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2
ANTROPÓLOGOS CON
LA LANZA EN RISTRE
Sendas
5
1
2
A NTROPÓLOGOS CON
LA LANZA EN RISTRE
la justa política de
los años setenta en el siglo xx
TSIMÁRHU
Estudio de etnólogos
3
García Mora, Carlos:
Antropólogos con la lanza en ristre. La justa política de los
años setenta en el siglo xx, México, Tsimárhu Estudio de
Etnólogos, 2018, 246 pp. ilus. (Sendas, 5).
Imagen de la camisa
Fragmento de Duelo por honor de Ernest Descals Pujol (2009)
http://ernestdescals.blogspot.com/2009/06/ernest-descals-es-el-primer-premio-de.html
Frontispicio
Caballero templario (1871) de Diolot, en Knights Templar and the Crusades, facsímil
(Vintage Book Collection)
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Viñetas:
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Procesamiento de los retratos
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Antropólogos con la lanza en ristre. La justa política de los años setenta en el siglo
XX por Carlos García Mora se distribuye bajo una Licencia Creative Commons
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Quedan a salvo los derechos de los autores de viñetas e ilustraciones
4
Al antropólogo tacubayense Andrés Medina Hernández,
cultivador de la tradición etnográfica mexicana y
uno de los protagonista de aquellos alborotos
5
6
¿Qué se fizo el rey don Juan?
Los infantes de Aragón
¿qué se ficieron?
¿Qué fue de tanto galán?
¿Qué fue de tanta invención
como trajeron?
Las justas y los torneos,
paramentos, bordaduras
y cimeras,
¿fueron sino devaneos?
¿Qué fueron sino verdura
de las eras?
Jorge Manrique
Coplas a la muerte de su padre
Copla xvi
7
8
En un abrir y cerrar de ojos 1
S
10
L os li di ad ores
S
Anónima g
revolución socialista.12
El contexto político de la
época estaba marcado por las Guillermo Bonfil Batalla
grandes repercusiones de la Revolución Cubana
(1959), experimentadas en la América meridional en
general, tanto como por las convulsiones populares
en México, cuyo recuerdo había sido preservado
gracias al empeño de los comunistas en evitar que
fuera borrado de la memoria colectiva. Entre esas
luchas —todas reprimidas— estuvieron las de los mi-
neros (1950), los estudiantes politécnicos (1956),
los maestros (1958), los ferrocarrileros (1959), los
integrantes del Movimiento de Liberación Nacional
(1961), los jaramillistas (1962), los médicos (1965) y
los copreros (1967). Encima de ello, eran fenómenos
de la época los avances en psicología y ciencias so-
ciales, como la ya mencionada nueva sociología
latinoamericana. Lo fue igualmente la inquietud
intelectual recogida en suplementos culturales de
periódicos, en revistas y en la radio universitaria;
así como en el vanguardismo cultural difundido o
producido en México y manifiesto en la música, en
la pintura, en la literatura, en el cine, en la escultura
y en el teatro.
17
En buena medida, este grupo apoyó la par-
ticipación estudiantil de la enah en el movimiento
estudiantil de 1968. Al año siguiente, un incidente
burocrático, la suspensión del pago de sus honora-
rios inflingido al maestro Guillermo Bonfil por causas
desconocidas que no se hicieron públicas, se interpre-
tó como una represalia por su acompañamiento al
citado movimiento. La sospecha de la orden de asestar
tal castigo recayó en el director del inah, el arqueó-
logo conservador y descendiente de hacendados
morelenses Ignacio Bernal y García Pimentel —quien
tal vez acataba órdenes superiores— sin que nunca se
confirmara el dicho. Lo cierto es que, a raíz de eso,
se produjo un enfrentamiento de los compañeros de
Bonfil con el subdirector de la enah encargado de la
dirección entonces acéfala, Carlos Martínez Marín.
El profesor Bonfil presentó su renuncia al director
del inah y fue seguido por la de sus compañeros, lo
que estuvo a punto de privar de profesores a la espe-
cialidad de etnología. De modo que casi se extinguió
la corriente reformista que dichos profesores impuls-
aban en la enah, debido a que sólo sus alumnos la
continuaron por corto tiempo, ya que pronto fueron
egresando y terminó relegada en el olvido la oratoria
renovadora de “los magníficos”.
En un interesante análisis de lo acaecido,
distribuido en octubre de 1970, se sostuvo que las
críticas que los renunciantes habían esgrimido:
Warman, Bonfil, la estudiante Teresa Rojas Rabiela, Óscar Frías y Palerm al concluir
en el Zócalo de la Ciudad de México la llamada Manifestación del Silencio
(agosto de 1968)
Anónima s. f. h
realidad social y de una actitud
diaria de democracia y de
Rodolfo Stavenhagen Gruenbaum
acercamiento con nuestro
pueblo”.17
En ese año, salió de la prensa la emblemática
obra Las clases sociales en las sociedades agrarias de
Rodolfo Stavenhagen, quien lideró una de las corrien-
tes de estudio de la cuestión agraria y el campesinado
que surgió en esos años.18 El volumen tenía la ven-
taja de considerar la composición de clases en la
sociedad rural, algo que, por aquel entonces, los
investigadores procuraban soslayar. Lo hacían como
si dichas clases no existieran o no fuera pertinente
identificarlas y mucho menos presuponer que lucha-
ban entre sí o, peor aún, que las clases trabajadoras
se oponían a las pudientes.
Por cierto, ese sobresaliente interés por el
campesinado y la cuestión agraria debió relacionarse
con el propósito del régimen echeverrista por alcan-
zar la autosuficiencia económica y por mantener el
sostenimiento de la producción agrícola, de ahí las
considerables inversiones gubernamentales en el
mundo rural. Esas inversiones debieron tener el
25
objetivo político de neutralizar la intensa actividad
de organizaciones políticas de izquierda en diferentes
regiones rurales del país, actividad en la cual se in-
volucraron varios antropólogos jóvenes. De manera
que la antropología no hizo sino sumarse a la preo-
cupación que ya venían manifestando economistas e
ingenieros agrónomos como Sergio Reyes Osorio.19
Este destacado campo de estudio se estableció como
una verdadera palestra antropológica, en la cual Ro-
ger Bartra y Arturo Warman serían las otras figuras a
la cabeza de sus respectivos prosélitos.
En junio, se llevó a cabo un Congreso Nacio-
nal de Estudiantes de Antropología con alumnos de
diferentes escuelas. Al final, los estudiantes firmaron
una “Declaración de Principios” exigiendo que el
antropólogo fuera un científico que interpretara ob-
jetiva y profundamente la realidad, que considerara
que las relaciones sociales inequitativas se establecían
con el sector mayoritario, que el papel del antropólo-
go era luchar para poner conocimientos al alcance
de todos los sectores y al servicio de una sociedad
mejor, que rechazara la enseñanza de la antropología
al servicio de intereses particulares…
Para el logro de dichos propósitos se
constituyeron en una Unión Nacional de Estudiantes
de Antropología que, al parecer, fue efímera sin
ninguna consecuencia o nunca funcionó.20
La intensa actividad política en la enah se
constataba con una lluvia intermitente de volan-
tes mimeografiados de circulación interna; algunos
como revista rústica, por ejemplo, Con los puños en
alto. Dedicada casi del todo a temas de política na-
26
cional, en su número tres —tirado en diciembre de
1969— se escribió con gusto algo inusual, acerca
del curso de historia del pensamiento antropoló-
gico y la dinámica sociocultural impartido por el
etnólogo jesuita Felipe Pardinas Illanes. Al anóni-
mo columnista le parecía un curso “refrescante” y
le llamaba la atención la asistencia espontánea de
estudiantes no inscritos en dicha materia, quienes
iban a instruirse y no a cumplir requisitos burocrá-
ticos “para obtener patente de corso que abre las
puertas de la antropología oficial”. Agregaba, refi-
riéndose a la degradación de la planta docente en
comparación con el curso de Pardinas: “¡Vamos!
hay cada mamarracho con título dando clases en la
Escuela […] Nosotros no pensamos que todos los
maestros salen sobrando, pero muchos en definitiva
son absolutamente inútiles […]”.21
En febrero de 1970, ya iniciado el último
año del sexenio diazordacista, en la enah se creyó
que ésta estaba en peligro de ser cerrada o traslada
de su sede en el Museo Nacional de Antropología.
Ello porque el político conservador de la línea dura
Alfonso Martínez Domínguez, presidente del gober-
nante Partido Revolucionario Institucional (pri), ya
había declarado —el 7 de noviembre de 1968— que
era necesario dejar de producir tantos filósofos y
antropólogos sin posibilidades de obtener empleo.
En su opinión, era necesario planificar la educación
“para que en México no haya seis o siete escuelas
de antropología, cuando el país apenas puede pagar
los servicios de una de ellas”. No por casualidad
fue hecha dicha declaración, ya que tal político —
27
siempre bien informado— debió conocer el papel del
estudiantado de la enah en el movimiento estudian-
til de aquel año. A lo cual se sumaba en 1970 un
comunicado extraoficial de la Universidad Nacional
Autónoma de México (unam) anunciando la creación
en unos meses de su propio colegio de antropología.22
No sucedió tal cosa, pero como el estudiantado de la
enah había sido muy activo en el movimiento del 68
y seguía alterando con su persistente activismo el
ambiente público del Museo Nacional de Antropolo-
gía —visitado por numerosos turistas extranjeros—,
era previsible que se tomaran medidas para acallarlo
y alejarlo del lugar en lo sucesivo. Con todo, algunos
maestros, incluidos algunos de los “críticos” antes de
su renuncia, ya se habían pronunciado a favor de in-
corporar la enah a la unam. Esa misma posición que
tomó en 1970 algún sector de estudiantes y algunos
profesores como el prehistoriador José Luis Loren-
zo, quien —por cierto— impartió uno de los mejores
cursos a la generación de 1969.
En mayo, la ya mencionada publicación mi-
meografiada Con los puños en alto dejó plasmada
la visión “revolucionaria” que de la antropología te-
nía uno de los sectores estudiantiles radicales en la
enah:
32
L a palestra
S
Fig. 10. En la Fonda de Santa Anita de la Ciudad de México, a fines de 1970 o prin-
cipios de 1971, tras la muerte de Alfonso Caso y el nombramiento de Gonzalo Aguirre
Beltrán como subsecretario en la sep. De izquierda a derecha: Rodolfo Stavenhagen
Gruenbaum, Margarita Nolasco Armas, Arturo Warman Gryj, Gonzalo Aguirre Bel-
trán en la cabecera, Ángel Palerm Vich, Salomón Nahmad Sitton, Alfonso Villa Rojas
y Guillermo Bonfil Batalla
Anónima j
filas gubernamentales, fue uno de
los más señalados del siglo xx.
Gonzalo Aguirre Beltrán
Un rasgo insólito fue el que fuera
autor no de una sino de varias obras clásicas que
abrieron sólidas líneas de trabajo: La población negra
de México (1946), Formas de gobierno indígena
(1953), Cuijla, esbozo etnográfico de un pueblo
negro (1958) y Medicina y magia (1963), a más
de los ensayos que tuvieron una gran repercusión:
Teoría y práctica de la educación indígena (1953),
El proceso de aculturación (1957) y Regiones de
refugio (1967). Algo extraordinario, pues sólo un
puñado de investigadores ha logrado escribir una
obra memorable cada uno que, como suele decirse,
quedaron como paradigmas; en cambio, de la pluma
de Aguirre Beltrán salieron cuatro y tres ensayos
trascendentales.
Aguirre Beltrán destacó como un eficiente
y emprendedor administrador. Tocante al sexenio
que aquí nos ocupa, merece particular mención su
muy exitosa empresa editorial: la colección de li-
bros de bolsillo sep/Setentas, sólo comparable con
la que creó José Vasconcelos cuando fue secreta-
rio de Educación Pública en los años veinte del siglo
37
pasado. Con tirajes inimaginables hoy en día de
entre 4 000 y 40 000 ejemplares —según su
importancia—, sus volúmenes se vendieron a precios
tan populares —10 pesos en librerías y 8 en el
edificio de la sep— y tan ampliamente distribuidos
—incluyendo los puestos de periódicos— que era
imposible resistirse a adquirir estos libros de bolsillo
con numerosos títulos antropológicos e históricos.
Algunos tuvieron tal repercusión que se convirtieron
en obras prototípicas, como Indígenas en la Ciu-
dad de México: el caso de las Marías (1975) de
Lourdes Arizpe. Otros eran traducciones de libros
publicados hacía años, conocidos en México sólo por
los especialistas en sus temas, como El catolicismo
popular de los tarascos (1976) de Pedro Carrasco que
alcanzó una repercusión en una medida que nunca
había tenido mientras permaneció publicado en
inglés. Otro tanto sucedió con la compilación de
artículos Agricultura y civilización en Mesoamérica
de Ángel Palerm y Eric Wolf.27
Por lo demás, en el transcurso del régimen
postdiazdordacista, se crearon 80 centros coordinado-
res del ini, se impulsó al Plan Huicot, se promovió la
creación del Movimiento Nacional Indígena (1973),
se realizó el Primer Congreso In-dígena de Chiapas
(1974) y 56 congresos regionales “indígenas” patro-
cinados por el Estado como actos preparatorios al
primer Congreso Nacional de Pueblos Indígenas
escenificado en Janitzio (1975). El Instituto Nacio-
nal de Antropología e Historia (inah) reorganizó
algunos de sus departamentos y abrió centros regio-
nales en varios estados. Se creó el Departamento
38
de las Tradiciones Populares, el Fondo Nacional de
la Danza (fonadan) y el Centro de Investigacio-
nes Superiores del inah (cis-inah). Se promovió la
Escuela de Antropología de la Universidad de Yuca-
tán y la Escuela de Antropología de la Universidad
de Xalapa que, a fines del sexenio, se convirtió en
facultad. La Sección de Antropología del Instituto
de Investigaciones Históricas de la Universidad Na-
cional Autónoma de México (unam) se independizó
y se convirtió en Instituto de Investigaciones Antro-
pológicas. Se reconoció el carácter profesional del
antropólogo y se mejoró su salario. Se fundaron dos
colegios profesionales de antropólogos. Entraron
en auge las publicaciones antropológicas gracias a
colecciones como sep/Setentas, sep/ini y sep/inah,
y a la labor de varias casas editoriales. También
aparecieron nuevas revistas. A todo ello se sumó la
difusión en la prensa de actividades, declaraciones,
textos editoriales y artículos de antropólogos publi-
cados en periódicos y revistas.
El auge de las ediciones antropológicas puede
entenderse por el apoyo institucional y por la deman-
da de obras antropológicas en el medio académico.
En cambio, merece preguntarse las razones por las
cuales las declaraciones de los antropólogos fueron
recogidos por la prensa. Ésta, poco dada a difun-
dir lo que poco o nada atraía a los lectores, le dio
voz pública a los antropólogos. La gran atención
gubernamental a ciertos problemas nacionales y las
considerables inversiones para hacerles frente produ-
jeron un interés notorio en éstos. En particular, llamó
la atención la mala situación en la que se encontraban
39
los pueblos autóctonos, llamados “indios”, lo cual le
dio una relevancia nacional. Dado que los antro-
pólogos estaban ligados al estudio y a la atención
de estos pueblos, los periódicos dieron cabida a sus
opiniones.
40
L a ju sta
S
43
Primer torneo
1970
S
En el mes de enero, Aguirre Beltrán, Bonfil y Palerm
promovieron una significativa reunión en Xicotepec
de Juárez, Puebla, para revisar el estado de la
antropología mexicana y analizar el “indigenismo”
y sus resultados. Estuvieron presentes sacerdotes
católicos —Samuel Ruiz, obispo de San Cristóbal,
inclusive— y misioneros protestantes (¿del ilv?).
Otros asistentes fueron antropólogos sociales,
lingüistas, estudiantes y funcionarios del Instituto
Nacional Indigenista (ini) y del Instituto Indigenista
Interamericano (iii). Entre los antropólogos se
contaron, aparte de los organizadores, Arturo
Warman, Daniel Cazés y Salomón Nahmad, quien
a partir de este mismo año fue funcionario en el ini
y en la Dirección de Educación Extraescolar en el
Medio Indígena de la sep.28 La puesta en discusión
del indigenismo, a unos meses de las elecciones
federales el 5 de julio y del subsecuente triunfo
del imbatible candidato del pri, tuvo intenciones
políticas como quedó en evidencia poco después, por-
que planteó —entre otros aspectos— la necesidad de
revisar el destino del ini y del Instituto Nacional
de Antropología e Historia (inah). En este segundo
instituto, los críticos ocuparían más tarde
posiciones en diferentes niveles antes inimaginables
en manos suyas. Muy interesante resultaría saber si
tenían planes para actualizar la antropología que
quedó bajo su supervisión y si lograron llevarlos a cabo
44
y, en fin, qué hicieron cada uno en estos años cuando
tuvieron la sartén por el mango, o bien, si —como pa-
rece— llegaron sin un proyecto.
La Universidad Iberoamericana (uia) —institu-
ción jesuita privada para estudiantes acomodados— se
mantenía activa también en el campo de la antro-
pología. Desde 1960 había iniciado actividades su
Escuela de Antropología Social, abierta por inicia-
tiva del sacerdote y antropólogo Felipe Pardinas,
originalmente para preparar a quienes servirían en
las misiones jesuitas de la Sierra Tarahumara. Cabe
decir que, en aquellos años, la orden jesuita se ca-
racterizaba por su promoción de la justicia social
y la armonización del cristianismo con las culturas de
los pueblos, como por su apertura a las nuevas co-
rrientes intelectuales, lo cual se reflejó en la revista
Comunidad de la uia. Enseguida, encabezó la escue-
la el antropólogo jesuita Luis González Rodríguez,
quien fue desplazado —entre 1967 y 1968— por
Ángel Palerm y Arturo Warman para consolidar la
licenciatura laica de antropología social.
Igualmente, el primero fundó en esta universi-
dad una Escuela de Graduados en Ciencias Sociales,
donde se fueron refugiando algunos de los antropólo-
gos críticos y sus pupilos.29 En esta institución,
un grupo de maestros y estudiantes desarrolló una
de las antropologías de la capital del país y sus
egresados constituyeron una útil reserva de mano
de obra para engrosar los proyectos instituciona-
les que fue abriendo la antropología otrora crítica.
Entre dichos hacedores se encontraban los etnólogos
Palerm y Warman, la veracruzana Alba González
45
Jácome, el chiapaneco de ascen-
dencia catalana Andrés Fábregas
Puig, el capitalino José Lamei-
ras y la alemana criolla Brigitte
Boehme Shondube nacida en la
capital mexicana.
En un seminario que Pa-
lerm dirigía en esa institución
Anónima s. f. k
Anónima m
to en el parteaguas histórico.40
Apenas un par de semanas antes
de morir, cuando fue entrevistado
en la radio por Demetrio Sodi, Fig. 14. Alfonso Caso
y Andrade
declaró refiriéndose a una perso-
na que lo había criticado: “[…] un señor que dijo
que ¿cuándo nos cansaríamos de medir indios? […]
Los gusanos —añadió Caso— confunden siempre to-
das las cosas, es una característica de ellos; perdón,
no les vuelvo a llamar gusanos… los vamos a llamar
los “críticos antropólogos”. La alusión era evidente,
pero por si quedaban dudas, Sodi le preguntó a Caso
—al final de la entrevista— si deseaba agregar algo
concerniente a la actitud de la “más reciente gene-
ración de antropólogos ante el problema indígena”,
autores del libro De eso que llaman antropología
mexicana, a lo que Caso respondió con estas pala-
bras sin provecho alguno:
Segundo torneo
1971
S
Ya con Luis Echeverría en el poder, Aguirre Beltrán
se hizo cargo de la elaboración ideológica del
indigenismo echeverrista que daba fundamento a la
moderna política de integración nacional. Ese proyecto
se allanaría luego de la brutal y sangrienta represión
de una manifestación estudiantil el 10 de junio de
53
1971, cuando se desplazó a los llamados emisarios
del pasado diazordacista, contra el cual se habían
pronunciado los antropólogos críticos.
En enero, tuvo lugar en Bridgetown, Barba-
dos, el simposio Fricción Interétnica en América del
Sur No Andina, patrocinada por el Programa para
Combatir el Racismo del Consejo Mundial de Igle-
sias —bajo el auspicio de las universidades de Berna
(Suiza) y de las Indias Occidentales (Barbados)— con
antropólogos interesados en denunciar el etnocidio
de pueblos tribales en las áreas selváticas de Suda-
mérica. Algunos asistentes emitieron la “Declaración
por la Liberación del Indígena” respecto de la respon-
sabilidad del Estado, las misiones religiosas y la
antropología; y del “indígena” como protagonista de
su propio destino. El texto, considerado por Agui-
rre Beltrán un ataque al indigenismo, lo firmaron
Darcy Ribeiro, Scott Robinson, Stefano Varese,
Guillermo Bonfil y otros.43 El documento —cono-
cido como la Declaración de Barbados— fue muy
difundido y causó numerosos debates.
En otro extremo de la palestra, el ascenso
de posiciones marxistas tenía lugar. La enah era
centro importante, acaso el más preponderante,
pero no el único, donde las corrientes marxistas eran
incontenibles. Muestra de ese fenómeno fue la serie de
ediciones mimeográficas de la Sociedad de Alumnos
que imprimía textos de análisis marxista. El número
21, impreso el 25 de enero de 1971, reprodujo un
texto de Lucien Goldmann acerca de La ideología
alemana y las Tesis sobre Feuerbach.44 Hay que decir
que la discusión teórica tenía lugar predominante en
54
las aulas y en las células de estudio y de activismo
político.
Por su parte, el nuevo gobierno mexicano
estableció su política. Desde su campaña presiden-
cial, Echeverría declaró que el Plan Huicot era un
programa ágil y realista —que pondría en marcha su
gobierno— para levantar infraestructura económica
y social en las regiones cora, huichol y tepehuana, con
la intención de convertir a sus pobladores en factores
productivos, bajo la conducción de Salomón Nah-
mad Sitton.45 Bajo esa tónica, a principios de 1970,
Mercedes Olivera fue nombrada por Aguirre Beltrán
coordinadora de la Escuela de Desarrollo Regional
del ini en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, de
corta vida, para dar capacitación teórica y práctica a
pasantes de antropología y sociología de la Universi-
dad Iberoamericana, la Universidad Veracruzana y la
Universidad de Yucatán y de varios países latinoame-
ricanos, para que se hicieran cargo de la promoción
de áreas “indígenas” que llevaría a cabo el ini. Su
objetivo fundamental era capacitar especialistas en
ciencias sociales capaces de llevar a cabo activida-
des prácticas encaminadas al desarrollo económico
y social.46
Entre tanto, la Imprenta de la Universidad
Iberoamericana terminó de imprimir en el mes de enero
Santa Fe, presencia etnológica de un pueblo-hospital
del antropólogo jesuita Alfonso Gortaire Iturralde,
una acuciosa etnografía de un pueblo purépecha de
la región lacustre de Pátzcuaro, presentada como
tesis de maestría en antropología. La investiga-
ción llevada a cabo con una gran entrega del autor
55
quien, como suele ocurrirle a los antropólogos,
terminó sintiéndose emocionalmente identificado
con la población. Él se percató de que sus datos
locales, aun cuando estaban enmarcados en el todo
comunitario, cobraron sentido al relacionarlos con
el conjunto regional; aun más, un paso más adelante
lo dio al darle profundidad histórica y revelando
una perspectiva inusitada del presente. A la vez,
Gortaire rechazaba que la visión de los purépechas
fuera una visión de los vencidos, pues ellos, aparte de
ver su cultura como un elemento de supervivencia,
la veían como elemento para conquistar el lla-
mado mundo “occidental”; por tal razón, eran
supervivientes pero igualmente conquistadores.47 La
obra, pese a su interés, tuvo entonces una circulación
muy restringida en el medio antropológico mexicano
y casi ninguna repercusión en éste. Más bien, reflejó
cierta silenciosa corriente de compromiso social
probablemente cercana a la llamada teología de la
liberación. La obra sí tuvo divulgación importante
en medios religiosos valiéndole —años después—
su publicación en Ecuador y una reedición en
Michoacán y, para mayor satisfacción de su autor,
fue adoptada por los habitantes de Santa Fe de La
Laguna.
Aguirre Beltrán salda en febrero su deuda con
Caso disponiendo una compilación de sus artículos
indigenistas, escribiendo un prólogo apologético
y, en cierto modo, exculpándolo de las críticas
que recibió por sus posiciones. Para cumplir con ese
propósito, procuró describir sus aportaciones teóricas
y las iniciativas positivas que llevó a cabo.48
56
Mientras tanto, Arturo
Warman, quien ya tenía varios
años de haber dejado definiti-
vamente atrás su trayectoria de
folclorista, escribía en la Uni-
versidad Iberoamericana (uia)
artículos referidos a la socie-
dad campesina inspirándose en
Anónima n
los planteamientos de Eric Wolf
plasmados en su memorable
ArturoWarman Gryj
obra Los campesinos, publicada
en 1968 en inglés y traducida al español en 1971.49
Esa traducción fue muy leída en México, donde el
campesinado emergía como protagonista de los estu-
dios antropológicos y donde tenía lugar una polémica
en torno a su caracterización, su papel político, su
posible desaparición y su futuro en el contexto na-
cional, polémica en la cual Warman fue un destacado
protagonista.
Ya sin el furor antimperialista de los años cin-
cuenta y sesenta, seguía tocándose de vez en cuando
el tema del uso de la antropología por agencias es-
tadounidenses en el espionaje, el colaboracionismo,
la manipulación y la contrainsurgencia, y el de la in-
filtración de iglesias protestantes. Respondiendo a
esa inquietud, Palerm —en la uia— editó y redactó
la presentación de una denuncia de Wolf y Joseph
Jörgensen referida a la utilización de antropólogos
en la guerra imperialista en Tailandia.50
En marzo, se terminó de reimprimir el
prestigioso libro Regiones de refugio de Aguirre
Beltrán, una verdadera plataforma teórica de la
57
acción indigenista que, desde 1967 cuando apareció
por vez primera, ejerció una gran influencia en la
antropología mexicana y tuvo repercusiones en
otros países de la América meridional. Gracias a los
importantes puestos que ejerció durante el sexenio
echeverrista, el autor difundió su obra profusamente
en esos años.
En abril, Aguirre Beltrán informó los cambios
administrativos para resolver los “problemas de la
convivencia con el indio”. Ese año, él fue llamado
de nuevo “el antropólogo de la Revolución”, títu-
lo que ya se lo había conferido Isidro Castillo en
1968, por su apego a los principios de la llamada
Revolución Mexicana y por su empeño en la integ-
ración nacional.51 Echeverría lo consideraba una de
las autoridades intelectuales y morales más gran-
des de América. Por otra parte, Aguirre Beltrán fue
sustituido como director del Instituto Indigenista In-
teramericano en ese mismo mes por el antropólogo e
historiador ecuatoriano Gonzalo Rubio Orbe.52
En mayo, en una obra publicada por el Partido
Comunista Mexicano (pcm), el soviético Zubritsky
rechazaba la definición de “indio” de Alfonso Caso,
como quien vive y es miembro de una comunidad.
Con ese enfoque, escribió, se negaba que fuera posi-
ble la formación de un proletariado, una burguesía
y una intelectualidad indígena. Para él, la población
“india” era un pueblo oprimido y su problema era la
tierra. Lamentaba que sólo se viera como solución su
asimilación a la nación, en vez de promover el desar-
rollo de sus lenguas y culturas como condición para
acercar a los pueblos de México.53
58
En esas mismas fechas, Rodolfo Stavehagen leyó
una ponencia en la 13.ª reunión de la estadounidense
The Society of Applied Anthropology, en la cual
criticó la liga de la ciencia social con el capitalismo
y el imperialismo. Él puso en duda la tendencia de
los estudios de comunidad y manifestó ser parti-
dario de la participación de los investigados en la
investigación. Asimismo, sugirió estudiar a las elites
sociales y se declaró a favor de investigadores mili-
tantes que conjugaran la acción con la investigación,
promovieran el conocimiento con nuevos modelos
de interpretación y contribuyeran al cambio.54
Ese mismo mes de mayo, terminó de impri-
mirse Los indios en las clases sociales de México de
Ricardo Pozas e Isabel Horcasitas, reproducido en
Cuba este mismo año por la Casa de las Américas. El
libro era un análisis marxista algo esquemático de la
población “india” participante del desarrollo nacio-
nal, en el cual los autores sostuvieron que:
Anónima p
años fue el que puso en la
picota al indigenismo oficial.
Arriba quedó dicho que éste fue AlfonsoVilla Rojas
actualizado para responder mejor a las apremiantes
necesidades de los pueblos originales y para que
modernizara el proyecto gubernamental. Tal empeño
despertó el entusiasmo de Villa Rojas que percibió
un resurgimiento del indigenismo mexicano: “[…]
como sé, la palabra del señor presidente [Echeverría]
ha sido empeñada a favor de una política indigenista
más intensa y dinámica: queda ahora en manos
de los funcionarios responsables hacer que esa
política se convierta en realidad”.62 Villa Rojas,
quien había rebatido duramente a los autores críticos
y había pasado a colaborar con Aguirre Beltrán en
el ini, manifestó su contento sin darse cuenta que el
indigenismo ya no era ni podía ser el mismo como
el que él había protagonizado. Con todo, el debate
continuó en ese año y los subsecuentes.
El ambiente polémico envolvió a la arqueología
el mes de octubre. El arqueólogo José Luis Lorenzo
salió al paso de la acusación de que los antropólogos
eran “un puro cuento”, crípticos y reacios a
comunicar sus conocimientos. Hizo referencia a los
64
estudios prehistóricos que se hacían en la penuria
que implicaba competir con la arqueología turística
dedicada a “construir” pirámides.63 El historiador
Francisco de la Maza y de la Cuadra replicó
reprochando la tardía denuncia y llamando a los
antropólogos a responder la pregunta acerca de lo que
él consideraba el máximo problema antropológico
de México: si era o no una nación de mestizos.64 Una
pregunta pertinente, pero excesivamente simplista y
mal formulada, aunque pertinente relevante y difícil
de responder. La cuestión quedó en el aire, Lorenzo
guardó silencio y nadie más intentó darle respuesta.
Ahora que, en arqueología, como en las otras
disciplinas antropológicas, sin manifiestos ni declara-
ciones de por medio, se emprendieron investigaciones
que tenían fines exclusivamente científicos. Éstas ca-
recían de implicaciones políticas explícitas, pero
desarrollaban proyectos que se salían del tipo oficial
establecido y, de hecho, resultaban —dado el rigor
con el cual se llevaban a cabo— una silenciosa e indi-
recta crítica a los estudios rutinarios de baja calidad.
Al emprenderse al margen de la escuela arqueoló-
gica dominante dedicada a la exploración, limpieza
y puesta a la vista de antiguos centros ceremoniales
preparados para visitas turísticas, la investigación que
afrontaba problemas científicos propiamente dichos
resultaba discordante. Sin embargo, en una época
tan politizada pasaba inadvertida su labor construc-
tiva. Un ejemplo fue la investigación —ini-ciada en
1969— de la arqueóloga francesa Christine Nieder-
berger integrada temporalmente en el Departamento
de Prehistoria del inah donde fue cobijada por su
65
jefe José Luis Lorenzo. Ella emprendió excavaciones
en un antiguo depósito arqueológico en la zona la-
custre de la Cuenca de México que dio por resultado
su libro Zohapilco, cinco milenios de ocupación hu-
mana en un sitio lacustre de la Cuenca de México.65
Otra arqueóloga, Paula Krotser, en el Anuario
antropológico de la Escuela de Antropología de la
Universidad Veracruzana, dio a conocer en español
un artículo del arqueólogo estadounidense Paul S.
Martin, miembro de la corriente que propugnaba un
nuevo paradigma para modificar los procedimientos
científicos de la arqueología.66 Por cierto, en el
mismo número, Marcela Olavarrieta hizo una
crítica de la corriente estadounidense de la cognitive
anthropology llamada también etnografía formal o
etnociencia.67
En noviembre, Aguirre Beltrán esbozó el
ambicioso plan gubernamental en los campos
que eran de su responsabilidad: alfabetización,
educación urbana, misiones culturales, aulas rurales
móviles, acción indigenista, labor editorial, arte
popular, control del coleccionismo, prevención del
saqueo arqueológico, investigación antropológica,
exposiciones, museos rodantes y regionales y obras
de restauración.68
Scott S. Robinson, profesor de la uia,
escribió acerca del etnocidio en Ecuador.69 Este
tipo de denuncias caían mal entre las autoridades
indigenistas mexicanas, quienes las refutaban.
En pleno auge de la distribución de volantes
estudiantiles en la enah, impresos en papel “revoluci-
ón” —uno de los más corrientes de aquella época—,
66
con textos de la más variada índole, se elaboraron
periódicos mimeografiados de vida efímera. Uno de
ellos, El irigote chafa, circulaba para agitar, para expo-
ner los asuntos prácticos de la vida escolar cotidiana
y para discutir temas políticos, y aún incluir poesías y
textos literarios cortos. En su segundo número, hizo
alusión a lo ocurrido en el tiempo transcurrido desde
lo que llamó “la fuga de los [Siete] Magníficos”.70
En diciembre, un Círculo de Estudiantes pro-
puso un programa para democratizar la enah, el cual
incluía la participación en una alianza obrera, cam-
pesina y estudiantil, estableciendo una Comisión de
Alianza Obrero-Campesino-Estudiantil para vincu-
larse con el movimiento popular y su programa de
vanguardia.71 Si esa alianza fue llevada a cabo quedó
en el más absoluto olvido, pues ningún testimonio
escrito fue distribuido.
Mercedes Olivera, miembro del grupo de
“los antropólogos críticos” —acaso la más radical—
escribió un breve panorama de las condiciones
sociales y económicas de los pueblos autóctonos del
norte de Oaxaca. Al final de su artículo, afirmaba
que los programas “desarrollistas” en la región
respondían a las características y a las necesidades del
sistema capitalista, con lo cual se lograban avances
positivos, pero no afectaban las relaciones sociales
imperantes:
Tercer torneo
1972
S
Una cuestión cara en la época fue la del llamado “tra-
bajo de campo”. Muy poco, casi nada, se puso por
escrito acerca de este asunto, pero mucho se habló y
se discutió lo concerniente a éste. En los albores del
año, en la enah, la estudiantil Comisión de Prácticas
de Campo recibió unas proposiciones de la maestra
Luisa Paré para su organización. Ella consideraba que
la práctica de campo, al mismo tiempo que era par-
te metodológica del aprendizaje y que contribuía
a la formación y a la experiencia individual del
68
estudiante, debía aportar contenido a
un programa general de investigacio-
nes. Tal programa debía basarse en
las necesidades del país con un marco
teórico totalizador que las reuniera.
Con tal programa, las prácticas
dejarían de concebirse sólo como
Anónima q
92
marxista estaban equivocados. En realidad, ésta ca-
recía de buena parte de los rasgos que se le atribuían.
A su vez, el bando de izquierda en ocasiones acusaba
a sus contrarios de pecados que estaban lejos de ha-
ber cometido.
Tras cierta calma, continuó el combate que
ya se había convertido en una guerra ideológica.
Robinson y Bartolomé, caricaturizando al “indige-
nismo progresista” interamericano, lo calificaba de
“materialista mecanicista” porque no considera-
ba el factor ideológico-cultural y porque sostenía
que, para liberar al “indio”, había que acabar con él,
siendo que eran de similar validez la superestructu-
ra cultural y las relaciones y modos de producción.
Suponían que esta corriente juzgaba el modelo socio-
político “indio” necesario para su identidad y para
su conciencia política. El “indigenismo progresista”,
afirmaban, participaba en una tendencia romántica
que sustituía la lucha de clases con la lucha por la
autodeterminación étnica.114 De nuevo, estos autores
parecían destinados a erosionar tanto la corrien-
te crítica mexicana, como las tendencias marxistas,
para lo cual usaban unos argumentos mezclados con
terminología ecléctica.
El historiador Carlos Martínez Marín,
quien había sido aprobado como nuevo miembro
de la Academia Mexicana de Historia en 1973,
se presentó en su sede el 23 de enero para leer su
discurso de recepción. Éste lo dedicó a desglosar los
antecedentes de la constitución de la etnohistoria.
Aunque la disertación ser publicó hasta 1976, antes
tuvo repercusiones entre sus alumnos en la enah,
93
donde circuló su versión mecanografiada y se convirtió
en bandera para lograr la autonomía de esta
especialización separándola de la de etnología.115
Debido a los choques que se habían producido
con los estudiantes de antropología social más
radicales, los alumnos y seguidores de Martínez
Marín llevaron a cabo un movimiento interno en la
enah para independizar la carrera de etnohistoria.
Lo que estaba en juego eran los diferentes intereses
gremiales de unos y de otros, algo que pasó
inadvertido a quienes criticaron la idea de concebir
la etnohistoria como una disciplina científica per se
y no como una etnología histórica.
En una mesa redonda, llevada a cabo el mes de
febrero, se entabló una discusión acerca de los libros
Regiones de refugio de Aguirre Beltrán, Los indios en
las clases sociales de Pozas y Horcasitas y ¿Ha fraca-
sado el indigenismo? de varios autores. Participaron
Enrique Valencia, Calixto Rangel Contla y Andrés
Medina. Éste último se centró en la oposición entre la
teoría antropológica y la práctica. Descuidando
los aportes de Los indios en las clases sociales de
Pozas —autor del memorable Chamula: un pueblo
indio de los altos de Chiapas y su celebérrimo Juan
Pérez Jolote—, Medina prefirió señalar la paradoja de
que Pozas —a su ver— hubiera rechazado los apor-
tes de la etnología olvidando los suyos —de singular
importancia, añadiríamos—, para construir una an-
tropología en el marco del “marxismo determinista”.
Criticó el eclecticismo de la corriente culturalista
donde ubicó, con poco acierto, a Aguirre Beltrán.
Añadió que el tercer libro comentado se circunscribía
94
a un reformismo sin poner en tela
de juicio la legitimidad política del
indigenismo, la ideología oficial y
la estructura socioeconómica.116
En marzo, la Comisión del
Río Balsas publicó el estudio Tinu-
jei, los triquis de Copala realizado
Anónima s. f. a
Anónima x
unidense, contrastaba
con el notable interés Lourdes Arizpe Schlosser
que en estos años despertó en el gremio mexicano
la historia de su disciplina en México. Interés que
llevaría a desempolvar y, a veces, a redescubrir con
asombro los antecedentes de lo que había llegado a
ser la antropología en el país. No “de eso que lla-
man antropología mexicana”, como los “críticos” se
refirieron a la que consideraban oficial y que ellos
contribuyeron a demoler, sino a la elaborada con te-
nacidad por un ejército de investigadores de todas
las disciplinas antropológicas con heterogéneos en-
foques y distintas posiciones políticas pocas veces
explícitas.
Entonces salió de la imprenta Parentesco y
economía en una sociedad nahua: nican pehua zaca-
tipan de Lourdes Arizpe, un estudio de las relaciones
de parentesco y las relaciones económicas en el cual
su autora sostenía la complementariedad entre am-
bas. Criticaba la “reacción extremista” de algunos
marxistas, sin mencionarlos, que confundían la re-
valorización de las determinaciones de las relaciones
entre la comunidad y el sistema económico y políti-
co, con el rechazo al estudio de la organización social
y política. Caían en el error, escribió, de partir de
109
lo que el antropólogo veía como económicas para
analizar el sistema productivo, siendo que éste es
dominado por el parentesco. Al respecto, llamaba la
atención que se tomara este tipo de crítica como una
caracterización de los estudios marxistas en general,
lo cual era, a su vez, otro error.
En algún momento del año, el lingüista
Otto Schuman hizo circular en la enah un
documento mimeografiado, el cual exteriorizaba
una vez más el tono de agresividad al que se
llegó en las confrontaciones políticas, incluso
personalizando los ataques. A propósito de un
proyecto de reestructuración de la Escuela, él criticó
la pretensión de una supuesta toma revolucionaria
de su dirección siendo ésta una dirección bur-
guesa de una institución educativa oficial y, por
consiguiente, tal dirección no le era dado realizar lo
que le estaba impedido. Señalaba que pretender
eso era un planteamiento reformista, con ropaje
revolucionario radical que se pretendía denominar
“antropología marxista”. De paso, involucraba
en esa crítica a los llamados Siete Magníficos.
Tal reformismo, decía, llevaba la imposibilidad de
realizar lo que pretendía dada la dependencia con
el extranjero, como lo revelaban las actividades de
algunos de estos siete, a quienes mencionaba por
su nombre. Agregaba que si el director del inah
confundía de buena fe sus planteamientos con los
revolucionarios, los otros antropólogos afines no
lo hacían. Si de ellos dependiera, escribió, habrían
traslado cualquier escuela estadounidense a México,
“como de hecho ya lo están haciendo”.136
110
Quinto torneo
1974
S
Al comenzar el año, apareció una antología de textos
escritos por Vicente Lombardo Toledano, fundador
del Partido Popular Socialista, acerca del llamado
“problema del indio”. Éste habría que entender-
lo como las dificultades que enfrentan los pueblos
originales, no como si el problema fuera que hubie-
ra “indios” en el país. En la presentación, Aguirre
Beltrán afirmaba que el autor había hecho el esfuer-
zo más acabado por nacionalizar la interpretación
marxista de dicho “problema” y, con ese despliegue
intelectual, había abierto alternativas no contempla-
das antes.137 La publicación que pudo promover el
propio Aguirre Beltrán, denotaba su apertura para
difundir posiciones más a la izquierda que la suya.
En el primer mes del año, investigadores del
Departamento de Etnología y Antropología Social
(deas) organizado en 1972 —sustituyendo al Depar-
tamento de Investigaciones Antropológicas— con
algunos antropólogos de izquierda afiliados al pcm
entre sus miembros, enviaron una carta al director
del inah. En ésta le reprochaban la creación del cis-
inah sin aplicar un tratamiento similar al conjunto
científico de la institución, cuyos investigadores tení-
an bajas condiciones laborales y padecían la falta de
incentivos a la investigación. El deas era el competi-
dor natural del cis-inah o pudo serlo con un proyecto
teórico y científico de izquierda, así como con
111
la producción de obras de investigación que fue-
ran modelos de una antropología propia y singular,
distinta del enfoque estadounidense, clasista y an-
timarxista que promovía la uia y el cis-inah. Eso
nunca ocurrió, dejando el paso libre al cis-inah que,
a la larga, rebasó al inah en el campo de la antro-
pología social, aunque no en el de la etnología. Puede
suponerse que pesó la carencia de un líder intelectual
y de una unidad interna con un proyecto colectivo y
acabado y, tal vez, por haber dedicado más esfuerzo a
las demandas sindicales que al desarrollo de la lla-
mada antropología marxista.138
Entretanto, en la revista Comunidad de la
uia, Warman seguía publicando sus artículos acer-
ca del campesinado. En éstos consideraba la acción
revolucionaria de los campesinos como una posibi-
lidad. Sostenía que el pensamiento marxista carecía
de una opción para el campesinado, pese a que
se daba cuenta del papel táctico que éste jugó en las
revoluciones de China y Vietnam, pero —afirmaba—
sin que eso hubiera alimentado pronunciamientos
teóricos en lo que él llamaba marxismo oficial. Afir-
mación que desconocía los textos de Lenin y de Mao
Zedong relativos a la cuestión agraria y a las clases
rurales.139
Unos pocos años después, la revista Estrate-
gia, en un número completo dedicado a un análisis
marxista del capitalismo mexicano, dedicó espacio
a la concepción y la estrategia para avanzar en la
lucha revolucionaria en el campo mexicano y con-
sideró que bajo control del capital monopolista los
campesinos no volverían a ser dueños de la mejor
112
tierra, ni a utilizar racionalmente la que poseían.
Para los autores, esa situación sólo cambiaría si el
campesinado se aliaba con los trabajadores rurales y
disponía de una dirección de la clase obrera de las
ciudades para tomar el poder.140
La traducción al español del celebérrimo
como fraudulento libro Las enseñanzas de don Juan,
una obra literaria hecha pasar como antropológica,
del antropólogo peruano nacionalizado estadouni-
dense Carlos Cesar Arana Castañeda, alias Carlos
Castaneda, terminó de imprimirse el 5 de marzo con
un tiraje de cuarenta mil ejemplares. Editado por el
prestigiado Fondo de Cultura Económica, incluyó un
texto introductorio del poeta y ensayista Octavio Paz.
La obra había logrado embaucar en un principio a
los académicos estadounidenses de la Universidad
de California (ucla), pero más adelante levantó
un escándalo mayúsculo cuando se descubrió que
todo era un montaje con un informante ficticio. Paz
percibió como tema de esta ficción literaria la derrota
de la antropología y la victoria de la magia. El poeta
no dudaba en arremeter contra los antropólogos
mexicanos que, suponía, eran indiferentes a la faz
secreta de México debido a sus prejuicios cientistas:
12 0
camarilla de escritores, dibujantes, críticos literarios
y articulistas que en 1967 fueron apodados La mafia
por Luis Guillermo Piazza en una novela de ese
título.154 Nada tardó en producirse el explosivo enojo
del influyente Benítez y el cierre de filas en torno a él
de la La mafia que se asumía como la intelectualidad
“progresista”. El cronista Carlos Monsiváis, miem-
bro conspicuo de la citada camarilla, le dedicó plana
completa en el suplemento Cultura en México —que
dirigía en la revista Siempre!— reivindicando a su
protector de antaño al presentarlo como periodista,
dando por hecho incontrovertible que eso lo ponía
por arriba de toda duda. En esas mismas páginas,
Benítez, quien defendió su trayectoria y reclamó ser
considerado antes que nada un periodista, recurrió al
insulto para descalificar a Miguel Othón de Mendi-
zábal y mencionó a varios antropólogos ejemplares
que se enfrentaron a los problemas sociales, como
Carlos Inchaústegui, Salomón Nahmad, Julio de la
Fuente y otros, “cuando les decían comunistas”
y la política favorecía a los explotadores de la
población original. Una reacción apabullante que
pretendía aplastar al antropólogo que había osado
tocar “al jefe”.
En una carta enviada al semanario Siempre!,
Medina aludió al estilo vulgar adoptado por Benítez,
invitó a evitar personalizar la discusión y señaló que
la denuncia de la situación indígena era insuficiente
si no se atacaba los procesos socioeconómicos, “lo
demás es un heroísmo al que Benítez ha sabido con-
vertir en términos contantes y sonantes”. Furibundo,
Benítez le replicó llamándolo “granuja” en otra carta,
121
con el mismo tono que había usado en su defensa,
descalificando a su crítico por ser becario de uni-
versidades estadounidenses y miembro del Harvard
Project. “Es pues —añadió— natural que un sirviente
de los intereses más bastardos, ataque con tanto celo
todo lo que le parezca sospechoso de incurrir en el
vilipendiado nacionalismo mexicano”. Habría que
decir que este tipo de pleito que se desbordó fuera
de ámbitos propiamente antropológicos y que rayó
en la grosería no alcanzó a suceder —por fortuna—
en el gremio antropológico, pese a la agresividad
con que a veces tenían lugar, pero casi siempre en
términos políticos y sin usar insultos de esa calaña.
Aquello no acabó allí. Como a río revuelto,
ganancia de pescadores, Santiago Genovés,
reconocido antropólogo físico gallego avecindado en
México, intervino para cruzar una carta con Benítez.
En ésta se quejó de Juan Comas, editor de los Anales,
quien había incluido en el volumen anterior una
crítica a un libro suyo que, como la de Medina,
era “igualmente personal, negativa, impropia y
tergiversada”.155
En otro artículo polémico de los Anales, la
antropóloga Marcela Lagarde, militante del Partido
Comunista Mexicano, discutía la evolución del
concepto “indio”, el cual veía como resultado de
la expansión colonialista española y del desarrollo
capitalista. En su artículo, ella arremetió contra la
llamada “antropología crítica” por haberse quedado
en el análisis teórico, la impugnación al sistema y
la denuncia, sin adoptar un verdadero compromiso
social. En particular, criticó la posición de Bonfil,
12 2
pues —según ella— él hacía residir “el problema
indígena” en el tipo de relaciones del “indio” con la
totalidad social y establecía que la solución era su
liberación. Afirmación válida, sostuvo, pero utópica
al no incluir soluciones concretas a problemas
concretos y al no mencionar medios adecuados para
lograr esa liberación.156 Al parecer, fue por entonces
que se acuñó la designación de “antropología
comprometida” referida a la de antropólogos de
militancia política de izquierda, opuesta tanto a la
vagamente calificada de antropología oficial como a
la “antropología crítica” al servicio del echeverrismo.
Ninguno de los antropólogos “críticos”
criticados respondió. En cambio, Gonzalo Aguirre
Beltrán, quien no eludía la polémica, emprendió
una sesuda réplica — en el periódico El día— a lo
escrito por Lagarde y Medina.157 En verdad, era
imposible en aquellos revueltos y politizados aires
que llegaran a un acuerdo todos los bandos en pugna.
Lo que ocurría era, como Lagarde se percató, una
guerra ideológica y, deberíamos añadir, un combate
político. También es de hacerse notar que la autora
consideraba que, en el período histórico en que se
encontraba la antropología, era posible incorporar
a ésta la teoría materialista de la historia que había
sido mantenida fuera de las ciencias sociales.158
A su vez, Félix Báez Jorge, director de la
Escuela de Antropología de la Universidad Veracru-
zana, salió al quite defendiendo la política de Aguirre
Beltrán con un agresivo artículo que subtituló “No-
tas para los antropólogos marxistas”. Éste lo dedicó
a desmoronar el escrito de Marcela Lagarde mediante
12 3
citas y terminología marxista y con un detallado
señalamiento de numerosos errores teóricos, acadé-
micos y de factura contenidos en su texto.159
Las réplicas de Lagarde en Historia y socie-
dad y de Medina en la Revista de la Universidad de
México se refirieron a la mala interpretación y a la
exageración de sus planteamientos, por lo que in-
tentaron aclararlos. Lagarde contestó oponiendo
indigenismo y “antropología comprometida”. Medina
aprovechó para hacer una evaluación histórica de
la antropología mexicana y de la reflexión crítica,
con una larga relación histórica al final de la cual
hizo explícito el propósito de “la antropología com-
prometida”: “Nuestra intención es construir una
antropología mexicana en el marco de la teoría mar-
xista […] estamos por una ciencia no neutral, sino
con una perspectiva ligada a las clases explotadas”.160
Varios años después, dado el vuelco que darían
los acontecimientos y los cambios de posición de los
antropólogos de la “antropología comprometida”,
Aguirre Beltrán habría de llamar a su tendencia “la
antropología arrepentida”.
Tanto Albores como Lagarde ya habían ade-
lantado sus posiciones en la Mesa Redonda de la sma
en Xalapa, sin causar ninguna reacción. Resultaría
interesante dilucidar la razón de por qué ocurrió ese
revuelo sólo cuando sus ensayos fueron publicados
en los Anales. Eso pudo deberse a que, en la Mesa
Redonda de la sma, sus ponencias pasaron inadver-
tidas, pero es probable que cuando se publicaron
empezaron a circular en un momento político que
favoreció su considerable repercusión.
124
Thomas Hodgson
Anónima s. f. y
tió en el primer Congreso Nacional
de Pueblos Indígenas en Janitzio,
reflejaba la posición oficial res-
Eckart Boege Schmidt
pecto de los pueblos originales: la
situación de los “indígenas” era producto de su “mar-
ginación del desarrollo social democrático” que sería
resuelto “por la acción revolucionaria del gobierno y
del pueblo todo de México”. Fue así que el gobierno
mexicano aparecía como su mejor aliado.200
A mediados de enero, la imprenta terminó de
estampar la compilación de estudios marxistas desti-
nados a responder la pregunta: ¿Quiénes sustentan
el poder en el México rural?, con el título Caciquis-
mo y poder político en el México rural. El volumen,
alistado por algunos economistas y sociólogos, y
los antropólogos Bartra, Paré y Eckart Boege, par-
ticipaban en una tendencia que, sin buscarlo o sin
manifestarlo, iba adelante del campesinismo libe-
ral.201 Los escritos, bien sustentados y nutridos con
trabajo de campo, contrastaban con los textos pan-
fletarios que pasaban de mano en mano en el medio
estudiantil y que pocas veces derivaron en investiga-
ciones o en acciones políticas eficaces.
Algunos días después, Palerm desaprobó de
nuevo a quienes opusieron reparos al proyecto de la
Universidad de Texas. Les atribuyó la intención de
141
obstaculizar el cambio en el inah, asociada con
una “campaña nacional obstruccionista, hostil a los
cambios, enemiga del proceso político que vivía el
país, nostálgica del pasado y deseosa de su restau-
ración”.202 La defensa de la conducción del inah y,
de nuevo, del gobierno de Echeverría eran patentes.
Ciertamente, la derrotada fracción anquilosada del
gremio se había adherido a la reprobacioón del pro-
yecto de la uni-versidad texana, pero más bien había
sido la izquierda política, primero, y la sindical, de-
spués, la que había reaccionado primero.
Esta bataola y la suscitada por el Anuario
antropológico ilustran lo ríspido de la lucha política
entre las facciones antropológicas ligadas a propósitos
distintos y, en última instancia, la disputa entre
sus respectivos “jefes” enfrascados en una contienda
por el poder. Tras sosegarse la tormenta, Palerm
escribió —para el diario El día— un ensayo más ecuá-
nime acerca de lo que él bautizó como “la disputa
de los antropólogos mexicanos”. 203 En dicho
ensayo se refirió favorablemente al aumento de
instituciones, lo que rompió el monopolio del inah.
Esta afirmación la exageró el comité ejecutivo del
sindicato de investigadores del inah, pues consideró
el hecho como una introducción de la anarquía en el
mercado de trabajo de los antropólogos, siendo que
más bien les ofreció oportunidades de empleo.204
En el citado escrito, Palerm desfiguraba la
realidad sosteniendo la vigencia de una supuesta do-
ble prevalencia que a él le gustaba difundir: una,
la del Instituto Nacional Indigenista, promotora de la
antropología social aplicada e instrumento estatal
142
del indigenismo; y otra, la del Instituto Nacional de
Antropología e Historia, sede de “la antropología
tradicional” e instrumento estatal para proteger el
patrimonio monumental, dedicado mayormente
a la arqueología de anticuarios —sumisa creciente-
mente al turismo—, la historia de antigüedades y el
relicario etnográfico de culturas indígenas.
¿Criticaba al inah dirigido por Guillermo
Bonfil? Los cambios internos desde abajo y desde
la dirección habían dejado atrás “antigüedades” y
“relicarios etnográficos”. Su patente desdén por la
etnografía del México profundo era consecuente con
el hecho de que él nunca la llevó a cabo. Su trabajo
de campo consistía en recorridos por la geografía
y la observación de restos arqueológicos sin cruzar
palabra con los habitantes.
De izquierda a derecha: fotógrafo Alfonso Poncho Muñoz, persona no identificada,
Arturo Warman y Guillermo Bonfil en la explanada del Museo Nacional de
Antropología en los años sesenta
Anónima s. f. z
143
Anónima s. f. aa
Guillermo Bonfil entrevistando a Andrés Segura, capitán de la danza de concheros y
personaje destacado en el documental Él es Dios
convertidos en echeverristas,
tenían en los años setenta como
Andrés Fábregas Puig
principal oponente a la izquier-
da, ya no a las jefaturas de los
antropólogos burocratizados que ya estaban en fase
terminal.
Por más que se intentara desconocer los textos
de la antropología de izquierda, éstos estaban teniendo
repercusiones a las que los antropólogos críticos evi-
taban mencionar, pese a que, de hecho, competían
con ella. Lo hacían con cierta desventaja —hay que
decirlo— porque el tsunami marxista era de tal mag-
nitud que creer que éste era invisible, marginal y de
poca monta, sólo los hizo ponerse ellos mismos al
margen de los tiempos que corrían. Por otra parte,
quedaba un sector de la ya marginada y muy dis-
minuida vieja antropología, que había pasado a la
oposición y aprovechaba las escasas oportunidades
que tenía para poner obstáculos —con ningún éxi-
to— a los cambios institucionales encabezados por
la antropología “crítica”, pero la lucha ya no era
contra esa vieja antropología, el propio Fábregas lo
escribió: ya había sido liquidada.
A Fábregas se le pasó considerar que, cuando
escribió, las principales instituciones burocráticas
148
ya estaban dirigidas por antropólogos de su co-
rriente y que, en el inah, dirigido por su maestro
Guillermo Bonfil, el dominio burocrático estaba
siendo demolido desde adentro por sus propios
investigadores, su movimiento sindical y el propio
Bonfil. Tanto los antropólogos críticos como los
antropólogos jóvenes de las instituciones estaban
tomando en sus manos la antropología. No tenía
sentido hablar más de enfrentamiento entre los
“críticos” y los jefes burócratas —entre ellos, Caso,
ya fallecido, y los demás, ya desbancados— sino
entre las diferentes posiciones políticas de quienes
deshacían y construían nuevas alternativas y, para de-
cirlo más crudamente, entre los antropólogos de
izquierda y los antropólogos que, si bien no eran
todos de la derecha, se empeñaban en levantar una
antropología no marxista. Una institución nueva
como el cis-inah, creada con el acuerdo de Aguirre
Beltrán y“los antropólogos críticos”, de ninguna manera
adoptó un enfoque marxista en sus investigaciones
y, más bien, emprendió una fuerte ofensiva, entre
otros campos, en contra de los estudios agrarios de
izquierda. Ciertamente, hay que decirlo, el cis-inah
abrió todo un abanico de líneas de investigación
contribuyendo a diversificar las temáticas atendidas
por las antropologías mexicanas.
Juan José Rendón y dos estudiantes, a pro-
pósito de las intensas discusiones que estaban teniendo
lugar entre los antropólogos, propusieron en un
tono panfletario un programa para la investigación,
la práctica y la organización de la antropología me-
xicana: estudiar críticamente su historia; investigar
149
“el problema indíge-
na” enmarcado en
la problemática cam-
pesina; reactualizar
la educación rural
socialista del carde-
Anónima s. f. ac
nismo; reestructurar
la enah, el inah y
el ini con un criterio Fig. 30. Gilberto Balam Pereira
progresista; organizar y capacitar a los promotores
bilingües; democratizar organismos gremiales an-
tropológicos; expulsar agentes estadounidenses
infiltrados en la antropología mexicana; integrar un
frente latinoamericano antiimperialista de antropólo-
gos e indigenistas; y otras diligencias no relacionadas
directamente con labores antropológicas.209
La Editorial Grijalbo editó en marzo el
pequeño vademécum compilatorio Marxismo y
sociedades antiguas con ensayos de Roger Bartra.
En sus páginas, el autor abordaba la naturaleza de
las sociedades antiguas, el nacimiento del Estado y
el desarrollo de la lucha de clases. Entre los ensayos
compilados, uno formulaba una crítica —ya fuera
de tiempo— al libro de Karl Wittfogel acerca del
despotismo oriental y su teoría de la sociedad
hidráulica. Otro, versaba sobre el modo asiático de
producción, uno de los temas recurrentes en esos
años, debido al esfuerzo de muchos por caracterizar
las sociedades antiguas.210
Basándose en su experiencia durante tres años
en el Centro Coordinador del ini en Valladolid, un
médico y sociólogo yucateco tomó la pluma para
150
responder autocríticamente a la pregunta de si se
estaba contribuyendo a la dominación del “indígena”.
Pese a la limitación ideológica del indigenismo y a las
críticas justificadas que estaba recibiendo, escribió,
el indigenismo instalaba infraestructura para los
pueblos indígenas, aprovechables a largo plazo en
una coyuntura de lucha de clases. La vinculación de
dichos pueblos con la clase obrera dependía de la
toma de conciencia de los trabajadores indigenistas
buscando establecer la libertad y la igualdad y
ateniéndose al papel que les corresponde a dichos
trabajadores y a la tarea de los pueblos en el proceso
de un cambio histórico. Balam incluso consideró que
el papel de los trabajadores indigenistas era despertar
la conciencia clasista de los pueblos para luchar
por sus reivindicaciones y aliarse al proletariado
con objeto de lograr el cambio al socialismo que
asegurara la emancipación económica. Esto último
porque las comunidades indígenas, pensaba,
no desempeñaban un papel hegemónico en ese
proceso. Ese papel, afirmaba, estaba destinado a
los trabajadores asalariados urbanos y rurales. Con
todo, Balam reconocía que: “[…] las comunidades
indígenas no asalariadas representan una tremenda
fuerza potencial aliada de estos trabajadores para el
cambio histórico, cambio incontrovertible por otra
parte, independiente de nuestra voluntad”.211
Un apreciable y amplio panorama colecti-
vo de la lingüística en México y los estudios de las
lenguas habladas en el país, incluido el español,
preparado por varios lingüistas entre 1971 y 1972,
apareció en dos volúmenes en junio. La obra trataba
151
la transculturación lingüística y la lingüística aplica-
da en la educación de la población “indígena”. En
sus escritos, los autores no intervinieron en los deba-
tes políticos, pero si se esforzaron por hacer presente
a la lingüística y su importancia en el quehacer an-
tropológico nacional.212
Roger Bartra, quien tuvo importante pre-
sencia en la enah, impartió allí la conferencia
“Ideología e indigenismo” —en junio de 1975—
dedicada a dilucidar el tema de las clases dominantes
frente al “problema indígena”. La conferencia
abordó las actitudes discriminatorias de diferentes
sectores sociales respecto de la población otomí.
Bartra sostenía que las relaciones interétnicas eran una
representación ideológica de las luchas de clases,
pues funcionaban como aparato ideológico de
dominación.213 Indiscutiblemente, las clases sociales
y sus luchas eran un aspecto considerado en el
medio académico de la izquierda, algo eludido por
otros cotarros como no ha dejado de insistirse en
estas líneas.
A lo largo de todo el período aquí tratado, el
interés por la caracterización de las sociedades antiguas
fue otro de los temas recurrentes, tal vez intentando re-
escribir la historia. Respondiendo a ese problema, la
Editorial Grijalbo publicó en julio la traducción de
Materialismo histórico e historia de las civilizaciones,
una compilación de dos estudios de Antoine Pelletier
y Jean-Jacques Goblot. Entre otros aspectos, los auto-
res discutían en sus escritos la unidad y la desigualdad
de los procesos de la evolución social, refutando vi-
siones esquemáticas como la de Stalin.214
152
Al respecto de esto último, la moderna iz-
quierda política criticaba acremente el uso de
“manuales” de marxismo que, suponían, lo esquema-
tizaban y lo mal aplicaban, o bien, distorsionaban
el pensamiento de Marx, en vez de estudiar direc-
tamente los textos de éste y de Engels. La crítica era
especialmente aguda con los textos soviéticos y, en
menor medida, con la exitosísima obra de divul-
gación marxista de la chilena Martha Harnecker,
Los conceptos elementales del materialismo histó-
rico.215 El libro se difundió y se estudió mucho en
esa época. Entretanto, a despecho del sanbenito que
se le colgaba a las obras soviéticas, en este año llegó
a México la edición en español del Ensayo sobre
la teoría marxista de la sociedad de V. Kelle y M.
Kovalzon, en cuyo capítulo relativo a las pre-
misas filosóficas para la investigación social, los
autores recalcaban desde el principio que la teoría
marxista era una guía para el estudio de la socie-
dad y no un modo de reconstruir la marcha de la
historia, ni una llave mágica que libra al estudioso
del estudio de sus secretos. Esto es, el materialis-
mo histórico no explicaba la marcha concreta de
la historia, sino las leyes generales del desarrollo
de la sociedad, por lo que sólo ofrecía principios
orientadores no aplicables del mismo modo a un
país u otro dadas las condiciones específicas de
cada uno.216 Éstas y otras obras similares carecen
de contenido antropológico, pero conviene men-
cionarlas porque eran lecturas entre estudiantes de
la enah; la de Harnecker llegó a ser prácticamente un
libro de texto.
153
Ese mismo mes de junio, la Sociedad
Mexicana de Antropología llevó a cabo su xiv Mesa
Redonda en la ciudad hondureña de Tegucigalpa,
la primera y la última llevada a cabo en el extranjero.
Como siempre, convocó a numerosos antropólogos
de todas las disciplinas antropológicas, de las
cuales alrededor de una centena de ponencias —con
una amplia gama de temas— fueron entregadas para
su publicación.
El 17 de ese mes de junio, los maestros de
tiempo completo de las especialidades de antropolo-
gía social y etnología valoraron el proceso de cambio
en la enah. Consideraron que había avances debidos
a la ruptura con la dependencia de la antropología
estadounidense y con la orientación oficial ligada ideo-
lógicamente a la clase dominante. Dichos avances se
debían a dos factores más:
Anónima s. f. ae
destacar que, por esos años,
varios antropólogos empeza-
ron a entablar relaciones de
cooperación con agrónomos y José Luis Lorenzo Bautista
biólogos. Incluso, en años subsecuentes el reconoci-
do agrónomo especializado en agricultura campesina
Efraín Hernández Xolocotzin, primero, y el biólogo
especializado en ecosistemas campesinos tradiciona-
les Víctor Manuel Toledo, después, dejaroan sentir
su influencia entre los antropólogos crecientemente
interesados en la agricultura campesina.
En octubre, empezó a circular El Plan Puebla:
una revolución verde que está muy verde, un texto
de Luisa Paré, antropóloga de izquierda involucrada
en los estudios agrarios. En este estudio, la autora
somete a crítica la llamada “revolución verde”,
promovida por agencias de los Estados Unidos en
México para aumentar la productividad agrícola
pero marginando la vieja tecnología campesina.
Ese mismo mes de octubre se llevó a cabo
en Teotihuacán un seminario coordinado por el
arqueólogo José Luis Lorenzo, en el cual se redactó
el documento Hacia una arqueología social. Él
mismo sostuvo que el desarrollo de las ciencias
sociales latinoamericanas había estado condicionado
a formas de dominio imperialista.222
En ese mismo octubre, tuvo lugar en Pátzcuaro
el Primer Congreso Nacional de Pueblos Indígenas,
157
donde se reunieron representantes de 70 pueblos
originales. Stavenhagen informó que en dicho corro
se impugnó la idea que el progreso de los pueblos
indígenas precisaba su muerte cultural.223 Por su lado,
Lourdes Arizpe consideró que el único antecedente
del congreso fue “sin duda, el interés personal del
presidente Echeverría en los grupos indígenas”.
Además, criticó el bajo y discriminatorio nivel del
hospedaje, la alimentación y los servicios que se
les dio a los delegados “indígenas” acarreados. Por
cierto, inesperadamente ellos terminaron haciéndose
cargo del congreso marginando a funcionarios de la
Secretaría de la Reforma Agraria y a dirigentes
de la priísta Confederación Nacional Campesina,
a quienes les pidieron que se retiran junto con
antropólogos y reporteros para sesionar solos sin in-
terferencias.224
Ahora bien, al parecer, los representantes
mencionados carecían de una representación
obtenida en elecciones populares, dicho cónclave
—aunado a otros hechos— tendría consecuencias a
largo plazo al abrir camino a las reivindicaciones
etnicistas, las cuales terminarían desplazando a las lu-
chas campesinas y las de las clases trabajadoras en
general, a pesar de que uno de los resultados más
importantes fue la confirmación de la carencia
de bases legales y de participación en el poder
político para enfrentar los abusos económicos. El
Congreso alentó la conciencia de la importancia
de mantener las lenguas y las culturas de los pueblos
como un patrimonio propio que los arraigaba y
les daba identidad y fortaleza.
158
Los dos artículos disponibles acerca del
Congreso tenían dos enfoques distintos: Stavenhagen
acentuó el aspecto cultural y Arizpe subrayó el
económico. Con toda razón, la segunda se preguntó
qué tanta validez política tenía organizar a los
pueblos indígenas con base en su filiación cultural
—léase étnica— lo que propiciaba la división
del campesinado. Respecto de la opinión de los
antropólogos, identificaba cuatro tendencias:
Séptimo torneo
1976
S
Al nacer el año, el indigenismo continuaba sin pausa
en las declaraciones de funcionarios y en las plumas
de antropólogos. Aún lo hizo ostensible un folleto —
aparecido el mes de enero— de la autoría de Ricardo
Pozas, quien relataba su experiencia en el ini y cri-
ticaba su burocracia.230 Aguirre Beltrán le respondió
airado calificando el opúsculo de lección de teoría
política “salpicada de chismosería moralizadora en
extremo” y tratando al autor con adjetivos despre-
ciativos como el de amargado, con descalificaciones
163
políticas como la de “demócrata cristiano” —aun-
que más bien se le supo su simpatía por la República
Popular China— y con invalidaciones intelectuales
como la de “confuso mentalmente”. La réplica pro-
piamente dicha la dedicaba a discutir las premisas
teóricas de Pozas acerca del método científico.231 Po-
zas, exmaestro rural y discípulo de Paul Kirchhoff,
uno de cuyos principales méritos científicos fue el de
haber escrito Chamula —una obra arquetípica—, al-
canzó la fama pública por la biografía de Juan Pérez
Jolote, un trabajo antropológico que se convirtió en
un fenómeno literario. En los setenta, aún llamó la
atención con su compendio marxista Los indios en
las clases sociales de México, escrito al alimón con
su esposa Isabel Horcasitas y aparecido cuando él
tenía unos 58 años. Pozas fue a la sazón uno de los
protagonistas del combate de aquellos años, sólo que
restringido a la esfera del indigenismo. Viene a cuento
acotar que Aguirre Beltrán eludía discutir las crí-
ticas a la burocratización, al autoritarismo y a la
corrupción en el medio indigenista oficial que varios
antropólogos y otros involucrados formularon en es-
tos años.
Aparte de la réplica de Aguirre Beltrán,
Beatriz Albores, quien había tenido en el pasado una
desagradable experiencia laboral con el autor— censuró
el folleto de marras refiriéndose a sus materias
centrales: la praxis antropológica y la burocracia
indigenista. Al parecer de Albores, los postulados
teóricos y metodológicos de Pozas carecían de
fundamentación y su crítica al indigenismo se basaba
en trivialidades desligadas del contexto histórico.232
16 4
Al parecer, en eso terminó este breve episodio sin
tener consecuencia alguna y sin repercutir gran cosa
en el gremio antropológico.
Pese a la gran ola indigenista del sexenio,
el indigenismo estuvo lejos de ser el campo único de
investigación en antropología en estos años. Incluso,
algunos jóvenes antropólogos llegaron a adoptar la
posición extrema de negar al “indio” como objeto de
estudio y emprendieron investigaciones novedosas
o poco desarrolladas, o bien, temas viejos pero con
enfoques radicalmente diferentes. En antropología
física se dio el caso de un estudio de primates no
humanos. Juan Manuel Sandoval Palacios se
presentó a su examen profesional con una tesis en la
que daba a conocer su observación en el campo de
la conducta paternal de los Macaca arctoides, en una
isla veracruzana del lago de Catemaco. Vinculando
ciencias sociales y biología abandonó el límite de
su disciplina antropológica, tal como el progreso
científico lo había hecho necesario, auxiliándose
de la etología para conocer el comportamiento
social de los animales, lo cual, sostuvo, coadyuvaba
a la comprensión de la evolución filogénica del
comportamiento humano.233 Alejándose del indige-
nismo y rompiendo los límites que éste le había
impuesto, asentaba firmemente el derecho a desa-
rrollar la ciencia pura. Pocos verán hoy en día la
implicación política que tal alejamiento tuvo, pero la
tuvo saltarse las trancas de la rutina sin fin.
También en antropología física, este año salió
a la luz el libro con los resultados de una investigación
de muchos años encabezada por Johanna Faulhaber:
165
Investigación longitudinal del crecimiento de un
grupo de niños caracterizados por su ambiente
socioeconómico y su patología.234 La investigación
alejada de objetivos no científicos e incluso al
margen de los estudios con la población “indígena”,
se orientó hacia la clase media urbana de la Ciudad
de México. Sondeando más allá de la osteometría y la
antropometría —predominantemente de pobladores
“indígenas”— a las cuales se había dedicado por
años la antropología física en buena medida, Faulha-
ber mostró con este estudio una opción distinta de
las tradicionales. No deja de ser interesante el hecho
de que las investigaciones con fines exclusivamente
científicos, al aparecer en estos años que no sólo
fueron de intensa actividad política sino de apertura
de líneas de investigación y de nuevas teorías, al ser
publicadas implicaron —pese a no haberlo buscado—
una crítica indirecta a los enfoques convencionales,
a la calidad media y a la manera de hacer el trabajo
de investigación.
A lo largo de estos años, los antropólogos fí-
sicos se abstuvieron, al parecer, de participar en el
debate específicamente político. Ello no impidió que
sus indagaciones llegaran a incidir en la polémica “in-
digenista” dado que estaba implícito en ella —sin que
se le mencionara— el racismo y las ideas acerca del
mestizaje. Johanna Faulhaber, antropóloga física ale-
mana avecindada desde los años treinta en México,
sostenía verbalmente que en México había racismo
pero que ella no lo decía públicamente porque no se
aceptaba y a los jefes indigenistas les molestaba que
se aludiera a ese fenómeno. Sus homólogos mexicanos
166
evitaban este asunto en sus escritos, Comas lo trata-
ba en general pero sin referirse a México.
Ahora bien, los antropólogos físicos sí
abordaban el tema de la estructura genética de la
población mexicana, el mestizaje bajo el régimen
colonia novohispano, la estructura biofísica, los
rasgos psicológicos y la cultura y el mestizaje
de la población contemporánea. Así lo asentó la
compilación Antropología física, época moderna
y contemporánea, aparecida en una colección
dedicada a proporcionar un panorama histórico y
cultural de México que empezaría a circular en el
mes de noviembre.235
En otro lugar, Andrés Fábregas elaboró una
evaluación de los estudios antropológicos de la vida po-
lítica, uno de los campos de investigación fomentado
en el cis-inah en estos años, en parte gracias a él.236
Perseverando en dicha promoción, Andrés Fábregas
publicaría en noviembre una antología acompañada
de un texto suyo dedicado a los principales enfoques
teóricos de esta línea de investigación.237
Arturo Warman echó las campanas al vuelo
al salir de la imprenta su señalado estudio Y venimos
a contradecir, una obra donde concentró su esfuerzo
personal y el de sus escuderos del Seminario de Socie-
dades Campesinas en el cis-inah, quienes llevaron a
cabo trabajo de campo en el estado de Morelos. Sin
duda, lo mejor de su obra científica basada en datos
primarios de campo acerca del campesinado. Culmi-
nación del empeño y el enfoque de su autor, en cuyas
páginas —a semejanza de Womack que concibió al
zapatismo como una revolución para seguir igual—
16 7
sostenía la persistencia del campesinado, asunto muy
discutido entonces entre los estudiosos del campo.238
Por su parte, Roger Bartra analizaba las conse-
cuencias de lo contrario: “Y si los campesinos se
extinguen…”, se preguntaba. Bartra se percataba
de la polarización y la descampesinización inheren-
tes a la extensión y a la concentración del capital
en la agricultura que aniquilaban al campesinado
parcelario y lo convertía en proletariado agrícola.239
Un alumno del autor emprendió por su cuenta una
crítica abierta al campesinismo de Warman y sus se-
guidores.240 Esta discusión se extendió incluso más
allá de la antropología.
Débilmente, al parecer, continuó impulsán-
dose la sociolingüística, acerca de la cual apareció
un estudio muy completo relativo al desarrollo de
esta disciplina, elaborado por el español Francisco
Sánchez Marco, posgraduado en la uia como ma-
estro en antropología social. El resultado, diseñado
para que sirviera de texto introductorio a quienes
desearan prepararse como sociolingüistas, aborda-
ba incluso aspectos como la lingüística marxista, la
etnociencia, la etnografía del habla y de la comuni-
cación, y las actitudes respecto del uso de palabras
en las diferentes etnias. Esta obra era la primera pu-
blicación del Programa de Lingüística del cis-inah,
que inició sus actividades desde octubre de 1973, es
decir, inmediatamente después de inaugurada dicha
institución donde Palerm patrocinó al investiga-
dor texano Nicholas A. Hopkins y a su esposa J.
Kathryn Josserand, quienes pretendían preparar es-
tudiantes que aplicaran teorías y técnicas lingüísticas
168
estadounidenses en las sociedades y en las culturas
mesoamericanas.241
Otro tema que trascendió fue la relación entre
el marxismo y la antropología. Ya bien entrado el
año 1976 y cerca de concluir el régimen echeverrista,
seguía planteándose la integración de la antropología
en el contexto del materialismo histórico, lo que le
permitiría hacer aportaciones al estudio del desarrollo
histórico de las formaciones socioeconómicas.242
Para Claudio Mayer Guala la antropología podía ser
identificada con el materialismo histórico o bien, con
el estudio de las formaciones sociales precapitalistas.
Si la antropología, agregaba, tenía como objeto de
estudio la cultura —reducido al conocimiento
de la base y la superestructura— equivaldría a
materialismo histórico estudioso de las leyes del
desarrollo social. Mientras que, si la antropología
estudiaba fenómenos de la superestructura, resultaría
ser autónoma respecto del materialismo histórico;
o si la antropología utilizaba una metodología
materialista, seguiría estudiando los modos de
producción capitalista de la actualidad.243 De hecho,
el marxismo permitió reorientar los problemas de
la antropología aplicada en la procuración de la
integración de los pueblos originales a la explotación
económica de éstos. Las categorías “explotación” y
“clases sociales” permitieron un análisis profundo de
su situación socioeconómica y una oposición a las
relaciones sociales que se les impuso.244
Evangelina Arana de Swadesh publicó un ar-
tículo tocante a la lingüística y a “la educación
indígena”. El texto describía la experiencia de la
169
aplicación de la teoría lingüística en la solución de
los problemas que enfrentaba el uso de las lenguas
nativas en la enseñanza básica.245 Ella, seguidora y
viuda de Swadesh, abanderaba la educación bilingüe
y bicultural como aplicación de las ciencias del hom-
bre, lo cual seguía chocando con quienes defendían
la enseñanza exclusivamente en español.
En junio, el Instituto de Estudios Políticos,
Económicos y Sociales (iepes) y la Confederación
Nacional de Organizaciones Populares, ambos
del pri, convocaron a un Encuentro Nacional de
Profesionales en Sociología y Antropología, una jor-
nada más para promover a su candidato a presidente
José López Portillo, ya que al sexenio echeverrista
le quedaban pocos meses. Uno de los discursos
de la inauguración lo leyó Lourdes Arizpe. Al acto
acudieron numerosos antropólogos de diferentes
facciones, algunos llevados por la curiosidad,
otros como ponentes y algunos más para escudriñar
posibilidades de acomodo. La participación en
esa actividad electoral puso en entredicho la inde-
pendencia política de los antropólogos que, al apoyar
al candidato oficial o darlo ya por triunfador, avala-
ban una imposición política. En efecto, ese año, el
candidato del pri era el único oficialmente reconoci-
do, ningún otro partido registrado tuvo candidato
propio, sólo el Partido Comunista Mexicano lanzó
la candidatura de Valentín Campa, pero como era un
partido al que se le había negado su reconocimiento
oficial, los votos que obtendría informalmente no se-
rían contados. De hecho, ocurrió el hecho insólito
de que sólo se contaron los votos a favor del pri.
170
En esas circunstancias, la participación en un acto de
imposición antidemocrática, desacreditó a una par-
te del gremio antropológico; éste bien pudo haberse
abstenido de validar el avasallamiento político del
régimen. Stavenhagen, al referirse a lo que expusieron
los antropólogos en sus mesas de trabajo en este en-
cuentro de sociólogos y antropólogos se guardó de
manifestar oposición explícita, sólo concluyó que los
antropólogos tendrían “oportunidad de considerar
la naturaleza de sus relaciones con el Estado y las
características de su compromiso social”.246
El indigenismo siguió siendo tema de discusión
a lo largo de todo el gobierno de Luis Echeverría. Un
pequeño artículo del estudiante veracruzano Mario
Aguirre Beltrán apareció en abril de 1976, escrito con
algunas ideas en torno al hecho de que el indigenismo
había terminado por ser erradicado de la enah. El
autor, quizá pariente del veracruzano Gonzalo Agui-
rre Beltrán, atribuía tal alejamiento a las carencias
teóricas de la antropología aplicada mexicana, a su
naturaleza justificadora del indigenismo como apara-
to del Estado y a su disparidad entre teoría y práctica.
Él consideraba necesario polemizar respecto de los
postulados indigenistas de las prácticas antropoló-
gicas y de la apropiación clasista de éstas; además,
agregaba, era preciso oponerse a la construcción
teórica del “indio”. Terminaba afirmando que los
prejuicios religiosos, políticos y raciales sustentaban
la teoría y las prácticas de la antropología.247
En septiembre, un simposio dedicado a la
antropología y el subdesarrollo en América Lati-
na en el Congreso de Americanistas celebrado en
171
México, emitió una “Declaración de Chapultepec”.
Los firmantes dejaron constancia de que su simposio
discutió en torno a la relación de la práctica an-
tropológica y la ciencia comprometida con el pueblo
y acordaron convocar a un congreso de científicos
sociales del Tercer Mundo. Entre las firmas al cal-
ce quedaron las de Ricardo Ferré, Javier Guerrero,
Eduardo Matos, Antonio Monzón, Florencio Sánchez
Cámara, Erwin Stephan Otto y otros.248 La emisión
de “declaraciones” en estos años —a modo de ma-
nifiestos— proliferó como epidemia emulando
la Declaración de Barbados pero sin trascendencia
que valga la pena recordar, más allá de dejar senta-
da la posición de quienes las firmaban, quizá con la
esperanza de alcanzar la influencia que alcanzaron
los barbadistas generadores de toda una corriente
con base en el antietnocidio y la defensa de la auto-
nomía étnica.
Hay que insistir en que todo este devenir
ocurría en un contexto internacional no menos agi-
tado en otros medios académicos y científicos. En
Francia, la revuelta estudiantil del memorable mayo
de 1968 produjo una ola de inquietudes que se pro-
longaron algunos años. Félix Samililovich se refirió
al movimiento de protesta en la ciencia francesa de-
sencadenado por la conmoción ideológica que causó
aquel mo