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INTRODUCCIÓN

La adolescencia se caracteriza por una serie de cambios hormonales, anatómicos y


estructurales a nivel cerebral muy particulares (Moreno, Estéves, Murgui, Musitu, 2009; Nasio
2014). Este desarrollo específico del cerebro promueve en cierta medida las conductas
impulsivas, la mala interpretación de las señales emocionales y sociales, así como el
involucramiento en situaciones de riesgo y conflictos (Rodríguez, 2014). Sin embargo, el
modo en que se ha conceptualizado y por tanto interpretado este periodo de transición, se ha
limitado a la visión biológica en la mayoría de los casos, perdiendo de vista aspectos
trascendentales para el entendimiento multidimensional de la adolescencia. Por su parte la
sociología concibe la adolescencia como un periodo de transición entre la dependencia
infantil y la emancipación del joven adulto. Dependiendo de la cultura este periodo intermedio
puede ser breve -cuando se reduce a un rito iniciático que, en unas cuantas horas convierte
a un niño grande en un adulto- o como en el caso de nuestra cultura, donde los jóvenes
conquistan su autonomía muy tardíamente (Nasio, 2014).

Por su parte para Nasio (2014) psicoanalista Lacaniano define la adolescencia como una
neurosis pasajera que se resuelve por sí misma, pero que en el proceso convierte al
adolescente en un ser trastornado.

“... se precipita alegre hacia adelante en la vida, luego de pronto se detiene, agobiado, vacío
de esperanza, para volver a arrancar inmediatamente llevado por el fuego de la acción. Todo
en él son contrastes y contradicciones. Puede estar tanto agitado como indolente, eufórico y
deprimido, rebelde y conformista, intransigente y decepcionado, en un momento entusiasta y,
de golpe, inactivo y desmoralizado. A veces individualista con vanidad desmesurada o, por el
contrario, no se quiere, se siente poca cosa y duda de todo.” (Nasio 2014, p. 17).

En este sentido, a lo que nos enfrentamos profesores, padres de familia y profesionales es a


un ser en estado de desasosiego, al que le cuesta expresar su malestar en palabras. No
sabe o no puede verbalizar el sufrimiento difuso que lo invade, por tanto, es a nosotros a
quienes nos compete “soplarle” las palabras que le faltan, traducirle el mal-estar que siente y
que habría expresado él mismo si hubiera sabido reconocerlo, pero le sobran sentimientos y
le faltan palabras. Es por ello que se ve obligado a actuar más que hablar y por tanto que su
mal-estar se traduzca más por medio de los actos que de las palabras, pues su sufrimiento
confusamente sentido, informulable y, en una palabra, inconsciente, encuentra un medio de
expresión en comportamientos impulsivos que no halla en las palabras (Nasio, 2014).

Es el entorno educativo formal uno de los contextos de participación con mayor relevancia en
el desarrollo de los adolescentes. En dicho espacio, el conjunto de percepciones subjetivas
que profesores y estudiantes comparten acerca de las características del contexto escolar y
del aula, influye en el comportamiento de los estudiantes (Cook, Murphy y Hunt, 2000). Por
ello, es indispensable un clima positivo que favorezca el desarrollo académico, personal y
colectivo. Se considera que el clima escolar es positivo cuando el estudiante se siente
cómodo, valorado y aceptado en un ambiente fundamentado en el apoyo, la confianza y el
respeto mutuo (Moos, 1974). En este sentido Yoneyama y Rigby (2006), proponen que los
dos principales elementos que favorecen el clima escolar son: la calidad de la relación
profesor-estudiante y entre estudiantes, siendo la primera un pilar fundamental para la
mejora de esta última.

La importancia de la relación entre estudiante y profesor radica en que muchas de las


ocasiones éste resulta ser la primera figura de autoridad formal para los jóvenes (Emler,
Phana y Dickinson, 1990), contribuyendo tanto a la percepción del adolescente sobre el
contexto escolar y otros sistemas formales (Emler y Reicher, 1995), como a su
comportamiento en el aula. Lo anterior sustentado en diversos estudios que han puesto de
manifiesto que la interacción negativa entre profesores y estudiantes puede traducirse en
conductas antisolciales y violentas en la escuela (Blankemeyer, Flannery y Vazsonyi, 2002).

Anderson y Bushman en el 2002 refieren que los adolescentes implicados en este tipo de
conductas antisociales muestran un nivel muy bajo de empatía, entendiéndose como una
respuesta afectiva que permite la comprensión del estado emocional de otra persona y que a
su vez está relacionada con el clima escolar. A su vez, afecta tanto la dinámica de la
enseñanza como las relaciones sociales que se establecen en el aula (Cava. Musitu y
Murgui, 2006).

Por tanto, es fundamental incidir en el contexto escolar, el trato hacia los estudiantes y el
manejo que de sí mismos realizan en los espacios educativos, pues de esta forma las
adecuaciones pedagógicas, la promoción de estrategias de aprendizaje, así como la
enseñanza de los contenidos propios de cada asignatura o grupo de ellas, tendrán un mayor
grado de eficacia; aunado a la mejora de las relaciones entre pares, estudiante-profesor y por
tanto el sentir y posicionamiento de cada uno de los actores ante el proceso de socialización
tan complejo propio de los espacios educativos.

OBJETIVOS
Proporcionar a los DTI'S Herramientas que fortalezcan una adecuada atención a la
comunidad estudiantil. “Desarrollar habilidades que promuevan el fortalecimiento de la
atención a la comunidad estudiantil”.

Brindar acompañamiento a los DTI'S en la atención de estudiantes que requieran apoyo


psicoemocional y/o asesorías para un mejor desempeño académico. “Orientar a los DTI'S en
la atención e identificación de jóvenes que requieran atención psicoemocional o
asesoramiento”.

METAS
Que el personal docente cuente con las herramientas necesarias para la atención oportuna.
“Que los profesores incrementen y mejoren sus estrategias de abordaje ante situaciones
conflictivas o que demanden atención específica”.

Incidir en la identificación y disminución de factores de riesgo asociados a las problemáticas


psicosociales que enfrentan los estudiantes. “Promover el manejo adecuado de conductas de
riesgo que pudieran manifestar los estudiantes y que a su vez afecte el aprovechamiento
académico”

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