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En el primer caso, el artículo 662 CPC disponía que el deudor podía presentar
propuestas de convenio incluso antes de iniciarse el concurso, acompañando los
antecedentes dispuestos en el artículo 583 CPC, relativos a la solicitud de concurso
voluntario3. En lo que nos interesa, el artículo 666 CPC agregaba que las
proposiciones de convenio, antes de ser aceptadas, no embarazaban el ejercicio de
las acciones ejecutivas en contra del deudor, sea que dichas acciones se hubiesen
deducido o no en juicio. En igual línea, el artículo 667 CPC agregaba que tampoco se
suspenderían los ramos de la cesión de bienes o del concurso necesario, a menos
que ello fuese consentido por la mayoría de los acreedores, pero, en este segundo
caso, estábamos hablando del convenio simplemente judicial con caracteres
alzatorios. Por ello, únicamente en este supuesto se establecía una limitación a las
labores del síndico, en el sentido de no poder proceder a la realización de los bienes
(que no fueren los bienes muebles sujetos a corrupción, susceptibles de próximo
deterioro o de conservación difícil o dispendiosa, en los términos del artículo 504
CPC).
Ahora bien, en nuestro punto de interés, el artículo 145 agregaba que la tramitación
de las proposiciones de cualquier convenio no embarazaba el ejercicio de ninguna de
las acciones que procediesen en contra del deudor, no suspendía los procedimientos
de la quiebra ni los juicios pendientes, ni obstaba a la realización de los bienes,
replicando en este aspecto el modelo propuesto por el Código de Procedimiento Civil.
La norma es relevante porque, a pesar de su dicción, Rondanelli señalaba que a su
amparo se dictaron sentencias que entendieron que la sola presentación de las
propuestas de convenio sí tenía un efecto tutelar de la negociación, consistente en el
impedimento de la dictación de la sentencia declaratoria de quiebra7. Lo anterior, aun
cuando no se deducía claramente del texto del artículo 145 de la Ley de Quiebras,
supuso un reconocimiento del convenio como vía alternativa (y, por supuesto,
incompatible) de la quiebra, pero también la necesidad de restringir las facultades de
los acreedores a efectos de permitir una discusión sobre un modo no necesariamente
liquidatorio para resolver el dilema de la insolvencia del deudor. Quizás aún de modo
poco perceptible encontramos en esta aproximación jurisprudencial algo que no se
había observado hasta el momento en el diseño residual del convenio judicial: que el
legislador podía limitar las atribuciones de los acreedores en miras a la protección de
la negociación, sin necesidad de contar con su beneplácito particular o colectivo. Sin
embargo, la tutela jurisprudencial de la negociación era todavía muy residual, y no
unánime8, contrastando con los mecanismos que hoy ofrece la Protección Financiera
Concursal a la que dedicaremos el estudio del presente libro, situándose únicamente
en el impedimento de la declaración de quiebra.
La novedad, sin embargo, se encontraba en el inciso segundo del artículo 145, que
disponía que "si el convenio se presentare apoyado por la mayoría del total pasivo de
la quiebra, el síndico sólo podrá enajenar los bienes expuestos a un próximo deterioro
o a una desestimación inminente o los que exijan una conservación dispendiosa". Con
ello, la regla establecía una limitación que, otrora, solo era posible en la órbita del
convenio simplemente judicial, pero que no operaba por la sola discreción judicial, ni
de circunstancias calificadas por el legislador, sino por el apoyo de una mayoría
estricta de los acreedores. En este nuevo modelo se observa, por tanto, un giro que,
bajo una mirada actual, puede parecer bastante sutil, pero que en aquellos tiempos se
presentaba como revolucionario. Luego del triunfo de una visión muy contraria a la
incorporación del convenio preventivo, observando en él un mecanismo injusto de
evasión de la quiebra por parte del deudor insolvente9, su pronta reincorporación en
1931 pretendió ofrecer una tregua equilibrada. Las presentaciones de convenio en
nada limitaban los derechos, acciones y facultades de los acreedores, especialmente
en lo referente a sus vías de ejecución, configurándose como mecanismos de tutela
de sus pretensiones de cobro, a menos que ellos mismos (por medio de una mayoría
absoluta) estuviesen dispuesto a hacerlo guiados por la luz de sus propios intereses.
Pero el legislador nada indicaba sobre la forma de obtener tal mayoría en un
escenario en el que no había aún un pasivo determinado, precisamente porque la
norma estaba pensada para los convenios simplemente judiciales en los que ello era
logrado por medio de las reglas de reconocimiento de los créditos en el marco del
juicio de quiebra.
Con la Ley Nº 18.175, dicho escenario no mutó esencialmente, replicándose las
disposiciones de la legislación en curso en la sección primera, del Párrafo segundo de
su Título XII10. En este sentido, centramos nuevamente la mirada en su artículo 177,
que, al efecto, mantuvo la idea que "[l]a tramitación de las proposiciones de cualquier
convenio no embaraza el ejercicio de ninguna de las acciones que procedan en contra
del deudor, no suspende los procedimientos de la quiebra o juicios pendientes, ni
obsta a la realización de los bienes. // Sin embargo, si el convenio se presentare
apoyado por la mayoría del total pasivo de la quiebra, el síndico sólo podrá enajenar
los bienes expuestos a un próximo deterioro o a una desvalorización inminente o los
que exijan una conservación dispendiosa". Citamos nuevamente la norma porque,
luego de la incorporación de las nuevas medidas de protección de la negociación que
analizaremos a continuación, la jurisprudencia entendió que esta regla se constituía
como general, de manera que toda otra disposición debía observarse como
excepcional e interpretarse de modo restringido11. Adicionalmente porque Puelma
Accorsi, siguiendo la opinión ya citada de Rondanelli, deslizaba una crítica similar a
las sentencias que establecían un efecto suspensivo de la declaratoria de quiebra por
el solo hecho de la presentación del convenio preventivo ante la claridad del texto del
artículo 177 de la Ley Nº 18.175. A su juicio, en consecuencia, el único efecto legal de
la presentación de las proposiciones del convenio judicial preventivo estaba dado por
la sujeción del deudor a la intervención de un síndico12.
Sin perjuicio de lo anterior, la Ley Nº 18.175 presentó nuevas alternativas de tutela
por medio de las modificaciones introducidas por la Ley Nº 18.598, de 5 de febrero de
1987. En primer lugar, el texto enmendó el inciso segundo del artículo 177 de manera
de limitar su operatoria al convenio simplemente judicial, elevando también la mayoría
requerida a un 51% del total del pasivo de la quiebra. En segundo lugar, configuró las
bases del denominado "convenio apoyado" (artículo 177 bis), conforme al cual, no
obstante lo dispuesto en el inciso primero del artículo 177, si la proposición de
convenio judicial preventivo se hubiere presentado con el apoyo de la mayoría de los
acreedores que representasen a lo menos el 51% del total del pasivo13, sin excluir,
para los efectos de este cálculo, a ninguna clase de acreedores, el deudor no podría
ser declarado en quiebra ni podría procederse a la realización de sus bienes durante
los noventa días siguientes a la notificación por aviso de la resolución en que el
tribunal citase a los acreedores a junta para deliberar sobre dicha proposición14.
En segundo lugar, la Ley Nº 20.073 agregó la figura del experto facilitador en el
artículo 177 ter de la Ley Nº 18.17530, como órgano de asistencia al deudor para
apreciar su situación financiera y patrimonial y que sirviese de mediador con sus
acreedores31. En este sentido, el procedimiento se iniciaba por medio de una solicitud
presentada por el deudor (voluntariamente o previo requerimiento de los acreedores
instando por la presentación de propuestas de convenio judicial preventivo, en el
contexto del artículo 172), acompañando iguales antecedentes que para una quiebra
voluntaria, a efectos de citar a una junta de acreedores convocada para designar a
este experto32. En el tiempo intermedio, el juez debía nombrar a un interventor con
facultades de visar la enajenación de bienes en los mismos términos indicados en el
artículo 177 bis y con las facultades informativas a las que hacían referencia los
incisos segundo y tercero del artículo 102 para el otorgamiento del derecho a voto. El
ejercicio de tales funciones tendría lugar hasta la fecha de la junta (si no se acordaba
la designación del experto) o de aquella en que el experto asumiese el cargo (en caso
contrario). Dentro del plazo de 30 días contados desde la junta, el experto facilitador
debía evaluar la situación legal, contable, económica y financiera del deudor y
proponer a sus acreedores un convenio que sea más ventajoso que la quiebra de
aquel, o, en caso contrario, solicitar al tribunal que declarase la quiebra del deudor, el
que lo debía hacer sin más trámite, del mismo modo que si el experto no cumplía con
su cometido dentro de plazo.
Esta normativa destaca por contener un presupuesto objetivo que ha parecido tan
esquivo en las legislaciones concursales chilenas, especialmente con motivo de la
entrada en vigencia de la LRLAEP. Al efecto, este tiene lugar cuando existe un estado
de insolvencia actual de la empresa, entendiendo por tal aquel en que se verifique "la
imposibilidad de pagar una o más de sus obligaciones", o de insolvencia inminente,
cuando se estime fundadamente que dentro de los tres meses siguientes pudiese
encontrarse en estado de insolvencia (artículo 2º del artículo undécimo). Conforme a
lo anterior, el modelo se estructura tanto desde la idea de la preconcursalidad como
de la concursalidad en sí misma, pudiendo utilizarse tan pronto se presentan señales
claras que evidencien que la empresa se encuentra en la zona de la insolvencia43.
Ahora bien, para centrarnos en el punto que nos interesa, se debe tener presente
que este procedimiento tiene por primera finalidad la designación de un "asesor
económico de insolvencia"44, cuyas principales funciones consisten en que,
acreditados los presupuestos objetivos y subjetivos (artículo 16 del artículo
undécimo)45, emita el correspondiente certificado de insolvencia del que trataremos
más adelante, y lleve a cabo un estudio sobre la situación económica, financiera y
contable del deudor (artículo 3º del artículo undécimo). Es este último punto el que
concentra el núcleo de la regulación, cifrado en torno al estudio económico que debe
ser preparado por el asesor, de modo que, detectadas las razones de la crisis, puedan
presentarse proposiciones y acuerdos con los acreedores para intentar aliviar su
crítica posición patrimonial46. No obstante, atendida la temática del presente trabajo,
nos concentraremos en la protección que ofrece el modelo para cautelar la empresa
en el tiempo que supone la preparación del estudio y la negociación con los
acreedores.
Conforme dispone el artículo 17 del artículo undécimo, recibido que sea por el
asesor el requerimiento de un deudor47, acompañado de los antecedentes que
acreditan los presupuestos del procedimiento, deberá aceptar la nominación
formalmente y comunicarle este hecho a la Superintendencia de Insolvencia y
Reemprendimiento. Acto seguido, verificando el cumplimiento de los mentados
presupuestos, otorgará un "certificado de insolvencia" bajo su firma dentro del plazo
máximo de siete días hábiles contados desde su aceptación48, en el que se indicará
quién es el requirente, su rol único tributario (RUT), domicilio y giro o actividad. En el
mismo acto de emisión del certificado, el asesor debe abrir un expediente que dé
cuenta del requerimiento y del certificado emitido y, además, comunicar la expedición
del certificado a la Superintendencia de Insolvencia y Reemprendimiento para su
validación, a partir de la cual surtirán todos los efectos que se reseñarán más
adelante. Así, de conformidad al artículo 14 del Reglamento, una vez emitido el
certificado, el asesor deberá remitir el original a la citada Superintendencia, a más
tardar al día siguiente hábil, para solicitar la referida validación. Dicho certificado
quedará en poder de la Superintendencia, entregando al asesor las copias
autorizadas que este solicite. Para todos los efectos, la fecha de emisión del
certificado será la de su validación.
Validado que sea el "certificado de insolvencia", este puede ser presentado ante los
tribunales o ante los órganos de la Administración del Estado49, permitiendo al
deudor que se declare una suspensión en los casos que luego se indicarán50. Por el
momento, basta con advertir que, como señala Ruz Lártiga, existe en este "periodo de
suspensión" una suerte de "protección financiera concursal", articulándose como un
escudo frente a los procedimientos destinados a la ejecución que pueden o han sido
iniciados por los acreedores de la empresa51. La suspensión se extiende a los
siguientes casos: (i) los apremios de cualquier clase que provengan del
incumplimiento de obligaciones pecuniarias, con excepción de aquellos vinculados a
remuneraciones y cotizaciones de seguridad social, adquiridas en el desempeño de
las actividades empresariales52; (ii) los actos que sean consecuencia directa del
protesto de documentos mercantiles del requirente del certificado; (iii) los actos
judiciales que impliquen embargos, medidas precautorias de cualquier clase,
restituciones en juicios de arrendamiento y solicitudes de inicio de un procedimiento
concursal de liquidación; (iv) los procedimientos o juicios de carácter tributario; y (v)
en general, cualquier otra medida de carácter administrativo o judicial, incluso ante
Juzgados de Policía Local, que sea procedente proseguir en contra de la persona
natural o jurídica a cuyo nombre se hubiere emitido el certificado, con motivo de
alguna obligación relativa al giro del deudor.
Para hacer valer dichos efectos, el artículo 19 del artículo undécimo dispone que el
deudor deberá presentar al órgano competente una copia del certificado, autorizada
por la Superintendencia de Insolvencia y Reemprendimiento. Curiosamente, el artículo
14 del Reglamento dispone que cada vez que se presente un certificado de
insolvencia ante cualquier tribunal u órgano administrativo, el asesor deberá informar
a la Superintendencia, aun cuando no es este quien deberá llevar a cabo tal gestión.
En todo caso, si la presentación del certificado es ante un tribunal de justicia, deberá
hacerse por intermedio de abogado habilitado para el ejercicio de la profesión y se
tramitará según las reglas de las excepciones dilatorias, previstas en el Título VI del
Libro II del Código de Procedimiento Civil, salvo lo dispuesto en el artículo 307. En
consecuencia, se conocerá de aquel en el cuaderno principal y la resolución que las
deseche será apelable. En aquellos juicios en los cuales ya hubiese transcurrido el
término de emplazamiento, el juez de la causa suspenderá el procedimiento si el
deudor ejerce el beneficio según lo dispuesto en el artículo 310 del Código de
Procedimiento Civil, entendiéndose fundada la suspensión con la copia autorizada por
la Superintendencia del certificado respectivo53.
Las suspensiones a las que hemos aludido durarán por el plazo que fije el asesor en
el propio certificado, pero en ningún caso más de noventa días corridos contados
desde la fecha de emisión del certificado (con la precisión antes indicada en el
Reglamento respecto a la fecha de la validación), plazo que no podrá ser objeto de
prórroga alguna. Dicho periodo se descontará íntegramente respecto de la
prosecución de los juicios que estuvieren en tramitación a los efectos de considerar un
eventual abandono del procedimiento (regla que se echa en falta para la Protección
Financiera Concursal), mientras los plazos de prescripción que estuvieren corriendo
se suspenderán durante el período señalado, por las mismas razones que
explicaremos en su momento al analizar el artículo 57.1.b de la LRLAEP54.
Un segundo efecto que se produce con la emisión del certificado, tomando como
base las mismas limitaciones que encontrábamos en los mecanismos tutelares del
Libro IV del Código de Comercio (y, como veremos, extendidos en la LRLAEP), se
refiere al hecho que, emitido que sea el certificado, el beneficiario no podrá gravar ni
enajenar los bienes que a esa fecha formen parte del activo fijo de su patrimonio. Tal
como está redactada la norma, la restricción parece demasiado gravosa, y, aunque se
comprende que los límites temporales podrían no ofrecer suficiente obstáculo, omite
cualquier posibilidad de obtener liquidez ante el escenario de insolvencia actual o
inminente, desprendiéndose, por ejemplo, de bienes que no sean indispensables para
el desarrollo de su giro o que, incluso siéndolo, su enajenación podría implicar una
necesaria reducción del tamaño de la empresa55. Al efecto, a diferencia de lo que
ocurría rudimentariamente en los mecanismos tutelares previstos en el Libro IV del
Código de Comercio, y, como veremos, con mayor detalle en los artículos 57.2 y 76
LRLAEP56, no se han concedido facultades al asesor económico de insolvencias para
visar esta clase de enajenaciones o gravámenes en el tiempo de suspensión.
Asimismo, y en paralelo a lo que ocurre con aquellos procedimientos que son objeto
de la suspensión, el foco vuelve a encontrarse en el patrimonio del deudor, siguiendo
los expedientes conocidos en la legislación concursal chilena vigente a la época de la
dictación de la Ley Nº 20.416, ignorando, como hoy lo hace la LRLAEP, que una
verdadera protección del giro de la empresa potencialmente viable debe extenderse a
otros espacios, tales como la vigencia de las relaciones contractuales o la posibilidad
de licitación en el ámbito público. Así también se ignora que las restricciones a las
facultades administrativas de los acreedores deberían ampliarse a otros extremos
igualmente relevantes, como aquellos referidos a la estructura societaria que reviste la
empresa, o, al menos, la designación de un interventor o la entrega de dichas
atribuciones al asesor económico de insolvencia.
3Jequier Lehuedé (2019), p. 30, refiere que "[d]icha modalidad no prosperó, pues, amén de carecer de
una regulación básica, generó no pocas dificultades e incertidumbres al momento de determinar qué
acreedores podrían participar en el procedimiento, al no existir aún una nómina de créditos verificados y
reconocidos".
4 Ya en el Mensaje de la Ley Nº 4.558, se había señalado que: "[l]a quiebra ha constituido en la
práctica una amenaza del deudor en contra de los acreedores, quienes acuden al convenio para evitar
el desastre de la liquidación judicial, viéndose obligados a aceptar cualquiera forma de pago. En el
proyecto se adoptan medidas para corregir estos abusos". Entre ellos, la unanimidad necesaria para el
convenio extrajudicial y la posibilidad de votar en el convenio simplemente judicial únicamente por
aquellos créditos reconocidos en la quiebra, como asimismo la eliminación de todo rastro del convenio
judicial preventivo. A mayor abundamiento, Palma Rogers (1940), p. 140, expresaba que, dado que el
régimen de los convenios preventivos previsto en el Código de Procedimiento Civil importaba un
impedimento para la declaración de quiebra, este recurso era utilizado por los deudores para dilatarla o
bloquearla indefinidamente. Y que, en este sentido "[t]anto se abusó de esta práctica, que la Comisión
Redactora de la ley consideró conveniente suprimir por completo el convenio preventivo. Pero el D.F.L.
248 de 20 de mayo de 1931 reformó la ley en esta materia y admitió el convenio preventivo, pero
quitándole el efecto de suspender durante su tramitación el derecho de pedir la declaratoria de quiebra".
6 Conforme con esta designación, que se mantuvo en las regulaciones previas a la reforma de la
LRLAEP, la Corte Suprema los definió del siguiente modo: "[...] el convenio judicial preventivo es un
acuerdo entre el deudor y la masa de sus acreedores cuya finalidad es solucionar el pasivo y, con ello,
evitar la declaración de quiebra. Se ha dicho que las exigencias impuestas por el legislador para su
adopción (solemnidades legales y aprobación de la autoridad judicial) lo transforman en uno de los
actos más solemnes de nuestro ordenamiento jurídico y encuentran su justificación en el propósito de la
ley de resguardar de la mejor forma posible los intereses de los acreedores por cuanto, una vez
aprobado, el convenio obliga a todos ellos, mayoritarios y minoritarios, imponiéndose la mayoría sobre
la minoría" (SCS de 13 de junio de 2018, causa rol Nº 33806-2017 [caso "Wiesner"]).
7Rondanelli (1933), p. 106, con sentido crítico indicaba que "esta interpretación, además de que se
aparta del tenor literal de la Ley, envuelve una manifiesta injusticia y constituye un medio muy eficaz
para que los individuos que obran de mala fe, haciendo falsas proposiciones, pretendan entorpecer la
acción de sus acreedores que piden la quiebra. No hay razones lo suficientemente poderosas que
aconsejen adoptar un temperamento como éste".
8Rondanelli (1933), p. 106, citando al efecto una sentencia de la Corte de Apelaciones de Valdivia, en
que se señalaba que "un convenio celebrado por un deudor con sus acreedores, que no ha llegado a
perfeccionarse por la aceptación de todos éstos, no impide la declaración de quiebra de aquél; y
producido el estado de quiebra, no puede suspenderse o reponerse, sino por los medios legales"
(Gaceta 1914, tomo II, p. 729, sentencia Nº 266).
9Carrasco Vásquez (1963), p. 114, cita, al efecto, el Informe de la Comisión Mixta de Senadores y
Diputados en la discusión parlamentaria de la Ley Nº 4.558, que señalaba que "[e]l Código de
Procedimiento Civil, a diferencia del de Comercio, permitió iniciar el procedimiento de quiebra con
proposiciones de convenio, sin cuidarse de exigir que éstas fueran aparejadas de garantías suficientes.
En el hecho se ha abusado enormemente de esta facultad con resultados por lo demás desastrosos
para los acreedores. Los convenios pactados al amparo de esta disposición rara vez, por no decir
nunca, se han visto cumplidos, de suerte que los acreedores que, por lo general, sólo se avienen a
aceptarlos, parte por conmiseración, parte por el deseo de asegurar el pago, a corto plazo, de una
cuota cualquiera de sus créditos, se han visto defraudados en sus propósitos". Con ello, al menos en el
texto original de la Ley Nº 4.558, la única alternativa preventiva se encontraba en un escasamente
regulado convenio preventivo extrajudicial, con todas las dificultades de negociación que ellos entrañan.
Sobre el particular, vid. Goldenberg Serrano (2014a), passim.
10 En Goldenberg Serrano (2018a), p. 601, explicamos que, en el estudio de los convenios al alero
de la Ley de Quiebras, "[...] estas opciones eran consideradas por el legislador siempre desde una
mirada desde la quiebra, esto es, sea para prevenir su declaración (convenio judicial preventivo) o para
alzar la que ya había sido declarada (convenio simplemente judicial). Originalmente se trataba de un
mecanismo concedido al deudor de buena fe, especialmente a fin de evitar los efectos infamantes de la
quiebra, y, especialmente, la posibilidad de persecución penal. Por ello, en su diseño original se
conservaron las reglas de dignidad del deudor y el hecho de que su propuesta en caso alguno lograba
la limitación de los derechos de los acreedores, fuese para ejecutar al deudor, fuese para demandar su
quiebra. El poco éxito de estas medidas, en un ambiente en que la reflexión fue enfocándose en la
importancia de la conservación de las empresas viables, dio curso a una serie de reformas posteriores.
Las más relevantes fueron las impulsadas por la Ley Nº 18.598, de 1987, que introdujo la posibilidad de
limitar los derechos de cobro de los acreedores durante el procedimiento de negociación, pero siempre
que se contase con el apoyo de dos o más acreedores que representasen al menos la mitad del pasivo
concursal (el denominado "convenio apoyado" o del artículo 177 bis, en razón de su ubicación
normativa)".
14 Del modo observado por Puga Vial (2004), p. 178, el porcentaje señalado por la norma comportaba
una presunción seria en orden a que las proposiciones de convenio judicial preventivo serían votadas
favorablemente, de tal suerte que el sistema se justificaba como un medio para impedir que aquellas
fueran desbaratadas en el lapso de su negociación.
15 Esta idea se replica en el inciso final del artículo 58 LRLAEP, aunque con una justificación algo
diversa puesto que, en la actualidad, el acuerdo de reorganización judicial extiende su ámbito subjetivo
también a los acreedores prendarios e hipotecarios. De tal suerte, la regla debe reconducirse ahora al
inciso final del artículo 61 LRLAEP, conforme al cual esta clase de acreedores puede votar por aquellas
propuestas dirigidas a los acreedores valistas, renunciando total o parcialmente a su preferencia. Así, el
mero apoyo a la prórroga de la Protección Financiera Concursal por parte de aquella clase de
acreedores no supone una alteración a sus preferencias ni su adscripción a los términos ofrecidos a la
clase o categoría de los acreedores valistas, en caso de presentarse propuestas separadas en los
términos permitidos por el artículo 61, inciso primero, LRLAEP. Vid. infra Capítulo II, Sección II.1.B.
16 Como veremos, esta uniformidad en la forma de cálculo de las mayorías requeridas, antes de la
obtención de una nómina de créditos reconocidos, se rompe con la LRLAEP en el ámbito de la prórroga
de la Protección Financiera Concursal. Al efecto, para la obtención del apoyo, el artículo 59 LRLAEP se
refiere a la necesidad de acompañar las cartas de los acreedores autorizadas ante un ministro de fe y
un certificado extendido por un contador auditor independiente al deudor que indique los porcentajes del
pasivo que permitan el apoyo requerido. En este sentido, a nuestro juicio, se establece
innecesariamente un modelo diverso de acreditación al que se sustenta en el certificado señalado en
los artículos 55 y 56.4 LRLAEP, a pesar de que esta última norma dispone que aquél "servirá de base
para determinar todos los quórum de acreedores que se necesiten en la adopción de cualquier acuerdo,
hasta que se confeccione la nómina de créditos reconocidos, conforme al procedimiento establecido en
el Párrafo 2 del Título 1 del Capítulo III de esta ley, con sus respectivas ampliaciones o modificaciones,
si existieren". Vid. infra Capítulo II, Sección II.1.B.
17 Por ello Valencia (1998), p. 213, señalaba que "[e]sta ley agregó a la Ley Nº 18.175, el art. 177 bis,
que a juicio de la suscrita reviste una importancia fundamental, especialmente, si consideramos que las
proposiciones de convenio pueden versar por ejemplo sobre la venta del activo del deudor como unidad
económica, la que no podría llevarse a efecto si los acreedores pudieran individualmente, no obstante
encontrarse pendiente la aprobación del convenio, realizar en forma individual los bienes del deudor [...]
Cada acreedor debe velar por sus propios intereses de manera de no perder ninguna de las acciones
que le competen pues lo único que se suspende en definitiva es la liquidación de los bienes".
18 Una crítica en este sentido, incluso con la reforma de la Ley Nº 20.073, se esboza en Contreras
Strauch (2010), p. 334.
19 Lo anterior, incluso en los casos en los que los tribunales aceptaron que el apoyo de los
acreedores no se presentase conjuntamente con las propuestas de convenio judicial preventivo, sino en
cualquier momento anterior a la dictación de la resolución que citaba a junta de acreedores. Sobre el
particular, vid. SCA de Concepción de 26 de julio de 2013, causa rol Nº 1393-2013 (caso "Laserpack
SpA") en que se resolvió que: "[...] en concepto de estos sentenciadores, el legislador parte de la base
que la proposición fue presentada con un apoyo que reúne ciertas características o apariencias
manifiestas que exige la ley, es decir, contando con la aprobación de dos o más acreedores que
representan más del 50%, del total del pasivo, y ello debe verificarse al momento de ser presentado al
tribunal; o en su defecto, a lo menos, antes de dictarse la providencia que recae en tal propuesta, única
interpretación armónica que puede darse a los incisos 1º y 7º del ya tantas veces mencionado
artículo 177 bis, ya que el plazo fatal e improrrogable se cuenta desde la notificación por aviso de la
resolución que recae en la solicitud y que cita a los acreedores a junta, que no es otra que la rolante a
fojas 334 de estas compulsas". En contra, Puga Vial (2004), p. 182.
21 Como explicaba Puelma Accorsi (1983), p. 215, "[e]l abandono es la entrega de todo o parte del
activo del deudor a sus acreedores, dejando liberado al deudor. Es decir, el convenio de abandono
extingue naturalmente el pasivo". En este sentido, por tanto, nada se observa en torno al rescate de la
empresa en crisis.
22Puelma Accorsi (1983), p. 197, tratando sobre el fin de los convenios, también expresaba que "[...]
puede suceder en muchos casos que el pago de los acreedores se realice fuera de la quiebra, en mejor
forma para los acreedores y el fallido", para acto seguido, señalar un conjunto de casos en los que las
circunstancias ameritarían el otorgamiento de prórrogas o enajenaciones de bienes al margen de la
sindicatura. Si bien este análisis fue formulado por el autor antes de las reformas de la Ley Nº 18.598,
se observa que, en su diseño original, los convenios no estaban necesariamente ordenados al rescate
de la empresa viable, sino como un mecanismo para eludir el pesado lastre del juicio de quiebras.
Conforme a ello, Contreras Strauch (2010), p. 307, destacaba que "[a]l contrario de los sistemas de
reorganización, de administración controlada y de las otras diversas modalidades de protección de
empresas que se encuentran en peligro financiero, que son todos modernos y empezaron a ser
incorporados a las legislaciones a mitad del siglo pasado, y que hasta hoy no logran un reconocimiento
general en la doctrina y legislación comparada, desde muy antiguo se reconoce en el derecho concursal
la posibilidad de que un deudor en dificultades financieras pueda intentar resolverlas negociando un
convenio con sus acreedores". Por ello, las limitaciones ofrecidas por el artículo 177 bis, y, como
veremos, de otros modelos de tutela construidos en torno a este, se limitaban a asegurar la integridad
de la masa activa del concurso.
23Sandoval López (2007), p. 179. En similar sentido, Contreras Strauch (2010), p. 321.
24 Para una explicación de las finalidades de la Ley Nº 20.073 y sus innovaciones, vid. Sandoval
López (2007), p. 182.
26 Asimismo, como señalan Gómez Balmaceda y Eyzaguirre Smart (2011), p. 475, con esta regla "se
disipó la duda que resultaba de la redacción anterior para que no se entendiese que se requería del
apoyo de una doble mayoría". En similar sentido, Puga Vial (2006), p. 200.
31Ruz Lártiga (2017), p. 219, opina que la figura de la Protección Financiera Concursal reconoce
como antecedente, aunque más limitado, la alternativa del nombramiento del experto facilitador de
acuerdo al artículo 177 ter. Similar ocurre con la cercanía entre este experto y el veedor, como órgano
concursal previsto para los procedimientos concursales de reorganización en la LRLAEP (p. 226).
32 En dicha junta contaban con derecho a voto los acreedores que hubiesen aparecido en el estado a
que se refería el artículo 42, Nº 4, certificado de acuerdo a la información disponible y a la cual hubieren
tenido acceso de los registros del deudor por auditores externos, independientes e inscritos en el
registro que llevaba la otrora Superintendencia de Valores y Seguros, con exclusión de los acreedores
señalados en el inciso tercero del artículo 177 bis, antes reseñado. La designación del experto
facilitador debía contar con el voto de uno o más de los acreedores, que representasen más del 50%
del total del pasivo con derecho a voto; en caso contrario, se consideraba fracasada la gestión. Y, al
igual que para los efectos del artículo 177 bis, los acreedores hipotecarios y privilegiados no perdían
sus preferencias por la circunstancia de participar y votar en esta junta, y podían impetrar las medidas
conservativas que procediesen.
34 A juicio de Puga Vial (2006), p. 207, este fracaso no acarreaba consecuencias ulteriores, como la
declaración de la quiebra.
36 Como se señaló en el Mensaje de la Ley Nº 20.073, "el artículo 177 quater consulta, para el caso
que la proposición de convenio sea presentada con el apoyo de más del 66% del pasivo, la abreviación
y simplificación del procedimiento" (Historia de la Ley Nº 20.073, Mensaje, p. 8).
44 El estatuto aplicable a este "asesor económico de insolvencias" se despliega entre los artículos 4º
y 14 del artículo undécimo de la Ley Nº 20.416, el que debe ser complementado por el Reglamento al
que alude el artículo 5º (Decreto Nº 212, de 22 de febrero de 2011, del Ministerio de Economía,
Fomento y Turismo, en adelante, el "Reglamento").
45 A los anteriores presupuestos se suma uno de carácter negativo, dispuesto en el artículo 21 del
artículo undécimo de la Ley Nº 20.416, conforme al cual la persona que se haya acogido a los
beneficios de esta ley no podrá impetrar nuevamente la extensión de un nuevo certificado, sin que haya
mediado a lo menos cinco años contados desde la fecha del certificado inmediatamente anterior. Algo
similar ocurre en el caso del Procedimiento Concursal de Renegociación de la Persona Deudora
(artículo 270, inciso final, LRLAEP), aunque esta limitación no se encuentre presente en el
Procedimiento Concursal de Reorganización ni en los Procedimientos Concursales de Liquidación de
las empresas y personas deudoras. Lo anterior, especialmente en este último punto, resulta
especialmente llamativo por la extensión del beneficio de extinción de los saldos insolutos previsto en el
artículo 255 LRLAEP.
46 Para un estudio sobre este punto, vid. Ruz Lártiga (2017), pp. 190-195, y Jequier Lehuedé (2019),
pp. 352-360.
47 El artículo 5º del Reglamento dispone el detalle del contenido del referido requerimiento,
entendiendo por tal "el acto mediante el cual el deudor intima al Asesor elegido o designado, según el
caso, para que se desempeñe en tal calidad de acuerdo a lo establecido en la Ley".
50 Como explica Román Rodríguez (2011), p. 495, es precisamente el efecto suspensivo que acarrea
la obtención del certificado, el que "constituye un incentivo importante para que el deudor pueda salvar
su empresa y reorganizar sus actividades".
52 Concordamos con Ruz Lártiga (2017), pp. 184 y 185, en el sentido que la voz "apremio" debería
entenderse comprensiva del juicio ejecutivo, en cualquiera de sus fases, pero también de cualquier
forma de ejecución prevista en nuestro ordenamiento civil.
53 Sobre las dificultades de interpretación de estas normas, vid. Jequier Lehuedé (2019), pp. 350-351.