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historias a Pablo.
Rodrigo –tal como lo prometió–, revisaba cada una de mis cartas, y aprovechaba
para hacerme comentarios acerca de sus contenidos. Una vez autorizadas, yo
metía discretamente en los sobres un pétalo de rosa que disecaba antes entre las
hojas de mis libros. Qué bueno que mi padrino nunca se dio cuenta de ello porque
me hubiera exiliado al Polo Norte.
Mi deseo más grande era que en cuestiones de amor Pablo fuera más decidido.
En sus respuestas, siempre cordiales, no platicaba de algo que no fuera el
periódico y lo muy agradecido que estaba con los escritos enviados por mí. A
pesar de esa lentitud de sentimientos, tenía la esperanza de que poco a poco
nuestro amor fuera fortaleciéndose.
Con la finalidad de tenerlo más cerca para vigilar la situación, Rodrigo se tragó su
orgullo después de tantos desaires, y lo invitó nuevamente ejerciendo mucha
presión para que no pudiera negarse. Se ofreció a que su chofer fuera
exclusivamente a la capital para recogerlo y llevarlo también de regreso a su
casa. Esta vez le pidió que no sólo viniera a cenar, sino a compartir un fin de
semana completo con nosotros.
Mina era realmente escrupulosa. No había detalle, por pequeño que fuera, que no
llamara su atención. Todo debía ser perfecto, desde la vestimenta, el peinado, la
casa, la comida, en fin, empleaba su vida entera en corregir defectos. Realmente
era una mujer en toda la extensión de la palabra.
Por fin llegó el día tan esperado. Mina decidió peinarme ella misma con la excusa
de que Lola me estaba pegando sus gustos. Me jalaba para todos lados, me
restiraba tanto que parecía china, hasta que me recogió el cabello en tres medios
chongos con un listón blanco tejido entre ellos. Nada de fleco ni pintura. Mi
belleza pálida y fantasmagórica debía mostrarse al natural. Me prestó unos aretes
tan hermosos, hechos de filigrana de plata excelentemente bien trabajada, que
eran iguales a dos torrecitas de estalactitas muy bien armonizadas. No llevé collar
porque mi vestido tenía un cuello de encaje alto y no combinaba más que con un
pequeño prendedor de plata. El vestido, azul claro, tuvo que ajustármelo Lola para
que no lo arrastrara demasiado. Lo combiné con unos zapatos blanco mate que
armonizaban con los puños. No es por nada, pero ese día me sentía yo la mujer
más guapa y feliz de todo el mundo.
A las 2 de la tarde llegó mi tan esperado tesoro enfundado en un traje beige claro
con zapatos del mismo tono. Venía impecablemente peinado con raya a un lado.
Esos ojos se depositaron en mí tan pronto como entró junto con Rodrigo a la sala,
y como si fuera un hipnotista me hizo descubrir en segundos que yo no lo quería,
sino que estaba completamente enamorada de él. Dentro de mi estómago había
una feria entera, y como siempre, empecé a sudar copiosamente; tuve que sacar
el pañuelo y disimuladamente limpiar mi barbilla por lo menos unas tres veces en
lo que se alistaba el comedor.
La conversación fue muy apacible. Los señores platicaron durante casi media
hora de la vida en la capital. Por momentos me mareaba, el aire me faltaba y el
sudor de mi cara paso a las manos. Hice tantas pruebas de comida para saber si
todo estaba bien cocinado que al sentamos en el comedor pensé que me saldría
un buche como el de los pollos de corral. Lo poco que probé me pasaba despacito
por la garganta, de manera que tenía que tomar agua. Lo malo era que cuanta
más tomaba, más sudaba.
El corsé que llevaba puesto me apretaba tanto que casi no podía hablar,
especialmente si estaba sentada, y mi voz salía muy aguda, por lo que me limité a
escuchar atentamente la conversación de sobremesa.
Noté que al intentar verlo a los ojos, Pablo miraba automáticamente al centro de
mesa. Casi no me dirigió la palabra, aunque fue realmente atento con sus
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comentarios. Su timidez no era acode con la personalidad de un periodista. Cosa
extraña.
No eran todavía las 9, cuando Rodrigo decidió que todos fuéramos a dormir.
Tampoco pude pegar ojo esa noche. La sola idea de sentir su presencia en la
casa me llenaba de cosquillas el estómago.
El insomnio me orilló a soñar en él.
Los dos caminábamos nuevamente por esa calle preciosa, sólo que ahora,
Rodrigo se unía a nuestra caminata, lo que me obligaba a soltar el brazo de Pablo
y tomar el de mi padrino.
–Don Rodrigo, he conversado muchas veces con Mónica sobre proyectos que
podemos tener juntos, algo así como casarnos. Sólo han sido conversaciones
informales, nada que contravenga su disposición respecto a una relación formal
con ella. Es por esto que, al saber que Mónica está de acuerdo, me atrevo a
pedirle la oportunidad de que yo fuera a su casa para pedir formalmente la mano
de su ahijada.
Me quedé expectante. Rodrigo me miró y abrí los ojos en señal de que no tardara
en responder.
–Me parece que usted será un excelente marido pa mi hija, sólo espero que
cambie de trabajo porque eso del periodismo…
–Sí señor, ya lo hablamos, me gustaría asociarme con usted en la platería, y si
me aceptan, vivir con ustedes.
Rodrigo sonreía y sacaba el estómago en señal de satisfacción.
–Claro que sí, pa que estamos Mina y yo, si no es pa recibirlo como yerno, no se
diga más. Preparemos la pedida de mano.
Pablo me miraba fijamente y sonreía de pura felicidad.
Creo que el sueño lo repetí cerca de quinientas veces esa noche. Más lo pensaba
y más lo repetía.
Mina no me veía a los ojos; mala señal. Rodrigo comenzó a leer el periódico en la
mesa; pésima señal. Normalmente lo hacía antes del desayuno. Cada bocado me
caía como un trozo de metal al estómago. La incertidumbre y angustia lograron
que me atragantara un par de veces, sin embargo, ahí estaba yo, sabiendo que
algo malo me dirían, pero con la esperanza de no perder el contacto con aquel ser
tan querido por mí.
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La tensión creció tan rápido como la espuma de un fermento. Minuto tras minuto
imaginé diferentes situaciones, hasta que Rodrigo se levantó y dio la señal de que
lo siguiéramos.
Era natural que Mina ya estuviera enterada. Seguramente sus pensamientos
estaban más que en mí, en ella misma, tratando de adivinar cómo me consolaría.
–Bueno hija, el periodista se fue –comentó Rodrigo al prender su habano.
Completamente recargado en su cómodo sillón de bejuco y con las piernas
cruzadas intentaba transmitir el mensaje inofensivo de “aquí no pasa nada”. Su
rostro estaba algo abotagado, y únicamente se ponía así cuando tenía una gran
preocupación.
–¿Qué razón le dio? –pregunté sentándome frente a él.
–Pues resulta que tiene la idea de que tú te has enamorado de él, y como un
caballero a todas luces cabal, me ha comentado que él ya tiene compromiso.
Como es lógico, ha decidido no alimentar falsas esperanzas en ti.
–¿Y por qué no me lo dijo a mí?
–Pues creo, hija, que es conocedor de la naturaleza femenina. Te ha querido
evitar un disgusto mayor y que te pusieras a llorar. Además, era su obligación,
como lo determina nuestra sociedad, que se lo dijera a tu tutor, que en este caso
soy yo.
La noticia fue peor que un balde de agua helada. –Contrólate Mónica –pensé.
–¿Y qué les ha hecho pensar que yo pudiera estar enamorada de él?
Mis padrinos cruzaron una fugaz mirada.
–Se te nota –dijo él.
–Y yo creo –contesté con la mayor serenidad de la que pude apoderarme en
aquel momento– que ustedes están equivocados. Si no es porque es imposible
que entren en mi corazón, verían claramente que lo que yo he visto en él no es
más que a un amigo, un amigo que ha tenido paciencia con mis escritos y ha
demostrado tener una excelente educación. No veo el porqué de un desaire tan
grosero que no procede de tal educación. ¡Qué molesto que haya siquiera
imaginado que yo podría interesarme en un periodista como para que fuera el
padre de mis hijos!
Al día siguiente no bajé a desayunar. Tenía los ojos de un sapo y si me veían así
mis padrinos, se darían cuenta de que estuve llorando mucho tiempo. Debía
pensar cómo manejar la situación. El enojo y la tristeza comenzaron a
desvanecerse cuando cruzó por mi mente la idea de que mientras Pablo no
estuviera casado, todavía tendría posibilidad de conquistarlo. No estaba dispuesta
a olvidar lo que sentía por él.
Capítulo 3
Mi madrina era huérfana de madre desde los 35 años. Contaba con cuatro
hermanas, todas bien casadas, que vivían cerca de su padre. Ella hizo lo posible,
pero llegó únicamente al entierro. Desde hacía años, solía escribir algunas líneas
dirigidas a su familia de vez en cuando, sabiendo que rara vez recibiría respuesta.
La relación con sus hermanas era distante tanto geográfica como
emocionalmente.
Lamentó mucho que nadie le hubiera avisado antes sobre la gravedad de su
padre. Se sintió ofendida y muy dolida; hasta creo que cambió algo en su forma
de ser.
Para recibirlos a su regreso, le pedí a Lola que cocinara lo que más le gustaba a
mi madrina, tacos de pollo con mucho queso. Estuvieron de viaje cuatro semanas,
tiempo suficiente para que las flores que Mina cultivaba comenzaran a
marchitarse. Por más esfuerzos que hice, fue como si sintieran su ausencia o su
tristeza. Las moví de lugar, les hablé bonito, les acaricié las hojitas y nada.
–Ya déjelas en paz –me gritó Lola– Qué no ve que de tanto manosearlas las está
poniendo pior. ¡Vaya pues!
–Lo único que estoy tratando de hacer es…
–Sí, sí, sí, el caso es que mire, están todas agüitadas y aguadas.
Cuando Lola se ponía en ese plan, no existía forma de que se callara. Así que
regresé las plantitas a su lugar.
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Al llegar, noté que mi madrina se había avejentado bastante. Quedó toda mustia y
triste. De por sí era una mujer silenciosa, ahora hasta costaba trabajo oírla
respirar. Ni siquiera le importó que sus plantas se murieran. En general, soltó por
un tiempo las riendas del gobierno de la casa, quedando todo al garete. Después
de comer se ensimismaba en sus pensamientos, y en las noches se iba más
temprano a dormir.
Rodrigo me explicó que debíamos darle tiempo para que se recuperara del duelo,
y así lo hicimos. Durante los siguientes meses no quise importunarla con asuntos
de poca envergadura. Mientras tanto yo tenía otros planes que echaría a andar en
cuanto ella regresara de su ausencia mental.
No sólo ella tenía confusión, yo tuve que dejar de soñar un tiempo porque todavía
experimentaba una mezcla de odio y amor hacia Pablo. Me sentía muy ridícula al
recordar los sueños en los que le pedía mi mano a Rodrigo. Lo bueno es que esa
vergüenza la pasaba yo sola. No quiero imaginar lo que hubieran pensado mis
padrinos. También deseé a veces que Boni apareciera en mis sueños y lo
mordiera.
Aproveché el tiempo diseñando nuevos textos. Esta vez serían más formales y
serios. Me gustaba escuchar a Rodrigo conversar sobre el negocio y su forma de
encontrar nuevos clientes en la capital. Aprendí sobre ingresos y egresos,
contratación de artesanos, obreros, talladores y también cómo se trasladaba la
plata desde las minas hasta los talleres.
Lo que comenzó por curiosidad, me convirtió en experta sobre este tipo de
negocios. Fue una lástima que Rodrigo nunca considerara ponerme como
heredera del negocio. Debía ser un hombre, y el único –Francisco– se fue desde
que era jovencito.
Pasaron más o menos seis meses cuando un domingo, Lola echó a perder una
sopa porque en vez de sal le puso azúcar.
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Con gran desasosiego llegó a la mesa y se inclinó al oído de Mina para contarle
su error. Después comenzó a llorar con tantas ganas que casi nos hace llorar a
Rodrigo y a mí. Mina, en cambio, se empezó a reír. Se levantó, ¡y la abrazó!
–Lolita, no se preocupe, hasta al mejor cazador se le va la liebre.
–¿Cómo? –contestó Lola.
–Nada mujer, que todo está bien. Hoy podemos prescindir de la sopa y
comeremos una ensaladita.
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Transcurridos unos meses, decidí anexar al documento que yo quería publicar,
una carta de amor. Admito que me costó trabajo ponerla en el sobre no porque
Rodrigo viera cuando yo lo cerraba, sino porque el peso del paquete cambiaba.
Respiré profundamente y deseé que mis nervios no me delataran. En esa carta
anexa le expresaba francamente mis sentimientos.
El tiempo pasó y siguió pasando sin recibir respuesta. Mi tesón era más grande
que cualquier obstáculo. Si él pensaba que me daría por vencida, estaba muy
equivocado. Envié otra más, de igual forma, detrás de lo que yo preparaba para
publicar. En esta nueva misiva, le hacía saber sobre mis deseos de que me diera
una oportunidad. ¡Qué denigrante situación! No entiendo qué clase de emociones
se apropiaron de mi mente y de mi alma. Lo que sí resultaba claro era que cuanto
más alto quería volar, más arrastraba mi dignidad.
Esta vez, su contestación llegó poco tiempo después. En ella me decía: “Estimada
Srita. Zertuche:
He recibido su amable colaboración. Me siento molesto conmigo mismo por tener
que decirle que en estas últimas cartas, sus textos no tienen una orientación
clara. Es IMPOSIBLE (así lo puso, en mayúsculas) que usted plantee una
situación tan IRREALIZABLE entre los obreros. Creo que usted confunde el
periodismo con la literatura, y sus textos son, en esta ocasión, bastante
imaginativos. Me apena hasta el fondo de mi corazón tener que decirle que es
mejor que usted se dedique a las letras, cuyo manejo le será de mejor provecho.
Queda de usted su amigo, Pablo Méndez”
–Muy bien. –Pensé al tiempo de leer esta carta y sentir un repentino golpe de
sangre en la cabeza– Seguro tiene miedo de enamorarse de mí. Nunca había
utilizado mayúsculas de esa manera, “IMPOSIBLE” e “IRREALIZABLE”, ¿se
refería a mis cartas de amor o de verdad hablaba de los obreros? Por si las
dudas, quemé discretamente la carta para que nadie viera semejante respuesta.
Poco después, mi padrino llegó a la casa con la sorpresa de que Pablo Méndez
nos visitaría. Hasta él estaba extrañado de que sin invitación, ahora decidiera
viajar a Taxco.
Es increíble; en lugar de sentir una profunda alegría, fue al contrario, el miedo y la
incertidumbre se apoderaron de mí. ¿Tendría acaso esta visita la intención de
descubrirme frente a mis padrinos? ¿Le diría a Rodrigo sobre mi insistencia?
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porque Francisca la atrapa rápidamente, hubiera sucedido un accidente. Tuve que
encerrarla en mi habitación.
De regreso a la sala, noté que mi tensión se reflejaba en los hombros. Pasé por la
media luna que adornaba el recibidor y pude ver que mi cuello había
prácticamente desaparecido, tenía marcadas unas ojeras grises y me veía más
baja de estatura. Quise ponerme derecha, pero el estómago se me jalaba hacia
adentro y me dolía todo. Tenía unas enormes ansias de que esta visita terminara
pronto.
¡Qué desgracia! ¡Qué hice al mandarle la última carta! ¡Lo separé de mi lado! No
existía en el diccionario algún calificativo que me acomodara. Fui tonta, bruta,
insensata, idiota y todo lo demás. Ahora sí no habría excusa suficiente para que
yo entrara nuevamente en contacto con él.
La capa oscura de la ira me cubrió por completo. No fue tristeza lo que sentí
durante los siguientes meses, fue un coraje horrible contra él y contra mí. Yo fui la
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responsable de que Pablo no me diera la oportunidad para conocernos más.
Ahora sí, si tenía novia, ella ganaría la partida.
Mina rompió con mi rutina al avisarme que el señor Gutiérrez le había mandado
una carta a Rodrigo recordándole el compromiso que yo tenía de escribir algo.
Francamente me dio mucha flojera en ese momento pensar en algún tema, así
que postergué el asunto y me dediqué a seguir soñando.
¡Qué hombre tan necio! Un mes después volvió a mandarle otra carta a Rodrigo.
–Hija –dijo Mina– ¿Qué no estabas realmente interesada en escribir?
–Sí madrina. No sé qué me pasa. A lo mejor es que estoy muy nerviosa porque
ahora no se trata de cualquier texto, sino de un libro.
–Bueno, tú sabrás de qué escribir. Haz algo, no te quiero holgazaneando por la
casa y menos encerrada otra vez en tu recámara.
–Sí madrina, no se preocupe, déjeme pensar en algo.
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Claro que no podía pensar en nada. Mi musa, o bueno, mi muso –Pablo– se
había esfumado.
Hice acopio de lo poco que me quedaba de concentración para escribir. Por fin
me pareció que sería buena idea hablar sobre Taxco. Bien se decía que para ser
un país completo, las provincias no sabíamos mucho las unas de las otras. Si mi
libro contaba con suerte y se publicaba en la capital, podría promover a nuestro
hermoso Taxco entre los pobladores, lo que representaría quizás, más venta de
nuestras joyas. En el fondo ya no estaba tan segura de ser escritora en forma,
aunque estaba consciente de que este hombre, el señor Gutiérrez, podía seguir
siendo mi único y último enlace con Pablo. Más por interés personal que literario,
decidí escribir sobre lo que yo tenía visto y aprendido de mi pueblo tan querido.
Tardé más o menos un mes en tener un borrador de cincuenta hojas con letra
apretada. Se lo entregué a mi padrino para que viera que lo de escribir no era
ninguna vacilada, y que si me había comprometido, aunque fuera a
regañadientes, lo haría. Rodrigo expresó su beneplácito, pero también me pidió
que después de la cena me quedara porque quería platicar conmigo.
–Mónica –empezó– yo sé que no te has interesado por alguno de los jóvenes que
traje a la casa. Pa serte franco, estoy muy contrariado con tus decisiones. Me
preocupa más que cualquier otra cosa en la vida porque no has pensado cuál
será tu futuro. Si no te casas, terminarás como la señorita Robles, la que vive
cerca del taller. Todo el mundo habla de ella como una respetable solterona, pero
solterona al fin, que vive sólo de la renta de habitaciones pa señoritas. No es el
futuro que nosotros queremos pa ti, ni que tus padres hubieran deseado.
Con una expresión más que solemne, y viéndome a los ojos mientras apretaba
mis manos, continuó:
–Hace un año tomé la decisión de casarte aun contra tu voluntad. Fue una lástima
que se nos atravesara el asunto de Pablo y luego el de mi mujer. Ahora me siento
cansado. Los años se me están viniendo encima y no tengo la energía pa andar
detrás de ti como si fueras una chiquilla. ¿Cuánto tiempo tenemos que esperar?
Sabes bien que si no te casas pronto, ya nadie te querrá. Necesito que ahora más
que nunca me ayudes y pongas de tu parte.
Con la mirada gacha, aunque con firmeza, lo interrumpí:
–Mire padrino, no sé cuál es la razón, yo no me quiero casar a la fuerza. Quiero
encontrar al hombre que realmente me haga feliz, vaya pues, enamorarme.
–Hija –dijo soltándome– Es que tienes que entender que eso es de niñas. Tu
madrina y yo sólo nos vimos dos veces antes de casarnos, y míranos ahora,
llevamos casi 30 años. El amor se va formando entre la gente. Lo que tú tienes es
una idea ficticia de la realidad que los libros han alimentado en tu cabecita. Sólo
decide cuál de todos los jóvenes que has visto conversa mejor, y con ese te
casamos.
Yo no encontraba la manera de darme a entender. Vi en su mirada una angustia y
tristeza auténticas que me empujaron a decir lo que en el fondo no quería:
–Deme un poco más de tiempo. ¿Qué le parece si de aquí a un año, que yo
cumpla los veintiuno decido con quién casarme. Le prometo que no llegaré a los
veintidós soltera, ¿me cree?
Rodrigo me miró con mucha ternura y resignación.
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