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2º Parte.

6º Un nuevo inicio.

Creo recordar que era lunes aquel tres de junio, en el que suelo poner el inicio de mi nueva
vida en mi tierra. Había dormido mal, probablemente era la primera vez en mi vida que
algo así me quitaba el sueño. Llevaba horas dando vueltas en la cama, tratando de
encontrar un hueco en mi cabeza que me proporcionase un resquicio de calma a la cual
aferrarme en busca de, sino un profundo estado de soñolencia, si al menos un ligero sopor
que me rescatase de esa molesta vigilia; incómoda y pesada que me negaba el descanso
para la importante jornada del día siguiente.
Con mis radicales decisiones de los últimos meses, había decidido olvidarme de mis
estrictos planes de vida y someterme al albur del destino sin forzar situaciones, dejando
que estas llegasen y tal y como las viese aparecer decidiendo si las dejaba pasar o me
quedaba con ellas.
El final de mi vida en Madrid lo llevé en secreto, al margen de mi familia, a ellos no les
quise decir nada hasta que no tuviese todo organizado para mi nuevo inicio en Zamora.
La verdad es que no fue difícil, salvo el pequeño imprevisto de una visita de mi hermano
a la gran ciudad, por temas de trabajo. Kike, como hermano mayor, había procurado
verme dos o tres veces por año, coincidiendo la mayoría de las veces con sus obligaciones
laborales. Rara vez se quedaba en mi casa, ya que siempre prefería quedarse en los
alojamientos de la cadena hotelera para la que trabajaba, decía que así no me molestaba
en mi privacidad, ni me obligaba a estar pendiente de él, sabedor de como solía estar yo
de ocupada con mi trabajo en el laboratorio, y aquella no fue una ocasión diferente. Lo
único novedoso de aquella visita fue la sorpresa que me tenía reservada para la comida a
la que me invitó en uno de aquellos hoteles y a cargo, eso sí, de su empresa como gastos
de representación.
Entré en el comedor y vi que en una de las mesas del fondo me esperaba mi hermano.
Cada vez se parecía más y más a nuestro padre, los dos altos y cuadrados de espalda, los
dos muy blancos de tez, los dos con los ojos azules y pelo castaño, mi hermano a
diferencia de aquel, perfecta e impolutamente afeitado, cosa que mi padre, tal vez por su
trabajo, se preocupaba poco menos que nada de mantener al día, al menos entre semana.
Se me acercó y me dio un maravilloso abrazo, de esos que sabía dar él, envolventes,
cubriéndome por completo con sus brazos, yo no soy muy alta, tampoco bajita, pero entre
aquellos abrazos desaparecía por completo. Desde niña me gustó la sensación de
seguridad que me daban aquellos abrazos de Kike.
-Estás preciosa- me dio un beso y se apartó para mirarme otra vez- Ya hacía casi dos años
que no te veía. Y has vuelto a tu color de pelo.
-Pues tú impresionas enfundado en semejante traje- yo también le miré separándome un
poco- Si llego a saber que estarías casi de gala me pongo otra ropa.
Puse cara de buena chica a modo de disculpa, por mis vaqueros ajustado y visiblemente
gastados, botas camperas, jersey amplio de punto y tres cuartos de paño a cuadros rojos,
tenía lo más parecido a un aspecto granjera chic de revista de moda.
-Tonterías, estás perfecta, el que va de penas soy yo, que voy vestido de monigote, pero
ya sabes es el uniforme trabajo- me pasó el brazo por los hombros y me guió hacia la
mesa- Por cierto, ¿te estás tomando por fin las cosas con algo más de relax?, me ha
extrañado que pudieses quedar al comer entre semana.
-Bueno ya te contaré, han cambiado algunas cosas.
-Me intrigas, pero bueno empezaré yo con las novedades.
Llegamos a la mesa donde nos esperaba levantada una chica morena, alta, de ojos negros
y rasgos raciales, aunque un tanto andrógina, que nos miraba con evidente interés y nos
recibió con una sonrisa brillante.
-Eva, te presento a Noelia, es mi pareja.
La chica se me acercó y me dio dos besos, agachándose un poquito al ser ella algo más
alta que yo, y llevar algo de tacón mientras que llovía casi plana.
-Encantada, tu hermano me habló mucho de ti- hablaba con esa característica musicalidad
melosa de los gallegos, además del inconfundible uso de los tiempos verbales,
indudablemente era gallega- Y ya tenía ganas de conocerte.
-Encantada igualmente, siento no decirte lo mismo, no sabía nada de ti- respondí mientras
nos acomodábamos a la mesa- Mi hermano, por lo que veo, es más hermético aún que yo.
-Como somos una familia un poco rara, ya sabes lo que pasa- me cogió por el hombro y
me zarandeó ligeramente- Pero eso no evita que nos queramos, además Noelia ya sabe
como somos, aunque aún no conoce a Papá y Mamá.
La miré con un forzado gesto de lástima.
-¿Estas segura de ir en serio con este individuo?.
Ella se rió.
-Me temo que sí- y dirigió a Kike con una sincera mirada amor- A estas alturas ya lo
tenemos muy claro.
-En fin- me encogí de hombros- Tú sabrás lo que haces.
Llegó un camarero cartas en ristre, se notaba que sabía que estaba tratando con un
superior, el servicio era excelente, quizás mejor de lo habitual, anotó el pedido e
inmediatamente nos trajo el vino, como zamoranos, lógicamente pedimos un tinto de
Toro, aunque como homenaje a la gallega de la mesa y para satisfacer mi vicio de blancos,
también vino un albariño.
La comida fue muy amena, hablábamos intercalando cosas insustanciales con temas
personales, Noelia y Kike se habían conocido precisamente en el trabajo, ella era dos años
menor que mi hermano, trabajaba de recepcionista en un hotel de Santiago de Compostela
que dirigió mi hermano y allí saltó la chispa, pero ambos tenían por entonces pareja, y no
fue hasta un año después cuando iniciaron su relación, hacía ya tres años.
Me encantaba ver a aquella pareja contando su historia, eran realmente adorables sus
interrupciones mutuas, para ir completando detalles, las sonrisas y sus miradas de
complicidad. Yo, lo veía, consciente de mis secretos y de mis decisiones, iniciando
aquella nueva etapa de mi ciclo vital, no podía evitar el pellizco de algo así como la
envidia.
Llegamos al postre y decidí dar un voto de confianza a mi recién descubierta y estrenada
cuñada, de modo que seguí su consejo y me pedí un poco de helado con pudín sugerido
por ella, que al parecer era casero y efectivamente valió la pena. Lo se, es un voto de
confianza muy pequeño, pero por algo tenía que empezar.
Con los cafés, mi hermano se acomodó en la silla echándose hacía atrás y adoptando una
fácilmente reconocible actitud de hermano mayor.
-Bueno, me tienes que contar cuales son esas novedades de que me dijiste antes, me has
dejado intrigado.
Lo sabía, lo estaba esperando, pero no estaba preparada para hablar de ello. Aún no tenia
claro cuando llegaría el momento de volver a Zamora, aunque la decisión estaba tomada
y el proceso de regreso iniciado, las cosas estaban aún muy en el aire, ni tenía casa, ni
tenía trabajo, sí que era cierto que tenía un contacto laboral muy interesante, pero aún no
había nada en firme. Por ello, decidí hacerme de rogar y desviar la conversación hacia
otro punto hasta ver la conveniencia de contarle a mi hermano todo, o al menos parte del
devenir de mis decisiones de los últimos meses.
-Si, tranquilo, pero ¿qué me dices de vosotros?- tercié llevándome la taza de café a los
labios para soplar levemente- Si ya estáis dando el paso de hacernos público a la familia
“Monster” que vuestra relación existe, es por que estáis pensado en tomar decisiones de
futuro.
Kike se rió y Noelia, me miró sorprendida.
-Se nota que tu madre es abogada- se echó hacia delante mirándome divertido- Te pareces
a Mamá más de lo que gustaría reconocer.
-Bueno, puedo ser, pero hasta eso podría cambiarse.
-Eres mala.
-Ya ves.
Noelia nos miraba de hito en hito, si yo hubiera sido ella habría salido corriendo de allí y
sin mirar atrás, y puesto que no lo hizo me demostró una vez más que estaba enamorada
de mi hermano, era eso, o que estaba un poco loca y le gustaban los deportes de riesgo.
-Si cielo- le sonreí malévolamente- Esta familia es así.
-Tranquila- me devolvió la sonrisa- Nosotros no estamos mucho peor.
Pues sí, me estaba gustando esta chica, saltaba a la vista que mi hermano y yo tenía gustos
muy diferentes en cuanto al físico de las mujeres, pero a menos de que fuese una gran
actriz, en lo que respecta a la personalidad había dado de lleno en el clavo.
Se veía a Kike muy satisfecho.
-Venga, pues como tú no quieres empezar, te cuento yo- según hablaba levantó la mano
para llamar al camarero que nos trajo unos chupitos- Hace casi un año se nos ocurrió una
idea que planteamos a la dirección de la cadena, la verdad es que era una idea interesada-
miró a Noelia y siguió- Queremos empezar a asentarnos, queremos empezar a echar
raíces, ya llevamos como te hemos dicho tres años juntos y queremos dar un paso más-
no me hizo falta preguntar, se leía perfectamente entre líneas, se estaban planteando
formar una familia, ser padres- Así que propusimos la idea de abrir un microhotel en
Zamora y nos han dado vía libre y puesto que la idea es nuestra y tenemos cierto
reconocimiento entre los jefes, lo dirigiremos nosotros.
Yo los miraba ilusionada y sorprendida, ¿qué estaba pasándonos a los Zamorano Martín?,
nos estábamos volviendo locos, cada uno por separado habíamos decidido volver a la
casilla de salida, pero eso sí había una diferencia muy grande, y esa diferencia ya se
encargaría de reseñarla hasta la extenuación nuestra madre, Kike, su niño, volvería en la
cima del éxito y yo victima de la derrota más humillante a sus ojos, yo no lo veía así, mi
derrota habría sido no abrir los ojos y aferrarme a una vida artificial, artificiosa, falsa.
-Que alegría- levanté mi chupito en su honor- Eso es una buena noticia, muy buena, y
además pensáis hacerme tía.
-Si- sonrió Noelia.
-Pues si- ratificó mi hermano- No hay prisa, pero cuando ese momento llegue tendrás que
hacer algún viaje a Zamora, ya son muchos años que hace de que no te asomas por allí.
Lo supe, sí, lo supe, supe que había llegado el momento de confesarme con mi hermano,
y ya que estaba allí, con mi recién descubierta cuñada. La verdad es que me lo habían
puesto en bandeja.
-A lo mejor me veréis más a menudo de lo que esperas- mis palabras hicieron aflorar unos
gigantescos signos de interrogación en los ojos de mi hermano- He dejado el trabajo, lo
dejé en Enero y he decidido volver a Zamora.
Solté la bomba tal cual, sin anestesia, y sorprendentemente para mí fue agradable, casi
liberador.
-¿Que qué?.
-Eso.
-Buff.
-Sí.
-¿Lo saben Papá y Mamá?
-No.
-La que se va a liar.
-Ya imagino.
-¿Qué ha pasado?
-Lo he dejado.
-Pero…
-Lo he dejado yo, me di cuenta de que necesitaba una vida.
Con aquella escueta explicación me percaté de que lo había dicho todo.
Kike seguía callado, mirándome poseído por la sorpresa y la incomprensión, pero no
ocultaba una cierta expresión de orgullo y satisfacción de hermano mayor. Noelia por su
parte, estaba incómoda, me dio la sensación de que sentía que estaba siendo testigo de
algo íntimo que aún no le correspondía ver, y hasta en ese detalle me calló bien.
-Eva- Kike habló por fin despacito- Estas como una cabra, pero me encanta saber que
vuelves y ver que eso te hace feliz. ¿Tienes algo pensado?, ¿para cuando será?.
Me incomodaron un poco las preguntas, pero teníamos las cartas sobre la mesa, al menos
las que yo quise poner y no tenía más remedio que darle algunos detalles.
-Aún no se cuando será, dependo de una entrevista con un veterinario, tiene una clínica
cerca de San Lázaro y necesita un veterinario que la dirija, él se está planteando la
jubilación, pero no quiere cerrar el negocio por que lo heredará su sobrino, o algo así.
-Yo siempre había pensado que, si algún día volvías, a lo mejor montarías clínica tú.
-No, no para nada, no van por ahí los tiros de lo que necesito ahora.
-¿Y qué necesitas?.
-No preguntes tanto.
-Y ¿dónde vivirás?, ¿tienes casa?, lo se son más preguntas.
Se disculpó con una sonrisa.
-Aún no, y esa es la principal pega, no quiero un piso- suspiré- Llevo demasiados años
viviendo con pocos vecinos y me gustaría seguir así.
Mi hermano se quedó un instante en silencio, pensando, pareció tener una idea, cogió el
teléfono y se levantó, salió del comedor dejándonos solas, tras todas las recientes
novedades nos miramos con cierta complicidad, pero sin ganas de hablar. Al instante
llegó Kike.
-Solucionado- se sentó en su silla y dio un sorbo a su licor- Ya tienes casa.

Efectivamente ya tenía casa. La providencial comida con Kike y Noelia me había


solucionado el que para mi era el principal problema de mi regreso a Zamora. Desde luego
que estaba en paro, y eso no gusta a nadie y menos con una situación de crisis como
aquella en la que estábamos inmersos, en ese sentido indudablemente mi marcha de la
empresa habría podido ser interpretado por cualquier persona como un lujo innecesario
con la que estaba cayendo, y sabía que ese sería uno de los reproches de mi madre, pero
mi vida ya estaba por encima de un trabajo, de la opinión de mi madre o de cualquier plan
estricto que me hubiese podido trazar como ideal en la infancia o la adolescencia. Por
supuesto que mi situación económica era muy buena, había ganado mucho dinero, en
virtud de un sueldo realmente importante, las abundantes dietas, complementos y
premios, además de los gastos pagados de representación, por todo ello me podría haber
planteado montar mi propia clínica allá donde me hubiese parecido, pero mis necesidades
de reinicio vital me hacían permanecer consciente de algo que yo no perdía de vista,
estaba en pleno proceso de cambio y búsqueda, y por lo tanto me negaba a tomar
decisiones que me aferrasen demasiado a cualquier lugar u ocupación, por eso fue por lo
que acepté aquel trabajo de simple directora veterinaria de una clínica cuyo dueño
pensaba dejar en herencia a su sobrino, sería poco más que una sencilla gerente. Bien
podría ser que a la vuelta de un par de meses o de años ya no les interesase tenerme allí o
tal vez fuese yo la que no estuviese por la labor de continuar, pero yo me lo planteé como
una etapa, un puente de paso hacia otro lado mientras yo me dedicaba de reconstruirme
y, ¿por qué no? a aprender a quererme.
Tras una serie de llamadas telefónicas con el amigo de mi hermano y con Fernando, el
dueño de la clínica, organicé un viaje de incógnito a Zamora, la verdad es que me sentí
un poco mal por hacerlo al margen de mis padres, pero conocedora de la bomba de
relojería que estaba preparando para detonar en el seno de mi familia, prefería que ese
momento llegase algo más tarde y de un modo lo más controlado posible por mí. No pude
evitar una punzada de remordimiento al comprobar lo corto que fue el viaje, ahora ya se
llegaba a Zamora por autovía hasta la misma puerta de la ciudad, todo nuevo y yo no lo
conocía, era como Totó volviendo a Giancaldo, pero a diferencia de él, no dejé, que al
menos en aquel viaje, me lo echase en cara no mi madre, sino mi padre, el reproche me
lo hacía yo a mi misma. Pero estaba claro que aquel autoreproche, me lo podía hacer en
ese momento por que había tomado la decisión de cambiar, a la Eva de meses atrás nadie,
ni tan siquiera ella misma le habría afeado aquella u otra conducta.
En primer lugar, quedé con Carlos, el amigo de mi hermano que se convertiría en mi
casero. Lo recordaba de mis años juveniles llegando a la casa de mi infancia a recoger a
Kike y él por lo visto también se acordaba de mí.
La casa, era una casa vieja reformada en el barrio de Olivares, frente al parque junto al
Duero, desde la que se tenía una buena perspectiva del puente nuevo que unía la margen
derecha con la izquierda del río. Carlos la había heredado de su abuela y conocedor de su
cierto estado de abandono, la había reformado completamente. Tal y como entré
comprendí que estaba hecha para mi, tenían un jardín privado y discreto a cuyo lateral
izquierdo estaba el cuarto de una caldera de biomasa. Al jardín se accedía desde la calle
por un portalón con un portón de madera con un pequeño tejadillo sujeto por unas vigas
arquitrabadas que me recordó a la entrada de una vieja venta, al fondo del jardín estaba
la casa a la que se accedía por un pequeño recibidor desde el que se organizaba la casa, a
la derecha una cocinita con un moderno estilo campestre de revista de decoración, con
sus muebles de madera envejecida y sus cortinitas de puntilla, a la izquierda una saloncito
de tamaño medio y de frente una escalera de madera, en cuyo hueco había un pequeño
cuarto de baño completo, con plato de ducha. La escalera desembocaba en una planta
superior con dos dormitorios, uno más grande y muy soleado de techo abuhardillado con
una claraboya y dos ventanas grandes, aquella sería mi habitación y otro, algo más
pequeño, que se convertiría en un buen despacho, entre ambos un perfecto cuarto de baño
con puerta desde el descansillo, y como estrella una gran bañera de aire retro de esas que
se sustentan sobre patas sobredoradas. Al baño, también se podía entrar desde el que, ya
estaba decidido, sería mi nuevo cuarto. Salvo la cocina, la casa no tenía muebles, cosa
que agradecí. Según la estaba viendo me imaginé viviendo allí, y esa idea me gustó, me
sentí cómoda de inmediato, y me agradó aún más la perspectiva de no contar con vecinos
ya que las casas de un lado y otro estaban vacías.
-Me gusta- salimos a la calle- Si no estas en contra me la quedo.
-Por mi perfecto, cuando quieras firmamos el contrato.
-Si quieres ahora mismo.
Y así tomé posesión de mi nueva vivienda en mi ciudad.
Después de aquello, marché en busca de la clínica en la que me esperaba Fernando, el
que sería mi nuevo jefe, un veterinario afable, al menos en apariencia, tenía cumplidos
los sesenta y como ya he comentado, estaba preparando la llegada de su jubilación, así
como la sucesión a la cabeza del negocio a favor de su sobrino. La entrevista fue más
rápida y más fluida de lo que yo imaginé, su principal interés radicaba en el hecho de
poderse permitir el lujo de contar entre su personal y a la cabeza del negocio con una
veterinaria de un enorme prestigio en muchos sectores de la profesión, de la que, ya me
habían llegado rumores, de mil versiones en los mentideros sobre mi drástica decisión.
Lo cierto es que a aquel hombre todo aquello le traía al fresco, él lo que quería era
disponer de una persona acostumbrada a mandar y además que supiese cuales eran, o al
menos parte, de los fundamentos del trato con los comerciales, con los que él nunca había
sido capaz de manejarse, cosa de la que mi equipo se había beneficiado en el pasado. La
parte positiva era que no me tenía en cuenta los goles que mi gente le hubiese podido
propinar tiempo atrás.
-La última cosa que te encargaré llevar a cabo- me dijo echándose hacia delante, sentado
a la mesa del bar en el que habíamos quedado a la vuelta de su clínica- Es, que en ciertos
momentos necesitaré que seas tú quien acuda a eventos en mi representación, no me
gustan esas cosas y prefiero que eso lo hagas tú, e incluso que pueda ir contigo mi sobrino
y le enseñes a manejarse en ellos.
Por la forma en que me lo dijo, y por el brillo un tanto malévolo de su mirada, me di
cuenta de que a parte de en la formación de su sucesor, Fernando, lo que estaba haciendo
era buscar la exhibición de su trofeo, de modo que sí, que él estaba al tanto de la actividad
de los mentideros del mundillo y quería demostrar que había ganado aquel oscuro objeto
de deseo profesional que era Eva Zamorano.
Le miré directamente a sus ahora ojillos codiciosos, puse en aquella miraba todo él énfasis
de años de trabajo de comercial y me planteé, “perfecto, tienes la mascota, pero me podrás
lucir, pero no manejar”, cierto, ante mi actitud se vio desarmado, aquel hombre no sabía
jugar con los de mi clase, a buen seguro sería un mal jugar de poker.
-No hay problema- dejé unos puntos suspensivos en el aire- Pero no trabajo los fines de
semana, ¿estamos de acuerdo?.
Era evidente que no esperaba aquella salida.
-Eh, vale- tartamudeó- Bien, bien, cuenta con ello, pero tienes que tener en cuenta que en
virtud de tu currículo te pagaré un muy buen sueldo.
-Lo se, soy consciente.
-Y si me pides no trabajar los fines de semana, tendría que revisar la oferta salarial que te
he hecho.
Dejé que sus palabras se disipasen en el aire, mientras clavaba mis ojos marfil en los
suyos, como yo sabía hacer, tenía años de entrenamiento en negociaciones mucho más
duras que aquella.
-Fernando- volví ha hacer una pausa, casi me sentí como Vito Corleone al inicio de “El
padrino”- Eso no me parece correcto- hice una nueva pausa- Si quieres contar con mi
trabajo de cara a esos “eventos”, necesito una contrapartida económica, creo que es lo
justo, si no estás de acuerdo lo dejamos y me marcho.
-No, no- recuerdo que pensé que aquello estaba hecho, necesitaba su mascota a toda costa,
pero esta mascota mordía- Cuenta con ello.
-Bien, entonces ¿dices que empiezo en Junio?.
-El primer lunes- se apresuró algo nervioso- Es día 3, si te parece, vienes el sábado día 1
y te presento a todo el personal.
-Me parece perfecto.

De nuevo en Madrid, empecé a empaquetar mi vida, al principio pensé que sería una labor
titánica, pero casi de inmediato me percaté de que en absoluto, en realidad esa labor fue
más dura anímicamente que cansada físicamente, me di cuenta de que de aquellos diez
años allí, tenía muy pocas cosas que guardar. De los muebles, únicamente me quise
quedar el sofá y la cama, había pasado muy buenos momentos en ellos, en especial con
mi añorada perrita Rona, y por supuesto con mis parejas sexuales más importantes, la
dulce Vero, el vigoroso y sumiso Cesar y desde luego Andrea, mi, tal vez, amada por casi
48 horas, Andrea. El resto de muebles se los ofrecí a mi vecina Carla, los que no quiso,
los vendí. Lo que más me costó empaquetar fue mi ropa, maletas enteras de ropa, pero
por encima de la ropa, mis libros, cientos de ellos, libros, revistas, publicaciones de todo
tipo, muchos con artículos míos. Mi música y mis películas ocupaban menos un par de
discos duros externos, al igual que los libros eran cientos, pero al estar en digital eran
mucho más cómodos de transportar. Dejé para el final, mi secreto arsenal de juguetes
sexuales, una cosa era que por el momento hubiese renunciado a los placeres de la carne,
y otra muy distinta deshacerme de ellos, ya llegaría el momento de volver a usarlos, sola
o acompañada, fueron otro par de maletas, resoplé, con razón me llamaba a mí misma la
“virgen pervertida”.
Cuando Germán, me vio cargando aquellos retazos de mi vida en el coche se ofreció a
hacerme el porte con la furgoneta de la tienda, era un encanto, les echaría de menos, tanto
a su atenta caballerosidad como a la ciega incomprensión de mi vida de Carla.
-Por ahora no te preocupes, primero intentamos ver si entra todo en mi coche y si no,
cuento contigo- quiso rechistar- De verdad, te lo prometo si no entra todo te lo digo.
-Bueno, pero al menos déjame ayudarte a meter las cosas.
A eso no me negué, una cosa es que me gusten también las mujeres y otra muy distinta
es que tenga la capacidad espacial de los hombres, Germán se puso al tajo. Lo primero
que hizo fue meter el sofá con la ayuda de Carla y la mía, y en unos veinte minutos había
conseguido que mi coche pareciese la versión motorizada del Tetris, eso si, me agradecí
a mi misma haber optado por un vehiculo un poco más grande de lo que en su momento
necesitaba cuando cambié el viejo que me regaló mi padre en mi último año de carrera,
lo único que se quedó fuera fue la cama, cosa con la que ya contaba. Tras discutirlo con
Germán, logré que se comprometiese a no llevármela y si a facturármela por agencia.
Carla, me dio un abrazo emocionada.
-No te olvides de nosotros- estaba al borde del llanto- Nunca he llegado a entenderte del
todo, pero te quiero como una hermana pequeña.
-Nunca lo haría y lo se- le respondí al abrazo- Germán ya tiene mi nuevo móvil, el otro
ya no existe.
Cuando Carla me dejó libre, fue Germán quien me abrazó.
-Cuídate princesa, cuídate mucho- aflojó su abrazo y me miró- Si te hacemos falta alguna
vez dilo, ¿ok?.
-Si, de verdad, ok.
Les di un beso a ambos, y me monté en mi coche.
Como no podía ser menos, pasé por casa de Luís para despedirme de ellos, me encontré
a mi mentor aún delicado, se disculpó por su mal aspecto. Desde aquella visita que les
hice en Febrero, había vuelto a ir por allí en dos ocasiones y me seguía preocupando lo
que aquel pertinaz catarro le estaba durando y ahora, aunque ya curado seguía
manteniéndole con la respiración afogonada, aquello no me gustaba nada.
-Deja de darle vueltas- me quiso tranquilizar- Estoy bien, tú lo que tienes que hacer es
pensar en la vida que inicias, nada más.
-Pero no te olvides de donde estamos- terció Araceli- Si alguna vez tienes que venir por
Madrid, vente por aquí, además sabes que tienes una habitación para ti.
-Tranquila lo haré- me dispuse a despedirme- Bueno me tengo que marchar.
-Espera un momento- Luís se levantó y se dispuso a salir del salón- Tenemos una cosa
para ti.
Araceli, me miró expectante, yo no entendí nada hasta que oí una cabalgada de pequeñas
patitas llegar enérgicamente hasta nosotras, una cachorrita negra con sus correspondientes
manchas rojitas, de unos cuatro meses, entró comiéndose el mundo, adoro esa actitud tan
propia de los pinscher. La cogí en brazos, era adorable, me lanía la cara poseída por una
desbordante efusividad.
-¿Te gusta?.
-Claros que sí Luís es una preciosidad.
-Pues es tuya.
-No.
-Sí.
Le miré y supe que no podía discutir, además no me apetecía, aquella pequeña era una
tentación muy grande y necesitaba una compañera, de modo que acepté.
- Es de la camada de Febrero- Luís estaba encantado con la perspectiva de que aquella
pequeña se viniese conmigo a Zamora- Es nieta de Rona, se llama Runa.
Casi se me saltan las lágrimas al saber aquello.
Después de abrazarlos y besarlos me despedí de ellos y con mi nueva compañera, Runa
en un transportin bien sujeto, a los pies del asiento del acompañante, puse, por fin, rumbo
a mi nueva vida.
Una vez instalada, o más o menos, en mi nueva casa, aún recuerdo el esfuerzo que me
supuso arrastras yo sola el sofá hasta mi nuevo salón, era consciente de que ya no tenía
muchas más excusas para seguir aplazando el ir a ver a mis padres. Estábamos casi a
mediados de Mayo, llevaba ya cinco días en Zamora, y cada vez se me hacía más difícil
hacerlo, era viernes y lo decidí, al día siguiente por la mañana lo haría, sabía de sobra que
ellos estarían en casa.
Aquél mes de Mayo estaba siendo irregular, en él se intercalaban series de días cálidos
con otros muy fríos, algunos hasta con helada matutina, que se hacía más fría en mi casa
junto al río, tanto que me obligaba, no ha encender la calefacción, pero si la chimenea de
casette del salón.
Aquel viernes era de los cálidos y lo aproveché para disfrutar del solecito tibio de la
mañana con mi nueva compañera de cuatro patas, mientras me preguntaba por dónde me
llevaría mi vida a partir de ese momento y como sería mi visita al día siguiente a mis
padres.
Pasé el resto del día asentada en un lánguido bienestar, casi sin salir de casa, ordenando
mis cosas y organizando mi habitación una vez llegada mi cama, ya tenía ganas por que
me incomodaba dormir en el sofá, hasta que no vi aparecer al tipo de la agencia de
transporte no estuve segura de que Germán me hubiese hecho caso.
Cuando llegó el sábado ya no me pude dar más excusas y así, a eso de las once de la
mañana estaba en el portal de mis padres en Las Tres Cruces, entré justo cuando salía un
vecino, me saludó mecánicamente sin reconocerme a pesar de ser uno de los que me había
visto crecer, casi lo agradecí. Cogí el ascensor, pulsé le botón del ático, sentía la
seguridad, la convicción, la decisión, la misma firmeza que sentiría Vito Corleone en el
Padrino II en la piel de Robert de Niro, cuando saltando por las azoteas iba decido a matar
a Don Fanuci, su primer asesinato. Llegué a mi destino.
Parada ante la puerta del piso de mis padres, el lugar en el que me había criado, el lugar
en el que se había desarrollado mi infancia y del que yo había salido más de diez años
atrás con la firme y secreta idea de no volver, había dejado aquella casa en pos de un
sueño, del sueño de una niña, de una vida soñada que se me había hecho una dura carga,
una carga tan pesada que había estado a punto de destruirme por dentro, era el anillo atado
al cuello de Frodo, yo entendía los padeceres de aquel pequeño hobbit. Me planteé que
aquello podría ser una derrota, pero no era eso lo que sentía, justo en ese momento me di
cuenta de que todo empezaba a tener sentido para mi, desde que dejé el laboratorio había
sentido una especie de pérdida de peso, poco a poco había ido perdiendo lastre y allí,
meses atrás había lanzado el anillo en mi propio Monte del Destino. Plantada en el rellano
de aquella escalera, todo aquel lastre se había ido por fin, evidentemente tenía heridas de
mi periplo, pero estaba viva, como dijo Arturo en Excalibur “no sabía lo vacío que estaba
mi espíritu hasta que no lo he vuelto a llenar”, pues en mi caso, no sabía lo vacía que
estaba hasta que me vacié de por completo de todo aquello de mi vida anterior que me
sobraba, y fue allí, aquella era por fin la casilla de salida de mi propio juego de la oca,
había caído en la muerte, pero lo había hecho a propósito con el objetivo de volver a la
casilla de salida, y esa casilla era esa puerta, en realidad lo que había tras ella. Me sentí
satisfecha de haberlo conseguido, a partir de ese momento afrontaría ir del treinta al
laberinto, caer en la posada y tener que esperar, saltar de oca en oca, o ir de puente a
puente, aunque fuera para ir hacia atrás. Pero de lo que estaba plenamente segura era de
que ya no tendría necesidad de caer en la casilla de la muerte y de que el azaroso devenir
del destino no me llevaría más veces a esa casilla tenebrosa.
De modo que plenamente segura, como Vito Corleone en otro descansillo de otra escalera
esperando al tal Fanuci, supe que había alguien que se sentiría tiroteada como aquel Don,
pero era lo que tenía que hacer.
Presioné el botón del timbre, ya no estaba nerviosa, ya no notaba el golpeteo de la sangre
en mis sienes, ni temblores en las rodillas. Pasaron unos instantes y se abrió la puerta para
dejarme ver la robusta silueta de mi padre.
-Hola papá, he vuelto a Zamora.
Lo que siguió fue tornándose por momentos cada vez más histriónico, casi rayando con
lo grotesco, pensé que estaba viviendo una escena de una película de Berlanga, pero por
dentro. Mi padre no daba crédito a lo que veía, su hija once años después plantada delante
de su puerta, me abrazó tembloroso besándome mientras hablaba incoherentemente y
gritaba llamando a mi madre.
-Elvira ha venido la niña, la niña está en casa.
Ella me recibió mucho más templada, tal vez intuía que les daría una noticia que no le
agradaría nada, por supuesto que se alegró, pero en ese momento a sus ojos yo era una
sospechosa y sus sentidos de abogada veterana estaban tan en alerta como el sentido
arácnido de spiderman, todo en ella decía “bien ¿dónde está la trampa?”.
La casa estaba idéntica, parecía que no habían pasado los años, únicamente habían
cambiado pequeños detalles, cosas como el televisor y los electrodomésticos de la cocina,
algún que otro mueble nuevo, pero poco más. Verlo todo tan idéntico, casi detenido en el
tiempo me provocó una extraña sensación, una especie de salto hacia el pasado, un pasado
en el que yo ya era plenamente consciente de que ya no encajaba. Me daba cuenta de
cuanto había cambiado a lo largo de los años, pero en especial aquellos últimos meses.
Sí, y ese cambio había culminado unos minutos antes en el rellano de la casa de mis
padres, y lo estaba confirmando paseando por las habitaciones de mi infancia.
Mi padre no me soltaba, besándome a nada que me tenía a tiro, y repitiendo casi como un
mantra “la niña está en casa”, pero mi madre acentuaba a cada instante su expresión de
sospecha. Estaba claro tenía que contarles los cambios en mi vida, no podía dejarlo pasar
más.
-Bueno, os tengo que contar una cosa- mi madre me miró con cara de “ahí está el, pero”
y mi padre simplemente se limitó a mirarme extasiado- He dejado el trabajo en el
laboratorio y he vuelto a Zamora.
Silencio total, pesado, denso, espeso, silencio atronador.
Supe que tenía que decir algo más, pero no sabía el qué.
-¿Es una decisión tuya?.
Mi padre, más sereno por fin, me salvo.
-Si papá.
-Entonces seguro que es para mejor.
Dios, cuanto quería a aquel hombre.
Lo que vino después me resultó un tanto confuso, y de hecho aún hoy lo recuerdo en una
nebulosa, mi padre, aunque estaba más tranquilo, aún parecía flotar en una nube y ni el
espantoso gesto de desaprobación de mi madre le hizo salir de ese estado, su
planteamiento era muy sencillo, casi naif, pero certero, su hija había regresado, había
tomado una decisión muy drástica, radical, pero si lo había tomado era por una razón
importante, y parecía que entendía que me había sentado bien. En el lado opuesto estaba
mi madre, me miraba resentida, fría, con un gesto pétreo, me había juzgado y sentenciado,
no preguntó por mis motivos, es cierto que mi padre tampoco, pero en él se veía la
aceptación de que distinguía en mi algo novedoso y con eso le valía, ya llegaría el
momento de las explicaciones, pero entendió que necesitaba tiempo y calma, más suya
que mía, por que yo me sentía en paz y en calma por primera vez en mi vida, aún perdida
eso si, pero equilibrada. Sin embargo, mi madre deambulaba por el salón como una fiera
herida, yo la miraba y sabía perfectamente lo que bullía en su cabeza, podía casi escuchar
el mecanismo de los engranajes de su cerebro frío y maquinal, sabía de sobra cuales eran
las palabras que se estaban agolpando en sus labios, las podía ver allí almacenadas con
toda su carga lesiva, dispuestas a brotar en una erupción envenenada, pero algo la frenó
y lo único que dijo antes de salir de la habitación fue un glaciar “fracasada” que le dolió
más a su esposo, mi padre, que a mí. Total, no había sido tan malo, tal vez, solo tal vez
aquella mujer me quería más de lo que yo imaginaba, y en virtud de ese posible amor
había sido capaz de contener su violento ataque, pero conociéndola, aún no estaba salvada
de la explosión con toda su nociva metralla, afectase a quien afectase, aunque hubiese
tantos daños colaterales que su solo planteamiento lo hiciera inaceptable, ese momento
llegaría, yo lo sabía, ella lo sabía y mi padre lo sabía, pero ni por esas dejaría que el
subidón que le había producido el recuperar a su hija le estropease aquella felicidad.
Estuve un rato más allí hablando con mi padre, contándole, sin entrar en muchos detalles,
mis planes inmediatos, el contrato de trabajo que ya tenía firmado, lo contenta que estaba
con mi casa nueva, lo feliz que me hacía la compañía de Runa y lo diferente que veía a
Zamora. Después me marche sin que mi madre se dignase a decirme adiós, más para
sufrimiento de mi padre que del mío propio, ella actuaba como ofendida cuando la que
debería de estarlo sería yo por su poco calido recibimiento.
Los días que siguieron los viví invadida por un placentero relax, ya había pasado por el
trance de soltar la bomba frente a mis padres y ya me sentía a gusto. Lo que tenía que
hacer lo había hecho, ahora podía salir a la calle sin el miedo de encontrarme con ellos o
con alguien que me pudiese reconocer y luego pudiese irles con la “copla” a ellos. Una
vez cumplido con aquel trámite, mi vida fue tranquila, me deleitaba en cosas pequeñas,
cosas sencillas, me acostaba temprano y ya que no cerraba las persianas de mi ventana ni
de mi claraboya, me levantaba con el sol derramándose en la habitación y salía a correr
con mi pequeña compañera hasta el cercano bosque de Balorio. A la vuelta, me duchaba
y me tomaba un café con algo de comer sentaba en mi querido sofá en el salón totalmente
desnudo de otros muebles con mis cosas aún en cajas por el suelo. Estaba en paz conmigo
misma, así fue como, recostada en mi asiento me percaté de un leve aleteo a lo lejos, en
el cielo brillante y limpio de aquella mañana fresca de Mayo sobre el Duero, no lo supe
con seguridad, pero me pareció que era mi alma, que tras tantos años escapada de mí,
debía de estar buscando el camino de regreso hasta el lugar donde le correspondía estar.
Fuese lo que fuese, el recuerdo de Rona me hizo sentirme reconfortada, cogí a Runa, su
nieta, en brazos y la achuché con fuerza.
-Creo compañera, que tenemos que comprar muebles si queremos que esto sea algo
parecido a un hogar.
Y así lo hicimos.
Con la casa algo más acondicionada y acogedora, y a pesar de que había quedado con mi
futuro jefe en visitar la clínica el sábado día 1, ya que no tenía otra cosa mejor que hacer,
una vez que me sentí ya casi instalada, decidí dejarme caer por allí, aquella misma tarde
para conocer al personal, familiarizarme con las instalaciones y ver las virtudes y errores
del negocio.
Fernando no me esperaba, pero le gustó ver mi iniciativa, me enseñó la clínica. Era un
local pequeñito, muy bien equipado, y algo abigarrado. Había dos consultas, una sala de
espera, hospitalización, quirófano, pre-quirófano, rayos, laboratorio, peluquería, almacén,
una salita privada para las guardias y dos pequeñísimos vestuarios. En la rápida visita me
ubiqué como pude y tomé nota mental de dónde estaban los medicamentos básicos para
no tener que preguntar a cada poco, no quería aparecer despistada delante de los futuros
clientes, Fernando me insistió en que no me preocupase por ese detalle, ya que siempre
contaría con uno de los auxiliares a mi lado, pero aún así pedí saber donde estaba cada
cosa.
El personal estaba formado por el propio Fernando, quien ya me advirtió de que él pasaría
más tiempo fuera de la clínica que dentro, afirmaba que a su edad ya solamente le
interesaba la cirugía, en especial la de trauma, y que lógicamente de eso no había todo los
días, además estaba decidido a dejar el negocio en mis manos y en última instancia en las
de su sobrino y heredero Rubén, un chico dispuesto al trabajo, con la carrera recién
terminada con un buen expediente, no deslumbrante pero si muy bueno, no en vano lo
había logrado en solamente un año más de lo que debería de haber sido por plan de
estudios. Rubén, me recibió encantado, me dio dos besos y me dijo que estaba a mi
disposición, era de complexión normal, ni guapo ni feo, pero con unos ojos verdes
enloquecedores, con aquella mirada y su agradable facilidad de palabra debía de tener
más de una y más de dos enamoradas. En la clínica había dos auxiliares, que a la vez
hacían las veces de peluqueros, trabajo con el que cumplían indistintamente, pero en ese
momento solamente estaba Álvaro, un chico encantador, risueño y alegre, me pareció
muy jovencito, pero tendría 25 o 26 años, menudito, muy pálido y muy delicado en sus
gestos y ademanes, también me dio dos besos y me aseguró que me ayudaría en todo lo
que pudiese. El auxiliar que faltaba era una chica, María, llevaba 15 días de baja y le
quedaban otros tantos, de manera que quedé pendiente de conocerla más adelante, una
vez que hubiese empezado ya mi trabajo allí. La plantilla la completaba Adela, una mujer
cincuentona, de talante agradable y activo, y probablemente en consecuencia dueña de un
cuerpo reseco y nervudo, que se veía aún más delgado por su considerable estatura, se
encargaba de atender la tienda y el mostrador, y una vez terminada la jornada ejercía de
mujer de la limpieza. También me recibió con un par de besos y buenas palabras, que, a
pesar de ser algo tópicas, me resultaron creíbles.
Sugerí a Fernando quedarme allí un rato para poder observarlos en movimiento, si tenía
que dirigir aquel negocio quería verlos antes en acción, al parecer también le gustó aquella
especie de juego a lo Chef Ramsey.
Desde el momento en que decidí hacer aquella visita ya tenía decido que me lo tomaría a
modo de auditoria externa, pensé que era fundamental no solamente conocer el local y
ubicar instalaciones, así como productos, sino saber la capacidad de organización y
trabajo que tenían. Lo que vi me gustó solo a medias, su plan de trabajo seguía siendo el
clásico de las clínicas pequeñas, en ese sentido no habían sabido evolucionar, los clientes
llegaban sin cita, de manera que no se podía hacer una planificación del trabajo diario, lo
cual daba lugar a momentos de estar de brazos cruzados seguidos de otros en los que la
salita de espera se agolpaba dando lugar a la marcha de algunas personas en busca de otro
lugar en el que tratasen a sus mascotas. Además, en aquellos puntos álgidos y viendo que
perdían clientela, se ponían nerviosos y comenzaban a moverse estresados de un lado a
otro como pollos sin cabeza. A todo esto, el pobre Álvaro, alternaba el trabajo en la
peluquería, para el cual tampoco daba cita e iba cogiendo a los clientes según llegaban a
pedirla, con la entrada y salida de cada una de las consultas para ayudar a Fernando y a
Rubén. A pesar de todo aquel desorden, Adela mantenía un encomiable control de sus
labores en el mostrador, me recordó al hiperactivo heladero que nos vendía los
cucuruchos de helado en los veranos de mi niñez.
Salí conforme y razonablemente satisfecha, con las ideas muy claras respecto a lo que se
tenía que mejorar, pero aún así todo pintaba bastante bien, tenía un buen lugar para
trabajar y para llevar una vida tranquila, por el momento no necesitaba mucho más.
Fui el día 1 tal y como habíamos hablado Fernando y yo, pero en lugar de para conocer
el negocio y el personal, para plantearle a mi jefe mis ideas. Nos tomamos un café en un
bar próximo, rato que aproveché para proponerle los posibles cambios, necesitábamos
imponer desde ya la cita previa para las consultas, dando horarios en función del
tratamiento que se tuviese que aplicar, designando ya un veterinario, y hacer lo mismo
para la peluquería, cita previa así como dejar la mañana o la tarde para la misma de modo
que pudiésemos saber en que momentos contábamos con los dos auxiliares, además
Álvaro y María harían peluquería a días alternos, dejando abierta la posibilidad de que se
respaldasen mutuamente en caso de mucha demanda, de tal forma que si uno trabajaba
por la mañana de auxiliar lo hiciese por la tarde en peluquería. Fernando sabía igual que
yo que esta organización nueva contaría con una cierta oposición inicial por parte de los
clientes, pero que en unos días se acoplarían al ver que se les atendía sin prisas, ni nervios,
ni esperas innecesarias.
-Ah, y una última cosa- me acordé de ello antes de despedirnos- ¿Sería posible que
cambiásemos esos pijamas blancos y verdes tan simplones?- creo que aquello le cogió
más de improviso que el resto de ideas, me miró perplejo sin saber que decirme- Yo me
traeré uno que tengo rosa con dibujos en la camisola.
-Me parece bien- se rió al fin- Puede ser interesante, eso lo iremos viendo la semana que
viene.
-Es solamente imagen, pero la imagen también vende.

Y así, aquella mañana del 3 de Junio, con la luz del sol iluminando cada uno de los
rincones de mi cuarto y con la efervescente Runa cansada de verme dar vueltas toda la
noche en la cama, decidí saltar de la misma, me enfundé unos leggins, una sudadera y mis
zapatillas de correr y salí con mi colega de cuatro patas, camino de Balorio dispuesta a
empezar de una vez el día.

7º Nuevo Trabajo

Mi primer día de trabajo fue sorprendentemente agradable. Antes de ir hacía allí tuve mis
dudas sobre mi indumentaria, me puse mi vieja ropa profesional y me sentí ridícula, de
modo que opté por una vestimenta más mundana que además encajaba más y mejor con
mi nuevo ser. Respecto a la clínica, poco era lo que había que organizar, tenían una buena
organización, eran un equipo bien engrasado y yo encajé perfectamente en él y para mi
sorpresa, Fernando ya había comenzado a poner en marcha mis sugerencias del sábado
anterior.
Para mi, hacía muchos años que no hacía trabajo de clínica, pero aquello era como andar
en bicicleta, además la gran mayoría de las visitas fueron rutinarias, cosa que incidió en
que no se notasen demasiado mis despistes a la hora de localizar todo lo que necesitaba
para cada uno de ellos. Lo que resultó más difícil fue recuperar el trato con los propietarios
de los animales que llegaron, si cada mascota es un mundo su acompañante humano lo es
más, en mis tiempo de practicas y trabajo en clínica durante mis años de facultad, siempre
me costó un esfuerzo ímprobo tratar con los dueños, y aquel día no fue diferente, hasta
que me di cuenta de que el quid de la cuestión estaba solamente en centrarse en el animal
que te habían llevado de manera que el propietario sintiese que en ese momento el suyo
era para mi el único perro o gato del mundo, si a eso le añadías una buena dosis de
explicaciones claras pero sin extenderse en exceso, limitando los tecnicismos, la cosa fue
rodada.
Como solamente teníamos un auxiliar, Álvaro, y este, además tenía un continuo goteo de
citas de peluquería, encontramos un dinámico punto de encuentro a la hora de sacar el
trabajo, Rubén alternaba sus consultas en solitario en una de las salas con otras en las que
hacía las veces de auxiliar mío. Fernando se limitó a pasar por allí a media mañana para
ver el modo en el que nos desenvolvíamos, cosa que repitió a última hora de la tarde para
comprobar el modo en el que había ido el día, y el modo en el que habíamos ido
imponiendo la novedad de las citas.
La clínica tenia una abundante y variopinta clientela, desde amas de casa con hijos y
perro, hasta señoras mayores cuya única disculpa para salir de casa y tener contacto con
el exterior eran sus pequeños perrillos, obesos y mimados, pasando por amantes de los
perros de caza, forofos de los misinos, deportistas con perro, algún que otro adiestrador,
un par de “agiliteros” y una indefinible pléyade de amantes de los animales con todo tipo
de mascotas. Todos mostraron una buena acogida hacia la nueva veterinaria y al parecer
quedaban muy conformes con el trato dispensado por mi parte, además de que, al
informarles Adela de la novedad de las citas previas, comentaban algo así como “ya era
hora, gran idea”, era poca cosa, pero me sentaba muy bien experimentar aquel buen
principio.
Al medio día cerramos a las dos de la tarde y volvimos a las cinco, hasta las ocho. Al
verme en casa para comer me di cuenta de que estaba sobre-estimulada, casi no probé
bocado, picoteé algo mientras jugaba con Runa sentada en la cocina.
De nuevo en la clínica una vez terminada la jornada, salimos todos juntos, yo un poco
aturdida por el repetitivo trabajo, pero nos fuimos a tomar algo invitados por Fernando,
parecía estar muy satisfecho con su incorporación y mis novedades.
Con un refresco con hielo en la barra del bar vecino, hablábamos animadamente sobre el
día y nos reímos con algunos de mis errores en la localización de las cosas de la clínica,
hábilmente camuflados por Álvaro o por Rubén, en un determinado instante y por culpa,
eso sí de quien días antes había devuelto erróneamente un frasco a su caja, estuve a punto
de ponerle un inhibidor de celo a un anciano Pequinés, cuando en realidad lo que estaba
queriendo era ponerle una dosis de vitaminas. Tras aquel rápido y divertido refrigerio
cada uno nos fuimos a nuestra casa, en mi caso donde me espera la traviesa Runa, para
dar un largo paseo junto al Duero. Había cerrado mi primer día en mi nuevo trabajo y
estaba satisfecha.
Los días siguientes fueron una repetición del primero, pero viendo la progresión con la
que se imponía la nueva organización, tenía una vida rutinaria, en la que poco a poco fui
controlando por completo todos los recovecos de la clínica y dejé de resultar un tanto
patosa, era cierto que los clientes no se daban cuenta, pero a mi me hacía sentir un poco
vulnerable y era una sensación que a nivel profesional me desconcentraba. En ocasiones
se notaba la falta de María, la auxiliar a la que aún no conocía a causa de su baja, pero
cada vez funcionábamos mejor juntos. Planteé el modo de organizar las guardias, pero
me encontré con la oposición de Fernando, él vivía en el mismo edificio de la clínica y
decía que a fin de asegurar el más rápido servicio al cliente y teniendo en cuenta que él
cada vez paraba menos en su negocio, no le importaba estar disponible, lo único que nos
pidió fue que nos pasásemos un móvil a días alternos para podernos localizar en caso de
que necesitase ayuda. No me pareció un sistema muy serio, pero ya había conseguido un
gran avance con mis novedades y los pijamas nuevos de múltiples colores que nos
llegarían a final de semana, de todos modos, era evidente que mi jefe tenía un punto
extravagante, de manera que accedí, al menos por el momento.
En lo personal, si bien es cierto, que mi vida estaba en equilibrio, también era verdad que
estaba en un “impás”, ya tenía en marcha un camino, que no tenía prisa por recorrer, pero
al estar iniciado, en los momentos en los que estaba sola a falta de cierta vida social, me
volcaba en el disfrute de la compañía que me regalaba Runa, y ese disfrute se hacía cada
vez mayor al ver cuánto me recordaba a su abuela, pero al mismo tiempo, disfrutaba de
aquellas cosas que la hacían única y especial.
La relación con mis padres siguió en la línea de cómo se había planteado el día en que
aparecí en su casa, mi madre apenas quería saber nada de mí y las pocas veces en las que
nos vimos, su expresión reprobatoria, casi de asco, me hizo plantearme si se me había
olvidado asearme y perfumarme. Mi padre por su parte, procuraba verme al menos un par
de veces en semana y sin falta cada domingo por la mañana se presentaba en mi casa para
invitarme a desayunar. El primero de los domingos que hizo aquello fue el
inmediatamente el siguiente a saber que estaba de nuevo en Zamora, le enseñé la casa y
le encantó, y si no era así, disimulaba muy bien. Fue precisamente aquel domingo en la
chocolatería junto al mercado de abastos, cuando estuve a punto de irme de la lengua
sobre los planes de futuro de mi hermano y Noelia, estábamos hablando del resentimiento
mostrado por mi madre el día antes, aunque, como era lógico él la disculpaba.
- No se lo tengas en cuenta cielo, ya sabes como es tu madre, a ella le gustaba el plan de
vida que tenías, y no ha entendido tu cambio.
Le miré y retuve un “veremos si hace los mismo cuando sepa que Kike también vuelve”,
pero habría sido algo muy sucio para mi hermano. En lugar de aquello preferí mojar la
porra en mi taza de chocolate.
En el ínterin que hubo entre la comida con mi hermano y Noelia, y aquellos días me enteré
de que su proyecto de micro-hotel en Zamora, no solo estaba iniciado, sino que avanzada
a un gran ritmo, por lo que el propio Kike, me había contado por teléfono esperaban poder
inaugurar en el mes de Julio, de modo que la nueva bomba familiar estaba a punto de
estallar, además ellos ya tenían casa a la que trasladarse para su nueva vida. Decidí estar
atenta a las señales en el cielo, estaba convencida de que el día en que mi hermano
comunicase sus novedades, como poco, se apagaría la luz del sol.
Una de las causas que desembocaron en el fracaso de la vida profesional que desde casi
una cría me había trazado, fue precisamente la ausencia de una vida personal, tantas
renuncias, tanta obsesión por establecer el trabajo y las obligaciones como prioridad, me
había llevado a aquel abismo en el que me vi en un taxi camino de Barajas un día del
Enero pasado, y a los pocos días de comenzar en mi nuevo empleo, me di cuenta de que
estaba una vez más comenzando a andar una senda similar, de casa al trabajo y del trabajo
a casa, sin mayor contacto con el exterior, que los paseos dominicales de con mi padre.
Por ello y un poco también por curiosidad de qué habría sido de sus vidas traté de localizar
a mis viejos amigos, Marta, Luisa y Angel, no pretendía retornar a nuestra vida de quince
años atrás, sino simplemente saber de ellos, tener alguien con quien quedar de vez en
cuando y tal vez, solo tal vez recuperar parte de aquella amistad.
Una vez que me puse a ello, me di cuenta de que era mucho más difícil de lo que había
pensado en un principio y tras un par de días de pesquisas, con cierta ayuda de mi padre,
y este con la de mi madre, ya que mantenía un buen grado de contacto profesional con la
pareja de Marta, así la localicé. Al menos por teléfono pareció alegrarse mucho de saber
de mí, y quedamos en vernos en una cafetería de la Avenida aquella misma tarde de
viernes. Cuando llegué donde nos habíamos citado, me di cuenta de que muy
probablemente había sido un error, al menos por aspecto, se había convertido en mucho
de aquello que siempre dijo odiar, pero que yo sabía que íntimamente ansiaba ser, Marta
era lo más parecido a una “Barbie pija” con todos su “te lo juro por no se quién”, sus
“oseas” cargados de afectación y su pulida imagen conservadora de “señora de”, frente a
ella, yo con mi falda larga, botas militares rosas (si, mis queridas botas militares rosas)
camiseta ajustada y escotada y chaqueta vaquera, me sentí fuera de lugar. Tal y como se
me acercó para darme dos besos, todas las alarmas de mi ser me indicaban que yo no
pintaba nada allí, no eran las cosas que decía, o al menos no solamente era eso, sino como
las decía, lo que había de autocomplacencia en exhibir su maravillosa vida, sin duda por
medio de su pareja, ya había recibido determinadas informaciones sobre mi “fracaso” y
eso le hacía sentirse feliz de estar por encima de mi. Ante aquello, no intenté la más
mínima competición, sencillamente me limité a padecer sus, cada vez, más excesivos
dislates y esperar que pasase un rato para dar por finalizada aquella cita de reencuentro
de ¿viejas amigas?.
Cansada de oír hablar de su querido Alejandro, bueno su querido Alex o Jandro, dicho
engolando la voz hasta límites que llevarían a la más profunda depresión a un logopeda,
y en un intento desesperado por sacarla de su estado de pavoneo autocomplaciente, le
pregunté si sabía algo de nuestros otros dos amigos de la adolescencia.
-¡Huy!, no para nada- el para nada fue un poema- Vamos, osea, les perdí la pista a los dos
o tres años de empezar la carrera- a todo esto, no paraba de darle aire a su mechada
melena, cuello para aquí, mano para allá, casi mareaba- Tú desapareciste por completo y
bueno en cierto modo eras la que nos mantenías unidos, así que una vez que dejamos de
girar en torno tuyo- solo me faltaba ahora eso, encima afloraba un cierto resentimiento
contra mí- Teníamos valores muy diferentes y yo conocí a mi Alex, ¿te ha contado tu
madre lo buen abogado que es?, si lo conocí en la facultad y me enamoré de él locamente,
desde entonces estamos juntos, su padre también es abogado y él estaba en cuarto. Supe
que era el tipo de hombre por el que valía la pena dejarlo todo, osea, no se si me entiendes.
Buff, santa paciencia. Traducido, estaba en segundo, se ligó a uno de cuarto, de una de
las familias que le darían acceso a la alta sociedad zamorana, su más inconfesable deseo
y una vez que este terminó la carrera o se lo aseguraba o perdía el coche hacía ese destino.
Justo cuando estaba pensando que solamente me faltaba que me dijese que ya era madre,
pasó.
-Y no veas lo feliz que soy- pocas de las cosas que me había dicho hasta ese momento
sonaban tan falsas como aquella- Tenemos una niña de dos añitos que es igualita a mí, y
se llama Alejandrita- me puso el móvil en la cara- Mira, mira mi niña.
Sí, la cría era preciosa, pero en aquella exhibición de sus fotos por parte de su madre, no
tenía claro si aquello era verdadero amor de madre o la exultante constatación de que su
vida era mejor y más completa que la mía, o al menos eso era lo que ella quería.
Yo estaba al borde de la explosión, cuando me di cuenta de que efectivamente estaba
informada por mi madre, y muy probablemente directamente por ella misma sin la
intermediación de su marido.
-Entonces- puso la más angelical de sus caritas-Te has tenido que volver de nuevo a casa,
¿verdad?.
-No- mi mirada fue glacial, me planté que aquella reunión se iba a acabar y yo sabía como,
una cosita más y hasta luego- Me he vuelto de nuevo a Zamora, sencillamente quería una
vida más tranquila.
-¡Huy!. Si, ojalá tengas suerte en tu vida.
Se acabó, agárrate mi niña que esto te dolerá.
-Tu tranquila, no sufras que la tengo, tanto suerte como vida- y la miré directamente a su
cara más pintada que una puerta y algo inyectada de botox- Afortunadamente soy muy
conocida y valorada por mi carrera profesional, me imagino que te ha contado mi madre
lo que ha sido mi vida hasta ahora en que he decido disfrutar de la sencillez de una
pequeña ciudad de provincias, donde a pesar de que hay gente- hice una pausa y seguí
mirándola pero aún con más intensidad- Que es lo que es, en función de con quién se ha
casado y no por sus logros, personalidad, cultura, bondad o por- hice una leve parada un
tanto teatral- si han completado o no lo que dijeron que querían hacer, o la manera en que
la hayan podido conseguir.
Era evidente, que aquello le había dolido. En unas pocas palabras estaba dinamitando
desde los cimientos, a toda una tarde de interminable cháchara que no pretendía otra cosa
que hacerle sentir superior sobre alguien a quien le habían descrito como una criatura
fracasada. No hija, por ahí no, había sido una criatura herida, pero no una fracasada, sí
que mis lesiones personales venían dadas por el fracaso de un planteamiento vital y
personal, pero eso no me hacía a mi una fracasada, ni más ni menos.
La verdad es que me sentí perversa y rastrera por aquel ataque, nunca ha sido mi estilo
caer en la “titulitis” pero aquella mujer y su fatua petulancia me habían llevado al límite
de la paciencia. Creo que lo que más le dolió, fue el hacer de menos toda su escala de
valores haciendo hincapié en una realidad, no me lo había dicho nadie pero lo sabía, ella
por salir en pos de esa vida que le ofrecía la relación con su Alejandrín, me había dicho
que era el tipo de hombre por que se deja todo, era la forma de justificar ante sí misma
que no había cumplido con sus sueños de forjarse como ser humano, había cambiado
formación e individualidad por posición social, cada uno es libre de elegir su vida y sus
errores, yo soy un vivo ejemplo de ello, pero en el caso de Marta estaba claro y era
evidente que aquello le causaba cierto padecimiento. Su maravillosa vida era una farsa,
como lo había sido la mía, pero yo había tenido el valor de verlo y actuar en consecuencia,
antes que atarme a alguien y traer al mundo a una criatura, que inocente, estaba condenada
a ser el pegamento de una relación, que a buen seguro empezaba a irse al garete y con ella
la seguridad de la posición social y económica que traía aparejada.
-¡Por favor!- un tanto pálida ante mi carga de profundidad, miró la hora en el móvil- Ya
es muy tarde, tengo que estar en casa para cuando venga Alejandro- ya no había
engolamiento ni retintín en la voz, ni absurdos diminutivos- Perdón, no es eso, es que
hemos quedado para ir a cenar con unos amigos.
Nos levantamos y con dos besos fríos nos despedimos.
-Nos vemos, cuídate.
-Si Marta, si ya nos veremos.
Las dos sabíamos que aquellos deseos eran falsos.

8º Alicia.

Las cosas estaban en calma y yo permanecía a la espera de las señales que el destino me
tuviese reservadas. Yo, como es lógico no lo podía saber, pero la siguiente semana a mi
estreno en la clínica surgió una de esas señales del destino, lo que ocurre es que no siempre
esos hitos que indican el camino a seguir los vemos a la primera.
A lo largo de la semana anterior me había acostumbrado a ser yo la primera en llegar al
trabajo, si era algo así como una gerente debía de dar ejemplo y procuraba estar allí entre
las nueve y media y las diez menos veinte, con tiempo de sobra para ponerme mi pijama
rosa y ponerme un segundo café, a la espera de que llegasen los demás. Aquel día llegué
a y media, ya estaban los pijamas nuevos para todo el personal, entré en el minúsculo
vestuario, me quité la ropa y mientras estaba terminando de ponerme el uniforme oí la
puerta, salí hacia la salita esperando ver a Rubén cuando me sorprendió ver una cara
desconocida. Era una chica más o menos de mi edad, rubia, de piel dorada y mejillas
pecosas, ojos azules de mirada soñadora, algo más baja de estatura que yo y con una
silueta preciosa de cintura mínima, caderas redonditas y voluminosas, así como
prominentes y firmes pechos, vestida con un pantaloncito vaquero pirata y una camiseta
blanca ajustada,
-Hola- no parecía estar sorprendida de verme allí- Me imagino que eres Eva.
En tan pocas palabras me di cuenta de que tenía una forma de hablar refrescante con una
voz bonita y cantarina.
Pensé que se trataría de María, la auxiliar y peluquera que había estado de baja, pero nadie
me había dicho que se incorporaría ya.
-Soy Alicia.
-¿Alicia?.
-Ah, bueno me conocerás como María, pero soy Alicia.
Yo me reí, no entendía nada de nada, y tal vez por mi cara o por que ya le había pasado
muchas más veces, también se rió antes de explicarse.
-En realidad me llamo María Alicia, sí, lo se, es un nombre de telenovela, pero es lo que
hay, desde cría me ha gustado que me llamen Alicia, pero no se muy bien el motivo todo
el mundo opta por María.
Me cayó bien, acababa de conocerla y había algo en ella que me incitaba a la confianza,
y no era el hecho de que físicamente me había resultado terriblemente atractiva, no, no
era sólo eso, era otra cosa.
-Bueno ahora que ya nos hemos presentado- se me acercó y me dio dos besos- Encantada
de conocerte jefa.
-Lo mismo te digo, encantada de conocerte Alicia, ya antes trabajé con otra Alicia.
El hecho de llamarla por su segundo nombre, el que al parecer ella consideraba que la
identificaba, me salió solo.
-Genial, pero seguro que no era tan buena como yo.
Definitivamente era una mujer estimulante.
Así comenzó un nuevo día, por fin con todo el personal de la clínica a pleno rendimiento
e ilusionados con los uniformes nuevos, verlos a todos con ellos daba un aire radicalmente
nuevo a la clínica.
Ese día Alicia pasó la mayor parte de las consultas conmigo y efectivamente era muy
buena en su trabajo, si como peluquera era la mitad de buena que como auxiliar sería un
gran valor para aquella clínica. La gente la quería mucho, y ella lo sentía así, conocía
perfectamente a todo el que entrase allí, para todos tenía palabras agradables, me di cuenta
de que esa frescura y cercanía que había notado en ella cuando nos presentamos era algo
que percibía todo el que trababa con ella.
El día fue duro, casi llegamos a estar desbordados, pero el tener a todos en consulta, la
soltura que iba cogiendo Rubén, libre al fin de la obsesiva tutela de su tío, quien cada vez
aparecía menos por su negocio, y respaldado de forma indirecta por mi al haberle dado
ya un buen margen de libertad, Álvaro le ayudaba y en los ratos en los que tubo clientes
de peluquería, era Alicia quien estaba con él. Ella, al estar en su primer día después de la
baja aún no tenia citas de peluquería,
Cuando llegó la hora de cerrar, teníamos pocas ganas de ir a tomarnos algo todos juntos,
salimos todos y yo cerré. La tarde estaba un poco fresca, amenazando lluvia, cogí mi
bolso y comencé a caminar, tenía ganas de ver a Runa y darnos un paseo largo, si aquellas
nubes cargadas de agua decidían respetarnos.
Caminaba mirando al cielo.
-¿Un día duro?.
Era la voz de Alicia, ella había salido la primera y me sorprendió ver que venía por detrás
de mí con un paquete de tabaco recién estrenado en las manos.
-¿Fumas?- me ofreció un cigarro, que yo acepté encantada- He salido un poco antes por
que me había quedado sin el vicio y si no me fumo uno al salir del curro me puedo subir
por las paredes.
Tenía una forma de hablar vigorizante, no me tenía que dar explicaciones, había sido un
día de mucho trabajo y el hecho de salir antes que el resto no me parecía importante,
máxime para una persona con su potencial de trabajo, y eso a pesar de que su brazo
lesionado aún le molestaba, de hecho, siendo una persona claramente diestra, estaba
fumando con la mano izquierda.
-Veo que aún te duele el brazo.
-Bastante, pero se puede aguantar, por eso le he dicho a Álvaro que si no le importan haga
él la peluquería durante esta semana- me miró algo cohibida- Tal vez te lo tenía que haber
comentado antes a ti.
No era nada grave, pero si que habría sido mejor que me lo comentasen antes a mí, más
que nada por tener controladas todas las situaciones, me gustaba dar libertad a la gente
que tenía bajo mi control en el trabajo, pero a la vez quería estar informada de todo lo que
ocurría en el entorno laboral.
-Con que no se vuelva a repetir, me vale.
Lo dije de un modo entre serio y divertido que Alicia entendió perfectamente.
A todo esto, íbamos caminando juntas, en la misma dirección, paseando reposadas al ver
que aquellas nubes lluviosas parecían disiparse. Yo tenía ganas de hablar, desde mi
regreso a Zamora y más después del fracaso a la hora de reencontrar mis viejas amistades,
tenía pocas oportunidades de mantener una conversación que no fuese con mi padre o en
el entorno del trabajo.
-Yo vivo en Olivares- caí en la cuenta de que tal vez con la conversación la estaba
distrayendo u obligando a ir en contra-dirección- Si te estoy entreteniendo o tienes que ir
por otro lado dímelo.
-Ah, no- ella también parecía estar a gusto charlando conmigo- Me pilla de camino, vivo
ahí un poco más adelante.
Lo agradecí. Me agradaba aquella mujer, había algo balsámico en ella, tal vez era aquel
timbre de voz, o sus delicados ademanes impregnados de una sutil coquetería, casi una
sensualidad natural que se desbordaba en torno suyo, transpiraba sensualidad. De haberla
conocido en otro momento seguramente le habría tirado los tejos, pero ella trabaja
conmigo y no lo vi correcto. Recuerdo que pensé que los hombres se debían de morir por
ella, era guapa, tenía unos ojos preciosos, una bonita piel, un cuerpo rotundo, rebosaba
magnetismo y además daba gusto poder hablar con ella, pero lo que a mí en aquel
momento me atraía de ella era aquella sensación sedante que me producía y me incitaba
a la confianza. Tenía la sensación de que, aún acabándonos de conocer, había más en
común entre nosotras de lo que podría establecer en años con la persona en la que se había
convertido Marta, mi amiga de adolescencia.
Caminamos juntas hablando animadamente hasta que llegamos a la esquina del Paseo de
la Vega, donde Alicia se quedó.
-Me quedo aquí, vivo en aquel portal- una chica morena legaba al portal que me había
indicado y la saludaba desde allí- Mira allí está mi amiga Carlota.
Nos despedimos y yo seguí hacia mi casa pensando en Alicia y sintiendo la negrura de
unos incomprensibles celos hacía aquella tal Carlota que estaba esperándola en el portal.
Espantando esa sensación de mi cabeza avivé el paso, tenía ganas de ver a mi pequeña
Runa.
Al día siguiente, cuando caminaba hacia la clínica, coincidí con Alicia en la misma
bocacalle, se despedía de su amiga Carlota, supuse que eran compañeras de piso. Me
saludó alegremente y volví a sentir aquella sensación balsámica. Yo me sentí un tanto
incómoda, había vuelto la sombra de esos sutiles, incomprensibles y ridículos celos hacía
su amiga. Volvimos a caminar juntas, ahora hacia el trabajo y la conversación agradable
se entabló de nuevo entre nosotras. Desde ese día acordamos vernos en aquel lugar a esa
hora para ir juntas hasta la clínica y volver por las tardes. Poco a poco, se cimentaba una
nueva amistad entre ambas y nacía algo parecido a una complicidad, de tal manera que al
despedirnos al medio día del viernes se me ocurrió una idea y sin pararme mucho a pensar
le propuse comer juntas en mi casa.
-A menos de que ya tengas planes- y con un deje indescifrable incluso para mí añadí- O
te espere tu compañera de piso.
-¿Quién? ¿Carlota?, no que va, es mi amiga, yo vivo sola- ahora lo indescifrable ahora
era una extraña satisfacción en su cara pecosa- Y respecto a lo de la comida me parece
genial, si te digo la verdad, ni siquiera tenía idea de qué comer hoy.
-Pues vamos y te presento a mi perrita.
Al llegar a casa, Runa nos recibió con su alegría habitual.
Y así, surgió una nueva rutina entre ambas, quedábamos por las mañanas para ir juntas a
la clínica, comíamos en mi casa y volvíamos por las tardes juntas, había veces en las que
ella ponía la comida y otras yo, pero las más de ellas era algo a medias. En alguna ocasión
nos despedíamos por la tarde para vernos en un rato y pasear a Runa por la orilla del
Duero, a menos de que ella hubiese quedado con aquella amiga, Carlota, o con otro amigo,
un tal Berto, que según me dijo había sido pareja suya, tanto en un caso como en el otro
me sentía un tanto dolida por aquellas citas, yo asumía que no podía pretender acapararla,
pero me sentía muy a gusto con ella, siendo sincera, no sabía que era lo que me atraía más
de ella, la sedante sensación que me producía su presencia y su amistad o la delicada
excitación de su sensual magnetismo. Yo estaba feliz, había encontrado una buena amiga
y en muchos aspectos una cómplice, y esa complicidad se traducía en una comunicación
silenciosa en el trabajo que nos hacía cada vez más eficientes.
Según fue mejorando el clima de aquel Junio extraño, fuimos aprovechando las horas de
descanso después de comer para sentarnos en el jardín bajo el toldo de un cenador portatil
y disfrutar de un café con hielo así como de la calmachicha del medio día e ir contándonos
ciertos detalles de nuestras vidas.
-Eva- Alicia estaba recostada en una de las sillas del jardín encendiendo un cigarro- ¿Te
puedo hacer una pregunta?.
-Si claro.
Cogí el paquete y me encendí otro.
-No termino de entender el motivo por el que tiraste esa vida de éxito y ensueño, que
tenías, por venirte a una vida tan poco deslumbrante en una clínica de barrio ¿tal vez fue
por algún desengaño amoroso?.
No me había planteado que aquella pudiese ser la pregunta de Ali, yo le había contado
parte de mis éxitos profesionales, la manera en la que me había apartado de mis padres y
como me había olvidado de mis orígenes, le había contado con bastantes detalles mi etapa
feliz bajo la tutela de Luís y con menos detalles los claro-oscuros de lo que era el mundo
de los grandes laboratorios, pero no me esperaba que me hiciese una pregunta tan personal
y tan directa, aunque en cierto modo en el fondo lo esperaba; Alicia, era de todo menos
una mujer que se anduviese con rodeos. Yo sabía que ella se dedicaba al trabajo de clínica
como auxiliar y peluquera por verdadera vocación, pero no había sido buscado, sino como
recurso para ganar algo de dinero cuando empezó la carrera de biología en Salamanca, su
primer trabajo como peluquera fue a los 18, y tal como ella afirmaba “trasquiló” muchos
perros antes de sentirse realmente segura de lo que estaba haciendo, pero una serie de
circunstancias familiares, que no me concretó, relacionadas con la muerte de su padre, le
obligaron a dejar la carrera y al volverse a casa, recalando en la clínica de Fernando. Él
la animó a sacarse un título de auxiliar de clínica, lo que le llevó por unos meses hasta
Madrid y de regreso a Zamora donde Fernando le había asegurado el empleo. Por eso y
por que era feliz en un mundo más manejable como el de nuestra ciudad, se había quedado
en Zamora, negándose a una buena propuesta laboral en Valladolid. En el transcurso de
aquellas conversaciones me había contado que era la segunda de tres hermanas y casi
cuatro de años mayor que yo, tenía dos sobrinas hijas de su hermana mayor y se declaraba
enamorada por las crías. Pero en lo que se refiere a temas más personales, me había
contado, sin detalles ni nombres, algunas idas y venidas de su mundo amoroso, y el modo
en el que un tío le partió el corazón y desde entonces decidió disfrutar de la vida tal y
como esta le venía. En este sentido me pareció que había una maravillosa coincidencia de
experiencias entre ambas, yo, por mis motivos también estaba a la espera de que las cosas
pasasen, y de que, con estas, sucediese lo que tuviese que suceder. Las dos estábamos
abiertas a lo que pudiese pasar, pero yo en mis temas personales no había entrado, tal vez
por que creía que mi vida personal era demasiado espesa como para saber por donde
empezar, pero dada la cada vez más profunda amistad entre nosotras, sabía que no solo
ella estaba en su derecho de que yo me fuese abriendo a compartirle algunos de esos
secretos, sino que además tenía ganas de poder contar por una vez en mi vida con la
opinión una amiga que me diera otra visión de todo ello y Ali, con aquella sencilla
pregunta y sin saberlo, me había dado pie a encontrar el punto de partida para iniciar la
salida progresiva de mi submundo íntimo.
La miré consciente de que acabábamos de entrar en un nuevo nivel de confidencias y vi
que ella era consciente de lo mismo.
-En cierto modo si- di una larga calada de mi cigarro- Pero no con nadie concreto, o
bueno, no con nadie más allá de mí.
-Tía, no me entero de nada.
Yo me reí.
-Mi desengaño amoroso, fue conmigo misma y con mi vida.
Creo que Alicia pensó que había abierto el tarro de unas esencias que no debía de haber
tocado, la otra opción era que su nueva amiga estaba un poco loca.
-Si te molesta la pregunta olvídate del tema.
Por lo visto había optado por la primera posibilidad.
-No, Ali, en absoluto- la interrumpí- No me importa hablar de estas cosas, además no se
si te pasa a ti, pero tengo la sensación de que nos conocemos hace mucho tiempo, casi
como si fuéramos amigas desde crías- ella asintió con la cabeza mostrando su acuerdo-
Además me viene bien hablar de ello- tomé un sorbo de café- Pues eso, lo que te decía,
tuve el fin de un idilio conmigo misma, cuando me di cuenta de que mi vida y yo éramos
dos farsantes, pero lo mejor fue que el responsable de que me diese cuenta de eso fue
Ismael Serrano.
-¿El cantante?.
-Si.
-No me diga que le conoces.
-Que va, fue por una canción suya en un taxi camino de Barajas.
-Que “heavy”, pero es verdad, ese tío dice cosas en sus canciones.
Si, Alicia tenía razón, decía cosas, no eran solo palabras rimadas y medidas.
-Y en aquel desengaño conmigo misma dejé algunas personas heridas por el camino- tuve
una visión de Verónica, a la que, a pesar de todo, sabía que había hecho daño- Y bueno
otras me hicieron daño a mi, incluso gané y perdí en poco menos de un fin de semana a
alguien muy especial…
-Al final, es cierto, tenemos mucho en común- Ella levantó su café a modo de brindis-
Que viva el destino que nos ha reunido.
Asentí recordando a aquellas personas que habían significado algo para mí en el plano
afectivo, y evidentemente Andrea y Juanjo, pero sobre todo Andrea, a la que creo que
llegué a amar, eran las figuras en torno a las que había girado todo, pero sentía que Alicia
tenía razón, el destino, tal vez el destino, la cuestión era hasta donde me llavaría ese
destino desde ese momento.
Junio siguió avanzando, ya los días eran abiertamente zamoranos, hacía calor sin
miramientos, aunque las noches aún traían un frescor inaudito para la época, aquella
mezcla de extremos dio lugar a la aparición de cuadros respiratorios en cachorritos y
perros ancianos, que hacía que la clínica funcionase sin cesar, por suerte aún no habían
entrado las clásicas gastroenteritis hemorrágicas veraniegas, de haber sido así me habría
visto obligada a plantearle a Fernando la contratación de un nuevo veterinario para los
meses estivales.
Desde que yo estaba en la clínica, mis métodos organizativos, así como algunos
tratamientos que ya estaban haciendo ellos, convenientemente pulidos por mí, no en vano,
yo había estado en la trastienda de los laboratorios y por lo tanto contaba con información
privilegiada que me hacía, libre de obligaciones con mi antigua empresa, optar por las
mejores combinaciones para cada caso. Lógicamente, no era tan incauta de desvelar
detalles que no debía, al fin y al cabo, era muy consciente de cuantos acuerdos de
confidencialidad había firmado al dejar mi anterior empleo. Así, gracias a todo ello, en
poco más de tres semanas la nuestra, se convirtió en la clínica más rentable de Zamora,
cosa que se traducía en una permanente expresión de felicidad de Fernando en aquellas
contadas ocasiones en las que nos visitaba.
Llegaron las fiestas de San Pedro y todo empezó a oler a fiesta, cerámica, por un lado,
verbenas por el otro, conciertos por aquí o feria del ajo por allá, por motivos obvios
decidimos cerrar por las tardes y, ahora si, turnarnos Rubén y Álvaro por un lado y Alicia
y yo por el otro, para estar, a días alternos, disponibles con el teléfono de urgencias,
liberando a nuestro jefe de las mismas para que él disfrutase con su esposa de aquellos
días, que, al parecer, tanto le gustaban.
Cuando salimos del trabajo el primer día del horario festivo, Alicia se me acercó y me
dijo que no comeríamos en casa.
-He tenido una idea que te gustará.
Me contó que tenía un primo, dueño de una finca cerca de Manzanal, con una piscina y
que la teníamos a nuestra disposición. La idea me gustó, aunque solamente vi un
problema.
-No tengo bikini.
-Es igual, estaremos solas y se acepta el nudismo.
Aunque nos reímos, la idea de estar desnuda al aire libre y darme un chapuzón de ese
modo, me excitó, y aquella excitación me reavivó ciertos instintos sexuales que ya casi
creía desaparecidos tras tantos meses de inactividad, había pasado de ser una virgen
pervertida y promiscua, a ser lo más parecido a una monja seglar, ajena a cualquier cosa
parecida al sexo, ni tan siquiera me había planteado caer en los fogosos placeres del “amor
propio”.
Con la cálida, pero provocadora, duda de si me desnudaría completamente o no, en la
piscina del primo de Ali, me fui a por Rona y con ella en su transportin, una vestimenta
más adecuada para una tarde de campo, la bolsa de playa con un par de toallas y la comida
en una fiambrera, paré en el portal de mi amiga, ella ya me esperaba igualmente cambiada
de ropa y con la melena larga y rubia recogida, como casi siempre, en una cola de caballo.
Entró alegremente en el coche y por fin nos pusimos en marcha hacia nuestro destino con
Alicia indicándome. Estaba encantada de la capacidad de improvisación que
caracterizaba a mi amiga, y del hecho de que, por instantes, yo descubría en mi misma,
algo similar a aquella habilidad, era maravilloso sentir ese tipo de libertad, disponer de
tiempo para dejar que el ritmo de la vida pudiese ir más lento.
En el viaje hacía allí, Alicia me explicaba que aquella finca había sido de sus tíos, de
hecho eran ellos quienes años atrás la habían mandado construir, pero estos, después de
muchos años de matrimonio se habían separado, las causas no las terminé de entender del
todo, aunque tampoco me interesó, lo cierto es que con la separación, aquella propiedad
se convirtió en motivo de fricción entre ellos, ante lo cual el primo de Ali, que era hijo
único, decidió comprarles la finca a los padres de manera que ellos la pudieron capitalizar
sin que la propiedad se perdiese. Por lo visto el primo en cuestión, era un pintoresco
treinta-añero cercano a la cuarentena, que se había dedicado a la construcción en los años
boyantes y por ese motivo había podido hacer aquella operación, pero pasados esos años
explosivos, había visto como sus finanzas se reducían drásticamente no encontrando otra
opción para salir adelante que reinventarse y dedicarse a negocios de representación, muy
alejados de lo inmobiliario, aunque seguía haciendo chaperones de albañilería. Alicia,
tenía, lo que ella llamaba, una relación “muy intima” con él y disponía de aquella finca
como le venía en gana, entre otras cosas por que él rara vez pasaba ya por allí. No me
concretó el tipo de relación que tenía con él, pero por algún motivo se me antojó algo
truculento.
-Hoy estará allí.
-Ali, no me jodas- la miré un poco tensa- Que no llevo bikini, que me pueda plantear que
tu me veas en pelotas no me importa, al fin y al cabo, con nuestro vestuario de la clínica
poco más roce me puedo imaginar, pero delante de ese primeo tuyo ni de coña.
-No seas tonta- ella se reía con ganas- El estará un momento porque tiene que coger unas
cosas y después se marcha, pero estate tranquila, llevo un bikini para ti.
Algo más aliviada me centré en la carretera que antes de llegar a Andavias se hacía un
poco más curvosa y el paisaje mucho más bonito, antes de llegar al siguiente pueblo,
Alicia me dijo que cogiera un camino de concentración a la derecha, y a unos tres o cuatro
kilómetros de pedregosa tierra aprisionada llegamos a la finca en un paraje, que por lo
que me comentó Ali estaba muy próximo a una zona del embalse donde los veraneantes
practicaban algo parecido a una relajada convivencia entre amantes del nudismo y el uso
de las prendas de baño.
-Si te apetece un día nos acercamos hasta allí.
Yo no dije nada, pero por lo que estaba viendo mi nueva amiga era un tipo de persona
mucho más desinhibida y espontánea de lo que ya me había imaginado en el tiempo que
hacía que nos conocíamos y aquello me gustaba, ya había tenido suficientes personas
demasiado predecibles y formales en mi vida.
Durante el trayecto que hicimos por el camino empecé a disfrutar plenamente de aquella
excursión, poco a poco fuimos pasando de un entorno de grandes parcelas amarillas
dedicadas al cultivo cerealista, a la aparición cada vez más común de viejas encinas y
campos de jaras florecidas. En ese momento yo no lo podía saber, pero aquel primer viaje
a aquella finca junto a Alicia iba a suponer la apertura de una nueva puerta en mi devenir,
y en aquel devenir, ella, Alicia, estaba llamada a ser una pieza fundamental, era la
guardiana de un umbral fantástico, el umbral que daba paso al equilibrio definitivo entre
todas las caras del ser, que juntas compondrían a la verdadera Eva, pero digo bien, ella
sería una pieza capital, pero no la única.
Cuando llegamos a la finca vimos un coche ranchera, pero ni rastro del tal primo de mi
amiga Alicia, así que entre que él aparecía y no me enseñó el terreno y la casa. Yo, ya
tenía una vaga idea de cómo eran los chalets que treinta años atrás habían proliferado en
la zona de Manzanal, a los que de niños nos habían llevado a mi hermano y a mi nuestros
padres para pasar la tarde con unos amigos de ellos, que habían sido propietarios de
alguno de aquellos que se habían construido a la orilla del embalse, pero este era
radicalmente diferente, empezando por le hecho de que estaba ubicado en una zona muy
alejada de aquellos, incluso algo recóndita, la parcela era grande, en sus tiempos debió de
tener unos preciosos jardines que ahora se veían abandonados y resecos, la casa era un
espanto formado por varios cubos blancuzcos de diferentes tamaños, y a diferentes
niveles, que unidos componían un edificio extraño y fuera de lugar en aquel entorno
sumergido en la naturaleza. La piscina era grande, perfectamente equipada, limpia y con
la depuradora en funcionamiento, tenía un merendero en un extremo con una mesa grande
de mármol, sillas envejecidas con la pátina del tiempo y la intemperie, y una cubierta de
cañizos ajados, pero en buen estado. El conjunto que formaban la piscina con su solarium
y el merendero estaba cercado por un seto de aligustres alto y espeso que tapada un feo,
pero discreto muro de ladrillo, ese era el motivo por el que Alicia me había propuesto
aquello de pasar el día en pelotas, viendo aquello tuve la completa seguridad de que la
desnudez unida a los baños de sol, así como los chapuzones veraniegos debían de ser algo
habitual en aquella piscinita familiar.
Sin duda alguna, fue a Runa a la que más le gustó el descubrimiento de aquel recóndito
enclave, corría como una loca por el terreno mientras nosotras sacábamos nuestros
escasos bártulos del coche.
Nos acomodamos bajo el cenador de la piscina, Ali sacó de su bolsa un pequeño bikini
rojo y me lo dio, acto seguido se quitó la camiseta, no llevaba nada debajo, hizo lo mismo
con su pantalón vaquero corto, que en este caso si que descubrió la existencia de unas
braguitas blancas y pequeñas, que también se quitó, y sin más se lanzó ligeramente a la
piscina. Yo me quedé un tanto cortada, le agradecía la demostración de confianza al
tiempo que me deleitaba en el disfrute de la observación de su precioso cuerpo, era un
poco muslona y sin embargo sus piernas me parecieron bonitas y torneadas, terminando
en unos tobillos finos y tatuados con dos nombres, Illa e Iria. Tenía unas tetas similares a
las mías pero con los pezones pequeños, uno de ellos ligeramente hundido, su cuerpo
cargado de curvas, con una menuda cintura y un culo redondo y alto, era el tipo de cuerpo
de mujer que me gustaba, pero el hecho de ser amigas y el hecho de que hasta donde yo
sabía, estaba ante una mujer de orientación sexual hetero, no me dejaba pensar en ella de
un modo que no fuese el de dos hermanas disfrutando de un día campestre.
Desde que se zambulló en la piscina se dedicó a nadar desentendida del mundo, hizo
varios largos y después se entregó al más sencillo de los disfrutes del sol flotando sobre
el agua, con los brazos extendidos y las piernas ligeramente separadas, su larga melena
rubia, aún atrapada en aquella cola de caballo bailaba suspendida en torno a su cabeza
brillando iluminado por los rayos solares de aquel día, ya claramente veraniego.
Yo cogí la pequeña prenda de baño que me había dejado sobre la mesa y sin apartarme ni
ocultarme me desnudé y me lo puse, estaba decidida a desnudarme al igual que ella, pero
por el momento, hasta que no diese señales de vida su primo, no estaba dispuesta ha
hacerlo. Antes de ponerme la braga del bikini y a la vista del pubis totalmente rasurado
de Alicia, lamenté que aquella excursión hubiese surgido de un modo tan improvisado,
no es que tuviese una “madreselva” afeando mi bajo vientre, pero el habitual triángulo
que remataba la parte superior de mi nada usado coño estaba un tanto desfigurado. Al
menos me pude sentir satisfecha del efecto favorecedor que el esfuerzo de mis carreras
matutinas de los últimos meses habían ejercido sobre mi culo, lo había recuperado en su
esplendor, además aquel pequeño bikini rojo le sentaba muy bien, algo más de dificultad
tuve para meter mis pechos en el par de triángulos que componían la parte de arriba, pensé
que el cuerpo de Alicia con aquel conjunto en una playa convencional debía de haber
generado algún que otro altercado.
No había pasado un instante desde que me pusiera la minúscula prenda de baño cuando
oímos una voz de hombre desde el otro lado del seto que llamaba a Alicia. Ella regresó
de su etéreo abandono flotando sobre la superficie del agua cristalina y se acercó al
bordillo, yo le salía al encuentro con una de mis toallas de playa, pero me quedé
petrificada cuando vi que ella hacía caso omiso de mi ofrecimiento y se acercaba tal cual
estaba, totalmente desnuda, a la entrada del recinto de la piscina y salía al encuentro de
su primo. Efectivamente en aquella casa se había practicado el nudismo sin el mayor de
los reparos. Quizás sentí pudor por ella, o tal vez lo hice por mi misma con tan escaso
bikini, lo cierto es que ante su actitud decidí colocarme la toalla en torno a mi cuerpo a
modo de pareo y salí tras ella.
Podría definir a Hugo, el primo de Alicia, de muchas maneras, pero creo que la mejor era
decir algo tan sencillo como que no es que fuera simplemente guapo, es que estaba muy
bueno, me resultó encantador, en muchos aspectos me recordó a Cesar, mi antiguo
esclavo sexual, pero mucho más atractivo, mucho más interesante y desde luego mucho
más excitante. A aquel hombre, yo no me platearía dominarlo, directamente me dejaría
dominar por el, del modo que fuera. Pensando eso y viendo el espectacular cuerpo de mi
amiga Ali, sentí por primera vez en muchos meses los fogonazos de una incipiente y
húmeda escocedura sexual brotando desde lo más profundo de mi vagina intacta, que no
traté de refrenar, simplemente me gustó experimentarla.
Me chocó la naturalidad con la que aquellos primos se trataban estando uno de ellos, en
este caso ella, totalmente desnuda, sin embargo, en Alicia había algo de una sublime
autoridad distante sobre él, o eso pensé yo, en todo caso lo obvié. Tal vez por eso era por
lo que en el viaje de ida, Ali se había referido a su relación con Hugo como una relación
“muy especial”, o ¿tal vez había dicho “muy íntima”?, no lo recordaba en ese momento
Él se despidió de nosotras, besó a su prima y después a mí, y por fin nos fuimos a comer.
-Date un chapuzón, mientras yo preparo la mesa.
Me pareció buena idea, y más con la calentura que aquel hombre, aquella mujer y aquella
extraña situación me habían provocado. Una vez que cerramos la puerta del recinto de la
piscina tras nosotras dejé de darle vueltas y sin pensarlo más, decidí que era justo que
estuviésemos en igualdad de condiciones y me despojé de la toalla y el bikini, y me
zambullí en el agua ciertamente fría de la piscina. Alicia sonrió al verme hacerlo, me
pereció ver que estaba satisfecha, pensé que consideraría que había conseguido una nueva
adepta a la causa nudista.
Después comimos y nos dedicamos a vaguear recostadas en las tumbonas, untadas de
protección solar aún estando a la sombra, simplemente disfrutando de la naturaleza y
aquella agradable brisa bajo los cañizos. Era evidente que ella no le había dado la menor
importancia a lo que para mi había sido como poco una chocante situación al conocer a
su primo, cada vez que la conocía más me parecía una mujer digna de seguir conociendo.
-¿Te has planteado cuantos tíos se estarían matando a pajas solo con estar mirando por la
cerradura de esa puerta?
Presas de aquella relajante situación, recién comidas y con alguna que otra cerveza, al
oírla decir aquel comentario no pude contener una carcajada.
-Pero que exagerada eres.
-Si, ya lo se, pero es verdad.
-Pues tienes razón- de repente se me ocurrió una idea y con el fragante relax del momento
y la bebida no me retuve- Ya puestas, plantéate cuantas tías podrían hacer lo propio detrás
de esa misma cerradura.
Ella me miró de un modo que entonces no supe descifrar.
-Desde luego-asintió, había picardía en la forma de ratificar sus palabras- Desde luego,
muchos y muchas morirían por nosotras- la picardía se hizo sensualidad- No tengo la
menor duda de que ese cuerpo ha tenido que ser objeto de muchos pensamientos
lujuriosos. Eres lo que en mi facultad llamaban una tía polvorienta.
-¿Polvorienta?, no se a que te refieres.
-Eres el tipo de mujer al que todo el mundo mataría por echar un polvo, y la verdad es
que yo lo entiendo.
No supe interpretar aquellas palabras, pero no le di mayor importancia, cada vez estaba
más y más laxa, cansada, sedada, y me sumergí en un placentero sueño, desnuda y tan
cerca de aquella desconcertante, a la par que atrayente mujer, sobre aquella hamaca con
la brisa deslizándose melosa por todos los rincones de mi piel.
Desperté sobre una hora y media después, revitalizada, debía de haber tenido un sueño
erótico porque me noté húmeda y fogosa, muy abierta, pero no recordaba nada. Estaba
tapada con una toalla, que imaginé me la había puesto Alicia y agradecí que ella en ese
momento no estuviese allí, me habría avergonzado si hubiera estado ella presente
mientras yo me contoneaba ardorosa en pleno sueño. Runa mordía un palo bajo la hamaca
de Ali, al ver que retornaba de los brazos de Morfeo se puso en acción y moviendo la
colita se encaramó a la tumbona para lamerme la cara.
Pasado un rato y en vista de la ausencia de mi amiga, decidí salir en su busca, y lo hice,
ahora sí, sin ponerme nada de ropa.
Embriagada por la placentera sensación del susurrante aire contra mi cuerpo, notaba como
me hacía cosquillas entre las piernas y al borde del coño, ya cuando me di la zambullida
en el agua fresca de la piscina me resultó realmente satisfactorio, pero ahora aquella
juguetona brisa me provocaba un declarado disfrute carnal, frondosa tal u como me había
despertado. Seguida por mi perrita, salí a la parcela, todo era calma, no veía a Alicia por
ninguna parte, aún así seguí con mi bucólico paseo naturista, no había señales de vida
fuera de los límites de la finca, o más bien, no había indicios de vida humana, por que
aquellas extensiones de jaras en flor, retamas, encinas, tomillos y algunos castaños y pinos
dispersos reventaban de vitalidad.
No recordada haber sentido algo similar anteriormente, inmersa en aquella vida urbanita
en la que me había desenvuelto prácticamente hasta donde me alcanzaban los recuerdos.
Estaba tan borracha de aquellas nuevas percepciones que ni siquiera sentía la molestia de
las pequeñas chinitas del camino del jardín bajo mis pies. Cerré los ojos y me dejé llevar
por el influjo de aquellas nuevas experiencias, aquel viento refrescante que se estaba
levantando, aquellos rayos solares, aquellos aromas y aquellos sonidos me estaban
diciendo muchas más cosas que días de conversaciones con determinadas personas que
habían pasado por mi vida previa.
En ocasiones pienso que aquello fue un despertar, el despertar de una parte de mi que ni
siquiera pensé que pudiese existir, la parte espiritual y sensible de Eva, acababa de
decirme a gritos que estaba allí y que por fin se había activado con intención de seguir
presente en mi interior, dispuesta a seguirme hablando. Creo que, si el concepto Jedi de
la Fuerza existiese realmente, ese día estuve a punto de develarlo.
Aquel instante de éxtasis, casi místico, se rompió bruscamente, y bruscamente me tensé,
vi el coche de Hugo. Por lo visto había regresado, me sentí indefensa y vulnerable, allí tal
como estaba, desnuda y lejos de la segura discreción del recinto de la piscina, caí presa
de un incómodo pudor e insegura y tapándome los pechos y el pubis, me volví hacia aquel
lugar mientras, Runa, ajena a la embarazosa situación, correteaba tratando de cazar un
topillo.
En mi púdica huida hacia el recinto de la piscina, pasé cerca de la vivienda y oí algo, algo
que me trajo feroces recuerdos de vivencias ardorosas. Del interior de aquella horrenda
casa surgía una mezcla de gruñidos placenteros y gemidos apagados, algo parecido a
palmadas de piel con piel los acompañaban. No tuve que pensar demasiado para saber lo
que estaba ocurriendo allí dentro, reconocí inmediatamente los sonidos de los fragores
del sexo, pero la única posibilidad que se me ocurría me parecía un tanto escandalosa
hasta para mí, Alicia y Hugo sin duda estaban follando, no había otra opción, aquel otro
vehiculo junto al mío, era efectivamente el del primo de mi amiga, pero aún así no pude
evitar hacer algo que ya había hecho otras veces y echar un cuidadoso e indiscreto ojo
por la ventana al interior de aquella habitación. Hacerlo me transportó muchos años atrás
cuando presencié el polvo de mi compañera de piso de estudiantes Mirian y su novio. En
este caso, efectivamente eran Alicia y un tío que deduje era su primo, quienes estaban
entregados a los fulgores del disfrute mutuo de sus cuerpos, los vi, vi a Hugo de espaldas
y de pié; tenía un cuerpo fibroso, con un culo que tensaba y destensaba al ritmo de los
empujones que, dada contra el cuerpo vencido sobre una cómoda de mi amiga, habría
mordido el culo de aquel hombre allí mismo sin pensarlo y sin previo aviso. Tenía cogida
a Alicia por la cintura y la penetraba una y otra vez sin miramientos. No pude ver cual
era el orificio de mi amiga que se favorecía de aquellos empujones, pero imagine que era
el ano por el ángulo en el que él se echaba sobre ella, además de que Alicia se afanaba en
frotarse enérgicamente lo que, seguro que sería un edematoso y hambriento clítoris, con
movimientos que me indicaban que además introducía sus dedos bruscamente en su coño.
Ella jadeaba satisfecha, no le podía ver la cara, pero sí como sus preciosas tetas se
balanceaban al ritmo que las penetraciones de Hugo. De vez en cuando él le daba un azote
en aquel culo redondo y de la boca de ella brotaban nuevos aullidos de placer, me fijé que
allí donde dada el cachete, la piel estaba un tanto enrojecida, seguramente por la
repetición de los mismos, y al instante del propinarlo acariciaba la piel. Acalorada, no
quise ver más, no me quise colar una vez más en las experiencias sexuales de más
personas y me marché de regreso a la sombra del merendero de la piscina, con un calentón
insoportable y un alubión de humedades empezando a resbalarme por los muslos. Una de
dos o entraba en aquella habitación y me unía a su fiesta o me refrescaba para espantar
mi fogosidad, lanzándome a las refrescantes aguas de la piscina. Dudé muy seriamente si
optar por la primera posibilidad, pero finalmente tomé la segunda.
Pasó algo más de media hora hasta que Alicia reapareció, yo aún estaba en el agua y ella
tenía una indescriptible cara de satisfacción y curiosamente traía un pequeño y colorido
pareo de gasa atado a la cintura a modo de minifalda, me pareció lógico que no quisiese
que le viese las rojeces del culo, de “todo” él, y la, a buen seguro, muy irritada vagina.
Me regaló una maravillosa sonrisa y se dirigió a su hamaca en la sombra.
-Ya te has despertado dormilona.
Cuando se sentó cogió un cigarro y se lo encendió, yo salí de mi baño y secándome con
una de las toallas le quité el pitillo, le di una calada y se devolví a la boca, a pesar del
baño seguía excitada, pero me controlé, o habría iniciado una ceremonia de seducción
que tal vez no habría sido un error por mi parte.
Alicia se inventó una disculpa muy vaga sobre su ausencia y yo se la di por buena.
Pasamos el resto del día relajadas y perezosas, era obvio que ella no quería dejar ver de
nuevo su cuerpo desnudo hasta que no se le atenuasen los indicios de su reciente
encuentro sexual y yo tenía miedo de recordar la visión indiscreta de los dos amantes y
excitarme de nuevo, de un modo que me hiciese muy evidente.
Con las sombras de la noche ya sobre nosotras terminamos de cubrirnos ligeramente la
desnudez de nuestros cuerpos y de nuevo en el coche volvimos a Zamora.
-Lo he pasado fenomenal.
Estaba parando el coche frente a su portal y me volví hacia Alicia, cada vez la veía más
y más irresistible, pero cada vez la sentía más y más mi amiga, y todo en ella me indicaba
que esa amistad era recíproca.
-Y yo, incluso cuando te has dormido.
Recordé mi sueño y supliqué por que ella no hubiese estado mucho rato allí, pero, tal vez
fue el timbre de su voz, estuve segura de que fue testigo de mi calurosa ensoñación.
-Espero- enrojecí un poco, o al menos eso me pareció por el calor que se encendió en mis
mejillas- No haber hecho cosas raras en sueños.
Y así confirmé, para mi vergüenza, que efectivamente ella había estado presente.
-Que va, no has hecho nada que yo no haría en tu lugar.
Definitivamente me sentí realmente azorada, pero por suerte Ali cambió de tema y me
propuso repetirlo durante toda esa semana en que trabajaríamos media jornada, me
pareció muy buena idea y nos despedimos.
-Bueno te dejo.
Y dicho eso se me acercó y me dio dos besos, Alicia era muy afectuosa y solía despedirse
de mí con uno o dos besos, pero en este caso fueron diferentes, noté cierto calor en ellos,
pero lo que más me sorprendió y alteró fue que me los dejó cerca, muy cerca de los labios.
Acto seguido salió del coche, aún con su mini-pareo y corrió hacia el portal dejándome
inmersa en una mar de preguntas, sobre mí y sobre ella, que extraña y fascinante mujer
era Alicia.
Y tal y como habíamos hablado, el resto de la semana se desarrolló en un devenir dividido
entre la actividad frenética en la clínica por la mañana y una cada vez más relajada
existencia nudista por las tardes. Únicamente hubo un pequeño momento de alteración
vespertina cuando la tarde del jueves sonó el teléfono de urgencias y nos vimos obligadas
a atender un pequeño percance de uno de los clientes de la clínica. Era un Cocker Ingles
cliente de peluquería de Alicia, la dueña nos había llamado muy asustada al ver que en
un paseo con su perrito por Balorio, a este se le empezaba a inflamar la cabeza de forma
alarmante. Acudimos a toda prisa a la clínica sin preocuparnos por otra cosa que llegar lo
antes posible, creo que fue la urgencia más extraña que he vivido en mi vida, fue sencillo
de solucionar, pero atendimos al pobre perrito con una bata blanca de trabajo que tapaba
una camiseta atada al ombligo, en mi caso y en el de Ali un top fruncido de hombros
descubiertos, ya ambas en pantalón corto y chancletas. Una vez que el urbason hizo su
primer efecto y aquella cabeza deformada empezó a recobrar su apariencia normal, la
dueña también recobró la calma y pudo fijarse en nuestro ridículo aspecto y las tres nos
reímos de ello. Poco antes de marcharse con su ya recuperado compañero, se nos acercó
con un aire de confidencia.
-Bueno chicas, os dejo que aún tenéis tiempo de gozar de la buena compañía lo que queda
de día- no supe muy bien encajar las palabras con el tono- Yo también os entiendo, se ver
muy bien cuando dos chicas guapas se tiran miguitas.
No tenía muy claro el significado exacto de aquello, pero sí entendí perfectamente el
contexto y a qué se refería, aquella amable señora pensó que Alicia y yo, éramos pareja.
Una vez más en pocos días noté la rojez aparecer en mis mejillas y sin querer mirar a
Alicia, pero si viéndola por el rabillo del ojo, comprobé que algo parecido afloraba en su
cara.
No volvió a haber interrupciones aquella semana y seguimos con nuestro ritmo, trabajo
por la mañana y tardes campestres hasta que oscurecía, nosotras dos y Runa sin más
apariciones de Hugo por allí, tal y como me había asegurado mi amiga el primer día.
Aquellos días tan especiales terminaron el último día del mes con los fuegos artificiales
en honor al patrón, generalmente estos se lanzaban el mismo día 29, día de San Pedro,
pero aquel año se pasó al día siguiente. La agradable temperatura de la tarde, poco a poco
se fue tornando en desapacible, tanto que nos vimos obligadas a adelantar nuestra marcha
de regreso a casa. Tampoco nos importó mucho, habíamos acordado ver aquellos fuegos
artificiales desde el jardín de mi casa, era una más de las ventajas de vivir en mi barrio
junto al río, en la orilla de enfrente a la que se lanzarían.
Ya en casa, y sorprendidas por cuanto había bajado la temperatura a pesar de la fecha, le
presté algo de ropa a Alicia.
-No puede ser- fingía un tono de decepción mientras se ponía uno de mis pantalones y un
jersey de lana- Con la ilusión que me hacía ver por primera vez en mi vida los fuegos en
pelotas.
-No sufras- yo miraba como le sentaba mi pantalón, algo más ajustado en el culo que en
el mío, pero me encantaba- Ya habrá otra ocasión- cogí un par de mantas del sofá y
salimos al jardín- Te invito un día a una cena en pelotas.
Era evidentemente una broma, pero ella se paró y me miró.
-Sé que lo has dicho de broma, pero te tomo la palabra.
-Pero sí era una broma
No pude evitar la risa.
-No haberlo dicho.
No objeté nada más, conociéndola era muy posible que ya lo diera por hecho y
honestamente, a mí me encantó la idea, todo podía pasar, y si además para aquella cena,
contásemos con el servicio de un camarero igualmente desnudo el morbo se disparaba en
mi imaginación.
Sin tocar más el tema nos sentamos en un banco, el mismo que usábamos para tomar el
café después de comer y muy cerca la una de la otra y envueltas por las dos mantas, con
un café caliente en la mano disfrutamos del estruendo y la luz de los fuegos. Casi como
si los lanzasen para nosotras dos solas, eran una cubierta brillante y colorida en el cielo
de mi jardín. De vez en cuando veíamos caer las varillas candentes muy cerca de casa,
mientras la pobre Runa aullaba asustada en el salón bajo el sofá.
Estar allí sentadas tan juntas, testigos de aquel espectáculo, mientras escuchábamos las
explosiones, los lamentos de mi perra y los “¡OOOOHH!” del público en la calle, me
pareció una maravillosa forma de cerrar la semana, notando el pálpito del cuerpo de Ali
junto al mío y las subidas y bajadas de la respiración en su pecho. Con la traca final se
oyeron silbidos y algunos aplausos en el exterior, Runa dejó de aullar en el interior de la
casa y nosotras nos descubrimos muy juntas, la una pegada a la otra, al percatarnos de
ello nos separamos algo envaradas.
-Me acuerdo- saqué el primer tema que me vino a la cabeza para atenuar aquella evidente
tensión, la verdad es que era algo en lo que había estado pensando durante el espectáculo-
De cuando era pequeña y mis padres nos traían a ver los fuegos, me encantaba pero me
aterraban- me di cuenta de que hablaba con voz soñadora, casi nostálgica- Era muy
pequeña y me encaramaba al cuello de mi padre para verlos, adoraba la sensación de
seguridad que me daban sus manos cogiéndome las mías y cuando me hice un poco más
mayor, sujetándome por las piernas, pero en cuanto me cumplí unos años más empecé a
ver esto como una pérdida de tiempo.
Alicia me miraba silenciosa, me pareció que conmovida por mi repentina confesión.
-Creo que las dos sabemos lo importante que es tener familia- el tono de voz de Alicia
era igualmente soñador pero con matices de tristeza- Y las dos sabemos lo malo que es
experimentar alguna pérdida, yo perdí a mi padre y tú a toda tu familia- nos encendimos
un pitillo a medias y yo me di cuenta de que mi relación con Ali podría ser dañina para
mi salud, cada vez fumábamos más- Y las dos lo hemos afrontado de maneras muy
distintas, tú te creaste otra familia en Madrid y yo me volqué como una loca en la que me
quedaba, no te haces una idea de lo que disfruté cuando nació mi sobrina la mayor, quiero
con locura a esas dos crías- levantó los pies aún con las chancletas- Creo que no te lo he
dicho, pero los tatuajes que llevo en los tobillos son los nombres de las niñas.
Claro, era eso Illa e Iria, sus dos sobrinas galleguitas.
Recordé la confidencia de futuro que me hicieron Noelia y Kike, si las cosas iban
como ellos esperaban yo también podría saber en más pronto que tarde lo que era eso de
ser tía.
-No sé si te lo he contado, pero es fácil que pronto me vea en tu lugar, ese es uno
de los planes de mi hermano y mi cuñada.
Alicia se alegró sinceramente.
-Verás que maravilla- me pasó el cigarro- Ya sabes aquello de “a quién dios no le
da hijos el diablo le da sobrinos”.
-Ya me imagino, pronto estarán aquí, ya te lo había contado.
Ella asintió mientras recuperaba el pitillo, ya casi consumido y apuraba la última
calada.
-Ese día me lo tienes que contar- apagó la colilla en el cenicero- Bueno en realidad
me tienes que contar como se lo toma tu madre cuando sepa que él se vuelve también.
Ambas nos reímos con evidente malicia.
-Sí, ese día te lo tengo que contar con pelos y señales- volví a reírme, pero esta vez con
una risa forzada de villana de película- De todos modos esas cosas de la familia son cosas
muy raras- dudé un instante, no sabía si seguir, pero me mataba la curiosidad, aunque no
tenía ni idea de cómo hacer la pregunta- Es como tu primo Hugo, un tipo especial
¿verdad?- por su mirada pensé que intuía a donde pensaba llegar, pero seguí, me mataba
la curiosidad- Además de que está realmente bueno- lancé un resoplido- ¿Realmente sois
primos?.
Por fin lo había dicho, sabía que lo que hubiese entre ellos dos no era de mi incumbencia,
si eran o no primos, no tenía por qué interesarme, pero no me los podía sacar de la cabeza,
desnudos y entregados salvajemente al disfrute del sexo, dos cuerpos impactantes,
sudorosos y enlazados, aquella forma de Hugo de tensar y destensar el culo mientras
embestía a mi amiga, la manera en la que daba azotes y la manera en la que ella gemía y
se le balanceaban las abultadas tetas.
Los ojos azules de Alicia me sacaron del deleite en el recuerdo de aquella furtiva escena,
por la forma en que me miró entendí que sabía lo que había en mi cabeza justo en ese
momento, o al menos en parte.
-Si- era una respuesta monosilábica pero había en ella el peso de una frase entera, de un
discurso entero, y ese peso lo confirmaba la hondura de los ojos de ella, fijos en mí como
si me estuvieran valorando, como si me juzgasen- Si, somos primos, o eso nos han dicho
nuestros padres- yo me quedé muda, me resultaba muy embarazoso haber iniciado ese
tema, temí que pudiese parecerle mal y perder a Alicia, al sentir eso me di cuenta de que
poco a poco se había ido asentando en mi vida de una manera muy especial, pero ahora
la mirada era diferente, y el tono se tornó en meloso y seductor, como si preludiasen algo
que no esperaba- Me da la impresión de que no te importaría meterte en sus pantalones.
No pude contener una sonora carcajada, Alicia un y mil veces no dejaba de sorprenderme,
yo temiendo que ella se hubiese dado cuenta de mi intromisión en la intimidad de aquella
incestuosa relación sexual y ella preguntándome si Hugo me atraía como compañero de
juegos sexuales.
-Pues no, la verdad es que no me importaría.
-Pues nada, si volvemos a coincidir con él en la finca te lo arreglo con él, seguro que no
se te niega.
Nuevamente me dejó planchada, con otra persona hubiera pensado que estaba
sencillamente jugando, pero ya sabía de sobra que, con Alicia, todas las cosas llevaban
un fondo realidad.
-Eres una pervertida.
No me contestó enseguida, solo se rió y me volvió a mirar a los ojos, a pesar de que por
la hora que era, la luz en el jardín era muy escasa y aun así podía ver brillar el azul celeste
de los ojos de Ali, clavándose poco a poco en los míos, cada vez con más intensidad, con
un fulgor que no había visto antes en ella. Volví a pensar que se había dado cuenta de que
los había espiado y que no le había importado.
-Claro que lo soy- su voz sonó aún más melosa y silbante que antes- Y tengo la sensación
de que tú también lo eres.
Mirando aquellos ojos y escuchando su tono pensé que Alicia estaba tratando, no, tratando
no, directamente seduciéndome, conquistándome, pero no era posible, si una cosa tenía
clara del primer día en la finca de su primo, era que además de tener una relación más o
menos incestuosa con él, le gustaban los tíos, a menos de que ella también fuese bisexual
como yo, en cierto modo había algo en ella que me incitaba a considerar como factible
esa realidad. Por otro lado, estaba el comentario de la propietaria del cocker de la urgencia
de mitad de semana, no lo había entendido al cien por cien, aunque era obvio que nos
había considerado pareja y no solamente pareja de trabajo. Pero no tenía prisa por
comprobar si era o no cierta aquella sensación, aunque estaba claro que no conseguía
sacarme de la cabeza aquellos dos cuerpos follando, y por consiguiente había sentido un
enorme deseo hacia ambos, deseo que no lograba alejar de mi ser y que además había
hecho renacer las ansias de sexo en mí, prefería dar importancia a la amistad con Alicia.
Era cierto que ya necesitaba darle gusto a mi cuerpo, no era menos cierto que quería
asegurar nuestra amistad, en tan poco tiempo se había convertido en algo más que una
amiga.
Ella seguía mirándome a los ojos de aquel modo tensando el aire entre ambas.
-No te lo negaré- respondí al fin tomando algo de control sobre la situación imprimiendo
una entonación igualmente seductora, si teníamos que jugar jugaríamos las dos- Lo soy,
y tanto que te sonrojarías.
No respondió. No hizo nada, sencillamente se mantuvo con aquella conexión de miradas
que llevábamos manteniendo ya unos minutos.
-Joder- susurró por fin- Cabrona, que ojos tan bonitos tienes.
Tras las lógicas risas, seguimos un buen rato de cháchara hasta que nos dimos cuenta de
lo tarde que era, tocaba madrugar al día siguiente de modo que acerqué a Alicia con el
coche hasta casa, nos despedimos con un beso, esta vez en la mejilla suficientemente
alejado de los labios y yo me volví a casa.
Estaba muy, muy excitada, había sido una semana intensa en lo personal, seguía pensando
en aquellos cuerpos desnudos, en el disfrute cotidiano de la desnudez de Alicia todas las
tardes en la piscina y en el poderoso atractivo viril de Hugo, me vi siendo yo la que recibía
los empujones de su cadera. Deambulaba semidesnuda por casa como un tigre en su jaula,
necesitaba una cosa y la necesitaba ya, había llegado el momento y lo sabía. Subí a mi
dormitorio y abrí el armario en el que guardaba aún sin abrir desde mi mudanza las dos
enormes maletas con el tesoro de mis juguetes sexuales, tomé de ella un pequeño plug
anal y un vibrador mediano y bajé las escaleras embargada por un frenesí que había tenido
bajo control durante, quizás, demasiados meses.
Me quité la braga del bikini rojo de Ali, que me había puesto para volver a casa y aún
llevaba bajo unos pantalones militares, coloqué el vibrante consolador sobre mi clítoris,
su primer contacto fue un latigazo casi doloroso de placer, tan contundente que me vi
obligada a sentarme sobre el borde de la mesita de centro de mi salón. Con la primera
oleada de placer me contraje y recordé una situación similar con una de mis amantes del
pasado, Inma, era una representante de una gran casa de piensos con la que había
coincidido en mis viajes laborales y con la que tardé poco en intimar e irme a la cama y
hacer alguna de mis salvajadas más feroces en los devaneos con el sexo. Era una
verdadera preciosidad, con una carita aniñada, de grandes ojos soñadores, pechos de
matrona romana y vientre fogoso hasta decir basta. Era una mujer creada por y para el
placer, y nada en ella durante el día y en público, hacía pensar que en la noche y en privado
fuese aquella ferozmente ansiosa máquina de satisfacción sexual. Siempre me resultó
paradójico que se llamase Inmaculada. La recordé, pero no con deseo ni ansia por
reencontrarla sino por la ocasión en la que, en un pequeño hotel, follamos sentadas en el
borde de una mesita ella sobre mi dándome la espalda para que le clavase entre sus nalgas
un consolador en forma de falo auténtico acoplado a un arnés que yo llevaba sujeto a mi
cuerpo, mientras ella se masturbaba hasta llegar al orgasmo, para acto seguido hacer ella
me correspondía igualmente a mí.
Con aquel recuerdo poseyéndome, y poseyéndome igualmente el influjo de las
desnudeces de Alicia y Hugo, me levanté de la mesa, coloqué el consolador anal sujeto
con su ventosa en la esquina de la misma, sin quitar el vibrador de mi cada vez más
enfebrecida zona clitoriana, me arrodillé y lamí el plug, ya firmemente fijado en la mesa,
en ese instante habría dado cualquier cosa por que no fuese un juguete de silicona sino
una polla de verdad. Bruscamente, azuzada por el vibrador y su efecto erógeno, me volví
a poner de pie y sin más me senté sobre el juguete, que entró con suavidad por mi ano.
Yo estaba acostumbrada a plugs infinitamente más grandes, pero pensé que, para retornar
a mis actividades anales, no debería de optar por ninguno de los mayores y en ese instante
me arrepentí de hacer sido conservadora, necesitaba sentirme mucho más llena. Tal vez
por eso es por lo que me atreví a dejar que el vibrador no se quedase en la puerta, sino
que me arriesgué a invitarle a entrar hasta el portal de mis salones inferiores. Movía
nerviosa la cadera buscando que mi culo disfrutase de su penetración, pero al mismo
tiempo forzaba aquella otra penetración diferente, pero en mi vagina, que se abría un
camino placentero entre un progresar inevitable de humedades hasta aquella barrera que
tanto miedo me dada derrumbar por la paranoia que me provocaba después de tantos años
el miedo al dolor que llevaba inevitablemente aparejado. No quise ir más allá, me daba
terror y en ese momento necesitaba el éxtasis de un orgasmo, no miedos, ni dolores.
Seguí durante unos instantes intensos arrasada por el ardor, danzando sobre la mesa y se
me pasaron por delante las caras de todas mis parejas sexuales, al menos las que recordaba
o que tenían cara, hasta que sentí ante mí a otras que no lo habían sido, Hugo y Alicia,
indudablemente sentía deseo hacia ellos. En el momento del orgasmo me vino a la mente
la imagen de un hombre desconocido al que no vi el rostro, pero si su revuelta cabellera,
seguramente símbolo de lo que estaba por venir, hubo algo familiar en aquella visión, tal
vez fuese un recuerdo, tal vez mi imaginación, lo cierto es que aquello coincidió con un
estruendoso orgasmo, que aún sin eyaculación me hizo perder el equilibrio y casi caerme.
Grité tanto y de una manera tan feroz que agradecí no tener vecinos, de lo contrario me
habría sentido muy avergonzada al día siguiente.
No me había corrido, pero estaba satisfecha con el orgasmo y agotada me habría quedado
recostada en el suelo sobre la alfombra, pero ya era muy tarde y tenía que madrugar.
Apagué las luces y subí de nuevo a mi cuarto, con el vibrador en la mano derecha y el
tapón anal de nuevo en el culo, el haber optado por uno de los pequeños me había dejado
un tanto insatisfecha, por eso tras despegarlo de la mesa me lo introduje de nuevo con
algo de violencia y subir con él la escalera, para sacármelo definitivamente antes de
meterme en la cama. Los dos juguetes los dejé en el lavabo y con la mano entre las piernas
me acomodé finalmente entre las sábanas con el firme propósito de retomar mi vida
sexual, pero una vida sexual en la que disfrutase con más libertad y sin miedos, no como
había hecho en mi vida anterior, pero eso ya lo pensaría como Escarlata O´Hara al día
siguiente.

9ª Abriendo nuevas puertas.

Julio entró definitivamente rabioso de calor y con él por desgracia las complicaciones
habituales de la época para la salud animal, no tardaron en llegar los primeros casos de
parvo y nos vimos obligados a usar la hospitalización, por suerte aquella cepa no debía
de ser muy violenta y los perritos enfermos respondían perfectamente a nuestros
tratamientos, con lo que no se nos acumulaba demasiado el trabajo. Aun así después de
aquella semana de fiesta, con aquella vida enviciada en el relax y el disfrute hedonista de
la naturaleza, la desnudez, la amistad y los sentidos, nos costó, tanto a Alicia como a mí,
coger el ritmo.
Fue precisamente por eso por lo que nos olvidamos un poco de la finca y su piscina, pero
seguíamos comiendo juntas, a excepción de un par de días en los que la vino a recoger su
amigo Berto y comieron en casa de ella, y otro en que me dijo que había quedado con un
tal Olmo. Esos días la eché en falta y casi no comí, aunque ella me lo compensó con un
paseo hasta la playa de Los Pelambres con Runa, donde compartíamos un par de cervezas
y nos deleitábamos en la observación de los primeros bañistas de la playa fluvial del
Duero y hacíamos bromas sobre el valor que había que tener para bañarse en aquellas
amarronadas aguas. En ocasiones aparecía algún cuerpo, ya fuera masculino o femenino
que valía la pena observar y cesábamos en nuestra conversación por unos instantes para
deleitarnos en sus movimientos, y lo que más me llamaba la atención era Alicia al igual
que yo, no diferenciaba entre hombres o mujeres, aquello me daba que pensar, empezaba
a estar cada vez más convencida de que estaba ante una igual en lo que se refería a
apetencias sexuales.
Pero desde aquella tranquila situación, no solo eran ocasionales cuerpos atractivos que
mirar, aquella posición nos daba una inmejorable panorámica de la Zamora antigua en la
margen derecha del río, las murallas, el castillo, la catedral, las aceñas de mi barrio, la
ruinas del puente romano y aquellas rocas ocre blanquecinas sobre las que se asentaba
todo, jamás antes me había parado a mirarla, y comprendí que había hecho por fin lo
correcto, casi me emocioné, tenía la sensación de estar además, recuperando mis raíces y
aquello me gustaba. Me vino a la cabeza una canción de Los Rebeldes que mi padre
canturreaba siendo yo niña, “… pero hay algo que tira de mí, volveré a la ciudad, a la
ciudad donde yo nací…”.
A pesar de aquella dificultad para adaptarnos de nuevo al horario normal del trabajo y
de los nuevos clientes, logramos sacar un rato el jueves para irnos a relajar a la finca al
salir de la clínica, con una zambullida rápida en la piscina y una frugal cena bajo los
cañizos. La temperatura era fantástica y la liviana brisilla del anochecer no hacía sino
aligerar los rigores del caluroso día, y nuestra desnudez conseguía el resto. En aquella
penumbra vimos anochecer, el cielo se había teñido de rojo, estallando aquel sol en miles
de matices sanguina. Apenas hablamos, aquel espectáculo no requería nada más. Tal vez
fue porque habíamos echado en falta aquel remanso hedonista de la piscina de aquella
finca, o tal vez por lo imponente de aquel esplendoroso anochecer, nos costó un triunfo
activarnos para volver a casa, además mi querida Runa estaba encantada con sus
incursiones bajo el enorme y descuidado seto de aligustres para cazar lagartijas.
Finalmente, con mucha pereza, nos medio-vestimos y salimos de nuestro jardín secreto
frisando la media noche.
Fernando me cogió por sorpresa aquel viernes, cuando a media mañana se acercó al
trabajo, me contó que la semana siguiente ya tendríamos a los chicos de prácticas, tanto
veterinarios como auxiliares. No pude ocultar una tremenda sensación de agobio, de
seguir viniendo más gente a trabajar, no tendríamos espacio y así se lo dije a mi jefe.
-Lo sé, lo sé- hablaba con tono un tranquilizador para mi incomprensible- Llevo ya un
tiempo estudiando ampliar la clínica al local de al lado, que también es mío- ante mi
evidente objeción levantó la mano con gesto tranquilizador- Sé que no soluciona el
problema ahora, pero si para el futuro, como sabes con el tiempo esto será cosa de Rubén
y gracias a ti hemos crecido mucho, ahora estoy a la espera de permisos, que conociendo
nuestra burocracia local tardarán meses- agradecí su reconocimiento, y percibí un deje
especial en sus palabras, muy posiblemente ya estuviese valorando la posibilidad de
prescindir de mí en un futuro más o menos próximo, pero no me pareció mal, ambos
sabíamos que mi paso por su clínica tenía más de temporal que de permanente, aunque
para la segunda opción Alicia me empezaba a pesar bastante- Respecto a la gente de
prácticas, habrá un auxiliar, o eso creo, solamente estará una semana, y los estudiantes de
veterinaria son dos y los puedes organizar en los turnos que mejor te parezca, estarán
hasta final de mes.
-Bien- acepté- Creo que nos organizaremos- se me ocurrió una idea para no precipitar mi
marcha de su negocio, al menos me quería reservar el derecho de que si eso tenía que
llegar fuese yo quien controlase tal opción- Y en cuanto a la ampliación, si quieres, lo
puedo hablar con mis padres, ellos tienes contactos que tal vez apresuren los permisos.
Enarcó las cejas y en sus ojos vi una expresión interesante, parecía estar valorando que el
dinero que invertía en mi sueldo estaba mejor utilizado de lo que ya había comprobado.
-Me parece una gran idea, los contactos que yo pueda tener, parece que son más limitados
de lo que ya sabía- y comenzó a salir despidiéndose de todos, tanto clientes como
personal, antes de salir a la calle se detuvo y se giró- Por cierto Eva- me acerqué a él- El
día quince es mi cumpleaños y como odio las cenas de empresa en navidades, tengo la
costumbre de hacer esa cena coincidiendo con mi día, así que no hagas planes que tienes
una cita el sábado de la semana que viene, ya sé que es catorce pero no me pareció
correcto obligaros a trasnochar en domingo, que tenéis que trabajar el lunes- y añadió- Y
puedes llevarte pareja.
Y con una espléndida sonrisa de hombre feliz se marchó.
Me quedé parada y un tanto absurda, pero sobre todo estaba nerviosa, lo curioso era que
lejos de estar nerviosa por la aparentemente inseguridad laboral que se podía cernir sobre
mi futuro, mi estado de nervios era mucho más coqueto y mundano, aquella próxima cena
de empresa guion celebración de cumpleaños era algo que no esperaba, y me alteró un
poco, a excepción de la comida meses atrás con Kike y Noelia, y bueno aquello fue otra
cosa, ya que no iba más allá de una comida familiar, ratificada por el hecho de que acudí
sin casi arreglar, hacía mucho tiempo que no me veía en una situación social de aquel
tipo, y no solamente social sino hasta cierto punto laboral. Nunca me había gustado
demasiado ese tipo de celebraciones, estaba claro que en este caso las cosas eran
diferentes, indudablemente más relajadas, pero no dejaba de ser una cena de empresa y
lo peor de todo, lo más grave para una mujer, no tenía nada que ponerme, bueno en
realidad sí que lo tenía, pero era un tipo de ropa para mí ya anodina, elegante pero con
ese aire de indumentaria profesional que me había caracterizado años atrás con la que
innegablemente ya no me sentía cómoda, también tenía otros vestidos pero o eran de
invierno o ya los había usado en otras ocasiones o, bueno, me traían recuerdos de otras
situaciones.
Hablé con el resto de mis compañeros sobre la cena en cuestión y vi sonrisas malvadas
por parte de todos ellos, por lo visto era una sorpresa de novata que me estaban
reservando.
-Pues que sepas que mi tío se toma muy en serio su cena.
Rubén estaba especialmente risueño aquella mañana, teníamos poco trabajo y la noticia
de la próxima celebración fue la disculpa para que nos mantuviésemos entretenido hasta
la hora de cerrar, a falta de una urgencia inesperada, aquel día no teníamos más que un
par de citas.
-No te rías- le siguió Adela- Lo que dice Rubén es verdad, tenemos que ir casi como para
una boda.
-Eso es cierto- Álvaro parecía muy serio- El año pasado fui un poco menos arreglado de
lo habitual y Fernando se pasó una semana sin hablarme.
-Es verdad, es verdad- Alicia no podía sujetar las carcajada- No me acordaba, parecíais
un matrimonio al borde de la ruptura.
Todos reían con ganas y yo me sentía cada vez más ridícula, por suerte entró una de las
citas de la mañana para Rubén y me sirvió de disculpa para disolver aquella alegre reunión
que habíamos formado.
El resto del día siguió más o menos igual de tranquilo, ese día Alicia y yo no comimos
juntas, había vuelto a quedar, pero no me dijo con quién, y al cerrar por la tarde nos fuimos
juntas a la piscina de la finca familiar, al día siguiente ella no tenía turno y al ser sábado
yo tampoco trabajaba, de manera que volvimos a ver llegar la noche en nuestro rincón
secreto, como habíamos empezado a llamar a aquel lugar, cada vez más nuestra y menos
de su primo.
Regresamos bastante tarde a casa, yo había estado un tanto baja de ánimo y apunto estuve
de proponerle que se quedase aquella noche en casa, no era que me pasase nada especial,
probablemente estaba al borde de la regla y únicamente necesitaba el disfrute de una
sencilla charla sin más hasta que nos encontrase el sueño, además la noche estaba
preciosa; tibia y estrellada.
Habíamos estado hablando sobre la, por lo visto, importantísima cena de cumpleaños de
Fernando, aquello me había cogido sin estar preparada y me sentía algo incómoda con la
idea.
-No le des más vueltas- me tranquilizó Alicia de vuelta a casa, ya casi llegando a su calle-
Si no tienes que ponerte te compras algo y ya está, aunque se que esta mañana ha sonado
a broma, la cosa va más o menos por donde te hemos dicho, plantéate una boda informal
y acertarás.
-Sí, será lo que haga- paré el coche en su puerta- Si te parece quedamos mañana por la
mañana para ir de compras.
-Buff- resopló- Mañana yo no puedo tengo reunión familiar- se me acercó para darme un
beso- Pero te prometo que de compensaré.
Salió del coche y camino de su portal, me quedé mirándola mover las caderas y con ellas
el escaso vuelo del mini pareo, sin nada debajo, que solía ponerse para volver de nuestras
jornadas campestres. Se giró ligeramente y pude leer en sus labios “mañana te llamo”, a
la vez que hacía un gesto con la mano como si sujetaba un teléfono invisible.
A pesar de lo tarde que ya era cuando me fui a la cama, me levanté tan temprano como
siempre, y tal y como siempre, Runa y yo salimos a correr. A esas horas, tan de mañana,
no era capaz de imaginar lo intenso y variado que sería para mi aquel sábado, ignorante
de ello me centré en el disfrute de Balorio, que tan temprano estaba precioso, tranquilo y
refrescante cuando corríamos de vuelta por la parte alta de aquel pseudo-bosque urbano,
veíamos como aún, algunos terminaban la juerga de la noche anterior, dormitando y lo
que no es dormitando, encerrados en sus coches diseminados aquí y allá con las
ventanillas bajadas, incluso en un caso con las puertas abiertas, entregados torpemente a
los placeres del último polvo de la noche. Para no caer en esa vertiente voyeur mía que
en tantas ocasiones me había hecho meterme en la intimidad de muchas personas, me
centré en apretar el ritmo de mi carrera y en la perfecta morfología que atesoraba mi
compañera canina. Runa estaba creciendo perfectamente, tenía una fantástica estructura
y construcción, con unos aplomos redondos y cerrados, con la cabeza siempre alta y los
ojos atentos, pocas veces había visto un minipins con un desarrollo muscular tan
envidiable para su edad, aquello era mérito innegable de su criador, mi querido Luís, y
mío propio que le había ido dando la dosis idónea de ejercicio según su edad. Ella
correteaba alegremente entorno mío, yo nunca llevaba un ritmo muy fuerte, a excepción
de puntuales momentos en los que apretaba la carrera, para después dejar que las piernas,
a un paso más cansino, se me relajasen. De todos los dones que poseía mi pequeña
compañera, sin lugar a dudas para mí el mejor, era su carácter, esa mezcla de amor
delirante por su dueño, o las personas a las que conocen con ese punto de desconfianza
fiera en pequeño tamaño tan propio de ellos. A Alicia la quería con locura y,
curiosamente, a base de cruzarnos con las mismas dos o tres personas todos los días en
nuestras correrías matutinas por Balorio, había pasado de hacerles frente en actitud
protectora a correr a saludarlas alegremente, y, en consecuencia, yo había pasado de pedir
disculpas a saludar e incluso establecer una fugaz charla con ellas.
Aquel día llegamos a casa un poco aceleradas, había decidido seguir el consejo de Ali, y
salir de compras, pero antes de nada tenía que hacer compra; mis víveres estaban bajo
mínimos, de forma que tanto la despensa como la nevera parecían las de la casa de
Carpanta.
La compra la hice lo más rápido que pude en un par de supermercados y después de
dejarla en casa convenientemente guardada, para mi satisfacción, aquella ya no era la casa
del hambriento personaje de comic.
Entre una cosa y otra, antes de las once y media estaba dejando el coche en la zona de
Las Tres Cruces. Al estar tan cerca de la casa de mis padres tuve un repentino absceso de
cargo de conciencia y llamé por teléfono a mi padre.
-Papá, si soy yo, ¿te apetece tomar un café?, si, si, te espero donde Pepe, vale un beso.
Mi padre no tardó demasiado en aparecer, como siempre me besó con su cara recién
afeitada de sábado.
-¿Cuánto hace que no sabes de tu hermano?
No esperó ni a sentarse a la mesa donde yo estaba esperándole para hacerme la pregunta.
-Pues no lo sé- me estaba oliendo nubes de tormenta y decidí actuar de forma evasiva-
Un par de meses, ¿le pasa algo?
-No, no, bueno al menos que yo sepa, pero, no sé.
El camarero, que, después de los años, ya le conocía de sobra, le trajo su café hasta la
mesa.
-Pepe, gracias- se dirigió al camarero y se volvió de nuevo a mí- Es que me llamó ayer y
me dijo que quería vernos hoy, que tenía un viaje relámpago por aquí y se pasaría por
casa.
-Muy bien ¿no?
-Bueno le noté algo diferente- enarqué una ceja- Si Eva, sois mis hijos y aunque, la que
por profesión sabe hacer interrogatorios, sea tu madre, yo soy vuestro padre y también os
conozco.
-Y muy bien Papá.
-Eso mismo.
-Mamá nunca ha sabido diferenciar entre lo que somos y lo que le gustaría que fuéramos,
en especial yo.
-Eva, deja ese tema ahora, antes o después tendrá que acabar esta guerra fría entre vosotras
dos.
-Perdona, Papá, lo dejo.
-Gracias- dio un sorbo de su taza, siempre le gustó caliente incluso en verano- El tema es
que, por como me habló Kike y por el hecho de que me llamase a mí y no al teléfono de
casa, o al de tu madre, que es más habitual en él, tengo la impresión de que pasa algo.
Tal vez fue por algo en mi expresión, o tal vez fue porque efectivamente aquel hombre
conocía a sus hijos mejor aún de los que nosotros jamás pudiéramos pensar, me miró con
aquella cara suya de “desembucha” y me vi obligada a cantar más que un mafioso
arrepentido ante el FBI, a la espera de que mi hermano, si se llegaba a enterar de ello, no
me pusiese unos zapatos de cemento y me lanzase a las sucias aguas de nuestro Duero.
Con los ojos cada vez más abiertos, Enrique Zamorano, mi padre, me escuchaba
silencioso sin más expresividad en su ser que aquello, ojos abiertos y silencio total, yo
estaba acostumbrada a vender productos ante todo tipo de interlocutores, pero aquella
situación temí que me superase.
-¿Sabes qué es lo mejor de todo esto?- dijo por fin después de haber pensado unos
instantes una vez que terminé de contarle mi comida con Kike y Noelia, como era una
pregunta retórica no respondí- Pues es muy sencillo, aunque mamá no pondrá más pegas
de las justas, esto le hará cambiar su actitud contigo y segundo, que afortunadamente os
tendremos de nuevo a los dos cerca, me gusta la idea de ver también con cierta asiduidad
con mi hijo.
Una vez más, mi padre me dio una de sus lecciones, sin pretenderlo, de lo que era para él
la paternidad.
-Y, además- prosiguió risueño- Si tiene pensado hacerme abuelo, a falta de que tú te
dignes a ello, me encanta la idea de tener a mi nieto o nieta, muy cerca.
El resto de rato que pasamos juntos se centró en que le hablase de su desconocida nuera.
Y así, se nos fue algo más de una hora, habiendo empezado el día con tiempo de sobra,
mirar el reloj y ver el tiempo que habíamos dedicado al tema me agobió, con todo lo que
tenía que hacer, un vestuario nuevo y un vestido para una ocasión especial no se
encuentra, así como así y más si ya no te acuerdas de donde están las tiendas en tu ciudad.
-Te dejo, que tengo que comprarme ropa, ya te contaré, no puedo parar más.
Una vez que nos despedimos, mi padre, con un aire, ahora sí, relajado volvió de nuevo a
su portal y yo bastante acelerada salí en pos de la indumentaria ideal para mí.
El resto de la mañana fue un poco locura, entre otras cosas, porque tenía intención de
comprarme, no solo ese vestido especial para la cena de empresa, sino casi un vestuario
nuevo y aunque mis fondos seguían siendo bastante boyantes, tenía muy claro que
comprar trapitos caros o de marca no era mi objetivo principal; quería seguir manteniendo
mis ahorros lo más intactos posibles por si acaso el futuro me tenía reservado algún revés.
Al principio me desesperé, no encontraba nada, pero poco a poco me fui llevando
pequeñas sorpresas y empecé a sentirme más animada, y cuanto más animada estaba más
bolsas pendían de mis manos, pero aún no aparecía ese atuendo que estaba buscando. La
verdad es que me gustó mucho verme de compras por el centro, pateé las Tres Cruces, la
Amargura, Santa Clara, Sagasta y todas sus calles adyacentes, agradeciendo el haber
optado por un calzado cómodo y una de mis faldas amplias, de no haber sido así, tal vez
habría sucumbido antes de tiempo. Por suerte no lo hice y sin ya esperarlo, vi un precioso
vestido negro en un escaparate, entré me lo probé y me lo compré, así de sencillo. Era
realmente bonito, y me sentaba fantásticamente, además tenía un puntito sexy que me
terminó de cautivar en cuanto me lo vi puesto en el espejo del probador. Tenía un pequeño
escote en pico que mostraba parte del canalillo, la espalda al aire con un par de tiras
cruzadas que no eran sino la prolongación de las dos piezas que formaban los laterales
del escote y se cruzaban tras el cuello y caían en vertical hasta el final del escote trasero
casi en la cintura, que era ceñida y se abría al vuelo de una falda corta que quedaba por
encima de las rodillas.
Viendo aquella espalda descubierta, agradecí las jornadas de piscina desnuda a la
intemperie, con la espalda de aquel vestido unas marcas de bikini, por finas que fuesen,
habrían sido desastrosas.
Al salir del probador, se me acercó la dependienta de la tienda que me había atendido, en
su rostro había una indescriptible expresión de agrado.
-Te sienta fenomenal- me lo dijo de un modo tan convincente que supe que lo decía
sinceramente- Nunca he visto a nadie que le siente tan bien.
-Gracias- yo me seguía mirando al espejo, pero ahora al estar fuera del probador me veía
algo más alejada- Sí que creo que me queda bien.
-Créeme- siguió ella- Este vestido ha gustado mucho, pero hay pocas mujeres que tengan
el cuerpo adecuado para él, y por eso lo hemos vendido muy poco, a ti te sienta
fantásticamente, tienes el busto ideal para llevarlo.
Yo asentía y pensaba, “ya, pero es para ir sin sujetador”, pero no me importó.
-Si tienes unas sandalias negras- me decía la chica mientras entraba de nuevo tras las
cortinas de cubículo de vestuario- Es lo ideal para este vestido, da igual que sean o no de
tacón.
Y efectivamente yo tenía varios pares de sandalias planas que encajarían bien con aquel
vestido.
Animada con mi descubrimiento me fijé en un par de vestidos más, uno largo suelto y
estampado en todo tipo de colores vivos, de un tejido finísimo, casi una gasa, con unos
tirantes de muy finos de ganchillo y un pequeño escote redondo, era un vestido más
“trotero” para el verano. El tercer vestido que compré también era cortito, algo más que
el negro dejando ver parte de mi tatuaje en el muslo, detalle que la dependienta no pasó
por alto fijando la mirada, era blanco crudo y tenía un corte que recordaba a las túnicas
romanas, no tenía muy claro para que ocasión lo compraba, pero me pareció que también
me lo merecía.
Salí radiante a la calle, contenta con mi mañana de compras, llevaba de todo desde ropa
interior hasta camisetas, pantalones de todo tipo y color, faldas variadas tanto en longitud
como en diseño, pasando por un bikini, mi primer bikini en muchos años, y era mío
propio, ya no usaría el de Alicia, aunque siendo honesta no lo había usado más que en
una ocasión, para recibir a Hugo el primer día de piscina, la verdad es que fue un capricho
un poco tonto, habida cuenta de lo poco que usábamos la ropa de baño en nuestra jardín
secreto, pero aquellos cuatro minúsculos triángulos de ganchillo granate unidos por unas
finas tiras, habían sido un reclamo demasiado irresistible para mí, y lo mejor de todo, era
que la suma final que me había gastado no era ni siquiera reseñable teniendo en cuenta la
cantidad de bolsas y paquetes que me tiraban para abajo de las manos.
Ya iba camino de mi coche, cuando pasé frente a una zapatería y aunque faltaba poco
menos de cinco minutos para la hora de cierre, entré ciega ante el reclamo de unas
sandalias sencillísimas de tacón altísimo y fino que eran el complemento ideal para mi
vestido negro.
A pesar de la hora, me recibió amablemente uno de los hombres más atractivos que había
visto en los últimos meses, era alto, de espalda ancha, mirada intensa, voz rocosa, barba
de varios días y cabello oscuro ondulado, casi rizado, tenía un aire a Clive Owen en su
aproximación al Rey Arturo histórico. La verdad es que tenía un magnetismo muy
intenso, tanto que, si lo hubiese conocido un tiempo atrás, le habría invitado a subirse a
mi barco pirata, un hombre así tenía que ser capaz de vender lo que quisiese. Por suerte
para mí, tenía muy claro lo que quería, si tenía mi número y eran un mínimo de cómodos,
la compra sería muy rápida, costasen lo que costasen. Y así fue, había mi número y eran
suficientemente cómodos para el tipo de calzado que eran.
-Creo que el mayor encanto que tienen- mientras pagaba, hablaba con aquel Rey Arturo
a la Zamorana- Es ese aire de sandalia para ir de puntillas.
-Efectivamente- incluso hablando bajo su voz era tronante- Es como si fueras descalza.
Son realmente sexys.
Aquello último le daba un punto excitante a mi compra, y más en la boca de aquel macizo,
eran unas sandalias para seducir y para amar, bueno no, eran para follar hasta caer rendida.
Me despedí alegremente y salí con una bolsa más, ahora ya sí, camino de mi coche.
Llegué a casa alegre, cansada y muerta de hambre. Me desnudé mientras se cocían unos
huevos y poco de arroz para hacer una ensalada mixta y a las tres de la tarde, me sentaba
a la sombra de mi jardín recién refrescado con la manguera con más hambre que un
perrillo, preparada para lo que yo pensaba, a falta de noticias de Alicia, que pasaba el día
con su familia, sería un resto del día hogareño en compañía de mi querida compañera de
casa.
Una vez pasado el subidón que me había producido la vena consumista de aquella mañana
y a la sombra de la pérgola de mi jardín me tomaba un café con hielo mientras pensaba
en mi vida, y tal vez influida por el síndrome premenstrual que me azotaba, me empecé a
ver pequeñita, acomplejada, incompleta y solitaria. El hecho de que aquel día Ali lo
dedicase a su familia, me hizo darme cuenta de que de no ser por ella, su amistad, su
cariño, su compañía, y ¿por qué no decirlo?, la aparente tensión sexual que había entre
nosotras, yo estaría sola, había andado mucho en pos de otra Eva, aquella otra Eva que
yo sabía que estaba allí en el fondo de mi ser, sepultada bajo largos años cimentados sobre
los sueños y la firme decisión de una niña, poco a poco había ido saliendo, se había hecho
fuerte y estaba a gusto con ella, pero aquel día me pareció que sin Alicia en torno mío,
aportándome su luz y su aliento, había perdido el nexo de unión con ese mundo que me
estaba sacando al exterior, a la vida. Había recuperado a mi familia, seguía manteniendo
el contacto con mi otra familia, la familia de Luís, de vez en cuando hablábamos al igual
que hablaba con Carla y German, había recuperado mi ciudad y me gustaba, pero no
estaba plena, no estaba satisfecha, quería más, necesitaba más, salvo a mi amiga Alicia
no tenía más amistades, el intento de retomar el contacto con Marta fue una catástrofe,
pero de Ángel y Luisa no había señales de vida.
En aquel estado depresivo me animé a retomar mi vieja pasión por la narrativa de mis
pequeñas historias, ya llevaba un tiempo pensándolo y en la calorina desfondada de
aquella sobremesa con la única presencia afectiva de mi pizpireta Runa y con un nuevo
café aguado y con hielo me subí al despacho, que ya estaba casi ordenado a modo de
híbrido entre habitación de invitados y refugio de trabajo. Con la firme decisión de
escribir sobre mi misma algo similar a un diario íntimo, el diario de una virgen promiscua
y pervertida, me senté al ordenador acalorada a pesar de seguir desnuda, me encendí un
cigarro y me puse a escribir, y para mi sorpresa, después de tantos años de solamente
escribir textos técnicos, aquello me salía solo, casi sin pensarlo, y por algún extraño
misterio cada vez me encontraba mejor, como aligerada. Pasé así varias horas, tecleando
sin parar, hasta que me noté entumecida y abotargada, frotándome los ojos y después la
parte de baja de las tetas resudadas, estiré la espalda notando varios crujidos y guardé el
archivo, apagué el ordenador y me levanté directa hacia la bañera para después de un rato
de relax salir de paseo con Runa.
Estaba revitalizada, tanto que iba decidida a masturbarme, estaba ansiosa por lograr un
buen orgasmo y con él una gran corrida. Entré en mi gran bañera, hermosa y anticuada,
un tanto extravagante, llena de agua tibia y abundante espuma. Cerré los ojos y suspirando
me llevé la mano a la entrepierna para masajear mi clítoris expectante, con la otra mano
tomé de una banqueta el vibrador sumergible que me había elegido de mi amplia elección.
Ya estaba empezando a gozar, fue inmediato, a pesar me mis molestias de regla de la
mañana, estaba violentamente exaltada, rotundamente cachonda. Notaba como se abrían
las puertas de mi vagina a la espera de que entrase el cilíndrico dildo vibratorio cuando
sonó mi móvil. Lo dejé sonar, hasta que me di cuenta de que fuera quien fuera estaba
decidido a dejarlo sonar hasta que contestase, de modo que de mala gana paré y cogí el
teléfono del mismo taburete sobre el que había estado hacía un instante mi maquinita de
placer. A pesar de la interrupción me alegré mucho al ver “Ali” parpadeando en la
pantalla.
-¿Dime?
Me di cuenta de que mi voz, a pesar de tantas horas sin hablar, sonó extrañamente
cantarina.
-¡Hola!- la noté muy alegre, tal vez algo achispada- ¿Dónde estabas?, ya pensé que no me
ibas a contestar.
Pensé en contestarle que estaba masturbándome, pero me corté un poco.
-A punto de darme un baño.
-¿Sola?.
-Claro que si petarda- me reí- Que remedio.
-Pues espérate un poco que estoy llegando a tu casa.
Aquella contestación me excitó un poco, no me importaría esperarla para que entrase
junto a mí en la bañera, había sitio de sobra para las dos, y después ya se vería. Cada vez
me ponía más y más caliente el pensar en Alicia.
- En realidad ya estoy en ello ¿estas viniendo en coche?- me había parecido notar el
clásico mal sonido del blue tooth del manos libres de los coches- ¿Me escuchas?.
-Si, si, ya estoy aparcando. Baja que ya estoy en tu puerta.
-No me hagas bajar ahora, ya estoy en la bañera.
-¡Uff! ¿me estas esperando?.
-Anda no seas tonta.
Reconozco que lo dije con la boca pequeña, cada día deseaba fantaseaba más con la idea
de compartir las dulzuras del sexo con ella, cada día estaba más convencida de que sus
apetencias eran idénticas a las mías, y ese día, en aquel momento en que ella estaba
llegando a mi casa donde yo la esperaba, por fin relajada en mi bañera, húmeda por fuera
y por dentro, me di cuenta de que me apetecía mucho esperarla de aquella guisa, al tiempo
de que me daba cuenta de que me seguía masturbado efervescente tan solo con oír su voz
al otro lado del teléfono. Repentinamente se me ocurrió pensar en una posibilidad, lejana
sí, pero factible, Ali ya hacía tiempo que me había comentado su idea de presentarme a
sus amigos, “un día de esos que quedo con alguno de mis amigos y nos vamos a tu casa
a tomar algo”, no tenía por qué, pero aquel podría ser el día en que ella viniese
acompañada. Entonces me sentí, aparte de nerviosa, tremendamente vulnerable.
-Ali, cielo- lo dije con un hilillo de voz- ¿Vienes sola?.
Ella se quedó en silencio, unos instantes en los que yo ya me había dejado definitivamente
de masturbar con el timbre de su voz y estaba ya casi saliendo de la bañera.
-No. Traigo a cinco tíos buenísimos para que nos dejen todos los agujeros como un
bebedero de patos- tras eso una carcajada que me confirmó definitivamente que estaba
algo achispada- Que no tonta. Ya estoy aquí, abro yo, tú sigue en tu spá, además me hace
“ilu” estrenar mi llave.
Escuché como abría la puerta de la calle y a Runa salir corriendo y ladrando como una
loca al encuentro de Alicia, ambas se debieron dar una buena dosis de mimos a tenor de
lo que pude oír tanto por la ventana como por el teléfono que aún seguía conectado.
Mientras tanto yo resignada a despedirme definitivamente de mi sesión de sexo acuático
con mi vibrador dudaba si darme una ducha fría o aprovechar mi baño de espuma aún con
Ali en casa. Por otra parte, todavía no se me había pasado el estado de excitación que me
provocaron las primeras palabras de mi amiga por el móvil.
Por fin dejó el juego con Runa y aun hablándome por el aparato y entró definitivamente
en mi cuarto de baño por la puerta que daba al descansillo de la escalera. Estaba
guapísima, traía el pelo recogido en su habitual cola de caballo, el azul de sus ojos
encendido de brillos, los labios de un rojo carmesí le contrastaban con las pecas salpicadas
en su cara y el tono dorado de su piel, traía uno de esos vestidos de estilo camisero, de
manga corta, con varios botones abiertos que me permitían ver una buena parte de su
canalillo, tanto que pude ver que venía sin sujetador, el vestido se ceñía a su cintura con
una finísima tira de cuero donde se arrugaba la tela, el vuelo se le quedaba un poco por
encima de las rodillas abriéndose en los laterales, en ese intento de emular la hechura de
una camisa de hombre, para un vestido femenino. Me encantaron las sandalias, imitando
unas botas romanas, entrecruzaban una serie de tiras de cuero de forma ascendente hasta
media pantorrilla.
-Vienes un poco bebida
No lo pregunté lo afirmé sonriendo, y lo hice por romper el encandilamiento que me
produjo verla cuando yo había pensado que ese día no la vería, y verla así de guapa.
-Sí, pero solo un poquito, con lo poco que me gusta conducir si estuviese mal me habría
quedado en casa- conociéndola, sabía que aquello era cierto- Además viéndote así ha
valido la pena, casi que me dan ganas de que me hagas un hueco en esa bañera.
Lo dijo acercándoseme de un modo felino, sinuoso, insinuante, casi provocador, se
inclinó hacia mí para darme un beso y a la vez que confirmaba que no llevaba sujetador,
noté un muy ligero olor a alcohol, pero era cierto lo que me había dicho, no era nada serio,
nada más allá de un inocente puntillo.
Al notar sus labios en mi mejilla, otra vez muy cerca de los míos y ver sus tetas libres y
colgantes para mí, al fondo de la abertura de aquel gran escote, me removí instintivamente
bajo el agua espumosa abriendo un poco las piernas. Tal y como lo hice deseé que ella no
se diese cuenta de ello, al tiempo que ansiaba que pasase todo lo contrario. Por lo que vi
en sus ojos, pasó lo segundo, y para mi sorpresa y satisfacción, comprobé definitivamente
que la tensión sexual entre ambas era un hecho irrefutable. De buena gana habría alzado
mi mano para meterla entre sus piernas y jugar con mis dedos en aquella depilada abertura
que después de nuestras excursiones a la finca ya conocía perfectamente de vista, y
empezaba a ansiar conocer cara a cara. Pero no lo hice, sencillamente me limité a disfrutar
cada instante de aquella electricidad chispeante de lujuria que nos envolvía. Yo estada
desnuda y sumergida en un baño de espuma, en una bañera que incitaba a placeres de
todo tipo, y ante mí estaba ella, preciosa e insinuante, y por supuesto cargada de un
misterio candente que me arrasaba.
Aún inclinada sobre mí, aun mostrándome aquellos pechos que, al igual que su vagina,
también conocía perfectamente pero solo de vista, metió una de sus manos en el agua.
-Esta agua está fantástica, una temperatura ideal- ya casi no había tapujos entre ambas,
me hablaba con un fulgor tan sensual como adorable- Espero que no recibas así a todas
tus visitas.
-No mi cielo- ahora era yo la que hablaba de la misma manera fulgurante, dando
mordisquitos a las palabras- Estas son cosas que te tengo reservadas a ti.
-Espero que me lo hagas más veces- volvió a inclinarse hacia mí, claramente consciente
de que me mostraba el interior de la abertura de su vestido camisero- Cuando tú quieras
te correspondo el detalle.
Me entró un calor insaciable, noté que los fluidos brotaban de mi interior virginal, notando
la punta de mi vibrador convenientemente sumergido y apoyado en el fondo de mi bañera,
olvidado allí asomándose a mi entrepierna.
Ali, con la mano en forma de cuenco cogió parte de la abundante espuma y soplándomela
hacia la cara se apartó de mí y de la bañera para sentarse frente a mí en otro de los
taburetes del baño a los pies de la bañera. Estaba deliciosa, allí sentada con las rodillas
muy juntas, las manos cruzadas sobre ellas, la espalda muy recta y cara de buena, como
si nada de lo anterior hubiese pasado, aun así mantenía la sonrisilla del leve estado etílico
con el que había llegado a casa. Vista así, parecía una quinceañera que a espaldas de sus
padres ha probado por vez primera el alcohol y trata de ocultarlo, al tiempo que trata de
que pase desapercibido un primario estado de efervescencia animal.
Permaneció así unos minutos hasta que, sin previo aviso, se puso en pie y volvió a ser mi
amiga Alicia.
-Buff, necesito un café helado- salió de la habitación dejando tras de sí el ondulante vuelo
de su vestido- ¿Te subo algo para beber?.
-Lo que te parezca.
Mientras que le respondía alzando la voz para que me oyese desde la cocina, saqué
apresurada el vibrador del fondo de la bañera y lo escondí entre las toallas del taburete
donde estaba el móvil.
Al instante Ali, reapareció en mi cuarto de baño con un gran vaso de café con hielo y una
de mis escasas copas con tres dedos de vino blanco tan frío que empañaba el vidrio.
-Siempre quise hacer esto- me tendió la copa haciendo una especie de reverencia- Señora
su bebida.
Al coger la copa de sus manos, en aquella situación me sentí poderosa, las palabras y los
ademanes de Alicia, sirvieron para que la viese como una potente excitatriz, ahora
aparentemente involuntaria. Volví los ojos hacía ella, de nuevo sentada, y lo hice siendo
yo la que ahora controlaba la situación, había dejado de tener una cierta sensación de
vulnerabilidad desnuda en mi bañera, para usar aquella especie de trono regio lleno de
agua y espuma, como elemento de jerarquía sobre mi súbdita, y quien sabe si esclava
sexual.
-Te he echado de menos.
Efectivamente estaba ejerciendo de señora, y no sé muy bien si fue por mi forma de
hablarle, por mi actitud de seguridad renovada, por el leve atontamiento que la bebida le
había producido o porque sencillamente ella entendió mi juego y le gustó demostrándome
que lo aceptaba y lo seguía.
-Gracias señora.
El mohín con el que me respondió me incitó a la sonrisa y a más cosas.
-He tenido un día un poco complicado, ya te lo contaré con más detalle, y he estado de
compras.
-Que bien señora, seguro que es todo precioso.
-Estoy contenta, ya lo verás todo cuando salga del baño.
-Gracias señora.
Aquel nuevo juego me estaba empezando a sofocar, a pesar de que el agua en la que
estaba sumergida ya había dejado de estar siquiera templada, y por la expresión de mi
amiga, en ese momento criada, a ella también, ya menos espirituosa según iba asimilando
la cafeína, seguía con la pantomima, muy centrada en su papel y muy satisfecha de ello,
se me ocurrió pensar que aquello podría ser el cumplimento de la promesa que me hizo
la noche anterior, cuando al despedirnos y tras informarme de que tenía reunión familiar,
me prometió que me compensaría.
-¿Qué tal has tenido el día tú?.
-Muy bueno señora- aquella vocecita sumisa con aquella mirada que inducía al pecado
me estaba incitando mucho más de lo que me había podido imaginar antes de iniciarlo-
Lo he pasado muy bien con mi familia, en especial con mis sobrinas, ya sabe la señora
cuando las quiero, y lo poco que las puedo ver.
-Me alegro mucho, eso está muy bien- di un sorbo al vino, y reconozco que no fue un
sorbo inocente, fue lo más sensual y elegante que yo había hecho en mi vida- Es una
lástima que vivan tan lejos de su tía.
Satisfecha comprobé que el sofoco también se adueñaba de ella.
-Gracias de nuevo señora, mañana al medio día volveré a comer con mi familia- me miró
descarada a los ojos- Si la señora me lo autoriza.
-Por supuesto que sí- me acomodé de nuevo en la bañera dándome cuenta de que cada
vez quedaba menos espuma flotando sobre el agua, y por lo tanto se empezaba a
vislumbrar mi cuerpo remojado, cosa que no le pasó desapercibida a Alicia, así que decidí
dar un último giro al juego antes de dejarlo ahí- Pero has debido de tener un día muy duro,
te veo cansada- seguíamos conectadas por las miradas- Descálzate y refréscate los pies
en la bañera.
Tal vez Ali, no esperaba aquello, tal vez la sorprendí de veras, pero lo cierto es que me
pareció ver una mezcla de sorpresa y satisfacción en su rostro.
-Gracias señora, la señora es muy amable conmigo.
Y acto seguido, la vi quitarse las ligaduras de sus altas sandalias romanas con la
parsimonia más sugestiva que jamás habría imaginado que alguien podría desprenderse
de algo, aquellas piernas y aquellos pies los conocía perfectamente, pero en ese momento
cobraron un significado erógeno salvaje para mí. Sumisa depositó sus sandalias en el
suelo al pie de una de las patas de la bañera, se incorporó y volviendo a mirarme se fue
girando lentamente, flexionando las piernas, primero la derecha y luego la izquierda, aún
sentada en su taburete las metió en el agua, con la falda de su vestido muy remangada me
dejó ver lo que había entre ellas, en un movimiento a modo del de Sharon Stone, en aquel
memorable cruce de piernas de Instinto Básico, pero a diferencia de que Alicia, sí que
llevaba ropa interior, al menos un escueto tanga de gasa blanca. Al pensar aquello me di
cuenta de que salvo por el pequeño detalle de los asesinatos y los millones, Ali tenía algo
que ver con la Tramell.
Sus pies, al sumergirse se apoyaron en los míos y nos acariciamos mutuamente unos
instantes, el juego de la señora y la sirvienta ya había terminado, ahora ya no jugábamos,
aquello ya iba en serio, muy en serio. Ya no había nada de espuma en mi baño, estaba
totalmente expuesta y no me importó, como tampoco me importó que me viese con las
piernas abiertas mostrándole la abertura de mi coño. Se soltó, sin decir nada, un par más
de botones de su vestido, pero no se lo abrió. Estaba claro, que entre nosotras había
llegado el momento de la verdad, pero algo hizo que el alto voltaje que chisporroteaba
entra ambas se desactivase bruscamente. Los inconfundibles pitidos del whats ap de su
móvil se encargaron de que bruscamente dejásemos de mirarnos y de provocarnos.
Ali se giró para mirar el teléfono.
-Bueno, una de dos o me dices que me meta definitivamente contigo en la bañera y nos
frotemos mutuamente- lo dijo salpicándome cara apropósito al mover sus pies- O sales
de esa bañera, que te estás arrugando, y te vistes que hemos quedado.
En cierto modo recibimos aliviadas el aviso de los mensajes, salvadas por la campana, o
tal vez no, no tuve duda alguna de que ambas estábamos decididas a poner fin a aquella
tirantez erótica que nos tenía atenazadas, pero tal vez no había llegado el momento. En
vista de los pasos dados por las dos, durante aquel jugueteo de la señora y la sirvienta, el
desenlace desnudas y entrelazadas se me antojaba como algo inevitable, e igualmente en
vista de que aquellos pasos los habíamos dado conscientemente las dos por igual, estaba
claro que sabíamos que la naturaleza de aquella relación no rompería la naturaleza de
nuestra otra relación, la de nuestra amistad.
Tras la interrupción, salí de la bañera, Alicia me había pasado una toalla y se había ido a
fisgar las compras de la mañana, aún en sus bolsas sobre mi cama. Le impedí que mirase
aquellas en las que estaba mi fantástico vestido negro junco con las fetichistas sandalias
de tacón que harían de complemento.
Le pregunté a qué se refería con aquello de que habíamos quedado, y me aclaró el tema
en muy pocas palabras.
-Eres mi amiga, y estoy feliz de ello, pero en vista de que no logras reencontrar a tus
amigos del “cole”, creo que necesitas otros amigos a parte de mí, además están deseando
conocerte, entiéndeme tienes que salir y divertirte, no todo es trabajo.
Sus últimas palabras me causaron una profunda sensación de añoranza y nostalgia,
muchos años atrás la única persona por la que había sentido algo similar al amor. Entonces
había hecho caso omiso de las palabras de Andrea, pero en este caso, con la experiencia
de lo vivido, con la búsqueda de mi misma en la que llevaba ya tiempo inmersa, me di
cuenta de que Alicia, sin saberlo, había dado de lleno en lo que yo necesitaba.
Por lo que Alicia me contó, sus amigos, habían quedado en verse aquel fin de semana
todos en Zamor, y de paso conocer a esa veterinaria con la que su amiga había iniciado
una relación de amistad a su regreso poco victorioso de nuevo a la tierra. Cenaríamos por
ahí y les veríamos en una de las terrazas de la Plaza Mayor. Ese plan fue la causa de que
el paseo vespertino, largo y relajado, que tenía pensado dedicarle a mi compañera de casa,
se tornase más corto y acelerado.
Decidí estrenar uno de los vestidos que me había comprado aquella mañana, el largo,
gaseoso y estampado vestido que había comprado más por capricho que por otra cosa.
Contenta de ver que lo estrenaba de forma inmediata, así como de que por un lado las
palabras de Alicia me mostrasen su aprobación ante mi elección con un lacónico
“preciosa”, a la vez que por el otro lado sus ojos ratificaban, con unas visibles chispas de
deseo, lo que había dicho su boca.
Arregladas y perfumadas, Ali había vuelto a abrocharse un par de botones de su vestido
camisero, pero aún mostraba una parte generosa del canalillo de sus voluptuosas tetas,
aún libres de las ataduras del sujetador, el cual, al montarnos en su Clio de tres puertas,
pude ver que estaba guardado sin mucho cuidado en el hueco de la guantera.
-¿Y esto?
-Ya ves- arrancó el motor- Me estaba molestando muchísimo y en cuanto me vi libre de
los ojos de mi madre me lo quité.
-¡Ahí! las madres.
-No, no es eso, es que mi madre desde que me salieron las gemelas me ha perseguido para
que las lleve bien agarradas- saliendo del barrio hacia Trascastillo me miró pícaramente-
Y tú ya sabes lo que me gusta llevarlas libres.
Cenamos cualquier cosa, unas pocas tapas y sobre las diez y media nos reuníamos con el
grupo de amigos de Ali que ocupaban una mesa de una de las terrazas de la Plaza.
Para sorpresa mía, a uno de ellos ya lo conocía, no desde hacía mucho tiempo, no eso no,
pero lo conocía
-Que casualidad- me dedicó una radiante y cautivadora sonrisa, al inclinarse para darme
dos besos- Sandalias negras de tacón de 13 centímetros, del 37, o ¿me equivoco?.
-No, no- me ruboricé como una tonta- Esa misma soy yo.
-Encantado de volverte a ver, soy Olmo.
Era el dependiente de la zapatería donde me había comprado por la mañana, ya casi a la
hora del cierre, aquellas sandalias perfectas. Era aquel excitante hombre que tanto me
recordó al Clive Owen de “El rey Arturo”, y era uno de los amigos con los que Ali
quedaba aquellas ocasiones en las que rompía con nuestras costumbres de comer juntas.
-¿Te has comprado una maravilla así y no me los has enseñado?- terció Ali tirando un
poco de mi- No sé si seguir siendo tu amiga.
La casualidad hizo que todos se riesen haciendo comentarios, incluida Alicia, que, tras
aquel comentario, se me acercó al oído para susurrarme algo así como “aprovéchate te lo
presto”, aquello me pareció que significaba solamente una cosa, y me gustó, mi amiga
me resultaba cada vez más excitante, era el tipo de mujer viciosa y pervertida que me
gustaba y que yo también era, pero con la diferencia de que en mi caso había vivido esa
condición mía con miedo y prevención, sin llegarme a liberar de aquellas ataduras que
aún me atenazaban. Yo no le contesté, simplemente le sonreí, tal vez me dejase llevar, tal
vez aquella era la noche, ya se vería, por el momento me centré en conocer al resto del
grupo.
La segunda en serme presentada, por fin la pude conocer personalmente, era Carlota, otra
de las personas con las que Ali quedaba y a la que había visto yo en alguna ocasión
esperándola o ya abriendo el portal con su propia llave, y hacía la cual hacía sentido la
punzada de aquellos incómodos celos y que pensé el día que nos conocimos, que era su
compañera de piso. Era una chica muy guapa, de rasgos raciales, una belleza greco-
romana, piel acerada, cejas largas y finas, arqueadas sobre unos ojos tan negros como las
mismas cejas y el cabello recogido en dos finas y largas trenzas, me sonrió con una sonrisa
sincera y una mirada celosa, igualmente sincera. No me pareció mal, yo le había quitado
una parte importante del disfrute de su amiga, me pareció justo, pero cada vez estaba más
convencida de que yo había tomado posesión de parte de la vida de nuestra, ahora común
amiga y tras el escarceo de aquella tarde en mi cuarto de baño, quería más. Yo también
tenía llave de la casa de Alicia, pero a diferencia de Carlota, aún no la había usado, aún
no había sido necesario, entre mi casa y la finca compartíamos nuestro tiempo.
Los demás eran Daniela, una chica rubia de cara redonda, pechugona, cadera ancha y
formas redonditas, que algunos llamarían injustamente rellenita, tez sonrosada y actitud
risueña, con su marido, Rodrigo, un fornido tiarrón de semblante sereno, frondosa perilla
y cabeza afeitada para camuflar su alopecia precoz.
David, delgado, bajito y rubicundo, parecía el humorista de aquella pandilla de amigos.
Por último, me saludó Emma, una chica bajita, teñida de pelirrojo, más que delgada casi
reseca, tenía un velo de hastío colgado de un rostro pálido de facciones angulosas, no
supe muy bien la causa, pero había algo en ella que me resultó familiar.
Una vez que nos sentamos, me acerqué al oído de Alicia, para preguntarle en un susurro.
-¿Y tu amigo Berto? Pensé que era uno de tus mejores amigos.
La sonrisa que afloró a los labios de Ali, era perversa, pícara y tal vez algo inocente a un
mismo tiempo.
-No cielo, Berto no es mi amigo, o al menos este tipo de amigo, salí con él un tiempo,
pero no es un amigo a este nivel, con Berto solamente follo, estos son mis amigos de
verdad.
Me sentí muy satisfecha por ello, en pocas palabras Alicia había definido el nivel de la
relación que la unía a aquel grupo de amigos, su elite afectiva, y al mismo tiempo me
estaba incluyendo a mí en esa categoría. Me había resultado evidente el hecho de que con
Olmo antes o después había tenido una relación sexual, que por sus citas imaginé que
seguía en marcha, y tras lo vivido aquella misma tarde sentada al borde de mi bañera, no
descartaba que algo de aquello Ali, también lo hubiese vivido con Carlota, lo cual dejaba
su amistad con el tal Berto en el nivel de un sencillo “follamigo”. Siendo justos habría
que decir que era un “follamigo” con pasado, pero nada más que eso.
-Pues debe de ser muy bueno, para que sin ser este nivel de amigo te sigas viendo con él.
Me volvió a dedicar una de aquellas sonrisas plenas de matices profundos y en muchos
casos contradictorios.
-Ya te lo contaré algún día, y si quieres también te lo puedo dejar. Él estará encantado, es
un sinvergüenza, te gustará.
Aquellas últimas palabras me recoradadon al modo en el que Han Solo describió a la
princesa Leia, el tipo de persona que era Lando Calrissian, y no sé muy bien el motivo,
pero supe que Ali también pensó lo mismo que yo.
-Eres más pervertida de lo que puedo imaginar.
-No lo tengo claro, pero me da la sensación de que estamos a la par.
-¡Ali!- nos interrumpió la voz ligeramente nasal de Daniela- Si querías que conociésemos
a Eva, deja de acapararla que ya te conocemos.
El resto estuvieron de acuerdo con ella.
-Pécora- Alicia lo dijo con aire de falsa ofensa- Venga, va, ya os doy vía libre para que la
acribilléis, antes de darle el visto bueno.
Durante aquella cena frugal y el paseo hasta el lugar de encuentro, mi amiga me había
hablado de manera sucinta de todos sus amigos y ahora les estaba poniendo cara, para
ella la más especial era Daniela, era su amiga de la infancia, su compañera de colegio casi
desde la guardería y por la que sentía un mayor cariño, era su “tercera hermana”, al menos
me la había descrito así, y además era una chica especial, en lo que a su origen exótico se
refería, ya que era hija de un yanki de Tejas de esos altos, delgados, de melena rubia y
poblado mostacho a los Búfalo Bill, que en los setenta en un arrebato aventurero se había
venido a España y más concretamente a la comarca de Sayago, al suroeste de la provincia
de Zamora, para conocer un mundo diferente y por amor se había quedado allí. En su
momento fue un tanto escandaloso, ya que ni él ni la madre de Daniela se habían casado,
topándose con la oposición de la familia de ella y la incomprensión de gran parte del
pueblo, aunque curiosamente el cura de la localidad le dio la bienvenida tanto al guiri
como a la relación con aquella moza, imbuido por un talante aperturista de algunos de
aquellos sacerdotes jóvenes e “izquierdosos” de la época. Sin duda la amistad que
trabaron aquel tejano, al que pronto dieron en llamar el “Sheriff Sayagués” y aquel curita
nuevo, pero querido y respetado, fue la causa de que, más pronto de lo esperado, las aguas
se calmasen en la localidad y fueran pocos los que siguiesen sancionando aquella unión
“pecaminosa”, aunque en opinión de Alicia, lógicamente también influyó la cercanía del
pueblo con la capital, ya que según ella, de haber sido en alguna localidad más apartada
las cosas habrían sido muy distintas.
A mi aquella historia de la familia de aquella chica me había llamado la atención y me
recordó que en alguna ocasión mi padre me había hablado de un criador de caballos con
el que había trabajado en ocasiones al que llamaban el cowboy, o sí, tal vez el sheriff.
La verdad sea dicha, aquella era una historia realmente bonita, cargada de romanticismo
y de pasión, casi la base para un guion de un western contemporáneo.
Se veía que la naturaleza de la relación entre Alicia y Daniela, era de esas que te
impregnan desde la infancia y te acompañan siempre, lástima que yo no podía decir lo
mismo de mis amistades de niña, pero no perdía la esperanza de reencontrarme con mi
secreto enamorado Ángel o la espiritual y profunda Luisa. Ciertamente aquel lazo que
unía a las dos, Alicia y Daniela, era totalmente diferente de la que la unía con su otra gran
amiga Carlota, ella no me lo contó pero yo, a esas alturas, no lo sabía en firme, pero sí
estaba convencida de que entre ellas, había una base de una gran amistad, pero con una
vertiente afectiva más tendente a lo carnal, y de hecho una vez que nos sentamos
definitivamente en la terraza, la propia Carlota, o Carli como afectivamente la llamaban
todos, buscó sentarse junto a nuestra común amiga, enviándome una soslayada mirada de
delimitación de territorio.
Por mi parte me senté al otro lado de Ali, y junto a mí, el atractivo Rey Arturo del grupo.
Él a buen seguro era conocedor de que aquello no hacía sino afirmar un poderoso atractivo
animal, desde que me topase con él, aunque fugazmente, aquella mañana, me di cuenta
de lo realmente cachonda que me ponía con que tan siquiera me mirase. Y aquella
sensación se acrecentaba estando allí sentada entre Alicia y él, que estaba dedicado en
pleno a hacerme sentir bien, claramente me estaba agasajando con su atención, se estaba
esforzando en seducirme visiblemente y sin ningún reparo. Por un momento y sin dejar
de atender a la conversión, o de contar algún que otro detalle de mi vida en el mundo
exterior, me vi fantaseando allí, como digo sentada entre Ali y Olmo, con estar entre ellos
dos, pero los tres desnudos y sudorosos del mismo modo en que me imaginé un par de
semanas atrás entre ella y su primo. Fueron milisegundos, pero habría dado media vida
por que se hiciese realidad en ese mismo instante.
Me llamó la atención que Carlota, parecía tener algunos vacíos en su vida, tanto en la
conversación previa entre Ali y yo, como durante aquel rato en el que nos fuimos
poniendo al día de lo más reseñable de nuestras vidas, como mucho se referían a algo que
llamaban “la crisis espiritual” de Carli, y poco más, y yo por respeto evité hacer preguntas
a fin de no incomodar a aquella amiga de Alicia, que no evitaba seguir demostrándome
su territorialidad.
Yo sabía que era amiga de Ali desde el primer año de instituto, y que habían empezado
su vida universitaria en Salamanca a la vez, ella en la facultad de medicina y en su cuarto
año le vino aquella misteriosa crisis y después el vacío, para reaparecer en el relato que
me había hecho Ali, con una vida como modelo para artistas, y por lo visto bastante
reputada y solicitada, pero ante todo y sobre todo relacionada con el mundo de la
fotografía artística, en el que tanto ejercía de modelo como de reconocida fotógrafa, lo
que le hacía llevar una vida una tanto bohemia, a caballo entre nuestra Zamora natal y los
ambientes artísticos de ciudades como Madrid, Barcelona o Bilbao, pero también Paris,
Londres y Nueva York. Al parecer regresaba a la tierra en busca de equilibrio, pero ese
equilibrio no lo encontraba en el seno familiar, sobre el cual, aparecían de nuevo las
lagunas, las elipsis que en torno a ella ya he dicho que había. No tenía claro con que
artistas solía trabajar, pero sí que entendí que se trataba principalmente de fotógrafos y
pintores, y en el caso de los primeros pude sacar en conclusión que era una buena modelo
de desnudo, además de su propia modelo, modelo de sí misma. Aquello me chocó, nadie
me había dicho que se tratase de una modelo erótica, ni mucho menos, pero la idea, la
posibilidad, estimuló mi imaginación, no en la vía de que aquella preciosa, pero un tanto
huraña mujer, me pudiese atraer, tenía muy claras mis ideas, en ese momento tenía la
capacidad de reconocer que tanto Daniela como Carlota, eran el tipo de mujeres que me
provocarían un buen ardor, pero una cosa era reconocerlo y otra muy distinta que me
plantease nada más, la única mujer que me excitaba allí era mi rubia amiga Alicia. Lo que
realmente sirvió de acicate para mi imaginación, era el hecho de conocer a la dueña de
uno de esos cuerpos que había visto en la red, en exposiciones, libros o revistas, y saber
que su vida del día a día podría ser tan normal como la de cualquier otra, con sus altibajos,
sus amistades o sus familias, sin que al mirarlas o al hablar con ellas viesen solamente un
cuerpo desnudo.
Olmo, por su parte, era un tipo inquieto, que había conocido a Alicia al igual que al resto,
en el instituto y en el mismo entre primero y tercero de BUP, Daniela y Rodrigo habían
iniciado un tonteo que terminó un día en el que se iniciaban las vacaciones de navidad y
habían quedado por la tarde para celebrarlo con unas botellas de champán, el alcohol y
sus burbujas se les subieron a la cabeza de tal modo que perdieron las inhibiciones y
dieron rienda suelta a un largo y fogoso beso que llevaba largo tiempo preparado en sus
respectivos labios a que llegase el momento.
-Aquello fue el inicio de una cosa que terminó en esto- Daniela me mostró la pantalla de
su móvil desde donde sonreía una preciosa cría de no más de dos años, que compartía
rasgos de los que sin duda eran sus padres- Es nuestra niña.
-Una delicia de niña- terció David- Por suerte sale a su madre.
Rodrigo los ratificó cabeceando con aire de padre satisfecho.
-Si vamos a presumir de peques- Emma también tiró de móvil- Mira este es el mío, es lo
único bueno que tengo del cabrón de su padre.
Era un niño mayor que la de Daniela y Rodrigo, con aire de chicote travieso. Emma, su
orgullosa madre, era maestra, pero trabajaba encadenando contratos temporales en una
empresa de limpieza, no era nada glamoroso, pero le permitía vivir y sacar a su hijo
adelante. Había tenido una vida muy dura, de la que no me dio excesivos detalles, pero sí
los suficientes como para estar informada de que era madre soltera, el padre de su hijo
resultó ser un cabrón que la usó como saco de boxeo desde casi el primer día de conocerse,
cosa que se agravó y desembocó en una gran paliza al enterarse de que estaba embarazada,
y por el simple motivo de estarlo, aquello dio lugar a una serie de denuncias entrecruzadas
y las consiguientes amenazas por parte de los tres amigos de Emma; Olmo, Rodrigo y
David. La cosa pudo ponerse muy seria para todos, pero el destino quiso ser severo con
aquel fulano, no sé si aquello fue justicia poética, pero lo cierto es que el tal individuo
encontró el fin de sus días en un aparcamiento de un club de carretera de la A3 pocos
meses después de aquella espantosa tunda que le había propinado a la buena de Emma,
del mismo modo en que él había la había tratado a ella, los dos porteros del local le habían
dado golpes hasta que uno de ellos, mal dado, lo mandó para el otro barrio. Nadie lloró
por él y por suerte para ella y para su futuro bebé, el niño nació como hijo de madre
soltera, y en aquel momento estaba durmiendo en casa de la pareja de Emma, un tipo que
todos describían como fantástico y al que el crío llamaba papá.
Definitivamente me di cuenta de que había entrado en aquella familia, poco a poco se
habían ido abriendo hacía mí. Habían tenido unas vidas intensas, la pareja del grupo
habían vivido y trabajado en Madrid, y con la crisis llegó el paro y con el paro y una niña
en camino se dieron cuenta de que continuar en aquella jungla era inviable, agradecidos
de no haberse embarcado en hipotecas se volvieron al pueblo, a la casa de los abuelos de
Daniela, donde con un huerto, así como unas pocas gallinas y conejos, la prestación del
paro sí podía dar algo de si, hasta que se animaron a recuperar el horno de pan de la casa
y en esos momentos estaba a punto de inaugurar un ilusionante despacho de pan y dulces
en Pinilla.
-Además Dani, se está criando feliz viendo a sus abuelos- ahora era Rodrigo quien
babeaba con el tema de su hija- Ahora está con ellos para que pudiéramos salir con
vosotros, pero ya la conocerás- eso me lo dijo directamente a mí – Cuando os apetezca a
Ali y a ti, venís un día a comer a casa.
Aquello me embarazó un poquito, ya no sabía si me trataban como amiga de Alicia, o
como su pareja, y me volví hacia ella.
-No te agobies- alzó las manos mostrando las palmas en un gesto de perdón- Eva, con lo
que hemos tenido entre manos esta tarde se me pasó contarte lo que implicaba que los
conocieses- todos se sonrieron, tal vez pensado en algo más físico y menos sensorial- Ya
te he dicho que estos son mi otra familia y has entrado de lleno en ella.
-Oh, sí, si desde luego, estaré encantada cuando queráis.
-Perfecto- David lo dijo contento de verdad- Yo me apunto, meriendita campestre en
Sayago, así me escaqueo del bar de mi padre.
Al parecer, era músico, y ante la imposibilidad de vivir de lo suyo, y a pesar de tener una
pequeña academia semi-ilegal, en realidad su medio de vida era el ayudar a su padre en
un bar de barrio que era el negocio familiar. A pesar de aquel panorama tan poco
emocionante para la sensibilidad de un violinista se le veía un tipo realmente feliz, aunque
me imaginé que la procesión debía de ir a por dentro.
La conversación iba y venía de un lado a otro, y con ella caían cigarros y bebidas, todos
habíamos empezado con refrescos, pero ya empezábamos con los cubatas.
-Yo un whisky con cola.
-Caramba Eva- Olmo me miró sorprendido- Eso no es una bebida típica de mujeres.
-Bueno, es que yo no soy una mujer típica.
Y le dediqué una de mis más irresistibles miradas.
-¡Joder! Que ojos tienes, esta mañana solamente te miré los pies, pero ahora te veo os ojos
Ahora lo que hice fue usar una de mis más irresistibles sonrisas.
“Acabas de meterlo de lleno dentro de tus bragas, ¿o era tanga lo que llevabas hoy”, era
Alicia susurrando a mis oídos, con una voz tan caliente como su aliento que me hizo erizar
la piel de la nuca, y volví a fantasear con un trío con ellos dos. Por suerte, llevaba una de
mis escasas bragas, que reservaba para los días de la menstruación, la cual estaba ya casi
allí, de no haber tenido por aquella braga, sin duda mis humedades habrían brotado
chorreando fieramente por mis piernas abajo. Instintivamente crucé las piernas con mayor
firmeza y me acomodé mejor en mi asiento con miedo de que aquellos fluidos pudiesen
aflorar a mi vestido.
-Sí, Olmo- aquel comentario de Emma me recuperó de aquel estado ardiente- Seguro que
solamente te fijaste en sus pies.
-¡Eh! No digas eso soy un tío muy serio en el trabajo.
-Que sí, que si….
Ellos me habían ido desgranando parte de sus peripecias vitales, incluso en el caso de
Daniela, de la que conocía hasta la historia de amor de sus padres o hasta el hecho de que
ella en realidad se llamaba Danielle como su abuela paterna, pero puesto que desde niña
resultó incomprendido por unos o difícil de pronunciar por otros, pronto todo el mundo
dio en castellanizar la pronunciación de su nombre. Yo, respecto a mí, me había ido
reservando para mi intimidad y la de mi amiga Alicia las idas y venidas de mi azarosa
vida. Como era lógico aquello, ni era justo, ni tenía sentido, ni podía mantenerse por más
tiempo, y fue precisamente la medio guiri Daniela, quién rompió la aparente tregua que
me había mantenido al margen de sus preguntas.
-Y tú, ¿cómo es posible que una veterinaria de tanto éxito rompa con todo y se vuelva de
nuevo a la patria chica?.
En su mirada había una mezcla de disculpa y curiosidad, que me pareció encantadora, al
fin y al cabo, me veía obligada a reconocer que Ali, por lo que estaba viendo, había dado
un gran paso al introducirme de lleno en el núcleo duro de los afectos de su otra familia.
Una vez que me vi allí y pude conocerlos me di cuenta de que era un paso muy grande
para ella y desde luego para mí, y eso me hizo tenerle aún más cariño, cada vez notaba
más y más fuerte un lazo entre ambas que transcendía aquella innegable tensión sexual
que zumbaba entre nosotras, era aquella sensación equilibrio balsámico que me había
embargado con su presencia desde el mismo instante en que la conocí. Sabía que Daniela
era la mejor amiga de Alicia, la amiga del alma, aquella que era como otra hermana, que
la conocía desde niña, seguramente guardiana de sus secretos más profundos y, por lo
tanto, era de suponer que, conocedora de nuestro jueguecito sensual, por eso mismo,
entendí que quisiera sondearme.
-¡Buff!- me encogí de hombros quería ser sincera pero tampoco abrirme en canal para
todos ellos- Hay poco que contar, la verdad, simplemente me di cuenta un día de que el
éxito económico y el reconocimiento laboral, si se está sola, no sirven de nada y supe que
tenía que reencontrar mis orígenes.
No les dije que desde el primer momento supe que aquello era un paso en busca del
camino de mi vida, y que, por lo tanto, lo que estaba viviendo en ese momento, tal vez no
era el final del camino sino el propio camino en sí.
-¿Y no dejaste a nadie en esa otra vida?
La pregunta provenía de mi lado, de Olmo, quien parecía seguir en su proceso de
indagación con vías a terminar conmigo en la cama, o donde surgiese, para una posible
refriega que cada vez me resultaba más y más atractiva, pero cada vez que me lo planteaba
saltaban las alarmas de mi virginidad desde las profundidades del chocho intacto y
ansioso entre mis piernas cruzadas. Tal vez, si no me bajaba la regla, o si me armaba de
valor para afrontar de una vez por todas el doloroso trance, aquel fuese el primer hombre
que se llevase de un plumado, mis fantasmas junto con el estorbo de mi himen.
-No- volví a hablarle seductora- No quedó nadie, claro que hubo un par de personas con
las que compartí cosas, pero aquello se acabó- y ahora me volví hacia Daniela y después
hacía Alicia, sin evitar mirar también a Carlota- Me vine de nuevo a Zamora sola, y como
os ha contado ya Ali, tan sola que no encuentro ni a mis amigos de la infancia.
A raíz de aquello, de entrar en mi vida, la conversación se animó de nuevo, ahora siendo
yo el centro de atención, y para mis sorpresa, parecía que mis andanzas en el mundo
laboral y en las exposiciones caninas de la mano de mi querido Luís, mi verdadero mentor,
mi maestro Yoda, mi Alfredo, mi oráculo, mi espejo de Galadriel, les llamaron
especialmente la atención a todos, y por sus actitudes y preguntas, era verdadero interés,
no un simple cotilleo para la noche del sábado, ni un intento de quedar bien con la común
amiga que nos había presentado. Todos salvo Carlota parecieron aceptarme
definitivamente, algo me decía que su gesto de reparo, iba más por la vía de temer que yo
las apartase, que me pudiese interponer en la relación que tuviesen, fuese la que fuese,
pero no se lo tuve en cuenta, yo también había sentido celos hacia ella.
Ya habían pasado un par de horas decidimos cambiar de aires, pagamos la consumación
entre todos y levantamos el campamento. Desconocedora de los locales nocturnos de la
ciudad, me dejé llevar. Aquella sumisión también venia motivada por el cierto
aturdimiento que me envolvía la intensidad del día, el tropel de informaciones de todos
los amigos de Alicia y lógicamente el alcohol que ya llevaba en mi cuerpo. Tal vez porque
me vio indefensa o tal vez porque le apetecía realmente, mi amiga se me acercó por detrás
y abrazándome por la cintura, me habló al oído.
-Hola cariño- ella también estaba afectada por las bebidas de la noche que unidas a la de
la tarde le acentuaban el olor a alcohol en el aliento, y con ello una actitud más candente
de lo ya habitual en ella- ¿Estas a gusto?, parece que has encajado muy bien.
-Sí, no puedo decir otra cosa- tomé sus manos, entrelazadas en mi cintura, con las mías,
y me sentí más unida a ella de lo que me había sentido jamás con nadie, adoraba aquella
complicidad- Pero no consigo entender a Carlota.
Ella se aferró aún más fuerte a mi cuerpo aplastando sus tetas libres contra mi espalda, a
pesar de los cada vez más molestos avisos de la regla en mi vientre, aquel achuchón me
hizo desear estar las dos solas y que saliese el sol por donde quisiese. Como aquello, en
ese momento, no podía ser, me centré en sus palabras en lugar de en lo que hacía su
cuerpo.
-Ya te contaré lo que le pasa y como ha sido su vida, bueno nuestra vida, para que la
entiendas- era difícil centrarse solamente en las palabras si me las decía al oído con
aquella voz melosa y silbante azotándome el oído, pero todo a su tiempo, unida a las
connotaciones de aquel “nuestra vida”- De todos modos, disfruta de la noche, que tienes
al Rey Arturo, deseoso de engancharse de tu coñito.
No pude, ni quise, retener un bufido anhelante.
-Eso me pareció esta mañana- me reí entre dientes- A lo del Rey Arturo me refería, no a
lo otro…
-Ya, ya, tu ligando con mis amigos antes de conocerlos.
-Que casualidad, ¿verdad?.
-Eva mi amor- hizo una pequeña pausa en la que subió un poco las manos hasta casi
rozarme los pechos- Créeme, en la vida no hay casualidades, y sí, lo del parecido con el
Arturo de Clive Owen, lo sabe hasta él, de hecho, lo potencia, sabe que eso nos excita
mucho a todas, y él hoy está por ti, yo lo aprovecharía.
-¿Del mismo modo que lo aprovechas tú cuando quedas con él?.
Pero la pregunta quedó suspendida en el aire, bruscamente Emma se paró en seco y se me
acercó entusiasmada, parecía haberse acordado de algo que debía de ser muy importante.
-Alicia, suelta a Eva que me acabo de dar cuenta de una cosa- la arrancó de mi lado, casi
la despegó- Ya le harás mimitos luego, ahora quiero hablar con ella- Ambas nos paramos
perplejas ante tal explosión de la enjuta Emma, quien se rió con la mirada malévola de
Alicia al apartarse por fin de mi espalda- Llevo toda la noche dando vueltas y más vueltas,
y es que tengo la sensación de que te conozco.
-Si, a mí me pasa parecido- reconocí ya caminando a su lado, pero viendo como Ali
caminaba pendiente de mí, pero muy junta a Carlota- Pero no me centro.
-Tú tienes un hermano que se llama Kike.
Evidentemente no era una pregunta, lo estaba afirmando con toda la seguridad del mundo
plasmada en todo su rostro, y entonces caí en ello, tuve una imagen de ella un tanto menos
huesuda y con aspecto adolescente, al fin me di cuenta.
-Es verdad, es verdad- ella comprendió que la reconocía- Tu saliste con mi hermano.
-Exactamente, que gran tío- se giró y elevando la voz habló al resto del grupo- ¡Eh! gente
que Eva es la hermana de “Kike paquete”.
Todos se pararon y se giraron entre sorprendidos y encantados. Yo, por mi parte no quise
saber la causa del apodo de mi hermano, pero lo intuí, habiendo vivido en la misma casa
que él, y por lo tanto conocedora de la anatomía de Kike, por donde iban los tiros, si yo
al desarrollarme había conseguido el premio de unos destacables volúmenes en mi pecho,
mi hermano contaba con algo similar entre sus piernas.
Emma, haciendo una agradable elipsis sobre las dotes de mi hermano para manejar
aquello, me recordó los meses que salió con él y como se conocieron.
-Toda esta banda- señaló al resto- No fueron a Claudio, yo sí, y fui compañera de clase
de tu hermano y bueno salimos unos meses, e hicimos más cosas que salir.
-Sí, sí, ya, ya, pero eso no me interesa.
Ambas nos reímos de ello.
-Es el mejor tío con el que he estado, a parte claro está de mi pareja actual. Después de tu
hermano, fui a peor hasta que topé con el cabrón del que me hizo de mi hijo, y por suerte
después llegó Iñigo, que me hizo creer de nuevo en los hombres- hizo un gesto en el aire
como si borrase algo, pero solamente lo malo- ¿Qué es de él? ¿Cómo está?.
Le hice un breve resumen de las novedades en torno a Kike, incluida la ya inminente
vuelta a Zamora, como director de un modelo de hotel totalmente novedoso para la
ciudad. La verdad es que tampoco pude hablar mucho más con Emma sobre su primer
novio, que sorpresivamente para ambas era mi hermano, porque estábamos entrando en
un nuevo local en el que la penumbra, la contundente música, el gentío, el calor y al no
poderse fumar ya en los locales públicos, un inconfundible, aunque no muy fuerte, pero
si presente, hedor a humanidad, nos salió al encuentro y con todo ello la charla entre
nosotras dos se esfumó como el humo de los cigarros que tiramos a la calle antes de entrar.
En el interior, tras pedir unas copas, nos disgregamos en pequeños corrillos, la noche ya
estaba muy avanzada y el alcohol ya estaba haciendo su indudable efecto desinhibidor,
Rodrigo y Daniela como dos quinceañeros de dedicaban arrumacos en una mesa, libres
por una noche de sus obligaciones paternas. David y Emma bailoteaban en un rincón y
Alicia, Carlota y Olmo se me acercaron, trayéndome él una nueva copa de wishky-cola
para mí.
Apenas si podíamos ni hablar, Ali estaba definitivamente borracha, pero lo llevaba con la
mejor de las dignidades y Carlota con ella, parecía haberse puesto a su nivel en muy poco
tiempo, o tal vez era que ya llevábamos mucho más rato bebiendo en aquel lugar y yo no
era consciente de ello. Viéndolas así, me di cuenta de que entre ellas había algo más que
amistad, una especie de camaradería íntima e indescifrable que, aunque solamente fuera
por curiosidad me encargaría de indagar, al menos eso me había prometido Ali un rato
antes.
Cogí una nueva copa de las manos de Olmo, agradeciéndoselo con una sonrisa, consciente
de que estaba iniciando por fin un placentero devaneo de seducción entre ambos. Él había
pasado parte del tiempo que habíamos estado en la terraza poniendo en práctica pequeños
intentos de acercamiento hacía mí, pero por un lado me pareció de mala educación no
hacerle caso al resto de los amigos de Ali, en mi presentación en sociedad, mi puesta de
largo frente a ellos, y por otro lado tenía que reconocer que aquellas intentonas de Olmo
me habían parecido un tanto infantiles, estaba convencida de que aquel tipo, de atractivo
tan cuidado podía hacerlo mejor.
Me acerqué un poco más hacia él, ondulando mi cuerpo y aproximando mi cara a la suya,
obligándole a agacharse hacia mí, de modo que pudiésemos hablar sin tener que dar
voces.
-Hola amiga de Alicia- me llamó la atención aquella forma de empezar, así sí que
prometía- Me ha gustado conocerte, bueno en realidad, volverte a ver.
-Hola Arturo Péndragon- hice una pausa y tomé un trago de mi vaso- Te digo lo mismo,
ha sido una bonita coincidencia.
Pude ver como una sonrisa afloraba a sus labios justo al escuchar que le rebautizaba, al
menos aquella noche ya no era Olmo, sino Arturo, el rey, el dueño de excalibur.
-Ya veo que has hablado sobre ese supuesto parecido con nuestra querida amiga. Soy
malas, las dos.
Y me tomó por la mano que sujetada mi vaso y se lo llevó a los labios para dar un buen
trago. Después se acercó un poco más a mi oído, pude notar el aroma de la bebida al pasar
su cara frente a la mía, muy cerca de la mía.
-Me gusta lo que bebes, me gusta mucho.
Por la manera en que lo dijo y por cómo me miró, me estaba hablando de algo más que
de mi wishky-cola.
-Me alegro, y a mí me gusta que te gusté, ya te dije que no soy una mujer normal.
-Y yo no soy un hombre normal.
-Eso tendré que verlo.
-No me gustan las mujeres normales.
Vi que se me estaba acercando cada vez más, con la decisión escrita en los ojos, una
decisión que me gustaba, pero preferí hacerle esperar, dando un quiebro inesperado a la
situación.
-A mí tampoco.
Y puse cara de buena chica, la expresión más angelical que puede.
Él entendió el juego, y para mi agrado decidió seguirlo.
-Entonces, creo que coincidimos al menos en ese gusto.
-Es un inicio.
-Me gustan los inicios.
Se acercó aún más a mí, los dos cuerpos estaban pegados, el suyo al mío, noté la firmeza
de un torso tensado, que a pesar del calor agobiante del local acepté encantada y enervada
desde los dedos de los pies hasta la cabeza. Aquel mismo calor estaba empezando a
aparecer en forma de corros de sudor en la camisa negra de mi eventual Arturo, a la vez
que me hacía, que la extremadamente fina gasa estampada que era mi vestido, se pegaba
a mi piel, marcando mi anatomía casi como si estuviese desnuda. Ese detalle no pasó
desapercibido a los ojos de Olmo, de modo que decidida a seguir aquella senda, me
coloqué de manera que él pudiese disfrutar de una mejor perspectiva de mi cuerpo con la
tela pegada frente a él.
-Desde que decidí romper con mi vida anterior, estoy abierta a los inicios.
-Te entiendo, yo también rompí con una vida anterior e inicié otra.
-Es curioso, otra cosa en la que coincidimos.
-Creo que me está gustando la idea de descubrir en cuantas cosas más podemos coincidir.
-Pues no hay mejor manera de descubrir un camino que empezar a caminarlo.
-Me gusta esa idea.
Aquello estaba cada vez más interesante, y sin duda más y más agitador de los instintos.
Aún tenía en mi piel el calentón que se me había quedado en el cuerpo después de lo
vivido en mi cuarto de baño con Ali, las fantasías con la propia Alicia y Olmo durante el
rato que pasamos en la terraza y el ansia de un gran orgasmo palpitando por todas las
células de mi cuerpo. Todo ello se encargó de construir una amalgama candente, de la
que por fin fui consciente de que todos mis terrores sobre la final erradicación de mi
virginidad se estaban desmoronando de una manera que comprendí que era ya definitiva.
Recuerdo que, tan apretada como estaba al cuerpo de aquel atractivo cuerpo de hombre,
sintiendo el sube y baja de su respiración acompasándose con la mía, tuve la sensación
de que sin duda aquel era el elegido para de una vez por todas desvirgarme, no tenía la
más remota idea de si aquello tendría lugar aquella noche, o la siguiente, o la semana
siguiente o el mes siguiente, pero aquella seguridad me sirvió de acicate para seguir
avanzando aquel camino.
Repentinamente me acordé de Verónica, del modo en que salió de mi vida diciéndome
que me deseaba que descubriese a donde me llevaba el camino de mi tatuaje. Sentí un
repentino cariño, casi amor por aquella encantadora pelirroja a la que sin quererlo hice
daño y dediqué una tierna sonrisa a su recuerdo.
-¿Sonríes?
-Si
-Me gusta verte sonreír.
-Gracias.
-Espero verte sonreír más veces.
-Si tú quieres y nuestra amiga te me sigue prestando…
-¿Te ha dicho eso?
-Claro.
-Me gusta que lo haya hecho
-Y a mí.
-Pues tendrás que aprovechar su préstamo, tal vez no dure siempre.
-Lo dudo.
Volvimos a beber de nuestras copas. Los hielos estaban ya casi derretidos, pero la bebida
aún refrescaba y el alcohol de ella, aunque algo aguado seguía adormeciendo los sentidos,
haciendo que el calor, el barullo o la música retumbante, se fuesen diluyendo entorno
nuestro. Nos olvidamos del resto del grupo y solamente nos centramos en el uno y el otro.
Mi relación con Alicia era vital para mí, desde mi llegada de nuevo a Zamora, pero el
poder disfrutar de un rato de estimulante intimidad con otra persona, con aquel hombre
que me había vendido unos preciosos zapatos aquella misma mañana, me hacía verme
dando saltos hacía otro nivel. Era evidente que Alicia, también era algo importante e
íntimo para él, pero eso por esos momentos no me importaba a mí, además ella me había
dado vía libre y él lo sabía y le gustaba.
Terminé mi copa y con el vaso vacío y aún húmedo por la condensación, lo apoyé contra
mi pecho, notando el efímero frescor se me endurecieron los pezones con una brusquedad
que se hicieron evidente a través del vestido sudado. Olmo elevó una ceja de modo que
yo lo viese, aquel Olmo, atractivo y seductor que estaba descubriendo en aquel atestado
pub, definitivamente me gustaba mucho más que aquel otro un tanto torpe y baboso de la
terraza en la Plaza Mayor, tanto que una vez que vi que él también terminaba su copa, lo
cogí de la mano y tirando de él lancé una rápida ojeada en torno a nosotros, ya no había
ni rastro de los demás, a excepción del matrimonio, que seguían disfrutando de aquella
noche de “Rodríguez”. No vi a Ali, y en ese momento, siendo sincera, tampoco tenía
interés por verla.
Al salir a la calle, el contraste de temperatura de provocó un escalofrío por todo mi cuerpo
que volvió a empitonarme, y Olmo, una vez más demostró que se fijaba en ello, con la
exagerada sudada que nos habíamos pegado en aquel bar, mi vestido estaba calado y
pegado al cuerpo, me sentía desnuda, pero al lado de aquel comandante romano de la
Britania tardo-imperial, igualmente sudoroso, me sentía realmente a gusto, me daba igual
el ir exhibiendo mi desnudez por la calle.
Seguimos un rato caminando sin rumbo cogidos de la mano y sin hablar. Él me miraba
seductor y seguro, casi dominante, aquello era nuevo para mí, nunca había estado junto a
un hombre con el que me sintiese dominada. Creí ver en su cara la convicción de que
estaba leyendo mi mente.
-¿Sabes?- por fin se acabó el silencio que había entre ambos desde antes de salir del pub-
Ya no recuerdo cuanto hace que no iba de la mano por la calle con una chica.
Miré nuestras manos entrelazadas.
-No te creo.
-Pues créetelo.
Me daba igual si era o no cierto, pero aquello sí que me recordó algo sobre mi misma.
-Si te soy sincera- le miré entre retadora y melosa- Yo sí que no lo recuerdo, porque jamás
lo he hecho.
Se paró con los ojos muy abiertos y aire evidentemente sorprendido.
-No es posible.
-Lo que oyes.
-Una mujer como tú, tiene que haber tenido a los hombres rendidos a sus pies-“Y no sabes
de que manera”, pensé recordando mis relaciones dominantes que tanto había excitado a
mis parejas masculinas, y las cosas que había llegado a conseguir de ellos a fin de que
dejasen intacto mi coño- O a las mujeres, tienes belleza y energía para ambas cosas.
-Yo no he dicho que no los haya tenido- noté que la voz me sonaba algo pegajosa, una
vez que se había eliminado el zumbido de mis oídos ya libres de la atronadora música del
local del que acabábamos de salir- He dicho que nunca he caminado por la calle de la
mano de nadie.
Olmo también parecía notar lo mismo que yo, su voz también resultaba afectada y por lo
que se veía le costaba algo de trabajo centrar la vista. Éramos dos borrachos,
evidentemente excitados caminando de la mano por las calles que llevaban a la orilla de
río.
-En mi caso- se esforzó por sonar algo más serio- Es porque siempre he huido de las
relaciones afectivas, ¿cuál es tu disculpa?.
Era interesante aquella confesión, era casi una declaración de principios, de una
profundidad que me gustó.
-Te podría decir que por lo mismo- dejé de ir de su mano para apoyarme en él y comenzar
a caminar abrazados- Pero no sería sincera, en realidad siempre he estado más centrada
en el trabajo que orientada hacia los afectos, prefería pensar solamente en relaciones
sexuales- dudé un instante y decidí completar la frase- Y aún sigo en ello, por ahora no
pienso en el amor, sé que ya llegará.
Olmo, mi Arturo de aquella noche, se paró, ya estábamos en la barandilla junto al río, me
miró escrutador y me pareció que visiblemente satisfecho. Me colocó frente a él,
efectivamente era un tío muy alto.
-Pues creo que en eso estamos totalmente de acuerdo.
Y me besó salvajemente, un beso brutal, enervante, violento, con aquella barba de varios
días rozando mi cara y aquella lengua firme como un pequeño y decidido pene luchando
con la mía. Aquella imagen de mi imaginación dio lugar a un nuevo fogonazo de mis
partes bajas, uno más en aquel incesante carrusel de ardores que se había convertido aquel
largo día.
Unidos en aquel extenuante beso noté descargas desde el interior de mi cuerpo y
contracciones tanto de mi vagina como de mi culo, necesitaba sexo ya, con urgencia,
hacía mucho que no compartía sudores con otro cuerpo y esa noche había decidido que
la polla que notaba endurecerse dentro de los pantalones de mi Arturo, mientras nos
besábamos junto al río, era la que entrase y saliese de mi cuerpo aquella noche hasta la
saciedad.
El beso terminó y de nuevo con las manos entrelazadas tiré de él, por la acera junto a la
barandilla del río camino de la entrada del puente de Piedra con intención de llevarlo un
poco más allá, a mi casa en Olivares.
Tal vez fue por la excitación, la abundante bebida, el contraste de temperatura al salir del
último bar, el agotamiento después de aquel interminable día o las molestias menstruales,
no muy habituales en mí, pero ocasionalmente presentes con dolores de ovarios desde
que se anunciaba hasta que pasaban unas horas de sangrado, lo único cierto es que me
empecé a sentir mal, mareada, debilucha, revuelta y muy cansada. Curiosamente me había
olvidado de mis miedos, casi atávicos, al daño de la desfloración, aquello era muy bueno,
la decisión de que Olmo sería el que me haría aquel gran favor llevándose el premio de
mi coño virgen, había espantado gran parte de la telaraña de reparos y miedos que había
ido tejiendo en mi cabeza desde la adolescencia, pero mi cuerpo se apresuró a fastidiarme
la fiesta. Traté de sobreponerme, para evitar que él se diese cuenta de que ya no me
encontraba bien, confiando en encontrarme lo suficientemente bien como para poder
entregarme a una sesión de sexo, por fin, después de mucho tiempo, acompañada. Cabía
la posibilidad de que aquella figura misteriosa de un hombre no identificado, con la que
había fantaseado con mi primera masturbación tras mi época célibe, fuese Olmo y no me
apetecía la idea de dejarlo pasar. Además, mi amiga Alicia me había dado vía libre para
follarme a su, algo más que amigo.
Caminamos un trecho, cambiando de acera hacia la del lado de las Peñas de Santa Marta,
y no pude mantener la compostura un instante más, me doblé sobre mi misma y solté una
estruendosa y repugnante vomitona. Olmo, también algo tambaleante, se asustó y como
un caballero me sujetó hasta que me sentí mejor.
-Lo siento, lo siento, lo siento.
Mis palabras suplicantes me sonaban lejanas y desesperadas.
-¿Te encuentras mal?
-Lo siento, lo siento.
Me vino una nueva bocanada de vómito ácido y me volví a inclinar hacía la graba.
Maldita mi mala suerte, no solamente la promesa de un fin de noche de sexo salvaje se
desvanecía, ahora que había tomado una decisión trascendental con aquella firmeza, sino
que además cabía la posibilidad de espantar a aquel que debía de clavar su espada en la
roca sagrada dormida entre mis piernas.
-Deja ya de decir que lo sientes- me ayudó a incorporarme de nuevo y me tendió un
pañuelo- Solo quiero saber si estás bien.
Estaba enormemente avergonzada.
-Lo siento, no creo que tuvieras pensado terminar así la noche.
Me abrazó, una vez que se aseguró de que ya estaba en condiciones de poder seguir
caminando.
-Por supuesto que no- lo reconoció con un alentador tono que le quitaba importancia al
bochorno que me azoraba- Pero sé que tú tampoco, no me consideres presuntuoso, pero
los dos estábamos buscando sexo, ¿o no?.
Acurrucada contra su torso, asentí, cada vez más agradecida por su forma de afrontar
aquella grotesca situación.
-Pues si estamos de acuerdo, sabes que ya surgirá.
Aún muy tocada físicamente pero mucho más animada, comencé a recomponerme poco
a poco, lo justo como para poder llegar hasta casa.
-Pero- ya podía hablar sin temer que las náuseas me volviesen a azotar desde el estómago-
Creo que le tendré que volver a pedir permiso a Ali.
-Estoy seguro de que ella lo entenderá perfectamente.
Poco a poco fuimos llegando hasta mi casa, traté, dada la situación, de poner objeciones
al hecho de que me acompañase hasta la misma, sin que ello implicase ni tan siquiera
pasar para tomar la última copa, pero él, en un alarde de caballerosidad, que hasta el
momento jamás había conocido en el resto de hombres con los que había estado a los
cuales siempre había optado por limitar con mi actitud dominante, se negó a dejarme
seguir sola.
Aquella caballerosidad se hizo aún más patente, cuando una vez en casa me acompañó
hasta el salón, aún a riesgo de que mi pequeña guardiana le clavase los colmillos en los
tobillos, al fin y al cabo, era todo un rey de leyenda quien me había acompañado aquella
noche a mi casa.
-Si quieres me puedo quedar contigo esta noche, prometo no tocarte un pelo.
Totalmente agotada me reí.
-Eres un encanto, pero si te quedases, lo que realmente querría es que me tocases un pelo
y el resto del cuerpo, pero tal y como estoy sería un desastre y me sentiría peor.
-Como tú quieras, pero recuerda una cosa- me miró seductor a los ojos después de traerme
un vaso de agua de la cocina- Me debes una noche de sexo.
Me encantó oír como sonaba aquello.
-Y tú a mí, aunque pueda haber algún impedimento, espero cobrármelo.
Era una clara alusión a mi virginidad, habiendo surgido las cosas de aquella manera, me
sentí en la obligación de ponerlo en antecedentes, pero él no quiso oír más.
-Descansa ya, ese maratón de sexo ya llegará- me dio un beso sutil en los labios aún
húmedos por el agua- Me marcho en vista de que no quieres que sea tu enfermero esta
noche.
-No por favor, no me tientes más y a esta situación tan ridícula se acaba de unir la regla.
La noté, noté llegar a mi amiga, mal día y mal momento de asomarse para decir “hola”.
Con aquello terminé de constatar que acababa de vivir mi versión personal de aquella “Jo
que noche” de Scorsese.
Olmo me volvió a besar y se levantó sonriendo.
-No soy escrupuloso, pero está visto que hoy no era el día. Espero verte pronto. Si te
parece mañana me acerco por aquí.
Y con un nuevo beso se marchó.

10ª ¡SEXO!.
No tenía una idea muy clara de cómo había conseguido llegar a mi cama, pero lo cierto
es que estaba en ella, desnuda salvo las bragas con un salva-slip que no recordaba
haberme colocado. La cabeza me zumbaba, pero me encontraba mucho mejor, casi
perfecta del estómago, las molestias menstruales en vías de desaparecer, la habitación
estaba toda llena de luz y una musiquita que me recordaba a alguien muy querido, no
dejaba de sonar y sonar. Estaba sumida en un pesado estado de semiinconsciencia en el
que reinaba la desubicación y el martilleo en la cabeza, además de esa musiquita que me
traía recuerdos de Luís a la mente, ¡que bonita era esa melodía!, sí que bonita, al
recordarme a mi mentor, dejó de molestarme, era la de Cinema Paradiso. Abrí los ojos
bruscamente, era mi móvil sonando una y otra vez. Como pude lo busqué y sin lograr
enfocar la vista contesté.
-¡Tan intensa ha sido la noche que no me querías contestar!
-Ali, cielo.
¡Buff! tenía una voz horrenda de cabaretera “aguardientosa”.
-¡Joder! tía das miedo, ¿tanto ha dado de si la noche?
-Terrible, terrible.
Hubo un silencio en la línea.
-Si no recuerdo mal, Olmo lo sabe hacer muy bien.
-No, no es eso, no pasó nada.
-No me jodas tía que lo tenías a huevo.
-Lo sé, pero…
Sonó el timbre de la puerta, Runa bajó ladrando escaleras abajo y se paró, aun ladrando,
en el vestíbulo de la casa, alguien estaba en la calle llamando, y aquellos timbrazos y los
ladridos de mi perra me mataban la cabeza.
-¡¡Cállate!!
Mi propio grito me taladró los oídos.
-Te dejo “cari”, luego te cuento, están llamando a la puerta. Luego te mando un mensaje,
un beso.
Y colgué sin más, mientras buscaba la manera de adivinar la hora y cogía algo que
ponerme para salir a abrir.
Eran las diez y media, y era domingo, la hora de venir mi padre para desayunar juntos.
-Voy, ya voy- salí al jardín hablando en voz alta con Runa delante de mí, quien
olvidándose de hacer sus lógicas necesidades ejerció una vez más de perra guardiana en
miniatura- Papá no insistas más que he pasado mala noche.
Abrí la puerta de la calle y el estado resacoso se me pasó de un solo golpe, no me encontré
con la cara de mi padre esperando allí, bueno no solamente con su cara, junto a él y frente
a mí, estaba mi madre. Por fin se había dignado a venir a mi casa, mal día, muy mal día.
Una cosa saltaba a la vista, sabiendo que Kike les iba a llamar el día antes, la cuestión
estaba clara ella, mi madre ya sabía la verdad sobre la vuelta de mi hermano y
curiosamente, y para mi sorpresa, el cielo no se había oscurecido y mi madre parecía estar
hasta contenta.
-Hola Mamá- procuré asentarme un poco el pelo y aderezarme el albornoz corto que me
había puesto a toda prisa, para que no me pudiese ver el tatuaje asomando por abajo- Que
sorpresa.
Les hice entrar y de mala gana los besé, sabía que mi aliento aún cantaba a destilería y
me apetecía muy poco empezar a escuchar los reproches de mi progenitora. Pero no fue
así, aún mantenía ese aire jovial que tanto me estaba chocando, incluso miró con agrado
como mi padre cogía en brazos a mi perrita y disfrutaba de su recibimiento.
-Hola Eva, pensé que ya era hora de que conociese tu casa- me di cuenta de que su tono
era algo forzado, pero había cierta sinceridad en él- Espero que no te parezca mal la
“sorpresa”.
Efectivamente era una sorpresa, y era evidente la inflexión de su voz al pronunciar la
palabra. Como estaba aturdida pasé por alto el tema, sin tratar de pensar en que significaba
aquel cambio en el tono y los acompañé dentro.
-¿Estas acompañada?- mi padre se me acercó a la oído con disimulo- ¿Hemos
interrumpido algo?.
Se le veía un poco agobiado.
-No Papá, tranquilo, solo es que he pasado mala noche.
Algo más tranquilo me siguió caminando por el jardín hasta la puerta de la casa.
-Si quieres- me pasó la mano por el hombro- Le voy poniendo yo a Mamá un café
mientras tú te aseas un poco.
-Vale, y después le enseño la casa.
Corrí a mi dormitorio. Hice a toda prisa la cama, recogí lo mejor que pude la habitación,
me cambié el salva-slip por un tampón a la vez que me enjuagaba la boca y me cepillaba
un poco el pelo, que ya me había crecido lo suficiente como para tener una media melena
que me sentaba muy bien y con vestidito “hippie” muy veraniego, salí del cuarto de baño.
Cuando bajé, la casa olía maravillosamente a café. Me estaban esperando en la cocida,
donde solíamos tomar el café mi padre y yo, y mi madre seguía, para mi sorpresa, con un
misterioso aire de satisfacción que no conseguía comprender ni descifrar.
-Bueno- decidí iniciar la conversación ya sentada frente a ella y con la taza de café entre
las manos- ¿A que debo el honor de tu visita?
No me arrepentí de iniciar la conversación de aquel modo, un tanto agresivo, pero pensé
que podría ser el inicio de una tensa discusión y prefería llevar la iniciativa. De nuevo
para seguir agravando mi extrañeza, ella no tomó el testigo de mi reto. Se limitó a sonreír
aún misteriosa.
-¿No puede una madre reconocer algún pequeño fallo y visitar a su hija?
“¿Un pequeño fallo?” vociferaba una voz en mi cabeza atormentada por la resaca, “Esta
tía es una cínica”, lo más bonito que me había dicho la última vez que nos habíamos visto
era fracasada y lo llamaba “pequeño fallo”, en otro tiempo, cuando era aquella otra Eva,
lo habría entendido, y habría estado de acuerdo, pero aquella Eva ya no existía, había
muerto antes de hilar la crisálida en la que hasta hacía muy poco había estado durmiente
y de la cual me estaba planteando ya salir, aún sumida en mi proceso de catarsis, de muerte
y resurrección. Pero me controlé, me costó, pero me controlé, y lo hice en parte por
evitarle una nueva escena, con su correspondiente descarga de sufrimiento, a mi padre y
porque tenía que reconocer que, para una persona como mi madre, el hecho simple de
estar allí y con buena cara era el reconocimiento, aunque fuera parcial, de una derrota, su
derrota ante mí, estaba claudicando, bien es cierto que sabía que la causa de aquella
claudicación era el regreso de mi hermano, pero bueno, algo era algo.
-Pues me alegro de verte aquí.
Tomé un sorbo de café, y no con mucha gana, cogí uno de los churros que habían traído
mis padres, estaba muerta de hambre, pero tenía miedo de que resultase pesado a un
estómago en vías de recomposición.
Mi padre se relajó por fin.
-Y yo de estar, por lo que veo la casa es preciosa y la tienes muy bien.
Su mirada escrutadora, lo escaneaba todo dentro de su radio de visión.
-Sí, tuve mucha suerte, tanto la ubicación como las condiciones me resultaron perfectas.
-Por lo que me ha dicho tu padre es algo que le tienes que agradecer a tu hermano.
Ya estaba destacando lo evidente, que en su boca resultaba dañino, de haber sido unos
hermanos con una relación menos buena de la que teníamos Kike y yo, aquello habría
sido gasolina sobre fuego, pero por suerte no era así, los dos sabíamos la madre que
teníamos.
-Ya lo sabes que Kike y yo, siempre nos hemos ayudado mutuamente, unas veces es él y
otras soy yo.
-Si ya lo sé, y lo he visto. Ya sé que le has guardado los secretos con auténtico celo- le
iba a contestar, pero no me dejó- Estoy muy orgullosa de los dos, y ahora con lo que sé
aún más, tú diriges una clínica de éxito, ya me he informado de ello- aquella
puntualización no me sorprendió, no esperaba menos de ella- Y ahora tu hermano
planeando una vida en familia vuelve a casa como director de un hotel, y no uno
cualquiera sino algo nuevo. Creo que al fin y al cabo no lo hemos hecho tan mal.
Dicho eso, miró a mi padre que seguía callado y observándonos. Él asintió con
satisfacción.
Habíamos terminado el café y me saqué un cigarro.
-Si vas a fumar ahora- mi madre me interrumpió el gesto- Déjalo para luego, ya sabes que
no soporto que fumes, y enséñame tu casa, nos tenemos que marchar y así ya te lo fumas
sin que yo te vea.
Estuve a punto de encendérmelo retándola, y ella lo supo, pero lo dejé para más tarde,
mejor seguir aquella pantomima de buena relación, o tal vez no era una pantomima, sino
más bien el inicio de un nuevo estatus entre las dos, tras la violenta ruptura que había
supuesto mi retorno.
-¡Vale! pues vamos, no hay mucho que ver.
Le enseñé primero la parte de abajo, agradeciendo aquel arrebato que tuve tiempo atrás
que me llevó a comprar muebles de esos que eliges en la gigantesca exposición, tú te los
enseñas, tú te los coges del almacén, tú te los llevas a casa y tú te los montas, al fin y al
cabo, es el cliente quien trabaja allí y no los empleados, pero al menos en mi caso el
transporte me negué a hacerlo yo misma, habría sido varios viajes a Valladolid con el
consiguiente trastorno que eso me habría supuesto.
Mi madre reconoció el estilo, he hizo comentarios con agrado, cosas triviales, sí, pero con
buena intención, aquello iba bien, mejor de lo que las dos podríamos haber pensado, no
pude evitar una sonrisita malvada cuando viendo mi sofá, testigo de muchas de mis más
salvajes vivencias eróticas, dijo algo así como “muy bonito el sofá, debe de ser muy
cómodo”, desde luego que lo era, si aquel tresillo hubiera hablado, la abogada Elvira
Martín, mi madre habría salido de mi casa huyendo escandalizada, no es que yo pensase
que mi madre era una mojigata, en absoluto, pero tanto mis prácticas extremas como mi
bisexualidad, sabía casi a ciencia cierta que le espantarían repugnándole.
En la parte de arriba vimos primero el despacho y por último mi dormitorio y el cuarto
de baño.
-Bonita bañera- se la veía satisfecha- Me gusta mucho tu casa, con lo que trabajas, una
perra y viviendo sola, la tienes perfecta.
En ese momento vi como sus ojos se posaban sobre algo que no debía de estar tan visible,
era mi vibrador, que había quedado la tarde anterior en el taburete de las toallas, pero
tapado. Aquello solo podía indicar una cosa, Ali, la muy cabrona me había “trizado”, y
se había asegurado de demostrármelo, con la tarde-noche de calentón que había tenido,
rematarlo con la visión de mi “querida” madre tratando de enfocar la vista para adivinar
qué era aquello, con su expresión al ir descubriéndolo aquel “viviendo sola” que acababa
de pronunciar cobraba un nuevo cariz. Como pude, la saqué de allí, pero ya era tarde, la
desaprobación estaba pintada en su cara, no es que me importase demasiado, pero era
darle armas a un potencial enemigo, y conociendo como conocía a aquel enemigo, estaba
cantado que en cuanto tuviese oportunidad le daría las vueltas necesarias para lanzármelo
a la cara.
De nuevo en la planta baja, mi padre nos esperaba sentado a la sombra en el jardín con
Runa recostada en sus rodillas.
-¿Qué?, ¿ya lo has visto todo?.
-Sí, quizás algo más de lo que me habría gustado- él lógicamente no sabía por dónde iban
los tiros, yo sí- Muy bonita la casa, y el jardín, con estas flores, esas losas y ese aire
antiguo con la piedra y la madera. Y eso de ahí, ¿es un trastero?.
-En parte sí- me acerqué con ella hasta el objeto de su curiosidad- Es un pequeño almacén
y el cuarto de la caldera, es de biomasa- me miró sorprendida- En teoría va muy bien, y
es muy económica.
No veía la hora de que se marchasen, no por mi padre, y en condiciones normales, ni tan
siquiera por mi madre, pero con lo intenso de mi día anterior, tener que mantener durante
ya casi hora y media el nivel de tensión idóneo para tratar con la que me parió, era
agotador.
Por suerte después de ver la caldera, decidió que ya me había enjuiciado suficientemente.
-Enrique, cariño, deja a la perrita que ya nos vamos, bueno si tú quieres.
-Sí, sí, que la niña ha tenido mala noche y la estamos agobiando.
-Es verdad ya he visto que ha debido de estar muy entretenida.
Lo sabía, ya iban dos oportunidades y vendrían más, mi padre, nuevamente, no tenía ni
idea de a qué se refería, pero debió de intuir que era mejor cambiar de tercio.
-Por cierto- se volvió a mí- ¿Qué tal tus compras ayer?, encontraste lo que buscabas.
Se lo agradecí.
-Sí, todo perfecto, el próximo fin de semana tenemos la fiesta de cumpleaños de mi jefe
y al parecer lo celebra como si fuese una boda.
-¿Una cena de empresa?.
-Si Mamá, más o menos.
Ella se había estirado atenta como un perro de muestra, y yo le contesté con hastío.
-Eso está muy bien, vete y disfruta, y afiánzate en tu puesto- se paró un instante- Como
tendrás que ir pronto y llegar tarde, te recogeremos a la perra ese día que seguro que tu
padre estará encantado de ello.
Me quedé “ojiplática”, mi madre ofreciéndome quedarse a Runa, mi Runa en su casa, una
casa en la que jamás entró ni un canario. No sé muy bien el motivo que me hizo aceptar
semejante propuesta, tal vez fueron los ojos ilusionados de mi padre, o tal vez fuese la
sensación de cargo de conciencia que me generaba haber tenido a Runa tantas horas sola
y aguantándose las necesidades la noche previa, sabía a ciencia cierta que se portaría muy
bien, dado lo limpia que era en casa y su condición de poco ladradora para tratarse de un
Pinscher Miniatura.
Ya estábamos en la puerta de la calle cuando mi padre volvió hacía mi madre, y ella a su
vez hacía mí.
-Por cierto, hija, si quieres te esperamos a comer luego en casa.
Como aún me duraba la sorpresa de su anterior ofrecimiento, esta vez lo pude disimular
mejor.
-No, gracias- me apresuré a responder- Me encantaría, pero he quedado con unos amigos
para pasar un día de campo.
Mi padre sonrió, desbordándole la satisfacción por cada uno de sus poros, pero mi madre,
por primera vez en toda la mañana se quedó atontada, sin duda aquello era algo que no
entraba en sus planes.
-¿Amigos?.
-Si Mamá, amigos.
Trató de rehacerse un poco.
-¿Has reencontrado a tus amigos?
-No, Mamá, me sorprendería que no supieses por “Alejandro”- puse voz de pija- Que el
reencuentro con Marta fue un desastre, y a Luisa y Ángel no hay manera de localizarlos.
No dijo nada, me besó y se montó en el coche.
Mi padre me dio otro beso.
-Pásalo bien mi vida.
-Tenlo por seguro Papá.
Aquella manera de empezar el día me había fundido, no podía con los retazos de mi alma
que poco a poco me habían ido regresando al cuerpo. Terminado mi pulso silencioso,
silencioso porque iba más allá de las palabras, con mi madre, tenía el dolor de cabeza
enrabietado reclamando mi atención de nuevo, de modo que con un nuevo café y un
analgésico dejé que terminase de pasar la mañana recostada en el sofá. Como no tenía
ganas de hablar, únicamente quería relajación y silencio, mandé un “whats ap” a Alicia.
“Ali, cielo, a q hora x la tarde?”
Pitidos al instante.
“Dsd las 5”
Perfecto podría descansar.
“T rcojo?”
“No, se marchan mi hermana, mi cuñado y las niñas, y ya he quedado para ir con Carli”
Aquello no era lo que esperaba; me sentí celosa.
“OK, BSOS”
“Pro stas bien??”
“Si, solo cansada”
“OK, me tiens q contar”
“OK”
Ya lo había dicho Yoda, “los celos la negra sobra de la codicia es”, o algo así, fuese como
fuese era cierto, y estaba celosa y aquello me incomodaba. Tratando de poner la mente en
blanco me dediqué a dormitar hasta que se hicieron las dos de la tarde, momento en que
me encontré realmente animada, sin dolor de cabeza, alejados los celos y con mucha
hambre. A pesar de que necesitaba imperiosamente asearme, opté por hacerme una
ensalada templada de pasta con salmón ahumado y después me di una señora ducha en el
baño de abajo.
Al fin ya me sentía persona, descansada, comida, limpia y sin un ápice de molestia en la
cabeza, disfrutando de mi desnudez recién refrescada y con una limonada fría en la mano
me senté a esperar a que se hiciese la hora, pensando en todo lo ocurrido el día antes.
Mi amiga Alicia me había brindado algo que, necesitada, gracias a ella había encontrado
un grupo de amigos, que, si bien era muy prematuro para decirlo, me había sentido
perfectamente acogida y con los que en general había encajado muy bien. Todo aquello
tenía un cierto mérito por mi parte, yo era una persona que jamás había practicado una
socialización normal con personas que no tuviesen nada que ver con mis obligaciones de
formación en un principio o profesionales después, y las pocas relaciones que había tenido
fuera de esos entornos habían sido cuando menos raras, empezando por mis amigos del
colegio, los cuales no habían sido más que un puente hacia un mundo del cual solamente
conocía referencias, sus referencias, lo demás habían meras aproximaciones, un arte de
juego de seducción ficticio con una vida que me era ajena. Pero no solamente aquella
tarde-noche había vislumbrado esos otros mundos, el devaneo en mi bañera con Ali, con
la cabeza ya despejada y repensándolo una y otra vez, estaba segura de que entre ambas
había algo mucho más complejo que una sencilla amistad, aquello podía ser muchas
cosas, pero era evidente que no era nada simple, sino algo intrincado y recóndito, pero
muy, muy excitante, atractivo y profundo que una ingenua amistad, había una conexión
casi metafísica que noté al instante de conocernos. Había complicidad y cariño, y sin
dudarlo sexo, un deseo de sexo mutuo que aquella misma tarde podía haber llegado. Al
igual que podía haber llegado el fin de mi virginidad, de la mano, o más bien de la polla
de aquel al que la casualidad había hecho conocer comprándole aquellas sandalias y que
la coincidencia había hecho que fuese uno de los amigos de mi Ali. Desconocía la
naturaleza de la amistad de ambos, estaba casi segura de que, como poco, entre Alicia y
Carlota había una relación sexual, y que esa misma relación también la tenía con Olmo,
pero no tenía una idea clara de si eso, ambas relaciones, habían existido y ya no, o si
duraban en el tiempo e incluso si se simultaneaban, ni como encajaban con la escena de
sexo que pude presenciar de mi amiga con su primo Hugo, la primera vez que fuimos a
la finca, por no olvidar la confesión de que aquel amigo, Berto al que no conocía, pero
que sabía por ella misma que era su “follamigo”. Indudablemente Alicia era ese tipo de
mujer, que disfruta de su cuerpo, un cuerpo maravilloso, del que, al menos con los ojos,
yo ya había gozado repetidas veces, y disfrutaba de él a tope y a conciencia. Era ese tipo
de mujer dueña de su vida y de su sexo, que yo había sido durante una etapa de mi vida y
que estaba deseosa de volver a ser, pero sin la molesta prevención y recelo con la que lo
había sido. Tenía ganas de desatarme y para ello el azar había puesto en mi camino a
Olmo, con el que no sabía muy bien ni como, ni cuando, tenía pactada una cita sexual, y
aquello me daba un aplomo que nunca antes había experimentado, plantándome con
firmeza frente a mis terrores.
Con ese torbellino removiendo las aguas de mi cerebro, me dejaba llevar cansinamente a
la par que dejaba que se hiciese la hora para salir de casa camino de la finca, cuando mi
móvil volvió a pitar. Pensando que sería Alicia lo cogí pensando que había cambiado de
planes, pero me sorprendió ver un número desconocido, estuve a punto de borrarlo sin
mirar, pero conocedora de que mi hermano cambiaba de aparato a cada poco y tras la
visita de mis padres, suponiendo que sería él lo abrí.
“hola princesa, soy el rey Arturo”
Caramba, no lo esperaba y me puse berraca solo con ver que se había acordado de mi. No
hacía que me olvidase de mis incómodos sentimientos hacia la relación de Alicia y
Carlota, pero los mitigaba mucho.
“hola Rey”
“estas bien?”
“Perfecta”
“pues sal y me abres que estoy a la puerta”
Sorprendida me levanté de golpe, visiblemente agitada, y en todos los sentidos. Parecía
un día de sorpresas, por lo visto aquel fin de semana no dejaría de llevarme a bordo de un
coche de la montaña rusa de Los Siete Picos. Corrí a cogerme algo que poner y salía al
jardín poniéndome le mismo vestido con el que había recibido a mis padres después de
mi primer aseo fugaz.
Mientras cruzaba el espacio que me separaba de la puerta notaba una creciente tensión
vibrando por todo mi cuerpo, casi un hormigueo, cabía la posibilidad de que Olmo viniese
decidido a cobrarse lo comprometido la noche antes, cosa que no solo no me importaba,
sino que me provocaba una candente sensación, pero esa posibilidad se tensaba
ligeramente.
Abrí el portón para toparme con esa deslumbrante sonrisa que le caracterizaba.
-¿Aún estás así?- me imagino que mi cara era una mezcla de sorpresa e incomprensión,
porque acto seguido se explicó- Le pedí tu teléfono a Ali, y le dije que te venía a recoger
para ir a su finca, bueno a la finca, ya sabes.
-No sabía nada.
-Es que hablé con ella esta mañana y como me dijo que os veríais Carli, ella y tú allí me
apunté.
-Y decidiste recogerme.
Estaba algo molesta con mi amiga, pero no dejaba de gustarme el hecho que aquel guapo
galán, me cortejase de aquel modo. Saltaba a la vista que su cortejo iba enfocado a
llevarme camino de la cama, pero me encantaba la coincidencia de que yo únicamente
buscase en él lo mismo. Junto a aquello no me negaba a que surgiese también una amistad,
pero sin pretensiones de más, ¿o no?, nunca se sabe, aún había muchas cosas que resolver
en mi vida personal.
-Sí, claro, ¿te parece mal?
-¡Oh, no!, en absoluto, es solo que… que Ali no me ha dicho nada.
-No se lo tomes a mal, como se despide de su hermana y las niñas lo lleva mal.
Era cierto, era cierto, había sido celosa y codiciosa, me sentí mal por unos instantes, pero
el ver de nuevo a Olmo en casa me ayudó a superarlo.
Una vez que entró en casa, Runa le saludó, con un poco de recelo, pero al fin y al cabo lo
había visto hacía pocas horas y aquello de algo podía servir.
Le miré al fin, venía con un aspecto muy campero, con un pantalón corto ajustado que le
marcaba sin disimulo el paquete y el culo y una camiseta blanca de manga corta. Traía
unas gafas de sol oscuras y el pelo húmedo, como recién duchado. Para mi desagrado
calzaba unas chancletas, no me gustan los hombres con chancletas, y no me esperaba eso
de un tipo que trabajaba en una zapatería y que por el resto de aspectos era un hombre
con un estilo para mi muy atractivo.
No quiso tomar nada, me pareció que se sentía algo incómodo, pero pensé que solamente
era que yo estaba proyectando sobre él aquel leve malestar que me empezó a invadir
cuando me dijo que Alicia le había pedido que me pasase a recoger y se potenció un
poquito más al verme ya en mi jardín a solas y serena, con el hombre que la noche anterior
había pactado un encuentro sexual, encuentro, que él aún no sabía, que sería el de la
perdida de mi virginidad, y aunque tenía ciertas dudas al respecto, todavía tenía claro que
no había llegado el momento de contárselo, pero no se me ocurría cual sería.
Corrí en busca de mis cosas a toda prisa, me puse mi primer nuevo bikini en muchos años
y bajé de nuevo. Cogí la bolsa nevera con bebidas frías y algo de merienda y con la misma
aceleración salimos de casa con mi perrita en su transportín. Todo lo hice un tanto
apurada, al plantearme el pacto con Olmo de repente me daba miedo verme a solas con
él en casa.
Durante el viaje hasta la finca se me acrecentó la sensación de incomodidad, él no había
perdido detalle de mi vestimenta “piscinera” y había enarcado las cejas encantado con
toda la parte de mi cuerpo que enseñaba una minifalda similar al pareo de Alicia y un top
escotado que mostraba una buena porción de mis redondeles. Molesta por esa desazón
que me azotaba decidí iniciar una conversación no muy profunda, tirando de método
aprendido durante mis años de trabajo en el barco pirata, en congresos y convenciones.
-Ayer me dijiste que tú también has tenido que volver a Zamora.
Asintió según cogíamos la carretera de la Hiniesta y el coche aumentaba la velocidad.
-Sí, soy una víctima más de esta maldita crisis.
Me explicó que había estado trabajando como ingeniero en instalaciones de energías
renovables, viajando mucho, pero manteniendo su vida muy cerca de Zamora, en ese
sentido no era exactamente un retornado de la diáspora laboral de nuestra ciudad, pero sí
un damnificado del fin de la expansión de los campos de placas solares. Al ver que aquello
se acababa, y ante la incertidumbre de algunas ofertas para salir al extranjero o el nulo
reconociendo, tanto personal como económico, de las otras cayó en un proceso
autodestructivo del que solamente lo sacaron sus amigos, su relación, no del todo aclarada
para mí, con Ali, y aquel nuevo trabajo en la zapatería de un tío suyo, no era lo ideal para
un hombre como él, pero se le veía razonablemente satisfecho.
-Y me permite conocer personas interesantes- apartó un momento la vista de la carretera-
Mira lo que son las cosas, ayer por la mañana te vendí esos maravillosos zapatos, para
esos preciosos pies que tienes y ahora estamos camino de una tarde de campo en mi coche.
Era cierto, daba algo de vértigo, pero estaba contenta.
-Sí, tienes razón, pero de no haber sido por Ali, no estaríamos en este coche ahora mismo.
-Puede ser- cogió el paquete de tabaco para sacarse un cigarro, al verlo me encargué de
hacerlo yo, lo encendí y se lo pasé- Gracias- ¡uff!, como me puso ese “gracias”- Pero
prefiero pensar que antes o después habrías vuelto… a comprar otros zapatos.
-No seas tan creído.
Y le quité el cigarro de la boca.
El resto del trayecto seguimos hablando de cosas insustanciales, hasta que nos vimos en
la finca del primo de Ali, con el coche aparcado al lado de uno para mi desconocido que
debía de ser el de Carlota y subimos hasta el recinto de la piscina. Runa comenzó a correr
desbocada en busca de presas a las que atosigar, topillos e incluso la sombra de los
pájaros, ella ya conocía perfectamente aquel entorno y le encantaba. Olmo, muy servicial,
se encargó de llevar las bebidas y la bolsa de la merienda.
-Hola chicas- Olmo abrió la puerta del cercado de la piscina saludándolas y cediéndome
el paso- ¡Ostias! Carli, creo que es la primera vez que te veo en bikini.
Pasé y la vi al borde de la piscina con un dos piezas verde militar con mucha más tela de
lo que yo me imaginaba que llevaría puesto, aún llevaba sus trenzas pero ahora atadas
con lazos negros, y al oír el extraño saludo de su amigo, le soltó un rotundo “gilipollas”
al tiempo que le mostraba el dedo corazón de su mano derecha y se le acercaba para darle
un beso en la mejilla.
-Hola Eva- me saludó con un tono despojado del recelo de la noche anterior y se acercó
para darme dos besos, era una mujer extraña, preciosa, sí, pero extraña- Me alegro de
verte de nuevo.
-Lo mismo digo.
Al fondo, a la sombra de los cañizos vimos a Alicia agitando la mano derecha a modo de
saludo. Me sorprendió verla con un pareo rojo, en lugar de desnuda como era habitual en
ella en aquel lugar, pensé que tal vez fuera pudor por la presencia de Olmo, pero lo
descarté inmediatamente, para entonces ya tenía muy claro que Ali respecto a la desnudez
y a mostrar su cuerpo era realmente desinhibida, y tanto más en un contexto de confianza
y amistad como era aquel, y con un hombre con el que sabía que había compartido juegos
sexuales. Pensé que tal vez se lo había puesto por el mismo motivo porque se lo puso
después de haber follado con su primo Hugo aquella primera tarde en la que nos
entregamos a la desgana en aquel mismo lugar, pero no me paré mucho más en
planteármelo. Se me acercó pletórica con sus grandes pechos bamboleándose al ritmo de
aquel caminar felino que llevaba de un lado a otro esas caderas redondas, amplias y
preciosas que me volvían loca. Al llegar frente a mí vi algo que no identifiqué muy bien
en sus brillantes ojos azules, me sonrió más seductora que nunca y sin darle más
importancia me plantó un piquito en los labios. Ya había dejado atrás su juego de
acercarse a mi boca, directamente ya me la había besado.
-Hola cielo, tenía ganas de verte.
Estuve a punto de recriminarle el no haberme ido a buscar, pero me quedé con la dulzura
de aquel besito en mis labios, con el brillo de sus ojos, con la sonrisa que me mostraba
aquel dientecillo ligeramente montado sobre otro, y la seguí con la mirada acercándose a
Olmo, y darle otro beso a él, esta vez en la mejilla. Acto seguido se volvió hacia la sombra
y según caminaba dándonos la espalda se desató el pareo y lo vimos escurrirse
mostrándonos el movimiento de aquel culete abultado y dorado por el sol.
Los tres la seguimos, tal vez embelesados por sus movimientos, tal vez escapando de los
rigores del sol de la tarde, a buen seguro por las dos cosas. Tras de mí, Olmo insistía en
el hecho de que Carli llevase puesto un bikini.
-No seas pesado- le cortaba ella- No es más que por un proyecto que tengo para una sesión
a final de verano.
-Ya bueno, si no lo dudo, pero es que en ti se me hace raro, no que ocasionalmente optes
por lo textil sino por lo grande que es- llegamos a la sombra y Olmo seguía hablando
mientras se quitaba la camiseta- Avánzame algo de tu proyecto.
Ella se sentó en una de las hamacas.
-No puedo decirte nada, ya sabes que no me gusta, pero necesito tener unas buenas marcas
de bikini.
Y no dijo nada más, o si lo dijo tampoco hice mucho más caso, mi atención pasó
bruscamente de los movimientos contoneántes por naturaleza de Ali, al lento desvestirse
de Olmo. Sin darle importancia estaba vaciando las pocas cosas de su bolsa de playa
sobre la mesa, extendió una toalla sobre otra hamaca, se quitó aquellas feas chanclas y se
desabrochó el pantalón corto, por un momento, ya que había visto sacar de su bolsa algo
que creí un bañador, pensé que se quedaría desnudo, y no supe si lo deseaba o no, pero
no fue así, bajo el pantalón había otro bañador. Respiré tranquila y me centré en deleitar
mi vista con la observación de su torso musculazo y fibroso, trabajado, muy trabajado,
evidentemente trabajado en gimnasio.
Para que no se notase que llevaba mucho tiempo sin ver a un hombre semidesnudo, me
quité mi ropa y me descubrí por fin con mi bikini.
-La madre que te parió- Ali me silbó- Estas perfecta te queda fenomenal.
Vi la misma aprobación en los ojos de los otros dos, y me sentí desnuda, más desnuda
que estando desnuda como estaba acostumbrada a estar en aquel lugar. Efectivamente mi
bikini era muy, muy pequeño, tanto que sin duda en cualquier playa me haría ser más
centro de atención que si estuviese completamente en pelotas. A duras penas me cubría
un tercio de cada teta y la parte delantera de la braga se limitaba a un pequeño triangulo
poco mayor que el triángulo de mi pubis. Pero al parecer lo que más llamó la atención
tanto de Carli como de Olmo fue mi tatuaje, hicieron comentarios exclamativos, pero
Alicia siguió sin decir nada de él, eso desde la primera vez que nos vimos desnudas era
algo que me llamaba la atención, era la primera persona que me había visto sin ropa y no
había hecho la más mínima mención de él.
-Algún día- Carlota se incorporó ligeramente mirándolo con tanto interés como una fiera
ante una presa- Tenemos que hablar de hacerle fotos, ¿te importaría?
-Que gran idea- intervino Olmo- Yo mataría por ver esas fotos.
-No lo dudo.
-Tu cállate, Ali, sabes que lo digo por lo buena fotógrafa que es Carlota.
-Lo sé, lo sé…
Era algo incómodo y al tiempo halagador ser el centro de la conversación. Me gustó la
idea de posar, pensé que tal vez bajo mi piel había una modelo dormida y me pareció una
idea atractiva la que me planteaba Carlota, tal vez ya le estaba entrando por el buen ojo a
aquel enigma femenino.
-¿Y bien? ¿te gustaría posar para mí?
-No pensaba que te tuviese que responder ya.
-No tienes por qué, pero me vendría bien saberlo, por organizarme.
Sería una artista, pero en ese momento me parecía una feroz mujer de negocios cerrando
un contrato.
-Dile que sí- la forma de mirarme de Ali al interceder me hizo pronunciarme íntimamente
a favor incluso antes de que continuase hablando- Carli es una modelo de la leche, pero
como fotógrafa es increíble, es la ostia. Todos hemos posado para ella y nos hemos
divertido mucho.
Olmo ratificó cabeceando las palabras de Alicia.
-Me lo tengo que pensar, pero me inclino a decirte que sí.
-Bien, con eso me vale, volveré a finales de año y lo haremos para entonces.
Por un momento me pareció distinguir un abismo a mis pies, poco a poco estaba entrando
en otro nivel, traspasando más y más puertas. Desde que conocí a Alicia mi vida había
dado saltos hacia delante de años, pero en aquel fin de semana había entrado en un
verdadero agujero de gusano y no tenía ni idea de a donde me llevaría, pero me lo estaba
pasando muy bien, se podría decir que estaba aprendiendo a ser feliz.
Tras oír aquello Olmo propuso darnos un baño, pero las tres nos negamos, para nosotras
aún hacía demasiado calor para ello, de modo que se lanzó al agua pegando gritos y se
dio varias zambullidas, hizo varios largos y salió de nuevo del agua. Yo ya estaba relajada
en mi hamaca y me deleité en verlo salir de la piscina con su bañador boxer pegado a la
piel por efecto de la humedad, marcándole el paquete, aquel que había notado animándose
bajo su pantalón la noche antes, y agradeciendo que lo trajese puesto cuando llegamos.
Yo estaba centrada en esos pensamientos cuando, sin previo aviso, vi como se lo quitada
sin darle mayor importancia, ni él ni Alicia, ni Carlota, debía de ser lo habitual en él. Se
lo quito de espaldas a nosotras, dejándonos ver un culo pétreo y moldeado, lanzó el
bañador sobre la mesa y cogió una toalla, no parecía que estuviese tapándose el pene,
pero aún no lo había visto por la interferencia de aquella toalla de baño que se restregaba
por todo el cuerpo. Dejó para el final el secarse aquella zona y ya por fin girado hacia
nosotras también lanzó la toalla sobre la mesa y lo vi al fin, un miembro grueso y no muy
largo, con los testículos apretados en un escroto aún contraído sin duda al igual que la
polla por el frescor del agua de la piscina.
Me entró un calor terrible, no era la mejor manera de ver por primera vez la polla de un
tío, pero aun así me puso mucho. Si seguía con aquellos subidones pensé que no
sobreviviría a aquel fin de semana. Y para colmo, una vez seco, se centró en darse crema
por todo el cuerpo, incluido aquel pene, centro de toda mi atención en el momento, al
masajeárselo se distendió y pude verlo en la plenitud de su relax, cimbreándose descarado
con cada uno de sus movimientos. Ali se incorporó y cogiendo de las manos de él el
envase de la crema y sin decirse nada Olmo se giró y ella le aplicó el ungüento por su
torneada espalda y culo. Era evidente que aquello era algo habitual entre ellos, como lo
era cuando nosotras dos nos extendíamos mutuamente la protección solar por nuestras
espaldas, pero nunca lo habíamos hecho más allá de la cintura, aunque en más de una
ocasión yo había estado tentada de ello. Se me ocurrió pensar que lo estaban haciendo
para excitarme o burlarse de mí, pero nada en aquella escena podía indicar nada por el
estilo, fijándome vi claramente que era algo mecánico que solamente cobraba matices
eróticos ante mis ojos y mi imaginación.
Sin quererlo, y tratando de anular mi atención del cuerpo desnudo, tenso y brillante de
aquel rey Arturo, me centré en el precioso cuerpo de mi amiga Ali, y noté que mi calor
se hacía aún mayor, aquellos dos me volvían loca. Tratando de sacármelos de la cabeza
los imité y también saqué mi crema solar y me la fui aplicando con calma, centrada en mi
misma. Me ensimismé tanto en el proceso que no pude evitar sobresaltarme al notar las
manos cálidas de Alicia sobre mi espalda.
-Deja que te lo doy yo- me susurró al oído acercándose mucho a mí, tanto que me rozó
con sus pezones y yo me contraje de placer- Perdóname, te tengo muy abandonada, ya
veremos la manera de recompensarte.
-No tienes por qué.
Ya se me había pasado el resentimiento y los pequeños celos, y me deleité en el goce de
sus manos y sus pezones rozando mi espalda.
-Pero aun así te tengo que compensar.
Decidí tomarle la palabra, ella me estaba tendiendo la mano y ya era hora de aceptarla,
ya no me cabía duda de que estábamos hablando el mismo lenguaje.
-Pues tendremos que buscar la manera- hice una leve pausa- Si a Carli no le parece mal.
Al terminar mi frase, ella cesó en su masaje, se acercó más a mí, esta vez aplastando sus
voluminosas tetas, fuertemente contra mi piel resbalando por el efecto de la crema, era la
primera vez que nuestras pieles se encontraban y casi temblé de placer.
-Ella tiene su vida y yo tengo la mía, y es verdad que ella está en la mía, pero tú también.
Dicho eso me apartó la parte trasera de la braga de mi bikini de modo que me la convirtió
en un incómodo tanga y me acarició las nalgas con las dos manos terminando de untarme
el bálsamo. Aquel momento fue nuestro, para nosotras dos y por su voz, confirmé que
ella también estaba sintiendo bajo su pecho el mismo ritmo acelerado de los latidos que,
como los míos, marcaban un compás excitante y agotador.
Cejó en sus friegas, me pareció que, de mala gana, y me dio un beso en el cuello y se
marchó a recostarse en su tumbona. Me di la vuelta inmediatamente, recobrando la
conciencia de que no estábamos solas y para mi sorpresa, comprobé que todo el proceso
había pasado totalmente desapercibido para Olmo y Carlota, que estaban de espaldas a
nosotras tendidos al sol.
Me rehíce como pude, recoloqué mi braga y me acerqué hasta los demás para tumbarme,
al igual que ellos, en mi hamaca sumida en un torbellino mental que corría el riesgo de
llegar a marearme. Por fin cerré los ojos y saboreé la sensación de los labios de Ali en los
míos y en mi cuello, en el encuentro contundente pero fugaz de nuestras pieles, y
rememoré los besos de la pasada noche con Olmo. Ya lo había pensado a lo largo de las
intensas horas que llevaban desde la tarde anterior hasta ese mismo momento, estaba
entrando de cabeza en un dédalo de pasiones, mis pasiones y lo deseaba con el fervor de
un creyente que ha apostatado de su fe y se reconcilia con ella, descubriendo que antes
había errado el camino correcto. Me estaba reconciliando con mis pasiones, con mis
instintos básicos y sabía que esta era la buena, me estaba reencontrando con el goce de
mi propia promiscuidad.
Runa indiferente a todo lo que había en torno suyo, y al maremágnum que azotaba a su
dueña, apareció de detrás del seto con un palo y reptando bajo mi asiento se acomodó
para mordisquearlo.
El resto de la tarde transcurrió con la languidez que caracterizaba aquellas jornadas de
piscina, con la etérea impresión de que el tiempo se había detenido, únicamente el sol, en
su periplo incesante, nos indicaba que Cronos permanecía en danza. Nos dimos uno o
varios chapuzones, hablamos de todo lo que pasó por nuestras cabezas, bebimos y
fumamos, y nos reímos con la poca costumbre que tenía yo para, dado el volumen de mis
pechos, mantenerlos cubiertos por aquellos pequeños triángulos que conformaban el
sujetador de mi bikini. Al final, cansada de tener las tetas más tiempo fuera que dentro de
ellos, decidí, dado el hecho de que Ali y Olmo estaban desnudos, y que la feroz estática
sensual con la que empezó la tarde se había esfumado con la misma rapidez con la que
llegó, decidí quitármelo y pasar el resto del día en top less. Siendo sincera, me habría
quitado también la braga, pero consciente de lo ridículo que podría resultar verme
desnuda con el hilillo blanco de mi tampón asomando entre mis piernas descarté la idea,
ya habría otra ocasión, y estaba segura de que llegaría.
En torno a las nueve y media nos sentamos a comer algo, de los víveres que cada uno
había llevado y sobre las diez, Carli se levantó mirando el reloj.
-Os tengo que dejar, ya es hora de que me marche, mañana tengo que madrugar porque
al medio día salgo para Londres.
Nos despedimos de ellas, besos y abrazos, de sus amigos, y dos besos míos.
-Me alegro de conocerte, Carlota.
-Llámame Carli, yo también me alegro de haberte conocido- recogió sus cosas y se me
acercó al oído- Cuídame a Ali, es muy importante para mí.
-Y para mí.
-Lo sé, lo he visto, cuídala por ti y por mí. Y no te olvides de que tengo unas fotos que
hacerte.
-Aún no he aceptado.
-Tengo la sensación de que las dos sabemos que lo has hecho.
-Puede ser…
Ali se calzó sus sandalias y la acompañó hasta el coche.
Al quedarnos Olmo y yo solos en la penumbra vespertina del final del día cruzamos las
miradas y de nuevo la atmósfera se cargó de electricidad estática, aquel entorno era un
jersey de lana frotado por un bolígrafo y nosotros simples trocitos de papel zarandeados
al capricho de las circunstancias. Él se me acercó despacio, no podía saber lo que había
en su cabeza, pero me lo podía imaginar con solo ver que una incipiente erección
engrosaba su pene, cada vez menos colgante. Me sentí alagada por aquel detalle de
educación de su miembro, decidido a ponerse en pie delante de mí ante la sencilla
conexión de nuestros ojos en la incipiente penumbra. Me acababa de recostar en la
tumbona y al verlo venir hacia mí, cada vez más erecto, me senté echándome hacia
delante, abriendo las piernas apoyé los pies en el suelo insinuando las formas de mi
cadera, sabedora de que las sombras, de la ya casi noche, se depositaban en mi regazo
anulando la visión de la braga del bikini, sabía que parecía estar completamente desnuda,
y por un momento me arrepentí de no estarlo, supe que las penumbras de aquel momento
me daban poder sobre mi Arturo, me sentí pletórica de autoridad y dominio, era una de
las cosas que más me gustaba motivar en los hombres, y en ese momento lo estaba
logrando sin casi hacer nada. Él estaba a menos de un metro de mí, y su polla, a la altura
de mi boca, ya firmemente erecta, y yo salivaba ansiosa por llevármela a los labios para
besarla y lamerla. Lo habría hecho, sí, lo habría hecho de no haber sido por la aparición
de Ali abriendo la puerta después de despedirse de Carli. Ella no se dio cuenta de nada de
lo que había estado a punto de ocurrir, ya que estábamos protegidos por la oscuridad,
Olmo se apartó rápidamente de mi sin decir nada y se giró hacia la mesa para coger del
fondo de la bolsa nevera un refresco frío, pensé que más que bebérselo debería de haberlo
usado para enfriarse directamente la enhiesta rigidez de aquella verga que me había tenido
casi hipnotizada por unos instantes, que no pude calcular cuánto duraron.
Viendo cómo se acercaba Alicia caminando por el borde de la piscina, una silueta desnuda
deslizándose con su habitual estilo felino viniendo hacia mí, me volví a recostar agotada
y rendida, me seguía debatiendo entre los dos extremos de mis apetencias sexuales con
aquellos dos seres, Olmo implicaba mi reconciliación con los hombres después de la
decepción de Juanjo, además de la reconciliación conmigo misma y la subsanación de
mis decisiones erróneas del pasado. Ali, era la continuación de mi otra apetencia, la mal
vista por la sociedad, la condenada por los bien-pensantes, incluidos aquellos que aceptan
la homosexualidad masculina pero no comprenden la femenina, y menos aún algo tan
complejo como mi propia sexualidad, la sexualidad doble. Cada vez estaba más
convencida de que entre nosotros tres explotaría de un momento a otro un bigbang de
placeres cada vez más incontrolable.
Me encendí un cigarro, por hacer algo, pero no me apetecía, necesitaba enfriarme por
dentro y por fuera, me notaba sudorosa, no solo aquellos instantes candentes me había
sobrecalentado, el aire ardía en un abochornante frenesí que sacudía mi piel y hondeaba
la melena rubia de mi amiga. Le pasé el cigarro y me levanté decidida a lanzarme a la
piscina.
El agua no estaba fría, pero en contraste con el candente ambiente exterior y de mi cuerpo,
la noté helada, ese enfriamiento repentino me hizo contraerme con tanta brusquedad que
logró provocar una impresión tonificante tan violenta en todo mi ser que me llevó a un
nivel de estado de sublime entrega, alivio, desahogo y esparcimiento de toda yo, que
nunca antes había experimentado. Pensé que ya estaba preparada, ahora sí, por fin de
aceptar todo lo que me deparase la vida, mi vida.
Desde el agua podía oír a Olmo y Ali hablando, no conseguía entender lo que decían,
pero por las palabras sueltas que pude captar supe que hablaban de mí, y les dejé que lo
hicieran les di tiempo, para ello mientras flotaba sobre el agua. Nadé perezosa hacia el
otro extremo de la piscina, la parte en la que cubría menos, donde estaba la escalinata de
obra de entrada. Con mi nueva perspectiva me decidí a hacer algo que llevaba rato
deseando y en cierto modo maquinando, aquella casi ausencia de luz era mi aliada para
conseguir el efecto que deseaba, Alicia me sabía de memoria, pero Olmo no y me
deleitaba la idea de ponerme en bandeja sin que me pudiese ver del todo, y tal vez, solo
tal vez fuese una noche memorable para los tres.
Salí sigilosamente del agua por las escaleras, y mientras lo hacía me solté el nudo de uno
de los laterales de la braga del bikini, me giré y me paseé hacía ellos haciendo el mismo
recorrido que había hecho Ali, instantes antes, y mientras lo hacía hice lo propio con el
otro nudo de la braguita, la dejé deslizar entre mis piernas y la dejé sobre una silla una
vez que llegué a su altura. Los dos se habían quedado en silencio, sin duda pendientes de
mi salida del agua. Ratifiqué mi poder sobre ellos, pero repentinamente fui consciente de
que no debía de ir más allá, antes tendría que encontrar la manera de explicarle a Olmo,
y sí también a Ali el estigma de mi virginidad. No era cuestión de iniciar algo tan potente
como un trío sin hacer referencia a semejante detalle.
Decidí secarme del modo menos sugerente posible y me recosté nuevamente sin la más
mínima intención de iniciar nada. Tanto el uno como la otra entendieron que aquello
acababa allí, tal vez intuyeron un reparo mío a causa de mi regla, y rápidamente
regresaron las conversaciones inocuas mientras fumábamos desnudos mirando las
estrellas.
Habían pasado un par de horas y nos dimos cuenta de que ya era muy tarde teniendo en
cuenta que al día siguiente era día laboral.
El viaje de regreso lo hicimos casi en silencio, Olmo conducía, yo iba en el asiento del
acompañante y Alicia en la parte de atrás junto al transportin de Runa. De habernos
parado la Guardia Civil, habrían tenido serios problemas para comprender nuestras
indumentarias de semidesnudez, Olmo llevaba el torso desnudo y únicamente llevaba
como ropa una toalla atada a la cintura, Ali, como era habitual en ella, se había puesto el
pareo a modo de minifaldita y el rojo que llevaba cuando la vinos a primera hora de la
tarde, ahora le cubría los volúmenes de sus pechos atado a la espalda a modo de top de
pico, mientras que yo llevaba la misma ropa con la que salí de casa aquella tarde pero sin
el bikini debajo, de modo que se podía decir que estaba desnuda sin estarlo.
Cuando llegamos a casa de nuestra amiga, se adelantó acercándose a nosotros y los besó
a ambos y se despidió.
La miramos cruzando la calle con su caminar ondulante, sabedores de que el pareo tapaba
lo justo y así mismo sabedores de que lo que había allí debajo iba libre sin tapujos ni
ataduras. Nos saludó por última vez y entro en el portal. Una vez que vio cerrase la puerta,
Olmo puso de nuevo el coche en marcha.
La siguiente parada fue junto a la puerta de mi casa, una vez que se paró el motor
permanecimos un par de minutos en silencio, mirando por las ventanillas, yo me fijé en
una nube de mosquitos y polillas que revoloteaban en torno a las farolas, a pesar de lo
tarde que era y de que el día siguiente era laborable había un cierto número de personas
paseando por la calle, deleitándose del relativo frescor que generaba la cercanía del río.
Yo estaba hecha un lío, agotada, pero hecha un lío, si me dejaba llevar, sacaría a aquel
hombre del interior del coche y en mi propio jardín le pediría que tomase posesión de mi
cuerpo como Arturo del legendario Camelot, que borrase a empujones de su cadera toda
una vida de miedos y anhelos en forma de virgo entre mis piernas. pero para ello
necesitaba no volver a caer en el error en el que caí con Juanjo, solamente el miedo a vivir
otra experiencia similar, era mayor al miedo que me infundía el daño de mi propio
desvirgue. Pero estaba agotada, había sido un fin de semana demoledor, ya solamente
mantenerme allí sentada me suponía un esfuerzo ímprobo, de modo que plantearme una
sesión de sexo después de tanto tiempo, de un nivel mínimamente a mi gusto, estaba
segura que podría conmigo, y tampoco nos merecíamos un fracaso similar, yo no me lo
merecía. A pesar del seguro daño, quería, necesitaba sexo, no otro fracaso. Le miré por
fin, notaba que estaba expectante, con un ansia mal disimulada aflorando a sus ojos, sabía
que tenía que hablar con él, abordar el tema, pero supe que aquel no era el momento.
-Se lo que quiero- por fin hablé, lo hice con un hilo de voz- Y creo que también lo quieres
tú- él me miraba un poco crispado- Pero antes tenemos que tener una pequeña charla- vi
que Olmo estaba a punto de objetar, pero me adelanté- No, no es ningún problema por tu
parte, es mío, y no, no soy ni monja, ni estoy casada, ni tengo polla- los dos nos reímos-
Pero de eso creo que ya te has dado cuenta hoy.
-No sigas, aunque nunca me he planteado nada de eso, es obvio que no lo eres- me
interrumpió- No sé lo que te pasa, e intuyo que no es que, para irnos a la cama, te tenga
que pedir matrimonio, lo único que veo es una chica hecha un lío, una preciosa chica-
carraspeó con intención- Y añado que por lo poco que he podido entrever, con un cuerpo
de locura, pero estas en una encrucijada y por ahora me conformo que seas una más de
mis amigas, y lo otro, el sexo, si tú quieres ya llegará.
Se lo agradecí en el alma, no supe que más decir y le besé, le besé con fuerza y cuando
noté que las humedades se asomaban una vez más en esos dos días a la abertura de mi
entrepierna, y me imaginé que su toalla-pareo empezaba a parecer una tienda de campaña,
me separé de él y salí de coche procurando que los paseantes nocturnos no reparasen en
toda la carne que mi indumentaria dejaba al aire y una vez abierta la puerta de casa dejé
salir a Runa que entró feliz en nuestro jardín. Saqué la jaula de transporte de mi perrita y
desde la puerta me volví hacia Olmo.
-Te prometo una explicación de todo un día de estos, y después la sesión que tenemos
pactada.
Él asintió.
-Cuando ese momento llegue tiene que ser realmente buena, estoy convencido de ello,
sino, no me lo harías desear tanto.
Tras oír aquello y con una mezcla de culpabilidad y satisfacción cerré la puerta.

La semana que siguió fue de locos, ante la perspectiva de la cena de cumpleaños de


nuestro jefe todos estábamos un poco expectantes, y yo en concreto algo alterada, pero
aquella alteración no fue nada en comparación con el estrés que se me agarró al estómago
y no me soltó el resto del día y casi de la semana, cuando poco antes de abrir la clínica vi
que llegaban y se me presentaban con todo el respeto del mundo los chicos de prácticas.
Si no me equivocaba, Fernando me había hablado de tres, un auxiliar y dos futuros
veterinarios, pero cuando vi llegar a seis personas tuve la total convicción de que aquello
sería un caos, allí había seis personas a la expectativa, dos estudiantes de veterinaria, dos
de auxiliar y dos de peluquería, de modo que reuní a todos en la salita, y organicé el
trabajo, tres por la mañana y los otros tres por la tarde, hice responsable a Ali de los de
peluquería, cosa con la que Álvaro estuvo de acuerdo, él era plenamente consciente de
que Alicia era una gran peluquera, en parte había sido su maestra y vio bien que fuese
ella quien los cogiese a su cargo, aquello implicaba descargarla por completo de trabajo
en las consultas durante la semana, al tiempo que él no tendría interferencias de
aprendices mientras tuviese que cortar el pelo. A los otros cuatro recién llegados nos los
repartimos entre Rubén y yo, y nos los iríamos intercambiando en función de las citas que
tuviésemos cada uno respaldados por el propio Álvaro. Además, por si fuera poco, para
aquella semana, el lunes y el martes, tendríamos un par de cirugías, de las cuales, como
era habitual, se encargaría Fernando con Rubén y eso implicaba las consiguientes
hospitalizaciones al menos dos días. Siendo honesta y a la vista de ese panorama, me
negué a aprenderme los nombres de los cuatro estudiantes que solamente estarían aquella
semana, tres chicas y un chico, fui muy sutil para no tener que recurrir al desdeñoso “eh
tú” que tanto devalúa a las personas, pero no tenía hueco en mi cabeza para nada más.
Los otros dos, un chico y una chica, a todas luces pareja, Ana y Juan, a los que vi ponerme
morros, al informales de que estarías separados para las prácticas.
-Lo siento chicos, aquí habéis venido para formaros, no para hacer relaciones sociales-
les miré con firmeza- Ni para profundizar en la que ya tengáis.
Estaba claro, al menos para mí, si Alicia y yo éramos algo más que amigas, aunque no
supiese exactamente qué, allí, en el trabajo teníamos claros nuestros roles y los
respetábamos de la forma más escrupulosa.
Lo cierto, es que ellos lo encajaron con la mayor dignidad que les fue posible, al menos
aparentemente, sin duda aquello también formaba parte de su formación.
Por un instante me arrepentí de haber iniciado el día sin salir a correr, aquella noche, antes
de dormirme, había decidido aligerar un poco en lo sucesivo la intensidad de mis sesiones
jogging, aquella tarde viendo mi cuerpo en comparación con los de Alicia y Carlota, me
di cuenta de que me estaba poniendo un poco fibrosa de más, y estaba perdiendo la tersura
de mis curvas a favor de una musculación que se me antojaba poco femenina. Lo cierto
era que por unos pocos segundos deseé haber empezado aquella jornada con el poso del
cansancio de mis carreras pro Balorio, pero estaba decidida, seguiría corriendo por las
mañanas, pero no con aquella intensidad, ni todos los días.
Con tanto trabajo y tanto personal acumulado en nuestra pequeña clínica, al mediodía
salíamos a las tantas y había que regresar antes de tiempo. Alicia y yo casi ni siquiera
podíamos hablar de lo alteradas que estábamos al llegar a casa, invadida por el estrés y
bastante malhumorada con aquellos detalles sobre el número de estudiantes en prácticas
que nos habían llegado, le conté sin demasiados detalles, pero sí los suficientes, el fracaso
de mi noche del sábado con Olmo y di gracias cuando ella me trató de sonsacar más
detalles pero sonó mi móvil, sabía que aquello tendría que implicar contarle mis
problemas con el virgo y no estaba de humor para ello.
La llamada era de mi hermano, para darme las gracias por haberle cubierto las espaldas
el tiempo justo frente a mis padres, en especial mi madre.
-Me tienes que perdonar- insistía a través de la línea telefónica- Pero estoy yendo y
viniendo, estamos a punto de inaugurar y no tengo tiempo ni para verte.
-No pasa nada, tranquilo, pero eso está muy bien, ya me dirás cuándo.
-Si claro que sí, de hecho, te llamaba además para que sepas que en principio la fecha en
menos de quince días, haremos una especie de recepción y te quiero ver allí.
-Cuenta con ello.
-Y si quieres vete acompañada, así estarás entretenida y no tendrás…
-Sí, no tendré que soportar las puñaladas de mamá- él rió con ganas- Tranquilo
seguramente vaya con una amiga- miré a Ali- Si ella tiene ganas.
Ella no sabía de qué iba el tema, por eso se encogió de hombros en una clara actitud de
aceptar lo que yo sugiriese.
Después de preguntarle por Noelia nos despedimos mandándonos besos.
El resto de la semana siguió en la misma línea o tal vez peor, sin duda el jueves fue un
caos, además de mi primera gran enganchada con mi jefe, ya casi a la hora de cerrar entró
un hombre realmente asustado, gesticulaba en dirección al coche y no paraba de repetir
“se me muere, se me muere”. Juan, el chico de prácticas, Adela y yo salimos a la calle
contagiados por la aterrada voz del pobre hombre y vimos como un agonizante mastín
con el abdomen tenso e hinchado nos miraba con ojos suplicantes. Como pudimos lo
metimos en el local improvisando unas parihuelas con una manta directos al quirófano,
aquello era una torsión de estómago de libro, yo había operado varias en mi trabajo de
clínica el último año de carrera, pero no tenía claro si lo podría hacer sola, y puesto que
Rubén nunca se había enfrentado a algo así pedí a Adela que llamase a Fernando, pero
ante la premura de la situación, sedamos y sondamos al animal y sin dudarlo empecé a
abrir aquella piel espantosamente tensa. Para mi sorpresa estaba realmente tranquila,
manejaba el bisturí con soltura y colocaba pinzas y mosquitos donde era necesario,
siempre me había gustado la cirugía y a pesar del tiempo que hacía que no la practicaba,
estaba feliz y segura, muy segura. Abierto aquel abdomen, una descomunal forma
hinchada se salía del cuerpo del pobre mastín, con sumo cuidado lo cogí con ambas manos
y lo fui girando con sumo cuidado hasta que de forma brusca comenzó a perder volumen,
“¡bien!”, pensé, “lo he hecho”, orgullo total, solamente quedaba ver si había alguna zona
necrosada y fijar el estómago cada vez más fláccido, pero llegó el momento en que entró
mi jefe en el quirófano.
-Gracias Eva, lo has hecho perfecto, pero ya sigo yo.
-¡¿Qué?!
No daba crédito, yo esperada que él me invitaría a seguir con él, y más a la vista lo bien
que había gestionado el tema, pero me miró con firmeza.
-Que ya sigo yo, y me ayuda Rubén- se volvió a Juan- Y tú te puedes quedar, será bueno
para tu formación.
Habría replicado, pero convencida de la firmeza en la decisión de Fernando, me di cuenta
de que con toda la clínica mirando, el chico de prácticas al que había reprendido días antes
por su tonteo con su chica, y el dueño del perro escuchando desde la sala de espera, me
limité a quitarme los guantes de látex y tras lanzarlos con verdadera rabia al cubo de la
basura salí del quirófano. Mi jefe me había desautorizado de la peor manera posible ante
mis subordinados, pero ya llegaría el momento de hablarlo con él.
Ese día no quería hablar con nadie. Con la mayor dignidad del mundo, permanecí en la
clínica y una vez terminado todo me marché a casa, Ali, entendió que quería estar sola,
aunque en el fondo habría necesitado tenerla conmigo y olvidar aquella azarosa tarde,
pero no me atreví a pedírselo, ni aceptar su ofrecimiento cuando ella me propuso tomarnos
una copa y distraernos. Una vez en casa, me di cuenta de mi error y la llamé, para mi
sorpresa cuando me contestó estaba aparcando frente a mi casa. Se lo agradecí en el alma.
Pudo haber pasado la noche en casa y dormir en la cama del despacho, pero algo le dijo
que se debía de marchar, sin duda lo mismo que me dijo a mí que no insistiese.
Cuando, al fin, llegó la mañana del sábado, rendida por aquella semana extenuante
necesita airearme la cabeza y no tenía ganas de correr, pero me había despertado
temprano, de modo que en lugar de salir a para hacer “footing”, lo hice, pero para caminar
relajadamente con Runa. Mi compañera canina y yo, nos dedicamos al pasatiempo de los
jubilados y relajadamente estuvimos observando, en la distancia y a paso lento, las obras
de la futura línea del AVE. Hicimos parte de mi circuito y regresamos lentamente hasta
casa para desayunar, no es que mi humor hubiese mejorado excesivamente, pero al menos
estaba tranquila. Se me ocurrió arreglarme un poco e ir a invitar a Olmo para invitarle a
tomar un café, si al menos estaba dispuesto a tomarse un ratillo libre en la zapatería. Lo
pensé bastante, le di vueltas y al final decidí darme una ducha y hacer lo que me pidiese
el cuerpo después de mi aseo. Había terminado la regla hacía un par de días, y la ausencia
de ella me enervaba más aún de lo habitual en mí, los instintos más básicos de mi cuerpo,
no es que me plantease presentarme en su trabajo y decirle “¿follamos?”, pero una vez
terminada aquella espantosa semana y sabiendo que Ali aquel sábado no libraba, y no nos
veríamos hasta la hora de comer, sentía la imperiosa necesidad de ver aunque fuese por
el espacio de un café rápido y en público, a una de aquellas dos personas, salvedad hecha
del primo de Alicia, que azuzaban de tal manera mis deseos de lujuria. Tuve la sensación
de que el chorro de la ducha se llevaba todo el estrés y las malas sensaciones acumuladas
los días precedentes y al poner el pie sobre la alfombra del baño me decidí.
No tardé demasiado en estar en la calle con una vestimenta cómoda y veraniega, una de
mis faldas vaporosas, recodé que la tenía desde la época en la que estaba con Verónica en
un viaje de trabajo a Valencia, donde ella también estaría de azafata y yo iba sola en
representación del laboratorio. También recordé que aquella falta supuso una apuesta
entre las dos de si seríamos capaces de pasar la primera jornada de la convención sin ropa
interior, la que lo hiciese se la quedaba, y lógicamente la gané yo, estaba claro que sería
así, porque yo contaba con una buena baza a mi favor, sabía que el uniforme de Vero
contaba con una faldita tan corta como en otras ocasiones y no era la más adecuada para
una sala distribuida en dos niveles teniendo ella que subir y bajar los dos tramos de
escaleras varias veces al día, lo cual supondría, no la seguridad de ir mostrando sus
rosados encantos a todos los asistentes, pero sí un cierto riesgo de que eso pudiese ocurrir.
Una vez que nos vimos allí, se me había acercado con su preciosa sonrisa para entregarme
las acreditaciones y entre dientes me había maldecido con mucho encanto.
-Te puedes quedar la maldita falda, tal y como he llegado y he visto el salón he ido al
servicio para ponerme unas recatadas bragas, ¡so zorra!.
-Gracias encanto, pero te la dejaré usar.
Con esos recuerdos bailándome en la memoria había salido de casa, tenía la sensación de
que aquella era otra vida, y la seguridad de que aquella era otra Eva, aun así guardaba con
gran cariño lo vivido con aquella pelirroja y en su honor usaba poco la falda en cuestión
y cuando me la ponía lo hacía con una sonrisa en los labios y sin nada de ropa interior
bajo ella, y aquel no era un día diferente.
Cogí mi bolso bandolera y salí a la calle, atravesé mi barrio, saludando a las escasas
personas a las que ya conocía y subí hasta la puerta del Obispo, para caminar por la Rua,
yendo de la Zamora antigua a la moderna.
Cuando Olmo me vio asomar por la puerta su saludo fue una increíble sonrisa, de
esas que hacen que una chica se sienta importante, era una de sus bazas de conquista,
estaba claro, pero en ese momento era para mí, y con eso me bastó.
-¿A qué debo esta maravillosa visita?- sus ojos ya me habían escaneado de arriba
abajo parándose en el canalillo de mis pechos bien apretados por el sujetador dentro de
una camiseta de tirantes con estampado militar- ¿Tal vez unas sandalias nuevas?
-Con un poco de charla, si te puedes escapar, me vale, te invito a un café.
-Eso está hecho- se volvió hacia su compañera, una morena de veintipocos,
delgadita de cara y curvas generosas vestida de negro, que no me hizo falta mucho más,
para comprender que en aquel nido, mi nuevo amigo también reposaba- Nata, ¿te importa
si salgo?- era una pregunta retórica, a él le daba igual lo que ella opinase, además de que
en cierto modo él era el jefe, al ser el sobrino del dueño- ¿Te traigo algo?
La chica negó a todo y seguramente maldiciéndome se limitó a recolocar una
estantería junto al mostrador.
-Tengo la sensación- no pude contenerme- De que te lo tendrá en cuenta.
-No lo creas, a mí no, pero a ti sin dudarlo.
Pasamos un buen rato, escasamente media hora, simplemente hablando, en
realidad hablando yo misma, desahogando mi frustración por el desdén sufrido a manos
de mi jefe con la famosa operación de la torsión de estómago de aquel pobre mastín, ante
los ojos seductores de un rey Arturo vendedor de zapatos. Una vez que terminé de
descargar mi torturadora frustración sobre él, experimenté un gran alivio y ante aquellos
ojos recordé que estaba desnuda bajo mi falta, calorcito, mucho calorcito entre las piernas.
-No te entretengo más.
Nos dimos un beso, un besito leve en los labios, en la misma puerta de la tienda,
no sin antes asegurarme, eso sí, de que la tal Nata nos pudiese ver perfectamente y empecé
a alejarme.
-Ahora garantizado que ya te odia.
-Ya la apaciguarás tú.
-Eso tenlo por seguro.
Casi sin quererlo se me había pasado la mañana, miré la hora en el móvil y decidí,
en lugar de ir directamente a casa, avisar a Alicia de que la pasaba a recoger. Le envié un
whats ap, ella me contestó que nos veíamos por la Puerta de la Feria y me puse en camino
hacía allí. Cuando nos encontramos se la veía realmente cansada, pero se le iluminó la
cara al verme, creo que a mí me ocurrió lo mismo, nos dimos un discreto beso que estuvo
a punto de no serlo tanto y caminamos por Trascastillo hasta mi casa.
Durante el paseo, me contó las vicisitudes de la mañana en el trabajo y, para satisfacción
mía y de mi ego aún herido, me contó que el dueño del mastín operado había ido a recoger
de la hospitalización al convaleciente animal y pidió hablar con Fernando, por lo que me
dijo Ali para afearle su conducta y decirle que no le parecía correcto la manera en la que
me había tratado el día de la operación.
-“De no ser por Eva, mi Thor estaría muerto”- Ali fingía el tono de voz serio de
aquel hombre- Nos hizo llamar a Fernando y le habló de lo bien que mantuviste la calma,
es un cliente de hace años, es muy influyente, y eso ha hecho que Fernando se quedase
un poco mustio- me lo contaba encantada- Así que a lo mejor esta noche, en su cena, lo
ves algo más humilde que el otro día.
No contesté, pensé que no hacía falta, pero me sentí reconfortada.
Con los ladridos nerviosos y las carreras por el jardín de Runa, entramos en casa
muy acaloradas, era uno de esos días del Julio fogoso zamorano, seco y ardiente que nos
hizo llegar a casa incómodamente sudadas. Entramos en el frescor del vestíbulo y sin
mediar palabra fuimos dejando la ropa tirada allá donde terciaba.
-¡Pero si vas a pelo!- no me había dado cuenta del detalle, tanto para mí como para Ali
era algo natural ir de comando, pero sí que era cierto que en un día normal, cotidiano
nunca me había dejado ver así- ¿Y dices que has estado con Olmo?...
-¡Jaja! Muy graciosa, como si no fuera normal en las dos ir a pelo, y es una costumbre
que tengo siempre con esta falda- debíamos de estar muy excitantes confrontadas, ella en
sujetador y yo con la camiseta a medias de quitar, pero desnuda de cintura para abajo-
Además, si me se tu coñito mejor que el mío.
-Será porque lo miras mucho- aquella sonrisa, más que pícara, lujuriosa, estuvo a punto
llevarme a hacer lo que me pareció que sería una locura maravillosa, pero refrené el
impulso de alargar el brazo, cogerla por la coleta y besarla. Tal vez a ella le pasó algo
parecido, por que adoptó una actitud que trataba de ser indiferente y se dirigió a la cocina
quitándose el sujetador- Vengo muerta de sed- salió de nuevo al vestíbulo con un par de
cervezas- De todos modos, me tienes que contar por qué en especial con esta falda.
Cogí la lata helada que me estaba tendiendo y tras un largo trago, la dejé sobre una mesita
y me fui escaleras arriba quitándome el resto de la poca ropa que aún tenía puesta.
-Luego te lo cuento.
Pasado aquel momento en el que, una vez más, se pudo hasta oír el crepitar de la
electricidad sexual que nos tenía en aquel tira y afloja desde hacía ya varias semanas,
estuvimos algo más cautas la una con la otra, desnudas y remolonas a la sombra del jardín
una vez refrescado con la manguera, tanto el toldo como el suelo, le conté la historia de
la falda sin entrar en los detalles personales del asunto, convertí a Verónica en una simple
amiga con la que ocasionalmente planeaba retos de ese estilo.
Tardamos un poco en comer y continuamos poseídas por el letargo, hablando de lo dura
que había sido aquella semana, de las posibilidades y habilidades que veíamos en aquellos
estudiantes, hasta que se hicieron las seis de la tarde y decidimos que nos teníamos que
movilizar, yo tenía que llevar a Runa a casa de mis padres y teníamos la cena de Fernando
a las nueve de la noche.
-Tengo una idea- Ali había recogido su ropa y estaba vistiéndose de nuevo- Como estarás
sola esta noche en casa que te parece si duermes hoy en mi piso y así volvemos juntas
después de la cena y la fiesta, no sé, tú sola volviendo a casa a las tantas ¿no te da cosa?.
No me lo había planteado antes, mi zona era muy tranquila, pero sí que era cierto que, a
altas horas de la madrugada, aquello efectivamente podría imponer un poco, no sabiendo
muy bien el por qué, pero acepté la oferta de mi amiga, con una mezcla de agradecimiento
y cariño, pasados por el tamiz de la efervescencia que me producía Alicia.
-Te veo en un rato en casa y ya vamos juntas- ya había terminado de vestirse- Y usa tu
llave que para eso la tienes.
-¿Qué llave?
-La que te di de mi piso.
-No me has dado nada.
-¡Coño! A que no te la di al final- miró en su bolso, y sacó un sobrecito con un par de
llaves amarillas dentro- Ya decía yo que me extrañaba que no me hubieses dicho nada,
las tengo hace ya casi dos semanas, sorry, sorry, fustígame.
-Pues, ándate con ojo que tal vez lo haga- y sin dejarle tiempo de dedicarme una réplica
que nos llevase a un nuevo juego del ratón y el gato cachondos, me puse en pie- Espera
que ya me visto, te dejo en casa y me acerco a dejarle la perra a mis padres.
Cuando llegué al portal de Alicia, ya iba vestida con mi vestido negro nuevo, con las
sandalias de taconazo a juego. Llevaba una pequeña bolsa de viaje con algo de muda para
el día siguiente y una incómoda sensación de abandono al haber dejado a Runa con mis
padres, ella ya tenía tan buena empatía con mi padre que, al notar su olor por toda la casa,
tras un raudo reconocimiento se limitó a sentarse con él allá donde este estuviese. Una
vez que salí de allí volví a casa para ducharme y cambiarme y ya estaba por fin allí,
estrenando las llaves que mi amiga me acaba de dar de su casa.
Abrí la puerta de su piso y entré a un pequeño recibidor que daba acceso a una cocinita y
un salón a izquierda y derecha, y de frente a un pasillo con una puerta al fondo, y dos
puertas más a ambos lados. Todas las persianas de la casa estaban bajadas buscando, y
consiguiéndolo, refrescar el ambiente, y tal vez sin pretenderlo logrando al mismo tiempo
un aire intimista perfumado con los aromas a canela y limón, que yo sabía que le gustaban
tanto a Alicia. En las paredes del saloncito había dos grandes fotos en blanco y negro de
ciertas partes del cuerpo de mi amiga que yo conocía tan bien. Sus pies, con los nombres
de sus sobrinas Illa e Iria, a las que tanto quería, era una foto preciosa, muy velada en la
que apenas se distinguía la silueta y los dos nombres. Al otro extremo una foto de sus
manos cubriéndose la cara y los pechos, en la que los contrastes de luz eran una radical
batalla de volúmenes. No hacía falta pensar demasiado para deducir que la autora de
aquellas preciosa imágenes era Carlota, y era realmente buena, sí, muy buena, pensé que
me gustaría ver lo que podría hacer con mi tatuaje.
-¿Ali?, ya estoy aquí.
Oí una puerta abrirse.
-Si estoy en el baño, ya salgo, ven para acá.
Dejé mi bolsa con la ropa sobre el sofá y caminé hacia donde había oído a mi amiga, salió
de la puerta del fondo secándose con una toalla y entró hacía la puerta a la derecha.
-¿Aún estás así?
-Calla, calla que tenemos tiempo.
Fui tras ella y entré en la que debía de ser su habitación, donde me topé con una doble
foto de cuerpo entero de Alicia, y a tamaño natural, en una perfecta pose frontal a la
derecha y trasera en la izquierda, totalmente desnuda y con una potente luz cenital que
destacaba su belleza y sus volúmenes. Me fascinó aquel increíble díptico.
-Preciosas fotos, Ali, preciosas.
-¿A que sí?, a mí me encantan- se volvió para seguirme hablando mientras se ponía un
pequeño tanga- ¡Uff!, y me encanta como vas, estás espectacular, para…comerte ahora
mismo.
-¡Anda ya exagerada!- me sentí realmente satisfecha, mi conjunto había conseguido un
primer resultado excelente, le hice burla- Pues no tenemos tiempo, se nos hace la hora y
tú aún estás en pelotas y yo no sé qué hacer con mi pelo- me lleve la mano a la cabeza y
sacudí mi cabellera ya muy crecida, después de tantos meses desde que me lo corté ya me
caía sobre los hombros en forma de una media melena- Esperaba que me dieses alguna
idea.
Ella me miró con el mismo aire pensativo con el que se plantaba delante de un perrito, en
la clínica, antes de tener una idea clara de lo que terminaría haciendo, no pude retenerme
e hice un gesto de jadeo perruno y las dos explotamos en carcajadas.
-Venga va, que tienes razón, que ya es tarde, enciéndeme un cigarro que ya se lo que te
pienso hacer- cogió el pitillo que le pasé ya encendido- Tienes un cuello precioso y hay
que lucirlo, además a pesar del morenito que has cogido sigues siendo muy blanquita y
con los dos escotes de ese vestido y enseñando tanta pierna, necesitas lucir cuello.
En un momento me hizo un recogido, no sin algo de esfuerzo, dada la finura de mi pelo
tan liso que costaba mantener quieto, pero nada que una buena dosis de horquillas y algo
de laca no pudiesen refrenar. Me vi perfecta, realmente era lo que me faltaba para
completar una imagen ideal para aquella cena. Me miraba al espejo, mientras Ali
terminaba de vestirse en su habitación, aún estaba dudando si maquillarme, en casa me
había parecido que con el color que mi primer verano de persona normal había ido
dejando en mi piel, era suficiente, pero ahora me entraron dudas, al final decidí darme
algo de color en los labios, un rojo que lo único que hacía era encender un poco el carmesí
normal de mi boca y algo de sombra para destacar el poco habitual color marfil de mis
ojos.
Al terminar me giré y en ese momento fui yo la sorprendida. Allí estaba Alicia dentro en
un vestido rojo con puntitos blancos, ceñido a su busto como un corpiño, marcando su
silueta comprimía y elevaba sus senos, que se asomaban a un escote cuadrado, mientras
la falda que se abría en una forma acampanada bajaba hasta unos dedos por encima de las
rodillas. Los zapatos rojos a juego, de taconazo y abiertos en la puntera con un poquito
de plataforma, eran unos perfectos peep-toes. En contra de lo habitual en ella, llevaba la
melena rubia suelta en ligeras ondulaciones hasta media espalda, con un pañuelo rojo, un
tanto rockabilly, atado a modo de diadema. Ya se había maquillado, limitándose a poner
un fulgurante rojo idéntico al del vestido, el pañuelo y los zapatos sobre los labios, y una
ensanchada hacia fuera, raya del ojo, que con algo de rimel negro completaba una perfecta
y estimulante estética pin-up. Viéndola así, me di cuenta de que nunca antes nos habíamos
visto arregladas, o al menos tanto, y aquel estilo me gustaba, me gustaba mucho.
-Ahora es a mí a la que no me importaría comerte, y ya mismo- no me importó ser tan
clara, pero era verdad, la habría desnudado allí mismo, ignorando la obligación que
teníamos de acudir a aquella cena- Estas impresionante, dejas sin habla.
Con una coquetería realmente deliciosa, muy en la línea de estilo para aquella noche, se
contoneo girando sobre sí misma, y me regaló un candente “Gracias”, pero no todo aquel
fuego se quedó suspendido en aire en el pasillo del piso de Ali, parte se vino con nosotras,
sin hablar, ni casi mirarnos mientras salíamos e iniciábamos el paseo hasta el restaurante,
yo supe que aquello nos provocaba una primera embriaguez mayor que la de un inicio de
borrachera.
Sin haberlo buscado, hicimos una gran entrada en el restaurante. Ya estaban todos. En
nuestra defensa tengo que decir que llegamos cinco minutos antes de la hora fijada, y que
el aparente retraso, al final, vino dado por las limitaciones de caminar tan arregladas y
con aquellos taconazos, más que por el tiempo que nos entretuvo en casa de Ali con
nuestros nada ingenuos juegos de seducción.
-Aquí están las dos princesas que faltaban- Fernando se nos acercó encantado con los
brazos abiertos- Parecéis estrellas de Hollywood, gracias por el detalle- se me acercó un
poco al oído- Y te lo agradezco en especial a ti, veo que te has informado sobre importante
que es para mí la cena de mi onomástica.
Las dos le felicitamos y entramos a la sala, efectivamente era un hombre muy egocéntrico,
yo había puesto un tanto en duda aquella vena megalómana de mi jefe cuando me lo
habían comentado el resto de mis compañeros un par de semanas antes, pero aquello hasta
les llevaba un tanto la contraria dejando en poca cosa lo que ellos me habían referido y
yo me había imaginado. Previa a la cena había organizado una especie de recepción con
un camarero ofreciendo bebidas y otro con aperitivos en sendas bandejas.
Fernando me presentó a Julia, su mujer, que me saludó satisfecha de conocerme al fin, o
al menos eso fue lo que me dijo, me pareció una mujer agradable y muy sencilla. Algo
más frío fue el saludo de Alberto y Carmen, los padres de Rubén, y sin duda la palma del
recelo dibujado en los ojos, fue para de Beatriz, la novia del propio Rubén, una chica de
belleza fría y desdén pintado en una mueca bajo la nariz, una vez que me separé de ellos
dos, dejó que yo escuchase como le siseaba a su chico algo así como “no sé, pero no me
gusta esa chica”, a lo que él reaccionó con quedo “contrólate y por favor demuéstrale algo
de respeto, gracias a ella se ha salvado la clínica”, pero ella le miró tajante. “tú hazme
caso, es demasiado perfecta para ser buena”.
Pensando que aquella niñata arribista y desconfiada no me iba a fastidiar la noche y sin
esperar para ver como el bueno de Rubén le hacía callar de una vez por todas, me aparté
de ellos y cogí una copita de vino blanco de Toro, que me ofrecieron Ana y Juan. Se lo
agradecí con una sonrisa y les felicité por el trabajo de aquella semana de locos. Una vez
que me vi libre y de nuevo junto a Ali, miré a mi alrededor, todos estaban muy elegantes,
pero sin duda la más sorprendente era Adela, nuestra recepcionista, irreconocible un poco
maquillada y con un estilo de ropa diferente de los ajados tejanos y ropa deportiva que
componían su habitual indumentaria diaria. Tanto ella como Álvaro me presentaron a sus
respectivas parejas, Alfredo el marido de ella y Jorge el novio de él, ambos, en estilos
radicalmente diferentes, me parecieron encantadores y con una muy agradable
conversación, y sin el más mínimo atisbo de los molestos recelos que noté en la familia
del sobrino de mi jefe.
Terminado aquel refrigerio, el dueño del restaurante, a la sazón, amigo personal del
propio Fernando nos indicó el camino hacia la sala en la que cenaríamos donde nos
esperaba una gran mesa redonda. La cena consistió en una casi interminable sucesión de
platos más atractivos por su presentación que por su variedad de sabores, en cierto modo
aquello era una especie de querer y no poder, escasos en cantidad con mínimas porciones
que se sentían solitarias en el centro de gigantescos platos, sin ser una mujer
especialmente comedora, aquella noche habría vendido mi reino a cambio de un buen
plato de habones sanabreses o un chuletón de de ternera sayaguesa, me pareció que era
un suicidio vivir de espaldas a la materia prima local, nuestra materia prima, para ofrecer
una supuesta cocina imaginativa con nombres rimbombantes que te dejaba el ojo mucho
más lleno que el estómago y sin duda mucho más que la cartera, afortunadamente ese era
un trance en el que no nos tendríamos a que ver ya que era el propio Fernando quien
invitaba.
Me senté junto a Alicia y a Rubén, por lo que al tener este a su novia al lado no pude
evitar tener que ver como a la insulta comida se unía la manipuladora conversación y
miradas envenenadas de esta. Al sentarnos, lógicamente, el bajo de mi vestido se subió
ligeramente y mostró la parte más visible de mi tatuaje, la tal Beatriz se negó a disimular
una evidente reacción adversa, dando un codazo al bueno de Rubén y apresurándose a
cuchichearle algo al oído, sin poder saber qué era lo que decía y únicamente captando la
palabra “viciosa”, me mentalicé de que aquella sería una cena muy larga.
Con el postre llegaron al unísono el final de aquella en ocasiones incómoda cena y el
momento de hacerle entrega a nuestro jefe del regalo que le habíamos comprado entre
todos. Si yo ya sabía de la extravagancia de Fernando en ese momento comprobé que
aquel hombre al que había vencido en nuestra primera negociación para fijar mi sueldo y
horarios, cediendo en el hecho de ser una especie de mascota a la cual lucir cuando llegase
el momento, era un tipo que por momentos podía rayar con el histrionismo. Pasaba de la
comedia coral más puramente española, a la emotiva exageración de un vulgar padrino
de una comedia de mafiosos. Le habíamos comprado una edición de lujo de un tratado a
todo color y mejor calidad sobre Las Tablas de Arcenillas, al parecer era un amante
compulsivo de la historia y el arte de nuestra provincia, y casi rompió en lágrimas. Sí,
aquello lo tendría que haber visto Billy Cristal como añadido a su “Terapia peligrosa”.
-Gracias, gracias- nos miraba embargado por la emoción- ¡Que maravilloso grupo
humano he juntado!- la perspectiva de un posible discurso de aquel hombre me pareció
que podría ser excesiva, no creí que lo hiciese- Sois todos maravillosos- tanto
agradecimiento ya me estaba incomodando, hastiada cono estaba ya de la víbora de su
sobrina política- No me lo neguéis, pero es verdad, no puedo por menos que aprovechar
la situación para deciros unas palabras- efectivamente habría discurso- Un año más
estamos todos reunidos en torno a esta mesa para celebrar mi cumpleaños, y ya de paso
festejar una fantástica cena de empresa, bueno, en realidad una cena de familia, ya que
también están mi hermana y mi cuñado, y por supuesto y mi querida “sobrina” Beatriz,
gracias de nuevo a todos- hizo una parada y nos miró a todos claramente emocionado,
para terminar posando la mirada sobre mí, de no haber sido por los años de trabajo y cenas
pseudo-político-empresariales de mi otra vida, me habría iluminado como los farolillos
rojos de un restaurante chino- En especial, quiero agradecerte a ti, Eva- Beatriz se crispó
de tal modo que se le escapó un tenso chasquido de la boca seguido de un ahogado quejido
por un pisotón de Rubén, algo me dijo que ese encantador chico esa noche no mojaba-
Que tuvieses la deferencia de aceptar mi oferta de trabajo- en realidad, no era así, yo había
encontrado un anuncio y me había puesto en contacto con él, pero en fin- No sé
exactamente cuáles han sido las causas que te hicieron dejar una impresionante carrera de
éxitos, pero no me importa, eso es cosa tuya, y para mí, para nosotros una gran suerte, un
gran acierto- tomó un poco de aliento- Gracias a tu trabajo, puedo decir que este negocio,
que poco a poco iré dejando en manos de mi querido sobrino Rubén, ha vuelto a ser un
negocio con mucho, mucho futuro. Así que brindo por ti Eva Zamorano Martín y por tu
trabajo- levantó una copa de espumoso que los camareros acababan de servir mientras él
nos dedicaba el discurso, y yo entonces sí que me convertí en un verdadero farolillo rojo
ya no de un restaurante chino, sino de cualquier película de Bruce Lee o sus múltiples
imitadores, de las aquellas con las que mi padre me torturaba en el viejo VHS cuando era
niña. Todos le imitaron, incluido el sector crítico de la mesa, con menos convicción, e
incluso con cierta sufrida desgana, y yo lo agradecí poniéndome en pie y correspondiendo
levantado igualmente mi copa, estaba muy bueno aquel cava- Creo que te imaginas que
cuando te contraté me lo planteaba como algo temporal, pero quiero que sepas que, al
menos en lo que a mí respecta, puedes estar en esta familia mientras quieras…
Dejó aquellas últimas palabras en el aire, como si quisiese destacar algo que por entonces
no supe entender. Todos aplaudieron, en realidad todos no, Beatriz, se hizo torpemente la
distraída y la madre de Rubén pareció estar de acuerdo con ella. Me divirtió saber que
tenía, al menos, dos enemigas en aquella mesa.
Julia, habló al oído de su marido algo y él asintiendo volvió a incorporarse.
-Es cierto, se me pasaba y no está bien por mi parte, debo de pedirte disculpas Eva, por
el trato que te dediqué el otro día con la famosa torsión, al ser tan rápida salvaste la vida
de aquel animal y yo te correspondí desautorizándote. De modo que perdóname.
Acepté aquellas disculpas como merecidas con un asentimiento y una sonrisa, y consideré
aquello un gran detalle de aquel hombre, que a pesar de sus rarezas cada vez me caía
mejor. El buen sabor de boca de su acción, se amargó un poco al ver que mis dos nuevas
detractoras, ya no se molestaban por ocultar el claro malestar que les generaba el
reconocimiento expresado hacía mí, de un modo u otro por todos. No tenía ni la más
mínima idea de cuáles eran las causas de su recelosa actitud, es cierto que ellas no podían
tener la más mínima idea de cuales eran mis planes de vida en esos momentos, ni yo
misma lo sabía, pero una cosa estaba clara bajo ningún concepto se me ocurriría ni
plantearme amenazar la herencia de Rubén, si era eso estaban enfermas. También cabía
la posibilidad de que les intimidase, en especial a Beatriz, la presencia de una mujer
guapa, sin complejos y con una historia de éxito en su vida anterior con la que había
cortado radicalmente y de la que ni daba explicaciones ni le apetecía hablar.
Fuera como fuese, su aire dolido dio lugar a que la velada se acortase más de lo que le
habría gustado o tenía pensado el verdadero homenajeado. Tomamos una copa aún con
buen ambiente brindando por Fernando y nos despedimos en torno a las doce de la noche.
Al vernos en la calle antes de lo esperado, Ali y yo decidimos irnos a tomar, como poco,
otra copa con Álvaro y su chico y nos sentamos en una terraza en frente a la estatua de
Viriato. La noche era increíblemente fragante, con una cálida brisa que agitaba mi vestido
refrescando mi piel, afortunadamente no fue lo suficiente como para erizarme los
pezones, de haber sido así, habríamos terminado de captar las pocas miradas que aún no
se habían girado hacia nosotros, en muchas de las caras de nuestros vecinos de mesa. En
aquellos ojos se leía fácilmente una cuestión de la cual nos dimos cuenta los cuatro sin
poder evitar cierta dosis de risas cómplices. Aquella gente parecía tratar de entender qué
era lo que hacían dos mujeres de cuerpo y ropas llamativos, como nosotras, con una pareja
gay, cosa que en mi cabeza se tornó aún más graciosa si supiesen además mi condición
de bisexual, así como la casi total de certeza de que mi amiga lo era igualmente, pero
tampoco pensé más en ello.
Comentamos lo relativamente agradable que había sido la cena, así como las
extemporáneas salidas de tono de la novia de Rubén, y todos estuvimos de acuerdo, para
mi satisfacción, en lo oportuno de las disculpas de Fernando.
Nos sirvieron nuestras bebidas, y nos olvidamos de los temas referentes de la cena, y casi
sin quererlo fuimos entrando en parcelas personales, cosas que, por otra parte, ni había
tiempo, ni era procedente hablar en el trabajo. A parte, evidentemente, de mi amistad con
Ali, mi trato con Álvaro era fantástico, era un chico encantador, trabajador y servicial,
muy atento, y una persona a la que sabía que también, con ahondar un poquito el trato
fuera del trabajo, podría llegar a considerar un buen amigo. Era una maravilla verlos a los
dos, él y su chico, tan claramente enamorados, sin hacer alarde de ello, en ese sentido me
recordaban a mis vecinos de chalet en Madrid, Germán y Carla, sin hablar, con una mirada
se entendían, y eso daba mucha envidia. De repente, y tal vez, al menos eso pensaba yo,
sin venir a cuento, el propio Álvaro soltó a bocajarro y sin anestesia una pregunta que
tanto a Alicia como a mí nos dio de lleno en toda la línea de flotación, y tanto más aún,
estando como estábamos ya embriagadas por el alcohol de aquella noche tranquila.
-Bueno, y vosotras ¿a qué estáis esperando para contarnos lo que hay entre las dos?
Pasmadas, sí, pasmadas nos quedamos las dos ante aquella pregunta de Álvaro que
afirmaba tantas cosas. Agradecí la penumbra de la noche bajo las ramas de los plataneros
cargados de hojas y de pajarillos que trataban de dormir, gracias a aquella semi-oscuridad
oculté una más que segura rojez en mis mejillas, tan candente como no recordaba haber
sufrido jamás en mi vida, y solo con ver la manera con la que se movió mi amiga, junto
a mí, en su silla deduje que a ella le pasaba otro tanto de lo mismo.
-No sé a qué te refieres- fui yo la que rompió la incomodidad de aquel silencio, y lo hice
tirando de método y escuela, para que no se notase que me sentí descubierta- Creo que es
evidente que somos buenas amigas, no sé a qué te refieres.
Ali, dijo algo parecido, y me di cuenta de que ninguna de las dos habíamos resultado en
absoluto convincentes. Siempre fui muy discreta con mis, digamos, relaciones, jamás me
he ocultado, pero dada mi condición sexual doble, amén de mi promiscuidad y virginidad,
así como el consejo que en su día me dio mi primera jefa, María Luisa, lo que en todo
momento me he planteado es que no tengo motivo para ir demostrando cuales son las
cosas que me hacen irme a la cama ni con quién, cuáles son mis intimidades. Tal vez si
hubiese eliminado en su debido momento, lo que para mí era la mancha de una virginidad
aún existente, habría visto esas cosas de un modo distinto.
-Venga chicas, que salta a la vista que entre las dos hay algo- Álvaro insistía divertido-
No digo que eso os influya en el trabajo, en ese sentido sois modélicas, pero se ve que
claramente que hay algo, sois dos impresionantes “femme” y me juego la mano a que hay
algo entre las dos.
-Pues la perdías compañero- Ali ya sonaba realmente convincente, por otro lado, era
cierto que no había nada, aunque eso no quitase para que sí que podría haberlo- Eva díselo
tú- me miró intensamente y al momento se volvió hacia él- Mariquita chismoso.
-Os aceptaré pulpo como animal de compañía- Álvaro parecía estar complacido con la
situación- Pero no me lo podéis negar, se lo que veo.
Me llevé el vaso a los labios a la vez que me daba cuenta de que seguramente si aquello
era tan evidente, el resto de gente que había en la terraza, sin duda era eso lo que se habían
planteado, para ellos éramos dos parejas homosexuales compartiendo una noche de
verano, y la verdad es que me dio lo mismo, incluso me reí para mis adentros con la idea.
-Bueno mi vida- me volví hacía Alicia con una sonrisa malvada en la boca y con el tono
un poco más alto- Creo que esta noche nos tenemos que divertir.
-Eso está hecho, cielo.
Mientras nuestros acompañantes se reían por lo bajo, me planteé si no había algo de
verdad en nuestra farsa, al menos por mi parte no habría problema.
Pasado el rato, las copas y la charla, nos levantamos de aquella mesa continuando con las
descaradas provocaciones mutuas entre mi amiga y yo y nos alejamos muy juntas, casi
abrazadas seguidas de nuestra pareja de amigos gays, que, un poco más rezagados,
observaban la burla que dedicábamos a aquellos de los clientes de la terraza, que habían
estado más atentos de las dos extrañas parejas que de ellos mismos. Un poco más adelante,
y claramente achispadas, nos despedimos de Álvaro y Jorge, quien ya parecía acusar en
su redondeado rostro los efectos del alcohol y el sueño. Ellos, se marcharon a descansar,
o al menos esa fue la declaración que hicieron, y nosotras decidimos seguir la noche, tanto
Ali como yo nos sentíamos pletóricas, llenas de una euforia chisposa que pedía acción y
guerra.
Así que, con esa alegría en nuestros cuerpos lozanos, entramos en un local ruidoso,
ignorando la casi obligada terracita propia de las fechas estivales. Dentro el ritmo de la
música en los atronadores bafles nos hizo hervir aún más las ansias de diversión.
Avanzando con dificultad nos acercamos a la barra y pedimos nuestras bebidas. A
ninguna de las dos se nos pasó por alto que en aquel gentío, nuestra llegada, tan
arregladas, hizo girar un par o tres de cabezas, así como tampoco nosotras pasamos por
alto, la presencia de más de un cuerpo realmente apetitoso, pero por lo que fuera, ninguna
de las dos hicimos ademán de acercarnos, muy al contrario, nos centramos en mirarnos la
una a la otra y fue entonces cuando supe que aquella podía ser la noche que cambiase las
cosas entre nosotras dos, fuese lo que fuese si surgía no me negaría a ello.
Ver a Alicia, con aquel vestido tan ceñido, que marcaba sin ningún tipo de posibilidad de
error, parte de una anatomía que para esas alturas de verano yo conocía ya tan bien, aquel
escote apetitoso que comprimía y forzaba a asomar por encima de su balaustrada aquellos
voluptuosos pechos, que al estar tan juntos tentaban mi apetito, y aquella mirada azul
clavada en los marfileños con los que yo la miraba. Aquellos ojos tan azules, bailaban
desplazándose de los míos, a mi boca y de allí a la profunda apertura de frontal de mi
vestido. Todo era tan excitante y tan sensual, el adormecimiento de la bebida, era el
adecuado para mantenernos centradas la una en la otra sin que el tumulto en el que
estábamos inmersas nos molestase. Por más que lo trato de recordar no consigo saber
sobre que estábamos hablando, tan pegadas, con la voz tan susurrante calentando, con
nuestro aliento, nuestros mutuos oídos y algo más, y algo más abajo, cuando se nos acercó
un tío, uno de los que sabíamos que nos había lanzado la mirada al entrar allí. Era un tipo
de nuestra edad, tal vez más de la de Ali que de la mía, que parecía conocer, aunque fuese
de vista a mi amiga.
-Hola chicas.
Le miramos con desgana, pero él no se arredró.
-¿Os podría invitar a una copa?
-Ya tenemos una.
-Bueno pues a otra, si os parece.
-Eres muy amable, pero hoy estamos de celebración.
Le hablábamos, las dos, alternándonos, usando un tono de ingenuas niñas que encubren
el alma de una viciosa arpía, que, a pesar de los decibelios del ambiente, no se le escapaba
a él, aun así, persistió en su intento de acercamiento hacia nosotras.
-Sí, ya lo veo- nos miró los vestidos- No hay duda de que hay lo estáis, y por eso me he
preguntado si aceptaríais un miembro más en la fiesta.
-Uff, creo que eso no podrá ser.
-Tal vez si me dejáis invitaros a una copa os lo podréis replantear- Creo que las dos nos
planteamos lo mismo y al mismo tiempo, estaría bien divertirnos un poco y luego
librarnos de él, pero no era la noche, era mejor tratar de espantarlo lo antes posible.
Mirándole nos juntamos, buscando el contacto la una de la otra, pasé la mano por la
cintura de Alicia de manera que él lo viese- Además tú y yo nos conocemos de hace años-
confirmó mi impresión de que la conocía- Un par de cursos en el instituto.
Y puso una cara de cachorrito que casi nos convence.
-Sí, creo que me suenas- admitió Ali- Te sentabas detrás de mí en alguna asignatura que
se juntaba tu curso con el mío, pero hoy estamos de celebración privada, tal vez otro día,
me alegro de verte.
-Además, como te hemos dicho en esta fiesta hoy no cabe ningún miembro…externo.
¡Buum!, me salió sin pensarlo, pero surtió su efecto.
Con un más que digno aire de derrota, nos saludó de nuevo y se marchó por donde había
venido, con un algo de confusión plasmado en su cara.
Nosotras, al marcharse nos separamos un poco, pero seguimos nuestra conversación
siseante un poco más hasta que ella se tuvo que marchar al servicio. Para cuando regresó
junto a mi yo ya había pedido otra consumición y Alicia venía claramente contrariada,
sin aquel pañuelo “roqueta” que había usado de diadema y que había completado esa
excitante estética de “pinup”.
-Me cago en la puta, tenía el pañuelo un poco suelto y se me ha caído al suelo, todo lleno
de meados- gruñó a mi oído- Así que ahí se ha quedado, que putada, lo tengo hace, ni se
los años- Traté de consolarla y le ofrecí su nuevo cubata, poco a poco no pudo hacer otra
cosa que verlo con cierta ironía- Bueno en cierto modo es un buen funeral para ese
pañuelo, lo usaba un tío con el que estuve para ponerse “paquete” y un día se lo pedí y
me lo dio- soltó una sonora carcajada- De sus calzoncillos a los meados de un bar, pasando
por mi cabeza de viciosa- volvió a reír, esta vez de un modo menos estruendoso- Por
cierto, ¿cómo es posible que las tías sean capaces de mear fuera de la taza de esa manera?
¡coño que no somos tíos!.
Ahora reímos las dos, y mientras reíamos, la melena se le echaba sobre la cara y se le
pegaba a las mejillas sudadas por el calor del local. Yo le cogí la barbilla y le aparté el
pelo de la cara, lo hice en varias ocasiones, pero aquella larguísima melena no paraba de
caerse sobre la cara de su dueña. Ella estaba acostumbrada a llevarla recogida en su
habitual cola de caballo con el largo flequillo sujeto hacia atrás con un par de horquillas
simulando en ocasiones un pequeño tupé. Yo le ayudaba a apártaselo de la cara y ella
daba pequeños soplidos con resultados inútiles, dijo algo de una película de Campanilla
que había vistos con sus sobrinas, que yo no entendí totalmente ajena al mundo infantil.
Ante la desesperación de ambas, y con todo mi autocontrol anulado definitivamente por
la desinhibidora acción de lo ya bebido, la interrumpí e hice una de las cosas más locas y
al mismo tiempo más excitantes que había hecho hasta entonces; en un espacio público
en mi vida. Aprovechando la semipenumbra de nuestro rincón al final de la barra, oteé en
torno y tras asegurarme de que en ese momento nadie nos estaba mirando, me agaché un
poco y me levanté la falda por la parte de atrás, me palpé el culo el busca de la goma de
mi tanga y tiré hacia debajo de ella, levanté primero una pierna, después la otra y volví a
mirar a mi amiga Alicia, que parecía totalmente descolocada, por vez primera desde que
nos conocíamos, visiblemente sorprendida parecía haberse quedado sin habla. Con mucho
cuidado y cierto mimo, con planeada parsimonia, le recogí los cabellos dorados con las
manos, las dos frente a frente, casi nariz con nariz, saboreando su aliento entrecortado
con aroma a ginebra. Una vez que le había rehecho una coleta alta y espesa, se la sujeté
con el tanga que me acababa de quitar. Lo había hecho todo muy decidida y sin pararme
a pensar mucho en ello, pero una vez hecho, me sentí muy abierta, más que húmeda,
acuosa, realmente agitada.
-Estas locas, pero muy loca.
-No sé por qué- le quité importancia con aire despreocupado- Se te estaba echando el pelo
en la cara.
-Estas muy loca, pero me ha encantado- se me acercó aún más- Eso sí, no sé si es lo más
bonito que han hecho por mí en mi vida, o lo más excitante, aún no lo sé.
Se acabó, ya estaba la puerta abierta, y de par en par, la había tirado a patadas y las dos
estábamos en aquel umbral mirándonos frente a frente. Me acerqué a ella y le di un rápido
lametazo en los labios.
-Ali, no sé si es bonito lo que he hecho, pero te aseguro que yo estoy muy satisfecha de
haberlo hecho.
Me quedé a la espera de una reacción de ella, la que fuese, buena o mala, pero una
reacción, y lo hizo, claro que lo hizo, dejó que su mano derecha se deslizase bajo mi falda
y con unos dedos expertos presionó mi clítoris y recogió parte de los mucosos fluidos que
emanaban de mi cuerpo, no pude sujetar un espasmo. Volvió a sacar la mano y se lamió
los dedos.
-Lo sabes muy bien, y ya nos tenemos que dejar de juegos, quiero más.
Ya no había hueco para más cartuchos de fogueo, por fin usábamos fuego real, había
llegado el momento y las dos estábamos dispuestas, nos metimos de un golpe las copas
casi recién servidas y nos dispusimos a salir del local.
Ya casi en la puerta, nos cortó el paso un tío realmente atractivo y visiblemente borracho.
-Perdonad que os aborde de este modo- a pesar la melopea que llevaba encima era muy
educado- Pero mi amigo y yo- Señaló a un rincón en el que se sujetaba a duras penas otro
tipo del mismo nivel de atractivo- Estaríamos encantados de invitar, a las chicas más
guapas de este antro, a una copa.
Alicia y yo nos miramos entre contrariadas y divertidas, por la interrupción de aquel
tambaleante galán.
-Creo que hoy no podrá ser, pero agradecemos tu amabilidad.
-Si no os importa podría saber la causa.
-Digamos que estamos de fiesta privada.
Él suspiró con expresión de lamento silencioso.
-Viendo lo arregladas que vais, como poco os habéis escapado de una boda.
-Sí, has dado en el blanco- me acerqué a su oído para que me pudiese oír bien- Es la
nuestra y nos vamos en busca de la luna de miel.
Dejándolo con dos palmos de narices y una descarada excitación en la mirada de beodo,
salimos de aquel bar cogidas por la cintura. Sin duda, con lo bien que estaban aquellos
dos tíos y lo educado que nos resultó el que nos abordó, en otro momento nos habríamos
quedado a la espera de lo que pudiese surgir, pero esa noche no.
Puede resultar un recurso literario, pero al menos es así el modo en que lo recuerdo, en
mi mente se hizo una elipsis cinematográfica con un barrido vertical y de pronto me vi en
el piso de Alicia, en su dormitorio, a su espalda, mirando su precioso cuello, largo y
delgado, libre de la melena rubia, que un rato antes yo misma le había recogido en una de
sus colas de caballo con mi minúsculo tanga. La sola idea de que ese pequeñísimo trozo
de tela que había estada en contacto con lo más íntimo de mi cuerpo, ahora estuviese
sosteniendo su melena para que yo me deleitase en la forma de su nuca, me enervaba de
un modo feroz, que me hizo sentir realmente viva.
Yo ya estaba desnuda, me había dejado caer el vestido negro, y estaba bajando la
cremallera el suyo en el costado derecho, quitando aquel botón que unía los dos tirantes
sobre aquella nuca que tanto me acababa de excitar. Una vez suelto aquel pequeño botón,
ella dejó caer la parte del escote hacia delante y se cogió los pechos, con ambas manos,
mientras buscaba mi cuerpo con su culo aún cubierto por la falda. El contacto del tejido
sobre mi pubis recién depilado y recortado como era habitual en mí con un perfecto
triángulo de vello negro, me hizo odiar aquella tela roja con lunares, y sin más miramiento
le seguí bajando la cremallera y me paré a ver el modo en que caía y me mostraba la
redondez de aquellas nalgas, entonces y sin pensar más, alargué los brazos y siendo yo
ahora la que se adueñaba de sus tetas, pegué su piel dorada contra la mía, blanca aún a
pesar de las horas de sol en la piscina. Su culo, ahora sí, directamente sobre mi coño y su
espalda aplastando mi busto voluminoso, le mordí el cuello, y deslicé la lengua
lentamente hasta su oreja, donde exhalé mi aliento y mordí el lóbulo. Dejé que la punta
de mi lengua juguetease por su pabellón. Ali gimió, gimió y se contrajo. La giré y por fin
cara a cara, nos dimos cuenta, a pesar de nuestro estado alcohólico, de la realidad de lo
que estaba pasando, de lo que estábamos empezando, de lo que íbamos a hacer. Nos
besamos, como dos posesas, locas de lujuria, no lo habíamos hablado, pero tenía la plena
seguridad de que era lo que queríamos hacer y de que a diferencia de lo que me pasó
tiempo atrás con Juanjo, en esta ocasión, amaneciese como amaneciese el día, la amistad
no se resentiría.
Alicia, besaba del mismo modo que se llevaba en todo en su la vida, una pasión desatada,
como si cada beso fuese el último que iba a dar, no a mí, sino a la existencia, como si el
aliento se le fuese a ir de un momento a otro y con él la subsistencia, y con toda esa pasión,
un poso permanente de sensualidad que me desbordaba. Su lengua, suave y viva entraba
y salía en mi boca, acariciaba la mía y me llegaba casi hasta el fondo de la garganta,
mientras dos pares de enormes pechos se entregaban a una refriega tan excitante como
anhelada. La agarré por la coleta y tiré de ella hacia atrás, le lamí la garganta y tras mirarla
con la mente del vampiro a Mina Harcker le mordí, ella suspiró dejándose caer sobre el
borde de la cama. Ahora su cara quedaba a la altura de mi pubis, me cogió por las caderas
y poco a poco fue deslizando las manos hacia atrás, hasta juntarlas en la unión de mis
nalgas y hundir sus dedos en ella. La proximidad de aquellos dedos, finos y juguetones,
rozando de arriba a abajo mi ansioso ano y el sensible periné, empapado desde hacía ya
largo rato recogiendo el hilo deslizante de mis fluidos y sin un tanga que contuviese
aquellos flujos, estuvo a punto de hacerme tambalear. Abrí las piernas y casi como si lo
hubiésemos ensayado previamente, al mismo tiempo ella se deslizó hasta el suelo,
colocando su boca abierta directamente sobre la plenitud de mi coño. Sentí escalofríos y
me tambaleé de nuevo, hacía tanto tiempo que no tenía otro cuerpo prendido de mi sexo
que pensé que tendría que pedir clemencia, pensé que iba a perder el sentido, pensé que
perdería el juicio y con ello la noción del tiempo y el espacio. Lo que sus besos me habían
preludiado con aquella lengua firme e inquieta, se hizo realidad entrando y saliendo de
mi ser por la abertura de mi entrepierna, me acariciaba a mí misma, me pellizcaba los
pezones, me llevaba las tetas a la boca. En un momento especialmente excitante me sentí
desbordada, tanto que me agarré a la cabeza de Ali, y la empujé aún más contra mi chocho,
contra el clítoris engrosado, ella, lejos de negarse a la obligación de mis gestos, se mostró
aún más encendida y me prodigó una serie de mordisquitos que aún lo inflamaron más, y
lo noté, el brotar incontenible, de un orgasmos feroz, ansioso, chapoteante, el orgasmo
que me merecía desde hacía mucho tiempo, apreté el culo y saqué la cadera hacia delante,
cerré los ojos, pero los abrí al instante, necesitaba ver mi corrida saliendo de mí y
derramándose sobre la belleza de mi amiga, y ahora amante. Si ya estaba realmente
embravecida, lo que vi lo hizo aún más, y con mayor fulgor, Ali, aún tenía los labios sobre
los de mi sexo, aun propiciándome lameduras extasiadas, pero ante la fuerza del chorro
de mi orgasmo se echó hacia atrás con la boca abierta mirándome, al tiempo que con la
mano derecha me propinaba un violento masaje, casi azotes sobre la capucha replegada
del clítoris, mientras la izquierda se me clavaba en la raja del culo con su dedo corazón
entrando por el ano, que por efecto del fulgor del momento se abrió a la espera de su
merecido. No pude sostenerme más y me dejé caer hasta el suelo, frente a ella, estaba
empapada, y con el maquillaje corrido y sin embargo la vi arrebatadora y excitante,
preciosa.
Nos besamos una vez más, noté mi sabor en sus labios, en su cara y en su cuello al lamerla.
Había sido el primer asalto, pero aún había noche por delante, mucha noche.
Ondulando su cuerpo se fue incorporando lentamente hasta tumbarse sobre la cama, con
el culo al mismo borde y con las piernas abiertas, el pequeño tanga se le metía en la
hendidura del coño. Me adelanté hasta ella, colocándome de rodillas frente a aquel coñito
con el que había soñado en más de una ocasión. Me seguí adelantando hasta poner la cara
entre sus piernas y sin avisar la mordí, ella dio un respingo de gozo, y yo azuzada por ese
saltito, repetí la acción, una, dos, tres veces más, con el cuarto noté deslizarse un flujo
salado y vi como aquella hermosa abertura se desplegaba, rosada y carnosa. Como el
tejido de su exigua ropa interior me estorbaba a la visión, la empecé a retirar con los
dientes y después ayudada de las manos. Una vez libre de ella, Ali, abrió aún más las
piernas y con ellas se abrió aún más y más la boca de su entrepierna. Hacía mucho tiempo
que no comía un coño, pero es de esas cosas que una no olvida, y aquel era uno de esos
coños, que cuanto más lo comes más y más quieres seguir haciéndolo, tenía unos labios
externos ligeramente engrosados, mientras que los internos eran suaves y jugosos, sus
fluidos salados cada vez brotaban más. Me volví loca, ciega de lujuriosos deseos, le
correspondí con una exploración con las dos manos por debajo de su culo, entre su piel y
las sábanas, igual que había hecho ella con el mío, me aventuré en busca su otro orificio,
y me deleitó constatar que aquel también reaccionaba al contacto de mis dedos, cada vez
estaba más pletórica. Agarrando los dos cachetes del culo con fuerza le indiqué que quería
que echase las piernas hacia atrás de modo que no solo tuviese a mi merced aquella zona
a la que estaba dedicando casi toda mi pasión, en forma de succiones y lametazos, sino
que también se me ofrecía el culo en toda su plenitud, todo él, toda su redondez y en el
centro aquel orificio que sabiendo que recibiría parte de mis atenciones se contraía, de
haber tenido un arnés con una polla muy posiblemente le habría dedicado una férrea
embestida, desde que la vi a hurtadillas follando con su primo esa era una idea que me
asaltaba ocasionalmente, pero ya llegaría el momento. Aun así, posé la punta de la lengua
sobre aquel palpitante ano y presioné, mientras mantenía mi dedo corazón presionando el
capuchón de si clítoris, su efervescencia iba en aumento, y entre ella y mi presión, parte
de mi lengua entró en su cuerpo. Hice que mi masaje vaginal fuese a más, ella respiraba
entrecortada, tensando el abdomen y las piernas, que volvieron de nuevo a estar sobre la
cama muy abiertas. Ahora era mi dedo el que estaba entrando por su ano, y mi lengua la
que había vuelto a su dedicación en el ya bestialmente dilatado y encharcado chocho de
Alicia.
-¡Sigue!- gemía siseante entre espasmos y susurros- Sigue que me corro.
Me cogió la cabeza y presionó contra su cuerpo, abierto para mí, y se corrió, con idénticos
espasmos a los que acaba de tener yo un rato antes. La fuerza de su orgasmo, fue enorme,
casi pareció que se le prolapsaría parte de la vagina. A pesar de mi sorpresa inicial por
ello, me puse a cuatro patas sobre la cama, para recibir su chorreante éxtasis, mientras yo,
cada vez más enervada me masturbaba buscando y obteniendo casi de inmediato un mini-
orgasmo bendecido por Clitenestra.
Ali, pareció quedarse rendida tras la explosión de su nirvana, pero me miró aún muy
hambrienta.
-Esto no ha hecho más que empezar.
Ella asintió, y tomando mi ejemplo y sabedora de que tras un orgasmo como el que,
acabada de disfrutar, conseguiría otro casi al instante, me copió la idea y manteniendo
aquellos ojos marinos en los míos se masturbó y con apenas cuatro toques se volvió a
contraer de placer. Yo aún arrodillada sobre la cama asistí a aquel nuevo orgasmo
embelesada. Me incliné sobre ella, mis pechos de nuevo colgaron, los de ella esparcidos
hacia los lados, nos besamos, su mano en mi entrepierna, mi mano en la suya, nos
prodigábamos besos al ritmo de los tocamientos en nuestros respectivos sexos. Entre
espasmódicos movimientos, compartíamos oleadas de placer, nos frotábamos cuerpo
contra cuerpo, empapadas de nuestras corridas y de sudor. Cada roce era un respingo, y
con cada respingo llegaba un placentero, y en ocasiones doloroso, nuevo éxtasis, era ya
tanta la batalla sexual que nos tenía embebidas que el mero goce suponía una molestia y
un gusto, pero mi ansia buscaba aún más.
Habíamos entrado en una nueva situación, casi en un receso, en una tregua, en el ojo del
huracán donde la calma del mismo no hace sino preparar su propia continuación, la traca
final. Lo que yo no sabía era que, en ese momento, en el que al igual que en el Video de
la canción de Paul McCarthney, Alicia y yo, éramos los dos bandos en las trincheras de
la Iª Guerra Mundial jugando al fútbol, no supe ver que venía el bombardeo, un
bombardeo que pudo haber estropeado todo el maravilloso encanto de mi vuelta definitiva
a la actividad sexual como remate final a aquella interesante noche. En esa aparente
tranquilidad, noté que Ali había rebuscado con una mano bajo su almohada, pero no le
había prestado atención, unos segundos después volvió a dedicarme caricias en la fuente
de mis humedades. Fue muy rápido; sentí un contacto firme, satinado y rígido, seguido
de una vibración y al segundo la penetración de aquel consolador que mi amante amiga
sostenía en su mano. Rápida como una centella y muy tensa ante el aviso de un aterrador
daño en el interior de mi canal vaginal, me subí un poco hacia la cabecera de la cama y
paré la acción que ella estaba iniciando.
-Por favor, ten cuidado- hablé tan rápido como había detenido su intento de satisfacerme-
Soy virgen.
¡Dios!, no otra vez no, tenía que habérselo contado antes, pero, pero me relajé, me confié
y en ese momento me veía al borde de un abismo al que ya me había asomado meses
atrás, con Juanjo, y había sido una catástrofe en todos los aspectos, y ahora me daba
cuenta de que las heridas de aquel momento aún me dolían. Cuanto tiempo parecía que
había pasado desde entonces. Temblé a la espera de la reacción de Alicia, y esta, al menos
me lo pareció a mí, tardó mucho en llegar.
-¡No me jodas!- se incorporó un poco para mirarme- ¿Es en serio?- yo estaba tan
avergonzada que no pude más que asentir- Ya veo, ¡bueno!, pues eso es algo que ya
veremos cómo lo podemos solucionar.
Se volvió a recostar a mi lado y me besó, los labios, los ojos, el cuello, los pechos, el
vientre, el vello del pubis, pero no le dejé seguir.
-¿No te parece mal?.
-No, ¿por qué?, ya me contarás cuando sea de día los motivos y las causas, ahora quiero
seguir follando hasta que reventemos.
Alicia era una mujer increíble, era el tipo de persona que ve un problema y hasta que sabe
el modo de solucionarlo simplemente se limita a apartarlo, para todo veía un momento y
ese no era el momento.
Estuve tentada de pedirle que clavase aquel vibrador en mi carne y acabase, con mi
agonía, pero no lo hice, y a pesar de ello Ali debió de leer mi mente.
-No, Eva, no- me susurraba al tiempo que ponía mi mano una vez más sobre su clítoris y
con la suya hacía lo mismo para mí- Si no te lo has hecho tú hasta ahora es porque te lo
tiene que hacer una polla de verdad, una de carne unida a un cuerpo al que te aferres con
ansia en el momento de tu desvirgue, ese chochito tan bonito que tienes no se merece
menos- yo asentí algo más relajada, no, en realidad muy relajada y agradecida- Pero eso
ya lo iremos viendo- puso el consolador vibratorio en mi mano- Y ahora sigue
follándome.
Ya no sus palabras, sino la manera en la que me habló, fueron al mismo tiempo un
bálsamo, ese bálsamo que toda ella suponía para todo mi ser desde el mismo instante de
conocernos, y una incitación para seguir durante horas con lo que habíamos iniciado al
menos dos horas atrás.

Abrí los ojos, bostezando agotada. Los haces de luz de la persiana del dormitorio de
Alicia, iluminaban con tintes oníricos la estancia, ella dormía profundamente, desnuda y
destapada en una inenarrable postura que incluía el culo en pompa. El aire denso olía a
una mezcla de perfumes mezclados con nuestros propios sudores y el aroma del sexo, no
podía ser de otra manera, ya que después de mi vergonzante confesión, continuamos por
espacio de otras dos horas, prodigándonos orgásmicos placeres y nuevas eyaculaciones,
en las que nos bañamos mutuamente hasta quedarnos realmente secas por dentro, hasta
hacer que el éxtasis únicamente dejase espacio a una punzante molestia en nuestros
respectivos sexos. Y en aquella hora indeterminada del domingo, estábamos tumbadas
sobre unas sábanas caladas, con la piel pegajosa y al menos yo muy, muy satisfecha, y
ella, a juzgar por la expresión de relajado placer no debía de estar en un estado muy
diferente del mío. Me senté en el borde de la cama y noté que tenía los pies un poco
doloridos, los miré y no era para menos, me había dejado los tacones puestos y los tenía
algo inflamados, me descalcé y me levanté camino del servicio. Al pasar frente al espejo,
camino de la taza, me vi fugazmente y una vez sentada, mientras orinaba me sonreí
pensando que al verme con tan deplorable aspecto, el pelo pringoso y desordenado en
grado sumo, los pocos restos de maquillaje, míos o de Ali, no lo tenía muy claro, corridos
y una profundas ojeras que hubieran logrando que nadie se fijase, por vez primera en mi
vida en el color de mis ojos, si Ali no salía corriendo, sería porque, a parte de nuestra
magnífica amistad, el sexo le habría parecido al igual que a mí, sencillamente memorable.
Rasgué un trozo de papel higiénico del rollo, y tras limpiarme fui muy consciente de que
efectivamente, aquella noche había sido memorable, pero las secuelas en forma de
inflamada, edematosa y escocida vagina era algo de lo que pocas veces antes tenía
recuerdos.
Aun notando pinchazos en los pies, volví a la cama, me tumbé junto a su tibio cuerpo y
me encendí un cigarro.
Había consumido la mitad del pitillo cuando Ali se removió a mi lado, me miró con ojos
extraviados y sin decirme nada alargó la mano, me arrebató el medio cigarro y dio una
larga calada.
-La madre que te parió- era más un gruñido rasposo de Mordor que un lenguaje entendible
por no iniciados- Para ser virgen follas como una maldita presidiaria.
No pude contener la risa.
Se levantó tambaleándose caminos del servicio, la oí descargar la vejiga y después la
cisterna, después igual que había hecho yo acudió al lavabo y volvió al cuarto aparentando
estar algo más fresca. Al menos ya no se tambaleaba. Cruzó la habitación camino de la
terraza y levantó la persiana, dejando que la ya muy avanzada mañana entrase
definitivamente en la estancia. Ni aún cansada y resacosa perdía ese natural caminar
contoneante que acentuaba cada una de sus curvadas formas. Volvió junto a mí, siendo
ella la que ahora encendía un nuevo cigarro que, naturalmente, compartimos,
efectivamente ya lo había pensado más veces, pero volvía a hacerlo, Ali podrías ser mejor
o peor para mí y mi nueva vida, podía ser, y de hecho en parte lo era el ungüento que
curase mi espíritu, pero desde luego no era nada buena para mis pulmones.
Se tumbó boca arriba y abriéndose de piernas, se palpó el más que enrojecido coñito,
entre gemiditos que pretendían ser de dolor.
-No recuerdo a nadie, ni tío, ni tía que me haya dejado así la crica, vamos el potorro,
porque ahora no merece otro nombre.
-Espero que lo digas para bien.
-¿Me ves cara de los contrario? so zorra.
Me palpó las piernas y me las separó, se incorporó hacia mi entrepierna y miró con
satisfacción.
-¡Bien!, yo no te he dejado mejor.
Hice un movimiento de cadera, acercándole a la cara y los labios el objeto de su atención.
-¿Aún quieres más?
-Si
-¿Pero tú donde has estado hasta ahora?, ¿en la cárcel?- me dio un lametazo rápido en mi
escocedura y so volvió a recostar- Va a resultar que yo soy una mojigata.
La miré cara con cara como estábamos las dos una junto a la otra y le quité el cigarro, ya
casi una colilla, le di la última calada y lo apagué.
-En cierto modo sí, sí que he estado en una cárcel.
-Y por lo que veo, aún estas un poco en ella- estaba claro que se refería a mi maldito
virgo- ¿Es por eso por lo que no culminaste con Olmo?.
-En parte sí, pero no del todo- me tomé un instante para seguir hablando y mientras lo
hacía, mi mirada se perdía en la lejanía no del espacio sino del tiempo, volví a aquella
lejana adolescencia tan atípica en la que se forjaron mis miedos a los dolores del
desvirgue- Es verdad que me encontré muy mala de repente y es verdad que me vino la
regla, y también es verdad que me entró un vértigo salvaje al ver que llegaba, entiéndeme,
esa tarde, entre tú y él estaba muy salida, pero esa especie de corte de digestión y el miedo
al dolor me impidieron contarle lo de mí, digamos problema, además me sentí ridícula,
no creo que sea serio ligarte a un tío al que acabas de conocer y soltarle “si me quieres
echar un polvo que sepas que soy virgen”, no sé.
-No me jodas que es por miedo al daño…
-Básicamente sí.
-Y hasta ahora ¿cómo lo has hecho con los tíos?
Era natural su curiosidad, y esa curiosidad tan lícita a la vez que pura y cristalina, me
estaba sirviendo de válvula de escape, tal vez si esa conversación la hubiese tenido años
atrás, los pormenores de mi vida íntima habrían sido otros, pero algo me decía que todo
eso había sido la preparación necesaria para realizar a un camino que me había llevado
hasta allí, y que no estaba claro hacia dónde me seguiría guiando, pero estaba claro que
me parecía realmente emocionante descubrirlo.
Regresé de las profundidades de mis pensamientos y me topé con los ojos preciosos de
Alicia a la espera de mis respuestas.
-Muy sencillo, tomando yo siempre la iniciativa y haciendo que me dieran por culo.
Me sorprendió la naturalidad con la que hablaba de ello, al final tantos años de tapujos,
hasta conmigo misma, se solucionaban hablando, verbalizando las cosas, hasta las más
sencillas.
-Sí, ya me he dado cuenta de que te gusta llevar la iniciativa y de que tu culete pide guerra.
-Un día un tío me preguntó el motivo de que solamente me dejase dar por culo.
-¿Y qué le dijiste?
-Que mi coño era mío.
Alicia fue incapaz de sujetar las carcajadas.
-Muy bueno, pero ahora también es mío- yo asentí y ella poco a poco dejó de reír- Entre
las dos tendremos que solucionar ese pequeño fallo que tienes entre las piernas- acercó
su mano a mi pubis como si fuese un proyectil y fingió una especie de explosión sobre
él- Pero dime, ¿cómo una tía como tú llega a verse así?.
Era justo, después de haber compartido nuestros cuerpos durante horas en una
interminable noche, estar desnudas y recostadas sobre las humedades de nuestros cuerpos,
había llegado el momento de entrar en detalles, antes podíamos haber estado jugando,
pero ahora ya no. Le conté el origen de mis miedos, la juventud que llevé y mis intentos
de fusilar mi virginidad y el modo en el que me terminé adaptando a ella, el modo en el
que entré en el mundo del sexo con Verónica, así como el equívoco que llevó a Andrea a
meterse en mi cama por vez primera y mi primera vez con un hombre, con el fornido
Cesar para terminar con mi fracasada intentona con Juanjo que llevó al fin nuestra amistad
y con ella cualquier opción de una relación de pareja con él. Cuando terminé ella me
miraba impactada, pero solamente le interesó un aspecto, y me sorprendió que fuese esa
su primera curiosidad.
-Esa Andrea, me imagino que es la persona que me comentaste de la que te enamoraste y
a la que dejaste ir.
Suspiré, ¿era posible que fuese tan trasparente?, tal vez el hecho de estar desnuda me
hacía más visible de lo que yo pensaba a ojos de ella. Aunque, tal vez, cabía la posibilidad
de que aún no me hubiese liberado de los lastres de mi pasado y el haber sentido el amor,
solamente unas horas a lo largo de mi vida era una cicatriz que aún no estaba curada y
debía de darle aún más tiempo.
Asentí.
-Sí, es ella.
-¿Volviste a verla?
-No.
-Ya.
Inmediatamente cambió de actitud, volvió a ser la Alicia desenfadada y risueña, y me dio
un azote en el culo.
-Respecto a lo otro tranquila que lo solucionaremos lo antes posible- me dio algo de
miedo, pero no dije nada- Ahora solamente nos queda hablar de una cosa- volvió a resultar
algo seria- Esto ha sido genial, una de mis mejores noches de sexo, miento, la mejor pero
no quiero que se más que eso.
-Me das miedo- traté de apaciguar la repentina seriedad- Si ahora me dices que no me
quieres volver a ver será difícil, trabajamos juntas.
-Sí, y eres mi jefa- se relajó un poco- Pero quiero que sigamos siendo amigas, no quiero
una relación, solamente quiero sexo con mi amiga, al igual que lo tengo con otros amigos,
pero no quiero relaciones, desde que me rompieron el corazón decidí que no me volvería
a enamorar y a la vez decidí vivir el sexo a tope, y eso es lo que hago.
-Pues has dado con la persona adecuada- le interrumpí, me parecía correcto poner las
bases de cuál sería nuestra digamos relación y me gustó comprobar que las dos teníamos
las mismas ideas- Eres el tipo de persona de la que me podría enamorar, pero no estoy
dispuesta a ello, aún tengo muchas cosas que recomponer en mí misma y en mi vida.
Lo extraño fue el modo en el que ratificamos aquel acuerdo, sencillamente nos miramos
y nos besamos. Curioso que un beso, el primer símbolo del amor, fuese el modo en el que
las dos acordamos no amarnos.
Yo había hablado, le había contado mucho de lo que guardaba en mi interior y
acabábamos de zanjar un acuerdo entre ambas, pero posiblemente por que pesó que yo
también necesitaba saber parte de lo que ella ocultaba, decidió hablar del mismo modo
que lo había hecho yo un rato antes, si nos desnudábamos lo hacíamos las dos.
-Este mismo acuerdo lo tienes con tus “otras parejas”, ¿supongo?.
Ella afirmó con la cabeza.
-¿Incluido tu primo?
Me miró con los ojos muy abiertos, y la más malévola de las sonrisas en los labios.
-¡Lo sabía!, sabía que nos habías visto aquel día- se relamió- Y saberlo, y saber tu
equívoco me puso muy, muy frenética.
“Un momento”, pensé, “¿equívoco?, ¿qué equívoco?”, no entendía a qué se refería me
había perdido algo, tal vez la resaca de alcohol y sexo me había matado alguna neurona
más de la cuenta.
Ali, parecía divertirse con mi despistada expresión, en ese momento debí de ser un libro
abierto para ella.
-Que sabía que nos viste aquel día- repitió con calma- Pero no era mi primo, sino Berto,
de quien me has oído hablar, pero aún no lo conoces- noté que el calor y el color encendían
mis mejillas, me sentí idiota de haber pensado en una relación incestuosa, o más o menos
incestuosa entre Alicia y su primo- Es que Berto trabaja con Hugo, y fue con su “furgo”
a recoger unos materiales, también es amigo de Olmo, de hecho, bueno ya te contaré eso
otro rato- “sí” pensé “mejor otro rato, ahora la cabeza no me da para más”- Aunque me
complace que lo creas, no soy tan pervertida como habías pensado- su sonrisa trataba de
ocultar algo extraño que no entendí- El sexo y mi primo son cosas de las que no me
apetece hablar, aunque de hecho él es, en cierto modo, el culpable de que llegase mi
desvirgue.
Entonces sí que me sentí idiota, yo era una viciosa, pero Alicia, era un caso especial dueña
de aquel país de las maravillas del sexo al que me acaba de invitar a entrar, en el que, sin
embargo, también había espacios reservados, por el momento. Supe que era mejor no
seguir indagando por ahí.
-Eres la guarra más guarra que jamás he soñado follar, pero eso ya me lo contarás- entornó
los ojos, se llevó la mano al pecho y con aire grave me dedicó un “gracias” repleto de
teatralidad- Solo hay otra cosa que me gustaría saber- ese sí que era un tema en el que
quería entrar, ya que era el único tema que me incomodaba- ¿Este acuerdo también lo
tienes con Carlota?
Era un tema que realmente me incomodaba, porque era precisamente el tema, ella,
Carlota, el que me ponía en contacto con una parte de mí que no me gustaba, su relación
era algo que me ponía celosa, como dijo Yoda “la negra sombra de la posesión son” o
algo así, y eso, esos celos me molestaban y esa molestia se acentuaba con la actitud
territorial que aquella enigmática mujer adoptaba en torno a nuestra común amiga.
-Mi relación con ella es otra cosa- se acomodó si puso un poco seria- A Carlota la quiero
con locura, y efectivamente con ella también tengo una relación de sexo, pero en esa
relación ella y yo buscamos cosas diferentes- para seguir con su explicación se encendió
otro cigarro, ya era nuestro tercer pitillo a una hora indeterminada del domingo y sin
comer aún nada, cosa de la que mi estómago, y por sus ruidos, también el de ella, ya
estaban haciéndonos conscientes de su vacío, pero no quería cortar ese tema que para mí
era importante- Ya sabes que mi mejor amiga, mi amiga de la infancia siempre ha sido
Dani, y después te has podido imaginar que Carli, y además Carli fue mi primera relación
lésbica y yo la de ella, la diferencia es que ella no es como nosotras, ella es íntegramente
lesbiana y tardó años en asimilar su condición. En cierto modo, yo siempre supe que era
bisexual, y nunca me causó problema, jamás, pero ella es diferente, ella desde que se le
alteraron las hormonas trató de ir contra su propia corriente y a favor de la de su familia,
ella tenía que ser hetero, tenía que ser médico y tenía que ser la primera de su promoción,
pero al final en nuestro segundo año de carrera en Salamanca, descubrió que su amiga, o
sea yo, le ponía muy cachonda y terminamos en la cama, descubrió que disfrutaba más
posando desnuda para unos amigos de Bellas Artes y descubrió que su pasión por la
fotografía era mejor que ser la número uno como cirujana- dio una calada que se me hizo
eterna, me estaba pareciendo fascinante la historia de aquella morena intrigante que era
Carlota- De modo que un día se rebeló y se lió en su casa, los padres, muy estirados ellos
de una de las familias pijas de Zamora la repudiaron, y sin embargo su abuelo, que
adoraba a la nieta, fuera como fuera, e hiciera lo que hiciera, la hizo heredera universal
poco antes de morir, así que se lanzó a una carrera bohemia de artista atormentada por
sus sexualidad y por el desarraigo familiar que lo que verdaderamente era y quería le
había generado.
Casi me arrepentía de haber preguntado, pero Ali parecía cómoda contándome aquella
historia, posiblemente pensó que merecía saberlo, dada su intimidad con Carlota, y dada
la que, por fin, se había abierto entre nosotras.
-Pero ahí no acaba todo- siguió con la mirada perdida, como recordando mil vivencias-
Ella, como te digo, ha tardado en entender que ni lo que hace, ni lo que es, es la causa del
rechazo familiar, sino la intransigencia, por eso el otro día hablábamos de sus fases
místicas. Por otra parte, siempre me ha dicho que yo era la mujer de su vida, pero en
realidad a parte de una amiga que la quiere con toda su alma, no soy más que el badil que
recoge los trozos de una relación enfermiza que tiene con una modelo francesa o franco-
inglesa, Jane Marie se llama, yo la llamo “zorra implacable” como decía House, Carli
está perdidamente enamorada de ella, pero ella va y viene jugando con ella al estilo mujer
fatal. Por eso cuando viene de regreso a Zamora, solamente nos tiene a nosotros, cada uno
la recomponemos como podemos y a mí me usa, la mayoría de las veces, para el sexo, y
a mí no me importa, como te digo la quiero y no me importa que me use, además, sin ser
tan bueno como ha sido contigo- me guiñó juguetona, pero sincera- Es bueno, otras veces,
únicamente lo que quiere es que se le escuche, otras sencillamente necesita compañía en
silencio y otras, bueno ya ves, nos usa de modelo para sus mejores fotos- señaló su retrato
doble en la pared, y acto seguido movió la mano en el aire como borrando sus últimas
palabras- ¿Sabes lo que te digo?, estoy muerta de hambre.
Se levantó de la cama, dándome un azote en el culo y dejó la colilla en el cenicero.
-Sí, yo también estoy muerta de hambre- también me levanté- Además necesitamos una
ducha, estamos pringosas y las sábanas están para tirarlas, a este paso el colchón se te
pudre en dos días.
Se me acercó de frente, me dio un beso acuoso, frotando su cuerpo pegajoso contra el
mío, abrió las piernas e hizo lo mismo con su pubis rasurado contra mi muslo, era
increíble, la volví a notar jugosa y eso desató nuevos fluidos de mi cuerpo.
-No te preocupes, está protegido con una funda, pero además ya te lo he dicho, nunca
antes me habían provocado corridas similares, ¿dónde has estado hasta ahora?.
-Te aseguro que es recíproco.
Y le agarré el culo.
-Para- casi lo suplicó- Si empezamos otra vez, puede ser que caigamos muertas de
cansancio.
Tenía razón, había que comer algo cuanto antes.
Nos duchamos rápidas y corrimos a la cocina con hambre de lobas solitarias y en celo.
Una vez sentadas con un café y unos bollos delante, Ali me dijo algo que me dejó
petrificada que me trajo recuerdos de otra persona.
-Por cierto, nunca te lo he dicho, pero me encanta tu tatuaje, es precioso, y en ese cuerpo
es una tentación febril, ya ves que Carlota no lo pasó por alto. No se si sabes a donde te
lleva ese camino, pero no me importa caminar contigo por él, al menos el trecho que tu
estés dispuesta.

11º Ante las puertas del infierno.

Aquel día recogí a Runa en casa de mis padres, a media tarde, para mi sorpresa a mi madre
no le había molestado su presencia y hasta parecía que le había conseguido relajar la
tensión del gesto. Después de desayunar, Ali y yo nos dimos cuenta de que en realidad
habíamos comido y con el cuerpo repuesto, y las ansias intactas volvimos a una, esta vez
sí, relajada sesión de sexo delicado en la que preferíamos las caricias y los besos, antes
que la búsqueda de los orgasmos descarnados y chapoteantes que nos habíamos prodigado
la noche anterior.
Después de aquello, la rutina diaria, el trabajo casi repetitivo de una clínica veterinaria se
nos hizo mucho más llevadero. En el trabajo seguimos en nuestra línea profesional, nadie,
notó nada diferente ni tan siquiera el aguzado sentido gay del bueno de Álvaro. Pero al
llegar a casa a comer, o al salir por las tardes camino de la finca, se desataba el calor
soterrado entre ambas, de tal manera que el mismo lunes al llegar a casa no hicimos más
que cerrar la puerta del jardín y allí mismo, ocultas de miradas indiscretas y con mi perrita
ladrando alrededor tratando de ser ella el centro de atención, nos follamos mutuamente,
tumbada en el suelo de losas de granito con las piernas abiertas y los pies estirados como
una bailarina del volksoy recibí el primer orgasmo en mi casa de Olivares, para después,
con la ropa a medias de quitar sentarme con la espalda contra la pared y meterme bajo la
falda de mi amante, agarrarle con ambas manos el culo y regalarle una violenta comida
de chichi, que terminó en otro de esos orgasmos reventones y líquidos que ella me decía
que solamente yo le sabía dar.
Mi regreso al sexo militante, me había proporcionado un nuevo equilibrio conmigo
misma, pero no me había quitado esa necesidad de encontrar mi senda definitiva, ni de
reencontrarme con mi alma, pero las cosas y los ritmos más lentos de esta nueva vida de
Eva, me endulzaban la espera o la búsqueda, según surgiera, de mi futuro.
Uno de aquellos días, recibí una agradable llamaba y con ella una buena sorpresa, era mi
antigua vecina en mi chalecito de Madrid. Carla, me llamaba para que supiera que por fin
había conseguido quedar embarazada, aquello, de otra persona, tal vez me habría
importado poco, pero en aquella pareja en la que me había apoyado aquellos años, me
causó una gran alegría.
-¡Felicidades!, que buena noticia, y ¿de cuánto estás?
-Ya de algo más de tres meses- su voz desbordaba felicidad- Ya lo estaba antes de que te
marchases, pero con mis desarreglos no lo sabía, y después nos dijeron que había riesgo
de perderlo.
No era mucho el tiempo transcurrido desde que nos habíamos visto por última
vez, pero mientras hablábamos ese poco tiempo me pesaba como una losa, me parecieron
siglos, Carla y Germán eran de las pocas cosas que me ataban mi otra vida, y eran de las
buenas cosas que había en ese nexo. Carla, nunca me había entendido del todo, pero, sin
yo contarle mi realidad sexual, le di una buena dosis de indicios de ello, indicios con los
que ella jamás se dio por informada, era de esas personas dispuestas a aceptar sin el más
mínimo reparo la homosexualidad pero que son totalmente incapaces de, ya no digo
comprender, ni tan siquiera admitir la existencia de la bisexualidad en su entorno. Tal
vez, ella fuese de aquellos que ven a los bisexuales como viciosos que queremos tener lo
bueno de los dos sexos, cuando en realidad, y al menos en mi caso, yo no comprendo
dividir mis apetitos carnales, mi sexo es una amalgama perfectamente amasada, como la
masa del pan, yo no soy harina, agua, sal o levadura por separado, soy la unión de todo
en una hogaza que se llama Eva.
-Por cierto- interrumpió bruscamente la conversación en torno a su futura
maternidad- Hace unos días nos preguntaron por ti.
Me sorprendió su cambio de tema, se me hizo raro, incluso se me pasó por la
cabeza la posibilidad de que se tratase de Cesar, pero no me encajaba en él, o más bien
en nuestra relación, él había sido una especie de sumiso para mí, y no sería propio de él,
el estarme buscando, además el día que nos despedimos, los dos sabíamos que era para
siempre.
-¿Si?, ¿algún vecino?
-No, ya sabes que aquí la gente vive un poco al margen de los demás y la mayoría no
vienen más que para dormir, aunque sí que cuando te fuiste hubo un chico de los del final
de la calle que quiso saber de ti- tenía una vaga idea de aquellos hermanos que vivían en
la esquina, pero nunca me paré a conocerlos- Pero no, el que ha preguntado por ti, es ese
chico tan guapo que trabajaba contigo.
¡Zas!, eso no me lo esperaba.
-¿Juanjo?
-Sí, ese, estaba muy interesado por localizarte.
-¿Y?
-No le dije nada, tal y como me dijiste- bufó un poco por el móvil- De verdad, Eva no te
lo he dicho antes, pero no entiendo muy bien esta actitud tuya, es como si huyeses de
algo, ¿Te pasó algo malo con alguien?.
Sistemáticamente a cada poco tiempo se me daba la situación de tener que explicar mis
motivos, no me parecía justo el tener que estarme justificando, pero por otro lado tampoco
me parecía justo dejar a una persona que me había demostrado tanto afecto sin una
justificación, por muy rudimentaria que esta fuese.
-No Carla, no es eso, es simplemente que después de una vida pensando solamente para
trabajar me di cuenta de que no era eso lo que quería.
-Ya bueno, si eso lo entiendo, pero este chico, Juanjo, parecía buen amigo tuyo y se le
veía afectado.
La conversación dio poco más de sí, ella siguió sin comprender mis razones, pero las
aceptó, y tras ello, me despedí deseándole un buen embarazo y prometiendo ir llamando
poco a poco para saber del progreso de su barriguita.
Una vez cortada la llamada, permanecí un rato dándole vueltas al hecho de que Juanjo me
estuviese buscando, hice varias conjeturas sobre cuáles serían sus motivaciones, sin duda
habría una motivación empresarial, pero se me escapaba cual, aun así tampoco descarté
algo de corte personal, no en vano entre los dos había habido primero una buena amistad
y segundo una atracción en diferentes fases, a la que me lancé a la desesperada en última
instancia y que me llevó a darme de bruces contra el suelo. Pero bien pensado, y viéndolo
con algo de perspectiva temporal, casi debería de estar agradecida por aquello, inició el
fin de aquella vida vacua.
Con la visión del fin de semana y con él aquella fiesta de inauguración del micro-hotel
proyecto de mi hermano y su pareja, recibí otra llamada de teléfono, en este caso del
propio Kike para decirme que me vendría a recoger el jueves al salir de trabajar para
enseñarme el piso que acababan de alquilar. Me habría revelado, en esos días prefería
estar desnuda y gozando del cuerpo de Ali, en lugar de ir de visita social, pero al ser Kike
y yo, unos hermanos que, queriéndonos mucho, apenas nos veíamos no podía negarme a
ir.
-No te preocupes- me respondió Alicia cuando le dije mientras comíamos que esa tarde
no la pasaríamos juntas- Creo que hoy vienen Daniela y Rodri con la niña y me acercaré
a verlos. Y si quieres me llevo a Runa, a ver si nos sale novio a las dos.
Le di un beso de agradecimiento por su comprensión y me levanté a preparar nuestros
cafés, cosa que Ali aprovechó para darme un maravilloso azote sobre mi culo desnudo.
La reunión con mi hermano y mi cuñada fue muy agradable, se acercó andando hasta la
clínica, me dio un gran abrazo y un par de sonoros besos. Juntos caminamos hasta la Rúa,
donde él y Noelia habían alquilado un ático.
-No es nuestra vivienda definitiva- me explicaba con su voz tranquila y sonora- Es por
salir del paso, por empezar la vida aquí, y estando en Zamora estar lejos de mamá y cerca
del trabajo, pero tengo idea de mirar algo fuera de la ciudad.
Se le veía feliz, y me contaba sus planes de futuro junto a su chica con un encantador
brillo en los ojos.
Cuando llegamos al piso, Noelia me recibió derrochando encanto con el dulce acento con
sones de gaitas propio de los de Santiago de Compostela y disculpándose por la locura
desordenada que era su nueva casa.
-Te veo espléndida- me lo dijo mientras esperábamos que mi hermano nos trajese unas
cervezas- Pareces otra persona, no sé, es como si hubieses tomado una infusión de vida.
Acepté aquellos cumplidos, valorando su evidente acierto, y lo que me pareció una visible
sinceridad.
-Gracias, será por el color que estoy cogiendo en la piscina de una amiga.
-Es algo más que eso- cogió la cerveza que mi hermano le estaba alargando, ya sentados
en la terraza desde la que se adivinaba el cimborrio de la catedral- Es como si rezumases
felicidad.
Kike, se abrió su lata de cerveza y se sentó junto a Noelia y frente a mí.
-¿Es tu amiga la que te acompañará el sábado a la inauguración?.
Asentí, no supe muy bien el motivo, pero tenía la sensación de que frente a mi hermano
los detalles de mi amistad (y más que amistad) con Alicia se harían visibles casi sin
quererlo.
El resto de la velada fue encantadora, ellos encantadores, la cena encantadora y muy rica,
y las copas que bebimos deliciosas. No me quisieron aburrir con detalles sobre la
inminente apertura del negocio que llevarían, ni donde estaría, solamente que estaba muy
cerca del río y del Puente de Piedra. Lo que no puede evitar fue tratar de indagar a Noelia
sobre su primer encuentro con su suegra, y a pesar de ser gallega, logré sacarle algún
comentario del estilo de “la respeto, pero mejor cada una en su lugar”. Les dejé pasadas
las doce de la noche y después de negarme varias veces a que me acompañase mi
hermano, me fui a casa dando un tranquilo paseo. Mientras bajaba por la Cuesta del
Obispo, no pude retener las ganas de hablar con Ali y a pesar de la hora busqué su número
en mi teléfono.
-¿Qué tal la cena?
-Bien, perdona por llamarte a estas horas, ¿Estabas ya dormida?.
-Imposible.
-¿Y eso?.
-Te estoy fisgando el armario de los “juguetes”…
Me eché a reír, y mi carcajada sonó en la plaza de San Claudio, donde un par de grupos
de personas mayores, a buen seguro nacidas en el propio barrio, se deleitaban del frescor
de la noche después de la dureza del calor seco de aquel, ya rotundo verano.
-Entonces estas en casa, y asomada a mis secretos.
-Sí, claro, cuando traje a Runa, me pareció una buena idea quedarme con ella para que no
aullase, ya sabes como me manipula con esos ojitos, y husmear tu “baúl secreto”.
-Eres una guarra, eso te lo quería enseñar yo.
-Te pido perdón, ahora cuando llegues me das mi merecido y las dos contentas.
-Vale pues vete bajando a abrirme que ya estoy llegando- vi un par de matrimonios
paseando por delante de mi puerta y decidí advertirla de su presencia- Como me imagino
que estarás desnuda, ándate con ojo que hay gente.
-Estoy desnuda y cachonda…
Tanto el recibimiento de Runa, saltando y reclamando atención en torno mío, como el de
Alicia, fueron de lo más efusivos. Una vez que mi perrita me dejó libre, reparé en la
picardía en la mirada y la actitud de mi amiga-amante y se desató un frenético combate
de carias y besos, lascivia en estado puro, que nos llevó a estar desnudas en mi cuarto,
frente a todos mis juguetes regados por el suelo al pie de la ventana y sobre la cama,
nunca antes los había visto tan esparcidos, y en consecuencia nunca antes me había dado
cuenta de la cantidad tan enorme que tenía de ellos, y además su amplia variedad.
Yo ya estaba desnuda y abrazada a ella besándole el cuello y acariciándole las tetas con
una mano, mientras con la otra le buscaba los jugos de la entrepierna, al tiempo que ella
giraba su brazo izquierdo hacia atrás por encima de su cabeza hasta coger la mía, clavó
sus dedos enredados en mis cabellos, al tiempo que, con la otra mano, hundió los dedos
en mi sexo, ya húmedo, y con sumo cuidado me penetró lo justo provocando que toda yo
me contrajese.
-¿Cual quieres usar?- le susurraba deleitada en el juego y en nuestros placeres recíprocos-
Te dejo elegir.
-Me prometiste que me darías mi merecido, pero me apetece dártelo yo- sin hablar acepté
el cambio- Pues en ese caso lo tengo muy claro- se inclinó y tomó entre sus manos uno
de mis arneses, en concreto el que tiempo atrás había usado con Andrea, negro con una
fantástica polla realista y un pequeño pero violento vibrador colocado estratégicamente
para estimular el clítoris de quien lo llevase puesto- Elijo este- me miró con el ardor
encendiendo todas sus facciones iluminadas por las luz de las farolas que entraba desde
la calle- Agárrate cariño voy por ti.
Eso no me lo esperaba, tal vez había decidido desvirgarme ella misma y en ese instante,
pero no dejó que ese pensamiento fuese a más.
-No, no tengas miedo, quiero que tengas el placer de que te desvirgue una polla de carne
y no un juguete de látex, te lo mereces- se colocó el arnés mientras me hablaba con aquel
tono onírico de bruja viciosa- Hoy te va a dar por culo una mujer-
No tuve que mostrar mi acuerdo o no, mi cuerpo habló por mí, me agaché y caminé a
gatas hasta el borde de la cama, me giré a mirarla como había hecho con los tíos a los que
les había concedido el honor de usar mi culo para satisfacer sus sexos, y la vi con dos
juguetes más en las manos, una pequeña verga anal que me acercó a la boca para que la
lamiese, mientras ella hacía lo mismo con otro de mis plugs anales, uno no muy largo,
ancho y con una estrecha base que se unía a una gran ventosa, recordé que lo compré
porque me encantó su color fucsia y la gran ventosa, el cual solía usar en la ducha, sentada
en el suelo dejando que me cayese el agua mientras me masturbaba. Una vez bien lamidos
y salivados, la vi como se agachaba en cuclillas para hacer entrar el de color fucsia en su
precioso culo sin problemas y con evidentes muecas de placer. Se levantó acercándose a
mí un poco más y apartándose un poco el arnés, con el pie derecho sobre la esquina de la
cama, inclinándose de manera que me deleitase con una preciosa visión de sus tetas
colgando recortadas contra la luz de la calle y el cielo nocturno, pensé que eso era algo
que Carlota tendría que fotografiar algún día, se introdujo el otro plug, el que era como
un mini-pene en el coño con tanta dureza que oí un “choff”, acompañado de un candente
gemido, que provocó otro similar de mi propia garganta.
-¿Estas llena?.
-Sí, llena, y ahora voy por ti.
Alargó de nuevo su brazo hasta mi cuerpo, hasta mi culo, que acarició acercándose más
y más a un ano que llevaba ya largo rato palpitando ansioso de ser penetrado, al contacto
con su dedo corazón se relajó. Tras ese contacto llegó el de su lengua, firme y húmeda
que entraba sin encontrar la más mínima resistencia de mi esfínter.
-Estas como la fruta madura, te abres para mí.
Y con esas palabras me penetró, con suavidad, pero firmeza y entró hasta dentro, yo me
levanté ligeramente, hasta apoyarme sobre los codos agitando la cabeza enloquecida.
Se detuvo.
-¿Te duele?.
-No. Sigue, dame más.
Volvió a moverse con el mismo ritmo de antes de la su interrupción, yo me dejé caer y
puse las manos entre mis piernas para que las suaves embestidas de la cintura de Alicia
contra mis nalgas, propiciasen un golpeteo masturbatorio de las humedades de mi vagina
contra las manos de manera que se acentuaba más y más el goce.
Alicia por su parte se beneficiaba de la fuerza vibratoria de mi arnés al tiempo que su
excitación, así como sus ritmos cadenciosos en aquellos bajos en los que todo estaba lleno
y cargado, se saturaba de cada vez mayores placeres.
Tanto sus goces como los míos, iban en aumento, el ritmo de sus caderas, lo hacía
igualmente y con todo ello iniciamos un dúo de gemidos, de vez en cuando algún grito
descontrolado. Los míos se amortiguaban contra la superficie de la cama, pero los de ella
eran lanzados al aire y se suspendían en él por décimas de segundo hasta llegar uno nuevo.
El ritmo fue a más; mis manos, casi dormidas por la posición, se veían ante una carne
inflamada, irritada, empapada y presa de una abrasadora lascivia, supe que el orgasmo
me llegaba, y por lo continuado y sostenido del grito que, a duras penas, Ali lograba
apagar supe igualmente que ella estaba en idéntica situación. Nada más pensar aquello,
nada más llegar a la conclusión de que estábamos llegando a un orgasmo simultáneo, la
noté derramarse a chorros sobre mis muslos, con una fuerte y húmeda candencia, cuyo
contacto sobre mi piel y mi coño desbordó finalmente mis compuertas. No pude seguir
teniendo las manos en su sitio hasta ese momento, con una me agarré con fuerza a las
sábanas y con la otra daba golpes contra el colchón. Ella, aún chorreante se separó de mí
con una brusquedad que me hizo gritar aún más, con una mezcla de enfado, al desalojar
de mi cuerpo aquel falo de silicona, y cierto dolor por hacerlo con tanta violencia. No la
miré, pero supe que se estaba quitando a toda prisa el arnés y al instante estaba recostada
frente a mí, con la cabeza sobre mi almohada, las piernas abiertas y el coño muy cerca de
mi cara, la masturbarse un poco y volverla a hacer caer en el éxtasis mortífero del
orgasmo, y fue tan potente que aquel tapón anal con forma de polla, que se había metido
en la vagina, salió propulsado y con él los restos de una acuosa eyaculación que para mí
deleite me salpicó la cara. Yo me relamí y me acerqué para darle un lamido beso.

La tarde del sábado llegó sin pensarlo, Alicia y yo habíamos estado reposando después
de la comida, como era habitual en nosotras desde el sábado anterior desnudas a la sombra
en el jardín de casa y con un café con hielo condensando humedades en los vasos sobre
la mesa. Desde la noche que había pasado en casa después de mi cena con Kike y Noelia,
Ali se había quedado conmigo, al fin y al cabo, lo único que no hacíamos juntas era
dormir, aunque también era cierto que dos gatas viciosas juntas, compartiendo cama, tenía
un enorme peligro para hacernos olvidar hasta el mero hecho de comer, pero como lo
sabíamos nos preocupábamos de tomar algún tentempié entre polvo y polvo, aunque fuese
en la cama. Aquellos días de convivencia y frenesí sexual, hicieron que cada vez hubiese
más cosas entre ambas al mismo tiempo que Runa, parecía mirar con menos cariño a
Alicia, al haberla desplazado a mi lado en la cama.
Pero aquella tarde, tal vez por la perspectiva de pasar unas horas en contacto directo con
mi madre, nos olvidamos de retozar en busca de orgasmos y pasadas las ocho de la tarde
estábamos centradas en arreglarnos y vestirnos, para esta ocasión preferí ir algo más
maquillada de lo que me solía gustar. Yo esperaba un aluvión de ataques y pequeñas
pullas por parte de mi progenitora, quien, a pesar de haber firmado una tregua entre
ambas, ese día, el gran día de mi hermano, su regreso exitoso a la patria chica, ella estaría
especialmente quisquillosa. Ali remató mi maquillaje y yo le ayudé a peinarse, le hice
una su cola de caballo, y por una actitud entre fetichista y provocadora se la até de nuevo
con mi tanga, el mismo que el sábado anterior había usado para tal fin, en aquel bar antes
de salir hacia nuestra primera noche de hiperactividad sexual.
Mi hermano, me había dicho que nos vería en el hotel sobre las nueve y así lo hicimos,
allí estábamos preciosas, mi amiga llevaba un vestido corto, de gasas, muy vaporoso,
ligeramente escotado por delante y bastante más por detrás, con unas mangas amplias de
corte romántico y en los pies aquellas botas romanas que tanto me gustaban. Junto a ella,
yo me había puesto el vestido blanco que me había comprado para una ocasión, para un
“por si acaso”, sin saber que esta me iba a surgir tan pronto, con unas sandalias planas
que eran como ir descalza.
El micro-hotel, se había construido en una amplia casa con dos accesos, uno de ellos
frente al río, era un buen sitio pensando en los turistas, aprovechaba una fantástica
localización casi al lado del puente románico, y a un paso de la Plaza Mayor, desde donde
se tenía a mano toda la Zamora antigua. Entramos y en el vestíbulo, ya con un importante
grupo de gente, entre ellos parte de la prensa local y algunos de los oligarcas a los que mi
madre se había encargado personalmente de invitar en nombre de su hijo, algunos de los
directivos de la cadena hotelera y mis padres, estaba Kike haciendo de maestro de
ceremonias con una habilidad pasmosa, que al vernos asomar nos vino a saludar muy
contento de comprobar que al fin estaba, estábamos allí.
-Princesa- se acercaba con los brazos abiertos y sonriendo- Bienvenida- reparó en Alicia-
Perdón bienvenidas.
Le di un beso y un fuerte abrazo.
-Felicidades Kike, esto está genial- me separé de él y me giré un poco hacia Alicia- Mira
esta es mi amiga…
Iba a decir su nombre, pero mi hermano se me adelantó.
-¿María?.
-Hola Kike, me alegro de verte después de tanto tiempo.
Claro, era cierto, se habían conocido en el instituto y hasta la primera novia de mi hermano
era una de las amigas de Ali.
-Bueno en realidad para mí es Alicia.
-Claro, es verdad que los más amigos te llamaban por tu otro nombre- resopló divertido-
La vida tiene idas y venidas chocantes, la amiga misteriosa de mi hermana, es una de las
amigas de mi primera novia- eso último lo dijo con la voz un poco más baja, y miró de
reojo a nuestra madre- Me parece genial, pero a nuestra madre no le caía muy bien la
pobre Emma y casi mejor que no sepa que sois amigas- me guiño un ojo-¿Qué tal está
Emma?, hace, ni se, que no sé nada de ella.
-Ya te contaremos- se adelantó Ali- Pero no te queremos entretener eres el anfitrión.
-¡Ah, sí!, gracias chicas, venid a tomar algo.
Pasamos del vestíbulo y entramos de lleno en la recepción, había arquitectos, empresarios
y por supuesto jueces y abogados, y entre ellos, como no, estaba Marta con su maridito,
el tal Alejandro, un pijo relamido, estirado, creído y engominado, el clásico imbecil
pagado de sí mismo con quien tanto habría disfrutado mi madre de emparejarme y de
quien tenía muy claro que yo debía de huir como de la peste. Tanto Marta como yo nos
saludamos más por no dar oídos a sordos que por verdadero interés, lo que no evitó que
la cazase lanzando desbocadas miradas de curiosidad a mi amiga. Pero el momento, para
mí, más tenso fue el de acercarnos hasta mis padres y presentarles a mi amiga, a la que
no conocían y que había surgido de debajo de las piedras en el momento idóneo, en el
momento en el que yo estaba, a ojos de mi madre, rendida y derrotada. Mi padre fue
encantador y mi madre correcta, lo cual en ella era más que suficiente, y Ali, supo
esquivar sus preguntas con buenos capotazos y con una sonrisa maravillosa en la boca.
Cuando mi madre empezó a exceder los límites de lo admisible, en lo que, a puyas contra
mí, camufladas de elogios ante sus conocidos, se refería, llegó Noelia y ofreciéndonos
una copa de moscatel, frío y aromático, nos rescató y nos llevó a que viéramos el hotelito.
-Hola yo soy Noelia- se presentó a Alicia- Encantada de conocerte- se dieron dos besos-
Me ha dicho Kike que eres amiga de su primera novia- su tono era divertido- El mundo
es un pañuelo.
Ali, respondió encantadora y las dos, con nuestras copitas de la mano, nos fuimos tras mi
cuñada a conocer todo el edificio. Se había aprovechado parte de la estructura original de
la casa, una antigua vivienda de dos plantas con un “sobrao” en lo más alto, del que había
salido dos habitaciones con techo abuhardillado de vigas de madera y ventanas de
claraboyas, que eran las más lujosas de todas, el futuro capricho de parejas de
enamorados. En total tenían siete habitaciones, un comedor que daba a un patio decorado
como un jardín rústico, al que también se accedía por la otra puerta a la calle de todo el
complejo, en concreto la que daba a la barandilla del río. Una vez que bajamos al patio
vimos la cocina y saliendo de ella un camarero con una bandeja de canapés, que al vernos
se nos acercó solícito a ofrecernos aquellas delicias.
De nuevo con los invitados, y por lo tanto con mis padres, mi madre se había radicalizado,
pero para su desgracia, ese día los vientos soplaban hinchando las velas a mi favor, y por
supuesto también del de Ali, ella, al fin y al cabo, también compartía espacio en el bote
que me había llevado a tierra firme.
-Y entonces- adoptó su tono de interrogatorio, el que adoptaba tanto en el trabajo como
en casa, cuando había decidido demoler a su testigo, y en este caso ese testigo era Alicia,
y yo, como siempre la acusada- Tú trabajas “para” mi hija.
Pero Ali, además de guapa era muy inteligente y muy hábil con las palabras. Tomó un
sorbito de vino, y miró a su interlocutora con un poderío que a buen seguro logró que mi
madre le odiase sin saber nada más de ella.
-No, Elvira, no, tu hija es mi compañera de trabajo, pero por encima de eso es mi “amiga”.
Aquel “amiga”, llevaba una carga, sin duda, no solo de profundidad sino de efecto
retardado en lo más recóndito del cerebro de mi madre. Tal como lo oí supe que iba
directo a alojarse en uno de esos archivos de su cabeza donde dejaba las cosas macerando
hasta que estaba a punto para volver a enfrentarse a ello.
Cuando llegamos a la recepción y nos había recibido mi hermano y después mis padres,
solamente nos habíamos centrado en las ocupaciones de los asistentes, pero por efecto de
la incompatibilidad existente entre mi madre y yo, desde que le había causado aquella
honda decepción al abandonar mi vida anterior, aquella vida que yo había elegido cegada
por mi obsesiva fijación con el esfuerzo y que había sido la vida que ella habría querido
vivir, no había reparado en las caras de un buen número de aquellos invitados, y a Alicia
le había pasado algo similar, pero ahora ya distraídas tras la visita por el hotel y algo
separadas de mi progenitora, habíamos tomado posesión de nuestro entorno y mirábamos
cara a cara a los invitados, para encontrarnos con que muchos, más de los que yo podría
imaginar, y mi madre habría deseado nos saludaban con efusión.
Mi padre, comenzó a ensancharse, casi no cabía en sus pantalones de contento.
-No sabes, mi vida- se me acercó al oído- Lo orgulloso que estoy ahora mismo.
-Lo se Papá- le di un leve empellón en el hombro- Se te ve a leguas.
-Os tengo a los dos de nuevo cerca, y los dos con buen trabajo y felices.
Era, sin duda una visión algo simplista de la situación, pero era suficiente, él no quería
saber más, no lo necesitaba.
-Papá, eres un encanto- miré a mi madre, su esposa- Pero es una pena que no todo el
mundo coincida con tu análisis de la situación.
-Sí, la verdad es que estoy muy satisfecha- le decía mi madre a su interlocutor- Tengo un
hijo que vale más de lo que pesa- lo cual era decir mucho, dada la masa de músculos que
era mi hermano y su notable estatura- Él solo ha puesto en marcha esto- Obviamente
estaba dando una visión parcial y sesgada de todo, y ya de paso haciendo de menos a mi
cuñada, demostrando que no había terminado encajar la realidad de aquella relación-Y en
muy poco tiempo ha llegado muy alto en la cadena hotelera- me lanzó una mirada de
soslayo- La verdad es que mi hija también es parte de mi orgullo, pero bueno hay
ocasiones en las que una no entiende a los hijos, acaba de dejar un gran puesto en una
multinacional por volverse a Zamora, pero los padres tenemos que respaldar a los hijos
hagan lo que hagan.
Aquellas palabras, tenían sin duda origen en las cada vez mayores demostraciones de
reconocimiento que me prodigaban algunos de los invitados, al efecto que la contestación
de Ali ya estaba liberando en su cabeza y al resentimiento que le causaba constatar que
cada vez más cosas en torno a ambas se escapaban de su control, entre otras, y lo supe
viendo donde ponía sus ojos mientras soltaba su discurso. No fue más que un instante,
pero fue suficiente para que yo me diese cuenta y para que ella encendiese un fuego
infernal en sus pupilas, acaba de reparar en la existencia de un gran tatuaje en mi muslo,
que asomaba por lo bajo del dobladillo del vuelo de mi vestido.
-Perdóname hija, ahora vengo.
Mi padre, se apartó de mí y fue a por mi madre, la cogió del brazo, y se disculpó con su
interlocutor.
No llegué a oír nada concreto, pero la mandíbula de aquel hombre, bueno pero recio que
era mi padre se crispó cuando pronunció un quedo “aprende a respetar a tus dos hijos”,
ella pareció iniciar un amago de protesta, pero él le cortó de nuevo “aprende a querer a tu
hija”. Después de aquello ella pareció retenerse, pero, tanto ellos dos como yo misma
sabíamos que aquello traería cola. Desde mi regreso a mi tierra, así como desde que supo
que mi hermano haría lo mismo, había visto como mi padre, había decido reivindicar el
amor hacia sus hijos, estaba loco por su mujer, eso nunca lo había dudado, solamente
había que ver los ojos con los que la miraba, incluso en aquel momento de tensión, pero
se había perdido parte de mi vida por respetar los consejos de mi madre para mi futuro, y
eso al parecer ya se había acabado.
-¿Qué es lo que pasa?
Miré a Alicia, ante aquella pregunta, y le cogí su copa.
-Que mi padre se ha cansado ya…
-Ya veo- sonrió comprensiva- Un gran tío tu padre- se me acercó un poco más- Y no veas
lo bien que está todavía, ¡uff!.
-¡Guarra! que es mi padre.
-Ya, pero para mí es un tío, y muy bueno a pesar de estar cerca de los sesenta.
-Ya los tiene, los ha hecho a primeros de año, y deja el tema, so pervertida.
Adoraba aquellas actitudes de Alicia, y ella sabía como provocarme una sonrisa.
Mis padres volvieron junto a nosotras, justo en el momento en el que un trajeado caballero
se nos acercaba risueño, su cara la conocía de sobra, pero no me esperaba lo que iba ha
decir al saludarnos.
-Me acabado de enterar de quién es esta señorita- le espetó en tono jovial a mis padres
señalando hacia mí- Felicidades a los dos por la hija que tenéis, el otro día le salvó la vida
a mi Thor- aquel era el propietario del mastín al que operamos de la torsión- Gracias de
nuevo Eva, ¿te dio mi recado Fernando?.
-Sí, sí, desde luego, gracias de verdad a usted.
-Y gracias también a ti María por los cuidados que le diste después, sois un gran equipo,
todos- Ali, le dedicó una satisfecha sonrisa, y él se volvió a mis padres- La clínica de
Fernando era buena, pero desde que está vuestra hija allí, son mejores.
Y con un saludo se despidió, dejando a mi madre, tiesa por la sorpresa, y a mi padre aún
más henchido de orgullo, gracias a aquello sin duda ya no habría bronca entre aquella
pareja. Al parecer, de acuerdo con lo que nos explicó mi padre ante el silencio de mi
madre, aquel hombre era un reputado arquitecto, compañero de instituto de mi madre y a
su vez padre de uno de los abogados más jóvenes de los juzgados de Zamora y de los más
prometedores. Sin duda aquello era buen zambombazo directo al casco del portaviones
Elvira, y a partir de ese momento aquella vía de agua fue haciéndose más y más profunda,
poco a poco una buena parte de aquella elite social con la que tan cómoda se sentía mí
madre, pasaron a saludarnos de un modo u otro a Alicia y a mí, unos eran clientes de
peluquería con sus perros y gatos de Alicia y los otros habían sido atendidos por mí en la
consulta, incluso una señora, mujer de un juez, le narraba a mis progenitores, en especial
a mi madre, con los ojos anegados por lágrimas y todo lujo de detalles, el modo en el que
según ella (yo lo vi muy novelado) habíamos salvado la vida a su cachorrito de Crestado
Chino de una muerte segura por parvovirus.
Todos se despedían de nosotros felicitando a mis padres por los dos hijos que tenían.
-Se nota que los habéis sabido educar, y lo mejor de todo que habéis conseguido que
regresen a nuestra tierra, necesitamos que los jóvenes se queden.
O de Alicia, a la que todos llamaban por su otro nombre, ahondando la extrañeza de mi
madre.
Pero de todas aquellas muestras de reconocimiento la que más agradecí, y a la vez la que
más me emocionó fue precisamente la de un hombre al que mis padres no conocían. Era
un tipo dedicado a la organización de eventos y promoción de actividades. Fornido y
risueño, hablaba con algo de acento andaluz, tal vez gaditano, y una voz que me resultó
familiar.
-No me digas que eres hermana de Enrique- se me hizo raro oír llamar a mi hermano por
su nombre en lugar de por su diminutivo- He trabajado en muchas ocasiones con él.
-Encantada.
Le di la mano.
-Pero el caso es que no es ese el motivo de que te venga a saludar, bueno no solamente es
ese- cada vez me resultaba más familiar aquel hombre- Sino el hecho de que ya te conocía-
me vi sorprendida, y conmigo tanto Ali como mis padres- Te conocí hace años, en casa
de Luís.
¡Sí!, eso era, eso era, era un criador de Pinscher con el que había compartido alguna
merienda en casa de mi mentor.
Aquel recuerdo, Luís y su familia, aquel mundo, el mundo de la cinofilia que tan hondo
me había calado durante aquellos años, y al que había prometido a Luís que volvería, me
sobrepasó, aquello me hizo sentirme totalmente conmovida, el reencuentro con algo de
aquel otro tiempo, con lo mejor de aquel otro tiempo, con lo único verdaderamente bueno
y puro de entonces, salvedad hecha de Carla y Germán, casi me hizo saltar las lágrimas.
Le presenté a tanto a Ali como a mis padres, y me vi un poco apurada en el caso de Alicia,
ya que me costó algo encontrar la palabra “amiga” para aplicarla a ella, ya que éramos
mucho más que amigas, y decir solamente “amiga”, me pareció que le quitaba
importancia, pero no era plan de presentarla como mi amante o mi compañera de sexo
lésbico, por ese motivo, y por el énfasis que ella le había dado, ya un buen rato antes, al
dedicarle aquella perfecta contestación a mi madre, me di cuenta del delicioso significado
que adquiría desde ese mismo instante aquella palabra para nosotras, que adquiría para
mí.
-Encantado- saludó a los tres- Eva era, y bueno lo seguirá siendo, eso no se olvida, una
de las handlers de Pinscher, mejores que he visto en mi vida, Luís siempre me ha dicho
que es la mejor de sus hijos- miró con respeto a mis padres- Y que un hombre como Luís
diga eso, pueden estar seguros de que es algo muy grande.
Después de aquello sentí una abrumadora vergüenza por no hablar más a menudo con mi
mentor y su mujer, y presa de una maravillosa nostalgia que jamás antes había
experimentado, me aferré a aquel hombre y junto con Ali pasamos el resto de la velada
hablando de lo que más nos gustaba, hablando de perros, él nos enseñó fotos de sus
ejemplares en el móvil y nosotras hicimos lo propio con los nuestros para presumir de
Runa.
Al regresar a casa, ya pasaban de las doce, caminábamos despacio junto al Duero,
agarradas del brazo, aún seguíamos hablando de perros y de exposiciones.
-Me gustaría volver a ir a alguna expo- mi voz era extrañamente soñadora- Te lo digo de
verdad, es lo único que echo en falta de cuando vivía fuera.
-Yo he ido poco, aunque ya sabes que arreglo un par de perros para ellas, pero hace tiempo
que no vienen- me miró también algo soñadora- Pero no me importaría volver, la verdad
es que me gustaban mucho, no recuerdo habértelo contado, pero fui varias veces a
Valladolid y León, y en un fin de semana en una casa rural de las Merindades con Olmo
fuimos a una en Medina de Pomar. Además, por lo que veo eres famosa.
-Anda ya tonta.
-Tendrás que entrenar a Runa, se te veía feliz hablando con ese tío.
-Ya veremos, lo que sí que tengo que hacer es hablar con Luís.
Seguimos un rato en silencio, me había reconfortado mucho aquel reencuentro, y
compartirlo con la única amiga que sabía al cien por cien como era yo y conocía parcelas
de mí que nadie más había visitado. Con ese pensamiento me vinieron a la cabeza las
palabras con las que se despidió mi padre de mí al salir de la fiesta de inauguración del
micro-hotel.
-Me gusta hija- me había mirado con la sinceridad escrita en el los ojos- Alicia me gusta.
Creí que me quedaría muda.
-Me alegro Papá, es una muy buena amiga.
-Lo que sea mi vida, pero me gusta- y se calló un instante- Y te quiere.
No fui capaz de ir más allá, ni negué, ni afirmé nada, pero me llegó al alma el hecho de
que mi padre al fin me demostrase con ese tono de amor incondicional, que sabía más de
su hija de lo que su hija le había mostrado jamás.

Decidimos pasar el domingo en la finca, yo tenía el móvil de las urgencias de la clínica,


y dado que el día amaneció cargadísimo de calor y que precisamente aún a pesar de tener
aquella zona una cobertura de telefonía mejorable, afortunadamente en el recinto de la
piscina esta era magnífica, de modo que podíamos vernos libres de los rigores del calor
en la ciudad y refrescarnos cada vez que nos viniese en gana sin despistar las obligaciones
del trabajo. Por otra parte, por primera vez en varios fines de semana no teníamos, ni
Alicia ni yo, ni juntas ni por separado, ninguna cita social. Fue Ali quien sugirió la idea
y a mí me pareció perfecta. Sí que es verdad que ella antes de tomar aquella decisión se
me había mostrado un tanto esquiva y hasta misteriosa nada más levantarnos, con varios
mensajes de whats app que no alcancé a ver ni ella me quiso explicar, más allá de un
lacónico “era Berto, me dice que echa en falta mi culo…¡vicioso!”, yo me sentí
agradecida y a la vez culpable, no teníamos ningún acuerdo entre ambas, más allá de
nuestra amistad y del hecho de tenernos a disposición sexual mutua cada vez que nos
viniese en gana sin dejarnos llevar a jardines amorosos, pero en absoluto se trataba de una
relación en exclusiva, ella tenía sus otras parejas, de las que yo sabía de Carlota, Berto y
Olmo, pero al menos podía haber una o dos personas más, amén de algún ligue
esporádico. Por mi parte, casi acababa de reiniciar mi vida, sin casi nadie en torno mío a
parte de ella y era, precisamente, con ella con quien acababa de regresar al fulgurante
mundo del sexo activo. Era cierto que tenía pactado un encuentro sexual con Olmo, pero
ni había surgido en esos días, dedicada de lleno al trabajo, con los dos últimos fines de
semana dominados por aquellas reuniones sociales y mis horas libres a prodigar y recibir
placeres del cuerpo dorado, curvoso y torneado de mi amiga.
Habíamos estado un poco remolonas y con miradas picantonas como guindillas rojas
durante el desayuno, aquellas miradas nos habían llevado a una candente conversación
sentadas a la sombra del jardín, desnudas, como era habitual entre nosotras, y
agradeciendo que mi padre me había dicho que con los calores que ya estaban haciendo
dejaría de irme a visitar las mañanas de los domingos.
-¿Qué es lo más alocado que has hecho?
Lo dije con mi taza aún junto a los labios y con una voz que era víctima de aquellas
miradas chispeantes a las que me refería antes.
-¿A parte del hecho de follarme a mi primo?.
Me reí, era evidente que aquello ponía el nivel muy alto.
-Si claro, seguro que has ido más allá, además si no me equivoco, aquello no fue más que
una cosa de chiquillos.
-Bueno sí, lo fue, pero vamos yo ya tenía mis 16 y él casi 20, así que a mí se me podría
considerar una chiquilla, pero a él ya no, a él más bien un perversor de menores- yo admití
con la cabeza- Aunque nunca me arrepentí de ello, fue mi primer contacto con el sexo y
fue muy bueno, y además creí estar enamorada, por suerte nadie lo supo, y no fueron más
que un par de veces. Tal vez esta historia la cogiese un psicologo o una autora yankie de
novelas de éxito y me convertiría en una pobre víctima de mis decisiones sexuales
totalmente confundida y atormentada.
-Cierto- yo seguí con el tema muy seria- Y yo sería una víctima más de su paroxismo
vaginal.
-O la elegida, la que me traería equilibrio, como Anakin a la Fuerza…
Nuestras carcajadas eran partícipes de la picardía con la que nos habíamos levantado
aquel día, porque era eso picardía, no llegaba a ser la lujuria de esos días atrás.
-Venga en serio- insistí levantando las piernas sobre el banco del jardín, acomodando el
culo sobre un pequeño cojín sentándome como los indios de las película, notando que
estaba poniendo acuosa por nuestro aire travieso y que con las postura se facilitaba el
afloramiento de mis fluidos y la apertura de los pétalos de mi coñito ansioso de más
experiencias.- Cuéntame algo más, lo más bestia.
Mi cruce de piernas, o más bien descruce, a lo Sharon Stone no le había pasado
desapercibido, clavó sus ojos en mi entrepierna esponjosa y se acomodó en el otro
extremo del banco, con una pierna flexionada sobre el asiento y la otra abandonada y
abierta hacia fuera. Ella también estaba experimentando la progresiva hidratación de
aquel chicha, que me sabía tan rico.
-No sé- dijo al fin, llevando de forma distraída su mano derecha, sin la mayor muestra de
intención a la fuente de su humedades, fue un gesto realmente excitante pero visiblemente
mecánico, como si cuando estaba evadida lo hiciese de manera mecánica, del mismo
modo en que yo solía agarrar una teta para dormir- La verdad es que he hecho de todo,
pero creo que lo más bestia fue un fin de semana que me encerré en la finca con cuatro
tíos- abrí los ojos ansiosa y fascinada- La idea era tener sexo con los cuatro a la vez, pero
eso solamente pasó una vez, el resto de las veces lo más que tuve fueron tríos, yo sola con
dos de ellos, además de esos dos a uno los conoces.
-¿Olmo?
-El mismo.
Cada vez estaba más soliviantada, y sin darme cuenta también llevé la mano a mi sexo
repleto de jugos aflorantes.
-Yo nunca he hecho un trío- mi tono suponía un implícito reconocimiento de anhelo- ¿Y
cómo fue?
-Brutal, el otro tío era Berto, y los otros dos, un par de compañeros míos de la facultad,
Carlos y Miguel, estos dos eran bisexuales y es eso lo que estropeó un poco el tema- no
entendía y le pregunté con la mirada- Sí, es que la idea era tener una fin de semana con
cuatro tíos para mí, y esa idea a ellos les ponía mucho al principio, pero a Olmo y a Berto,
no les importaba rozar sus pollas si era dentro de mí, pero el pasar de que cuatro tíos para
mí a que en ocasiones ellos dos se calentaban conmigo y terminaban entre ellos les jodió
el rollo a Olmo y Berto y al final me usaban por turnos, bueno en realidad los usaba yo
por turnos, de dos en dos- cuanto más avanzaba su historia más bruta me ponía y mis
caricias distraídas sobre mi clítoris se hacían más intensas, y lo mismo pasaba con la mano
de Ali sobre el suyo- Cuando me follaban Berto y Olmo, era un sexo violento, enérgico
y chispeante, mientras que cuando era con Carlos y Miguel, era impredecible, pasaban de
ser muy masculinos obsesionados por darme por todas partes a joder ellos dos solos
mientras yo miraba, para mí lo más excitante con ellos dos fue cuando hicimos un
trenecito- sonrió- A mi daba por culo Miguel y a el Carlos, he hecho algo parecido con
dos tías y es distinto, ellos sí que saben mover las caderas para follar.
Estaba fascinada por aquella historia, estaba fascinada y ya definitivamente acelerada, ya
claramente tanto ella como yo, nos estábamos masturbando, despacito, a un ritmo
lánguido pero sostenido. Extasiada con lo que me contaba y con lo que hacíamos, me
pregunté si cómo habría sido mi vida de haber conocido antes ya no a Ali, sino a una
persona como ella, aunque tal vez lo había hecho y sin embargo estaba demasiado
centrada en mis obligaciones como para haberme dado cuenta de ello. Alicia en ese
momento, cuando se pasó aquel fin de semana salvaje tendría 20 o 21 años, nada que ver
con mis 20 o 21 años.
Pero me azuzaba la curiosidad.
-¿Al final llegaste a hacértelo con los cuatro a la vez?.
Ella sonreía, aunque yo no sabía si lo había por recordar todo aquello, por mi curiosidad
o porque ya nos estábamos haciendo conscientes de nuestra masturbación al unísono.
-Sí, si claro, una vez y media, ya te digo que la segunda estos dos se olvidaron de mí y se
enrollaron entre ellos, cosa que aunque me puso mucho, no era mi idea cuando planeé
aquello, pero si lo que quieres saber es si me las arreglé para tener a los cuatro dentro de
mí- su gesto se tornó en verdadera lujuria y su mano aceleró un poco el masaje- la
respuesta es que sí.
Yo también aceleré más el ritmo de mi mano al tiempo que abría mucho los ojos
imaginando la manera en que se organizaron.
-Fue más o menos sencillo- pareció leerme los pensamientos- Olmo me follaba la boca,
Berto me daba por culo, es muy delicado y a la vez muy bueno para eso, de hecho, creo
que ya sabes que es lo que principalmente practico con él y Carlos y Miguel me hicieron
una doble penetración vaginal- suspiró encogiéndose de placeres que al igual que a mí,
procedían de su chocho y de las imágenes de su mente- Eso es brutal, pero una vez que
te adaptas es un orgasmo de locos.
-Doble en el coño- susurré como para mí misma mientras mis ojos iban otra vez de los
suyos a su vagina brillante y enrojecida- Me gustaría vivir eso, algún día.
-No corras tanto cariño, primero tienes que quitar un estorbo en ese maravilloso potorro-
dejó de masturbarse y cogió el móvil, para antes de que yo dijese nada hacerme una foto-
Preciosa, estas preciosa, esta se la mando a Olmo.
-¡Cabrona!- yo también cesé en mi masturbación e intenté quitarle el móvil- No se te
ocurrirá hacerlo.
-Ya lo he hecho.
Forcejeamos un instante, lo justo como para que el mensaje se enviase, me sentí
abrumada, aterrada, ¿qué pesaría aquel hombre?, vi la foto y por suerte solo se me veía el
coño, húmedo, con mi mano frotando, nada más que me identificase, respiré tranquila,
pero al instante entró un mensaje con una foto de una polla, seguro que la de él agarrada
firmemente por una mano que no podía ser otra que la de Olmo. Aquella verga ya la había
visto libre, días antes, y erecta muy cerca de mi cara y de mi boca, tal vez debería de dar
el paso ya, pero antes tenía que hablar con él, teníamos que hablar.
-¿Te gustas ese rabo?
-Ya te digo.
-Pues cuando quieras es tuyo.
Nos volvimos a relajar y volví a mis caricias distraídas, pensando en que ya estaba elegido
el pene, y me preguntaba cómo sería, seguía aterrada por el miedo al dolor, pero la
decisión estaba tomada.
-Eso, sí si algún día quieres un trío con dos tíos, búscatelos como Berto y Olmo, te harán
disfrutar y no se volverán violentos, date cuenta que para los tíos el sexo grupal es una
especie de sucedáneo de una violación el grupo, así que si quieres gozar debes de
controlarlos y con ellos dos se puede.
Tomé nota mental de todo aquello, pero me quedaba una última duda.
-¿Por qué dices que solamente te lo hiciste con los cuatro una vez y media?, ¿cómo fue la
media?, ¿qué pasó?.
-Pues sencillos, repetimos el mismo plan, pero Carlos al verse detrás de Miguel, en lugar
de apuntar a mi coño, apuntó a su culo, ya te digo que para mí fue muy morboso, pero
para Olmo y Berta, una vez que se enteraron fue un shock- ella también volvió a su
masturbación, viendo que yo ya estaba centrada en ello mientras la escuchaba- Venga,
ahora te toca a ti, cuéntame tu mayor burrada.
Pensé un instante, cerré los ojos y me deleité en el placer que me estaba regalando a mí
misma.
-Sí, ya se, había una representante de la competencia, una maravillosa pervertida, te
gustaría conocerla- la recordaba perfectamente, e igualmente recordaba nuestras sesiones-
Inmaculada, te aseguro que no hacía honor a su nombre, una noche en un hotel
coincidimos dos convenciones, y ella se apostó conmigo que no éramos capaces de
follarnos, como poco, a cuatro tíos cada una esa noche, pero lo mejor era que a todos les
sacó ella la cita para ella misma, me pasé la noche de una habitación a otra- recordarlo
era a un tiempo excitante y jocoso- Chupando pollas y recibiendo embestidas en el culo.
Alicia me escuchaba visiblemente cachonda, y evidentemente al borde del orgasmo.
-No está mal ese maratón de sexo, y al final ¿quién de las dos ganó?.
-Yo, no lo dudarías- estaba ya espasmódica- me follé a cinco y ella a los otros tres, pero
cuando al amanecer nos reunimos en mi habitación, aún teníamos ganas de ir en contra
del último polvo entre las dos, mi culo se abría al más mínimo contacto y su coño estaba
parecido, y …
No pude más, me llegó el orgasmo que llevaba un rato anunciándose y por lo visto a ella
le pasaba otro tanto de lo mismo, las dos nos corrimos con chorros mutuos y un coro de
gritos alocados, que fijo, se escucharon en la calle.
Satisfechas nos miramos y nos dejamos caer hacia atrás con los ojos cerrados, ahora fui
yo la que hizo la travesura, y le hice una foto a Ali.
-Esta no a pienso mandar, es para mí, para cuando me masturbe si no estás cerca.
-Gracias cielo, haré lo mismo con la tuya- volvió a darse unos toques y brotó un último
chorro regalado por sus glándulas de shenke- Pero dime una cosa, los tíos aquellos ¿no
se olieron algo?.
-Pues claro que si, y ahí es donde está la gracia de todo, todos ellos eran ese tipo de tíos
que hacen alarde de las “zorritas” que se follan en los congresos, y cuando por la mañana
en el bar vieron a Inma, ella lo negó todo, “no se con quién habrás estado, yo no pude me
encontraba mal”, fue lo que les dijo, y ellos salieron huyendo sin saber con quién habían
estado, porque la condición era entrar a oscuras y ella también tenía el pelo como lo
llevaba yo entonces, éramos de la misma estatura y aunque no llega a nuestro volumen
de “pechis”, también es muy tetona.
Con el recuerdo de aquella candente conversación y de nuestro dúo de masturbaciones,
con fotos incluidas, llegamos a la finca y volvimos a estar desnudas al sol, exultantes y
embriagadas de sexo, pero por algún extraño motivo que en ese momento se me escapaba,
Ali rehusó mis sucesivos intentos de buscar su sexo pasada la hora de comer. Ella no lo
sabía, pero con aquella postura, lo que conseguía sin duda era provocarme más aún. Pero
quien en realidad no sabía nada era yo, mi querida amiga, me tenía reservada una gran
sorpresa para aquella tarde, una sorpresa definitiva.
Después de comer nos dimos otro chapuzón mientras Alicia bromeaba con el
hecho de que de haber sido dos niñas habríamos tenido a nuestras respectivas madres tras
de nosotras asegurando que se nos cortaría la digestión. Como la digestión siguió su curso
natural y hacía mucho calor alargamos el baño y solamente salimos cuando empezamos
a notar nuestras yemas de los dedos blanquecinas y arrugadas.
Yo seguía algo escamada con mi amiga, pero empecé a asumir que tal vez nuestro festival
de sexo de la última semana podría haber sido excesivo y me terminó por parecer una
buena idea la vuelta a nuestras tardes en cueros rendidas a la vagancia y el sencillo disfrute
de las vistas (mutuas) y el sol filtrándose entre los cañizos que nos proporcionaban buena
sombra.
Ali se recostó con unos auriculares conectados a su móvil para escuchar música mientras
yo hice lo mismo en mi hamaca, pero buscando relajarme con los ojos cerrados tratando
de dejar la mente en blanco, aquel era un ejercicio que había hecho muy a menudo en mi
otra vida, y me funcionaba, pero aquella tarde era imposible, en realidad en ese nuevo
tiempo me di cuenta de que era imposible, la vida caminaba mucho más lenta y con esa
lentitud me había dado cuenta de que me enteraba mucho más de ella, y eso me daba lugar
a una sensación adictiva, que al mismo tiempo embriagaba mi espíritu y lo sobreexcitaba
en vez de atontarlo con su borrachera.
Con un remolino de vida, de imágenes, sensaciones, experiencias,
sentimientos…zumbándome como una nube de hacendosas abejas trabajando en su panal
en cada uno de los más intrincados espacios de mi cerebro, no me di cuenta de que se me
había pasado más de una hora larga, casi dos, llegué a pensar de que me había vuelto a
quedar dormida, pero no, en esta ocasión no había sido así, había estado sometida a una
frenética tormenta, tal vez de ideas, no había reconocido nada, pero sabía que estaban allí,
y me di cuenta de que muchas eran las bases de mi futuro. Tiempo atrás había leído sobre
los ritos chamánicos, aquellos que en ocasiones lograban trances usando ciertas
sustancias, Jim Morrison había hablado de abrir las puertas de la percepción y sin duda
lo había hecho tirando igualmente de sustancias, pero en mi caso, la sustancia no había
sido otra que la esencia de mi nueva vida, sí, la vida, la existencia, pude oír sin ninguna
dificultad la voz de Clint Eastwood, o bueno de Constantino Romero, como si estuviese
sentado a mi lado diciéndome aquello de “yo me chuto con la vida”.
Abrí los ojos, Alicia me miraba divertida quitándose los auriculares.
-¿Te has vuelto a dormir?
Me froté los ojos.
-No, no, para nada.
-Pues lo parecías, estabas encantadora.
-Gracias- mi voz sonó con entre un coqueto ronroneo y un campanilleo revitalizado, cada
vez más revitalizado, pero me planteé algo y no dudé en preguntar- ¿No me habrás vuelto
a hacer fotos?
-¡No!
Aquel “no”, sonó a “sí”.
-Al menos espero que las uses para tu uso y disfrute.
Ella me respondió con una de aquellas preciosas sonrisas.
-Sabes que sí.
Se levantó a por algo de beber para las dos y yo me encendí un cigarrillo, que le cedía al
coger de su mano un refresco helado.
-¿Qué es lo que estabas escuchando?- me picó la curiosidad y alargué la mano a por su
auricular colgando del borde de su hamaca- Te tenía muy concentrada.
-Míralo tú misma, me imagino que te gustará.
Había un poco de todo, una mixtura musical de lo más llamativo y sin dudarlo igualmente
atractivo, me llamaron la atención una serie de versiones de Metallica, respetando toda
su carga metal, pero con instrumentos de cuerda, violines y violoncelos y en especial una
de las más conocidas “Nothing else matter”, era una especie de letanía apasionada de
cuerdas acariciadas por sus arcos.
Miré a Alicia con ojos de deleitada sorpresa.
-Se llaman Apocalyptica- me explicó- Son unos vikingos finlandeses con estética gótica,
formados en conservatorio, que hacen ese tipo de cosas y están para matarlos a lametazos.
Le dediqué una sonrisa lánguida, pero le robé el movil y los auriculares, y sin tener muy
claro la causa, me pareció que era eso lo que ella estaba esperando de mí, no lo comprendí,
pero me dio lo mismo, quería escuchar aquello, desde el primer instante supe que era el
combustible que le faltaba a mi cerebro aquella tarde para terminar de vislumbrar las
imágenes de en mi cabeza para mi trance chamánico, y para mi satisfacción seguía siendo
vida lo que me colocaba.
De nuevo recostada me volvía a evadir en busca de la clarividencia, en pos de la
concreción de aquellas chispas brillantes que pugnar por mostrarse frente a mí.
Experimenté una especie de virulenta aceleración, el espacio se hico pequeño y yo
diminuta, traspasada por las estrellas que se tornaban en fugaces rayos de luz blanca como
aquellos que se veían desde la carlinga del Halcón Milenario cuando la hipervelocidad
decidía estar por la labor de funcionar. Vi agua, frondosas arboledas, peñas grises,
mientras los Doors iniciaban “The end”, el propio Morrison lo cantaba cono un viejo
hechicero en mis oídos, dentro de propia cabeza y una silueta masculina recortada de
espaldas, grande, fuerte, con el cabello largo y revuelto, era la misma que me había
imaginado el día de mi primera masturbación después de mi dique seco…
Tuve la sensación de que alguien me observaba, entreabrí los ojos y me topé con dos
pares de ojos mirándome, no pude evitar un sobresalto. Ali arrodillada junto a mí me
acarició la frente y me apartó el pelo, yo me quité los auriculares, un poco tensa, pero sin
lograr hablar.
-Eva, cielo- me besó la frente- Hoy es tu día- me besó los ojos- Hablé con Olmo y le conté
la verdad, ya sabes- noté como todo mi ser se tensaba hasta casi volverme espástica, pero
lejos de sentirme traicionada por mi amiga o por Olmo, solamente sentí pánico- Espero
que no me lo tengas en cuenta- me besó los labios- Lo he hecho por ti- me besó el cuello-
Espero que me perdones esta pequeña traición…
Yo seguía inmóvil, incapaz de hablar, con los ojos muy abierto yendo y viniendo de los
de ella a los de él. Estaba tan sorprendida que ni siquiera me había percatado de que Olmo
también estaba desnudo, aún en pié por detrás de Alicia ofreciéndome una perfecta
perspectiva de su sexo, distendido y relajado, grueso y colgante. Se agachó y me dijo algo
que no llegué a comprender, ni tan siquiera logré archivarlo en mi memoria, pero escuchar
su voz me consiguió relajar, acepté aquella situación, comprendí que no había otra salida,
que tanto Alicia como Olmo lo habían planeado sabedores de que tenían que tomar
decisiones por mí, siendo honesta conmigo misma mis miedos nunca me dejarían iniciarlo
yo. A pesar de que estaba aterrada y sorprendida me permití un cierto guiño de humor
negro para mí misma, estaba claro que perder la virginidad era como aprender a conducir,
son cosas que o las haces enseguida o los miedos y la responsabilidad te pueden y lo vas
dejando para nunca hacerlas.
Ali se incorporó, temí que se marchase y alargué la mano hacia ella.
-No me dejes.
Fui capaz de pronunciar aquellas palabras y para mi sorpresa me sonaron lejanas, perdidas
en el tiempo y el espacio, tal vez sí que había tomado alguna sustancia, sin duda el ritual
chamánico continuaba, pero ahora había trocado en una celebración iniciática, un
sacrificio a mayor gloria del futuro de mi vida sexual y todos los dioses que desde el inicio
de los tiempos se habían ocupado del devenir de eón tras eón del goce de los placeres del
cuerpo.
Ella con visible sorpresa aceptó, tal vez porque lo esperaba, tal vez porque lo deseaba, no
lo supe, pero permaneció allí, adquiriendo una condición novedosa que encajaba a la
perfección en aquel esquema ritual que había cobrado mi desvirgue.
Como virgen ofrecida en sacrificio permanecí inmóvil, con la mirada fija en la sacerdotisa
que era quien me transmitía seguridad y confianza. El sacerdote, oficiante de la ceremonia
nos miraba con bien controlada expectación, se había ido colocando a los pies de mi
hamaca, el altar del sacrificio, y me acariciaba los pies y las piernas al ritmo de una
silenciosa letanía que mi subconsciente tradujo en sonidos escuchado un rato antes, en mi
cabeza el “The end” de los Doors había entrado en bucle y terminaba de dar sentido a
todo aquello.
Alicia me volvió a besar en los labios, el cuello, los pechos, el vientre, el pubis y por fin
entre las piernas, en el coño que estaba a punto de ser ofrecido y sacrificado. A pesar de
la evidente tensión del momento para la virgen que sería sacrificada, había un algo
instigador en todo aquello, comprendí a aquellas creyentes ciegas entregas entregándose
a su propio holocausto de las películas de bárbaros de serie que remedaban a la mítica de
Conan, y noté que los fluidos me afloraban a la piel.
La sacerdotisa se giró hacia su señor, y se dejó tomar por el cabello, él la llevó hasta su
boca y la besó, y la besó de un modo extraño para la situación, había un algo diferente
ajeno al momento, que a punto estuvo de sacarme del embrujo ritual del momento. Pero
aquello pasó y vi como ella se agachaba hasta el engrosante miembro de él, lo acariciaba
con verdadera veneración y luego lo lamía con deleite. Con la letanía en bucle
reiniciándose de manera infinita adueñada de mis neuronas veía todo aquello como ajena
a mi cuerpo, casi desdoblada, pero expectante y sobre-excitada.
Con mucha calma, verdadera parsimonia, ella se apartó de él, ya estaba totalmente erecto,
brillante con la saliva de la sacerdotisa en la luz del atardecer. Ella me separó las piernas
mientras él me atraía cuidadosamente hasta su cuerpo. La letanía pseudos-religiosa
golpeteaba en mi cabeza desde dentro, cerré los ojos y noté el calor de los labios de aquella
sacerdotisa sobre la única parte de mi cuerpo que les interesaba en aquel instante a ambos
oficiantes. Era evidente que temían que la virgen se crispase llegando su momento.
Abrí los ojos extenuada sin haber empezado aún, para ver como el legionario Artorio-
Arturo, ya rey de Camelot se disponía a adueñarse del cuerpo de la virgen que la
sacerdotisa le ofrecía. Ella se apartó de mi cuerpo para dejar hueco a que el fornido
volumen de la cadera de él se colocase entre mis piernas, con una mano, mirándole a él a
los ojos, se apoderó de la polla enhiesta y con la otra mano en mi coño ayudó a que ambos
se acercasen, a que él se acercase a mí. Debió de notar las punzadas de pánico y dejó que
fuese él quien continuase el acercamiento, y con una tranquilizadora expresión de
seguridad se me acercó inclinándose sobre mí, con los pechos colgantes se fue agachando
hasta besarme una vez más la frente y los ojos.
-No tengas miedo- hablaba entre susurros- Estoy contigo- noté que el báculo del sacerdote
entraba en mi cuerpo, fue solamente un poco, no más de lo que yo había dejado asomar a
mis dildos- Mírame a mí- me fijé en el azul de sus ojos mientras empezaba a notar algo
de dolor- Mírame a mí y no pienses, solo disfrútalo.
Hubo más dolor, tensión, tensión doliente, me contraje una vez más, un terrible dolor, una
especie de chasquido en mi interior y una molestia, ya había pasado, ya estaba dentro de
mí aquella polla, la polla del elegido. Tantos años temiendo aquel dañino momento y
pareció pasar tan rápido. Él se movía rítmicamente, con seguridad, asiéndome por las
caderas, no había placer, ni tampoco dolor, únicamente sentía una hiriente molestia, más
parecida a una incómoda escocedura que al temido rasgar de mi cuerpo que tantas veces
había imaginado. Aun así estaba pletórica mi sacrificio en las aras del sexo pleno se estaba
llevando a cabo, lo peor había pasado, recuerdo que en ese mismo instante mis ojos se
cruzaron con los de Alicia, la suma sacerdotisa que me había presentado a las divinidades
de la carne y me había entregado al falo ejecutor del oficiante, el dueño de Excalibur, el
amigo del brujo que pactó con el dragón y ella la criatura de Carrol, me regaló una nueva
sonrisa y un nuevo beso, pero esta vez el beso fue largo, humedecido, intenso y feroz,
todo lo contrario de la delicada y amorosa caricia que me empezó a entregar justo en mi
clítoris, aquello cambió las cosas, la escocedura permanecía pero el placer pugnó por
brotar desde mi interior.
Arturo, acrecentó su movimiento, aferró aún más fuertemente mis caderas con sus manos,
hasta hacerme daño, pero ya no me importaba el dolor, empezó a bramar, ella incrementó
igualmente su ritmo gimiendo por aquella que ya no era virgen, mientras la propia
ofrenda, es decir yo, poseída de una placer desgarrador los miraba ya en la penumbra de
la noche pletórica y febril, hasta que noté que Olmo, ya no era Arturo, sino simplemente
Olmo, se tensó y en un intento salvaje de llegar con su miembro hasta lo más oculto de
mi cuerpo se derramó dentro de mí. Ali, había vuelto a ser ella, y estaba poseída por el
ardor de la situación la mi contraerse en un orgasmo seco que yo no llegué a alcanzar,
pero me quemaba en las llamas de un inaudito placer desconocido.
Había terminado de firmar un pacto con las deidades de la carne, y lo había firmado con
mi propia sangre, aquella sangre que goteó desde el interior de mi propia carne al retirarse
de mis adentros la polla ejecutora de la ceremonia. Vi a mi amiga retirarle el condón que
no había llegado a ver cuando se lo había colocado, le besó, una vez más de aquella forma
extraña del principio, para volverse hacia mí y aún con el sabor de él en su boca, darme
un sutil beso. Tras ella, fue él quien me besó, de un modo similar al de Ali. Los dos se
recostaron junto a mí recuperando el aliento.
Acababa de dar el paso hacia otro mundo, nunca me lo había planteado de ese modo, pero
en ese mismo instante me sentí adulta, ahora en que el miembro de aquel hombre se había
llevado por delante y para siempre, un trozo de mi cuerpo, lo sentí por fin entero.
Escuchando retumbante en mi cabeza el final de bucle musical que mi subconsciente
había generado para embriagarme, “this is the eeeeend”, me di cuenta de que la otra Eva,
ya era historia, toda ella, era mi historia, pero éramos dos personas distintas, yo había
salido por fin de la crisálida y tenía que empezar a descubrirme y comprenderme. Lo que
esa noche no supe, pero pronto descubrí fue que tardaría en lograrlo, lograr tanto
descubrirme como comprenderme, en ese momento estaba a las puertas de mi propio
infierno, mi submundo, el submundo más voraz y preñado de sensuales reclamos y
placeres que merecía explorar y vivir. Yo era Perseo a las puertas del antro de la Gorgona,
acababa de matar al Cancerbero y tenía que lograr la pieza definitiva para unirme a la otra
parte de mi ser que era Andrómeda. Una vez más supe que en la vida no hay
Madmardigans, ni Lady Godivas esperando a salvarte, si tú mismo no lo quieres hacer.
Estaba a las puertas de mi propio infierno, todo proceso de catarsis tiene el suyo y por fin
desnuda y entera me adentré en el mío, deseosa de abrasarme en él, pero segura de que
saldría fortalecida.

12º Un pacto.

El final de mi virginidad había llegado, había sido del modo más extraño, pero tanto en
aquel momento como después, supe que no podía ser de otra manera, la perdida de la
virginidad era, es y será un rito de paso, y de ese modo la admití imbuida por aquella
situación de improvisado ceremonial. Tanto mis torpes intentos de acabar con ella al final
de mi adolescencia, en mi entapa universitaria, como el desastroso amago con un hombre
por el que sentía únicamente afecto, y al que, sin yo saberlo entonces, pero viéndolo en
perspectiva, me traté de aferrar en un delirante intento de no sentirme sola, ni incompleta.
Tal vez era aquello lo que el pobre Juanjo pensó, tal vez era lo que pensó y sintió, tal vez
una burla, y por eso tal vez mi amiga Alicia se planteó organizarme aquella encerrona;
tanto aquella misma tarde-noche en su piscina como ahora mismo lo entendí y lo entiendo.
Yo siempre habría encontrado una manera de engañarme y dilatar la espera, o de haberme
encontrado con que mi pacto de una noche de sexo con Olmo se precipitaba sobre mi con
toda su carga, me habría visto obligada a explicarme sobre la marcha con imprevisibles
consecuencias y tal vez, otro tal vez, no habría sido tan comprensivo como mi querida
Ali, cuando en nuestro primer encuentro me vi descubierta, habría sido otro hombre
burlado por mí, y sin duda, en eso sabía que no habría un tal vez, con Olmo no habría
funcionado el recurso del sexo anal ni oral o de dirigir yo la situación, él era un hombre
suficientemente seguro de sí mismo y sabedor de su encanto, y lo que ese encanto me
producía, que habría buscado llegar al santuario de mi cuerpo de un único modo, sin duda
otras opciones en él eran un atractivo muy fuerte, pero él, todo un rey, querría tomar lo
prometido haciendo caso omiso a melódicos cantos de sirenas.
Olmo y Alicia al margen, mi propia dilación por más consciente o inconsciente que esta
fuese, me ratificó que aquel rito de paso celebrado en una edad que no era la que le
correspondía, no podía ser de otro modo, y no puedo negar que mi propio misticismo
aquella tarde encerrada en mi mente con aquella exploración onírica de lo más profundo
de los anhelos y, sin duda, esperanzas de mi subconsciente, dio lugar a que me rindiese a
la aceptación de un hecho irrefutable y por fin definitivo.
Lo pensé en varias ocasiones y nunca llegué a una conclusión distinta, el sino de las
mujeres está íntimamente ligado al derramamiento de sangre, de nuestra propia sangre
llegado cada uno de esos momentos de transición y de paso, cruzamos las puertas a lo
largo de la vida entregando nuestra propia sangre. Estoy convencida de que los
antropólogos me llevarán la contraria, o como poco lo explicarán de otro modo diciendo
lo mismo, pero para mí es una verdad tan certera como que mi corazón late o que respiro
aire. Para mí es así, soy mujer y casi al mismo instante de nacer para mostrarnos como
mujeres, para que se nos reconozca como tales en esa edad en la que los bebés no se
diferencian a ojos de los ajenos, se nos somete a ese primario trance. No es el código de
colores con el que se nos viste el elemento diferenciador, sino la presencia de pendientes
en nuestras orejas, y ese primer paso, se logra con dolor y sangre, nuestra sangre, esos
pendientes, esa sangre nos hacen niñas.
Dejamos la niñez con una nueva entrega de sangre, que en ocasiones incluso se acompaña
de dolor, y desde ese instante nos vemos obligadas a entregar nuestro fluido carmesí,
nuestra sangre una vez al mes. Ese salto nos arranca de la niñez y nos deposita en un
limbo indefinido en el que ya no somos niñas, todo el mundo nos dice que ya somos
mujeres, pero seguimos jugando con muñecas hasta que un día las soltamos y pensamos
en jugar con otros cuerpos, mientras aprendemos a jugar con el nuestro propio. La gran
mayoría lo hacen realidad lo antes que pueden, juegan a enamorarse, a seducir, a ser
seducidas, a ser tomadas por algún amante y se hacen mujeres con un nuevo sacrificio y
una entrega más, otra ofrenda de sangre.
Él último cambio, el paso final en el que nuestra sangre se derrama, en el que está presente
fluyendo de nuestro cuerpo es el cambio que experimentan aquellas que las hace dejar de
ser solamente mujeres para ser madres, compartimos nuestra sangre con un ser al que
albergamos y al que amamos simplemente por el hecho de que se ha formado de una
unión de sangres, que se ha alimentado de la nosotras, de nuestra vida, de nuestro cuerpo,
de nuestra pasión y de nuestro aliento nadando por nuestras venas en forma de oxígeno
transportado por nuestra sangre, por y para su vida.
Yo había vivido sin recuerdo alguno el primer paso, mucho más consciente el segundo
con su periódico asomar y había optado por aplazar el siguiente por miedo y este llegó de
un modo nada romántico, la época de que hubiese sido así ya había pasado para mí, y ya
no había opciones de ello, pero su carga ritual de pacto con la vida estaba allí y la acepté
sin más y con un gran agradecimiento hacia aquellos que me llevaron de la mano hasta
ella.
Todo aquello me bailaba en la cabeza aquella misma noche, cuando después de una cena
frugal, en la que habíamos hablado poco, pero nos habíamos mirado diciéndonos
infinidad de cosas en silencio, Ali y yo nos fuimos a la cama. Ella me abrazó por detrás
con una ternura infinita apoyando su mano sobre mi vientre y me besó el cuello.
-¿Te ha dolido?.
Hasta ese momento no habíamos tocado el tema de ese modo, y en su voz me sonó real,
tan real, que fue cuando supe que había pasado, que había sido real, no un sueño ni una
escena de una película de Conan.
-No- era mentira- Bueno sí- también era mentira- en realidad, ahora no lo sé, tanto tiempo
aterrada ante ello y ahora no lo sé.
Me di cuenta de que no supo qué decir, volvió a besarme y nos entregamos al sueño. El
mío fue ligero, llegó algo retrasado, pero fue extrañamente placentero.
Los días siguientes los recuerdo muy reposados, los recuerdo ralentizados, casi en cámara
lenta, hubiera podido hacer las piruetas de Neo esquivando las balas del agente Smith y
compañía, sin ningún tipo de problema, y al igual que él yo me sentía pletórica en mi
nueva condición, pero notaba que mi mundo caminaba muy despacio en torno mío, y que
estaba una vez más envuelta en un proceso de cambio, de evolución, otra vez esa catarsis,
otra vez sin saber cuál era la meta, pero al menos, en esta ocasión estaba muy claro, por
lo menos así lo veía yo, tenía muy claro lo que me tocaba hacer en esa nueva etapa de mi
camino, lo que me apetecía hacer, lo que deseaba hacer, lo que mi cuerpo me pedía hacer,
borrada la virginidad de mi cuerpo me tenía que entregar al disfrute pleno del sexo y de
mi promiscuidad, tenía hambre y quería comer.
De vez en cuando sentía una leve molestia en el interior de la vagina que me recordaba
que ya había perdido aquello que me había mantenido “incompleta”, pero tanto esas
molestias como las pocas muestras de sangre que aún tuve que entregar a la vida en virtud
de mi tránsito, no duraron demasiado, no más de un par de días, casi una mini regla sin
dolor de riñones.
Entre nosotras el sexo fue mucho más reposado de lo que había sido nuestra frenética
carrera de lujuria los días previos. Yo sabía que Ali era una mujer cargada de una
maravillosa sensibilidad, pero por algún motivo que entonces no comprendía prefería dar
rienda suelta a aquel vitalismo exaltado, pero en aquellos encuentros me la mostró, todo
era ternura y delicadeza, casi temí que se estuviese enamorando de mí, cosa que por un
lado rompería nuestro pacto y por otro me hubiese dejado en un lugar imposible de
mantener, desde luego que en el aquel tiempo había descubierto que quería a Alicia y la
quería mucho y de verdad, pero era eso, la quería, no podía concebir el ir más allá, aquello
me dolía no por ella en sí, sino porque se me antojaba que tal vez yo era un ser con tara,
incapaz de amar. En todo caso no pensé mucho más en ello, cuando me di cuenta de que
mi amiga Alicia era así, una cobertura vitalista y exaltada escondiendo un interior
sencillamente adorable.
No recuerdo que día fue, pero llevaba toda la semana con una idea, una necesidad
pulsando todas y cada una de las células de mi cuerpo y aquella tarde al salir de trabajar
supe que había llegado el momento.
-Lo siento- cerrando la clínica Ali se me acercó al oído- Hoy tengo que ir a casa de mi
madre- la vi algo contrariada- Me ha llamado hace un momento y me ha dicho que vaya
por allí, que ha tenido avería con la lavadora- aun así me dedicó un guiño- Hoy no me
esperes, no sé lo que tardaré, ha debido ser gorda la cosa, y está sin agua ni luz, lo mismo
se tiene que venir conmigo a casa.
Me ofrecí a ir con ella para ayudar, pero se negó, nos despedimos y tomé aquella decisión
en cuestión de segundos. Era algo que sabía que tenía que hacer, aquel era el momento y
no me pareció necesario contárselo a Ali, y menos con el inconveniente hogareño de su
madre, ya se lo contaría al día siguiente, saliese como saliese aquello que me disponía a
hacer.
Caminaba hacia casa a ritmo intenso, saqué el móvil y mandé un mensaje por el whats
app.
“Te puedo ver hoy??”
Unos minutos que se me hicieron eternos.
“Por supuesto”, “Pasa algo??”
“No. Te va mal ahora??”
“No, hoy no voy al gyn”
Mi ritmo era cada vez más intenso, ya estaba llegando a casa.
“OK, en un rato te veo en tu casa”
“Si quieres voy yo”.
No quería ser yo quien esperase, prefería no esperar, tenía la sensación de que si esperaba
perdería mi iniciativa, perdería mi decisión y perdería el tiempo.
“No, pásame tu dirección y te veo en un rato”.
Entré en casa a toda prisa dejando el bolso y el teléfono (entraba un nuevo mensaje) en el
primer sitio que pillé y saludé a Runa con todo mi cariño, pero con la cabeza en otra cosa.
-Lo siento mi niña, hoy no saldremos de paseo, te quedarás con todo el jardín para ti.
Cada vez más decidida me desnudé a toda prisa, entré en la ducha, me repasé la depilación
del pubis y las ingles y corrí escaleras arriba en busca de ropa. No tenía una idea muy
clara sobre lo que me debería poner pero al verme saliendo de casa duchada, perfumada
y con una falda negra ajustada y uno o dos dedos por encima de la rodilla, una blusa
blanca de tirantes finos y escote recto que se ajustaba a mi torso con una sutil mezcla de
incitación al pecado e ingenua despreocupación, cosa que era más patente por el hecho
de que con ella se percibía la existencia de un sujetador sin tirantes y calzada con las
sandalias que me vendió Olmo el día que nos conocimos, supe que era lo adecuado para
aquella extraña e improvisada cita. Una vez más había tenido dudas sobre qué hacer con
mi pelo, en esa longitud en la que las mujeres estamos ansiosas por vérnoslo ya
claramente largo, pero que la tentación de volver a cortarlo nos azuza de forma demasiado
incesante. A falta de las manos de Ali para adueñarse de aquella situación y darle forma,
me limité a hacerme dos pequeñas coletas y salir de casa mirando el último mensaje que
había entrado en mi móvil con una dirección.
Llegué al portal sorprendida de que aún no hubiesen dado las nueve y más sorprendida
aún de haber logrado sitio para aparcar un coche de las dimensiones del mío a unos veinte
metros de la misma puerta. El portal estaba abierto, subí un buen tramo de escaleras para
llegar a un vestíbulo amplio y en penumbra, el ascensos era de esos antiguos de caja de
madera y acristalado, cargado de encanto, extrañada de que aún no lo hubiesen
transformado en un estandarizado habitáculo metálico y futurista presioné el botón del
piso al que iba y al notar que la maquinaria se ponían en marcha noté igualmente una
explosión de tensión y nervios que nutriendo de adrenalina mi corazón lo hicieron
bombear sin control. Muy probablemente aquella era la primera vez en mi vida que sentía
tales sensaciones, pero no me lograron hacer desistir de la firme decisión en lo que estaba
a punto de hacer.
El ascensor llegó a su destino y yo salí al descansillo, en aquella ocasión no habría ningún
delito, ningún asesinato, al menos eso era lo que yo esperaba. Giré a la derecha y llamé
al timbre. Refrené las ganas de darme la vuelta y volverme a casa, aunque de habérmelo
planteado realmente en serio no me habría dado tiempo. La puerta se abrió y tras ella
apareció Olmo recién duchado, con el pelo aún empapado, el torso desnudo y en pantalón
corto, aquella maravillosa sonrisa capaz de deshacer el hielo y una amalgama de duda y
curiosidad plantada en la cara, aferrada a su cuidada barba de varios días.
Quiso hablar, pero me adelanté a él con un gesto firme de mi mano derecha y ahora sí, la
decisión brillando en mis ojos casi glaucos. La luz del atardecer se derramaba por los
huecos de la escalera desde una enorme vidriera de bloques de cristal translucido. Por
algún extraño motivo, aquella luz y aquella situación, me infundieron los últimos restos
de firmeza que tal vez aún me faltaban.
-No quiero que digas nada- por fin hablé al ver que él se planteaba una vez más hacerlo
por mí- Déjame hablar antes de que digas nada.
-Al menos pasa.
-No aún no, déjame hablar antes, déjame que te diga una cosa, lo tengo que hacer, y lo
tengo que hacer aquí, sin entrar, luego si quieres me invitas a pasar, pero esto te lo quiero
decir sin entrar en tu reino- él aceptó y me miró con creciente interés- No te dije nada el
otro día, no os dije nada el otro día, pero nunca os estaré lo suficientemente agradecida a
los dos, Ali sabe lo que ella es para mí, pero contigo tenía que hablar, necesitaba hacer
esto- hice una pausa complacida de constatar que nunca antes en mi vida había estado tan
segura de hacer algo, nunca antes había sentido esa firmeza- Olmo, me hiciste un gran
favor- no pude evitar lanzar una mirada de soslayo hacía su paquete- Pero he venido a
pedirte un favor, otro favor, si tú quieres, si puede ser, y espero de verdad que lo sea-
tomé aire y puse mis ojos sobre los suyos y tras unos segundos hablé- Mírame como a
una persona, trátame como a un igual, quiéreme como a una amiga, cuídame como a un
hermana, pero hazme el favor de follarme como a una mujer, el momento de mi transito
ya ha pasado y quiero que me folles como se lo haces a tus otras mujeres, como follas a
Alicia…
Tenía pensado seguir hablando, darle un par de razones más, pero me di cuenta de que ya
no tenía sentido, ya había condensado todo en aquellas palabras. Él, con una simple
mirada me transmitió su total conformidad, el acuerdo con ese nuevo pacto que yo, Eva,
estaba cerrando con otra persona en relativamente pocos días un nuevo pacto. Se me
acercó, me cogió de la mano y me llevó al interior de su casa, yo ya había dicho lo que
tenía que decir y ante su respuesta ya estaba dispuesta a entrar en su territorio. Cerró la
puerta tras de mí en el mismo instante en que la puerta del otro lado del rellano se abría
dejando salir preciosas voces femeninas.
Olmo me atrapó entre su cuerpo y la puerta ya cerrada, ¡dios, que bien olía!, aroma a
hombre recién duchado.
-Princesa- tal y como me habló creí que no sería capaz de mantenerme en pié- Cumpliré
todo lo que me pides, serás mi igual, mi amiga, mi hermana y mi amante, pero nunca te
podré follar como a Alicia, podré hacerlo con las dos, juntas y por separado- aquella voz,
la voz de aquel rey sátiro se me estaba agarrando a los sentidos, incluso la noté colándose
entre mis piernas en busca de aquello que todo él ya conocía y yo deseaba que hiciese ya
de un modo diferente a como lo había hecho la primera vez- No quiero que me interpretes
mal, ella y yo tenemos una historia y un pasado, y eso no lo puedo cambiar.
-Acepto tus condiciones- me acerqué un poco más a él, era justo lo que me planteaba, Ali
también era algo diferente para mí, podría tener relaciones con otras mujeres, sexo con
otras mujeres, pero el sexo con ella sería especial y nuestro, de nadie más- Por otra parte,
creo recordar- empecé a desatar el cordón de su pantalón corto, notando que algo se
despertaba allí dentro- Que tú y yo tenemos otro acuerdo- suspiré provocadora- Y quiero
que se cumpla.
Con la mirada cada vez más intensa, clavándose sobre la piel de mi cuello, apartó uno de
los tirantes de mi blusa, cuidadosamente, después el otro. Coló su mano hacia mi espalda,
y con sorprendente destreza soltó los corchetes de mi sujetador, tirando de él, pero sin
liberar mis pechos de más tejido, respetó la blusa.
-Sí, estoy de acuerdo- dejó caer mi sujetador- Y eso es algo que me quiero cobrar, estoy
en mi derecho- esa voz, esa forma de hablarme y ese aliento en mis oídos, no hizo falta
más para lograr humedecer mi pequeño tango- Y no me importará seguir cobrándolo
mientras tú quieras.
-Pues empieza- hablaba en un fogoso susurro mientras era yo quien retomaba la iniciativa
empezando a bajarle el pantalón- Mejor vamos empezando los dos.
-No me pienso dejar hacer tan sumisamente.
Sin haber terminado de hablar unió mis dos coletas en un mismo manojo recogido en su
mano derecha y tirando de ellas se adueñó de mí y me besó, de esa forma que lo hacía él,
del mismo modo en que me besó nuestra primera vez en la barandilla junto al río. Al
mismo tiempo, ahora sí, con la otra mano bajó, no, tiró de uno de los tirantes de mi blusa
y me dejó las tetas libres por completo y presionadas por su mano firme y su pecho duro.
-Pues habrá lucha- me había apartado de sus labios y lo hice además enredando mis dedos
en su cabello aún algo húmedo para tirar de él- Soy una mujer difícil de dominar.
-Entonces- me volvió a besar y metió su mano derecha bajo mi falda, tirando hacia arriba
de ella y a pesar de su estrechez llegó a palpar el tanga y notando la humedad que este
recogía me miró feroz a los ojos y tiró de él sin miramientos rompiéndolo y quedándose
con sus restos en la mano se lo llevó a la boca para lamerlo- Entonces luchemos.
Aquello fue el detonante final, el pistoletazo que dio inicio a la contienda. Nos besábamos
mordiendo el aire que había entre ambos, nuestras manos tiraban de nuestras respectivas
cabelleras, mi ropa iba cayendo al suelo, me dejaba llevar por aquella casa para mí
desconocida, pero solamente en eso, el resto de nuestra refriega era lucha, combate, pelea.
Me levantó en volandas casi como un fardo cargada a su hombro, ya desnuda, salvo, una
vez más mis tacones, yo luchaba arañándole la espalda con todas mis fuerzas, y él me
correspondía con un jugar de sus dedos en mi chocho empapado que me arrancaba
gemidos de placer y bufidos de protesta. Se paró bruscamente, traté de erguirme aún a
cuestas de él, pero no pude hacer más, me bajó sobre lo que me pareció un sofá mullido,
casi me lanzó sobre él, pero lo hizo con una inaudita mezcla de delicadeza y violencia
controlada. Yo, al verme tendida allí, con las piernas abiertas, deseosa de que volviese a
entrar en mi cuerpo de aquella otra forma, la que habíamos pactado, la que gracias a él y
a mi amiga-amante ya podía lograr. Pero aquellos prolegómenos me estaban deleitando
de un modo maravilloso, quería seguir la pelea. Levanté las piernas, primero una y
después la otra y apoyé mis sandalias sobre su piel y con toda la intención clavé los
tacones sobre ella, aquellos músculos se tensaron con aquel aguzado contacto y en su
rostro se encendió aún más el ciego fuego de la lujuria. Mis tacones se hundieron en su
piel tanto y de tal manera que llegué a sentir dudas, dudas que se disiparon solo con ver
el mirar retador de Olmo.
Sin decir nada deslizó su mano hasta mi chichi, y me acarició fugazmente, antes de que
yo le diese una leve palmada en la mano. Él sonrió y me devolvió la palmada en la mía
que yo había dejado tapando mi cueva por fin abierta y húmeda, y con aquel manotazo
me encontré con una nueva oleada de sensaciones acuosas brotando de mí, y con ello y
un tremendo descaro, aún sin aflojar la presión de las puntas de mis tacones sobre su
cuerpo, separé un poco las piernas a fin de que pudiese ver el modo en que me metía los
dedos yo misma.
Olmo se tensó con el espectáculo que le estaba regalando y trató de acercar su cuerpo al
mío, su polla a mi coño, y me demostró que ya era el momento de descalzarme e ir más
allá. Giró su cabeza hacia uno de mis pies y clavó sus dientes en el empeine y su lacerante
presión removió placeres por toda mi piel. Tras aquel extraño remolino de excitación con
cuidado me descalzó, primero un pie, después el otro y me entregó los zapatos, con cariño
y cuidado, respetando con fe de acolito aquellos fetiches. Yo los tomé de sus manos y sin
pensarlo mucho los lamí mirando directamente al brillo oscuro de sus ojos en la
penumbra, los lamí, lamí los tacones como si de dos extraños penes se tratase, y recordé
una rocambolesca historia que corría por la facultad sobre una compañera que en nuestro
segundo año de carrera y alterada por la efervescencia que le produjo un pasaje de un
libro en el que la protagonista se desvirgaba masturbándose con el estilete de unos
zapatos, decidió hacer lo mismo para regocijo de su pareja del momento pidiéndole, entre
tanto, que se masturbase para ella. Era, sin duda, una de esas historias malintencionadas
que corrían por los pasillos, pero no podía negar la posibilidad de que fuese, en parte
cierta, de ser así a buen seguro, Olmo habría disfrutado de la situación y de aquel cuerpo.
Sin dejarme llevar por las imágenes de aquel recuerdo, dejé a un lado mis sandalias y me
centré en aquel hombre desnudo que estaba de pie ante mí, besando mis pies y acercando
su polla cogida con una mano hasta mi entrepierna. Yo aún quería algo más de lucha y
volví a cubrirme el coño con las manos, él me dio de nuevo un pequeño manotazo y un
par de golpes más con su propio miembro. Aquel contacto, aquel uso de su verga me
acentuó aún más la exaltación febril de la pasión y aparté las manos, pero no para darle
vía libre sino para coger su sexo y hacerme lo mismo, para acto seguido ser yo la que le
dio un par de golpes secos sobre su dureza descapullada y con las piernas obligarle a
hincarse ante mí, hundiéndole la cara en mi jugoso coño.
Lo que vino inmediatamente después fue lo más parecido a una violenta caída por un
pozo de sensaciones en un arrobamiento mareante. No es que fuera le mejor comida de
coño de mi vida, en absoluto, podría rivalizar con las que me regalaba Alicia o las que
me había entregado Cesar tiempo atrás, pero no superarlas, la cuestión es era la primera
que me hacía un hombre una vez perdida mi virginidad, y eso era lo especial y lo más
estimulante de la situación. Aun así, aquella lengua en mi chichi, era tan estimulante como
lo había sido en mi boca, cuando junto al río nos besamos la primera vez, entraba y salía,
lamía y relamía y tras ello me entregaba pequeños mordisquitos de los labios y el
capuchón del clítoris.
A pesar de que le tenía sujeto contra mi cuerpo con toda la fuerza de mis piernas, se irguió
casi llevándome en volandas sujeta a su cuello. Aquella brusquedad me removió en la
blanda superficie sobre la que había estado reposando, y al removerme me acerqué al
borde, con su miembro rígido y brillante por la humedad de sus propios fluidos a menos
de tres dedos de mi cara. Si su intención era obligarme a hacerle una mamada, del mismo
modo en que le había obligado yo a él, no le di tiempo, sin usar las manos alargué el
cuello, ansiosa, hasta ver que aquella polla entraba en contacto con mis labios y mi lengua.
Él bramó encendido, yo le chupé y relamí con enérgicos movimientos de mi cabeza
haciendo que aquella verga entrase y saliese de mi boca, llegando casi hasta el fondo,
pero sin hacerlo, por entonces aún tenía la extraña convicción de mantener ese límite.
Su mano buscó de nuevo la abertura empapada de mi cuerpo, y me regaló unos
extenuantes toques que acentuaban los placeres que yo le entregaba a él.
Tras un instante indefinido e indescriptible, nos soltamos mutuamente en el mismo
instante, casi coreografiados y me giré hasta volver a estar tumbada boca arriba y frente
a él.
-Déjate ya de presentaciones- abrí las piernas y con ellas noté como se me abría la vagina-
Y métemela- capturé su cuerpo entre mis piernas- Que me la metas.
Él pareció divertido por mi tono, y con calma sacó un condón de una cartera sobre una
mesita al lado nuestro y se lo puso.
-Eso está hecho- con un malvado aire reverberando en la voz acercó la punta de su pene
hasta mi cuerpo introduciéndolo ligeramente- Entonces ¿cómo a las otras?
Desesperada por la dilación de aquel juego, tensé las piernas un poco más y tiré de él
hacía mí.
-Que me la metas.
Por fin él entro dentro de mí, fue un contacto ligeramente molesto, no en vano, allí dentro
aún había una herida reciente, pero me sobrepuse ignorando la sensación, tal y como se
aceleraba el ritmo del movimiento de aquel cuerpo contra el mío. Casi como acto reflejo
después años de masturbarme mientras me satisfacían las sacudidas contra mi culo, me
llevé la mano hasta el clítoris y al ritmo en que Olmo me embestía, yo acentuaba los
placeres sobre mi cuerpo. Y aquellos placeres iban en aumento, más y más, solté la
presión de mis piernas sobre su cuerpo, más y más placer, él asió mis caderas, más y más
placer, sí, sí, sí, mi primer verdadero polvo con un hombre una vez desvirgada. La sola
idea de ello, la visión de su cuerpo vencido sobre el mío, con aquel salvaje ritmo, brillando
su sudor sobre la piel, goteando sobre la mía, me llevó a un nivel de excitación delirante.
Siendo honesta, no esperaba obtener un buen orgasmo en aquel segundo contacto vaginal
tras el desvirgue, tal vez aquella fue la causa de que me sorprendiese de aquella manera
el aluvión placentero que se estaba descargando en mi cuerpo.
-Me corro- susurré como para mí- Me corro- lo dije un poco más alto- Me corro- esta vez
lo decía casi a gritos- Me corro.
Ya no era “casi”, estaba gritando y con aquel último grito alargaba la última letra casi
como si hiciese un mantra. Con aquel mantra, la “o” alargada se trasformó en un
indefinible gemido de placer que se unió a sus bufidos, y para mi satisfacción me asaltó
un buen orgasmo, un gran orgasmo de los míos, con la llegada de un retenido chorro que
pugnaba por aflorar de mi cuerpo, pero por la presión de su polla se dificultaban las
habituales salpicaduras de mis corridas.
Los movimientos de la cadera de Olmo contra mí, alcanzaron un ritmo frenéticamente
alocado hasta que se quedó muy rígido, con el torso curvado hacía atrás y aun clavándome
los dedos en la cadera exhaló un alocado grito, es estaba corriendo, y lo hacía con tal
violencia que notaba el bombeo de sus eyaculaciones con la polla engrosada aún dentro
mí.
Se dejó caer sobre mi cuerpo y al hacerlo su verga salió de mi interior y al hacerlo los
líquidos de mi corrida que se habían visto retenidos hasta ese momento, brotaron todos
de una vez, y noté algo parecido a un placentero alivio de todo mi vientre, casi un segundo
orgasmo, un latigazo en el útero y alguna molesta tensión en los ovarios.
Nos rendimos al relax, los dos, desnudos y sudorosos respirábamos jadeantes en busca
del resuello. Dejamos pasar el tiempo, segundos y minutos.
-Si se lo haces así al resto de mujeres- le susurré mientras se recostaba a mi lado- Tendrás
una cola de mujeres esperando a tu puerta.
Su risa me resultó enormemente refrescante.
-Tal vez.
Terminó de recostarse a mi lado.
-¿Tal vez?- me giré hacia él- Eres malvado, mi única duda es que si se lo haces a Ali
mejor me moriré de la envidia.
Yo solamente quería algo de cháchara desinteresada después de aquel fenomenal polvo,
pero al decir aquello y ver que algo nublaba su semblante, pensé que me había metido en
un terreno vedado.
-¿Te puedo hacer una pregunta?.
Estuve tentada de decirle que sí, a cambio de que me contase cual era la naturaleza de su
relación con Ali, pero me pareció que aquello era algo sobre lo que ya llegaría el momento
de hablar, pero con mi amiga. La simple idea de que el sexo con ella tuviese un tinte
especial, así como la extraña manera en la que entrelazaron sus manos sobre mi cuerpo
una vez cumplido el trámite de mi desfloración, me indicaba que había algo profundo, o
al menos lo había habido.
-Mientras no sean las causas que me llevaron a volverme a Zamora- se lo dije con un falso
tono de hastío, mientras me colocaba recostada frente a él dejando que mis pechos se
volcasen hacia mi izquierda atrayendo su mirada sobre ellos- Me puedes preguntar lo que
quieras- le miré pícara- Ya veré si te respondo.
Con los dedos deslizándose por mi piel y la vista perdida en la penumbra, me pareció que
dudaba.
-¿Realmente te pusiste mal la otra noche?.
Era para dudar, de haber hecho la pregunta de otra manera hubiera parecido que me
llamaba farsante, pero tal vez fuera su tono al hablar al fin, o tal vez el hecho de que él se
había encargado de quitar del medio el pequeño problema de mi virginidad y que instantes
antes acabábamos de culminar un señor polvo, me indicó que habíamos pasado a un nivel
de intimidad en el que tal pregunta tenía perfectamente cabida entre nosotros.
-Creo que me tienes por una gran actriz- mi tono juguetón y mi mirada de falsa ofensa le
arrancaron una nueva sonrisa, una de esas de Olmo que me provocaban entre otras cosas,
mucho calor entre las piernas- En serio, sí que me encontré mal, muy mal, y aunque supe
que te tenía que contar la verdad de mi coño intacto, estaba claro que aquel no era el
momento.
-Pero al día siguiente amagaste con contármelo.
-Sí, pero me faltó valor.
-Es igual, ya pasó- y volvió a tener un aire divertido- Pero ya me he cobrado lo que me
prometiste.
-Y yo también.
-Y espero seguir haciéndolo.
-Ya veremos, mi cuerpo tiene sed y ya sabes que mis apetitos son variados.
-Pues mantenme en tu menú, yo solamente tengo un único apetito, pero es muy grande, y
te mantendré en el mío.
Me quedé mirándole en silencio, recorriendo su cuerpo desnudo con los ojos ansiosos y
me di cuenta de que volvía a apremiarme ese apetito.
-Pues en ese caso dile a tu soldadito que se espabile- alargué la mano hacía su paquete y
empecé a masajearle la polla- Que el rancho vuelve a estar servido, calentito y no es bueno
dejarlo enfriar.
Poco a poco fui descendiendo hasta su cintura, él se giró un poco apoyándose sobre la
espalda, aquella verga, la primera en mi coño, lentamente se estaba desperezando y en el
mismo instante en que entró en contacto con mi lengua empezó a engrosarse de nuevo
con vida. Olmo no opuso resistencia y alargó la mano hasta mi vagina y dejó que sus
dedos jugueteasen con mis humedades, metiéndolos y sacándolos con una pasmosa
habilidad que desgranó de nuevo placeres para mi deleite. Aquella nueva entrega mutua
de sensaciones excitantes duró un rato, él era realmente hábil en su desgranar goces de
mi cuerpo, mientras yo me afanaba en corresponderle reciprocidades con mi igualmente
hábil succionar y lamer de su polla. Hubo un momento en que creí que me correría, Olmo
se percató de ello y fue mi perdición, lo que vino después no fue otra cosa más que una
feroz búsqueda de mi orgasmo por su parte con una cada vez más rápida fricción de mi
clítoris con la palma de la mano al tiempo que tres de sus dedos me follan el coño sin
miramientos. Y mientras, yo trataba por todos los medios de seguir centrada en lamerle
el miembro, pero al llegar el momento de mi nuevo éxtasis me olvidé de ello y levantando
la cabeza hacia el techo gemí, tratando de retener un agudo grito, consciente
repentinamente, y a diferencia de la vez anterior, de que allí sí había vecinos, en concreto
vecinas, por lo que vi en el momento de entrar en el piso de mi nuevo amigo amante,
logré retenerlo con muchas dificultades. Lo que fui incapaz de sujetar fue mi orgasmo y
con él mi eyaculación, al darse cuenta de ello, las manos de Olmo me movieron con una
pasmosa facilidad hasta que me colocó sobre él, estaba claro que ansiaba mi chorreante
humedad sobre su piel, y un poco por eso y otro poco por mí misma continué
provocándome aquella deliciosa corrida sobre él, ya totalmente olvidada de prodigarle
sensación alguna a él.
Después de aquello yo estaba a cuatro patas, agazapada sobre Olmo, notándome
enormemente abierta y ofreciendo esa apertura para él, “solo para sus ojos”, y aquella
idea me azuzó aún más, tanto que me volví a lanzar sobre su polla ansiosa, pero no era
eso lo que necesitaba en ese preciso momento, tal vez él sí, pero no yo, y me pareció que,
a lo que yo quería, Olmo no le pondría la más mínima pega.
-Saca un condón- me di cuenta de que sonó a orden, mientras me giraba hacía él aún
agazapada sobre su cuerpo- Sácalo- volvió a sacar un preservativo de aquella cartera
depositada sobre la mesita, yo se lo quité y me encargué de colocarlo con celeridad en
aquel brillante miembro tieso- Fóllame otra vez.
Y sin decir más me senté a horcajadas sobre él notando como aquella maravillosa picha
me entraba de un modo que no había entrado nada jamás allí.
-No te aceleres- se movió con cuidado, rítmico, pero con cuidado- Te puede doler, es solo
tu tercera vez.
-A tomar por culo- empecé a moverme con fuerza, cabalgando sobre él- A la mierda el
dolor, me he pasado toda la vida con miedo- mi ritmo era cada vez más violento- Y eso
se acabó.
Y era verdad, la nueva entrada de su pene en mi cuerpo había sido algo “bastante”
molesta, pero después de tanto tiempo con prevención frente al dolor me di cuenta de que
algo de este, controlado eso sí, me estaba empezando a gustar. Yo siempre había follado
duro y me planteé cómo habría sido capaz de ello y al mismo tiempo ir dejando para más
adelante la llegada de aquel daño inevitable, y este ya había llegado y no solamente no
había sido tan terrible, sino que sopesando lo bueno y lo malo, me di cuenta de que esto
segundo no me importaba sentirlo, eso sí, dentro de un margen razonable.
Y con aquella postura, postura sobre la que en otras circunstancias, otra persona, una
persona definitiva para mí, un día, tiempo después, me hablaría incluso de historias
bíblicas prohibidas, pero eso es algo sobre lo que ya hablaré más adelante, la cuestión es
que aquella postura me proporcionaba una penetración tan profunda que en aquel fino
equilibrio entre la molestia soportable cargada de fulgurantes satisfacciones y el daño con
mi recientemente inaugurada condición de no virgen, corría el riesgo de vencerse hacía
el lado oscuro, dudo que Lucas tuviese en mente algo similar cuando se puso con su
primer guion de Star Wars, pero a mí, desnuda y cabalgando sobre mi rey Arturo con su
espada clavada hasta dentro en mi roca, fue lo que se me pasó por la cabeza en el mismo
momento de notar que se descargaba desde mi entrepierna un nuevo orgasmo, esta vez
sin corrida, ya no era posible, no tendría de donde sacarla, mientras él tardó unos segundos
más en lograrlo y gritar como un loco. Sus gritos y mis ahogados gemidos me provocaron
una repentina rojez azorada en mis mejillas, al escuchar a las vecinitas de Olmo, aplaudir
dando vivas en nuestro honor, comentando que íbamos por el segundo, que en mi caso ya
era el tercer orgasmo.
Poseída por un insoportable arrebato de vergüenza me tapé la cara con ambas manos y
aún sin destaparme no di crédito al hecho de que Olmo, vociferase divertido.
-Gracias chicas, no estéis celosas- y me quitó las manos de la cara- Estate tranquilo, son
de confianza- le miré con los ojos muy abierto con varias preguntas en mi cara- No
entraremos en qué tipo de confianza- se rió- Y no te preocupes no hay más vecinos en la
casa está todos fuera- efectivamente había captado mis preguntas- Bueno, está la señora
del primero, pero está sorda como una tapia.
-Eres un maldito exhibicionista- por su sonrisa confirmé que disfrutaba con aquello- Un
puto exhibicionista, y para colmo seguro que te lo montas también con ellas.
Olmo se encogió de hombros riendo.
Era la forma más rara en que a lo largo de mi vida había culminado un polvo, por suerte
los vítores de las vecinitas de Olmo ya habían cesado, y ya me estaba relajando un
poquito, al fin y al cabo, acababa de tener un muy buen orgasmo, y bueno, eso relaja a
cualquiera. Una vez tumbada a su lado ya me dio igual, si habíamos alegrado la tarde-
noche a aquellas chicas pues tanto mejor, ya se encargarían ellas de encontrar con quien
desfogarse, aunque mucho me temí que mi amigo muy probablemente también retozaba
en aquellos campos, pero no me apeteció preguntar, en ese momento no me interesaba
nada más que recuperar el aliento abrazada a aquel cuerpo real, como una naufraga en
medio del océano aferrándome a un madero.
Permanecimos unos minutos indefinidos sin hablar, aún sudorosos y recostados, yo dejé
vagar los ojos por la habitación iluminada por la luz de las farolas que desde la calle se
colaba por la ventana, hasta ese momento no me había fijado en la estancia en la que
estaba, de hecho, no sabía ni tan siquiera que habitación era aquella hasta que vi al otro
extremo una cama y así supe que aquel era el dormitorio de Olmo. Nosotros reposábamos
sobre un extraño sofá, un término medio entre camastro y diván que incluso a ojos de una
mujer como yo, no muy versada en los principios básicos de lo que es la decoración, era
un desatino, y tanto más si Olmo acostumbraba a llevarse hasta allí a sus conquistas
femeninas con más gusto que yo para las casas. Al ver su cama me arrepentí de que la
loca lucha sexual que nos llevó hasta allí, no hubiese desembocado en aquel maravilloso
lecho, grande y de forja, en lugar de a aquel amago de sofá canapé. Lo cierto es que
aquella cama era todo un capricho, no sé si para dormir, pero desde luego que sí para
retozar cuerpo con cuerpo. Desde la cabecera, sobre la pared, nos miraba la que sin duda
era una de las obras de Carlota, un gran mural vertical con una impresionante foto del
propio Olmo desnudo, como no podía ser menos en el arte de Carli, con los brazos
tapándole la cabeza y parte del rostro, el cuerpo en un rígido perfil pero con las piernas
flexionadas, lucía una magnífica erección de todo su miembro en plenitud, el mismo que
yo ya conocía tan íntimamente, el fondo negro destacaba un curioso cruce de haces de luz
sobre su torso dejando el resto en penumbra, como dando solamente importancia a
aquellos haces de músculos, y se me ocurrió pensar que también a lo que había dentro al
mostrar el cuerpo de Olmo por su lado izquierdo, y lo vi claro, su amiga desnudándolo y
mostrándolo erecto, con aquel juego de luces, evidentemente lo que buscaba era resaltar
su corazón. Había mucho cariño en aquella gran foto.
-Me gustaría saber lo que piensas.
Al oír la voz de Olmo, ronca a mi lado, me sobresalté un poquitín, le miré y me acomodé
junto a su cuerpo, definitivamente también era mi amigo. Nunca antes un hombre me
había preguntado por mis pensamientos, aquel detalle me hizo remover algo por dentro,
me sentí conmovida, pero lo que más me conmovió no fue el hecho de que se interesase
por ellos, sino el tono con el que me lo preguntó, así como la expresión con la que lo hizo.
-En que Carlota te debe de querer mucho- le respondí aún evadida- De eso no tengo duda.
-Y yo a ella- suspiró mientras me acariciaba la espalda- Es un cielo de mujer, que ha
tenido que pasarlo mal, y una gran artista, y por lo que veo tú has entendido la foto a la
primera- me dio una leve palmada en el culo- La verdad es que no os vi empezar con muy
buen pie, pero después, relajada me pareció que ya le caías bien.
Sabía de sobra a lo que se estaba refiriendo.
-Eso es verdad- admití con mis dedos deslizándose por su torso- Creo que ella estuvo
celosa de mi- hice una pequeña pausa- Y tengo que reconocer que yo también de ella.
-Estad tranquilas, hay Alicia suficiente para las dos.
Y dicho eso se rió con ganas.
-Eres un cabronazo.
-Si, pero te gusta que lo sea.
-Y también que seas mi amigo.
-Y también lo bien que follo.
Ahora fui yo quien le dio una palmada a él, era incorregible, ese tipo de hombre que da
un cambio radical cuando la conversación se pone algo profunda.
-Menos lobos semental, aún tengo que probarte un poco más, para mí aún estas en rodaje-
me encaré un poco con él y le miré- Por lo que veo la carrocería es buenas- le cogí por la
polla retraída y relajada- La palanca de cambios me gusta, pero tengo que seguir
probando.
-Te aseguro que el resto de conductoras de este vehículo están contentas.
Me encantó aquel tono de voz que adoptaba un falso aire de autojustificación.
-No lo dudo- dejé de jugar con su miembro y le volví a mirar- Pero ya te lo dije una vez,
yo no soy una mujer como las otras.
-Lo sé.
Y dicho eso me besó, fue un beso distinto a los que nos habíamos dado hasta entonces,
era un beso de otro nivel, maravilloso que me hizo sentir especial para él, el beso que se
le da a una amiga especial. Era cierto, me estaba demostrando que estaba en un nivel
diferente a las otras. Tal vez nunca llegaría al nivel de la relación íntima que mantenía
con Ali, pero algo me decía que aquella era especial y diferente, y que tenía mucha historia
de fondo, pero por algún motivo que ni yo misma entendí en ese mismo instante me di
cuenta de que era el sitio que quería ocupar respecto a él. También podía ser por que
respetaba lo que entre ellos pudiese haber o hubiese habido, o no, no lo tuve claro, aun
así, me picaba mucho la curiosidad, aunque preferí esperar convencida de que mi amiga
ya me lo contaría.
De mala gana, y ya siendo casi las doce de la noche, comencé a vestirme, una vez más
volvería a ir con falda y sin ropa interior. La verdad es que me habría quedado a dormir
en casa de Olmo, y de hecho se nos estaba empezando a abrir el apetito sexual una vez
más, pero tenía que cumplir con mis compromisos para con mi perrita, además de que
tenía que trabajar al día siguiente y no era plan acudir desde casa de Olmo y menos
después una noche de sexo.
Aún desnudo él y yo con las coletas deshechas y el sujetador y las sandalias en la mano,
me dirigí seguida por él hasta la puerta.
-Si no te has calzado para que mis vecinitas no estén pendientes de ti cuando salgas, estate
tranquila- vi una enorme picardía en sus ojos- Te aseguro que estarán a la espera.
-No serán capaces.
-Te lo aseguro.
-En fin, en ese caso- tuve una visión muy clara de lo que haría al abrir la puerta- Que
miren y disfruten.
Abrí la puerta, de manera que no viesen a su vecino desnudo, pero eso fue una maniobra
dilatoria, un ardid para conseguir que la que estuviese tras la mirilla se fuese se animase
hasta tener que irse calentita a la cama. Pulsé el botón del ascensor, este fue subiendo
poco a poco, pude oír que ya había movimiento tras la puerta de enfrente y me volví hasta
Olmo, le di las buenas noches y me acerqué a besarlo con tanta fuerza que empujé la
puerta dejándolo totalmente en el ángulo de visión de la mirilla de la puerta vecina, él no
opuso resistencia y mientras nos besábamos con la mano derecha masajeaba fogosamente
su paquete libre y descolgado, y justo en el instante en que el ascensor llegaba me separé
de él.
-Eres una cabrona.
-Lo sé.
-¿Qué hago yo ahora con este subidón que me dejas?
-Pregúntale a tus vecinas.
-Es una idea, lo tendré en cuenta.
Y me giré para abrir la puerta de aquel antiguo elevador, quizás el único que aún seguía
sin modernizar en toda Zamora, y al hacerlo le lancé un besito a la fisgona oculta tras su
mirilla.
Salí a la calle aún sin calzar, y aún con el sujetador plegado en mis manos entre los
zapatos. Ir por la acera con los pies desnudos me produjo una extraña sensación de
libertad. Algo más estaba cambiando en mí, metamorfoseándome un instante tras otro.
Me preguntaba una vez más hasta donde me llevaría aquel proceso, apenas unos meses
antes no sería capaz ni de imaginarme el caminar descalza por la calle y menos en mi
ciudad de la que salí tanto años atrás y en la que siempre fui tan contenida, y ¿por qué no
decirlo?, tan reprimida.
Llegué a casa con algo de mala conciencia por haber dejado a Runa aquellas horas sola,
por no haber cumplido con mi compromiso con ella de atenderla y prodigarle el tiempo
que se mecería, y precisamente por eso y porque estaba pletórica, tal y como entré en casa
me puse unas deportivas y salí de nuevo a la calle dispuesta a dar un paseo con mi
compañera, disfrutando de la agradable temperatura de la noche. Por un lado y por el otro
caminaban pequeños grupos de personas que, como nosotras, se deleitaban en la quietud
cálida de la noche y el paseo junto al río.
Runa, poco complacida por el hecho de tener que ir con la correa enganchada, pero
satisfecha de que su dueña le dedicase aquel ratito para las dos solas, tensaba el cuero de
la traílla dedicando miradas amenazantes a todo lo que se nos acercase, muy metida en su
papel de mi fiel guardiana y escudera. Únicamente relajó el semblante al pasar cerca de
una señora que vivía tres o cuatro casas más allá de la mía y que por el motivo que fuese
nos tenía cierto aprecio, siempre muy agradable nos saludaba con alegría y eso a mí
perrita, al parecer le gustaba.
Durante el paseo pensé en Olmo y nuestro encuentro sexual, y pensar en él me hizo pensar
en Alicia, y los múltiples que ya habíamos vivido juntas. Mi cuerpo, pletórico, se solazaba
por los placeres que se cobraba de aquellos otros dos cuerpos, pero no solo eso, además
todo mi ser vibraba por lo que, ella en un principio y él después, me habían ofrecido como
seres humanos, como mis amigos.
Pasamos junto a aquella mujer a la que Runa miraba con buenos ojos, y como era habitual
nos saludó amablemente acarició a mi compañera.
-Esta bonita la noche.
Tenía una vocecilla melodiosa, algo destemplada por los años, y sin embargo cargada de
encanto, era una especie de Señora Pots pero con traje floreado y algo más delgada.
-Si muy buena.
-Para pasear- mientras hablaba aceptaba los saltitos de Runa sobre sus piernas, yo traté
de evitarlo- No hija, no déjala me encantan los perritos, pero yo ya no puedo tenerlos, las
manos no me dejan sujetar la correa- efectivamente las tenía algo artrósicas- Vives en la
casa de Amparo- debió de ver mi cara de ignorancia- Si la señora que vivía en tu casa,
era amiga mía, es una casa muy bonita, me alegro de que esté ocupada, y por una chica
joven, a Amparo de gustaría.
Era increíble aquella manera de hablar, entre su timbre de voz, la forma en que me
hablaba, su físico y su expresividad de gestos, pensé que de un momento a otro soltaría
un “¡Dibidi Davidi Doo¡”, pero por suerte no fue así, o bueno, si tenía pensado hacerlo,
unos gruñidos de Runa se lo impidieron. Me giré hacia la dirección donde miraba mi perra
y vi como una pequeña bolita de pelo venía hacía nosotras galopando desbocada sobre
sus cortas patitas seguida por su dueña con un contagioso aire de agobio. Aquello me dio
la disculpa ideal para despedirme de la amable tetera de “La Bella y la Bestia” y acudí en
ayuda de la desesperada chica.
Poco antes de llegar a la altura de Runa, vimos que se trataba de un teckelito de pelo duro
muy desarreglado y precioso de color hoja seca, que reaccionó ante la firme actitud de mi
Pinscher y se mostró rendido y panza arriba mostrándonos que en realidad se trataba de
una hembrita. Me agaché, la acaricié al tiempo que mi compañera de cuatro patas se
plantaba a su lado con un descarado aire dominante, mientras la pequeña teckel desde su
posición, aún tumbada le lanzaba lametazos al aire y movía la colita como un molinillo.
Al acariciarle me sonreí para mí misma tantos años apartada del mundo de la cinofília
organizada y seguía conservando “tics” propios de criadora, aprendidos de mi querido
Luis, él solía decirme que lo llevaba dentro “eres lo que no eres y no tiene sentido huir de
ti misma”, efectivamente aquel pelo no estaba arreglado y la verdad es que allí había
mucho que trabajar.
Me puse en pié con la perrilla en brazos y mi Runa, poco complacida por ello, tratando
de soltar pequeñas dentelladas en las patitas colgantes de la teckel que por su parte se
dedicaba a darme alegres lametazos en la cara.
-Perdona, si te he molestado- la preocupada dueña de aquella perrita llegó junto a nosotras
y la cogió en sus brazos- Es que no termino de hacerme con ella.
-Tranquila, no molestas en absoluto, adoro los perros.
-Gracias.
-No hay de qué, pero tienes que tratar de controlarla un poco, sino una teckel se te puede
ir de las manos.
-Lo sé, lo sé, gracias- ya había recuperado el aliento- Por cierto, me llamo Tatiana, y ella
es Tusa.
-Encantada, yo soy Eva y esta fiera es Runa.
Al presentarme yo también, ella dudó si alargarme la mano o darme dos besos, pero por
mi gesto optó por la segunda opción.
Era una chica guapa de cara, pálida y angulosa, nariz fina y ojos oscuros, llevaba el pelo,
de un especial color castaño, en una corta melena a lo “garson” que endulzaba aquello
agudos rasgos, era de una estatura similar a la mía, moderado pecho, más buen culona y
delgada de piernas. Vestía muy informal, muy veraniega, pantalón vaquero corto, muy
corto, que acentuaba la redondez de aquel abultado culo y camiseta de tirantes blanca.
Aún le duraba el susto del intento de huida de su nerviosa amiga, tanto que los nervios se
le asomaban a la voz y al pulso, tanto que no atinaba a enganchar el mosquetón de su
correa en la argolla del arnés de la activa Tusa. Con mucha más calma que ella, fui yo
quien terminó de hacer aquel pequeño trabajo.
- No sé, no sé, tal vez no esté hecha para tener perro
Era gracioso hablar con alguien con ese arrebato de responsabilidad, con ese miedo a
perder a su perrita.
-No, es tan difícil.
-Eso es fácil de decir- miró a Runa y después a mí con verdadera admiración- ¿Cómo lo
haces?, es increíble ver como se porta tu perrita.
Me encogí de hombros, no me pareció que mi control sobre mi compañera fuese tan
especial, pero recordé los cientos de veces que Luís me había elogiado aquella faceta mía
sobre sus perros.
-Es sencillo, lo primero que tienes que hacer es relajarte y lo segundo no tener tanto miedo
a perderla.
-¡Uff! casi nada.
Sin darnos cuenta estábamos caminando juntas y charlando, Tatiana me pareció una chica
muy agradable, alguien con quien estaba manteniendo una sencilla conversación de
propietario de perro apasionado de su perro.
Ella se había hecho con aquella cachorrita tres meses atrás en casa de un criador de
Madrid, al que por las indicaciones que dio, yo conocía de mi época universitaria, era una
apasionada de los perros y en especial de los teckel, y más en concreto de los teckel
kaninchen, los teckel más chiquitines, pero no había tenido perro jamás y la energía de
un individuo de esa raza corría el riesgo de desbordarla. Yo traté de animarla, me estaba
cayendo muy bien aquella simpática y nerviosa chica.
-Gracias- me respondió sinceramente- Por lo que me estás diciendo, yo soy el problema,
tiene sentido, trataré de hacerte caso.
-Fíjate- le indiqué la forma en que Tusa iba caminando en ese momento- Desde que
estamos hablando te has olvidado de tu perra, y las dos camináis sin tensar la correa.
Se le abrieron los ojos mucho, realmente ilusionada y satisfecha.
-Es cierto, es verdad, lo había leído, pero no era capaz de hacerlo.
-Pues ahí lo tienes.
Me dio las gracias de nuevo.
Seguimos un poco más hasta llegar a la puerta de mi casa.
-Bueno, yo me quedo aquí. Espero volver a veros paseando por ahí.
-Eso espero, buenas noches.
Estaba agotada, ya era más de la una y a la mañana siguiente tenía que madrugar, aún con
dudas de si saldría a correr antes de ir al trabajo, entré en casa empezando a echar de
menos a Ali, y me fui al dormitorio desnudándome por las escaleras como era habitual en
mí, pero sin los ojos de ella mirándome contonearme mientras lo hacía me sentí por unos
instantes muy sola, casi se podía decir que habíamos estado viviendo juntas, y eso era
para mí muy extraño ya que era la primera vez en mi vida que experimentaba la
convivencia con alguien que no fuese mi familia o no fuese por necesidad de compartir
los gastos de una casa, como en mis cuatro primeros años de carrera. Pero lo más extraño
de todo era que yo siempre pensé que cuando compartiese vida con alguien sería por que
fuésemos pareja y aquel no era el caso. Aun así la echaba de menos, desnuda y recostada
ya en la cama junto a mí. De repente me di cuenta de lo cansada que estaba, pero al mismo
tiempo del poco sueño que tenía, y así, sobre la cama con Runa de nuevo, al no estar Ali,
ocupando su sitio a los pies de la cama, con la ventana abierta y la claraboya levantada,
dejando entrar algo de brisa de la calle y con ella, también, sonidos de las personas que
aún paseaban cerca del parque, empecé a pensar en lo intenso que había sido el final de
aquel día, sí, realmente intenso. A buen seguro en mi vida habría otros hombres, siendo
honesta conmigo misma, deseaba que ahora que el paso estaba abierto hubiese mucho
tráfico por aquella vía, tenía muchas fantasías por realizar, y mi nueva condición junto a
mi otra condición de promiscua me infundieron la completa convicción de que eso
pasaría, sí, pasaría.
Con visiones de sexo y más sexo, cuerpos desnudos, hombres y mujeres, pollas y coños,
goce, placer, orgasmo… caí al fin en un profundo sueño.

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