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1. Cuando uno ha logrado determinar los objetivos, los tiempos, tiene claro los
condicionantes del contexto, conoce los sujetos que participarán y sabe cuáles
son los instrumentos disponibles se encuentra en condiciones de realizar un
plan. Pero un plan no es una idea sino una ordenación de acciones para lograr
un objetivo. Lo que ocurre es que generalmente existen varios cursos de
acción, incluso con semejante valor de eficiencia. Nace así el problema
estratégico. Todo plan –y esto vale también para la Política Criminal- debe ser
un plan estratégico, no alcanza –algo tan común en la práctica- con realizar un
listado de todo lo que se debiera llevar adelante. En realidad un plan que no
contiene una estrategia no merece siquiera el nombre de plan, será, en el mejor
de los casos, un listado de acciones más o menos necesarias. “En el campo de
la administración, una estrategia es el patrón o plan que integra las principales
metas y políticas de una organización y, a la vez, establece la secuencia
coherente de las acciones a realizar. Una estrategia adecuadamente formulada
ayuda a poner orden y asignar, con base tanto en sus atributos como en sus
deficiencias internas, los recursos de una organización, con el fin de lograr una
situación viable y original, así como anticipar los posibles cambios en el
entorno y las acciones imprevistas de los oponentes inteligentes”. Ya hemos
visto la importancia de analizar los objetivos y las metas y de fijar las
limitaciones del contexto. En la planeación estratégica aparece como un
núcleo central el establecimiento de las secuencias de acciones. ¿Es esto
posible en el campo político criminal? No ha sido fácil establecerlo por los
niveles de descoordinación de sus instrumentos principales. Acciones
policiales de gran envergadura son luego acompañadas con molicie por los
fiscales, largas y complejas investigaciones de las fiscalías, apenas son
comprendidas por los policías. Las organizaciones estatales que deben proveer
información responden burocráticamente y sin conciencia de la importancia de
su participación, finalmente se impone la rutina y los objetivos se frustran.
Esta imagen de acciones sin estrategia es común en los planes político-
criminales y luego se le echa la culpa a los jueces por el fracaso de la
persecución penal. Sin embargo, tales fracasos poco tienen que ver con la
administración de justicia que tiene sus tiempos, sus formas y sus rigideces,
pero nadie le podrá achacar que actúa “sorpresivamente”. Tanto los límites
internos como externos, así como el funcionamiento de la administración de
justicia son variables de alta predictibilidad y, por lo tanto, integrables en una
concepción estratégica. El punto central de ineficacia proviene del hecho de
que sólo se piensa en una lógica de casos, no se analiza con claridad el área de
intervención, lo que significa un caso para la policía es algo muy diferente a lo
que significa para los fiscales y, en definitiva, nadie tiene el control sobre la
secuencia de las acciones.