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INTELIGENCIA
H. Balsa Vidal y M. Fernández Modamio
EL LUGAR DE LA INTELIGENCIA
EN LA PSICOPATOLOGÍA CLÁSICA
Las vivencias subjetivas, accesibles a la descripción fenomenológica, dejan paso a otro
grupo de hechos psíquicos objetivados mediante la observación externa, que Jaspers (1)
denominó «rendimientos objetivos». En ellos, «tarea y rendimiento son los conceptos básicos,
y el ensayo por la presentación de tareas, el ensayo fundamental de esta psicología objetiva».
Para este mismo autor, la inteligencia es «el conjunto de todas las capacidades y de
todos los instrumentos convenientemente aplicados, utilizables para no importa qué rendi-
mientos en la adaptación a los problemas de la vida».
Aunque por el momento se pospondrá la espinosa cuestión de si esta capacidad de
razonamiento eficiente se trata de una sola y unitaria aptitud o bien de un conjunto de ellas,
como afirma Jaspers, sí se van a analizar los principales rasgos que definen esta compleja
función psicológica.
En primer lugar se trata de una capacidad de competencia exclusivamente cognitiva —es
decir, excluidas vertientes emocionales y conativas—, que incluye aquellos procesos involu-
crados en el razonamiento abstracto, representación, solución de problemas y toma de deci-
siones. Además, y precisamente por su carácter de «aptitud», debe valorarse en términos
de su eficiencia y adecuación a los fines propuestos, es decir, que dé como resultado una
efectiva «adaptación a los problemas de la vida» citada por Jaspers, arrojando en ello grandes
diferencias interindividuales.
Esta función compleja involucra de forma potencial y dinámica todos los procesos y funcio-
nes cognitivas de forma presumiblemente jerárquica, tanto los más básicos como los prerre-
quisitos de ella (atención, percepción y memoria), como las propiamente superiores (pensa-
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miento). Finalmente, y como también apunta Jaspers en su definición, esta capacidad se aplica
a «no importa qué rendimientos»; la tradición cultural y clínica ha elegido como tales especial-
mente los de contenido académico y lógico («inteligencia lógica»), aunque nada impediría hablar
de capacidad de razonamiento eficiente aplicado a, por ejemplo, problemas prácticos («inteli-
gencia práctica»), emocionales («inteligencia emocional») o a problemas interpersonales y socia-
les («inteligencia social»), sin duplicar el concepto.
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MEDIDA DE LA INTELIGENCIA
Escala métrica de la inteligencia de Alfred Binet
La escolarización obligatoria y masiva que exigía la segunda Revolución Industrial impulsó
al Ministerio de Educación Pública de Francia a principios del siglo XX a encargar un instru-
mento de medida capaz de detectar precozmente a aquellos niños que, presumiblemente,
necesitarían medidas escolares compensatorias debido a su baja capacidad intelectual. Para
ello, el psicólogo Alfred Binet confeccionó su Escala métrica de la inteligencia, que apareció
en 1905 con un éxito inusitado en todo el mundo y que hoy se conoce como Escala Stan-
ford-Binet o Escala Terman-Merrill. A partir de ahí, la estimación de la inteligencia se ha
venido realizando e imponiendo, quizás de forma reduccionista, mediante métodos exclusi-
vamente psicométricos basados en el cociente intelectual.
Al considerar la inteligencia como la clásica abstracción de la eficiencia de las múltiples
habilidades cognitivas, Binet reunió en una única prueba de tipo «ómnibus» o compuesta una
gran variedad de tareas intelectuales (principalmente de razonamiento, formación de con-
ceptos y juicios evaluativos, y, en menor proporción, de memoria), para obtener así una
única medida promedio de todas ellas: la «edad mental». En su criterio externo con el que vali-
dar su prueba, reduce la general «adaptación al ambiente» o inteligencia en sentido amplio por
el específico logro escolar presente y futuro como predictor.
Pero el concepto clave, una vez elegidas las tareas representativas, se encuentra en el
promedio elegido, la edad mental. Esta medida proviene de la observación de que la inteli-
gencia «crece» con la edad, es decir, los niños, paulatinamente, son capaces de responder a
más y más difíciles problemas planteados, y dicha progresión se observa en la disposición
en dificultad creciente de los elementos de su escala. La edad mental corresponde por tanto
a la edad media en que la mayoría de los niños de una determinada edad pueden responder
con un criterio amplio de éxito a un grupo de tareas. Así, un niño de cualquier edad cronoló-
gica que resolviera aquellas tareas ampliamente resueltas por los niños de 7 años, obtendría
una idéntica edad mental.
Sin embargo, la edad mental como medida psicométrica presentaba importantes limita-
ciones. La primera es que, según el método de Binet, la inteligencia dejaría de «crecer» desde
los 16 años, y no sería aplicable a poblaciones adultas salvo que éstas mostrasen un retraso
mental. En este caso, una edad mental de 8 años en un adulto de 35 años indicaría su nivel
absoluto y estático de inteligencia. Sin embargo, cuando la inteligencia está en desarrollo,
iguales edades mentales obtenidas en edades cronológicas diferentes no tienen el mismo
significado psicológico: un niño de 5 años con una edad mental de siete no tiene la misma
estructura mental que uno de 10 años con una edad mental de siete. La edad mental tenía
que ser sustituida por una medida dinámica del desarrollo.
Stern, en 1912, propuso sustituir este estadístico por el nuevo cociente intelectual, lla-
mado «de razón», es decir, la división de la edad mental por la edad cronológica, multiplicada
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por 100. Este cociente indicaría ahora la velocidad de crecimiento de la inteligencia, desfa-
sada o no, respecto a su edad cronológica. Éste sería el rasgo posterior del retraso men-
tal, es decir, la desaceleración del desarrollo cognitivo a medida que se crece. Lamentable-
mente esta medida tampoco estaba libre de limitaciones: un niño de 5 años con una edad
mental de seis tiene un cociente intelectual de 120, y un niño de 10 con una edad mental
de 12 también lo tiene de 120. En el primer caso, la superioridad es de 1 año, y en el
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segundo, de dos, con igualdad de cociente intelectual. En resumen, no pueden ser compa-
radas por sí solas idénticas edades mentales o idénticos cocientes intelectuales sin consig-
nar, además, la edad cronológica del sujeto, pues ambos deben ser interpretados siempre
conjuntamente.
Escalas Wechsler
A esta misma tradición de pruebas compuestas u «ómnibus» pertenecen las célebres
escalas de inteligencia de Wechsler (Wechsler Adults Intelligence Scale [WAIS], Wechsler Inte-
lligence Scale for Children [WISC] y Wechsler Preschool Primary Scale Intelligence [WPPSI]),
aparecidas de forma paulatina a partir de 1939. Concordantemente con Binet, incluyen una
muestra amplia de tareas intelectuales, ordenadas con dificultad creciente en dos subescalas
diferentes: verbal y manipulativa.
La primera de ellas, que comprende las pruebas de Información, Comprensión, Seme-
janzas, Aritmética, Vocabulario y Dígitos, hace mayor hincapié en lo que la inteligencia ha
permitido aprender: las habilidades verbales, el conocimiento del entorno y la comprensión
social. La escala manipulativa, integrada por las pruebas de Clave de Números, Figuras
Incompletas, Cubos, Historietas y Rompecabezas, enfatiza las habilidades perceptivas y
motoras, la velocidad de ejecución y la abstracción no verbal, más libres, en principio, de
influencias escolares y culturales.
Mediante su escala es posible hallar tres tipos de datos. En primer lugar, los normativos,
de comparación de un sujeto con su grupo, lo que arroja una jerarquía de puntuaciones
«estáticas»: un cociente intelectual total de la escala en un primer nivel, un cociente verbal y
un cociente manipulativo en un segundo, y, finalmente, un perfil cuantitativo en las diferentes
pruebas. El observador apreciará adicionalmente el estilo cognitivo y de razonamiento del indi-
viduo particular ante la prueba, es decir, la forma de funcionamiento de su capacidad cogni-
tiva. Finalmente, el criterio profesional valora si la prueba ha medido una efectiva capacidad
de razonamiento, o si ésta ha resultado afectada y entorpecida, y de qué manera, por aspec-
tos emocionales y motivacionales.
Esta diversidad de datos dota a esta escala de una potencia de observación y compro-
bación de hipótesis no igualada mediante otros procedimientos. Así, por ejemplo, una pun-
tuación verbal muy inferior a la manipulativa puede indicar unas dificultades específicas en len-
guaje o escolaridad en ausencia de un verdadero déficit en funcionamiento intelectual. Como
se trata de las pruebas más empleadas en la actualidad podría parafrasearse la clásica e iró-
nica afirmación de Boring (2) de que la inteligencia es lo que miden los tests de inteligencia...
añadiendo nosotros que, especialmente, las escalas Wechsler.
La innovación técnica que introducen las escalas Wechsler es el cociente intelectual «de
desviación», de significado diferente al «cociente intelectual de razón» de Stern visto ante-
riormente, pues pierde su contenido evolutivo o longitudinal, aunque conserva una equivalen-
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cia numérica aproximada. Basado en el supuesto de la distribución normal del rasgo «inteli-
gencia» en la población, utiliza la desviación estándar como unidad constante de medida,
adoptando la convención de transformar cualquier distribución obtenida en cualquier edad cro-
nológica en una distribución normal, con media de 100 y desviación estándar de 15. De esta
manera se superan anteriores limitaciones del cociente de razón al hacer posible la compa-
ración de los diferentes cocientes intelectuales entre sí, sea cual sea la edad cronológica del
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sujeto. Por ejemplo, un cociente intelectual de desviación de 70 significa lo mismo a los 6 que
a los 36 años, lo cual indica que supera aproximadamente al 2,3 % de los sujetos de su
edad. El cociente intelectual de desviación indica, por lo tanto, la posición relativa del individuo
respecto a los sujetos de su misma edad, y no la velocidad de crecimiento de la inteligencia.
Hoy, el cociente intelectual de Wechsler es adoptado también por la Escala Stanford-Binet, y
pueden hacerse transformaciones entre estadísticos de desviación y edades mentales
mediante tablas de equivalencia.
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tual, no cuentan con excesiva validez predictiva al oscilar sus correlaciones entre 0,3 y
0,8 respecto al cociente intelectual (8), y estos datos no siempre se han replicado de forma
adecuada. Un reciente intento de mejorar esta precisión dentro del estudio de los potencia-
les evocados corresponde a los trabajos de Hendrickson (9) basados en el string o las longi-
tudes de las curvas para un período determinado de tiempo, con las que llega a encontrar
correlaciones de hasta 0,70 con la inteligencia general, tampoco suficientemente replica-
dos. Dando por buenos estos resultados, Eysenck (10) llega a definir la inteligencia por su
base psicofisiológica como «la transmisión libre de error a través de la corteza».
En síntesis, se encuentran datos muy dispares, e incluso contradictorios, en la investiga-
ción entre inteligencia general y potenciales evocados (11). Este acercamiento, en caso de
conseguirse, permitiría salvar las dificultades de evaluación asociadas a las pruebas tradicio-
nales como la edad de menos de 2 años, la falta de cooperación o condiciones sensoriales,
motoras y culturales diferentes del grupo normativo. En el espectro de la inteligencia retra-
sada las alteraciones en el EEG no resultan generales, sino específicas de ciertos retrasos
mentales que se dan dentro de síndromes también específicos, con niveles de cociente inte-
lectual muy bajos (12).
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plo, en las pruebas de inteligencia. Los autores que cabe destacar son el cognitivista Stern-
berg (13), que aportó sus conclusiones sobre los «metacomponentes» o la «metacognición»,
y el neuropsicólogo Luria (14), que se centró en los procesos de «control ejecutivo» o «fun-
ciones ejecutivas». Ambos autores coinciden en que este tipo de actividad cognitiva es esen-
cial en la explicación tanto del desarrollo como de las diferencias individuales en el cociente
intelectual.
Para Sternberg, la «metacognición» se refiere al conocimiento y conciencia que puede
alcanzar el sujeto de sus propios procesos mentales («metacomponentes»). Entre ellos enu-
mera, como más sobresalientes, el reconocimiento de la existencia de un problema y de la
necesidad de solución, el reconocimiento de la naturaleza del problema, la forma de repre-
sentación de la información, el conocimiento de los resultados y la sensibilidad a la retroali-
mentación externa en sus resultados y eficacia.
Por su parte, Luria alude a las «funciones ejecutivas» o «control ejecutivo» como los pro-
cesos de orden superior que guían la planificación y la toma de decisiones en la ejecución de
una tarea. Entre los más importantes tendríamos la asignación de recursos atencionales, el
control de la ejecución definido como la capacidad del análisis medios-fines y la consideración
de las diferentes submetas que permitirán alcanzar la solución. Estos procesos cognitivos son
los que resultan típicamente afectados en las lesiones cerebrales prefrontales, indicando la
base neuropsicológica que los sustenta.
Estructura de la inteligencia:
el factor «g» de Spearman
El factorialista Spearman, contemporáneo de las primeras pruebas de inteligencia, argu-
mentaba que podría haber tantos conceptos de inteligencia y compuesta de tantas diferen-
tes facultades o funciones como autores abordaran la cuestión por métodos racionales e intui-
tivos (3). Éste era el caso de Binet, al obtener su edad mental mediante un simple promedio
de habilidades muy diferentes entre sí, seleccionadas de manera racional, aunque muy con-
sistentes respecto a la edad cronológica en que se superaban de forma conjunta. Para Spear-
man, la cuestión era la siguiente: ¿podemos afirmar, al margen de un promedio, que hay en
verdad una capacidad general llamada inteligencia, compuesta de muchas habilidades cogni-
tivas muy distintas entre sí y que, sin embargo, todas ellas miden o aprecian lo mismo?
Spearman se confió a su innovadora técnica matemática del análisis factorial para resol-
ver el problema de la estructura de la inteligencia. Utilizó lo que bautizó como el principio del
hoche-pot, es decir, la reunión de múltiples y variadas tareas intelectuales, tal como hiciera
Binet, y sustituyó el promedio por la correlación de todas las puntuaciones entre sí. Una vez
aplicado el análisis factorial al conjunto total de datos obtuvo dos factores, uno general o
factor «g», con el que todas las pruebas mantenían correlaciones elevadas, y otro factor espe-
cífico «s», perteneciente a cada prueba o tarea considerada de manera individual. A partir de
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ahí enunció la primera teoría psicológica sobre la inteligencia conocida como «teoría bifacto-
rial», única desde la psicología diferencial.
Para nuestros propósitos, el factor g» debe su importancia a tres hechos relacionados.
En primer lugar, «g» indica el hecho matemático de que todas las puntuaciones en las dife-
rentes tareas mentales que aprecian la inteligencia se correlacionan positivamente entre sí,
explicando alrededor del 50 % de la varianza total, y fundamentando de esta manera la consi-
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deración de la inteligencia como capacidad general, aunque no única. Por ejemplo, ante una
prueba numérica se utiliza «g», más una segunda capacidad muy residual y específica para
esa prueba que podríamos denominar «aptitud numérica». En segundo lugar, y esto es lo
esencial, esa capacidad general corresponde a un tipo de actividad psicológica, denominada
«noegénesis», consistente en procesos de abstracción y relación, que se manifiesta en grado
máximo en aquellas tareas que son totalmente novedosas para el sujeto y con ello capaces
de elicitar la mayor actividad mental consciente. En tercer lugar, mantenía Spearman, el sus-
trato biológico de dicho factor correspondería a la «energía mental» (15).
Las escalas de medida que tratan de apreciar únicamente este factor «g» de inteligencia
ya no necesitan la inclusión de múltiples y variadas tareas, como las pruebas compuestas
vistas anteriormente, sino tan sólo de aquella que más sature en dicho factor «g» y que refleje
al máximo esa actividad noegenética, supuestamente libre de influencias culturales (16). En
general, estas pruebas consisten en series de completamiento gestáltico, como el Test de
matrices progresivas de Raven (17) o los Test de Dominóes (18). Su actual utilización se
reduce a estimaciones rápidas y colectivas del cociente intelectual, o, muy excepcionalmente,
su aplicación a poblaciones culturalmente diferentes o con déficit lingüísticos. Sin embargo,
resultan pobres en el aspecto clínico, en donde las escalas compuestas recogen absoluta-
mente todos y cada uno de los aspectos parciales apuntados en este epígrafe.
EL DESARROLLO DE LA INTELIGENCIA
El biólogo y epistemólogo suizo Jean Piaget trabajaba en el antiguo laboratorio de Binet,
y allí conoció la disposición en dificultad creciente de los elementos de su escala, es decir, el
desarrollo de la edad mental. Sin embargo, para Piaget este desarrollo no consistía exclusi-
vamente en aumentos cuantitativos de la edad mental, sino en cambios, sobre todo cualitati-
vos, que transformarán la inteligencia sensomotora del bebé en el razonamiento abstracto y
lógico del adulto a través de sucesivos estadios. Así, abandona las evaluaciones psicométri-
cas rígidas para adoptar su «método clínico», donde debe complementarse la realización de
tareas cognitivas junto a una entrevista sobre los modos de representación y razonamiento
ante las mismas (19).
Una vez vistos sus métodos, Piaget aborda también los determinantes de esta evolución
hacia una adaptación superior entre un individuo y su medio a través del razonamiento abs-
tracto. Este proceso es posible a través de cuatro factores: la herencia y la maduración bio-
lógica; el medio físico, social y cultural; la propia actividad del niño (verdadero origen de la
inteligencia y puente entre lo biológico y lo psicológico), y aquel que permite todos en con-
junto, la «equilibración» de esquemas cognitivos. Este factor de equilibración consistiría en un
factor motivacional meramente cognitivo (¿«curiosidad»?) tendente a resolver situaciones de
conflicto psíquico entre los esquemas cognitivos del individuo y los objetos y sucesos reales
a los que aplica estos esquemas. Este conflicto se resolvería mediante dos procesos cogniti-
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acción o representativos, al interactuar con el medio y comprobar que los objetos y situacio-
nes no se adaptan por igual a ellos, deben ser cambiados. Esto se observa en la imitación, o
en los cambios motores de adaptación a los distintos objetos que coge. Este juego entre
estructura cognitiva del sujeto y realidad, es decir, equilibración a través de la acomodación
y asimilación, es el verdadero motor del desarrollo cognitivo.
Tal desarrollo cognitivo supondrá la progresiva capacidad de llegar al pensamiento abs-
tracto del adulto, es decir, desde la necesidad de percepción directa del objeto de los prime-
ros años a la capacidad de representárnoslo mentalmente (función simbólica y lenguaje), y
desde la actividad y manipulación directa del objeto por la capacidad abstracta de «actuar»
sobre él mediante operaciones no materiales sino exclusivamente mentales (clasificación,
seriación, lógica simbólica, etc.). Paralelamente, y como decíamos, este desarrollo deja de
considerarse un aumento cuantitativo y acumulativo de las capacidades como en la edad men-
tal, para convertirse en una integración sucesiva de estadios evolutivos discretos, denomina-
dos «estadio sensomotor», de los 0 a los 2 años; «estadio de las operaciones concretas»,
de los 2 a los 11 años, y, finalmente, «estadio de las operaciones formales», desde los
11 años en adelante.
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estando muy mediatizado por lo real, y no será capaz por el momento de razonar sobre lo
probable o hipotético.
RETRASO MENTAL
Concepto y criterios diagnósticos del retraso mental
Con claros antecedentes en Willis, Chiarugi o Cullen dentro de la psiquiatría, Esquirol, en
la primera mitad del siglo XIX, es quien ofrece una descripción sistematizada del retraso men-
tal, considerado como enfermedad mental y radicalmente separado de la insania (locura o
délire) y de la demencia.
La aparición de las pruebas psicométricas de la inteligencia, sin embargo, marca un antes y
un después respecto al constructo de la inteligencia, y por ende, del concepto y diagnóstico de
retraso mental. En lo esencial, supusieron en primer lugar la posibilidad de considerar el retraso
mental en términos de un continuum entre la normalidad y la psicopatología, y en segundo lugar,
representaron una mayor definición del retraso mental leve, todo ello menos asimilable en princi-
pio desde el modelo de enfermedad. Aun así, los criterios diagnósticos de retraso mental aplica-
bles en la actualidad establecen un punto de corte convencional en la escala de cociente intelec-
tual de alrededor de los 70 puntos, que delimita claramente el trastorno.
El término actual «retraso mental» sustituye y engloba a los anteriores de «oligofrenia»,
«subnormalidad» y/o «deficiencia mental».
Para la décima revisión de la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-10) (20),
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retraso mental es «un estado de desarrollo mental detenido o incompleto, caracterizado espe-
cialmente por el deterioro de destrezas que se manifiestan durante el período de desarrollo,
que contribuyen al nivel de inteligencia general, es decir, a las capacidades cognitivas, lin-
güísticas, motoras y sociales».
La American Association on Mental Retardation (AAMR) (21), y el texto revisado de la
cuarta edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-IV-TR)
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(22) con ella, lo definen así: «Retraso mental hace referencia a limitaciones sustanciales en el
desenvolvimiento actual. Se caracteriza por un funcionamiento intelectual significativamente
inferior a la media, que tiene lugar junto a limitaciones asociadas en dos o más de las siguien-
tes áreas de habilidades adaptativas: comunicación, cuidado personal, vida en el hogar, habi-
lidades sociales, utilización de la comunidad, autogobierno, salud y seguridad, habilidades
académicas funcionales, ocio y trabajo. El retraso mental se manifiesta antes de los 18 años».
Esta última definición, aún a modo de cierto «menú» de criterios, presenta dos peculiari-
dades. La primera es la utilización deliberada del término «funcionamiento intelectual» en lugar
de «capacidad intelectual», tratando de consolidar aún más un cambio actitudinal hacia el
retraso mental, asumiendo una expectativa y/o posibilidad de desarrollo personal siempre que
se ofrezcan los apoyos apropiados durante un período prolongado. Por consiguiente, y
siguiendo las directrices de la AAMR, el retraso mental siempre dependerá de la interacción
entre un sujeto y los apoyos de un medio, y no de una cualidad general y exclusivamente
intrapsíquica, sea una puntuación psicométrica o un trastorno médico. En segundo lugar, la
enumeración exhaustiva de las áreas adaptativas permite o facilita así mismo una adecuada
planificación rehabilitadora según las áreas específicamente afectadas.
Los criterios diagnósticos (intelectual, adaptativo y evolutivo) comunes en los tres siste-
mas clasificatorios (AAMR, DSM-IV-TR y CIE-10) de retraso mental son:
los 18 años de edad. En caso contrario se debe acudir a un amplio abanico nosoló-
gico: demencia, lesión cerebral, otro trastorno mental, etc. La elección relativamente
arbitraria de esta edad coincide, en los sistemas occidentales, con el fin de la escola-
ridad media y el cambio a rol social adulto, en donde el desarrollo neurológico ha con-
cluido y el desarrollo cognitivo y social, no finalizados, han alcanzado sin embargo
una estructuración estable.
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apuntalar aún más un cambio actitudinal hacia el retraso mental, considerando que el
cociente intelectual, que no variará sustancialmente con el desarrollo completado,
no refleja el potencial de cambio posibilitado por los apoyos adecuados. También con ello
se pretende que la adscripción de servicios en función del cociente intelectual se evite
en favor de un juicio clínico interdisciplinar sobre las áreas específicas de habilidades afec-
tadas, que no tienen por qué ser generalizadas, y en los contextos específicos donde
deben aplicarse. Por último, se pone especial énfasis en el aspecto ético del derecho
a recibir servicios y, sobre todo, en todo lo que suponga la normalización y la integración
de la persona con retraso mental en la comunidad. «Términos como ligero, medio, severo
y profundo nunca más serán utilizados. Así un diagnóstico podría ser: una persona con
retraso mental que requiere apoyos limitados en habilidades sociales y de comunica-
ción.» (21).
El nivel de intensidad y duración temporal de los apoyos, así como el número de áreas
afectadas, ya sea en sus destrezas adaptativas, emocionales, de salud física y etiología o res-
pecto a su entorno cotidiano, dará lugar a la clasificación de la gravedad del retraso mental
ofrecida en la tabla 3.
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En primer lugar, las destrezas sensomotoras, que son las organizadoras básicas de la
inteligencia en los dos primeros años y determinantes, por tanto, de la evolución posterior,
generalmente están afectadas en el retraso mental. Este retraso implicará el acceso tardío a
la discriminación de objetos, al esquema corporal, nociones de espacialidad, de causa-efecto
a nivel de la acción, etc., y principalmente, a la noción de permanencia de objeto, base del
pensamiento conceptual y de la socialización.
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ciones motoras están retrasados, y por ello necesitan apoyo y supervisión limitada. Se bene-
ficia en gran medida de los entrenamientos en autonomía personal, habilidades sociales y
laborales. Por ejemplo, el uso de transporte público en trayectos conocidos y manejo de
dinero para artículos concretos y de precio conocido. Su acceso laboral está mediado por
tareas prácticas, muy estructuradas y repetitivas, con supervisión variable respecto al criterio
de calidad de la ejecución. Empleo apoyado, habitualmente en centro ocupacional o empresa
especial de empleo. Su éxito en esta área marcará enormemente su grado de independencia
en la vida adulta. Empieza a estar significativamente asociado con déficit neurológicos, alte-
raciones somáticas y trastornos psiquiátricos.
Características de personalidad
La escuela psicodinámica delimitó como característica básica del retraso mental el fun-
cionamiento defectuoso del «yo», instancia encargada de adaptar el organismo al medio que
le rodea tanto externo como interno, así como de regular motivaciones y emociones. Ello con-
llevará una mayor vulnerabilidad psicopatológica centrada en las dificultades de simbolización
y de control y regulación de los impulsos, dificultades en el juicio o capacidad de anticipar
las consecuencias de una acción y de posponer las gratificaciones, dificultades en el apren-
dizaje de la realidad y la resolución de conflictos con ésta, y, principalmente, déficit en su
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función sintética, que en este caso alude al logro de una representación unificada de uno
mismo (self) consistente y persistente en el tiempo (41).
Autores basados en el aprendizaje social han hecho notar que la posible experiencia de
fracaso repetido, pobre autoconcepto, percepción de inferioridad y vulnerabilidad al rechazo
suelen ocasionar varios tipos de reacción: ya sea el aislamiento, la abulia, la frustración-agre-
sión, las identificaciones excesivas con personas mejor adaptadas, la «actitud a priori de
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éxito» de Perron (42) o el «estilo motivacional defensivo» de Rotter (43), basado en la evitación
del fracaso más que en la consecución del éxito.
Otra característica observada con frecuencia es lo que se conoce como «lugar de control
externo» (43), consistente en confiar y atribuir los sucesos de su propia vida más a factores
externos como las acciones de las demás personas o la suerte que a sus propias capacida-
des. Es decir, la percepción del escaso control sobre sus propias vidas. Estos factores se
retroalimentan y perpetúan y se reducen, a su vez, nuevas oportunidades de aprendizaje
social (44).
Hablamos, no obstante, de una relativa vulnerabilidad de la personalidad, pues ni la tris-
teza, ni la falta de motivación, ni el pobre autoconcepto, ni la evitación de situaciones socia-
les o las alteraciones conductuales forman parte inherente de la dinámica de la personali-
dad en individuos con retraso mental. Este aserto ha sido sistematizado por autores como
Vermeylen (45), al distinguir un «débil armónico» con cierto equilibrio en su comportamiento
y capaz de utilizar sus capacidades en un determinado grupo cultural y social, y un «débil
disarmónico», cuando estas anomalías adquieren consideración clínica, con psicopatolo-
gía del carácter.
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• Causas prenatales
– Trastornos cromosómicos
Autosómicos (trisomía 18 (Edwards), trisomía y translocación 21 (Down), trisomía
13 (Patau), trisomía 8, aro 13, síndrome del «maullido de gato», trisomía p20, etc.)
retraso mental asociado al cromosoma X (síndrome de X frágil, fragilidad del
fenotipo X, síndrome de Lujan, síndrome de Allan, síndrome de Davis). Otros
trastornos del cromosoma X (síndrome de Turner, síndrome de Klinefelter [XXY],
síndrome XYY, síndrome XXYY, etc.)
– Trastornos sindrómicos
Neurocutáneos (neurofibromatosis, esclerosis tuberosa, Louis-Bar, síndrome de Pollit,
síndrome de hipogonadismo-ictiosis, Goltz, etc.). Trastornos musculares (distrofia
miotónica de Steinert, distrofia muscular congénita), trastornos craneofaciales
(síndrome de acrocefalia y aplasia radial, acrocefalosindactilia, síndrome de
Baller-Gerold, displasia craneotelencefálica, etc.)
– Errores congénitos del metabolismo
Trastornos de aminoácidos (fenilcetonuria, trastornos de aminoácidos
Branched-Chain, homocistinuria, enfermedad de Hartnup, acidemia propiónica),
trastornos de hidratos de carbono (galactosemia, almacenamiento del glucógeno,
etc.), trastornos de mucopolisacáridos, mucolípidos, del ciclo de la urea, en el ácido
nucleico (Lesh-Nyhan), metabolismo del cobre, mitocondriales y peroxisosomales
– Trastornos embriológicos de la formación cerebral
Anencefalia, espina bífida, polimicrogiria, microcefalia idiopática, anomalías
microtubulares, microdisginesias corticales, etc.
– Influencias ambientales
Malnutrición intrauterina, drogas, toxinas y agentes teratógenos (alcohol, talidomida,
aminopterina), enfermedades maternas (varicela, diabetes mellitus, hipotiroidismo,
etc.), radiaciones durante el embarazo, etc.
• Causas perinatales
– Trastornos intrauterinos
Insuficiencia placentaria aguda (abruptio placentae, toxemia), crónica (eritroblastosis,
anemia materna), parto y alumbramiento anómalos (prolapsos del cordón umbilical,
traumatismo obstétrico)
– Trastornos neonatales
Encefalopatía hipóxico-isquémica, hemorragias intracraneales, neumotórax,
infecciones (septicemia, meningitis), traumatismo craneal, trastornos metabólicos
(hipoglucemia, hipotiroidismo) y trastornos nutricionales
• Causas posnatales
– Lesiones craneales, infecciones (encefalitis por herpes simple, sarampión, VIH),
trastornos desmielinizantes (enfermedad de Schilder, encefalitis diseminada aguda,
etc.), trastornos degenerativos (síndrome de Rett, psicosis desintegradora de Heller,
epilepsia mioclónica progresiva, Tay-Sachs, Niemann-Pick), trastornos epilépticos
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se evidencia este factor biomédico primario en el 60-80 %, respecto al 25 % del total (47).
En efecto, a la distribución teórica de la curva normal del cociente intelectual (correspon-
diente a variaciones estadísticas de la normalidad) se superpone una segunda curva empí-
rica, formada por retrasos mentales con sustrato biológico evidenciable, que tiene su media
en torno a los 35 puntos (48).
Los factores poligénicos o intergeneracionales se encuentran especialmente en el cen-
tro de una agria polémica: ¿fluye el retraso mental a través de las familias?, y, más acertada-
mente, ¿en qué medida? Se comprueba la escasa relación de cociente intelectual entre her-
manos en las familias con una persona con retraso mental grave, respecto a la relación que sí
se da entre hermanos en el que alguno tiene retraso leve (47). La confluencia de estudios de
adopción y gemelos monocigóticos apoya también una mayor correspondencia entre geme-
los idénticos respecto de los fraternos, y, cuando estos crecen por separado, mantienen alta
su correspondencia, aunque ésta no es inmune al ambiente (49). Por último, los índices de
heredabilidad en poblaciones y momentos específicos reflejan que aproximadamente el 50 %
de la variación se debe a la transmisión genética de múltiples genes. En suma, se encuentra
el dilema de la botella medio llena o medio vacía: la influencia poligenética está demostrada,
principalmente en la determinación de casos moderados y leves, pero el margen psicoedu-
cativo sigue siendo amplio en las variaciones del cociente intelectual.
Epidemiología
Remitiéndonos al criterio exclusivo de la distribución teórica y estadística del cociente
intelectual en la población general hallaríamos que alrededor del 2,27 % de los sujetos pun-
túan por debajo de 70 puntos en las escalas de inteligencia. Sin embargo, el cumplimiento
conjunto del criterio intelectual y adaptativo sitúa la prevalencia puntual de retraso mental en
el 1 % (22), y su prevalencia vital puede llegar hasta el 3 % (47). Según el sexo se admite un
predominio masculino en todos los niveles de gravedad estimado en 1,5 varones por cada
mujer (22).
Por niveles de gravedad, el retraso mental se distribuye en el 85 % en los casos leves, el
10 % en los moderados, el 3-4 % en los casos graves, y el 1 % en el nivel profundo (22).
En cuanto a la clase socioeconómica, todos los estudios apuntan que tanto el retraso
mental grave como profundo se distribuyen homogéneamente en todas las clases sociales,
resultando una sobrerrepresentación de los niveles moderados y leves en las clases socio-
económicas bajas (12).
Habitualmente los niños con retraso mental por debajo de 50 puntos de cociente intelec-
tual son detectados en edades preescolares. Posteriormente, el ingreso en la escolarización
obligatoria, con sus exigencias sobre la inteligencia social y conceptual, eleva de manera
espectacular el número de diagnósticos de retraso mental. En edades adultas resultan espo-
rádicos los casos diagnosticados.
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INTELIGENCIA 277
tal comorbilidad harto frecuente y tanto mayor cuanto menor sea la puntuación en cociente
intelectual. La estimación entre los diferentes estudios realizados refleja que al menos entre el
20 y el 35 % de las personas con retraso mental no institucionalizadas son diagnosticadas con
un trastorno psiquiátrico adicional (50). Pero no se debe insistir tampoco en que esta asocia-
ción es indiscriminada; los más consistentemente relacionados son el trastorno por déficit
de atención con hiperactividad en el 30-50 %, los trastornos afectivos (50 %), el trastorno de
la conducta disocial y la esquizofrenia (2-3 %) (51). Finalmente, respecto a trastornos de la per-
sonalidad, los tipos esquizoide, paranoide, narcisista, evitativo y antisocial se dan con mayor
frecuencia en el retraso mental (21).
Respecto de otros trastornos de inicio en la infancia o adolescencia, la asociación entre
trastornos generalizados del desarrollo (principalmente autismo) y retraso mental es consis-
tente: entre el 70 y el 75 % de esta población puntúa con un cociente intelectual inferior a
70, asociado a déficit en habilidades adaptativas (51). Los trastornos del aprendizaje (cálculo,
lectura y escritura), de la comunicación y de las habilidades motoras deben exceder de lo que
es comúnmente esperable para el nivel de gravedad del retraso mental, y su comorbilidad
no resulta elevada.
Los comportamientos tradicionalmente denominados con el término genérico de «altera-
ciones conductuales» entrañan mayor dificultad, en forma de conductas autolesivas, com-
portamiento antisocial o agresivo puntual y estereotipias, hoy comprendidas en varias cate-
gorías diagnósticas, ya sean trastornos por déficit de atención y comportamiento perturbador
o bien trastorno de movimientos estereotipados. Al margen de su diagnóstico, es particular-
mente difícil hacerse una composición etiológica o funcional del conjunto de estas alteracio-
nes, ya que pueden constituir alteraciones emocionales derivadas de las propias limitaciones
del retraso mental, características asociadas a su etiología, como sucede con frecuencia con
la hiperactividad respecto del síndrome de Down o X-frágil, complicaciones evolutivas o bien
respuestas funcionales a las características de un entorno poco estimulante o inadecuado.
que las personas con esquizofrenia, siempre como grupo, sobre un nivel de cociente inte-
lectual premórbido inferior en 10 puntos al de la población general (54) superponen un dete-
rioro tras la eclosión de la enfermedad estimado entre 6 (55) y 13 puntos de cociente en
muestras de reclutas (56) o 17 puntos en muestras de pacientes crónicos hospitalizados
(57). Este nivel premórbido y el posible descenso posterior varían en función del subtipo
de esquizofrenia. Así, los subtipos desorganizado y catatónico, con peor pronóstico, obtie-
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INTELIGENCIA 279
experiencia.
Hallazgos parecidos encontró Wechsler (66) al constatar que la escala verbal del WAIS,
en términos generales, se mantiene con la edad, frente a la subescala manipulativa que
decrece, medida que se utiliza de varias maneras en el contexto clínico. Primero, para estimar
un posible cociente intelectual premórbido a partir de pruebas como vocabulario en la escala
verbal, y segundo, para discriminar tanto el declive normal como el patológico a partir del
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nivel de discrepancia entre ambas escalas, resultando indicativo de posible enfermedad una
diferencia de 15-20 puntos entre ellas. Aun siendo cierta esta afirmación como hecho general
de declive fisiológico, ante casos de diagnóstico individual esta forma de proceder debe
tomarse con cierta cautela. En caso de deterioro patológico, «aquellos que ya fueran relati-
vamente buenos en los tests manipulativos presentarían un deterioro inferior o incluso inexis-
tente, ya que la diferencia entre las puntuaciones verbales y manipulativas sería cada vez más
pequeña a medida que envejeciesen» (66).
En su lugar, Wechsler nos ofrece su «índice» y «cociente de deterioro», basado, no en la
comparación y diferencia entre ambas subescalas, sino en la elección de aquellas pruebas
específicas que se mantienen con la edad y que serían asimilables a la «inteligencia cristali-
zada», y aquellas pruebas que no se mantienen con la edad y que lo serían con la «inteligencia
fluida». Entre las primeras se encuentra Información, Vocabulario, Rompecabezas y Figuras
Incompletas y entre las segundas constan las pruebas de Memoria de Dígitos, Semejanzas,
Cubos y Clave de Números. En función de la cuantía de este cociente puede diferenciarse
entre condiciones normales y patológicas. Se establece así que un deterioro psicométrico del
10 % puede ser considerado como un declive normal del funcionamiento intelectual, fisioló-
gico, y tan sólo a partir del 20 % se consideraría la existencia de un deterioro patológico
para los valores obtenidos en diferentes grupos de edad (67).
La demencia, por lo tanto, constituye un patrón de descenso mórbido de la capacidad
de razonamiento, por encima de lo esperable respecto al declive fisiológico asociado a la
edad avanzada. No obstante, junto al deterioro en la capacidad de razonamiento, se dan pri-
mariamente deterioros en los prerrequisitos de tal capacidad intelectual: déficit en habilidades
psicomotoras, psicolingüísticas, cognitivas básicas (memoria y percepción), y capacidad de
secuenciación y organización cognitiva (funciones ejecutivas). Todas estas últimas funciones
citadas son, en consecuencia, la base para establecer los criterios diagnósticos actuales en
el caso de la demencia.
RESUMEN
• La inteligencia es la capacidad de razonamiento eficiente, en concreto la capacidad de
razonamiento abstracto, representación de la información, solución de problemas y
toma de decisiones, que permite una mejor adaptación al ambiente.
• Para su apreciación y medida, se recurre actualmente a las escalas de inteligencia,
de corte psicométrico, basadas en el cociente intelectual. La correcta interpretación
del cociente intelectual debe integrar las características psicométricas de la prueba
con que se ha obtenido, la edad del sujeto, las circunstancias psicológicas de éste y
un adecuado contexto de examen individual.
• La investigación que despierta mayor interés, y que utiliza el cociente intelectual como
variable dependiente, es la basada en los procesos cognitivos que se van sucediendo
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