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Integrantes
Yarelis Quijano ced. 3-716-1140
Milagros Escobar ced. 8-934-977
Eduardo Calderón ced. 3-88-960
INTRODUCCION
La Edad Media es una época extensísima de tiempo que afrontó el reto de mantener la riqueza
heredada del periodo anterior, preparando los elementos de la pedagogía occidental.
Este trabajo pretende presentar los elementos fundamentales de las instituciones medievales
y el derecho en la Edad Media.
En la Edad Media la institución más popular era la iglesia, pero de ella no nos vamos a ocupar
directamente, sino que vamos a exponer aquellos elementos que explican una máxima en el
desarrollo de las ideas y la historia: la originalidad de un hecho significativo siempre acontece
en un contexto que lo posibilita y del que al menos es razón suficiente.
La culminación a finales del siglo V de una serie de procesos de larga duración, entre ellos
la grave dislocación económica y las invasiones y asentamiento de los pueblos germanos en
el Imperio romano, hizo cambiar la faz de Europa. Durante los siguientes 300 años Europa
occidental mantuvo una cultura primitiva aunque instalada sobre la compleja y elaborada
cultura del Imperio romano, que nunca llegó a perderse u olvidarse por completo.
Fragmentación de la autoridad
Durante este periodo no existió realmente una maquinaria de gobierno unitaria en las
distintas entidades políticas, aunque la poco sólida confederación de tribus permitió la
formación de reinos. El desarrollo político y económico era fundamentalmente local y
el comercio regular desapareció casi por completo, aunque la economía monetaria nunca
dejó de existir de forma absoluta. En la culminación de un proceso iniciado durante el
Imperio romano, los campesinos comenzaron a ligarse a la tierra y a depender de los grandes
propietarios para obtener su protección y una rudimentaria administración de justicia, en lo
que constituyó el germen del régimen señorial. Los principales vínculos entre la aristocracia
guerrera fueron los lazos de parentesco, aunque también empezaron a surgir las relaciones
feudales. Se ha considerado que estos vínculos (que relacionaron
la tierra con prestaciones militares y otros servicios) tienen su origen en la antigua relación
romana entre patrón y cliente o en la institución germánica denominada comitatus (grupo de
compañeros guerreros). Todos estos sistemas de relación impidieron que se produjera una
consolidación política efectiva.
La Iglesia
La única institución europea con carácter universal fue la Iglesia, pero incluso en ella se
había producido una fragmentación de la autoridad. Todo el poder en el seno de la jerarquía
eclesiástica estaba en las manos de los obispos de cada región. El papa tenía una cierta
preeminencia basada en el hecho de ser sucesor de san Pedro, primer obispo de Roma, a
quien Cristo le había otorgado la máxima autoridad eclesiástica. No obstante, la elaborada
maquinaria del gobierno eclesiástico y la idea de una Iglesia encabezada por el papa no se
desarrollarían hasta pasados 500 años. La Iglesia se veía a sí misma como
una comunidad espiritual de creyentes cristianos, exiliados del reino de Dios, que aguardaba
en un mundo hostil el día de la salvación. Los miembros más destacados de esta comunidad
se hallaban en los monasterios, diseminados por toda Europa y alejados de la jerarquía
eclesiástica.
En el seno de la Iglesia hubo tendencias que aspiraban a unificar los rituales, el calendario y
las reglas monásticas, opuestas a la desintegración y al desarrollo local. Al lado de estas
medidas administrativas se conservaba la tradición cultural del Imperio romano. En el siglo
IX, la llegada al poder de la dinastía Carolingia supuso el inicio de una nueva unidad europea
basada en el legado romano, puesto que el poder político del emperador Carlomagno
dependió de reformas administrativas en las que utilizó materiales, métodos y objetivos del
extinto mundo romano.
LAS INSTITUCIONES QUE GOZABAN DE MAYOR LEGITIVIDAD ERAN…
LA MONARQUIA
LA NOBLEZA
EL TERRITORIO
La Edad Media fue un período de la historia europea que dejó profundas huellas en el
continente. Marcada por importantes acontecimientos históricos, su inicio y su fin se
encontraron entre cambios culturales, políticos, sociales y económicos, convirtiéndose en
uno de los períodos más fascinantes de la historia. • El paso de la edad antigua a la conocida
como edad media, no fue algo inmediato, sino que, evidentemente, se desarrolló de modo
gradual ya que hubo una transición en diversos ámbitos
Derecho Medieval
Los siglos XIV y XV estuvieron marcados, en el plano político, por la crisis de la Cristiandad
occidental y de sus dos instancias supremas, el Papado y el Imperio, debilitadas por un
enfrentamiento pertinaz. El Imperio, víctima de la anarquía durante el «Gran Interregno»
(1254-1273), no volvería a encontrar el prestigio que poseyera bajo Otón I el Grande y
Federico I Barbarroja. A su vez, el Papado sufrió la prueba del Cisma de Occidente (1348-
1417) y, en el propio seno de la Iglesia, debió defender su autoridad ante los concilios,
reunidos para salir del atolladero en el que el enfrentamiento de pontífices rivales lo había
confinado.
Ahora bien, tales concilios adquirieron por un tiempo un carácter nuevo, derivado del hecho
de que el Papa perdió en parte el control que había ejercido sobre los precedentes, y de que,
considerando la crisis de la Iglesia y sus consecuencias para el conjunto de la sociedad, los
príncipes y sus consejeros tuvieron en ellos una presencia notable. Así ocurrió en el Concilio
de Constanza (1414-1418), convocado para resolver el cisma con el decidido apoyo del
emperador Segismundo (1411-1437), que desempeñaría allí un papel de primer orden. De
hecho, el Concilio se había convertido en un auténtico congreso de la Cristiandad occidental,
en el que, al lado del Emperador, participaron o fueron representados príncipes y nobles
seglares, así como delegaciones de las ciudades’. Hemos visto ya que allí se abordaron
problemas de Derecho internacional, como el de la legitimidad de la alianza de Polonia con
los paganos lituanos contra los caballeros Teutónicos. Algo después, el Concilio de Basilea
(1431-1437) vio enfrentarse igualmente los argumentos opuestos de los reyes de Castilla y
Portugal por el asunto de sus reivindicaciones respectivas sobre las Islas Canarias; y fue
también en el transcurso de éste cuando el Papa Eugenio IV (1431-1447) promulgó la bula
Dudum cuín adnos (1436), más favorable a las pretensiones castellanas, obteniendo al año
siguiente los portugueses, mediante la bula Praedaris tue devotionis, la autorización
pontificia para el comercio en África, con la excepción, como era de rigor, de las mercancías
que pudieran incrementar el poderío militar de los infieles.
En paralelo con la decadencia del Imperio y del Papado cabe registrar el surgimiento y el
ascenso de los Estados en el sentido moderno del término, cualificados esencialmente por la
soberanía; y no se debe a ningún azar que precisamente entonces la palabra «Estado» se
emplease, primero en Italia (lo Stato), para designar aquello que con anterioridad se había
venido denominando la «república» (república), y el concepto de «soberanía» recibiera su
consagración en la terminología jurídica y política de las diversas lenguas vulgares —en
trance de acceder, entonces, a la dignidad de vehículos del pensamiento— con un nuevo
acento, más cercano a la majestad latina que a la tradicional, igualmente latina, summa
potestas. Es la hora de las ciudades y los reinos «que no reconocen superior» (superiorem
non recognoscentes), según la expresión de Bartolo, que, sin embargo, no admitía tal realidad
más que, de hecho, como derogación de la supremacía imperial. La pirámide política bicéfala
de la Cristiandad dio lugar a una pluralidad de Estados soberanos, celosos de su
independencia; una independencia conquistada tras una afirmación de su poder tanto hacia
el interior, frente a los señores feudales, como hacia el exterior, frente al Imperio y el Papado.
Desde nuestro punto de vista, conviene recordar que si bien el Estado moderno, al reservarse
el monopolio del uso legítimo de la fuerza, aseguró la paz pública dentro del marco de sus
fronteras —fronteras que en adelante adquirirán una delimitación lineal fija—, provocó, en
sus relaciones con los demás Estados, una intensificación de la guerra, de la que puede decirse
que habría de acompañar, como si fuese su sombra, a la sociedad de Estados hasta nuestro
siglo. La Reforma, habiendo quebrado la unidad religiosa del Occidente cristiano, reforzó
por lo demás el papel del Estado, el cual, desde que ésta se implantó, no le reconoció al
Papado ninguna autoridad en lo espiritual, como elemento de cohesión superior común.
La progresiva descomposición del orden medieval dio lugar —a la espera de un nuevo orden
que no tomará cuerpo más que con la Paz de Westfalia (1648)— a una gran inestabilidad en
el mundo internacional, atormentado por guerras interminables y cada vez más crueles, cuyo
espectáculo arrancó a los humanistas cristianos, en particular Erasmo (1466/69-1536) y Juan
Luis Vives (1493-1540), vibrantes exhortaciones a la paz y la concordia.
La doble rivalidad entre Francia y la Casa de Austria —España y el Sacro Romano Imperio,
unidos bajo Carlos V (1516/19-1556) y luego aliados— y entre Inglaterra y España, se
entrecruzaba con las luchas confesionales entre católicos y protestantes; y ni siquiera la
presión turca, en su punto álgido por entonces, en pleno centro de Europa, llegó a imponer
una tregua duradera. Nada caracteriza mejor los nuevos tiempos que la alianza, en 1531, del
«Rey cristianísimo» Francisco I (1515-1547) con los príncipes protestantes de Alemania, y,
en 1535, con Solimán II, apodado «el Magnífico» por los occidentales, contra Carlos V Si
hacer causa común con los luteranos, por lo demás rebeldes para con su soberano legítimo,
ya parecía susceptible de asombrar e irritar a los partidarios de la religión tradicional,
cooperar con el infiel en los momentos en que amenazaba el corazón de la Cristiandad no
podía sino escandalizar al conjunto de éstos. Justo es recordar que una complicidad de este
género no carecía de precedentes, en particular, como ya lo constatamos en el capítulo
anterior, en la práctica de los venecianos en el Cercano Oriente. La novedad residía en el
hecho de producirse a plena luz y en el plano más alto, entre dos de las mayores potencias de
la época. Atestiguaba, de un modo significativo, la creciente autonomía de la política respecto
de la religión y la moral en las relaciones internacionales (más detalles sobre relaciones
internacionales y las tensiones geopolíticas en nuestra plataforma), que ya hemos tenido
ocasión de constatar, y de la cual Nicolás Maquiavelo (Niccoló Machiavelli, 1469-1527)
acababa de dar la formulación teórica.
En la línea del pragmatismo (definido en términos generales, se refiere a las disputas
metafísicas que buscan aclarar el significado de los conceptos e hipótesis identificando sus
consecuencias prácticas; las ventajas del pragmatismo en la política son que permite un
comportamiento de las políticas y las afirmaciones políticas que se configura de acuerdo con
las circunstancias y los objetivos prácticos, más que con los principios u objetivos
ideológicos) de los dirigentes venecianos, Maquiavelo (El Príncipe, escrito en 1513,
publicado en 1532; Discursos sobre la primera década de Tito Livio, escritos en 1513-1520,
publicados en 1531) libera al príncipe o a la república —en una palabra, al Estado— de todo
vínculo que limite su interés y erige aquello que vendría a denominarse muy pronto la razón
de Estado (ragion di Stato) en suprema regla de la política, que deberá seguirse tanto hacia
el interior, frente a los súbditos, como hacia el exterior, frente a los demás príncipes y
repúblicas, a los demás Estados, rivales potenciales. Desde esta perspectiva, la guerra se
considera de nuevo —igual que en la Antigüedad grecorromana que el humanismo
ensalzara— un fenómeno natural, debiendo enjuiciarse desde el punto de vista no de su
justicia, sino de su oportunidad y de su conveniencia en función del fin que persigue. Lo
mismo ocurre con los tratados, respetados solo en la medida en que las partes obtengan
ventajas.
Según este espíritu, un siglo más tarde el cardenal Richelieu no se privará —en contraste
con sus acciones en el interior— en su política exterior de asociarse con potencias
protestantes contra el Imperio y España.
Cabe señalar al respecto, por otra parte, que Carlos V fue el último paladín del Imperio,
concebido como cuerpo político de la Cristiandad, que no supone, sin embargo, la
desaparición de los reinos particulares en él comprendidos. Su esfuerzo ecuménico resultó
finalmente vano frente al vigor de los Estados con vocación nacional. También lo será, a la
postre, el afán español de «reconquista espiritual», que solo en parte logrará sus fines con la
«Reforma católica» o Contrarreforma. Desde la perspectiva de las relaciones
internacionales (más detalles sobre relaciones internacionales y las tensiones geopolíticas
en nuestra plataforma) y el Derecho de gentes, el período de transición entre la baja Edad
Media y el advenimiento del «sistema de Estados europeo» ha sido el de preponderancia
española, que va desde la Paz de Cateau-Cambrésis (3 de abril de 1559) hasta las Paces de
Westfalia (24 de octubre de 1648) y de los Pirineos (7 de noviembre de 1659).
La Edad Media suele ser situada por los historiadores entre dos sucesos de suma importancia.
El primero, que marca su inicio, se le atribuye a la caída del Imperio Romano otro lado, el
hecho que marca el fin de la Edad Media es la caída del Imperio Romano de Oriente en 1453.
Pero muchas eran las profundas transformaciones que estaban ocurriendo en aquel momento
(siglo XV y XVI), entre ellas: ano de Occidente (476), dándole fin al período de la Edad
Antigua o Clásica
Carlos Magno
Carlomagno, también conocido como Carlos I y Carlos el Grande, nació alrededor del 742
d.C., probablemente en lo que hoy es Bélgica. Coronado rey de los francos en
768, Carlomagno expandió el reino franco y finalmente estableció el imperio carolingio.
Fue coronado emperador en 800.
El presente trabajo tiene por objetivo fundamental exponer el desarrollo de las ideas
medievales del derecho en los períodos de la Alta Edad Media (siglos IX-XIII) y de la Baja
Edad Media (siglos X III-X V ). Al hilo de ello pretende también mostrar, de un lado, la
diversa lógica jurídica que se deriva de dos ideas distintas del derecho y, de otro, el patetismo
de la lucha por el derecho entre los poderes representativos de, la Alta Edad Media y los
poderes orientados hacia el mundo moderno. La Edad Media, en efecto, luchó por el derecho
con una intensidad difícilmente comprensible para nuestra mentalidad. Tal intensidad y
patetismo se debían a que, como verá el que siga leyendo, el derecho no era concebido como
una creación de la voluntad racionalizada que la sociedad pudiera cambiar en función de su
utilidad y conveniencia, sino como una realidad concreta que emergía espontáneamente y
que era inseparable de la comunidad o de la persona misma. Por tanto, la defensa del derecho
no del derecho abstracto, sino de este derecho— se confundía con la defensa de la existencia
de la comunidad o del honor de la persona (honor y ius eran, en el lenguaje del tiempo,
palabras sinónimas) ; además, el vigor de la lucha por el derecho se acentuaba porque, como
también se verá más adelante, no se sentía la oposición entre el derecho y la justicia, en razón
de que el derecho tenía, de un lado, fundamento sacro y, de otro, era principalmente
consuetudinario y, por tanto, justo si existía desde el tiempo viejo. A estas ideas típicas de la
Alta Edad Media se opone desde el siglo XIII una nueva idea jurídica destinada a triunfar en
la época moderna: la idea del derecho legal, que ha de justificarse constantemente por su
adecuación a la ratio abstracta y a la justicia.