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Geopolítica y poder

Edad media
En Europa, el ocaso del imperio romano llevará a una atomización
política conocida como la cristiandad medieval, una edad oscura
dominada por la nobleza feudal cuyo único eje cultural vertebrador
será la Iglesia Católica, que a través de un sistema
jerárquico, piramidal y con un uso estratégico de la
propaganda, logrará imponer su ideología por toda Europa,
aprovechando el caos feudal y el atraso cultural y tecnológico que
asolaba al continente tras la destrucción del legado grecorromano
por el cristianismo. En contraste, en Arabia surgirá una nueva
religión monoteísta, el islam, la cual en unos pocos años abarcará
un inmenso territorio desde la India hasta Hispania, creando
una refinada civilización urbana. En Oriente, China experimentará
un desarrollo cultural todavía más espectacular y exportará
el confucianismo y el budismo a Japón. Mientras tanto, en
América, aislados de todos estos acontecimientos, florecerán dos
complejas civilizaciones, el imperio azteca y el imperio inca.
El feudalismo fue el sistema de organización política, social y
económica preponderante en la Edad Media. Con el feudalismo, se
creó un nuevo sistema que permitió el equilibrio y la ayuda mutua
entre la realeza y la nobleza, dando lugar a un nuevo reparto de
poder y riquezas. El modo en el que lo desarrollaron fue el vasallaje,
subordinación de los segundos respecto a los primeros.
Antes del feudalismo, debemos retrotraernos en el tiempo para
entender la evolución posterior: tras la fragmentación del Imperio
Romano, la unidad política de occidente desapareció, dando paso al
control de los distintos pueblos bárbaros: los musulmanes en el sur
de Europa, los suevos y los vikingos en el norte. La máxima
expresión de esta descomposición fue el tratado de Verdún que en
el año 843, divide los territorios entre varios hermanos, acabando
con la unidad del mundo occidental que había visto en Carlomagno
su último gran emperador.
Si algo sobrevivió a la disgregación política, fue la Iglesia. Tomando
la antorcha romana, se instauró como la única institución que unió a
todos los pueblos europeos. Así el latín, se convierte en lengua
común de unos y otros y la Iglesia en el poder más relevante de
todo el contexto político contemporáneo, friccionando con los
poderes tradicionales, que veían peligrar su supremacía.
Durante siglos el Papado estuvo convencido del predominio divino
sobre el poder temporal, el político, hecho que no admitía el último.
Por ello, en ese tiempo, existió un enfrentamiento entre los dos
poderes universales, surgiendo la teoría de las dos espadas, es
decir, el símbolo del poder espiritual y el temporal. Ambos poderes
estuvieron hasta el siglo XI, momento de una profunda reforma en
la Iglesia, unidos en manos del Papa, el máximo exponente del
poder divino en la Tierra. Así por ejemplo, un rey o emperador sólo
podía ser coronado tal si el Papado daba el permiso para ello,
aprobación que se vería escenificada en la ceremonia de
coronación.
La nobleza, opuesta a este proceso, animó a la reforma de la
Iglesia, proceso que culminaría con la división de ambos poderes.
Aun así, la influencia ejercida por la institución de la iglesia sería un
hecho durante toda la Edad Moderna.
A partir del siglo XI, tras el fin de las invasiones bárbaras del
espacio europeo, comienzan a surgir las monarquías feudales,
gracias a procesos políticos como las Cruzadas o la Reconquista en
España. Señores, nobles, que durante años hicieron de su linaje
toda una familia noble, con ventajas que se transmitían de forma
hereditaria, comenzaron a tomar mucho poder.
Se pasó de un poder único, centralizado, el del imperio, a la
instauración de muchos pequeños poderes sobre tierras de distintos
tamaños a mano de los nobles. Cada tierra se constituyó como una
entidad económica y política.
El proceso de consolidación por una parte de aristócratas, por otro
del rey como centro de poder, fue gracias a una serie de factores
como la sacralización y ordenación del nuevo orden social que
suponía el sistema vasallático.
Fueron los clérigos quienes intentaron delimitar las funciones de los
grupos de poder, del eclesiástico y de los campesinos.
Gracias a los libros que hemos conservado, sabemos que los
estamentos fueron definidos de la siguiente manera: los laboratores
- los trabajadores-, los oratores-los que rezaban-, y los bellatores-
los que guerreaban, entre los que se encontraban la realeza, la
nobleza y los militares. Así se justificó que unos estuviesen por
encima de otros en la pirámide social, culminada por el rey que,
gracias a su origen y misión divina, sería el garante de la paz y del
buen desarrollo social. Así, al mismo tiempo, justificarían el carácter
hereditario y no electivo del cargo.
La evolución del sistema de vasallaje y de las monarquías feudales,
va perfilando lo que hoy en día conocemos como estados. Es
también gracias a las uniones matrimoniales, perfectos engranajes
políticos, donde se unen o dividen territorios, donde se hacen
políticas dirigidas a la ayuda mutua o desde donde nacen las
mayores rencillas.
Será a partir del siglo XIV y durante el siglo XV, cuando
comencemos a observar las características propias de los nuevos
estados.
Edad moderna
El rápido desarrollo comercial y mercantil de las ciudades europeas
durante el final de la Edad Media, unido a la alianza que con ellas
establecieron los monarcas de los reinos en expansión para
liberarse de las ataduras de la vieja nobleza feudal, llevó a Europa a
un desarrollo político, económico, artístico y científico sin
precedentes en la historia, en el que además, se recuperó el
rico legado cultural del mundo grecorromano. Los
nuevos descubrimientos técnicos y geográficos permitieron a la
cristiandad medieval abrir nuevas rutas de comercio hasta llegar a
Asia circunnavegando el globo terráqueo por primera vez,
puenteando así el dominio económico musulmán, y descubriendo
de paso, América, donde los imperios azteca e inca fueron
destruidos por los nuevos colonizadores europeos. Mientras tanto,
las antaño esplendorosas civilizaciones islámica, china o india
entraron en un proceso de progresiva decadencia, viéndose
obligadas a encerrarse en sí mismas para mantener una cada vez
más precaria independencia frente a los nuevos imperios europeos,
ávidos de riquezas.
Para llevar a cabo tales empresas, los reinos europeos fueron
centralizándose y desarrollando poderosas estructuras
institucionales que crearán el Estado moderno en países como
España, Francia, Inglaterra y Holanda. Estos nuevos Estados
absolutistas, crearán por primera vez auténticas maquinarias
propagandísticas, las cuales además se beneficiarán de un
revolucionario invento, la imprenta de tipos móviles. No obstante,
no todo serían alegrías para Europa, ya que el cisma religioso
producido por la Reforma protestante llevará al continente a
las guerras de religión. Una vez finalizadas estas guerras y
consolidado un sistema europeo de equilibrio de poder,
la revolución humanista, filosófica y científica siguió su curso, y
el progreso económico alcanzado por la nueva clase social
emergente en dicho orden económico mercantilista, la burguesía,
acabó por poner en cuestión al propio Estado absolutista, a la
religión y a la jerarquía social existente, abriendo la puerta a
procesos revolucionarios que terminarían por destruir ese Antiguo
Régimen, que a excepción de puntuales etapas democráticas en
Grecia y Roma, apenas había cambiado desde los orígenes de la
civilización.
La alta Edad Media
La Edad Media heredó buena parte de la tradición política romana,
la cual fue adaptada con dos elementos novedosos:
- La tradición germánica. La mayor parte de estos pueblos que
comenzaron a entrar en el Imperio romano, hacia el siglo III, eran
germanos nómadas y guerreros. La actividad económica y
comercial romana fue remplazada por la agricultura y el trueque
germano, lo que trajo consigo un fraccionamiento de la vida social y
una disgregación de los poderes. El espíritu de ciudadanía que
había caracterizado a los romanos retrocedió ante la carencia de
convicción patriótica de los germanos.
- La ideología del cristianismo. El cristianismo dio lugar a
profundos cambios del antiguo orden imperial, especialmente a
partir de la conversión de Constantino, porque al perder como
emperador su carácter sagrado, la función imperial vio disminuido
su prestigio y autoridad. Además, en un rápido proceso, el
cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio, lo que
penetró la mayor parte de sus estructuras estatales.
Junto a estos elementos, hubo un acontecimiento político que
determinó los comienzos de la Edad Media. Cuando el 11 de mayo
del 330, el emperador Constantino el Grande proclama Bizancio
(Constantinopla, actual Estambul, en Turquía) capital del Imperio
romano de Oriente, la segunda metrópoli, limitó por anticipado el
derrumbamiento del Imperio romano, pues sólo la parte occidental
fue invadida por los germanos, lo que dio paso a la organización de
numerosos reinos. Mientras tanto la parte oriental, que tomó el
nombre de Bizancio, aseguró la permanencia del Imperio por mil
años más.
Constantino reconstruyó la ciudad de Bizancio convirtiéndola en la
capital del Imperio Romano con el nombre de "Nueva Roma"
aunque pronto se la conoció como "Constantino polis", la "Ciudad
de Constantino", Constantinopla. Curiosidad
Las ideas políticas de la alta Edad Media
Por esta época hubo una obra representativa de este período de
finales de la antigüedad y comienzos de la Edad Media, la cual tuvo
una gran influencia en los siglos posteriores. Se trata de La ciudad
de Dios escrita por San Agustín (354-430). Este escrito preparó una
vinculación más estrecha del Estado a la Iglesia. En su obra San
Agustín explica que la historia es un combate entre la ciudad
terrena representada por Babilonia, el pecado, y la ciudad celeste,
Jerusalén. Dice también que el hombre es ciudadano de dos
ciudades, una terrena, con poderes políticos, con moral y con
historia, y otra celestial, Civitas Dei, comunidad de los cristianos que
participan en el ideal divino.
Las dos ciudades estaban mezcladas y serán una sola al final de
los tiempos, cuando se logrará definitivamente la paz entre los
hombres. En este contexto, el Estado debía ocuparse del mundo
material y de la vida exterior en un espacio determinado, mediante
una autoridad física; por su parte, la Iglesia se debía encargar de
los intereses espirituales y de la vida interior, mediante el ejercicio
de una autoridad moral. Para San Agustín la sociedad temporal
debía integrarse dentro del plan divino y era Dios quien debía regir
los destinos humanos.
La ciudad de Dios, de San Agustín, fue la expresión de filosofía
cristiana sobre el gobierno y la historia. En ella, el autor teorizó
sobre los ideales entre los dos tipos de sociedades que han existido
a través del tiempo; la ciudad de Dios y la ciudad del mundo.
Curiosidad
Durante la Edad Media esta postura justificó la manera como el
orden natural del Estado y del poder era regido por el orden
sobrenatural; el derecho natural estaba dentro de la justicia
sobrenatural, y el derecho del Estado dentro de la Iglesia. El Estado
justo servía a una comunidad unida por la fe cristiana, en la que los
intereses espirituales se encontraban por encima de todos los
demás, y debían contribuir a la salvación humana.
El cristianismo debía reinar en el espíritu de los jefes e inspirar las
costumbres y las leyes. A partir de estos principios se desarrolló la
teoría de los dos poderes o de "las dos espadas", en la cual el
poder espiritual, representado por el papado, es superior al
temporal, o sea, el poder civil. Entre ambos debía prevalecer una
ayuda mutua.
El clero era formado por miembros de la iglesia católica. Ejerció
gran influencia, poder y fueron los encargados de la protección
espiritual de la sociedad. Concepto
Todos estos aspectos crearon una característica especial en cuanto
a la evolución de las ideas políticas, pues se estancó el desarrollo
de las instituciones en la medida en que las situaciones se
solucionaban de manera práctica. Los hechos tenían una
explicación en sí mismos, las teorías políticas surgían después de
los hechos. La redacción de tratados específicamente políticos sólo
comenzó hasta el siglo IX, donde todavía prevalecía un contenido
más moral que político. De esta época data la obra De institutione
regí, donde Jonás de Orleáns expuso las decisiones del sínodo
episcopal de 825. Las ideas políticas de la alta Edad Media se
encontraban en los actos oficiales, así como en los relatos de los
historiógrafos que se dedicaron a exponer los hechos y las hazañas
de los grandes hombres de su tiempo.
La baja Edad Media
Los comienzos de la baja Edad Media europea estuvieron
acompañados de importantes transformaciones en la economía, la
sociedad y la organización del poder. El feudalismo comenzaba a
representarse en su forma clásica, caracterizado por la aparición del
poder privado, es decir, cada señor feudal establecía las reglas de
convivencia en su territorio. Esto permitió que las monarquías
existentes, como la de los Capetos en Francia, sólo lo fueran de
nombre, ya que el dominio real, aquel donde el rey ejercía un poder
efectivo, alcanzaba muy poca extensión. Por aquellos días se
desarrollaba la diversidad de lenguas y de costumbres, lo que hacía
más profundas las divisiones políticas.
En la Edad Media el régimen político en Europa se conoce con el
nombre de feudalismo, donde el rey debió ceder parte de su poder
a los miembros de la nobleza perdiendo el dominio de esos
territorios, a cambio de obediencia, fidelidad y acompañamiento en
las guerras. Concepto
Además, las estructuras sociales ataban a los campesinos a sus
señores, pero paradójicamente, permitían que los burgueses
tuvieran una libertad que estaba en relación con la función que
desempeñaban como comerciantes. Casi toda Europa se
encontraba fragmentada en pequeños y grandes feudos. Así, el
poder temporal estaba completamente disperso, repartido en
pequeñas unidades que trataban de mantener su independencia a
cualquier costo. Por otra parte, la Iglesia estaba debilitada y no
lograba imponerse a esta división.
Poder temporal y poder espiritual
En el siglo XI dos poderes disputaban el predominio político en
Europa: el Sacro Imperio y el papado. El Sacro Imperio estaba en
manos de un emperador cuyo rango era superior al de los otros
reyes del continente. Además, el Sacro Imperio representaba al
Imperio Carolingio y abarcaba toda Europa central.
Por su parte, el papado tenía poder espiritual que se traducía en
poder político. Su territorio era pequeño y estaba en el centro de
Italia. Durante el siglo XI el Sacro Imperio dominó la escena política.
El emperador tenía la facultad de nombrar los cargos eclesiásticos y
a mediados del siglo XI lograron imponer la designación de papas
alemanes subordinados a su poder.
De los feudos al fortalecimiento de las monarquías
Durante los siglos X y XI el rey era "el primero entre los pares, es
decir; "que los otros señores feudales lo elegían rey para que
dirigiera asuntos comunes y para que dirimiera las disputas entre
ellos. Durante los siglos XII y XIII los reyes fortalecieron su poder y
extendieron sus dominios. Tal situación los impulsó a reconocer al
emperador como una autoridad más, pero sin poder en sus
territorios.
Pero la situación comenzó a cambiar en el siglo XI con las reformas
gregorianas impulsadas por el Papa Gregorio VII (1073-1085),
mediante las cuales la Iglesia se recuperó e impuso su criterio de
gobierno asumiendo un gran liderazgo político, en suma, se logró:
• La independencia del papado respecto al emperador.
• Aumentar la influencia de la Iglesia en la sociedad.
• Conseguir el dominio del papa sobre todas las instituciones de la
Iglesia.
• Con la reforma gregoriana, el papa dominó la Iglesia cristiana y
alcanzó independencia política respecto del imperio. Por su parte, el
emperador y los reyes independizaron sus planes políticos de la
voluntad del papal que siguió de todas maneras teniendo una gran
autoridad moral.
Las ideas políticas de la baja Edad Media
Por esta época empezó el renacimiento de los estudios jurídicos y
de manera general, el progreso de las universidades, lo que
favoreció la elaboración ideológica del poder. Con base en la
teología se defendió que el poder eclesiástico debía concentrarse
en las manos del Papa, quien a su vez podía interferir en los
asuntos temporales, es decir, en la política feudal y en las
monarquías. Entre los autores influyentes de este período se
encuentra santo Tomás de Aquino (1225-1274), quien, en su obra,
la Summa Theologica, comentó la política de Aristóteles y propuso
la existencia de un principio ordenador para la convivencia, el cual
concluía en la búsqueda del bien común. En este sentido, la
autoridad eclesiástica se encontraba por encima de cualquier otro
poder. Para santo Tomás habían tres tipos de leyes: humana,
natural y divina, donde la última se sobreponía a las anteriores. Su
obra influyó en el desarrollo de la teoría política hasta el siglo XVI.
Durante la Edad Media fueron frecuentes los enfrentamientos entre
los príncipes y el poder eclesiástico a causa de intereses
personales. En estos debates intervinieron varios autores
defendiendo unos la legitimidad de la soberanía papal, y otros, la
causa de los príncipes. Entre estos últimos cabe mencionar a Dante
Alighieri, Marsilio de Padua y Guillermo de Occam.
Sin embargo, en pleno apogeo del feudalismo y del poder de la
Iglesia, bajo el creciente desarrollo del comercio, comenzó a
aparecer el movimiento urbano y municipal, así como las
transformaciones sociales y culturales que este produjo. Entre sus
consecuencias más importantes se encuentra el hecho de que se
formara una nueva clase social, la burguesía, y con él los
comienzos de la formación de nuevas expectativas políticas que
marcarían la historia política en los siguientes siglos. Su desarrollo
se vio impulsado durante el siglo XIII por la aparición de los
primeros sistemas parlamentarios. Por ejemplo, en Inglaterra, en los
tiempos de Juan sin Tierra (1217), surgió el sistema bicameral y se
instituyó la Carta Magna, que les daba a los burgueses un lugar en
el ordenamiento del reino. Algo similar ocurrió en Francia a
comienzos del siglo XIV, cuando apareció el sistema parlamentario
francés de los tres estados, en el cual los burgueses ya tenían voz.
El primero entre iguales
Un fenómeno característico de la Europa del siglo XII fue la
construcción de las denominadas monarquías feudales, cuyos
ejemplos más representativos son Francia e Inglaterra. El poder
real, profundamente debilitado en los siglos IX y X, fue
restableciéndose a partir del siglo XI, gracias al apoyo de la Iglesia.
Contaba a favor del monarca el factor de la tradición. Era tan
profundo el hábito que parecía inconcebible suprimir la realeza.
Además, la alta nobleza nunca dejó de interesarse por la corona.
Aunque en la sociedad feudal francesa del siglo XI el monarca fue
sólo el primus inter pares (el primero entre iguales), es evidente que
estaba rodeado de un prestigio especial, realzado por el carácter
sagrado que se creía que tenía su persona. Y los señores feudales
deseaban tener un árbitro al que acudir a la hora de resolver sus
querellas.
Por esta misma época se produjo un acontecimiento muy
importante para la historia política: el nacimiento del Estado
moderno. Fue el resultado, en primera instancia, de las acciones de
Felipe IV de Francia, quien decidió acabar con el poder de la Iglesia
y de los señores feudales, para unificar el territorio bajo una sola
autoridad.
Para lograr su objetivo, emprendió guerras contra los grandes
señores, hasta que logró someter sus feudos. Así mismo, instaló la
sede del papado en Avignon, Francia, lo que le permitió consolidar
su poder. Esta política se fortaleció durante el siglo XV,
especialmente después de la guerra de casi 100 años que sostuvo
con Inglaterra, región que también consolidaría la formación de su
propio Estado. España hizo lo propio con el matrimonio de los
Reyes Católicos. En el Palacio de los Vivero, en Valladolid
(España), el 19 de octubre de 1469, se casan Isabel I, reina de
Castilla, con Fernando II, rey de Aragón, preludio de la unificación
de las coronas de Castilla y Aragón

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