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Universidad Iberoamericana

Escuela de Arquitectura

Teoría I

Prof. Arq. Alex Martínez

Donatello Bruno 13-0353

Análisis Crítico: La Escuela de Chicago

La ciudad de Chicaugou, como se hizo llamar en sus orígenes por los indios de Illinois,
quienes fueron los primeros en reclamar el territorio, fue bautizada con un nombre
sinónimo de grande, fuerte y poderoso. Vemos desde sus inicios una especie de predicción
de lo que posteriormente se convirtió en el futuro de la tierra madre de los rascacielos.

En las primeras décadas del siglo XIX, la mayor parte de la ciudad se construyó en madera.
Después de la Guerra Civil, durante el mandato de Abraham Lincoln, el Chicago de la
posguerra fue imparable; creció la población, el mercado y el comercio. Pero seis años
más tarde, en 1871, el Gran Incendio destruyó la mayor parte de la zona central de la
ciudad.

Por temor a nuevos desastres, se llevó a cabo una reconstrucción intensa entre 1880 y
1900, empleándose nuevas experimentaciones en los sistemas constructivos para
satisfacer las nuevas necesidades. El final de esta fase del estallido constructivo en la
ciudad, empieza en la primera década del siglo XX cuando se plantea la necesidad de un
control urbanístico adecuado a la nueva escala de la ciudad.

Dentro de la primera generación que trabajó inmediatamente después del incendio se


destacó William Le Baron Jenney y los proyectistas más importantes de la segunda
generación salieron de su estudio: Daniel H. Burnham, que trabajó con John W. Root,
Willian G. Hollabird, Martin Roche y Louis H. Sullivan, que se asoció con Dankman Adler.

La obra de estos proyectistas tuvo un marcado carácter unitario desde 1879, el año en que
Jenney construyó el primer edificio alto con estructura metálica. Los elevados edificios del
Loop de Chicago, el centro comercial de la ciudad, fueron posibles de construir gracias a
algunas invenciones técnicas como esta estructura de esqueleto en acero y permitió
aumentar la altura sin miedo.
Otra de las invenciones fue el ascensor, el cual tuvo una serie de evoluciones, desde el
primero, instalado por E. G. Otis en Nueva York en 1857, hasta el primer ascensor
hidráulico inventado y construido por C. W. Baldwin en Chicago en el 1870, que produjo el
uso de los primeros ascensores eléctricos a partir del año 1887. El conjunto de invenciones
como el ascensor, el teléfono y el correo, permitieron el funcionamiento de hoteles,
almacenes y oficinas de cualquier tamaño. Así, en Chicago, nació el rascacielos.

Según se menciona en el Engineering Record del 25 de julio de 1896, Burnham afirmó que
“el principio de sostener todo un edificio sobre un armazón de metal cuidadosamente
equilibrado, rigidizado y protegido del fuego, se debe a la labor de William Le Baron
Jenney. No ha tenido predecesores en este aspecto y a él se debe todo el mérito derivado
de esta proeza de ingeniería que él fue el primero en realizar.”

El origen del rascacielos produjo críticas a esta nueva forma de ver la arquitectura. Las
experiencias de la escuela de Chicago, como eran conocidos colectivamente este grupo de
proyectistas, constituyeron una importante contribución a la formación del movimiento
moderno. Ya que los arquitectos no tenían una clara conciencia de los problemas que
estaban surgiendo, los resultados prometedores que se consiguieron a finales del siglo XIX
produjeron dos vertientes: la vuelta al conformismo de los estilos históricos, como lo hizo
Burnham con el clasicismo, y la experiencia individual de vanguardia, como fue el caso de
Sullivan y, posteriormente, de Frank Lloyd Wright.

Los contemporáneos de Jenney tuvieron mayores ambiciones artísticas y se esforzaron


por eliminar las referencias a los estilos históricos. Así mismo, los arquitectos de la
generación siguiente, lucharon por desarrollar un nuevo tipo de edificio que tuviera
soluciones formales radicalmente distintas a las heredadas en la cultura anterior.

La Exposición Colombiana Universal, celebrada en el Loop de Chicago en el 1893, marcó la


orientación arquitectónica de la ciudad. Se produjo la llamada “traición” de Burnham, ya
que en la comisión de arquitectura para la exposición hubo algunos arquitectos de la costa
este que convencieron fácilmente a Burnham, el arquitecto más acreditado de Chicago en
el momento, para proyectar a Chicago según los patrones cánones clásicos. A partir de
ahí, el gusto de los contratistas y del público se orientó poco a poco hacia el clasicismo y
las búsquedas originales de la escuela de Chicago se consideraron anticuadas. Así, muchos
protagonistas de la década anterior, se adaptaron a la nueva orientación cultural,
mientras que otros, como Sullivan y Wright, se inspiraron y consideraron que la vuelta al
neoclasicismo fue el resultado de una opción errónea.

La aparición de Frank Lloyd Wright fue significativa. A los dieciocho años entra en el
estudio de Adler & Sullivan en 1887, cuando proyectaban el Auditorium de Chicago y
colabora con ellos hasta 1893 cuando empieza a trabajar por su cuenta y abre su propio
estudio.

Desde un principio, Wright coincide con Sullivan en su ambición de crear una nueva
arquitectura, independientemente del estilo tradicional y comprometido con la vida
moderna. Wright y otros pocos eligen un ilimitado experimentalismo anticlasicista y así de
produjo una división entre la mayoría conformista y la minoría inconformista, casi análoga
o paralela a la que se da en Europa en los mismos años, pero con una diferencia
importante: el ambiente americano es infinitamente más extenso y variado y ambos
grupos encuentran con facilidad sus puestos.

Los modelos creados en Chicago, pronto empezaron a ser intentados en otras ciudades de
Estados Unidos y dieron origen al funcionalismo arquitectónico, la Bauhaus y al
Movimiento Moderno.

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