariamente, aquellos que
no dependen propiamente de sus propias decisiones y que están sujetos al devenir
de las cosas. Lo único que debe interesar al sabio es su propia virtud, la cual
depende -según la enumeración de Epícteto- del juicio de valor, el impulso a la
acción, el deseo y la aversión.
Tanto el deseo como la aversión surgen de la primera impresión que
recibimos de las cosas (phantasia), pero deben pasar por el cedazo del
discernimiento racional, el cual las juzgará de acuerdo a su verdadera naturaleza.
Este juicio de valor depende por supuesto de la comprensión de la naturaleza como
un orden racional, en el que todo está regido por el Logos, cuya naturaleza es en sí
misma buena. De ahí que se desprenda que todo aquello que acontece conforme a
la Naturaleza sea contemplado como bueno en sí mismo, y por lo tanto deseable.
El sabio, en definitiva, debe desear que las cosas ocurran tal como ocurren,
como se verá en uno de los apartados siguientes, y su acción debe estar impulsada
por el correcto juicio de valor de las cosas que le acontecen.
Epícteto detalla también aquellas situaciones que no dependen del sabio y
que, por tanto, no debieran generar en él ni ese deseo mencionado ni la aversión,
puesto que, al no depender totalmente de él, no se pueden propiamente ni desear
ni rechazar. Aquí menciona el cuerpo, las posesiones, las opiniones de los demás,
los cargos. Todos bienes materiales que en realidad quedan fuera de nuestras
propias acciones. Situaciones que pueden estar o no estar en la vida del sabio y
que su concretización está influida por factores ajenos a sus decisiones y juicios,
por lo que no debieran implicar mayor preocupación, deseo o aversión por parte de
él.
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5.- Lo que perturba a los hombres no son las cosas, sino los juicios que hacen sobre
las cosas. Así, por ejemplo, nada temible hay en la muerte, y la prueba es que a
Sócrates no se lo pareció. Sólo el juicio que nos hacemos de la muerte —a saber:
que es algo temible— resulta temible.
Así, cuando nos enfrentamos a alguna dificultad, o nos sentimos inquietos o tristes,
no debiéramos hacer responsable a otro, sino a nosotros mismos, es decir, a
nuestros juicios: sólo aquellos que carecen de educación filosófica convierten a los
demás en responsables del hecho de que uno sea desgraciado, mientras que los
que inician su educación se hacen responsables ellos mismos, y los que la
completan entienden que la responsabilidad no recae ni sobre los demás ni sobre
sí mismos.
En este apartado, Epícteto, nos explica que cuando sobreviene la
perturbación, aquellas situaciones que nos sacan de nuestra felicidad, de nuestra
tranquilidad, es única y exclusivamente responsabilidad de nosotros decidir cuánto
nos afectan. El juicio de valor que el sabio determina ante las circunstancias en que
vive es fundamental para poder permanecer en ese estado de imperturbabilidad que
los antiguos estoicos buscaban. Aquí nos propone el ejemplo de Sócrates, quien
ante las acusaciones de sus adversarios pudo permanecer sereno y tranquilo, sin
importarle en mayor medida su muerte inminente. Él sabía que la muerte no era
más que una situación ajena a sus propias decisiones y que tarde o temprano le
sucedería, conforme dictan las leyes de la propia naturaleza de las cosas. Ahora o
en algunos años, todos los hombres -en cuanto tales- vamos a morir, por lo que la
inquietud ante la muerte no es más que un error del juicio que no debiera preocupar
al hombre sabio que se rige por principios racionales.
Aquí Epícteto ataca una de las mayores preocupaciones del espíritu humano
y que violenta el instinto natural de sobrevivencia. El hombre racional es capaz de
sobreponerse ante ese instinto animal y puede determinar que no es una
preocupación que le deba afectar, puesto que -como ya se mencionó- tarde o
temprano le sucederá.
Del mismo modo, el estoico debe enfrentar cualquier otra dificultad o
preocupación que le sobrevenga: existen cosas que sucederán más allá de nuestras
decisiones y que, aunque en principio puedan verse como situaciones negativas o
dolorosas, es el mismo sabio quien determina cuánto le afectan de acuerdo a sus
propios juicios de valor. La naturaleza -regida por el Logos, como se viene diciendo-
implica estas situaciones, por lo que el sabio sabe de antemano que le sucederán.
En consecuencia, todos estos acontecimientos que vienen incluidos en el devenir
de los acontecimientos no debieran provocar mayor perturbación a quien conoce el
orden racional de la naturaleza, los acepta como inevitables y permanece en su
tranquila imperturbabilidad.
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8.- No pretendas que lo que ocurre ocurra como tú quieres, sino quiere que lo que
ocurre ocurra como ocurre. Así el curso de tu vida será feliz.
Aquí podemos ver cómo Epícteto nos muestra en una sentencia lapidaria
cuál debe ser el verdadero querer del filósofo que permanece ajeno a sus propios
deseos instintivos y que es capaz de guiar su vida conforme al Logos, el no desea
un cambio en la realidad de las cosas o en el acontecer de los sucesos, sino que
asume y acepta que todo aquello está ya gobernado por la Razón, así deben ocurrir
y, por tanto, es bueno que así suceda.
Todas estas determinaciones tienen como gran objetivo que el filósofo se
transforme en un hombre sabio e imperturbable que no se deja ser afectado por las
cosas que le ocurren, debe contrarrestar sus deseos instintivos con su propio juicio
racional, par no permitir que estos acontecimientos le alejen de su tan deseada
felicidad.
Aquí me resuena particularmente aquella historia proverbial de un rey que
simplemente se limitaba a ordenar a sus súbditos solamente aquello que éstos
necesariamente ya iban a hacer, lo curioso es que este rey se estableció a sí mismo
como rey de todo el universo, hasta el punto de que el mismo sol era su súbdito.
Esta hazaña la consiguió precisamente siguiendo este principio de Epícteto: así,
poco antes del amanecer ordenaba al sol que saliera por oriente, a lo que
evidentemente el sol obedecía. De algún modo hay aquí una asociación entre los
propios quereres y el orden racional de la naturaleza. Seremos felices en la medida
en que queramos que las cosas ocurran tal como ocurren naturalmente, según la
expresión de Epícteto.
17.- Recuerda que eres un actor que interpreta un papel asignado por el poeta que
escribió el drama. Será un papel breve, si él quiere que sea breve; largo, si quiere
que sea largo. Si quiere que interpretes a un mendigo, preocúpate de hacerlo con
talento, lo mismo que si se trata de un cojo, de un gobernante o de un hombre
ordinario. Pues lo tuyo se limita a eso: interpretar correctamente el papel que has
recibido. Elegirlo es cosa de otro.
Epícteto nos propone en este apartado una técnica particular para poder
seguir los principios doctrinales que él nos ofrece. La vida es como un drama, una
obra de teatro, en la que cada persona cumple distintas funciones, representa
diferentes personajes, los que permanecen en la superficie de la vida íntima de cada
actor. Es decir, todo lo que le suceda al personaje permanece en el ámbito de la
obra teatral y no afecta particularmente la vida de los actores. Todos poseemos una
interioridad personal, propia, independiente, la cual permanece ajena e
imperturbable ante las circunstancias particulares de esta obra de teatro que es la
vida misma. Es el dramaturgo universal quien decide lo que sucede a cada
personaje, al actor simplemente le corresponde interpretar bien su papel y dejar que
la obra siga su curso, sin embargo, la intimidad del actor permanece imperturbable
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porque sabe que lo que acontece a su personaje no es más que parte del gran teatro
del mundo.
20.- Recuerda que no te ofende quien te insulta o quien te azota, sino tu juicio, que
te hace pensar que aquéllos te ofenden. Por tanto, que sepas que cuando alguien
te irrita, es en realidad tu juicio quien lo hace. Recuérdalo y a continuación ejercítate
en no dejarte arrastrar por tu representación: si en ese momento consigues ganar
algo de tiempo y distancia, te será mucho más fácil gobernarte a ti mismo.
Epícteto dirige su mirada ahora a las relaciones interpersonales,
específicamente a aquellas que más podrían dificultar el estado feliz del sabio. Se
refiere a las injurias y ofensas que el filósofo podría recibir, afirmando que todo,
absolutamente todo, depende del propio juicio de valor ante aquellas injurias. Las
palabras son solo palabras, las afrentas físicas solo afectan al cuerpo, pero la
interioridad del sabio permanece imperturbable ante cualquiera de estas
situaciones. Son hechos que vienen incluidos en el discurrir de la vida y muchas
veces son inevitables, por lo que el sabio no debería preocuparse mayormente por
ellos ni debería darles más importancia a esas representaciones de su personal
juicio de valor.
La recomendación de Epícteto consiste en no dejarse arrastrar por tales
representaciones, sino mantener un correcto juicio de ellas en el sentido
mencionado, pues si no lo consigue perderá aquella gran virtud estoica que es el
gobierno de sí mismo, de la que depende su imperturbable felicidad.
21.- Ten presente cada día la muerte, el exilio y todo aquello que parece temible,
pero sobre todo la muerte. De este modo no habrá mezquindad en tu pensamiento
ni exceso en tus deseos.
Como se mencionó ya en uno de los apartados anteriores, la muerte y demás
situaciones dificultosas son parte inevitable de la vida, todos los hombres tarde o
temprano moriremos y padeceremos algún sufrimiento, sea la enfermedad, la
deshonra, el exilio o la misma muerte.
Este pensamiento constante sobre el sufrimiento no ayudará a mantener la
serenidad en nuestra vida cotidiana y a permanecer en calma cuando nos
sobrevengan estos padecimientos. El sabio que de antemano conoce la naturaleza
de la existencia no se preocupa por estas situaciones, puesto que ya estaba
previamente preparado y su juicio ante ellas es de aceptación, puesto que así está
determinado por el Logos y por tanto son cosas que son buenas y que debían
acontecer.
El pensar cotidianamente sobre la muerte fue un tópico constante
posteriormente en la espiritualidad y el misticismo, por cuanto es uno de los
principios del bien obrar y es un antídoto infalible ante los deseos materiales. Quien
piensa en su propia muerte y en lo efímero de la existencia no se preocupará de
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bienes materiales y pasajeros y destinará sus acciones a lo esencial y


verdaderamente valioso: conseguir la propia virtud y la independencia ante sus
pasiones para conseguir de ese modo la felicidad y la perfecta imperturbabilidad.
41.- Dedicar mucho tiempo a las cosas del cuerpo indica cierta incapacidad natural
para la filosofía, por ejemplo: hacer demasiado ejercicio físico, comer demasiado,
beber demasiado, defecar demasiado o tener demasiadas relaciones sexuales.
Todas estas cosas deben tener en nuestra vida un papel limitado, pues debemos
concentrar la atención en nuestras disposiciones interiores.
Aquí Epícteto nos ofrece un sabio discernimiento entre las distintas
ocupaciones humanas y aquellas que debieran interesar al verdadero sabio. Es
cierto, y nuestro antiguo maestro lo reconoce, que hay algunas necesidades que
naturalmente debemos cubrir, pero quien desea dedicarse a la búsqueda de su
propia felicidad mediante este sendero filosófico no puede dedicar mucho tiempo a
estas ocupaciones que Epícteto considera mundanas, corporales, puesto que le
restarán energías para su formación filosófica y su reflexión racional en vistas a
conseguir la virtud de su juicio y permanecer en la dichosa imperturbabilidad ya
varias veces mencionada.
Quien se preocupa desmedidamente de estas cosas mundanas manifiesta
una cierta incapacidad para la filosofía y para ser realmente feliz, puesto que está
mostrando un juicio de valoración errado ante aquellas cosas mundanas de las que
se preocupa y que un sabio discernimiento puede fácilmente determinar como
efímeras y superficiales. El Verdadero filósofo se dedica a conseguir la virtud, y por
lo mismo, limitará al máximo el tiempo y las energías destinadas a las cosas
mundanas o materiales.

CONCLUSIÓN

Es así como estas pocas sentencias de Epícteto tomadas de su manual nos


pueden mostrar ciertos destellos de lo que fue su filosofía y el cómo nosotros
podremos llevarla a cabo mediante la práctica de estas fundamentales enseñanzas.
La felicidad para los estoicos, como hemos visto en estos comentarios, no está allá
afuera en las realidades exteriores, en los placeres materiales, ni siquiera en la
salud corporal o en los honores mundanos. La felicidad es un estado que se
consigue única y exclusivamente en el juicio de valor que el sabio discierne ante sus
propias representaciones de la realidad. El sabio tiene la imperturbable felicidad
entre sus manos y solo de él dependerá cuánto influyen en él los acontecimientos.
El sabio estoico confía plenamente en el Logos y en su gobierno racional del
cosmos, el confía que por muy perjudiciales que puedan parecer los sucesos, ellos
por el solo hecho de ocurrir nos muestran que efectivamente debían ocurrir y era
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bueno que así sucediera: cualquier juicio negativo ante ellos no muestra más que
un error en el juicio de la persona que así lo determina, puesto que el verdadero
sabio sabe que de suceder así, es porque así estaba premeditado por el Logos.
El sabio estoico no permite que nada ni nadie le saque de esa
imperturbabilidad tan apreciada, donde puede gozar de la felicidad perfecta y de
una tranquilidad absoluta sin importar lo que externamente le pueda suceder. El
tiene su felicidad entre sus manos, puesto que como dice el mismo Epícteto al final
de su obra y parafraseando a otro filósofo “Pero, Critón, si así complace a los dioses,
¡que así ocurra!” sin más preocupación que confiar en la Razón, que guía y gobierna
la Naturaleza.

BIBLIOGRAFÍA

Epicteto (2015). Manual para la vida feliz (Arroyo y Palacio traductores). Madrid.
Ed. Errata Naturae.
Epicteto (1993). Disertaciones por Arriano (Ortiz traductora). Madrid. Ed. Gredos.
Marías J. (1980). Historia de la filosofía 32ª edición. Madrid. Ed. Revista de
occidente.

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