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Publicado por primera vez, anónimamente, con la firma: “F”, escrito en tercera persona y
con un tono muy irónico; aparece en el tomo XVIII de las Obras completas de S. Freud un
texto de 19201 como respuesta a un ensayo de Havelock Ellis, quien afirma allí que el
método de Freud es el de un artista.
En desacuerdo con esta afirmación e interpretando que detrás de sus maneras amistosas y
halagadoras se esconde una resistencia y repulsa por el análisis, al valorar el método de
asociación libre como producción artística más que como una pieza de trabajo científico,
Freud se dispone a crear un archivo para la prehistoria de la valoración de las ocurrencias
por el psicoanálisis, desestimando al precursor que Ellis le quiere imponer (J. J. Garth
Wilkinson) por ser el primero que practicó la asociación libre como técnica según su
“profundo rastreo bibliográfico”.
Freud da cuenta con este escrito de la premisa más fuerte que allí sostiene: la aplicación del
método por el psicoanálisis es la consecuencia de su convicción sobre el estricto
determinismo de todo acontecer anímico.
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“Para la prehistoria de la técnica analítica”
Así, refuta el supuesto primer uso de la técnica, agrega que quizás ya haya sido entrevista
por muchos otros. El precursor no va a ser impuesto, va a ser elegido: Ludwig Börne. Un
escritor que tiene que ver con su historia personal, más que con determinado orden
temporal de los acontecimientos históricos.
Hacía poco tiempo Ferenczi le había acercado un ensayo de este escritor: El arte de
convertirse en escritor original en tres días. Freud no lo recordaba, pero se le despiertan
una serie de ocurrencias: el único libro que conserva de sus años de juventud era la obra de
L. Börne que le habían regalado a sus 14 años. Durante muchos años, sin razón aparente,
recordó varios ensayos del autor. Al leer el escrito olvidado quedó asombrado al ver
expresados algunos pensamientos que él mismo había cobijado y sustentado siempre:
«Una cosa todavía, antes que usted comience. En un aspecto su relato tiene que
diferenciarse de una conversación ordinaria. Mientras que en esta usted procura mantener el
hilo de la trama mientras expone, y rechaza todas las ocurrencias perturbadoras y
pensamientos colaterales, a fin de no irse por las ramas, como suele decirse, aquí debe
proceder de otro modo. Usted observará que en el curso de su relato le acudirán
pensamientos diversos que preferiría rechazar con ciertas objeciones críticas. Tendrá la
tentación de decirse: esto o estotro no viene al caso, o no tiene ninguna importancia, o es
disparatado y por ende no hace falta decirlo. Nunca ceda usted a esa crítica; dígalo a pesar
de ella, y aun justamente por haber registrado una repugnancia a hacerlo. Más adelante
sabrá y comprenderá usted la razón de este precepto —el único, en verdad, a que debe
obedecer—. Diga, pues, todo cuanto se le pase por la mente. Compórtese como lo haría, por
ejemplo, un viajero sentado en el tren del lado de la ventanilla que describiera para su
vecino del pasillo cómo cambia el paisaje ante su vista. Por último, no olvide nunca que ha
prometido absoluta sinceridad, y nunca omita algo so pretexto de que por alguna razón le
resulta desagradable comunicarlo». Sobre la iniciación del tratamiento (Nuevos consejos
sobre la técnica del psicoanálisis, I. 1913. p.135-136. Tomo XII Amorrortu)
Desestima la referencia utilizada por Havelock Ellis quien pretende desenmascarar cierto
“plagio involuntario” ya que en todo caso, afirma Freud, siempre es lícito suponer detrás de
una aparente originalidad una cuota de criptomnesia.
El arte de convertirse en escritor original en tres días
Ludwig Börne
Hay personas y escritos que ofrecen instrucciones para aprender latín, griego o francés en
tres días, contabilidad incluso en tres horas. Pero a nadie se le ha ocurrido todavía enseñar
cómo puede uno convertirse en tres días en un escritor bueno y original. ¡Y eso que es tan
fácil!
No hay nada que aprender, más bien desaprender mucho; no hay que experimentar nada
nuevo, basta con olvidar algunas cosas. Tal como está hoy el mundo, las mentes de los
eruditos —y por ende también sus obras— semejan esos viejos manuscritos a los que
primero hay que raspar las aburridas disputas de los Padrastros de la Iglesia o las
disparatadas digresiones de un monje para descubrir debajo a un clásico latino. Los
pensamientos sublimes son congénitos a todas las mentes humanas, y también los
pensamientos originales, porque con cada persona que nace se vuelve a crear el mundo;
pero la vida y la escuela los acaban recubriendo con sus bagatelas. Uno se puede hacer una
idea aproximada del estado de la cuestión si tiene en cuenta lo siguiente. Reconocemos un
animal, una fruta o una flor a través de su imagen real; se nos aparecen tal como son. ¿Se
podría sin embargo identificar una perdiz, un arbusto de frambuesa o una rosa si sólo
conociéramos el paté de perdiz, el zumo de frambuesa y el perfume de rosas? Pues esto
sucede con la ciencia, esto pasa con todas las cosas que asimilamos a través del intelecto y
no de los sentidos; se nos presentan elaboradas y transformadas, e ignoramos qué aspecto
tienen en estado crudo y desnudo.