Está en la página 1de 246

1

2
ANTROPÓLOGOS CON
LA LANZA EN RISTRE

Sendas
5
1
2
A NTROPÓLOGOS CON
LA LANZA EN RISTRE

la justa política de
los años setenta en el siglo xx

Carlos García Mora


Instituto Nacional de Antropología e Historia
Dirección de Etnohistoria

TSIMÁRHU
Estudio de etnólogos

3
García Mora, Carlos:
Antropólogos con la lanza en ristre. La justa política de los
años setenta en el siglo xx, México, Tsimárhu Estudio de
Etnólogos, 2018, 246 pp. ilus. (Sendas, 5).

Imagen de la camisa
Fragmento de Duelo por honor de Ernest Descals Pujol (2009)
http://ernestdescals.blogspot.com/2009/06/ernest-descals-es-el-primer-premio-de.html

Frontispicio
Caballero templario (1871) de Diolot, en Knights Templar and the Crusades, facsímil
(Vintage Book Collection)
https://www.pinterest.nz/pin/535506211927567280/

Viñetas:
© DibujosWiki.com
© Dreamstime
© Can Stock Photo
© DibujosWiki.com
© Darren Whittingham/Shutterstock
Procesamiento de los retratos
Photo Funia
http://photofunia.com/

1ª edición de autor no venal, 2018


Tsimarhu Estudio de Etnólogos
Av. Insurgentes Sur 4411-43-102
Alcaldía de Tlalpan, Ciudad de México-14430
wantakwa@gmail.com

Antropólogos con la lanza en ristre. La justa política de los años setenta en el siglo
XX por Carlos García Mora se distribuye bajo una Licencia Creative Commons
Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Permisos más allá del alcance de esta licencia pueden estar disponibles en 
http://carlosgarciamoraetnologo.blogspot.com
Estac licencia sólo cubre el texto, quedan a salvo derechos de autores de viñetas e ilustraciones
Registro Safe Creative Código 1812319449215 / 31-dic-2018 23:56 UTC
Quedan a salvo los derechos de los autores de viñetas e ilustraciones

4
Al antropólogo tacubayense Andrés Medina Hernández,
cultivador de la tradición etnográfica mexicana y
uno de los protagonista de aquellos alborotos

5
6
¿Qué se fizo el rey don Juan?
Los infantes de Aragón
¿qué se ficieron?
¿Qué fue de tanto galán?
¿Qué fue de tanta invención
como trajeron?
Las justas y los torneos,
paramentos, bordaduras
y cimeras,
¿fueron sino devaneos?
¿Qué fueron sino verdura
de las eras?

Jorge Manrique
Coplas a la muerte de su padre
Copla xvi

7
8
En un abrir y cerrar de ojos 1
S

Fueron años agitados con dimes y diretes… de an-


tropólogos emprendliendo justas en las que se
enfrentaron unos contra otros, como si la vida se les
fuera en ello. Polvorines que algo habrán dejado a
decir de tantas letras como quedaron tiradas aquí y
allá…
De aquellos combates hablamos mi colega
y amigo el antropólogo Andrés Medina y yo en un
encuentro de historiadores, cuando expiraba el go-
bierno de Luis Echeverría Álvarez.2 Comentamos
las asperezas facciosas en el gremio de los antropólo-
gos mexicanos a lo largo de aquel intenso sexenio
gubernamental. Entonces, pergeñamos la idea de
compilar algunas de las páginas en las cuales tuvo
lugar esa confrontación.3
Más de cuarenta años después, me parece
oportuno exhumar mis apuntes tomados durante el
echeverriato y que, tras estar destinados original-
mente para servir de estudio introductorio de dicha
compilación, sólo lograron permanecer guardadas en
una gaveta. En tanto esas notas lo fueron de quien
no sólo observó sino que tomó partido, incluye-
ron percepciones personales del autor que, como es
9
comprensible, están sujetas a su verificación y a de-
sacuerdos, unos menores y otros fuertes y graves. A
pesar de ese riesgo y con la debida prudencia, pero
sin renunciar a la pasión que envuelve el tema, aho-
ra sirven para bosquejar aquella historia de la que
Andrés y yo hablamos a lo largo de varios años…

En las inmediaciones de San Agustín de las Cuevas Tlalpan,


31 de diciembre de 2018

10
L os li di ad ores
S

n tiempos antecedentes, en el gremio an-


tropológico mexicano ya bullían ideas dis-
cordantes con la antropología hegemónica,
en buena medida bajo el mando de prebostes
desactualizados y poco competentes. Andando
el tiempo, al menos desde los años sesenta del
siglo xx, hubo quienes pusieron en entredicho a la
antropología colonialista, al funcionalismo inglés,
a la antropología aplicada, al indigenismo, a la
orientación de la enseñanza en la Escuela Nacional
de Antropología e Historia (enah) y a otros asuntos
similares, al mismo tiempo que se pregonaba el
compromiso social del antropólogo.4
Ante el mero descriptivismo sin análisis, los
inconformes y los intelectualmente inquietos acu-
dían a las obras más generalizantes de Juan Comas,
Maurice Swadesh y Gordon Childe, al tiempo que
el empuje de jóvenes antropólogos abría camino a
nuevas temáticas y a diferentes maneras de hacer
antropología. En realidad, la antropología mexica-
na —o para decirlo de una manera más explícita, el
de la minoría rectora de parcelas encomendadas a
figuras ilustradas— se había estancado y un abismo
11
la separaba ya de la llamada nueva sociología lati-
noamericana. Nada comparable a La democracia
en México del sociólogo Pablo González Casano-
va había producido dicha élite antropológica en los
años sesenta, antes bien, el fenómeno denominado
por este autor “colonialismo interno” lo negó Gon-
zalo Aguirre Beltrán, notable figura del indigenismo
oficial mexicano.5 De manera que ante la ya into-
lerable inmovilidad de los voceros de la llamada
escuela mexicana de antropología, muy productiva en
su momento pero ya rutinaria, se iba abriendo cami-
no la entusiasta apertura de modernas orientaciones
impulsadas —entre otros— por los activistas de la iz-
quierda moderada, en particular la llamada “crítica”
a la que, paradójicamente, Aguirre Beltrán le abriría
las puertas en los años setenta.
Llamábanle “críticos” a los antropólogos,
algunos de relativa juventud, que generaron la co-
rriente por ellos denominada “antropología crítica”.
La culminación de su ascenso público ocurrió con su
famoso manifiesto editado como libro: De eso que lla-
man antropología mexicana, aparecido poco antes
de que Echeverría tomará posesión de la presiden-
cia de la república —iniciada el 1º de diciembre de
1970 y finalizada el 30 de noviembre de 1976—. Los
autores se percataron que se les presentaba la opor-
tunidad para ocupar una buena posición política y
estar de esta manera en condiciones de llevar a cabo
sus planes. Sus flechas dieron en el blanco.6
Esta publicación tuvo gran repercusión y pro-
dujo encontradas reacciones. El hecho de haber sido
impreso como libro y no como un conjunto de
12
artículos en una revista le dio un peso considerable.
El libelo era un compendio de análisis críticos de la
antropología predominante, alguno un tanto bur-
lesco, otros escritos con formalidad. Considerados
en su totalidad, fueron replicados por Gonzalo Agui-
rre Beltrán justo en el mismo mes en que Echeverría
tomó posición de su cargo, mencionando a sus
autores como “jóvenes profesores” que habían
tomado conciencia de su posición y su papel en la so-
ciedad durante el movimiento estudiantil de 1968.7
Por su parte, Antonio Pompa y Pompa apo-
dó satíricamente a los panfletistas como Los siete
magníficos, a similitud de los pistoleros de la película
Anónima s. f. b

Personajes estelares de la película Los siete samuráis de Akiro Kurosawa

estadounidense The magnificent seven (1969) de


John Sturges, adaptación vaquera de los Los siete
samuráis (1954) de Akira Kurosawa. En ésta, siete ha-
bilísimos y temibles hombres de armas blancas se
ponen al servicio de una comunidad campesina, para
enfrentar a una banda depredadora que la asola. En
cambio, en la película estadounidense unos pistoleros
13
Anónima c
Los pistoleros de la cinta The magnificent seven de John Sturges

son quienes prestan sus mortíferas habilidades a una


comunidad de campesinos mexicanos.8
Aparte de sus alumnos, simpatizantes, alia-
dos y seguidores, el núcleo de dicha corriente crítica
estaba integrado por su principal figura Guillermo
Bonfil Batalla, etnólogo capitalino, militante o exmi-
litante del Partido Comunista Mexicano y uno de los
antropólogos más sobresalientes de su generación,
era autor de Diagnóstico sobre el hambre en Sud-
zal, Yucatán y Cholula, la sociedad sagrada en la era
industrial. Dos de sus artículos fueron memorables:
uno, acerca de los llamados graniceros, y otro, relati-
vo a las ferias de cuaresma en Morelos.9 Coautor del
legendario documental Él es Dios, un hito histórico
que demostró lo que la antropología de su genera-
ción podía hacer, más allá de los asépticos temas
trillados que prevalecían en su época.
Integraban la bandada: Margarita Nolasco
Armas, etnóloga veracruzana miembro o ex- miembro
del partido citado. Arturo Warman Gryj, folclorista
14
y etnólogo capitalino de ascen-
dencia judía. Mercedes Olivera
Bustamante, etnóloga capitalina
y exprofesora de primaria. Henry
Valencia Valencia, arquitecto y
etnólogo colombiano que prestó
servicio periodístico al Ejército de
Liberación Nacional en su país;
Anónima d

Juan José Rendón Monzón,


lingüista capitalino reclutado
Juan José Rendón Monzón a última hora. Y Ángel Palerm
Vich, oriundo de las islas Ba-
leares, exmilitante del anarco sindicalismo catalán y
de posterior filia estadounidense, exmiembro de un
grupo asesor en asuntos sociales del presidente
Kennedy, director del Departamento de Asuntos So-
ciales de la Organización de Estados Americanos
(oea), exprofesor de The American University y The
Catholic University, uno de los pocos antropólogos
que escribieron su testimonio acerca del año 68 y
adherente tardío a lo antropología crítica que se cui-
dó de mantener una calculada distancia.10 Además,
contábanse sus afines como Salomón Nahmad
Sitton, etnólogo capitalino de ascendencia libanesa.
Rodolfo Stavenhagen Gruenbaum, alemán de
ascendencia judía avecindado desde niño en México,
quien era considerado por algunos como el séptimo
“magnífico”, en vez de Juan José Rendón, o el oc-
tavo magnífico; no obstante, él mismo negaba tal
adscripción. A ellos se adhirió Daniel Cazés Mena-
che, lingüista capitalino de ascendía judía, militante
o exmilitante del Partido Comunista Mexicano.11
15
Todos con una espléndida trayec-
toria académica y científica.
En buena medida, este
grupo apoyó la participación
El mote de “siete magníficos”
funcionó como una metáfora,
pues ese número aproximado fue
el de quienes más destacaron en
Anónima e

la ofensiva política e ideológica,


pero en su origen se trató más
Daniel Cazés Menache bien de una agrupación de
camaradas integrada desde estudiantes en la enah.
Por más que sus integrantes tenían posiciones
diferentes, compartían la censura a la antropología
hegemónica en México y su entusiasmo por hacer
una antropología reconfortante, ardorosa. Su gran
mérito fue abrir camino a visiones progresistas y
con mayor conciencia social. No fueron los únicos ni
los primeros, pero se contaron entre quienes mejor
lograron derribar muros y demostrar un tipo de
antropología diferente al predominante.
Adelantado política e ideológicamente de la co-
rriente crítica fue Guillermo Bonfil, quien había
coordinado la célula comunista Miguel Othón de
Mendizábal, por cuyo nombre puede presumirse que
funcionó justo en la enah. Esto último lo apoya
un testimonio oral, según el cual, durante un mitin
del Movimiento del Magisterio en 1958 —en el que
estuvieron presentes estudiantes de la enah y que fue
efectuado en el patio del edificio de la Secretaria
de Educación Pública (sep) frente a la Plaza de
Santo Domingo de la Ciudad de México— Bonfil,
16
entonces de unos veintitrés años,
fue anunciado como uno de los
oradores presentándolo con un
aura de notabilidad militante
porque “acababa de regresar de
un viaje a la Unión Soviética”,
en una época en que ésta aún
era vista como vanguardia de la

Anónima g
revolución socialista.12
El contexto político de la
época estaba marcado por las Guillermo Bonfil Batalla
grandes repercusiones de la Revolución Cubana
(1959), experimentadas en la América meridional en
general, tanto como por las convulsiones populares
en México, cuyo recuerdo había sido preservado
gracias al empeño de los comunistas en evitar que
fuera borrado de la memoria colectiva. Entre esas
luchas —todas reprimidas— estuvieron las de los mi-
neros (1950), los estudiantes politécnicos (1956),
los maestros (1958), los ferrocarrileros (1959), los
integrantes del Movimiento de Liberación Nacional
(1961), los jaramillistas (1962), los médicos (1965) y
los copreros (1967). Encima de ello, eran fenómenos
de la época los avances en psicología y ciencias so-
ciales, como la ya mencionada nueva sociología
latinoamericana. Lo fue igualmente la inquietud
intelectual recogida en suplementos culturales de
periódicos, en revistas y en la radio universitaria;
así como en el vanguardismo cultural difundido o
producido en México y manifiesto en la música, en
la pintura, en la literatura, en el cine, en la escultura
y en el teatro.
17
En buena medida, este grupo apoyó la par-
ticipación estudiantil de la enah en el movimiento
estudiantil de 1968. Al año siguiente, un incidente
burocrático, la suspensión del pago de sus honora-
rios inflingido al maestro Guillermo Bonfil por causas
desconocidas que no se hicieron públicas, se interpre-
tó como una represalia por su acompañamiento al
citado movimiento. La sospecha de la orden de asestar
tal castigo recayó en el director del inah, el arqueó-
logo conservador y descendiente de hacendados
morelenses Ignacio Bernal y García Pimentel —quien
tal vez acataba órdenes superiores— sin que nunca se
confirmara el dicho. Lo cierto es que, a raíz de eso,
se produjo un enfrentamiento de los compañeros de
Bonfil con el subdirector de la enah encargado de la
dirección entonces acéfala, Carlos Martínez Marín.
El profesor Bonfil presentó su renuncia al director
del inah y fue seguido por la de sus compañeros, lo
que estuvo a punto de privar de profesores a la espe-
cialidad de etnología. De modo que casi se extinguió
la corriente reformista que dichos profesores impuls-
aban en la enah, debido a que sólo sus alumnos la
continuaron por corto tiempo, ya que pronto fueron
egresando y terminó relegada en el olvido la oratoria
renovadora de “los magníficos”.
En un interesante análisis de lo acaecido,
distribuido en octubre de 1970, se sostuvo que las
críticas que los renunciantes habían esgrimido:

[…] se han limitado al intento infructuoso


de convencer a la burguesía de que ellos “también
tienen algo valioso que ofrecerle”. Así ha ocurrido
18
Anónima af

Warman, Bonfil, la estudiante Teresa Rojas Rabiela, Óscar Frías y Palerm al concluir
en el Zócalo de la Ciudad de México la llamada Manifestación del Silencio
(agosto de 1968)

explícitamente en las publicaciones de Palerm y


Bonfil en el Centro Nacional de la Productividad
e, implícitamente, en el libro titulado De eso que
llaman antropología mexicana.13

Estos antropólogos se habían opuesto a la


concepción y a las prácticas tradicionales de la
antropología orientada de preferencia al estudio des-
criptivo de los rasgos culturales en las comunidades
“indígenas”. Con esa preocupación, Guillermo
Bonfil redactó unas “Notas sobre el proyecto del
plan de estudios” de la especialidad de etnología
—que fueron mimeografiadas y distribuidas en
la enah— en las cuales proponía una nueva
orientación “crítica” consistente en el “análisis
comparativo de los fenómenos socioculturales, en
19
especial de sociedades complejas y estratificadas”.
Sumado a ello, Bonfil y sus compañeros propusieron
una serie de medidas para mejorar y actualizar la
enseñanza.14 A fin de cuentas, esta agrupación de
antropólogos protagonizaba una lucha por el poder
en las instituciones antropológicas, con el propósito
de actualizarlas. Quizás habría que hablar de una
lucha interna de clases sociales, entre la élite de
figuras encumbradas y de linajes criollos —como el
de los grandes hacendados del estado de Morelos—
contra los profesionales en ascenso y los de orígenes
modestos. Un análisis más atrevido podría incluso
observar una separación étnica.
Antes de irrumpir el movimiento estudian-
til de 1968, la Escuela Nacional de Antropología
e Historia (enah) era uno de los nichos de la an-
tropología crítica donde ésta convivía en conflicto
con las reticencias de quienes persistían en viejos
y grises cánones con un pobre nivel académico. En
aquel tiempo, la enah se hallaba o había pasado por
sucesivas crisis que provocaron la rebelión interna
protagonizada por algunos sectores de los estudian-
tes. En alguna ocasión, ellos exigieron la destitución
de algunos maestros, en un caso aduciendo el bajo
nivel académico de ciertas maestras y el que una de
ellas se condujera como profesora de secundaria
siendo que impartía clases en una escuela de estu-
dios superiores. La dirección de la Escuela mantuvo
o se vio obligada a mantener el apoyo a dichas ma-
estras debido a la presión sindical que las defendió
y a las relaciones que ellas y sus afines tenían con el
director general del inah y tal vez con Alfonso Caso,
20
director del Instituto Nacional Indigenista (ini). En
otra ocasión, los estudiantes exigieron cambios en el
plan de estudios, pero ante la cerrazón de los man-
dones de la época y la inmovilidad del maestro Felipe
Montemayor, entonces director de la enah, llevaron
a cabo un paro estudiantil. El enfrentamiento del
movimiento interno chocó con el grupo defensor
del estado de las cosas y fieles a los regidores de la
antropología mexicana, integrado por los profesores
Julio César Olivé Negrete, Beatriz Barba Ahuatzin y
Román Piña Chan, como por sus respectivos alum-
nos y seguidores. Paradójicamente, dichos profesores
eran partidarios del socialismo e incluso Olivé era
marxista, lo cual era explicable por su adhesión al
nacionalismo popular heredado del cardenismo.
Como haya sido, este grupo, aun después de su revés
y el ascenso de los antropólogos críticos, se mantuvo
activo como opositor a éstos, tanto por los ríspidos
enfrentamientos personales entre ellos como por
sus proyectos opuestos.
Algunos testimonios afirman que la enah
estaba parada por una protesta estudiantil cuan-
do estalló el movimiento estudiantil de 1968 en
las calles y en las plazas de la Ciudad de México, lo
cual está aún por verse, pues las posiciones entre los
estudiantes de unas especialidades y otras estaban
polarizadas. Los dichos acerca de aquellos suce-
sos referidos en el párrafo antecedente son poco
claros y la exactitud y la veracidad de esta última
afirmación deben verificarse. Lo cierto es que los
estudiantes de la enah tuvieron una activa partici-
pación en el movimiento estudiantil de ese año con
21
la consecuente hiperpolitización del estudiantado
más activo.
Al año siguiente, el nuevo ciclo escolar
recuperó la normalidad aunque la agitación políti-
ca siguió siendo intensa y con frecuencia de extrema
agresividad oral. Ello ya no ocurrió como manifes-
tación callejera del movimiento estudiantil, sino en
una vuelta hacia adentro como si se tratara de llevar
adelante una revolución en el interior de la Escue-
la, luego de fracasar en los espacios abiertos de la
ciudad. Nada raro fue que algunos estudiantes se in-
terpelaran entre sí y, en algunas pocas ocasiones, a
los profesores en plena clase.
Lo interesante fue que la agitación con
inflamado espíritu revolucionario acrecentó la crítica
al contenido de los cursos y a la antropología en
general o, al menos, a los enfoques con los cuales
se hacían los análisis antropológicos poniéndolos en
duda. A corto plazo, esto último fue expandiendo
los aires renovadores incluso más allá de los ámbitos
escolares contagiando a las instituciones, tanto
aquellas donde se hacía investigación, como donde se
llevaba a cabo programas de antropología aplicada.
A largo plazo, ello iría menguando, pero quedó como
herencia cierta idea según la cual era inexistente una
antropología apolítica y que la que se asumía como
tal estaba —por ese solo hecho— tomando posición.
Esa convicción restó respetabilidad a los mandarines
de la antropología cuya obra era antes intocable
y de valor casi bíblico, de supuesta neutralidad sin
tacha alguna, pues quedó al descubierto su vertiente
política tras bambalinas.
22
Es cierto, hay que decirlo, que en la propia
enah se convivía con una antropología convencional
y apolítica, más apegada a la práctica tradicional del
oficio, sin que ello implicara demérito alguno, sólo
cierta desactualización. Esto se manifestó en los
primeros meses de 1970, cuando apareció el primero
y, al parecer, el último número de la Revista de
antropología, de pequeño tamaño y pocas páginas.
Editada por estudiantes, patrocinada por el inah y
dirigida por Jesús Ángel Ochoa Zazueta, cabeza de
una pequeña facción enfrentada al Comité de Lucha
que estaba aliado con alumnos de los antropólogos
críticos y que militaron en el Movimiento de 1968. El
número reproducía textos del ingeniero y etnógrafo
austrico avecindado en México Roberto J. Weitlaner y
del antropólogo michoacano José Corona Núñez, así
como materiales valiosos acerca del pueblo cuicateco,
de la ausencia de una una deidad mesoamericana del
hielo, de los nombres de las estrellas en diferentes
lenguas, de la vida y obra de Francisco Javier Clavijero
y del prestigio metodológico de la ciencia social, todos
sin ninguna alusión a los acontecimientos recientes ni
a la problemática de la época.15 Otro tanto podría
decirse del Anuario antropológico de la Universidad
Veracruzana, pero de contenido más rico.
Con certeza, no toda la antropología que se
hacía en México se había incendiado. Nutrida y vi-
gorosa aún, pervivía una antropología técnica y
apolítica, como se percibía en la entonces aún nutrida
presencia de antropólogos estadounidenses, quienes
todavía ejercían considerable influencia entre algu-
nos sectores del gremio antropológico mexicano.
23
Una parte de los cuales laboraba en la institución
privada University of the Americas —antes Mexico
City College— establecida en las afueras de Cholula
gracias a fondos de la Fundación Mary Street
Jenkins y la Agencia para el Desarrollo Internacional
de los Estados Unidos (usaid).16 De hecho, en 1946
su Departamento de Antropología fue fundado por
el católico guanajuatense y etnohistoriador Wigber-
to Jiménez Moreno y el prehistoriador catalán Pedro
Bosch Gimpera residenciado en México.
En la práctica, con el paso del tiempo, buena
parte de las generaciones sucesivas, aunque alejadas
ya de la militancia política y de las agitaciones re-
volucionarias, continuarían haciendo política con su
propio trabajo antropológico, esto es, eligieron hacer
política haciendo antropología, lo cual fue quedando
en el inconsciente colectivo. Mientras tanto, los an-
tropólogos de los años setenta se vieron obligados
de uno u otro modo a tomar posición y a ser con-
secuentes con ésta. Muy interesante sería develar
cómo esas posiciones se reflejaron en los estudios an-
tropológicos de la época y de los años subsecuentes y
cómo esas posiciones conformaron ciertos modos de
ejercer la antropología en uno u otro sentido.
Una iniciativa que hubiera parecido poco pro-
bable, en una especie de alianza de clases, ocurrió
cuando acordaron emitir una declaración conjunta
un conjunto de estudiantes de la enah y otro de la
Escuela de Ciencias Sociales de la Universidad Ibe-
roamericana (uia) —una institución jesuita privada—.
En efecto, en enero de 1969, cuando líderes del movi-
miento estudiantil habían sido encarcelados, firmaron
24
una protesta por el trato —vio-
latorio de la ley— a los presos
políticos. Ellos proponían lle-
var a cabo un paro estudiantil
de 48 horas y exhortaban a los
estudiantes para: “que sean con-
secuentes hacia un compromiso
ulterior de seria preparación
teórica, de contacto con la

Anónima s. f. h
realidad social y de una actitud
diaria de democracia y de
Rodolfo Stavenhagen Gruenbaum
acercamiento con nuestro
pueblo”.17
En ese año, salió de la prensa la emblemática
obra Las clases sociales en las sociedades agrarias de
Rodolfo Stavenhagen, quien lideró una de las corrien-
tes de estudio de la cuestión agraria y el campesinado
que surgió en esos años.18 El volumen tenía la ven-
taja de considerar la composición de clases en la
sociedad rural, algo que, por aquel entonces, los
investigadores procuraban soslayar. Lo hacían como
si dichas clases no existieran o no fuera pertinente
identificarlas y mucho menos presuponer que lucha-
ban entre sí o, peor aún, que las clases trabajadoras
se oponían a las pudientes.
Por cierto, ese sobresaliente interés por el
campesinado y la cuestión agraria debió relacionarse
con el propósito del régimen echeverrista por alcan-
zar la autosuficiencia económica y por mantener el
sostenimiento de la producción agrícola, de ahí las
considerables inversiones gubernamentales en el
mundo rural. Esas inversiones debieron tener el
25
objetivo político de neutralizar la intensa actividad
de organizaciones políticas de izquierda en diferentes
regiones rurales del país, actividad en la cual se in-
volucraron varios antropólogos jóvenes. De manera
que la antropología no hizo sino sumarse a la preo-
cupación que ya venían manifestando economistas e
ingenieros agrónomos como Sergio Reyes Osorio.19
Este destacado campo de estudio se estableció como
una verdadera palestra antropológica, en la cual Ro-
ger Bartra y Arturo Warman serían las otras figuras a
la cabeza de sus respectivos prosélitos.
En junio, se llevó a cabo un Congreso Nacio-
nal de Estudiantes de Antropología con alumnos de
diferentes escuelas. Al final, los estudiantes firmaron
una “Declaración de Principios” exigiendo que el
antropólogo fuera un científico que interpretara ob-
jetiva y profundamente la realidad, que considerara
que las relaciones sociales inequitativas se establecían
con el sector mayoritario, que el papel del antropólo-
go era luchar para poner conocimientos al alcance
de todos los sectores y al servicio de una sociedad
mejor, que rechazara la enseñanza de la antropología
al servicio de intereses particulares…
Para el logro de dichos propósitos se
constituyeron en una Unión Nacional de Estudiantes
de Antropología que, al parecer, fue efímera sin
ninguna consecuencia o nunca funcionó.20
La intensa actividad política en la enah se
constataba con una lluvia intermitente de volan-
tes mimeografiados de circulación interna; algunos
como revista rústica, por ejemplo, Con los puños en
alto. Dedicada casi del todo a temas de política na-
26
cional, en su número tres —tirado en diciembre de
1969— se escribió con gusto algo inusual, acerca
del curso de historia del pensamiento antropoló-
gico y la dinámica sociocultural impartido por el
etnólogo jesuita Felipe Pardinas Illanes. Al anóni-
mo columnista le parecía un curso “refrescante” y
le llamaba la atención la asistencia espontánea de
estudiantes no inscritos en dicha materia, quienes
iban a instruirse y no a cumplir requisitos burocrá-
ticos “para obtener patente de corso que abre las
puertas de la antropología oficial”. Agregaba, refi-
riéndose a la degradación de la planta docente en
comparación con el curso de Pardinas: “¡Vamos!
hay cada mamarracho con título dando clases en la
Escuela […] Nosotros no pensamos que todos los
maestros salen sobrando, pero muchos en definitiva
son absolutamente inútiles […]”.21
En febrero de 1970, ya iniciado el último
año del sexenio diazordacista, en la enah se creyó
que ésta estaba en peligro de ser cerrada o traslada
de su sede en el Museo Nacional de Antropología.
Ello porque el político conservador de la línea dura
Alfonso Martínez Domínguez, presidente del gober-
nante Partido Revolucionario Institucional (pri), ya
había declarado —el 7 de noviembre de 1968— que
era necesario dejar de producir tantos filósofos y
antropólogos sin posibilidades de obtener empleo.
En su opinión, era necesario planificar la educación
“para que en México no haya seis o siete escuelas
de antropología, cuando el país apenas puede pagar
los servicios de una de ellas”. No por casualidad
fue hecha dicha declaración, ya que tal político —
27
siempre bien informado— debió conocer el papel del
estudiantado de la enah en el movimiento estudian-
til de aquel año. A lo cual se sumaba en 1970 un
comunicado extraoficial de la Universidad Nacional
Autónoma de México (unam) anunciando la creación
en unos meses de su propio colegio de antropología.22
No sucedió tal cosa, pero como el estudiantado de la
enah había sido muy activo en el movimiento del 68
y seguía alterando con su persistente activismo el
ambiente público del Museo Nacional de Antropolo-
gía —visitado por numerosos turistas extranjeros—,
era previsible que se tomaran medidas para acallarlo
y alejarlo del lugar en lo sucesivo. Con todo, algunos
maestros, incluidos algunos de los “críticos” antes de
su renuncia, ya se habían pronunciado a favor de in-
corporar la enah a la unam. Esa misma posición que
tomó en 1970 algún sector de estudiantes y algunos
profesores como el prehistoriador José Luis Loren-
zo, quien —por cierto— impartió uno de los mejores
cursos a la generación de 1969.
En mayo, la ya mencionada publicación mi-
meografiada Con los puños en alto dejó plasmada
la visión “revolucionaria” que de la antropología te-
nía uno de los sectores estudiantiles radicales en la
enah:

Es grave la experiencia que se ha veni-


do dando en la Escuela: los estudiantes estamos
sufriendo —desde hace varios años— la falta de
contacto con la realidad que supone la antro-
pología. La antropología supone una praxis en
sus formas concretas como debe ser toda ciencia
28
social y, en nuestro caso, la praxis será correcta
cuando esté enfocada hacia un trabajo común con
el pueblo en contra de sus opresores. Los antro-
pólogos tenemos ya por tema un amplio campo
de trabajo: lo “indígena”. Los campesinos, los
obreros, no tienen costumbres curiosas, “exóti-
cas”, que debamos analizar, ellos son explotados;
sencillamente, ellos son nuestros “condenados de
la tierra”. Para precisar, el indígena sufre una po-
lítica de integración, de ruptura de identidad, de
explotación violenta, de “marginación”.23

La referencia a “los condenados de la tierra”


alude al título del conocido libro de Frantz Fanon acerca
de la liberación del pensamiento colonizado, muy
leído en la segunda mitad de la década de los años
sesenta y principios de la siguiente.24 En lo sucesivo,
ya en plenos años setenta, la agitación política de
izquierda se fue incrementando con el tiempo en la
enah, a tal punto que, al paso de los años, se fue
haciendo presente toda la gama de agrupaciones
de izquierda, por lo que pulularon células co-
munistas, trotskistas, anarquistas, socialistas,
maoístas, seguidoras de Víctor Rico Galán e incluso
“albanesas” (que simpatizaban con el Partido del
Trabajo de Albania).
Amén de la huida de Bonfil y sus camaradas,
otros antropólogos fueron alejándose de la Escuela
y tomaron su lugar personas que ya no lo eran: al-
gunos expresos políticos, refugiados sudamericanos,
economistas y otros profesionistas, de manera que, con
el tiempo, se fue vaciando a la enah de antropo-
29
logía. Seminarios de teoría marxista y de lectura
de El capital tomaron en parte su lugar y se impar-
tieron en exceso. Una contienda estudiantil entre
una antropología social marxista y una antropología
culturalista tuvo lugar. Las asambleas agitadas eran
frecuentes. Entre los estudiantes suspicaces se abriga-
ba la sospecha que los activistas más radicales eran
agentes infiltrados con la finalidad de desarmar la
estructura de la Escuela y sabotear lo que había de-
rivado del movimiento estudiantil, lo cual lograron
con creces. Éstos y otros factores fueron llevando a la
enah a un grave deterioro que la marginó como cen-
tro educativo y que anuló el prestigio del que alguna
vez gozó y que ya nunca recuperó.
Por otro lado, un ala intelectual de la
izquierda marxista aceleró su crecimiento, ocupó
los ámbitos abandonados por los “antropólogos
críticos” y acrecentó su influencia teórica y política.
Esta corriente logró prosperar emprendiendo un
serio desarrollo de estudios en los campos de la
antropología económica, la cuestión agraria, la clase
obrera y los movimientos sociales. Tales estudios ya
prosperaban en otros ámbitos del mundo académico,
como en la sociología y en la historia, de modo que
esta corriente de izquierda compartió esa tendencia
que llegó a tener voz de autoridad. Ello se plasmó en
artículos, en libros y en algunas tesis de los egresados
de la enah.25
Convivieron en esta institución dos corrientes:
la sospechosamente disruptiva y la que emprendió la
construcción de una alternativa viable de izquierda.
La visión de los “antropólogos críticos” fue anula-
30
da y la conservadora perdió la hegemonía, pero la
primera logró mudarse y prosperar con buenos re-
sultados en otras instituciones como la Universidad
Iberoamericana y, pocos años después, en el Centro
de Investigaciones Superiores del inah (cis-inah)
y en el Departamento de Antropología de la Uni-
versidad Autónoma Metropolitana (uam), donde
se convencieron a sí mismos que encabezaban la
vanguardia y que atrás había quedado una enah
desarticulada y acéfala, como si la huida de “los
magníficos” hubiera constituido una catástrofe. En
parte tuvieron razón, pues su renuncia fue una pér-
dida importante de la cual no fue fácil recuperarse.
Sin embargo, el arqueólogo Enrique Nalda, miembro
de la generación de 1969 —cuando Los magníficos
migraron— declararía en público años después que
su generación no los había necesitado para producir
buenos investigadores, como demostraban sus tesis
profesionales.
En general, en la capital del país, las co-
rrientes de izquierda superaron lo que quedaba de
la descabezada antropología caciquil, autoritaria y
poco atenta a la situación social. Una minoritaria
antropología conservadora perseveró, pero nada
volvió a ser como antes. El predominio de jefes en
los centros de trabajo —en los cuales los subalternos
no podían contradecirlos— casi se desintegró, la
sindicalización de los investigadores permitió que
se atendiera sus reivindicaciones y el arraigo de una
ideología libertaria impidió que se volviera a estable-
cer un dominio omnipresente, como el que ejerció
el destacado arqueólogo y semiólogo Alfonso Caso
31
—un autócrata ilustrado—. Una antropología li-
bre, llamémosla de ese modo, cundió por doquier,
los temas de estudio e investigación se diversificaron
y se expandieron sin atender indicaciones o intereses
de un jefe. Los seminarios como unidades de trabajo
colectivo cundieron en varias dependencias an-
tropológicas, coordinados por líderes intelectuales
de diferentes tendencias. Con ese proceder, se ac-
tualizó una antropología más adecuada para abordar
las necesidades del país y los problemas científicos
contemporáneos.

32
L a palestra
S

a crítica contra lo prevaleciente era un


fenómeno mundial. Los movimientos es-
tudiantiles de 1968 causaron discordia en
muchos ámbitos y parecía imparable el ascenso del
pensamiento rebelde y de la intelectualidad marxista
que ponía en duda las bases ideológicas de la de-
mocracia capitalista y fomentaba las organizaciones
de izquierda. Al poco tiempo, el gobierno estadou-
nidense canceló en 1971 los acuerdos de Bretton
Woods, tomados en 1944 para fijar las reglas para
las relaciones comerciales y financieras entre los
países más industrializados del mundo. Ese mismo
año de 1971, se derogó la convertibilidad del dó-
lar en oro, de manera que los países poseedores de
dólares ya no les fue posible solicitar a los Estados
Unidos que se los cambiara por el metal precioso
que avalaba el valor de los billetes. En consecuencia,
se desajustó el sistema monetario internacional de
la economía capitalista, ésta devino en un sistema
de tipos de cambio flexibles de divisas sujetos a la
oferta y la demanda, se aumentó el margen de ma-
niobra de los bancos centrales para imprimir dinero
de manera arbitraria y se produjo inflación y desem-
33
Fig. 1. Luis Echeverría Álvarez, exsecretario de Gobernación y presidente de la
república a partir de 1970

pleo. Esos acontecimientos repercutieron en olas


expansivas hasta el punto de producir un desorden
financiero del capitalismo.
Analistas de centros financieros advirtieron
que el capitalismo podía llegar a su límite y, por lo
tanto, debía buscársele salidas aun si para ello debía
derrumbarse el andamiaje de su democracia y gene-
ralizarse el autoritarismo. Eso sería el antecedente de
la llamada “revolución de la nueva derecha interna-
cional” para enfrentar la ola insurgente que permeó
todas las capas sociales y transformó las expresiones
culturales agitando incluso los núcleos familiares.
Había que rediseñar el dañado consenso social in-
terclasista y restablecer la hegemonía de la ideología
conservadora. Una verdadera contraofensiva que, con
el tiempo, lograría sus propósitos. Antes que ésta
fuera posible, la rebeldía vivió su apoteosis.
En México, las convulsiones opositoras
aplastaron el pensamiento conservador. La situación
socioeconómica se agravó. La oposición política y las
protestas sociales eran reprimidas. La legitimación
del sistema político experimentó una crisis y se
34
Anónima i

Fig. 10. En la Fonda de Santa Anita de la Ciudad de México, a fines de 1970 o prin-
cipios de 1971, tras la muerte de Alfonso Caso y el nombramiento de Gonzalo Aguirre
Beltrán como subsecretario en la sep. De izquierda a derecha: Rodolfo Stavenhagen
Gruenbaum, Margarita Nolasco Armas, Arturo Warman Gryj, Gonzalo Aguirre Bel-
trán en la cabecera, Ángel Palerm Vich, Salomón Nahmad Sitton, Alfonso Villa Rojas
y Guillermo Bonfil Batalla

hizo imperioso buscar alivio ante el peligro de un


estancamiento económico.
Con el nuevo gobierno, encabezado por Luis
Echeverría Álvarez, se sucedieron con precipitación
los acontecimientos y, con ellos, los agrios inter-
cambios entre los bandos de antropólogos que se
habían ido forjando desde los años sesenta. Por un
lado, ocurrió que el bando disidente de la izquier-
da moderada —encabezada por los “antropólogos
críticos”— fue sosegada y asimilada a las filas guber-
namentales en un ajedrez político, en el que jugaron
tanto los nuevos funcionarios —viejos lobos de
mar— como los opositores críticos que pugnaban
35
por abrirse el camino que el viejo caciquismo les
había obstruido.
En consecuencia, la nueva administración hizo
ajustes económicos y procuró la distensión política
que denominó “apertura democrática”. En lo
primero, participaron algunos antropólogos en planes
de desarrollo regional. En lo segundo, colaboraron
en la renovación ideológica, en el intento de
diluir el ascenso del pensamiento marxista y en la
incorporación a las instituciones como funcionarios
prestando un “apoyo crítico”. Esto último justificado
como una manera de lograr cambios “desde adentro”.
Esta maniobra la consagró una famosa declaración
de un periodista y escritor en junio de 1971: “El
dilema de México en estos momentos es: Echeverría
o el fascismo”.26
El escenario de la antropología mexicana se re-
constituyó. El nombramiento de Gonzalo Aguirre
Beltrán en 1970 a la cabeza de la Subsecretaría de Cul-
tura Popular de la Secretaria de Educación Pública
(sep) y en 1971 del Instituto Nacional Indigenista (ini),
cargos que por un corto tiempo llegó a desempeñar
al mismo tiempo, introdujo la antropología más visi-
blemente en los quehaceres nacionales. A ese ascenso
hay que agregar la contratación de numerosos antro-
pólogos, el nombramiento de algunos de los llamados
“críticos” como funcionarios y el incremento de la
investigación y la acción práctica. Pese a la polémi-
ca entre los Siete Magníficos y Aguirre Beltrán, a él
se le atribuye en parte el mérito de haber asimilado
algunos de sus oponentes asignándoles cargos ofi-
ciales. Esto último haría parecer contradictorios los
36
años subsecuentes de la historia
antropológica, debido a la agu-
dización de la oposición política
de algunos sectores del gremio, al
mismo tiempo que otros legitima-
ban al régimen echeverrista.
Gonzalo Aguirre Beltrán, el
antropólogo más influyente de las

Anónima j
filas gubernamentales, fue uno de
los más señalados del siglo xx.
Gonzalo Aguirre Beltrán
Un rasgo insólito fue el que fuera
autor no de una sino de varias obras clásicas que
abrieron sólidas líneas de trabajo: La población negra
de México (1946), Formas de gobierno indígena
(1953), Cuijla, esbozo etnográfico de un pueblo
negro (1958) y Medicina y magia (1963), a más
de los ensayos que tuvieron una gran repercusión:
Teoría y práctica de la educación indígena (1953),
El proceso de aculturación (1957) y Regiones de
refugio (1967). Algo extraordinario, pues sólo un
puñado de investigadores ha logrado escribir una
obra memorable cada uno que, como suele decirse,
quedaron como paradigmas; en cambio, de la pluma
de Aguirre Beltrán salieron cuatro y tres ensayos
trascendentales.
Aguirre Beltrán destacó como un eficiente
y emprendedor administrador. Tocante al sexenio
que aquí nos ocupa, merece particular mención su
muy exitosa empresa editorial: la colección de li-
bros de bolsillo sep/Setentas, sólo comparable con
la que creó José Vasconcelos cuando fue secreta-
rio de Educación Pública en los años veinte del siglo
37
pasado. Con tirajes inimaginables hoy en día de
entre 4  000 y 40  000 ejemplares —según su
importancia—, sus volúmenes se vendieron a precios
tan populares —10 pesos en librerías y 8 en el
edificio de la sep— y tan ampliamente distribuidos
—incluyendo los puestos de periódicos— que era
imposible resistirse a adquirir estos libros de bolsillo
con numerosos títulos antropológicos e históricos.
Algunos tuvieron tal repercusión que se convirtieron
en obras prototípicas, como Indígenas en la Ciu-
dad de México: el caso de las Marías (1975) de
Lourdes Arizpe. Otros eran traducciones de libros
publicados hacía años, conocidos en México sólo por
los especialistas en sus temas, como El catolicismo
popular de los tarascos (1976) de Pedro Carrasco que
alcanzó una repercusión en una medida que nunca
había tenido mientras permaneció publicado en
inglés. Otro tanto sucedió con la compilación de
artículos Agricultura y civilización en Mesoamérica
de Ángel Palerm y Eric Wolf.27
Por lo demás, en el transcurso del régimen
postdiazdordacista, se crearon 80 centros coordinado-
res del ini, se impulsó al Plan Huicot, se promovió la
creación del Movimiento Nacional Indígena (1973),
se realizó el Primer Congreso In-dígena de Chiapas
(1974) y 56 congresos regionales “indígenas” patro-
cinados por el Estado como actos preparatorios al
primer Congreso Nacional de Pueblos Indígenas
escenificado en Janitzio (1975). El Instituto Nacio-
nal de Antropología e Historia (inah) reorganizó
algunos de sus departamentos y abrió centros regio-
nales en varios estados. Se creó el Departamento
38
de las Tradiciones Populares, el Fondo Nacional de
la Danza (fonadan) y el Centro de Investigacio-
nes Superiores del inah (cis-inah). Se promovió la
Escuela de Antropología de la Universidad de Yuca-
tán y la Escuela de Antropología de la Universidad
de Xalapa que, a fines del sexenio, se convirtió en
facultad. La Sección de Antropología del Instituto
de Investigaciones Históricas de la Universidad Na-
cional Autónoma de México (unam) se independizó
y se convirtió en Instituto de Investigaciones Antro-
pológicas. Se reconoció el carácter profesional del
antropólogo y se mejoró su salario. Se fundaron dos
colegios profesionales de antropólogos. Entraron
en auge las publicaciones antropológicas gracias a
colecciones como sep/Setentas, sep/ini y sep/inah,
y a la labor de varias casas editoriales. También
aparecieron nuevas revistas. A todo ello se sumó la
difusión en la prensa de actividades, declaraciones,
textos editoriales y artículos de antropólogos publi-
cados en periódicos y revistas.
El auge de las ediciones antropológicas puede
entenderse por el apoyo institucional y por la deman-
da de obras antropológicas en el medio académico.
En cambio, merece preguntarse las razones por las
cuales las declaraciones de los antropólogos fueron
recogidos por la prensa. Ésta, poco dada a difun-
dir lo que poco o nada atraía a los lectores, le dio
voz pública a los antropólogos. La gran atención
gubernamental a ciertos problemas nacionales y las
considerables inversiones para hacerles frente produ-
jeron un interés notorio en éstos. En particular, llamó
la atención la mala situación en la que se encontraban
39
los pueblos autóctonos, llamados “indios”, lo cual le
dio una relevancia nacional. Dado que los antro-
pólogos estaban ligados al estudio y a la atención
de estos pueblos, los periódicos dieron cabida a sus
opiniones.

40
L a ju sta
S

ras la sangrienta represión de los


movimientos estudiantiles en 1968 —bajo el
régimen opresivo del presidente Gustavo Díaz
Ordaz, El Chacal, a manos de policías, militares y
agentes del régimen bajo el mando de políticos,
jefes policiacos y superiores militares, tomó el poder
quien compartió culpa en aquello: Echeverría.
Él logró imponer una apariencia de curador de
heridas cobijado por intelectuales, economistas y
especialistas de alto nivel que lo envolvieron con
una imagen que opacaba su pasado y con ideas
renovadoras del ambiente político y del desarrollo
económico. La incorporación de los antropólogos
críticos a su administración desplazó cacicazgos y
obligó al deslinde político, en tanto dicha asimilación
apuntaló al gobierno pese a que era encabezado
por quien había sido secretario de Gobernación y
había estado involucrado largos años en el espionaje
político y en el control y la represión de oponentes.
Ello polarizó las posiciones políticas de las facciones
del gremio, mientras la facción “critica” asaltaba los
cargos administrativos, el presupuesto, los empleos y
la hegemonía teórica y política, enfrentando, por un
41
lado, a la fuerte y decidida oposición de la izquierda
marxista e ignorando, por el otro, a la apenas
perceptible resistencia de lo que quedaba de la vieja
y burocratizada guardia antropológica resentida por
su derrota.
Así las cosas, continuó la impugnación —ac-
tiva desde la década anterior— a la antropología
institucional y ocurrió un inevitable choque entre
varias corrientes internas del gremio antropológico
dando lugar a intensas discusiones. El conjunto de
problemas en la mesa de debates abarcaba una
amplia gama de preocupaciones. La discusión teóri-
ca acerca la actividad de los antropólogos y el futuro
de la antropología. Los modos de producción y las
formaciones económico sociales. La cuestión agraria
y la sociedad campesina. Los programas de desar-
rollo. La enseñanza de la antropología. El marxismo
y la antropología. La caracterización de la sociedad
nacional y del régimen gubernamental. La organi-
zación gremial y la sindical. La ética profesional. El
destino de la enah y las instituciones públicas. El
saqueo y el coleccionismo privado de piezas arqueo-
lógicas. La política de alfabetización. La educación
bilingüe, la antropología económica. La antropolo-
gía política. La protección del patrimonio cultural.
La teoría y la práctica indigenista. La antropología
aplicada. El trabajo de campo. El compromiso social.
La participación política… Temas todos que resulta-
ron ser factores irruptores en las esferas académicas
y científicas.
En las siguientes líneas incluiré términos y gi-
ros como “indio”, “indígena”, “problema del indio”,
42
“problema indígena” y similares, aunque estoy en
desacuerdo con su uso, porque —a más de su car-
ga racista— desplazan la identidad de los diferentes
pueblos autóctonos de la tierra al omitir sus etnóni-
mos para sustituirlos por la denominación “indios”,
la cual proviene de la tabla de las castas con la que se
clasificó a la población durante la colonia española
en la Nueva España. A pesar de eso, me veo obligado
a usar estos términos debido a que las fuentes que
consulté los repiten constantemente; por otra parte,
su referencia tiene aquí la ventaja de mostrar al lec-
tor cómo se expresaba la estrecha y discriminatoria
visión que entonces tenía la administración guberna-
mental y algunos antropólogos acerca de los pueblos
hoy en día denominados “originarios” (u originales en
mejor habla).
La polémica antropológica y la acción polí-
tica eran asuntos relevantes. La primera, requiere el
análisis de las obras que aparecieron como mode-
los prototípicos de investigación, pues éstas en vez
de basarse en diatribas, a veces infundadas, resulta-
ron de estudios científicos —basados en trabajo de
campo, de archivo y de biblioteca— con la orien-
tación propia del bando respectivo en cuyo seno
se desarrollaron. Por eso, cada obra monográfica
era un modelo de cómo hacer antropología según los
enfoques de cada parcialidad. En espera de que ese
análisis se lleva a cabo, puede al menos conocer-
se algunos hechos y algunos dichos envueltos en
controversias gremiales a lo largo de aquellos años.
A saber.

43
Primer torneo
1970
S
En el mes de enero, Aguirre Beltrán, Bonfil y Palerm
promovieron una significativa reunión en Xicotepec
de Juárez, Puebla, para revisar el estado de la
antropología mexicana y analizar el “indigenismo”
y sus resultados. Estuvieron presentes sacerdotes
católicos —Samuel Ruiz, obispo de San Cristóbal,
inclusive— y misioneros protestantes (¿del ilv?).
Otros asistentes fueron antropólogos sociales,
lingüistas, estudiantes y funcionarios del Instituto
Nacional Indigenista (ini) y del Instituto Indigenista
Interamericano (iii). Entre los antropólogos se
contaron, aparte de los organizadores, Arturo
Warman, Daniel Cazés y Salomón Nahmad, quien
a partir de este mismo año fue funcionario en el ini
y en la Dirección de Educación Extraescolar en el
Medio Indígena de la sep.28 La puesta en discusión
del indigenismo, a unos meses de las elecciones
federales el 5 de julio y del subsecuente triunfo
del imbatible candidato del pri, tuvo intenciones
políticas como quedó en evidencia poco después, por-
que planteó —entre otros aspectos— la necesidad de
revisar el destino del ini y del Instituto Nacional
de Antropología e Historia (inah). En este segundo
instituto, los críticos ocuparían más tarde
posiciones en diferentes niveles antes inimaginables
en manos suyas. Muy interesante resultaría saber si
tenían planes para actualizar la antropología que
quedó bajo su supervisión y si lograron llevarlos a cabo
44
y, en fin, qué hicieron cada uno en estos años cuando
tuvieron la sartén por el mango, o bien, si —como pa-
rece— llegaron sin un proyecto.
La Universidad Iberoamericana (uia) —institu-
ción jesuita privada para estudiantes acomodados— se
mantenía activa también en el campo de la antro-
pología. Desde 1960 había iniciado actividades su
Escuela de Antropología Social, abierta por inicia-
tiva del sacerdote y antropólogo Felipe Pardinas,
originalmente para preparar a quienes servirían en
las misiones jesuitas de la Sierra Tarahumara. Cabe
decir que, en aquellos años, la orden jesuita se ca-
racterizaba por su promoción de la justicia social
y la armonización del cristianismo con las culturas de
los pueblos, como por su apertura a las nuevas co-
rrientes intelectuales, lo cual se reflejó en la revista
Comunidad de la uia. Enseguida, encabezó la escue-
la el antropólogo jesuita Luis González Rodríguez,
quien fue desplazado —entre 1967 y 1968— por
Ángel Palerm y Arturo Warman para consolidar la
licenciatura laica de antropología social.
Igualmente, el primero fundó en esta universi-
dad una Escuela de Graduados en Ciencias Sociales,
donde se fueron refugiando algunos de los antropólo-
gos críticos y sus pupilos.29 En esta institución,
un grupo de maestros y estudiantes desarrolló una
de las antropologías de la capital del país y sus
egresados constituyeron una útil reserva de mano
de obra para engrosar los proyectos instituciona-
les que fue abriendo la antropología otrora crítica.
Entre dichos hacedores se encontraban los etnólogos
Palerm y Warman, la veracruzana Alba González
45
Jácome, el chiapaneco de ascen-
dencia catalana Andrés Fábregas
Puig, el capitalino José Lamei-
ras y la alemana criolla Brigitte
Boehme Shondube nacida en la
capital mexicana.
En un seminario que Pa-
lerm dirigía en esa institución
Anónima s. f. k

se discutían los Grundisse de


Marx para dirimir el evolucio-
Fig. 12. Ángel Palerm Vich nismo unilineal que él le atribuía
en contraposición al evolucionismo multilineal.30 Él
emprendió —en las páginas de la revista Comuni-
dad— la defensa del modo de producción asiático
según cómo él interpretaba a Marx y Wittfogel.31 Sin
decirlo, su alegato respondía a las críticas marxis-
tas hechas a Wittfogel por su idea del despotismo
oriental usada para desacreditar a la Unión Soviéti-
ca; entre otras de dichas críticas las de Roger Barta,
quien calificó de marxismo antimarxista al célebre
libro Oriental despotism, a comparative study of to-
tal power de Wittfogel.32
En ese entonces, aún se conseguían en la enah
ejemplares del folleto Desarrollo del subdesarrollo
del economista marxista André Gunder Frank —pu-
blicado por la Sociedad de Alumnos en 1969—. 33
Gunder Frank había sido el autor de la teoría de la
dependencia, la cual fue aplicada en análisis de las
economías latinoamericanas. Aguirre Beltrán, en una
réplica a un artículo de Marcela Lagarde en 1975,
le atribuiría a ella, a Cazés y a Bonfil una afiliación
a la corriente de este conocido autor cuyo “marxis-
46
mo polémico y agresivo produjo honda huella entre
colegas y discípulos”. Según agregó, “Andrés [sic]
Gunder Frank es, cuando menos para un corro de
jóvenes maestros y estudiantes de la Escuela Nacional
de Antropología, el teórico más destacado entre quie-
nes participan en la posición expuesta por Lagarde”.34
En 1970 y los años subsecuentes, la cuestión
de la relación entre el marxismo y la antropología fue
un tema recurrente. En francés, apareció el pequeño
librito Marxisme et anthropologie de Tony Andrea-
ti, publicado en español en 1974. Éste, orientado
más hacia la psicología, tocó algunos aspectos co-
munes con la antropología.35 En México, el tema se
entendería más propiamente antropológico en todas
sus disciplinas. De hecho, la teoría marxista permitió
avizorar la posibilidad de generar más teoría en la an-
tropología mexicana, algo que escaseaba.
El marxismo se había ido expandiendo desde
los años cincuenta en varios niveles de la sociedad
mediante grupos de estudio, células obreras, perió-
dicos de izquierda, periódicos murales, etcétera.
La fuerte influencia del marxismo en todas las
ramas de las ciencias sociales y el estudiantado fue
tal que las librerías abrieron secciones “rojas” para
atender la clientela ávida de las obras de Marx,
Engels, Lenin, Luxemburgo, Gramsci, Trotsky, Mao-
Zedong, Che Guevara y autores de estudios marxistas
contemporáneos que abordaban una amplia gama
de temas.
En esos años, era fácil adquirir a precio muy
bajo los libros de teoría marxista leninista de la editorial
soviética Progreso, responsable de magníficas ediciones,
47
buena traducción al español y, con frecuencia, pasta
dura. Cabe mencionar que llegaba a México la revista
China reconstruye —impresa en Pekín— y profusa
literatura de la República Popular China, incluyendo,
por supuesto, los celebérrimos “libros rojos” de Mao
Zedong. En menor medida, circularon las ediciones en
lengua extranjeras de textos vietnamitas. Esto aparte
de lo que las editoriales comerciales españolas, ar-
gentinas y mexicanas publicaban obras de autores
marxistas, desde las Ediciones de Cultura Popular de
la editorial del Partido Comunista Mexicano, Gri-
jalbo, Siglo Veintiuno Editores, Ediciones Era, Juan
Pablos Editor y otras. Sin duda, una abrumadora
inundación de marxismo para las masas estudiantiles
e intelectuales y para las agrupaciones políticas de
la izquierda militante en el campo y en las ciudades.
La intelectualidad afiliada al echeverrismo se enfren-
tó a un reto muy grande para contrarrestar ese alud
que depredaba el pensamiento conservador hasta
reducirlo a su mínima expresión, lo que dificulta-
ba hacer creíble la llamada “apertura democrática”
del gobierno y favorecía la crítica a la postura de las
nuevas administraciones en las instituciones antro-
pológicas. De hecho, la contraofensiva antimarxista
de dicha intelectualidad sólo se desarrolló entre
la élite académica, sin llegar a las amplias capas pro-
fundas del estudiantado y a la masa militante de la
izquierda ideológica y política.
En la antropología, el marxismo repercutió
—entre otros ámbitos— en el estudio de las socieda-
des antiguas, en la caracterización de los modos de
producción y en el análisis de clase. Esto último inte-
48
resó, entre otros, a los antropólogos y estudiosos de
la cuestión agraria y del campesinado. Consecuen-
temente, para el marxismo antropológico, el objeto
de análisis dejó de ser “el indígena” y pasó a serlo la
sociedad en su conjunto dividida en clases sociales.
En cuanto a su interés histórico, buscó periodificar
la historia a partir de la teoría de los modos de
producción, puesto que el devenir histórico esta-
ba determinado por causas económicas y sociales.
Para esta corriente, el carácter científico de la ciencia
antropológica se obtenía si era anticolonialista, an-
timperialista y desligada de las clases dominantes.36
A la inquietud por el enfoque clasista respon-
dió el Comité de Lucha de la enah publicando el
folleto El concepto de clases sociales de Theotonio
dos Santos,37 aparte de mimeografiar estudios mar-
xistas como La ideología alemana y las tesis sobre
Feuerbach de Lucien Goldman.38
El 30 de octubre de ese año, un Comité Prepa-
ratorio de las Prácticas de Campo en la enah firmó
un documento que, mimeografiado, se repartió para
discutir asuntos de organización interna de las men-
cionadas prácticas. En estos años, el tema tan caro a
los antropólogos: el trabajo de campo, ocupó muchas
horas de discusión en varios centros antropológicos.
Al respecto se discutió acerca del sentido de éste y
de cómo debía llevarse a cabo. Uno de los aspectos
que preocupó fue el de la reciprocidad con las perso-
nas que ayudaban al antropólogo como informantes
o brindando colaboración de índole heterogénea.
Para el Comité había que abordar, como parte de la
crítica, un aspecto descuidado:
49
Anónima l

Fig. 13. De izquierda a derecha: Gonzalo Aguirre Beltrán,


director del Instituto Indigenista Interamericano; Alfonso Caso y
Andrade, director del Instituto Nacional Indigenista; y Gustavo
Díaz Ordaz, presidente de la república, en los años sesenta del
siglo xx
[…] nuestra actitud individual, personal,
frente a la práctica [de campo]. Si bien vamos a to-
mar una actitud crítica y nueva frente al problema
de la práctica de campo, debemos —[según] cree-
mos— empezar por adoptar esta misma actitud
crítica con nosotros mismos: eliminar críticamen-
te los vicios tradicionales en los que incurre el
investigador social y otros no tan tradicionales:
el paternalismo exacerbado, el engreimiento que
implica una conducta, los hábitos y hasta el modo
de vestirse y, por último, la pretendida conducta
“objetiva” que casi siempre lo vuelve indiferente
ante los problemas materiales y cotidianos y las
relaciones humanas de la comunidad. El fin de
la práctica de campo no es solamente aportar a la
ciencia, no es solamente servir a la ciencia, sino
también servir y aportar a la comunidad, servir al
pueblo.39
50
Poco después, Aguirre
Beltrán despidió en una nota
necrológica a Alfonso Caso,
controlador cultural y cabeza de
un indigenismo ya ineficiente,
quien murió a los 74 años de edad
el 30 de noviembre de 1970, jus-

Anónima m
to en el parteaguas histórico.40
Apenas un par de semanas antes
de morir, cuando fue entrevistado
en la radio por Demetrio Sodi, Fig. 14. Alfonso Caso
y Andrade
declaró refiriéndose a una perso-
na que lo había criticado: “[…] un señor que dijo
que ¿cuándo nos cansaríamos de medir indios? […]
Los gusanos —añadió Caso— confunden siempre to-
das las cosas, es una característica de ellos; perdón,
no les vuelvo a llamar gusanos… los vamos a llamar
los “críticos antropólogos”. La alusión era evidente,
pero por si quedaban dudas, Sodi le preguntó a Caso
—al final de la entrevista— si deseaba agregar algo
concerniente a la actitud de la “más reciente gene-
ración de antropólogos ante el problema indígena”,
autores del libro De eso que llaman antropología
mexicana, a lo que Caso respondió con estas pala-
bras sin provecho alguno:

Pues nada más, por lo que yo he leído,


escriben muy mal; casi no se les entiende el espa-
ñol que escriben, yo los llamaría casi el español
de los pepenadores, a tal punto me parece malo;
bueno, pues podríamos llamarlos “antropólogos
pepenadores”. Nada más que fíjese usted en una
51
cosa, los pepenadores son gente útil porque reco-
gen basura, y éstos son gente que esparce basura,
que produce [basura].41

Con la desaparición de Caso, sostén de la an-


tropología burocratizada, los cuadros de la misma
experimentaron una doble crisis, al principio no del
todo percibida por éstos. Por un lado, el ocaso de su
firme apoyo político y por otro la ya inevitable con-
sumación de una quiebra política de la antropología
mexicana. Aguirre Beltrán tomó el relevo y fungió
como albacea de la herencia de Caso y como líder
operador de la transición entre el antiguo régimen
y la renovación transicional de la antropología me-
xicana. Queda por dilucidar la naturaleza de dicha
transición tenida lugar en los años setenta.
Por aquel entonces, cuando todo era critica-
do por los activistas estudiantiles, rarísima vez éstos
llegaban a proponer enfoques, planes y procedimien-
tos para hacer realidad el tipo de antropología que
pregonaban. Incluso, el activismo de izquierda radi-
cal en la enah ni siquiera llegaba a caracterizar esa
antropología diferente que exigía poner en práctica,
tal vez porque sólo la imaginaba de modo abstracto
sin concebir un proyecto antropológico concreto. De
hecho, otras de las antropologías alternativas que
se abrieron camino provinieron de sectores renova-
dores alejados de la izquierda radical y, en ocasiones,
contrarios a ésta. En cambio, a diferencia del esté-
ril radicalismo, los antropólogos profesionales de
la intelectualidad marxista sí lograron llevar a cabo
proyectos colectivos de investigación.
52
En el último mes del año, a Palerm le publi-
caron un escrito en donde trataba la situación social
en México y se refería sin rubor alguno y con op-
timismo a los discursos del candidato presidencial
del partido en el poder —el pri— y al panorama
que, según presumía, se abría con él.42 Artículo bien
calculado para coincidir con Echeverría tomando
posesión de la presidencia de la república el 1.º de
diciembre, Palerm —muy lejos ya de su pasado anar-
cosindicalista— tomaba con ese texto una nítida
posición política apoyando a Echeverría en términos
complacientes.
A punto de terminar el año, el 29 de diciem-
bre, se publicó en el Diario oficial de la Federación el
decreto de creación del Consejo Nacional de Ciencia
y Tecnología (conacyt). Esta institución influiría de
modo determinante en el desarrollo del trabajo cien-
tífico ejerciendo presión para implantar modelos de
organización, de evaluación, de edición de revistas y
de subvención.

Segundo torneo
1971
S
Ya con Luis Echeverría en el poder, Aguirre Beltrán
se hizo cargo de la elaboración ideológica del
indigenismo echeverrista que daba fundamento a la
moderna política de integración nacional. Ese proyecto
se allanaría luego de la brutal y sangrienta represión
de una manifestación estudiantil el 10 de junio de
53
1971, cuando se desplazó a los llamados emisarios
del pasado diazordacista, contra el cual se habían
pronunciado los antropólogos críticos.
En enero, tuvo lugar en Bridgetown, Barba-
dos, el simposio Fricción Interétnica en América del
Sur No Andina, patrocinada por el Programa para
Combatir el Racismo del Consejo Mundial de Igle-
sias —bajo el auspicio de las universidades de Berna
(Suiza) y de las Indias Occidentales (Barbados)— con
antropólogos interesados en denunciar el etnocidio
de pueblos tribales en las áreas selváticas de Suda-
mérica. Algunos asistentes emitieron la “Declaración
por la Liberación del Indígena” respecto de la respon-
sabilidad del Estado, las misiones religiosas y la
antropología; y del “indígena” como protagonista de
su propio destino. El texto, considerado por Agui-
rre Beltrán un ataque al indigenismo, lo firmaron
Darcy Ribeiro, Scott Robinson, Stefano Varese,
Guillermo Bonfil y otros.43 El documento —cono-
cido como la Declaración de Barbados— fue muy
difundido y causó numerosos debates.
En otro extremo de la palestra, el ascenso
de posiciones marxistas tenía lugar. La enah era
centro importante, acaso el más preponderante,
pero no el único, donde las corrientes marxistas eran
incontenibles. Muestra de ese fenómeno fue la serie de
ediciones mimeográficas de la Sociedad de Alumnos
que imprimía textos de análisis marxista. El número
21, impreso el 25 de enero de 1971, reprodujo un
texto de Lucien Goldmann acerca de La ideología
alemana y las Tesis sobre Feuerbach.44 Hay que decir
que la discusión teórica tenía lugar predominante en
54
las aulas y en las células de estudio y de activismo
político.
Por su parte, el nuevo gobierno mexicano
estableció su política. Desde su campaña presiden-
cial, Echeverría declaró que el Plan Huicot era un
programa ágil y realista —que pondría en marcha su
gobierno— para levantar infraestructura económica
y social en las regiones cora, huichol y tepehuana, con
la intención de convertir a sus pobladores en factores
productivos, bajo la conducción de Salomón Nah-
mad Sitton.45 Bajo esa tónica, a principios de 1970,
Mercedes Olivera fue nombrada por Aguirre Beltrán
coordinadora de la Escuela de Desarrollo Regional
del ini en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, de
corta vida, para dar capacitación teórica y práctica a
pasantes de antropología y sociología de la Universi-
dad Iberoamericana, la Universidad Veracruzana y la
Universidad de Yucatán y de varios países latinoame-
ricanos, para que se hicieran cargo de la promoción
de áreas “indígenas” que llevaría a cabo el ini. Su
objetivo fundamental era capacitar especialistas en
ciencias sociales capaces de llevar a cabo activida-
des prácticas encaminadas al desarrollo económico
y social.46
Entre tanto, la Imprenta de la Universidad
Iberoamericana terminó de imprimir en el mes de enero
Santa Fe, presencia etnológica de un pueblo-hospital
del antropólogo jesuita Alfonso Gortaire Iturralde,
una acuciosa etnografía de un pueblo purépecha de
la región lacustre de Pátzcuaro, presentada como
tesis de maestría en antropología. La investiga-
ción llevada a cabo con una gran entrega del autor
55
quien, como suele ocurrirle a los antropólogos,
terminó sintiéndose emocionalmente identificado
con la población. Él se percató de que sus datos
locales, aun cuando estaban enmarcados en el todo
comunitario, cobraron sentido al relacionarlos con
el conjunto regional; aun más, un paso más adelante
lo dio al darle profundidad histórica y revelando
una perspectiva inusitada del presente. A la vez,
Gortaire rechazaba que la visión de los purépechas
fuera una visión de los vencidos, pues ellos, aparte de
ver su cultura como un elemento de supervivencia,
la veían como elemento para conquistar el lla-
mado mundo “occidental”; por tal razón, eran
supervivientes pero igualmente conquistadores.47 La
obra, pese a su interés, tuvo entonces una circulación
muy restringida en el medio antropológico mexicano
y casi ninguna repercusión en éste. Más bien, reflejó
cierta silenciosa corriente de compromiso social
probablemente cercana a la llamada teología de la
liberación. La obra sí tuvo divulgación importante
en medios religiosos valiéndole —años después—
su publicación en Ecuador y una reedición en
Michoacán y, para mayor satisfacción de su autor,
fue adoptada por los habitantes de Santa Fe de La
Laguna.
Aguirre Beltrán salda en febrero su deuda con
Caso disponiendo una compilación de sus artículos
indigenistas, escribiendo un prólogo apologético
y, en cierto modo, exculpándolo de las críticas
que recibió por sus posiciones. Para cumplir con ese
propósito, procuró describir sus aportaciones teóricas
y las iniciativas positivas que llevó a cabo.48
56
Mientras tanto, Arturo
Warman, quien ya tenía varios
años de haber dejado definiti-
vamente atrás su trayectoria de
folclorista, escribía en la Uni-
versidad Iberoamericana (uia)
artículos referidos a la socie-
dad campesina inspirándose en

Anónima n
los planteamientos de Eric Wolf
plasmados en su memorable
ArturoWarman Gryj
obra Los campesinos, publicada
en 1968 en inglés y traducida al español en 1971.49
Esa traducción fue muy leída en México, donde el
campesinado emergía como protagonista de los estu-
dios antropológicos y donde tenía lugar una polémica
en torno a su caracterización, su papel político, su
posible desaparición y su futuro en el contexto na-
cional, polémica en la cual Warman fue un destacado
protagonista.
Ya sin el furor antimperialista de los años cin-
cuenta y sesenta, seguía tocándose de vez en cuando
el tema del uso de la antropología por agencias es-
tadounidenses en el espionaje, el colaboracionismo,
la manipulación y la contrainsurgencia, y el de la in-
filtración de iglesias protestantes. Respondiendo a
esa inquietud, Palerm —en la uia— editó y redactó
la presentación de una denuncia de Wolf y Joseph
Jörgensen referida a la utilización de antropólogos
en la guerra imperialista en Tailandia.50
En marzo, se terminó de reimprimir el
prestigioso libro Regiones de refugio de Aguirre
Beltrán, una verdadera plataforma teórica de la
57
acción indigenista que, desde 1967 cuando apareció
por vez primera, ejerció una gran influencia en la
antropología mexicana y tuvo repercusiones en
otros países de la América meridional. Gracias a los
importantes puestos que ejerció durante el sexenio
echeverrista, el autor difundió su obra profusamente
en esos años.
En abril, Aguirre Beltrán informó los cambios
administrativos para resolver los “problemas de la
convivencia con el indio”. Ese año, él fue llamado
de nuevo “el antropólogo de la Revolución”, títu-
lo que ya se lo había conferido Isidro Castillo en
1968, por su apego a los principios de la llamada
Revolución Mexicana y por su empeño en la integ-
ración nacional.51 Echeverría lo consideraba una de
las autoridades intelectuales y morales más gran-
des de América. Por otra parte, Aguirre Beltrán fue
sustituido como director del Instituto Indigenista In-
teramericano en ese mismo mes por el antropólogo e
historiador ecuatoriano Gonzalo Rubio Orbe.52
En mayo, en una obra publicada por el Partido
Comunista Mexicano (pcm), el soviético Zubritsky
rechazaba la definición de “indio” de Alfonso Caso,
como quien vive y es miembro de una comunidad.
Con ese enfoque, escribió, se negaba que fuera posi-
ble la formación de un proletariado, una burguesía
y una intelectualidad indígena. Para él, la población
“india” era un pueblo oprimido y su problema era la
tierra. Lamentaba que sólo se viera como solución su
asimilación a la nación, en vez de promover el desar-
rollo de sus lenguas y culturas como condición para
acercar a los pueblos de México.53
58
En esas mismas fechas, Rodolfo Stavehagen leyó
una ponencia en la 13.ª reunión de la estadounidense
The Society of Applied Anthropology, en la cual
criticó la liga de la ciencia social con el capitalismo
y el imperialismo. Él puso en duda la tendencia de
los estudios de comunidad y manifestó ser parti-
dario de la participación de los investigados en la
investigación. Asimismo, sugirió estudiar a las elites
sociales y se declaró a favor de investigadores mili-
tantes que conjugaran la acción con la investigación,
promovieran el conocimiento con nuevos modelos
de interpretación y contribuyeran al cambio.54
Ese mismo mes de mayo, terminó de impri-
mirse Los indios en las clases sociales de México de
Ricardo Pozas e Isabel Horcasitas, reproducido en
Cuba este mismo año por la Casa de las Américas. El
libro era un análisis marxista algo esquemático de la
población “india” participante del desarrollo nacio-
nal, en el cual los autores sostuvieron que:

Los indios son indios no sólo porque hablan


lengua indígena y se visten y alimentan a la manera
de sus antepasados, porque han conservado los
remanentes del modo de producción prehispánico
que se manifiesta en sus técnicas agrícolas y en sus
relaciones de cooperación y ayuda mutua, o por
el único hecho de refugiarse en sus comunidades
tradicionales. Fundamentalmente, la calidad de
indio la da el hecho de que el sujeto así denominado
es el hombre de más fácil explotación económica
dentro del sistema; lo demás, aunque también
distintivo y retador, es secundario.55
59
La obra de Horcasitas y Arciniega tuvo el
mérito de encuadrar la cuestión de los pueblos ori-
ginales en el contexto de la estructura de las clases
sociales —y la lucha entre ellas, agregaríamos— algo
eludido por la antropología cobijada bajo el echeve-
rrismo. Punto fundamental que el lector debe tener
presente. De esa obra, Bonfil criticó su concepción
de los modos de vida “indios” como remanente y
el énfasis en los efectos integradores del sector do-
minante sobre la población “india” olvidando las
contradicciones del sistema y las respuestas de
los pueblos “indios”.56 Al año siguiente, en Cuba,
Leonardo Acosta consideró este libro inscrito en las
tendencias más progresistas, pues su análisis partía
de la explotación de las etnias marginadas. Con
todo, objetaba que los autores redujeran al indio a la
sola categoría de explotado y que plantearan como
positiva y necesaria su proletarización e integración
y la pérdida de su mundo cultural. Acosta agregó
un comentario relativo al libro de Robert Jaulin, para
contrastarlo con el de Pozas y Horcasita, tras lo cual
terminó afirmando que “ha llegado el momento en
que la etnología no puede ser ya un instrumento
neocolonialista más”.57 Tiempo después, César
Huerta Ríos le criticaría a Pozas que le diera a
las relaciones de parentesco mayor relevancia que
a las relaciones de producción, cuando se refería a
la organización social de la antigüedad. Eso, afirmó,
escamoteaba el problema de las diferencias entre
ambas.58
El 10 de junio, un contingente de estudian-
tes de la enah se incorporó a la marcha estudiantil
60
antigubernamental en apoyo de los estudiantes de
Monterrey de la Universidad Autónoma de Nuevo
León, cuya autonomía había sido prácticamente
anulada. La marcha, que partió del Casco de Santo
Tomás en la Ciudad de México, al llegar a un costa-
do de la Escuela Normal fue masivamente atacada
por la agrupación paramilitar Los halcones, capa-
citados en el manejo ofensivo de garrochas, bajo
resguardo de granaderos —unidad policiaca antidis-
turbios— y reforzados con francotiradores vestidos
de civil. En esa ocasión, resultó asesinado Josué
Moreno, un estudiante de la enah militante de una
célula anarquista, quien fue sepultado al día siguien-
te acompañado de algunos estudiantes, camaradas y
profesores. Entre estos últimos, los antropólogos
Johanna Faulhaber y Wigberto Jiménez Moreno.
Aunque un acto represivo tan bien planeado y
con tan amplia cobertura era imposible que se llevara
a cabo sin, al menos, la anuencia del presidente Eche-
verría — un experto en vigilancia, control político y
manejo de los sótanos oscuros del sistema— él salió
al paso haciendo caer a Alfonso Martínez Domínguez
que estuvo involucrado en los hechos. Después de
todo, el contingente de Los halcones estaba adscrito
al Departamento del Distrito Federal que tenía enco-
mendado Martínez Domínguez. Él era un incoercible
político de estirpe diazordacista y regente del Dis-
trito Federal a quien Echeverría le quería nulificar
su amplio margen de poder político y de control
policiaco y paramilitar. La maniobra de Echeverría
y sus declaraciones, pese a que nadie creía en ellas,
permitieron ir creando el ambiente propicio para la
61
asimilación de los intelectuales progresistas, quie-
nes de este modo pudieron disimular los hechos y
los antecedentes represivos del presidente aduciendo
que él rectificaba la conducta diazordacista, dejaba
atrás el pasado autoritario —incluso sanguinario—
e iniciaba la democracia. Trataron de pregonar tales
falacias intentando, al mismo tiempo, salvaguardar
su prestigio y ponerse a salvo de la izquierda polí-
tica.
Es cierto que, a partir de entonces, la
academia y la investigación científica se expandieron
y disfrutaron de algunos privilegios aprovechando
la intención política echeverrista de recuperar una
porción importante de la intelectualidad. El gobierno
siempre había procurado mantener cercano a un
conjunto de intelectuales para aminorar la guerra
ideológica en su contra, pero en el gobierno de Díaz
Ordaz se había reducido considerablemente y sus
críticos habían aumentado.
Entretanto, una Comisión de Reestructuración de
Planes de Estudio, integrada por estudiantes de la enah
cuyos nombres ignoramos, difundió un documento
mimeografiado el 12 de julio en el cual sostuvo que
la antropología era producto del colonialismo para
atenuar, mediante el cambio cultural, las situaciones
sociales explosivas. Para lograrlo, afirmaba, un sus-
tento teórico idealista alimentaba a la antro- pología.
En México, ésta había surgido para incorporar
al “indígena” a la cultura nacional, usar el folclor,
desenterrar piedras y descubrir “el glorioso pasado”.
Juzgaba que la enah estaba formando folcloristas,
etnógrafos de rescate, “arqueógrafos”, descubridores
62
Anónima o

Fig. 16. Margarita Nolasco Arma


de maravillas turísticas, “huesómetros” y trabajado-
res sociales.59
Pese a que los estudios culturalistas habían
sido despreciados por los sectores radicales en la
enah, su Comité de Lucha incluyó en sus ediciones
mimeográficas un relevante texto de Kowalewsky,
relativo al papel que jugaba la guerra revolucionaria
en el desarrollo de la cultura.60
En septiembre, en una histórica sesión ex-
traordinaria del Consejo del ini —presidida por el
presidente Echeverría— se esbozó la nueva política
indigenista marcando un parteaguas entre la anacró-
nica y la moderna más acorde con la realidad nacional
y los nuevos proyectos políticos. Estuvieron presen-
tes algunos de los funcionarios más importantes del
gobierno, varios antropólogos, el periodista Fernan-
do Benítez y otras figuras destacadas como Salomón
Nahmad Sitton, el rector de la unam Pablo González
Casanova y el escritor Juan Rulfo. Los antropólog-
os que tomaron la palabra fueron Gonzalo Aguirre
Beltrán, Agustín Romano, Margarita Nolasco y Ale-
jandro Marroquín. Las intervenciones se publicaron
63
con el título ¿Ha fracasado el
indigenismo?, junto con los edi-
toriales y los artículos referidos
a dicha sesión aparecidos en la
prensa, entre ellos uno de Gas-
tón García Cantú.61
Sin la menor duda, el
mayor debate tenido en esos

Anónima p
años fue el que puso en la
picota al indigenismo oficial.
Arriba quedó dicho que éste fue AlfonsoVilla Rojas
actualizado para responder mejor a las apremiantes
necesidades de los pueblos originales y para que
modernizara el proyecto gubernamental. Tal empeño
despertó el entusiasmo de Villa Rojas que percibió
un resurgimiento del indigenismo mexicano: “[…]
como sé, la palabra del señor presidente [Echeverría]
ha sido empeñada a favor de una política indigenista
más intensa y dinámica: queda ahora en manos
de los funcionarios responsables hacer que esa
política se convierta en realidad”.62 Villa Rojas,
quien había rebatido duramente a los autores críticos
y había pasado a colaborar con Aguirre Beltrán en
el ini, manifestó su contento sin darse cuenta que el
indigenismo ya no era ni podía ser el mismo como
el que él había protagonizado. Con todo, el debate
continuó en ese año y los subsecuentes.
El ambiente polémico envolvió a la arqueología
el mes de octubre. El arqueólogo José Luis Lorenzo
salió al paso de la acusación de que los antropólogos
eran “un puro cuento”, crípticos y reacios a
comunicar sus conocimientos. Hizo referencia a los
64
estudios prehistóricos que se hacían en la penuria
que implicaba competir con la arqueología turística
dedicada a “construir” pirámides.63 El historiador
Francisco de la Maza y de la Cuadra replicó
reprochando la tardía denuncia y llamando a los
antropólogos a responder la pregunta acerca de lo que
él consideraba el máximo problema antropológico
de México: si era o no una nación de mestizos.64 Una
pregunta pertinente, pero excesivamente simplista y
mal formulada, aunque pertinente relevante y difícil
de responder. La cuestión quedó en el aire, Lorenzo
guardó silencio y nadie más intentó darle respuesta.
Ahora que, en arqueología, como en las otras
disciplinas antropológicas, sin manifiestos ni declara-
ciones de por medio, se emprendieron investigaciones
que tenían fines exclusivamente científicos. Éstas ca-
recían de implicaciones políticas explícitas, pero
desarrollaban proyectos que se salían del tipo oficial
establecido y, de hecho, resultaban —dado el rigor
con el cual se llevaban a cabo— una silenciosa e indi-
recta crítica a los estudios rutinarios de baja calidad.
Al emprenderse al margen de la escuela arqueoló-
gica dominante dedicada a la exploración, limpieza
y puesta a la vista de antiguos centros ceremoniales
preparados para visitas turísticas, la investigación que
afrontaba problemas científicos propiamente dichos
resultaba discordante. Sin embargo, en una época
tan politizada pasaba inadvertida su labor construc-
tiva. Un ejemplo fue la investigación —ini-ciada en
1969— de la arqueóloga francesa Christine Nieder-
berger integrada temporalmente en el Departamento
de Prehistoria del inah donde fue cobijada por su
65
jefe José Luis Lorenzo. Ella emprendió excavaciones
en un antiguo depósito arqueológico en la zona la-
custre de la Cuenca de México que dio por resultado
su libro Zohapilco, cinco milenios de ocupación hu-
mana en un sitio lacustre de la Cuenca de México.65
Otra arqueóloga, Paula Krotser, en el Anuario
antropológico de la Escuela de Antropología de la
Universidad Veracruzana, dio a conocer en español
un artículo del arqueólogo estadounidense Paul S.
Martin, miembro de la corriente que propugnaba un
nuevo paradigma para modificar los procedimientos
científicos de la arqueología.66 Por cierto, en el
mismo número, Marcela Olavarrieta hizo una
crítica de la corriente estadounidense de la cognitive
anthropology llamada también etnografía formal o
etnociencia.67
En noviembre, Aguirre Beltrán esbozó el
ambicioso plan gubernamental en los campos
que eran de su responsabilidad: alfabetización,
educación urbana, misiones culturales, aulas rurales
móviles, acción indigenista, labor editorial, arte
popular, control del coleccionismo, prevención del
saqueo arqueológico, investigación antropológica,
exposiciones, museos rodantes y regionales y obras
de restauración.68
Scott S. Robinson, profesor de la uia,
escribió acerca del etnocidio en Ecuador.69 Este
tipo de denuncias caían mal entre las autoridades
indigenistas mexicanas, quienes las refutaban.
En pleno auge de la distribución de volantes
estudiantiles en la enah, impresos en papel “revoluci-
ón” —uno de los más corrientes de aquella época—,
66
con textos de la más variada índole, se elaboraron
periódicos mimeografiados de vida efímera. Uno de
ellos, El irigote chafa, circulaba para agitar, para expo-
ner los asuntos prácticos de la vida escolar cotidiana
y para discutir temas políticos, y aún incluir poesías y
textos literarios cortos. En su segundo número, hizo
alusión a lo ocurrido en el tiempo transcurrido desde
lo que llamó “la fuga de los [Siete] Magníficos”.70
En diciembre, un Círculo de Estudiantes pro-
puso un programa para democratizar la enah, el cual
incluía la participación en una alianza obrera, cam-
pesina y estudiantil, estableciendo una Comisión de
Alianza Obrero-Campesino-Estudiantil para vincu-
larse con el movimiento popular y su programa de
vanguardia.71 Si esa alianza fue llevada a cabo quedó
en el más absoluto olvido, pues ningún testimonio
escrito fue distribuido.
Mercedes Olivera, miembro del grupo de
“los antropólogos críticos” —acaso la más radical—
escribió un breve panorama de las condiciones
sociales y económicas de los pueblos autóctonos del
norte de Oaxaca. Al final de su artículo, afirmaba
que los programas “desarrollistas” en la región
respondían a las características y a las necesidades del
sistema capitalista, con lo cual se lograban avances
positivos, pero no afectaban las relaciones sociales
imperantes:

Lo anterior no implica que debemos opo-


nernos al trabajo indigenista sino que, por un
lado, estemos conscientes de sus alcances actuales
considerándolo en última instancia como parte
67
—aunque sea benéfica— del sistema de gobierno
actual y de las estructuras en el poder, por lo cual
no puede oponerse a sus intereses ni superar todas
sus limitaciones; y por el otro, que debemos pugnar
porque su acción se torne verdaderamente efectiva
tanto con análisis objetivo y real de la situación
indígena como al luchar porque la acción indige-
nista englobe, además, una concientización de
la necesidad absoluta de un cambio efectivo en las
relaciones socioeconómicas que ahora inmovili-
zan a los indígenas en su situación de “indios”.72

Es de llamar la atención el hecho que este


tipo de pronunciamientos se publicaran en el inah
sin sufrir censura alguna, pese a que el arqueólogo
conservador Ignacio Bernal era su director.

Tercer torneo
1972
S
Una cuestión cara en la época fue la del llamado “tra-
bajo de campo”. Muy poco, casi nada, se puso por
escrito acerca de este asunto, pero mucho se habló y
se discutió lo concerniente a éste. En los albores del
año, en la enah, la estudiantil Comisión de Prácticas
de Campo recibió unas proposiciones de la maestra
Luisa Paré para su organización. Ella consideraba que
la práctica de campo, al mismo tiempo que era par-
te metodológica del aprendizaje y que contribuía
a la formación y a la experiencia individual del
68
estudiante, debía aportar contenido a
un programa general de investigacio-
nes. Tal programa debía basarse en
las necesidades del país con un marco
teórico totalizador que las reuniera.
Con tal programa, las prácticas
dejarían de concebirse sólo como
Anónima q

recorridos, sino más bien como fase


Françoise Louise Paré de “generación de información” en
Ouellet Marie, mejor
conocida como Luisa
el proceso de la investigación. Con
Paré tal concepto sustituía el de “obtenci-
ón de datos”, propio de la que ella
llamaba “antropología manipuladora”. La participa-
ción de la gente estudiada era un punto importante
de su orientación:

[…] el investigador no tiene derecho a


imponer al investigado un tema de estudio que
solamente satisface sus gustos intelectuales,
mas no las necesidades objetivas del grupo
estudiado… Cuando nos planteamos la necesidad
y la obligación de estudiar lo que le importa a la
gente, esto parecería excluir la tarea de realizar un
diseño previo de investigación. Sin embargo, no
es así, porque en la medida en que el investigador
entiende la realidad nacional en su problemática
actual y [en] su desarrollo histórico, podrá orientar
la introspección colectiva de los problemas de la
comunidad para que ésta los jerarquice.73

Según Paré, el estudio de la sociedad debía ser


una necesidad del pueblo para comprenderse y autode-
69
terminarse.74 El tema sería reiteradamente retomado en
varios ámbitos. Ese mismo año, un documento anón-
imo y sin título sostenía la necesidad que el pueblo
participe en el proceso de la investigación etnológica:

Es obligación del investigador compartir


con el objeto de estudio el interés y la necesidad
del análisis de la realidad, de la reflexión sobre
sí mismo, de la comprensión de su desarrollo
histórico. Una vez sentida esta necesidad por
ambas partes, es preciso crear los instrumentos y
los canales de participación en este proceso.75

Al parecer, la mayoría de las veces la discusión


desembocaba en llamados tan vagos como éste y pocas
veces en proposiciones prácticas de cómo llevar a
cabo la participación popular en la investigación
antropológica. Se supo de varios intentos de algunos
grupos de estudiantes en sus prácticas de campo, pero
rarísima vez se difundió por escrito sus experiencias
y, al parecer, nunca se relató algún intento de
incorporar en una investigación a las personas
donde se haya llevado a cabo un trabajo de campo.
En el ínterin, otros estudiosos realizaban in-
vestigaciones que ponían en práctica enfoques
que rebasaban lo que la antropología convencional
de la época era incapaz de explicar. En ese 1972,
por ejemplo, apareció en francés un estudio de an-
tropología política y económica marxista en torno a
la sociedad campesina y la lucha de clases, basado
en trabajo de campo en la comunidad totonaca de
Nanacatlán en el estado de Puebla.76
70
En el mes de enero, Ángel Palerm redactó
su “Carta de México”. En ésta, refirió la realidad
política del país y el primer año del gobierno de
Echevarría, a quien veía con una voluntad de cambiar
el estado de las cosas y cuyas predicciones electorales
se venían cumpliendo. Para él, Echeverría se había
comprometido con las mejores fuerzas del país y se
vivía una época de reformas:

[…] el que escribe estas líneas, y


seguramente muchos con él, ha comenzado el año
1972 y el segundo del gobierno de Luis Echeverría,
con un grado de confianza y con unas perspectivas
optimistas que hacía muchos años que no sentía.77

Por entonces, mientras otros miembros de


la corriente crítica se estaban colocando en la ad-
ministración pública, Palerm se había rezagado
permaneciendo en el pequeño departamento de la uia
donde laboraba con una función modesta y sólo ha-
bía logrado que, a partir de julio, el inah patrocinara
un Seminario de Etnohistoria del Valle de México que
coordinó en el Programa de Estudios Básicos en An-
tropología de dicha institución. No sería sino hasta el
siguiente año, cuando obtuvo un puesto satisfactorio,
lo cual propiciaron sus escritos laudatorios.
En aquellos meses, apareció el importante ar-
tículo de Bonfil: “El concepto de indio en América:
una categoría de la situación colonial”, en el cual
sostenía que los pueblos americanos fueron deno-
minados “indios” omitiendo sus particularidades.
Como tal categoría implicaba una relación colonial,
71
propuso su desaparición pero no la de etnia, pues
ésta permitía considerar a dichos pueblos capaces de
retomar en sus manos la conducción de su destino.78
Ya atisbaba el proyecto político que deseaba llevar a
cabo, pero que esos años no pudo poner en práctica.
Bonfil adelantaba lo que varios años después logró
abrirse camino: el rechazo a la denominación de “in-
dio” y la reivindicación de los etnónimos propios de
cada pueblo.
En febrero, tomando el relevo de la adminis-
tración ineficaz que había encabezado el arquitecto
Luis Ortiz Macedo, Guillermo Bonfil Batalla fue
nombrado director del inah donde llevó a cabo una
administración más exitosa en varios sentidos, un
proyecto de consolidación y expansión e hizo rea-
lidad una reivindicación de su generación: realizar
investigación básica de alta calidad, al día de las nuevas
corrientes y atenta a los grandes problemas nacio-
nales. A diferencia de la mediocridad en la que la
conducción del inah había sido sumida, el nuevo di-
rector hizo renacer al Instituto.
A Bonfil, habiendo sido un exactivista polí-
tico miembro del pcm con preocupaciones sociales
e interesado en la situación de los pueblos nativos,
ya le había resultado insatisfactoria su carrera como
investigador universitario y catedrático, pues
quería incorporarse a la acción. Hijo del dirigente
magisterial e importante político Ramón G. Bonfil,
subsecretario de Educación Primaria y Normal de la
sep, deseaba la dirección del ini, pero le dieron la del
inah. Uno podría especular la razón: si obtenía la
dirección del ini con ayuda de la influencia fa-
72
miliar, Aguirre Beltrán hubiera sido reducido a su
cargo en la sep y alejado del indigenismo, al cual
había dedicado su vida. Él difícilmente hubiera cedi-
do la dirección del ini a un opositor al indigenismo
integracionista como Bonfil. Si, como se decía, Agui-
rre había recomendado a Bonfil con Echeverría, hizo
una inteligente jugada de ajedrez: desviar la pretensión
de Bonfil al tiempo que él se allanaba su proyecto y, de
paso, lo incorporaba al régimen nulificándolo como
crítico del mismo.
Bonfil reclutó a varios de “los magníficos” y
a otros antropólogos afines para colaborar con él.
Margarita Nolasco se hizo cargo del Departamento
de Investigaciones Antropológicas y Mercedes
Olivera quedó como brazo derecho del director. Ángel
Palerm, Arturo Warman y Rodolfo Stavenhagen se
hicieron cargo de sendos seminarios de investigación
para promover sus respectivas líneas de trabajo,
en el ya citado Programa de Estudios Básicos en
Antropología que se puso en funcionamiento. A
Enrique Valencia le asignó la importante tarea de
crear centros regionales del inah en varios estados
del país, lo cual logró con la apertura de ocho durante
la administración echeverrista.79
Al incorporarse Bonfil a la administración se
echó encima a la izquierda que lo miró entregado al
presidente Echeverría, considerado un criminal por
sus responsabilidades en represiones sangrientas.
Con todo, esa oposición no le dificultó al antropólogo
llevar adelante sus planes.
En ese año, se acrecentaron las demandas
laborales de los investigadores del inah y tomó
73
auge lo que coloquialmente se llamó “el movimiento
de los pasantes”, que había surgido desde prin-
cipios de 1971 protagonizado por pasantes de
antropología con una situación laboral irregular,
algunos con salario de 900 pesos mensuales, poco
menor del mínimo vigente. El movimiento logró que
la administración del arquitecto Luis Ortiz Macedo
ofreciera pagar 2,500 mensuales, pero nunca lo cum-
plió. El problema llegó a tratarse en la prensa, como
lo hizo Mayo Antonio Sánchez, quien escribió acerca
de dicha situación ante la cual, escribió, se encontró
el nuevo director.80 Bonfil lograría regularizar dicha
situación y logró algo entonces imprevisible: el pago
puntual del salario.
En el mismo mes de febrero apareció la edición
en español de Tzintzuntzan: los campesinos mexica-
nos en un mundo de cambio de George M. Foster
dedicado al proceso de cambio que experimenta-
ban los campesinos aldeanos en dicha comunidad.81
La obra vino a sumarse a los materiales acerca del
campesinado que habían empezado a leerse y discu-
tirse en el medio académico mexicano, el cual estaba
enfrascado en la discusión de la cuestión agraria.
Foster, adoptando el enfoque de la escuela esta-
dounidense abocada a la cultura y la personalidad,
estaba muy alejado tanto de Eric Wolf como de la
corriente marxista que en México fue una de las que
prevalecieron, pero su obra contenía una etnografía
muy rica que rara vez tuvieron los estudios marxis-
tas. Con todo, el libro apareció ya muy tarde como
para tener alguna repercusión en el medio mexica-
no, en el cual sólo fue recibido como una curiosidad
74
histórica, excepto en el campo de la purepechología
mexicana en la cual siguió siendo obra de consulta
obligada por unos cuantos años más. Hay que decir
que, en ese tiempo, el predominio de la antropología
estadounidense en el país declinó, tanto que estuvo
a punto de convertirse en una antropología margi-
nal, hecha a un lado por la europea —en particular
la francesa— y los autores marxistas mexicanos
y extranjeros. De hecho, el predominio y la injeren-
cia estadounidense que se habían alcanzado en los
años cuarenta y cincuenta ya nunca logró recuperar
su influencia en México. Tras pasar los años que nos
ocupan, autores como Clifford Geertz —oriundo de
San Francisco que develó la intención no explícita
de las obras antropológicas— lograrían atraer cre-
ciente interés de los antropólogos mexicanos, pero
ya sin el peso de las instituciones antropológicas de
los Estados Unidos.
En marzo, en la enah, cuando el uso de la
terminología marxista estaba en apogeo, Luis Váz-
quez León —en un informe de una práctica colectiva
de campo entre los kikapoo— dirimió la concep-
ción del trabajo de campo. Él veía en éste la relación
práctica-teoría-práctica según Mao Zedong. Debía
profundizarse la teoría marxista, escribió, superan-
do los estudios culturalistas para atender problemas
sociales, pero sin descuidar lo superestructural.82 El
maoísmo despertó un natural interés entre algunos
antropólogos y en los estudiantes de antropología,
pues era más claramente aplicable a la realidad rural
y campesina mexicana. Ello se constató el 30 de
abril cuando se terminó de imprimir en la enah una
75
edición mimeográfica con textos de Mao referentes a
la investigación en las regiones rurales y al procedi-
miento para identificar en éstas las clases sociales.83
Toda esa difusión correspondía con la discusión acer-
ca de cómo se hacía la revolución en una sociedad
agraria y cuál era el papel en ésta del campesinado.
El día primero de mayo comenzó el Proyecto
Arqueológico Puebla Tlaxcala, asociado con el
Proyecto Puebla-Tlaxcala, un importante y muy
ambicioso programa de investigación científica para
conocer el desarrollo cultural en la antigüedad
de la región poblana tlaxcalteca. Financiado por la
Funda-ción Alemana para la Investigación Cientí-
fica e iniciado en 1962, produjo una gran cantidad
de publicaciones.84 Este proyecto de cooperación
internacional promovido por Paul Kirchhoff, obtuvo
—entre otras cosas— información que facilitó las
inversiones alemanas en esta región, como las de la
empresa Volkswagen.
El 6 de mayo se publicó en el Diario oficial
de la Federación la Ley Federal sobre Monumentos y
Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos (1972),
promovida en buena medida por los antropólogos
del inah. Por muchos años, esta ley, fortaleció el
papel del inah y permitió disponer de mejores bases
legales para defender, principalmente, el patrimonio
arqueológico, aunque a veces sirvió para atender
otros tipos patrimoniales.
Ese mismo mes de mayo, el escritor Carlos
Fuentes, el periodista Fernando Benítez y el antropólo-
go Guillermo Bonfil declararon que, con Echeverría, se
había reanudado la democracia en México. El último
76
declarante afirmó que, según lo que había constata-
do, por

“[…] lo observado en las giras [de


Echeverría], se puede afirmar que el presidente
intenta un contacto directo con el pueblo, conocer
sus problemas y definir así las acciones a realizar
para la resolución de ellos, como lo hizo el general
Cárdenas hace 30 años”.85

Por el resto de su carrera, esa declaración marcó


la imagen que de él conservaron algunos sectores del
gremio y produjo su rompimiento definitivo con la
izquierda. Ello, máxime que estas palabras fueron
dichas cuando estaba fresco el abatimiento en Gue-
rrero del maestro normalista y líder guerrillero
Genaro Vázquez Rojas, el allanamiento policiaco de
la Universidad Autónoma de Sinaloa, las detenciones
y torturas de opositores en Guerrero, Chihuahua,
Monterrey y México, la intervención militar para im-
pedir una marcha campesina de Puebla y Tlaxcala
a la Ciudad de México y el aparatoso despliegue
policiaco en la misma para evitar una manifestación
del Movimiento del Magisterio.86
Por esos días, había empezado a funcionar
la recién fundada Escuela de Desarrollo Regional
en San Cristóbal de Las Casas. Tenía como propó-
sito preparar antropólogos para hacerse cargo de la
promoción de áreas indígenas, la cual se incorpora-
ría al programa del ini. Inició sus actividades con
veinte estudiantes de las escuelas de antropología de
la Universidad Veracruzana, de la Universidad Ibero-
77
americana y de la Universidad de Yucatán y algunos
estudiantes de Centro y Sudamérica. Tiempo despu-
és, se canceló. Entonces se especuló que el cierre se
debió a la orientación izquierdista que su directora
le estaba dando, políticamente inaceptable para las
autoridades indigenistas.
Alejandro D. Marroquín preparó un Balan-
ce del indigenismo en América, en cuyo capítulo
tocante a México hacía una evaluación con unos
señalamientos críticos y otros positivos del indigenis-
mo mexicano considerado vanguardia continental.
Marroquín dictaminó que lo positivo se remitía al
pasado y ahora declinaba por la herrumbre burocrá-
tica.87
A la sazón, la enah había sido llevada a una
vorágine que casi expulsó la antropología en el
contenido de muchos cursos: una dosis exacerbada
de marxismo la estaba sustituyendo. Células de
estudiantes preocupados por eso declaraban:

Consideramos que el marxismo-leninismo


es, en efecto, la teoría revolucionaria de nuestra
época y que la metodología marxista es, sin lugar
a dudas, la más idónea y adecuada para el estudio
de la realidad social y, por ende, debe ser el
fundamento de una antropología revolucionaria
y comprometida […] Nos declaramos partidarios
del estudio de la teoría marxista en confrontación
con otras teorías antropológicas tradicionales,
porque sabemos que así estas últimas devendrán
en una antropología científica […]; de lo contrario,
pronto [en] la Escuela [Nacional de Antropología e
78
Historia] se volverá una tarea clandestina estudiar
antropología […] y se sancionará a quienes
muestren demasiada preocupación por estudiar
los sistemas zuñi de parentesco o el nagualismo
entre los tzotziles.88

En junio, apareció una compilación de


artículos de Palerm y Wolf acerca de los antiguos
sistemas agrícolas mesoamericanos. Ellos seguían la
corriente renovadora en su época de Julian Steward,
quien daba la importancia debida a la vida material
de los pueblos mesoamericanos, algo descuidado por
los estudios tradicionales centrados en la religión
mesoamericana y en el arte antiguo. En estos años
tomó su lugar la antropología económica. La
historia económica ya le llevaba alguna ventaja, pero
logró romper los limitados campos temáticos del
culturalismo y se entregó de lleno al estudio de las
bases materiales de la sociedad. Palerm, sostuvo que
era posible compreender la naturaleza y el desarrollo
de las antiguas sociedades mesoamericanas si en su
estudio se incluía el medio natural, la tecnología —
con la cual se enfrentaron a éste— y la organización
económica, la social y la política.89 Poco después,
salió una antología de Palerm sobre el origen y el
desarrollo de las culturas y las altas civilizaciones
americanas, el evolucionismo y la teoría del modo asiá-
tico de producción. Cabe resaltar que esta temática
tuvo repercusión en la arqueología joven.90
Vale la pena mencionar lo que hubiera sido
mejor decir desde un principio: en la enah se in-
culcaba al menos desde fines de los años sesenta
79
—y probablemente desde mucho antes— que el
antropólogo debía combatir el racismo y la discrimi-
nación lingüística. En la segunda, se recalcaba una y
otra vez que las lenguas originales del país eran eso:
lenguas y no “dialectos”, como despectivamente les
llamaba la prensa y las clases pudientes y medias.
Había sí, variaciones dialectales, como era el caso del
mismo español de México que tenía, por ejemplo,
la del español yucateco y del español capitalino o
“chilango”, entre otras. En la enah se repetía con
énfasis la necesidad de contrarrestar el racismo en ge-
neral y en el propio México. Mérito destacado de tal
empeño lo tuvo Juan Comas, autor del muy conoci-
do libro de bolsillo Unidad y variedad de la especie
humana, texto de divulgación científica para estu-
diantes y para gente sin educación antropológica.91
Añádase que, en los años en los que estamos con-
centrados, se publicaron diez mil ejemplares de su
antología de bolsillo Razas y racismo en la colección
Sep/Setentas, aparecido en agosto de 1972. La obrita
refutaba el uso del concepto “raza” para prefigurar
niveles de “calidad” entre los seres humanos y para
dominar y explotar a las poblaciones de “color” fo-
mentando prejuicios y amparándose en argumentos
falsos. A lo largo de su vida, Comas, español lar-
gamente avecindado en México, luchó contra esa
peligrosa actitud que afectaba el futuro humano, lo
cual inculcó a sus estudiantes y a la totalidad del gre-
mio de antropólogos físicos mexicanos.92
En ese mes de junio, se reanudaron, después de
años, las mesas redondas de la Sociedad Mexicana de
Antropología (sma) que, de hecho, se constituyeron
80
en los mayores congresos de antropólogos mexicanos.
La reunión, que se celebró en la Universidad de las
Américas en Cholula y tuvo como tema principal la
religión en Mesoamérica, tuvo particular importancia,
ya que estimuló la investigación antropológica, la
comunicación entre los antropólogos de sus diferentes
disciplinas y la difusión de sus resultados.93 Un total
de 93 ponencias fueron leídas y se exhibieron cinco
películas etnográficas. En la clausura, la sma
condenó el coleccionismo de piezas arqueológicas y
actividades conexas contrarias a la ética científica.
En esa reunión, los asistentes abandonaron en
masa el auditorio cuando Hugo Nutini Paredes
tomó la palabra para leer su ponencia, como repudio
por su involucramiento en el Proyecto Camelot,
un estudio estadounidense de contrainsurgencia con
financiamiento militar.94 Después de ser expulsado
de Chile, Nutini había trabajado en México bajo el
cobijo del inah y la uia con el aval de Palerm, a pesar
de que el propio Palerm se había referido en febrero de
1971 a la desconfianza que había despertado dicho
proyecto. Incluso, Villa Rojas y Aguirre Beltrán
dieron el visto bueno para que el ini le publicara
un estudio suyo en 1974. Los pasados directores del
inah, Eusebio Dávalos Hurtado e Ignacio Bernal lo
apoyaron administrativamente, pero sorprendió que
lo hiciera Guillermo Bonfil.95
Convocadas por antropólogos de la unam y
del inah, herederos de la tradición antropológica
mexicana, en las mesas redondas de la sma no
participaba la facción del grupo “crítico”. Al menos
Bonfil fue miembro de la sma, pero el bando crítico
81
en general es de presumir que veía a la sma como
representante de una antropología que despreciaba,
con todo y que para entonces esta sociedad ya no era
presidida por Caso y que era patente que antropólogos
de diversas corrientes —la de la izquierda incluida—
presentaban sus ponencias. En sus sesiones, las
discusiones discurrían libremente sin la imposición
de los puntos de vista de Caso o de algún otro jefe. De
hecho, en esos días y en otros ámbitos, la tendencia
“crítica” se esmeraba en construir otra alternativa en
las instituciones y en los medios donde se le había
abierto la posibilidad de emprender proyectos con
enfoques diferentes y sin la supervisión de los jefes
inobjetables de antaño.
Sin bien la supremacía de dichos jefes había
empezado a desmoronarse rápidamente y la discusión
académica se abría con libertad por doquier en el
inah y la unam, la “antropología crítica” prefirió
simplemente encerrarse en sí misma, ignorar al otro
bloque y desarrollarse con sus propios recursos.
Lo hicieron pregonando que eran la vanguardia
que iba abriendo brechas nuevas en el conjunto
de la antropología mexicana, cuando más bien las
abrían sólo dentro de su bloque sin lograr nunca
traspasar el muro tras el cual se fueron refugiando,
con la excepción futura de Warman. En cambio,
Stavenhagen se había salido del gueto gremial
hacía mucho y Bartra lo hizo en esos años, incluso
colaborando ambos como articulistas editoriales en
la prensa nacional.
En este punto del escrito que tiene en sus ma-
nos el lector, ya puede percatarse de los numerosos
82
cambios de bando político, las alianzas y los rompimien-
tos que ocurrían en el gremio antropológico, pero los
mencionados en el anterior párrafo fueron los mayo-
res bandos que entraron en conflicto: el heredero de
la tradición antropológica mexicana y el continuador
de las secuelas de la antropología “crítica”. Ambos im-
plicaban concepciones antropológicas alternativas
y también respondían a intenciones políticas que se
disputaron la voz de autoridad, el control institucio-
nal, los recursos y los privilegios, amén de procurarse
apoyo en distintos sectores políticos.
Por supuesto, hubo otras facciones menores
pero importantes. Las aversiones entre éstas fue-
ron de tal magnitud que cada facción sólo citaba
en sus estudios a los integrantes de sus respectivas
corrientes, con el resultado que cada una termi-
nó encapsulada en su propio mundo. Con todo, en
ocasiones, mientras se sucedía una lucha de poder
entre jefes y sus respectivas huestes, parte de los jó-
venes que integraban los conjuntos laborales y que
no estaban comprometidos en esa lucha o que par-
ticipaban en ella sólo por conveniencia temporal,
solían entablar relaciones personales con miembros
de bloques opuestos cuando compartían algo en co-
mún, por ejemplo, un mismo campo de estudio.
Sería interesante hacer un estudio comparativo
de las investigaciones realizadas por cada bando. De
hecho, en aquellos años debía hablarse más que de la
antropología, de las antropologías en México. Eso es
razón sobrada para aceptar la pertinencia de conocer
las características de cada una, de sus respectivos
proyectos científicos y de los rasgos de su producción
83
intelectual. En particular, una comparación del trabajo
de campo de cada una revelaría parte de su esencia.
En agosto, el director del inah puso en
marcha un proyecto de defensa y rescate del
patrimonio cultural para fomentar la participación
de la población en la salvaguarda de su patrimonio
como un acto de justicia social, el cual pretendía
ensayarlo en el país purépecha. En su diseño original,
participaron Nolasco, Stavenhagen y su esposa la
antropóloga María Eugenia Vargas Delgadillo y, al
parecer, Warman, entre otros. Pronto, ellos se alejaron
dejando sola a María Eugenia Vargas. Formalmente,
el proyecto partía de la consideración que:

[…] la defensa y el rescate del patrimonio


cultural adquiere[n] la categoría de un acto de
justicia social: devolver al pueblo, en custodia
de la nación, lo que a él pertenece por derecho
inalienable e imprescriptible. Esta devolución ha
de ser tan integra que abarque, incluso, el signi-
ficado profundo de los objetos y el conocimiento
más cabal posible sobre los modos de vida, las
creencias, costumbres e ideales de los antepasa-
dos que los hicieron. La defensa y el rescate, pues,
han de empezar por la investigación misma, con
los recursos disponibles de la ciencia y la técnica,
y su destino último ha de ser el pueblo de México,
mediante los instrumentos de la difusión pública
que se tiene al alcance.96

El hecho es que éste era un proyecto de Bonfil,


quien deseaba poner en práctica alguna de sus ideas
84
reivindicativas de los pueblos originales, para lo cual
debió pedir a sus anteriores compañeros su ayuda y
asistencia, pero ellos lo dejaron sólo con su idea. Por
lo visto, les despertó poco o ningún entusiasmo.
Para colmo, el proyecto abortó por desavenencias po-
líticas con algunos de los antropólogos reclutados,
quienes lo sabotearon.97 ¿Ello dejó ver la oposición
de izquierda al proyecto de Bonfil? En parte, pero
también la desbandada de quienes, atraídos por
lo que parecía un proyecto estrella, vieron como se
desvanecía por cierta impericia de su coordinación
para ponerla en práctica. Este proyecto fue un
intento de Bonfil por poner en marcha un plan de
antropología aplicada entre los pueblos autóctonos,
ya que no le fue posible hacerlo en el ini; sólo que
era una idea un tanto osada de llevar a cabo en una
institución como el inah, mal preparada para hacer
antropología práctica.
En ese agitado año, tuvo lugar el Congreso
Indigenista Interamericano en Brasilia, donde acudió
una delegación mexicana bajo la jefatura de Aguirre
Beltrán, integrada por Salomón Nahmad, Margarita
Nolasco, Juan José Rendón y José Pacheco Loya.98
Como observador, asistió William Townsed integrado
a la delegación mexicana. Con apoyo del presidente
Lázaro Cárdenas en los años treinta, Townsed había
sido introductor del Instituto Lingüístico de Verano
(ilv) en México, una agencia estadounidense de in-
filtración protestante en regiones donde se asentaban
los pueblos autóctonos. Personaje muy influyente
que, en dicho congreso, fue proclamado “benefactor
de los grupos humanos lingüísticamente marginados
85
en las Américas”.99 La firme alianza del ilv con
ciertos sectores políticos mexicanos, entre ellos los res-
ponsables de la educación y del indigenismo es algo
poco explorado. ¿Qué interés y qué posición ideoló-
gica tenían los políticos mexicanos para apoyarse
en el ilv para sus proyectos de ingeniería social
que llevaban a cabo? Como haya sido, esa alianza
sólo desfondó ya pasado el sexenio echeverrista; por
lo pronto, el que se incorporara al estadounidense
en la delegación oficial mexicana muestra hasta dón-
de él había logrado introducirse en la trama política
indigenista.
En otra ciudad, un simposio trascendente
organizado para abordar el tema de las sociedades
campesinas, tuvo repercusiones importantes y dejó
ver el estado de la discusión de una parte del me-
dio académico. Tal simposio tuvo lugar en el Castillo
de Chapultepec de la Ciudad de México con la par-
ticipación de Ángel Palerm, Eric Hobsbawn, Enrique
Florescano, Arturo Warman, Friedrich Katz, Jean
Meyer y la presencia de miembros de las tendencias
lideradas por Warman y Stavenhagen. El marxista
Roger Bartra no fue incluido, lo cual dio la aparien-
cia que este simposio, promovido por la uia, era una
reacción al auge amenazante de la corriente marxis-
ta. Dicha reacción no siempre era anticomunista,
pero sí una alternativa no marxista que se le oponía
o bien que intentaba ganar la delantera.
Resultaba interesante comparar las fuentes
teóricas opuestas de cada corriente de estudio de
la cuestión agraria y el campesinado. En el campo
científico, esta línea de investigación fue donde
86
más empecinado fue el enfrentamiento entre los ban-
dos. De hecho, así lo vivieron y lo declaraban en
corrillos los participantes de cada tendencia en los
proyectos de estudio de la cuestión agraria y el campe-
sinado: como un combate político.
Ya muy tardíamente, dado el rápido cambio
del panorama mexicano, James R. Jaquit reseñó De
eso que llaman la antropología mexicana. Recomendó
su lectura completándola con otros trabajos puesto
que, según él, exageraba la crítica disminuyendo su
credibilidad.100
En la enah, la especialidad de arqueología
proclamó —en su “Declaración de principios”—
que la arqueología era una ciencia social que
reconstruía sociedades antiguas enmarcándolas
en el desarrollo de la humanidad. Se oponía a la
arqueología descriptivista y dedicada a reconstruir
basamentos piramidales para el turismo. Proponía
prestar servicio a las comunidades dejando mues-
tra de los materiales obtenidos y compartiendo la
investigación y sus conclusiones con la gente del
lugar. La arqueología —sostuvo— debía demostrar
que era útil en aportaciones teóricas y en su actuación
práctica.101
En aquel año, la visión de Vere Gordon Chil-
de ya tenía tiempo de haberse asimilado por los
arqueólogos que habían recibido instrucción de
José Luis Lorenzo. Childe fue un arqueólogo aus-
traliano de inspiración marxista que enmarcaba la
arqueología como una ciencia histórica y procuraba
escribir síntesis históricas de grandes áreas y etapas.
Por añadidura, consideraba que la arqueología no
87
debía ser el estudio de
los objetos sino de la
actividad humana. Sus
libros Introducción a la
arqueología y Los orí-
genes de la civilización,
Anónima r

aunque este último se


había publicado en espa-
Fig. 20. Mercedes Olivera ñol en 1954, eran lectura
obligada en la enah.102
En los años setenta, el auge del marxismo en la
enah influyó en los arqueólogos que vieron con éste
la posibilidad teórica de adoptar visiones holísticas.
En aquellos días, fue patente el acrecentamiento
del interés de un sector de los arqueólogos por la
reconstrucción histórica de la actividad económica y
de la organización social.
Otra importante reunión tuvo lugar en San
Cristóbal Las Casas en octubre, con directores
de centros coordinadores del ini. Una ponencia,
presumiblemente redactada por Mercedes Olivera
directora de la Escuela de Desarrollo Regional, se
refirió a la situación del “indio” en sus relaciones
con el mercado, con el trabajo asalariado y con
las relaciones políticas, y como sujeto de su propia
historia.103
Por su parte, Aguirre Beltrán expuso con
claridad su posición política: se declaró ligado a la
ideología nacionalista de la Revolución Mexicana y
simpatizante del pensamiento anarquista de Ricardo
Flores Magón —lo que ya se sabía— pero cuyas ideas
consideraba inviables. Se oponía a la democracia
88
cristiana y al clero progresista —lo cual habría sospe-
chado cualquiera que hubiera leído sus obras—. No
era marxista, dijo sin que fuera necesario decir lo que
ya era patente. Añadió que sólo tenía un conocimien-
to derivado del marxismo cuyo proyecto le parecía
viable, pero aplazaba las libertades para un futuro
impredecible. Sostuvo que las contiendas teóricas
—que tenían lugar— se desenvolverían en el tras-
fondo de un nacionalismo compartido. Consideró
que propugnar por un poder “indio” era una respu-
esta racista y no aseguraba la liberación. Se oponía
a ello, agregó en diciembre, porque México era un
país “mestizo”. Identificaba dos corrientes: la de los
antropólogos prácticos que trabajaban en la política
indigenista y la de aquellos que buscaban la integra-
ción de una nación poliétnica y policultural.104 Por
su parte, María Elena Morales, miembro del pcm,
presentó su tesis profesional en la enah acerca del
indigenismo oficial.105
En otro lugar y fecha, la antropóloga Luisa
Paré, profesora de la enah, sostuvo que el antropólogo
debe interpretar la realidad y participar en su
transformación. Rechazaba el llamado“desarrollo de la
comunidad” promovido por agencias estadounidenses
y la observación participante, pues lo sublimaba. A
cambio, proponía la investigación participante del
pueblo en la investigación como necesidad de éste
para comprenderse y autodeterminarse.106 Toda esta
discusión que tenía lugar acerca del trabajo de campo
repercutió en cómo se llevaba a cabo.
En septiembre, apareció el libro Los campe-
sinos hijos predilectos del régimen de Warman. La
89
obra, dedicada a las condiciones del agro mexicano
y al campesinado que el autor muestra como sacri-
ficado en aras de intereses de otros sectores sociales,
enfiló al autor a la línea de investigación que atraería
su atención en estos años y que lo lanzaría al ruedo
político. Esta publicación tuvo bastante repercusión
en el medio mexicano donde contribuyó a que el
tema fuera considerado con seriedad.107
Ese mismo mes de septiembre, Scott Robin-
son presentó en Oaxaca una breve ponencia durante
una reunión pastoral donde se habló de la política “in-
dígena” de la iglesia católica. Robinson criticó que
se siguiera viendo la realidad “india” con categorías
materialistas, al insistir en englobar al “mundo in-
dio” en un sistema económico. Propuso buscar
medios para reafirmar la conciencia étnica “india”,
la cual consideraba previa a la conciencia política.108
Robinson parecía emprender una cruzada doble:
contra la izquierda marxista y contra la antropolo-
gía crítica.
El ini abrió más centros coordinadores indi-
genistas —de 11 pasó a 22—, participó en el Plan
Huicot, el Plan Tarahumara y el Programa Socio-
económico para el Estado de Oaxaca. Otra tarea,
con repercusiones a largo plazo, fue la organización
de congresos regionales que darían lugar al Congre-
so Nacional de Pueblos Indios.
Agréguese el Instituto de Investigación e Integ-
ración Social del Estado de Oaxaca, fundado en 1969
y dirigido por Gloria Ruiz de Bravo Ahuja —esposa
de Víctor Bravo Ahuja secretario de Educación Pú-
blica y exgobernador de Oaxaca— incrementó sus
90
actividades de investigación para aplicarlos en la
“educación indígena”. Esta institución llevó a cabo
estudios lingüísticos en colaboración con el ilv.
Margarita Nolasco fungía como jefe de antropología
de este Instituto oaxaqueño.109
Con el apoyo de la esposa del presidente Eche-
verría, María Esther Zuno, el 15 de noviembre se fundó
el Fondo Nacional para el Desarrollo de la Danza
Popular Mexicana (fonadan) dedicado al estudio,
al registro y a la difusión de la música y la danza
popular mexicana. Para llevar a cabo esas tareas se
integró un cuerpo interdisciplinario que incluyó etno-
musicólogos y etnólogos, entre los cuales se contó
Mercedes Olivera.110
Por su parte, se mantuvo muy activo el
Patrimonio Indígena del Valle del Mezquital, cuyo
vocal, el antropólogo otomí Maurilio Muñoz,
hizo constantes declaraciones a la prensa. Llegados a
este punto, el lector puede percibir ya la extensión
que estaban alcanzado la actividad indigenista.111
El entonces combativo antropólogo social
xalapeño Félix Baéz Jorge, influido en parte por la
aplicación del concepto de colonialismo interno de
González Casanova, dedicó sus letras a las desigual-
dades abismales en la estructura social mexicana,
patente en los ayuntamientos indígenas y la estruc-
tura política en la que se insertaban. Concluía que
dichos ayuntamientos tenían una situación marginal
que per-mitía su manipulación y control por parte
de “los ladinos”, lo cual determinaba sus rela-
ciones de subordinación ante la etnia y la clase
dominante.112
91
Cuarto torneo
1973
S
Iniciando el año, salió de la prensa
Teoría y práctica de la educación
Anónima s. f. s

indígena de Aguirre Beltrán. Redac-


Roger Bartra Muria
tado en 1953, reapareció en la
colección sep/Setentas con una visión
imbuida de la ideología indigenista integracionista, a
la que tanto se oponía Bonfil. Por cierto, ese mismo
año se dio a conocer el primer volumen de la colección
Sep/Ini con la primera reimpresión del clásico
Medicina y magia del propio Aguirre Beltrán.
En estos años, se acrecentó el interés por
los pueblos naturales del noroeste del país, como
el cucapá, el kiliwa, el paipai, el cochimí y el
komiai, antes descuidados incluso en la literatura
antropológica mexicana.113
El Breve diccionario de sociología marxista
de Roger Bartra salió a la luz con algunos conceptos
de uso antropológico. El autor, a despecho de quie-
nes afirmaban lo contrario respecto del marxismo,
se oponía a la idea que la sociología era una cien-
cia burguesa y que el materialismo histórico era
autosuficiente para explicar los fenómenos. Por el
contrario, él pensaba que cuando éste fue convertido
en un conjunto cerrado de postulados se estancó la
comprensión de la realidad. Como siguió viéndose
a lo largo de estos años, buena parte de los decires
que los contrincantes le atribuían a la corriente

92
marxista estaban equivocados. En realidad, ésta ca-
recía de buena parte de los rasgos que se le atribuían.
A su vez, el bando de izquierda en ocasiones acusaba
a sus contrarios de pecados que estaban lejos de ha-
ber cometido.
Tras cierta calma, continuó el combate que
ya se había convertido en una guerra ideológica.
Robinson y Bartolomé, caricaturizando al “indige-
nismo progresista” interamericano, lo calificaba de
“materialista mecanicista” porque no considera-
ba el factor ideológico-cultural y porque sostenía
que, para liberar al “indio”, había que acabar con él,
siendo que eran de similar validez la superestructu-
ra cultural y las relaciones y modos de producción.
Suponían que esta corriente juzgaba el modelo socio-
político “indio” necesario para su identidad y para
su conciencia política. El “indigenismo progresista”,
afirmaban, participaba en una tendencia romántica
que sustituía la lucha de clases con la lucha por la
autodeterminación étnica.114 De nuevo, estos autores
parecían destinados a erosionar tanto la corrien-
te crítica mexicana, como las tendencias marxistas,
para lo cual usaban unos argumentos mezclados con
terminología ecléctica.
El historiador Carlos Martínez Marín,
quien había sido aprobado como nuevo miembro
de la Academia Mexicana de Historia en 1973,
se presentó en su sede el 23 de enero para leer su
discurso de recepción. Éste lo dedicó a desglosar los
antecedentes de la constitución de la etnohistoria.
Aunque la disertación ser publicó hasta 1976, antes
tuvo repercusiones entre sus alumnos en la enah,
93
donde circuló su versión mecanografiada y se convirtió
en bandera para lograr la autonomía de esta
especialización separándola de la de etnología.115
Debido a los choques que se habían producido
con los estudiantes de antropología social más
radicales, los alumnos y seguidores de Martínez
Marín llevaron a cabo un movimiento interno en la
enah para independizar la carrera de etnohistoria.
Lo que estaba en juego eran los diferentes intereses
gremiales de unos y de otros, algo que pasó
inadvertido a quienes criticaron la idea de concebir
la etnohistoria como una disciplina científica per se
y no como una etnología histórica.
En una mesa redonda, llevada a cabo el mes de
febrero, se entabló una discusión acerca de los libros
Regiones de refugio de Aguirre Beltrán, Los indios en
las clases sociales de Pozas y Horcasitas y ¿Ha fraca-
sado el indigenismo? de varios autores. Participaron
Enrique Valencia, Calixto Rangel Contla y Andrés
Medina. Éste último se centró en la oposición entre la
teoría antropológica y la práctica. Descuidando
los aportes de Los indios en las clases sociales de
Pozas —autor del memorable Chamula: un pueblo
indio de los altos de Chiapas y su celebérrimo Juan
Pérez Jolote—, Medina prefirió señalar la paradoja de
que Pozas —a su ver— hubiera rechazado los apor-
tes de la etnología olvidando los suyos —de singular
importancia, añadiríamos—, para construir una an-
tropología en el marco del “marxismo determinista”.
Criticó el eclecticismo de la corriente culturalista
donde ubicó, con poco acierto, a Aguirre Beltrán.
Añadió que el tercer libro comentado se circunscribía
94
a un reformismo sin poner en tela
de juicio la legitimidad política del
indigenismo, la ideología oficial y
la estructura socioeconómica.116
En marzo, la Comisión del
Río Balsas publicó el estudio Tinu-
jei, los triquis de Copala realizado
Anónima s. f. a

en 1972 por el sacerdote Agustín


García Alcaraz, estudiante informal
Andrés Medina Hernández de antropología en la Universi-
dad Iberoamericana. El estudio
describió los mecanismos y las relaciones sociales
asimétricas que ponen en juego los triquis en sus con-
tactos con otros pueblos y otros sectores sociales, y
sus consecuencias económicas, sociales e ideológicas.
El autor aplicó esquemas expuestos en la
Ciudad de México en un seminario acerca de las
sociedades campesinas —ya mencionado aquí—
organizado, según pensaba, por Eric R. Wolf y
Arturo Warman, aunque los organizadores fueron
otros según la versión anotada párrafos arriba.117 En
esta espléndida monografía, García Alcaraz —pese
a su cercanía con Palerm y Warman— no pretendió
oponerse a la orientación marxista al abordar la
cuestión social y las dificultades económicas del
pueblo triqui. Gracias a su memoria privilegiada,
el autor se había enclaustrado en un convento en
Oaxaca donde escribió su libro, a la manera de
Fernand Braudel quien sin su fichero a la mano, pero
recordándolo, redactó en la cárcel el primer borrador
de su más famosa obra.118 Por cierto, García Alcaraz
relataba que, durante un acto al aire libre en Oaxaca,
95
le fue entregado al presidente
Echeverría —quien presidía el
acto— un ejemplar de la obra
recién publicada, la cual se puso
a revisar de pe a pa descuidando los
discursos.
En un suplemento cultural,
Augusto Urteaga Castro Pozo, a
Anónima t

propósito de Darcy Ribeiro, seña-


ló tribulaciones de la antropología
Jorge Félix Báez
cuyo objeto de estudio en la Amé-
rica Meridional era la población “india”, cercada por
el monografismo y al margen de la nueva ciencia so-
cial latinoamericana. Ésta, en particular la dedicada
a la economía y la sociología, había virado su avance
y orientación estructurando un análisis del desarrollo
en sus países y haciendo una crítica al desarrollis-
mo. Durante ese proceso, la antropología social se
fue quedando rezagada, con la excepción de la obra
de Darcy Ribeiro que ampliaba horizontes y no ig-
noraba la realidad a despecho de la antropología
descomprometida. Ribeiro, decía Urteaga, tomaba
una posición política, pero erraba al referirse a la es-
tratificación social sin ubicar a las clases en la lucha
entre ellas.119 Por su parte, Félix Báez Jorge propuso
diseñar una nueva antropología comprometida con
la descolonización.120
Influido por Karl Wittfogel, el comunista
que devino feroz anticomunista y quien estudió el
control de obras de riego a gran escala como base
de las antiguas sociedades estatales con un gran
aparato burocrático, Ángel Palerm se interesó en las
96
obras hidráulicas de la antigüedad en la Cuenca
de México. En mayo, dio a luz su modesto libro
dedicado a las Obras hidráulicas prehispánicas
en el sistema lacustre del Valle de México.121 La
obra en sí tuvo poca repercusión, pero el autor
ya venía despertando el interés en las obras y el
control hidráulico en la antigüedad mesoamericana
entre los etnohistoriadores y, sobre todo, entre los
arqueólogos que le dieron particular importancia en
sus exploraciones de campo.
En agosto, el presidente Echeverría entregó el
Premio Souraski en ciencias sociales a Stavenhagen.
En su discurso, el premiado se pronunció por una
“ciencia social crítica, radical y comprometida” que
contribuyera a tareas justas y revolucionarias del
pueblo mexicano y se autoinscribió en las nuevas
corrientes renovadoras de la antropología y la socio-
logía. Él sostuvo que sin teoría los datos resultaban
estériles pero —a la inversa— sin el conocimiento
empírico de la realidad la teoría se volvía rito o dog-
ma. A esa declaración agregó que las ciencias sociales
habían estado vinculadas a las necesidades naciona-
les.122 En estos años, el tema del compromiso social
tocado en su discurso fue muy abordado con apasio-
namiento por varios sectores gremiales.
En septiembre, se llevó a cabo en Xalapa la
Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antro-
pología: Balance y perspectiva de la antropología de
Mesoamérica y del norte de México, la cual más que
mesa redonda fue un congreso masivo. Éste fue
un acontecimiento importante, dado que se abordó un
gran arcoíris de temas y problemas y asistieron la
97
mayor cantidad de antropólogos de todas las disci-
plinas antropológicas, más de los que ninguna otra
reunión antropológica mexicana lograba reunir. Sólo
la superó el Congreso Internacional de Americanis-
tas que se celebró en México dos veces en la historia;
en cambio, las mesas redondas de la Sociedad Me-
xicana de Antropología se realizaban cada dos años.
En Xalapa, rompiendo —aún con timidez— los an-
teriores formalismos acríticos, se expresaron nuevas
opiniones. Entre otros asuntos, se evaluó la produc-
ción antropológica física, lingüística, arqueológica y
etnológica, y la enseñanza de la antropología.
Los ponentes refirieron los avances y las
perspectivas en los estudios de antropología física
llevados a cabo con las poblaciones desaparecidas y
con la población viva, en la medicina forense y en
la investigación antropobiológica. En lingüística se
evaluó la lingüística moderna, la sociolingüística,
la etnociencia y la enseñanza del español. Los textos
evaluativos de arqueología sólo abordaron lo
tocante a las posiciones teóricas en la arqueología
mesoamericana y los sistemas de excavación; al
parecer, los arqueólogos eludían balances y, más que
nada, balances críticos. En etnología y antropología
social se valoró la antropología económica y sus
perspectivas, los estudios de alfarería y cerámica, la
etnomusicología y el indigenismo. Acerca de esto úl-
timo, Marcela Lagarde leyó un texto donde expuso
el indigenismo visto como un juego ideológico; su
enfoque era polémico, pero no causó reacciones
sino hasta el siguiente año.123 Otro problema tratado
fue el de la formación de los antropólogos en México
98
y de las escuelas de antro-
pología, en general, y de
la Escuela de Ciencias
Antropológicas de la
Universidad de Yucatán,
en particular. Encima, se
Anónima u

presentó el primer nú-


mero del Boletín de esta
Marcela Lagarde y de los Ríos
última escuela, el cual
abriría sus páginas a la polémica que nos ocupa.
Aparte de los balances retrospectivos y
las estimaciones prospectivas, otras numerosas
ponencias de temas misceláneos fueron leídas en
los simposios en los que se dividió el congreso por
la tarde. Una característica de esa reunión fue la
presencia mayoritaria de ponencias de arqueología y
la minoritaria de antropología física y lingüística.124
Estuvieron ausentes los seguidores de la otrora
antropología crítica que había puesto en la picota eso que
ellos llamaron antropología mexicana. Por lo visto,
la evaluación crítica —a la cual se habían empeñado
en el pasado— ya les era indiferente: había dejado de
tener utilidad política para su bandería.
En esa Mesa Redonda algunas ponencias con
enfoque de izquierda fueron presentadas, a saber:
una relativa a la antropología económica y sus
perspectivas, leída por Javier Guerrero. Otra referida
a los pueblos de norte de Oaxaca y su participación
en la integración nacional, presentada por Álvaro
Lucero y Simón Ávila —quienes expusieron los
efectos negativos de la construcción de la Presa
Cerro de Oro—. Una más, respecto al enlace entre
99
las relaciones de producción y las relaciones de
parentesco en el pueblo trique, expuesta por César
Huerta Ríos. Asimismo, una dedicada a la estructura
económica de una comunidad mazahua, dictada por
Héctor Díaz Polanco.125
Durante la Mesa, ocurrió el golpe militar en
Chile contra el gobierno de Salvador Allende, por lo
que se envió una protesta a la Organización de Es-
tados Americanos (oea) y a la Organización de las
Naciones Unidas (onu), pues en el repudio a ese
atropello habían coincidido antropólogos de dife-
rentes y opuestas tendencias políticas presentes en
la Mesa. Algunos asistentes insertaron un desplega-
do en un diario local manifestando su solidaridad al
pueblo chileno e invitando a una manifestación que
llevarían a cabo el 12 de septiembre en dicha ciudad
y que partiría del Teatro del Estado.126
Al inicio de septiembre, en un documento
se hizo explícito el agrupamiento político que se
había ido dando en las disciplinas antropológicas en
la enah. Exagerando la simplificación, la izquierda
tildaba de “conservador” —cuando no francamente
de “reaccionario”— a un sector que, según suponía,
agrupaba antropólogos físicos, lingüistas y arqueó-
logos. En el otro extremo habían quedado, según
sostenía, etnólogos y antropólogos sociales.127
Es cierto que algunos de los primeros, cansados
de la agitación dominante del sector radical
empeñado en demoler todo, optaron por retraerse.
A veces, los izquierdistas incluían a la etnología
en su bando, ya que consideraban que en ésta las
posiciones “tradicionales” habían sido derrotadas. Lo
10 0
Anónima v

Ángel Palerm, Guillermo Bonfil, Susana Glantz y Gonzalo Aguirre Beltrán en el


patio de la Casa Chata, sita en el pueblo de Tlalpan, sede del Centro Investigaciones
Superiores del inah
cierto es que la ofensiva radical terminó por cerrar
la carrera de etnología por mucho tiempo, lo cual
exhibió cómo la actitud extremada e intransigente
provocó que la antropología en la enah se negara a
sí misma. Con todo, autores anónimos consideraban
que:

No hay que ser pesimistas: cuando sea re-


descubierto Gordon Childe, cuando se comprenda
la moderna bioquímica y la medicina social, cuan-
do se desarrolle la sociolingüística y se recupere a
Swadesh, cuando el arqueólogo descubra que no
es inútil leer un texto de economía, cuando los lin-
güistas sean fecundados por la filosofía, cuando
los etnólogos comprendan a García Márquez, cuan-
do… al fin, cuando la antropología se integre al
mundo dinámico de las ciencias sociales y de los
movimientos populares, podrá tomar la palabra,
101
criticar y contribuir a cambiar el México que nos
rodea.128

En ese mismo mes de septiembre, se fundó


el Centro de Investigaciones Superiores del inah
con Palerm como director. En el discurso que leyó
al hacerse cargo de su dirección, se opuso a cierta
posición que, sin decirlo, atribuía a la izquierda, no
sin razón si se refirió a la del mencionado radicalis-
mo. Éste, declaró, sostiene que la antropología sirve
al detrimento de los pueblos y que mejor sería que
los antropólogos se mantuvieran inactivos y dedicados
a la actividad puramente política. Consideraba que
el gobierno echeverrista estaba llamando a los an-
tropólogos para comprometerse con el estudio de los
problemas del país, con libertad e integridad científi-
ca, en una extraordinaria coyuntura histórica: “Creo
—declaró— que vivimos en México, ahora, uno de
estos momentos afortunados”.129 Con esas palabras
reiteraba su adhesión al echeverrismo y daba un dis-
curso gozoso por verse por fin ocupando un puesto
anhelado, pero a la vez una declaración de guerra,
sin hesitación alguna.
Palerm apoyaba al régimen echeverrista
llevando a cabo su propio programa político:
enfrentar a la izquierda marxista. Él había sido
anarcosindicalista y combatido con las armas en
el bando republicano en España y vivió la, para él,
infame conducta de Stalin respecto de la República
Española. En México, siguió militando en sucesivas
organizaciones políticas de izquierda, hasta que,
por desavenencias con los comunistas, terminó
102
abandonando la política. A esas circunstancias
y a que por sí los anarquistas en España habían
sido adversarios del Partido Comunista podría
atribuírsele en parte su anticomunismo. En 1973
era bien conocido su desacuerdo con los ataques a la
obra de Wittfogel, debido a su uso para descalificar
a la Unión Soviética, pero ya en 1957 había virado
políticamente tomando posición en el contexto de la
Guerra Fría:

Dos guerras mundiales horrendas, la gran


crisis económica, la proliferación del fascismo y
del comunismo y algunas explosiones atómicas,
para mencionar sólo los desastres sobresalientes,
han destruido la fe en el progreso y puesto en
crisis las creencias evolucionistas.130

En el cis-inah abrió tres frentes de combate


rivalizando con los estudios agrarios liderados por
el antropólogo marxista Roger Bartra y otros, la
historia económica encabezada por el historiador
marxista Enrique Semo y la antropología marxista
sin vanguardia personal sino bajo la influencia de
numerosos autores. Todas esas corrientes habían co-
brado un auge inusitado y se habían convertido en
voz de autoridad en amplios sectores gremiales. A Pa-
lerm lo acompañó una facción que él buscó guiar no
siempre con éxito, debido a que sus aliados se fueron
distanciando y parte de los becarios del cis-inah tra-
bajaron sin ser conscientes del proyecto palermiano
o, tiempo después, fueron tomando su propio camino.
Aunque es cierto que se percibía una tendencia ideo-
103
lógica pequeña burguesa dominante en el conjunto:
con un conservadurismo que ya no era el anacrónico
de antaño, sino uno actualizado y más lúcido, pero
que ignoraba o incluso desdeñaba la tradición mexi-
cana y la antropología marxista mexicana y europea.
Una vieja reivindicación que, en parte,
explicaba su alejamiento de la tradición antropológica
mexicana era el propósito de derrumbar el muro
que rodeaba las instituciones regidas por quienes,
habiéndose hecho con el poder y la voz de mando,
habían dominado los estudios del México Antiguo,
el indigenismo oficial y la antropología institucional.
Para impulsar esa demolición, Palerm abrió
un programa de etnología histórica y él mismo
incursionó, entre otros aspectos, abordando un
tema inimaginable antes: las obras hidráulicas de la
antigüedad, como ya quedó dicho. Toda una ofensiva
contra lo que había obstruido el ingreso de nuevos
enfoques, teorías y problemas de investigación.
Dicho esto reconociendo las aportaciones de
Palerm. En particular, su esfuerzo por introducir la
reflexión teórica que, en esa época, era descuidada
cuando no despreciada por el caciquismo descripti-
vista; por mejorar la calidad de la investigación y por
abrir nuevas líneas de estudio alejadas ya de la cerra-
da temática predominante en las décadas anteriores.
También por su oposición al eclecticismo y a separar
la antropología de la política.
Así, el cis-inah coadyuvó a que el rompi-
miento del monopolio de jefaturas inamovibles en
las instituciones fuera irreversible remontando la
mediocridad, la falta de rigor y el alejamiento de
10 4
los avances de la antropología, pese a que en su seno
algunos antropólogos pugnaban por abrirle cami-
no a maneras de hacer antropología más adecuadas
para afrontar los nuevos retos científicos y sociales.
La crítica a esa situación les había costado la mar-
ginación a algunos de los antropólogos críticos y el
que fueran vetados o reprimidos en ciertos organis-
mos académicos. Después de todo, la antropología
crítica había reprobado la desatención de los pro-
blemas sociales y el alejamiento de puntos críticos
y de luchas que alimentaban los cambios urgentes.
Ya con su salto hacia el escenario político estelar de
los años setenta, sus críticas pasadas tomaron fuerza,
tal como resintió, por ejemplo, Miguel León Portilla,
cuyo enfoque, rigor e interpretaciones fueron pues-
tas en duda. En la nueva institución se fomentaron
línas de investigación en los campos de la antropolo-
gía política, de la antropología de la educación, de
la sociedad antigua, de los estudios agrarios y otras,
encarrilados por Pedro Carrasco, Rodolfo Stavenha-
gen, Luis Reyes García, Arturo Warman y el propio
Palerm, entre otros.
Con todo, Palerm se excedió en una entre-
vista, al sostener que el cis-inah pretendía rescatar
y nacionalizar los estudios antropológicos, como si
nunca se hubiera desarrollado una tradición en el seno
de la antropología mexicana, en la cual mexicanos y
avecindados incorporados realizaron investigaciones
pioneras plasmadas en los ahora considerados tra-
bajos clásicos: Yalalag de Julio de la Fuente (1949),
El calpulli en la organización social de los tenochca
de Arturo Monzón (1949), Los otomíes de Pedro
105
Carrasco (1950), La mixteca de Barbro Dahlgren
(1954), Chamula de Ricardo Pozas (1955) y muchos
otros más. Tal declaración se entiende en la medida en
que Palerm estaba empeñado en romper lo que a él le
parecía un monopolio de la actividad antropológica
mexicana, lo cual lograría con holgura. Poco trabajo
le costó, pues tal monopolio ya estaba desintegrándose
con rapidez cuando fue nombrado director del cis-
inah. Haber expuesto la tarea del cis-inah, como
lo hizo en la entrevista, daba la impresión que él y
sus seguidores desechaban todo el patrimonio que
había generado la antropología nacional desde el
siglo xix y que, años después, ya fallecido Palerm,
harían patente más de 300 autores en la Historia de
la antropología en México: panorama histórico.131
Palerm —un avecindado, siempre con un pie en
México y otro en los Estados Unidos o en España—
dejaba ver con frecuencia la falta de aprecio que
sentía por los antropólogos mexicanos. Palerm, quien
llegó a México como refugiado y buscando hacerse
de un futuro, con su conducta hacía ostensible su
intención de aparecer como preboste con la última
e inobjetable palabra.
Un rasgo del cis-inah que, por sí mismo y
por voluntad expresa de Palerm, contrastó mucho
con las demás instituciones antropológicas, fue el
de constituirse como un modelo de mesura extrema
en su aparato burocrático. Él llegó a sostener que el
presupuesto y el personal de la administración no de-
bían rebasar el 15 % del total. Algo inusitado, nunca
visto que, fatalmente, se abandonó años después
cuando el Centro dejó crecer su propia burocracia.
10 6
Por desgracia, como exitoso modelo de institución
desburocratizada no logró reproducirse en ninguna
otra institución: los cuerpos administrativos de las
instituciones antropológicas quedó claro que no sólo
eran indestructibles, sino que seguirían creciendo y
que, en unos cuantos años más, desplazarían a los
antropólogos de su conducción hasta someterlos.
La fundación del cis-inah molestó a los
antropólogos del inah que veían pospuesta la
necesaria reestructuración interna del Instituto
y el mejoramiento de las condiciones para llevar
a cabo el trabajo de investigación y, más bien, se
desestimaba su labor. En verdad, la nueva institución
contaba con mejores condiciones para el desarrollo
de la investigación, con todo y que se convirtió en
un reducto de una facción de cierto perfil clasista e
incluso fenotípico y en una trinchera de corrientes
teóricas emplazadas para enfrentar el ascenso de
la izquierda política o, para no excederse en esta
impresión, para desarrollar una alternativa distinta.
Más que el asalto al poder del pueblo reivindica-
do, la impresión de la época era que, aprovechando
la incorporación de los antropólogos críticos al
aparato estatal, se protagonizaba la invasión de una
marginada facción criolla en busca de resarcimiento
por su larga aspiración incumplida de ascenso y
expansión.
En noviembre, apareció en Copenhague un
folleto escrito en inglés por Alicia Barabas y su espo-
so Miguel Alberto Bartolomé, luego reproducido en
Londres en 1974, en el cual denunciaban etnocidio
en las áreas mazateca y chinanteca.132 Aguirre Beltrán
107
respondió enérgicamen-
te.133 El segundo caso
—debido a la construc-
ción de la presa Cerro
de Oro— ya lo había
denunciado el antro-
Anónima w

pólogo Álvaro Lucero.


Salomón Nah-
Salomón Nahmad Sitton
mad, director adjunto
del ini, aseveró que el positivismo porfirista seguía
orientando a ciertos pensadores. Agregó que la bur-
guesía nacional buscaba una ideología semejante
para justificar su posición respecto del campesino y
el indígena, al cual procuraba despojar de bienes ma-
teriales y de valores culturales.134
En diciembre, el antropólogo físico del inah
Anselmo Marino Flores declaró que la solución del
“problema indígena” estaba supeditado a fuertes
intereses creados. Por ello, apeló a la conciencia de
dichos intereses para lograr ayudar e integrar a la
población indígena.135
Leonardo Manrique, jefe del Departamento de
Lingüística del inah, refirió la influencia de Morris
Swadesh, quien había dirigido el cardenista Proyecto
Tarasco de alfabetización bilingüe, cancelado por la
política de alfabetización en español. Aún en 1973,
seguía el choque entre partidarios de una u otra.
En esto, la lingüística se ligaba al debate acerca del
indigenismo.
Al finalizar el año, salió publicada la antología
Historia de la etnología editada por Palerm, quien
—con razón— defendía la historia disciplinaria en la
10 8
preparación de los an-
tropólogos y discutía
cómo hacerla. La an-
tología, concebida
por el autor desde un
enfoque europeo y
su extensión estado-

Anónima x
unidense, contrastaba
con el notable interés Lourdes Arizpe Schlosser
que en estos años despertó en el gremio mexicano
la historia de su disciplina en México. Interés que
llevaría a desempolvar y, a veces, a redescubrir con
asombro los antecedentes de lo que había llegado a
ser la antropología en el país. No “de eso que lla-
man antropología mexicana”, como los “críticos” se
refirieron a la que consideraban oficial y que ellos
contribuyeron a demoler, sino a la elaborada con te-
nacidad por un ejército de investigadores de todas
las disciplinas antropológicas con heterogéneos en-
foques y distintas posiciones políticas pocas veces
explícitas.
Entonces salió de la imprenta Parentesco y
economía en una sociedad nahua: nican pehua zaca-
tipan de Lourdes Arizpe, un estudio de las relaciones
de parentesco y las relaciones económicas en el cual
su autora sostenía la complementariedad entre am-
bas. Criticaba la “reacción extremista” de algunos
marxistas, sin mencionarlos, que confundían la re-
valorización de las determinaciones de las relaciones
entre la comunidad y el sistema económico y políti-
co, con el rechazo al estudio de la organización social
y política. Caían en el error, escribió, de partir de
109
lo que el antropólogo veía como económicas para
analizar el sistema productivo, siendo que éste es
dominado por el parentesco. Al respecto, llamaba la
atención que se tomara este tipo de crítica como una
caracterización de los estudios marxistas en general,
lo cual era, a su vez, otro error.
En algún momento del año, el lingüista
Otto Schuman hizo circular en la enah un
documento mimeografiado, el cual exteriorizaba
una vez más el tono de agresividad al que se
llegó en las confrontaciones políticas, incluso
personalizando los ataques. A propósito de un
proyecto de reestructuración de la Escuela, él criticó
la pretensión de una supuesta toma revolucionaria
de su dirección siendo ésta una dirección bur-
guesa de una institución educativa oficial y, por
consiguiente, tal dirección no le era dado realizar lo
que le estaba impedido. Señalaba que pretender
eso era un planteamiento reformista, con ropaje
revolucionario radical que se pretendía denominar
“antropología marxista”. De paso, involucraba
en esa crítica a los llamados Siete Magníficos.
Tal reformismo, decía, llevaba la imposibilidad de
realizar lo que pretendía dada la dependencia con
el extranjero, como lo revelaban las actividades de
algunos de estos siete, a quienes mencionaba por
su nombre. Agregaba que si el director del inah
confundía de buena fe sus planteamientos con los
revolucionarios, los otros antropólogos afines no
lo hacían. Si de ellos dependiera, escribió, habrían
traslado cualquier escuela estadounidense a México,
“como de hecho ya lo están haciendo”.136
110
Quinto torneo
1974
S
Al comenzar el año, apareció una antología de textos
escritos por Vicente Lombardo Toledano, fundador
del Partido Popular Socialista, acerca del llamado
“problema del indio”. Éste habría que entender-
lo como las dificultades que enfrentan los pueblos
originales, no como si el problema fuera que hubie-
ra “indios” en el país. En la presentación, Aguirre
Beltrán afirmaba que el autor había hecho el esfuer-
zo más acabado por nacionalizar la interpretación
marxista de dicho “problema” y, con ese despliegue
intelectual, había abierto alternativas no contempla-
das antes.137 La publicación que pudo promover el
propio Aguirre Beltrán, denotaba su apertura para
difundir posiciones más a la izquierda que la suya.
En el primer mes del año, investigadores del
Departamento de Etnología y Antropología Social
(deas) organizado en 1972 —sustituyendo al Depar-
tamento de Investigaciones Antropológicas— con
algunos antropólogos de izquierda afiliados al pcm
entre sus miembros, enviaron una carta al director
del inah. En ésta le reprochaban la creación del cis-
inah sin aplicar un tratamiento similar al conjunto
científico de la institución, cuyos investigadores tení-
an bajas condiciones laborales y padecían la falta de
incentivos a la investigación. El deas era el competi-
dor natural del cis-inah o pudo serlo con un proyecto
teórico y científico de izquierda, así como con

111
la producción de obras de investigación que fue-
ran modelos de una antropología propia y singular,
distinta del enfoque estadounidense, clasista y an-
timarxista que promovía la uia y el cis-inah. Eso
nunca ocurrió, dejando el paso libre al cis-inah que,
a la larga, rebasó al inah en el campo de la antro-
pología social, aunque no en el de la etnología. Puede
suponerse que pesó la carencia de un líder intelectual
y de una unidad interna con un proyecto colectivo y
acabado y, tal vez, por haber dedicado más esfuerzo a
las demandas sindicales que al desarrollo de la lla-
mada antropología marxista.138
Entretanto, en la revista Comunidad de la
uia, Warman seguía publicando sus artículos acer-
ca del campesinado. En éstos consideraba la acción
revolucionaria de los campesinos como una posibi-
lidad. Sostenía que el pensamiento marxista carecía
de una opción para el campesinado, pese a que
se daba cuenta del papel táctico que éste jugó en las
revoluciones de China y Vietnam, pero —afirmaba—
sin que eso hubiera alimentado pronunciamientos
teóricos en lo que él llamaba marxismo oficial. Afir-
mación que desconocía los textos de Lenin y de Mao
Zedong relativos a la cuestión agraria y a las clases
rurales.139
Unos pocos años después, la revista Estrate-
gia, en un número completo dedicado a un análisis
marxista del capitalismo mexicano, dedicó espacio
a la concepción y la estrategia para avanzar en la
lucha revolucionaria en el campo mexicano y con-
sideró que bajo control del capital monopolista los
campesinos no volverían a ser dueños de la mejor
112
tierra, ni a utilizar racionalmente la que poseían.
Para los autores, esa situación sólo cambiaría si el
campesinado se aliaba con los trabajadores rurales y
disponía de una dirección de la clase obrera de las
ciudades para tomar el poder.140
La traducción al español del celebérrimo
como fraudulento libro Las enseñanzas de don Juan,
una obra literaria hecha pasar como antropológica,
del antropólogo peruano nacionalizado estadouni-
dense Carlos Cesar Arana Castañeda, alias Carlos
Castaneda, terminó de imprimirse el 5 de marzo con
un tiraje de cuarenta mil ejemplares. Editado por el
prestigiado Fondo de Cultura Económica, incluyó un
texto introductorio del poeta y ensayista Octavio Paz.
La obra había logrado embaucar en un principio a
los académicos estadounidenses de la Universidad
de California (ucla), pero más adelante levantó
un escándalo mayúsculo cuando se descubrió que
todo era un montaje con un informante ficticio. Paz
percibió como tema de esta ficción literaria la derrota
de la antropología y la victoria de la magia. El poeta
no dudaba en arremeter contra los antropólogos
mexicanos que, suponía, eran indiferentes a la faz
secreta de México debido a sus prejuicios cientistas:

Nuestros antropólogos son los herederos


directos de los misioneros, del mismo modo que
los brujos lo son de los sacerdotes prehispánicos.
Como los misioneros del siglo xvi, los antropó-
logos mexicanos se acercan a las comunidades
indígenas no tanto para conocerlas como para
cambiarlas. Su actitud es inversa a la de Castane-
113
da. Los misioneros querían extender la comunidad
cristiana a los indios; nuestros antropólogos quie-
ren integrarlos en la sociedad mexicana. El
etnocentrismo de los primeros era religioso, el de
los segundos es progresista y nacionalista.141

Agregaba que en los estudios sociales mexi-


canos imperaba una extraña mezcla de conductismo
—que él prefería llamar behaviorismo estadouniden-
se— y marxismo vulgar. El segundo, escribió, reducía
la magia a la superestructura ideológica, un punto
de vista demasiado general que impedía ver el fenó-
meno en particular. Entre antropología y marxismo,
decía, había una oposición: la primera aspiraba a ser
una ciencia; el marxismo, presumía, no era una
ciencia sino una teoría histórica etnocentrista de
la ciencia.
Paz se regodeaba con su anticomunismo y
revelaba su falta estima por los antropólogos mexi-
canos, lo que parece que fue mutuo, porque ellos
dejaron pasar sus juicios sin comentario alguno, pese
a que el escrito de Paz incidía en la polémica acer-
ca del indigenismo. Tal vez la ignorancia supina del
poeta acerca de lo que había sido la antropología
mexicana era tal, que poco o nada valía la pena po-
lemizar con base en ese desconocimiento, al fin y al
cabo sólo era un poeta hablando de lo que ignora-
ba…
Por cierto, la crítica de Paz siguió manifes-
tándose a lo largo de su carrera por razones que
habría que indagar. En cambio, los antropólogos
tomaban las obras pazianas, como el memorable
114
Laberinto de la soledad, como ensayos literarios
con algún intererés intuitivo y como tales las respe-
taban, al tiempo que guardaban silencio acerca de
sus aventuradas reflexiones históricas. Otro tan-
to podría decirse de las reflexiones de Paz acerca
del etnólogo Claude Lévi-Strauss —conocido por
aplicar el estructuralismo en sus estudios— y de la
introducción al estructuralismo que Paz difundió.
Los antropólogos mexicanos leyeron a Lévi-Strauss
empezando por su popular Tristes trópicos —lectura
frecuente entre los estudiantes de antropología— y
siguiendo con su Antropología estructural que por
un tiempo algunos intentaron aplicar, pero sin tomar
en cuenta las disquisiciones de Paz.142
La obra misma de Castaneda no fue en lo gene-
ral tomada en serio en el mundo académico mexicano
que simplemente la ignoró. Algunas excepciones de-
bió haber entre colegas sensibles al esoterismo, como
fue el caso de José Lameiras, quien parece haber con-
siderado con seriedad la obra en una ocasión cuando
fue invitado a hablar acerca de ella. En cambio, Pa-
lerm —en su presencia— no ocultaba su desdén,
considerando que era más de tomarse en cuenta el
trabajo del antropólogo purépecha Pablo Velásquez
Gallardo relativo a la hechicería en la sierra de Mi-
choacán.143
Sin hacer tanto ruido como Castaneda, otros
autores mexicanos trataban el tema con modestia pero
con mayor honestidad, como el maestro rural e his-
toriador campechano Ramón Berzunza Pinto con su
volumen Magia en México (dos mundos). Terminado de
escribir en diciembre de 1970 y aparecido en febrero
115
del año siguiente, su autor bordó testimonialmente
en torno al trato entre el mundo mágico y el mundo
científico, particularmente en la península yucateca.144
En marzo, Excélsior editorializó a favor de
los dichos de Margarita Nolasco, jefa del deas, acer-
ca del indigenismo.145 Sumándose a las declaraciones,
Leonardo Manrique, jefe del Departamento de Lin-
güística del inah, declaró que había fracasado la
política de castellanización de la población indíge-
na,146 al tiempo que Gonzalo Rubio Orbe —director
del Instituto Indigenista Interamericano (iii)— con-
sideró fracasadas las campañas de alfabetización en
América Latina.147
Por cierto, Rubio Orbe recibía por entonces a
Joseph John Jova, embajador de los Estados Unidos en
México, para informarle sobre las actividades del iii
y acerca del proyecto de un conjunto arquitectónico
—cuya maqueta le mostró— donde se albergaría el
inah, el ini y el popio iii, lo cual nunca se llevó a cabo.
Jova, al parecer refiriéndose a los Estados Unidos,
señaló que el problema del “indio” no se resolvía sólo
con estudios sino con la participación de éste en los
programas para desterrar la discriminación. Por ello,
decía, en los Estados Unidos se estaba permitiendo
a los “pequeños grupos” participar en las decisiones
tomadas para el desarrollo de su país.148
A nombre de la Universidad de Texas, Richard
P. Schaedel, arqueólogo estadounidense que había
trabajado en el Departamento de Estado de su país
—responsable de las  relaciones internacionales— y
luego en dicha universidad, sometió en marzo a la
consideración del director general del inah, Guillermo
116
Bonfil, un programa de investigación arqueológica de
varios años para estudiar los procesos culturales
durante la integración y desintegración de las en-
tidades antiguas en el período llamado Formativo
por los estadounidenses, en lo que hoy en día son
los estados de Tlaxcala, Puebla, Oaxaca y Veracruz.
Ofrecía preparar los proyectos específicos de ese
programa en caso de que el inah aceptara la iniciativa.
Ninguna fuente de financiamiento estaba asegurada,
sólo se presumía que se obtendrían del Instituto
de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de
Texas, la Fundación Nacional de Ciencia de Estados
Unidos y fuentes no especificadas.149 En mayo,
Schaedel afirmó que había tenido pláticas acerca del
programa con Ángel Palerm —director del cis-inah—
y con Guillermo Bonfil —director del inah— e indicó
que en dicho programa colaboraría el cis-inah como
órgano coordinador de las instituciones participante:
inah, unam, Universidad de Veracruz y Universidad
Iberoamericana.150 Los documentos donde esto se
proponía fueron filtrados por manos desconocidas al
gremio antropológico causando alarma y disgusto por
las implicaciones que dicho programa estadounidense
tenía y las sospechas que despertaba respecto de sus
verdaderas intenciones.151 A la postre, la iniciativa
no prosperó dada la amplia oposición que cundió
entre los investigadores del inah y otros sectores
gremiales. El hecho que el cis-inah fuera a fungir
como coordinadora —siendo que tenía una jerarquía
menor a la del inah y que carecía de las atribuciones
para llevar a cabo exploraciones arqueológicas—
molestó a los arqueólogos del Instituto.
117
118
119
Apenas dando tiempo para tomar aire,
en abril de 1974, se produjo otro altercado que
levantó ámpulas. El onceavo volumen de los Anales
de antropología —dirigidos por Juan Comas en
el Instituto de Investigaciones Antropológicas de
la unam— incluyó tres artículos críticos más a la
izquierda del manifiesto de los otrora “antropólogos
críticos”. Uno de los escritos, el de Beatriz Albores,
versaba sobre el descubrimiento etnográfico del
“indio” chiapaneco y criticaba los planteamientos
indigenistas a propósito de un análisis de las in-
vestigaciones antropológicas en Chiapas. Otro, de
Marcela Lagarde acerca del concepto histórico de
“indio”. Uno más, de Andrés Medina relativo a la
obra indigenista del periodista y escritor Fernando
Benítez.152
El tercer escrito causó el mayor alboroto al
poner en entredicho el carácter antropológico que
Benítez pretendía darle a sus reportajes relativos a
“los indios de México”. Medina colocaba a Benítez
como parte del periodismo oportunista, distorsiona-
dor, de soterrado colonialismo y de falsa cientificidad.
Calificaba su trabajo lapidariamente: “Ni etnología,
ni literatura”.153 Benítez, quien —al parecer— algu-
na vez estuvo ligado a Alfonso Caso, en esos días era
acompañante del presidente Echeverría en sus giras
y encargado por éste de un programa de desarrollo
en el área mazahua. Había sido “el jefe” de una
Páginas anteriores: Duelo por honor de ErnestDescals Pujol (2009) (en: htt
http://ernestdescals.blogspot.com/2009/06/ernest-descals-es-el-primer-premio-de.
html p://ernestdescals.blogspot.com/2009/06/ernest-descals-es-el-primer-premio-
de.html )

12 0
camarilla de escritores, dibujantes, críticos literarios
y articulistas que en 1967 fueron apodados La mafia
por Luis Guillermo Piazza en una novela de ese
título.154 Nada tardó en producirse el explosivo enojo
del influyente Benítez y el cierre de filas en torno a él
de la La mafia que se asumía como la intelectualidad
“progresista”. El cronista Carlos Monsiváis, miem-
bro conspicuo de la citada camarilla, le dedicó plana
completa en el suplemento Cultura en México —que
dirigía en la revista Siempre!— reivindicando a su
protector de antaño al presentarlo como periodista,
dando por hecho incontrovertible que eso lo ponía
por arriba de toda duda. En esas mismas páginas,
Benítez, quien defendió su trayectoria y reclamó ser
considerado antes que nada un periodista, recurrió al
insulto para descalificar a Miguel Othón de Mendi-
zábal y mencionó a varios antropólogos ejemplares
que se enfrentaron a los problemas sociales, como
Carlos Inchaústegui, Salomón Nahmad, Julio de la
Fuente y otros, “cuando les decían comunistas”
y la política favorecía a los explotadores de la
población original. Una reacción apabullante que
pretendía aplastar al antropólogo que había osado
tocar “al jefe”.
En una carta enviada al semanario Siempre!,
Medina aludió al estilo vulgar adoptado por Benítez,
invitó a evitar personalizar la discusión y señaló que
la denuncia de la situación indígena era insuficiente
si no se atacaba los procesos socioeconómicos, “lo
demás es un heroísmo al que Benítez ha sabido con-
vertir en términos contantes y sonantes”. Furibundo,
Benítez le replicó llamándolo “granuja” en otra carta,
121
con el mismo tono que había usado en su defensa,
descalificando a su crítico por ser becario de uni-
versidades estadounidenses y miembro del Harvard
Project. “Es pues —añadió— natural que un sirviente
de los intereses más bastardos, ataque con tanto celo
todo lo que le parezca sospechoso de incurrir en el
vilipendiado nacionalismo mexicano”. Habría que
decir que este tipo de pleito que se desbordó fuera
de ámbitos propiamente antropológicos y que rayó
en la grosería no alcanzó a suceder —por fortuna—
en el gremio antropológico, pese a la agresividad
con que a veces tenían lugar, pero casi siempre en
términos políticos y sin usar insultos de esa calaña.
Aquello no acabó allí. Como a río revuelto,
ganancia de pescadores, Santiago Genovés,
reconocido antropólogo físico gallego avecindado en
México, intervino para cruzar una carta con Benítez.
En ésta se quejó de Juan Comas, editor de los Anales,
quien había incluido en el volumen anterior una
crítica a un libro suyo que, como la de Medina,
era “igualmente personal, negativa, impropia y
tergiversada”.155
En otro artículo polémico de los Anales, la
antropóloga Marcela Lagarde, militante del Partido
Comunista Mexicano, discutía la evolución del
concepto “indio”, el cual veía como resultado de
la expansión colonialista española y del desarrollo
capitalista. En su artículo, ella arremetió contra la
llamada “antropología crítica” por haberse quedado
en el análisis teórico, la impugnación al sistema y
la denuncia, sin adoptar un verdadero compromiso
social. En particular, criticó la posición de Bonfil,
12 2
pues —según ella— él hacía residir “el problema
indígena” en el tipo de relaciones del “indio” con la
totalidad social y establecía que la solución era su
liberación. Afirmación válida, sostuvo, pero utópica
al no incluir soluciones concretas a problemas
concretos y al no mencionar medios adecuados para
lograr esa liberación.156 Al parecer, fue por entonces
que se acuñó la designación de “antropología
comprometida” referida a la de antropólogos de
militancia política de izquierda, opuesta tanto a la
vagamente calificada de antropología oficial como a
la “antropología crítica” al servicio del echeverrismo.
Ninguno de los antropólogos “críticos”
criticados respondió. En cambio, Gonzalo Aguirre
Beltrán, quien no eludía la polémica, emprendió
una sesuda réplica — ­ en el periódico El día— a lo
escrito por Lagarde y Medina.157 En verdad, era
imposible en aquellos revueltos y politizados aires
que llegaran a un acuerdo todos los bandos en pugna.
Lo que ocurría era, como Lagarde se percató, una
guerra ideológica y, deberíamos añadir, un combate
político. También es de hacerse notar que la autora
consideraba que, en el período histórico en que se
encontraba la antropología, era posible incorporar
a ésta la teoría materialista de la historia que había
sido mantenida fuera de las ciencias sociales.158
A su vez, Félix Báez Jorge, director de la
Escuela de Antropología de la Universidad Veracru-
zana, salió al quite defendiendo la política de Aguirre
Beltrán con un agresivo artículo que subtituló “No-
tas para los antropólogos marxistas”. Éste lo dedicó
a desmoronar el escrito de Marcela Lagarde mediante
12 3
citas y terminología marxista y con un detallado
señalamiento de numerosos errores teóricos, acadé-
micos y de factura contenidos en su texto.159
Las réplicas de Lagarde en Historia y socie-
dad y de Medina en la Revista de la Universidad de
México se refirieron a la mala interpretación y a la
exageración de sus planteamientos, por lo que in-
tentaron aclararlos. Lagarde contestó oponiendo
indigenismo y “antropología comprometida”. Medina
aprovechó para hacer una evaluación histórica de
la antropología mexicana y de la reflexión crítica,
con una larga relación histórica al final de la cual
hizo explícito el propósito de “la antropología com-
prometida”: “Nuestra intención es construir una
antropología mexicana en el marco de la teoría mar-
xista […] estamos por una ciencia no neutral, sino
con una perspectiva ligada a las clases explotadas”.160
Varios años después, dado el vuelco que darían
los acontecimientos y los cambios de posición de los
antropólogos de la “antropología comprometida”,
Aguirre Beltrán habría de llamar a su tendencia “la
antropología arrepentida”.
Tanto Albores como Lagarde ya habían ade-
lantado sus posiciones en la Mesa Redonda de la sma
en Xalapa, sin causar ninguna reacción. Resultaría
interesante dilucidar la razón de por qué ocurrió ese
revuelo sólo cuando sus ensayos fueron publicados
en los Anales. Eso pudo deberse a que, en la Mesa
Redonda de la sma, sus ponencias pasaron inadver-
tidas, pero es probable que cuando se publicaron
empezaron a circular en un momento político que
favoreció su considerable repercusión.
124
Thomas Hodgson

Grabado Justa entre el Caballero de la Rosa Roja y el Señor del Torneo,


grabado de Thomas Hodgson
Por si fuera poco, los Anales incluían otros
textos de controversia: una reseña crítica del libro
Oaxaca indígena de Margarita Nolasco, loándolo co-
mo uno de los grandes esfuerzos de síntesis de la
etnología mexicana, pero señalándole deficiencias y
tendencias culturalistas y eclécticas, las cuales obst-
ruían el avance del conocimiento y el alcance de
soluciones, lo que causó el enojo de la autora.161 Ya
para aquel entonces era manifiesta la molestia que
causaba a quienes habían ejercido la crítica contra
los mandones de otrora y que, al paso de unos cu-
antos años, pasaran de ser críticos a ser criticados,
ya no por la derecha, sino por la izquierda a la que
habían pertenecido algunos de ellos. De ese modo
siguieron dimes y diretes que levantaron una pol-
vareda durante los puntos álgidos del combate de
marras.
12 5
En el mismo volumen, Jaime Litvak reseñó
la controversia suscitada por la llamada “nueva ar-
queología” entre los arqueólogos estadounidenses,162
y Yolanda Lastra comentó el libro La política del len-
guaje en México de Shirley Brice Heath publicado por
el ini en 1972. En fin, el volumen no tenía desperdi-
cio.163
El acomodo de las facciones gremiales
continuó con el atrincheramiento de cada una
en sus respectivos hábitats. Ello se asociaba con
problemas como la falta de reconocimiento oficial de
la antropología como profesión y con la situación
de la enah. Por esas circunstancias, la Asocia-
ción Mexicana de Antropólogos Profesionales
(amap) había impulsado la integración del Colegio
Mexicano de Antropólogos para agrupar a los del
inah y la unam sobre todo. Tal integración fue
alentada por Julio César Olivé y afines, descontentos
por la marginación en la que se les mantenía. Por
otra parte, se organizaba un Colegio de Etnólogos y
Antropólogos Sociales del cis-inah y la uia, parte
de los cuales pasarían a integrar el Departamen-
to de la Antropología en la Unidad Iztapalapa
de la Universidad Autónoma Metropolitana que
inició actividades en 1975. Un tercer grupo de an-
tropólogos se pronunció por evitar dividir las
especialidades y crear un solo colegio. Inútil, la
división ya era imparable e irreversible.164 El segundo
colegio tuvo un futuro más firme y se mantuvo más
activo que el segundo que nunca logró consolidarse
del todo y que careció de un plan de trabajo bien
estructurado.
12 6
Al terminar marzo, apareció el primer volumen
del seminario de sociedades campesinas dirigido por
Warman. Reunía resultados de su investigación de
campo siguiendo los planteamientos de Chayanov
y Wolf. En consecuencia, lograba presentarse como
alternativa, teórica y empírica, a los estudios marxistas
no siempre basados en el trabajo de campo.165
En abril, se rindió un reconocimiento a Aguirre
Beltrán del cual resultó el Homenaje a Gonzalo Aguirre
Beltrán en tres tomos, con artículos de Alfonso Villa
Rojas, Salomón Nahmad, Carlo Antonio Castro, An-
tonio Pompa y Pompa, Florencio Sánchez Cámara,
Rodolfo Stavenhagen y otros.166 En su artículo edito-
rial en Excélsior, Stavenhagen mencionó el homenaje
y las divergencias con las tesis indigenistas.167
En ese mes, apareció el monumental libro
Estructura agraria y desarrollo agrícola en México
del Centro de Investigaciones Agrarias, otra de las
corrientes de análisis de la realidad rural del país des-
arrollada por ingenieros agrónomos, economistas y
sociólogos.168
En el mismo mes, la colección Sep/Setentas
publicó Hallaron una lengua común de William Ca-
meron Townsend, misionero protestante evangélico
autor del famoso libro Lázaro Cárdenas, un demó-
crata mexicano y fundador del Instituto Lingüístico
de Verano (ilv), organización de misioneros y lin-
güistas protestantes evangélicos dedicados a traducir
textos bíblicos a las lenguas de los pueblos autócto-
nos. Después de muchos años de actuar aliado con el
general Cárdenas, en el sexenio echeverrista levantó
una firme oposición de los antropólogos mexicanos
127
quienes sólo lograrían que el gobierno mexicano
rompiera su convenio con éste hasta septiembre de
1979, cuando ya no contaba con el apoyo que recibía
de Aguirre Beltrán, quien debió propiciar esta peque-
ña publicación. El prólogo de la obra lo redactó el
ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del general,
dejando ver el apoyo que el ilv seguía teniendo de
la familia Cárdenas.169 Este prólogo fue una manifes-
tación más de la alianza del sector nacionalista del
régimen heredero del obregonismo y el cardenismo
con el protestantismo estadounidense, un tema de un
gran interés histórico poco estudiado.
Andrés Fábregas, en la revista Comunidad,
abordó la aplicación de la metodología antropológica
en el estudio de la vida política basándose en postu-
lados de Marx de gran utilidad.170 No sería sino en
1978, más allá del periodo que nos ocupa, cuando
Fábregas postularía más explícitamente el marxis-
mo como antropología. Fábregas, discípulo de Bonfil
y activo participante en el movimiento estudiantil de
1968 como miembro del Consejo Nacional de Hu-
elga representando a la enah, fue una de las pocas
excepciones de su corro, si no es que la única, que
consideró con seriedad esa alternativa en vez de tra-
tar de desarrollar una corriente antimarxista.
En julio, la Comisión de Publicaciones de la
enah publicó la Teoría de la revolución campesina
de Hamsa Alavi. En la presentación, la Comisión cri-
ticaba la antropología enseñada en la enah. A esto
agregaba el debate del campesinado en la revolución
desde la perspectiva de la lucha de clases. Al contrario
de lo sostenido por los detractores del análisis mar-
128
xista, afirmaba que el campesino era parte de quienes
tomarían el poder y de él dependería el destino de la
revolución socialista.171
Varios antropólogos sociales convocaron en
julio a una asamblea constitutiva del Colegio de Etnó-
logos y Antropólogos Sociales.172 Desde un principio,
este Colegio se organizó rechazando la iniciativa de
constituir un Colegio Mexicano de Antropólogos, li-
derado por Julio César Olivé y sus homólogos del
inah y la unam, diferenciándose claramente de es-
tos colegas. En efecto, carecían de afinidades entre
ambos y cargaban con historias de enfrentamientos
personales en el pasado ya irreconciliables. A ello
debe sumarse el hecho de que los primeros eran par-
te de generaciones más jóvenes preparados como
antropólogos sociales y los segundos eran en parte
generaciones de antropólogos veteranos de distin-
tas disciplinas antropológicas formados en la vieja
antropología integral. Súmese a esas discrepancias
generacionales las políticas que hicieron improba-
ble integrar un sólo colegio profesional donde sería
imposible que convivieran estos dos bloques. José
Lameiras, con mayor ecuanimidad, habría de seña-
lar como diferencia entre estos dos colegios que el
Mexicano de Antropólogos tenía una visión integral
de la antropología, es decir, incluía a todas sus dis-
ciplinas; en tanto el de Etnólogos y Antropólogos
Sociales sólo le veía sentido a la antropología social
para su proyecto.173
En agosto, Gastón García Cantú —en el
suplemento Diorama de la cultura de Excélsior—
relató la desafortunada experiencia indigenista de
12 9
Rosario Castellanos en San Cristóbal Las Casas en
1955, cuando Alfonso Caso dirigía el indigenismo
mexicano. En el Centro Coordinador del ini de esa
ciudad, ella trabajó con Villa Rojas y fue testigo
de la burocratización y la corrupción interna. Sin bus-
carlo o buscándolo, García Cantú lanzaba un dardo
al centro mismo de la polémica indigenista entonces
tan intensa.174 Como haya sido, Villa Rojas y Agu-
irre Beltrán guardaron silencio pasando por alto el
relato, tal vez esperando que no se le prestara aten-
ción y se olvidara, como ocurrió. Extrañamente, ni
siquiera los críticos del indigenismo utilizaron el tes-
timonio para reforzar sus posiciones. El tema de la
corrupción era demasiado candente y difícil de pro-
bar, en cambio, la burocratización sí fue mencionada
al menos por Alejandro Marroquín, como ya quedó
antedicho.
En el mismo mes, apareció el segundo
volumen de Los campesinos de la tierra de Zapata,
con textos de estudiantes de la uia. Warman insistió
en que estos trabajos correspondían a un estilo de
investigaciones de campo a partir del aprendizaje ob-
tenido en contacto con campesinos.175
En verdad, la mejor crítica a tal o cual enfoque
ha consistido siempre en llevar a cabo investigaciones
que den por resultado modelos de obras que
demuestren lo que es posible hacer con una u otra
perspectiva. En este sentido, se llevaron a cabo trabajos
de campo de quienes se oponían a que el estudio de
las comunidades indígenas fuera el único enfoque de
la antropología en México; incluso, a contracorriente
del auge de los estudios agrarios, se abrió el camino
13 0
de líneas de investigación urbana e industrial. Un
caso fue el de Victoria Novelo Oppenheim, quien se
presentó en la enah el mes de agosto para defender
su tesis profesional Capitalismo y producción
de artesanías en México. En ésta, aprovechó la
experiencia de su familia vendedora de artesanías
populares y su trabajo de campo en Capula y en la
comunidad purépecha de Cuanajo. No obstante que
Cuanajo era purépecha y Capula desapurepechado,
ella evitó un enfoque indigenista. La investigación
formó parte del Seminario de Antropología
Económica dirigido por Rodolfo Stavenhagen en el
cis-inah.176 Con posterioridad, Novelo dio un paso
más adelante promoviendo lo que que coloquial e
impropiamente se llamó “antropología industrial”,
para emprender el estudio de la clase obrera en 1975.
De ese proyecto de investigación resultó una obra de
antropología social acerca de los obreros en Ciudad
Sahagún, centro productor de automóviles, carros de
ferrocarril y otros tipos de vehículos.177
En un ensayo, Roger Bartra incursionó en
el tema del “problema indígena” y la ideología
nacionalista haciendo uso de declaraciones recogidas
relativas a la población otomí entre diferentes sec-
tores sociales con los que ésta tenían relaciones
interétnicas en el Valle del Mezquital. Bartra lograba
identificar seis diferentes posiciones indigenistas:
el viejo racismo, la vieja demagogia, el liberalismo,
el tecnocratismo, el nuevo racismo y la nueva
demagogia. Con dicho ensayo, Bartra basaba su
análisis en datos de campo a diferencia de los autores
que sólo venían usando datos de biblioteca y, si acaso,
131
de estadísticas, lo cual no era el caso de Warman y
pupilos como ya quedó asentado.178
El lunes 2 de septiembre se inauguró el
importante xli Congreso Internacional de Ameri-
canistas, el cual se celebró en el Museo Nacional
de Antropología y el Castillo de Chapultepec. La
comisión organizadora había estado presidida por
Guillermo Bonfil Batalla, director general del inah,
y como secretario el historiador Enrique Florescano
Mayet, quien se hizo cargo de la organización. Este
fue el mayor acontecimiento académico del periodo,
dada la numerosísima participación de antropólogos
mexicanos de diferentes tendencias y de investigadores
extranjeros; y la presentación de ponencias acerca
de una amplísima gama de temas relativas a todas
las disciplinas antropológicas e históricas referidas a
varias regiones del continente americano y a todas sus
etapas históricas. Las palabras iniciales las dirigió el
secretario de Educación Pública, Víctor Bravo Ahuja,
en representación del presidente Echeverría. Por su
parte, el prolijo discurso inaugural lo pronunció
Gonzalo Aguirre Beltrán, subsecretario de Cultura
Popular y Educación Extraescolar de la misma
Secretaría. En este segundo discurso, Aguirre se refirió
—entre otros aspectos— a la “violenta sacudida” de la
posición de los antropólogos mexicanos al ponerse
en tela de juicio la laboriosa construcción de su
filosofía. Consideró que 1968 sería recordado en la
historia de las ciencias sociales como un año crítico:

En México el movimiento sacudió de pies


a cabeza a todos los científicos sociales, pero muy
132
particularmente a los antropólogos cuyas tareas,
en gran medida, se realizan en programas de de-
sarrollo. Se contradijo la esencia misma que da
su ser a la Ciencia del Hombre; se trajeron a cuen-
to sus orígenes bastardos como hija espuria del
dominio colonial y se inculpó a los antropólogos
oficiales como agentes activos en la manipulación
del indio.179

Asimismo, mencionó la censura a la


integración de los pueblos originales por parte de
antropólogos europeos y estadounidenses, la petición
de dejar al libre albedrío de los “indios” su desarrollo,
la condena a la modernización conforme al modelo
occidental y la llamada antropología comprometida
contra el imperialismo. Al abundar en el tema,
Aguirre se refirió a la fundación del cis-inah con
la encomienda —dijo— de preparar futuros cuadros
de la antropología mexicana mediante estudios de
posgrado. Entre los simposios más concurridos,
estuvo uno dedicado a los modos de producción en
América Latina, un tema muy discutido en aquellos
días, en el cual participaron Miguel Acosta Saignes,
Roger Bartra, José Luis Lorenzo, Ángel Palerm,
Luisa Paré, Enrique Semo y otros. Otro simposio
agrupó a los antiguos “barbadistas” y afines, al
que asistieron Gertrudy Duby, Guillermo Bonfil,
Stefano Varese, Darcy Ribeiro, Miguel Alberto
Bartolomé, Alicia Barabas y otros. Al final, algunos
asistentes condenaron el etnocidio.180 En la clausura
del congreso, los discursos los dictaron Enrique
Florescano y Guillermo Bonfil Batalla.
133
Una oportuna publicación fue el libro El
ejido colectivo de Nueva Italia de Susana Glantz,
supervisado por Palerm, ya que el gobierno pre-
paraba un programa de colectivización del ejido.
En la nota introductoria, Palerm abordó la discusión
del tema criticando las premisas equivocadas para
el desarrollo agrícola basado en la gran empresa capi-
talista.181 Pese a su fallido intento por frenar a los
antropólogos marxistas, era evidente que Palerm
estuvo lejos de ser portavoz de la derecha polítia y de
los intereses del gran capital.
En septiembre, el secretario de Educación
Pública declaró que México no participaría en el
comercio internacional de piezas arqueológicas,
pese a que la unesco recomendara controlar el
comercio legal para facilitarlo e impedir el ilegal.
Este problema significó siempre un dolor de cabeza
para las instituciones antropológicas.182
A principios de septiembre, el omnipresente
Aguirre Beltrán declaró que, al finalizar el sexenio
echeverrista se dejarían sentadas las bases para la
incorporación de 54 etnias indígenas. Para cumplir
con ese plan, se abrirían 10 centros coordinadores
indigenistas más y ese mismo mes se anunció
la construcción de albergues para nahuas y
tepehuanes.183
Con una comida a la que asistieron directores
de museos de otros países, el Museo Nacional de An-
tropología celebró en septiembre 10 años de haberse
inaugurado. Allí se hizo referencia a la influencia
que había ejercido este museo mexicano en otras
partes del mundo.184
13 4
En ese tiempo, Bartra, entonces el antropó-
logo marxista más destacado, abordó la cuestión
indigenista y la ideología respectiva. Para él, la so-
ciedad dominadora había resucitado en la ideología
burguesa el mito de la fusión de las culturas india,
española y mestiza deformando la realidad indígena
como recurso para dominarla.185
En el campo de la lingüística ocurría un
interesante proceso de ampliación de miras. El
lingüista estadounidense Paul L. Garvin y la lingüista
mexicana Yolanda Lastra de Suárez prepararon
una Antología de estudios de etnolingüística y
sociolingüística destinada para estudiantes del
Colegio de Ciencias y Humanidades de la unam, que
empezó a distribuirse en octubre.186 A diferencia de las
descripciones de las lenguas que las estudiaban como
entidades autónomas, como si no fueran habladas por
hombres y como si estos hombres no fueran parte de
una sociedad, la etnolingüística y la sociolingüística
ligaban ambos elementos. Desafortunadamente, con
el tiempo volvería a triunfar una lingüística enfocada
en las características de las lenguas en sí mismas,
algo necesario, pero implicó el creciente abandonó
de la lingüística antropológica, algo que lamentaría
Otto Schumnan, lingüista guatemalteco establecido
en México.
Con repercusiones a largo plazo se llevó a
cabo en octubre el Primer Congreso Indígena en
San Cristóbal de Las Casas.187 En noviembre, se
constituyó la Organización de Profesionistas Nahuas
para participar en el cambio socioeconómico que
respetara su personalidad y su cultura.188
135
En el selecto Hotel María Isabel de la Ciu-
dad de México tuvo lugar la Reunión Anual de la
American Anthropologist Association, un congreso
de antropólogos estadounidenses esencialmente pero en
el que participaron numerosos mexicanos. Al refe-
rirse a dicho cónclave, Stavenhagen reprochó —en
Excélsior— la falta de compromiso social de los an-
tropólogos con sus sujetos de estudio y dio a conocer
la Asociación de Antropólogos del Tercer Mundo
para hacer escuchar la voz de grupos oprimidos,
denunciar situaciones de opresión y criticar teorías
mistificadas de la realidad en la que se encontraban
los oprimidos.189 Nada se supo posteriormente de di-
cha Asociación que, al parecer, no prosperó.
Sólo dos días después de dicha reunión,
Andrés Medina denunció el proyecto arqueológico
de la prestigiosa Universidad de Texas, ya
mencionado párrafos arriba, pues en el documento
en el que se presentaba implicaba averiguaciones
no especificadas acerca de recursos naturales. En
atención a lo cual, pedía reglamentar la investigación
científica extranjera.190 A su vez, Palerm —quien
había mediado entre el proyecto y el inah— replicó
acusando a Medina de pecados semejantes. Exhortó
a no confundir a los estadounidenses apegados a la
ética profesional con quienes no lo estaban, en vez de
presentar con los primeros un frente unido contra el
espionaje y la subversión.191
El 13 de diciembre, antropólogos y estu-
diantes defendieron la solvencia de Medina y
consideraron necesario acatar una reglamentación
de investigaciones antropológicas extranjeras y
136
denunciar las lesivas al país.192 Por su parte, el día 15
la amap desaprobó a Palerm por llevar el asunto a un
terreno personal desviando la atención al problema.
Atenida a la documentación disponible, declaraba
su recelo por haberse ampliado el proyecto original
de estudio de la integración y la desintegración de
entidades políticas en la antigüedad, para abarcar el
área maya donde acababan de localizarse yacimientos
petrolíferos. Del mismo modo, reprobaba que el pro-
yecto se hubiera discutido con el director del cis-inah
sin contar con autorización oficial involucrando a
dicha institución y la uia. Rechazaba el proyecto
por su ambigüedad y el que estuviera en manos de
personas e instituciones con actitudes despectivas,
discriminatorias y divisionistas de la antropología
mexicana; y se declaraba opuesta a la importación
de extranjeros desplazando a los nacionales en de-
trimento de las funciones del inah.193
El Colegio tenía razón en su argumentación,
pero no pasó inadvertido cierto empeño de Olivé y
afines por mantener su oposición a las iniciativas de
los exantropólogos críticos como continuación de la
lucha por el poder entre ambos en la que él y sus
afines habían salido derrotados. No terminaban de
resignarse a vivir exiliados, a que los tiempos ya
eran otros y a que ya no regresaría aquel en el que
habían disfrutado de un nicho propio. Sólo que esa
lucha ya era ajena a los antropólogos más jóvenes
que más bien participaban en la guerra ideológica de
su momento y no en viejas rencillas.
Palerm cometió un error al defender el
proyecto texano. Su defensa lo hizo aparecer como
137
su promotor sin saberse si realmente lo fue o sólo
fue requerido por la Universidad de Texas para que
gestionara su aprobación. Poco le ayudó la sospecha,
nunca desvanecida en algunos sectores del gremio,
sobre su relación con agencias estadounidenses, lo
cual llevaba a pensar —sin pruebas— que era “un
agente” de la Central de Inteligencia Estadounidense
(cia).194 Nunca se le percibió realmente como miembro
de la comunidad antropológica mexicana, aun
cuando sí lo era de una facción organizada en torno
a él en México. Peor aún, dadas sus ligas esenciales
con instituciones e investigadores estadounidenses y
dado que había dirigido el Departamento de Asuntos
Sociales de la Organización de Estados America-
nos controlado por los Estados Unidos. Allí, intervino
para salvaguardar la integridad de asilados políticos
dominicanos, pero pocos llegaron a saberlo. De
todos era sabido que había sido miembro del grupo
asesor en asuntos sociales del presidente John F.
Kennedy, quien impulsó la llamada Alianza para el
Progreso, un programa de ayuda económica, política
y social de los Estados Unidos para la América Me-
ridional. Tal programa formó parte de la ofensiva para
contrarrestar los efectos de la Revolución Cubana,
al mismo tiempo que se llevaban a cabo labores de
contrainsurgencia con Fuerzas Especiales del Ejército
de Estados Unidos —apodadas “boinas verdes”—
para perseguir movimientos “subversivos”.
Palerm fue siempre una figura políticamente
polémica desde su llegada a México, cuando ya entre
algunos republicanos españoles aquí refugiados se
polemizaba acerca del papel jugado por el entonces
138
joven anarcosindicalista en los años treinta, a quien
se acusaba de haber hecho delaciones para salir del
campo de concentración donde estuvo preso en
Francia, sin saberse nunca si había algo de verdad
en tales decires o sólo era una conseja.
En un desplegado publicado el día 17, el
director del inah, Guillermo Bonfil, desmintió que
el Instituto aprobara proyectos que dañaran al
interés nacional. Agregó que, respecto del proyecto
en cuestión, sólo se tuvieron pláticas preliminares
por iniciativa de la Universidad de Texas que había
ofrecido entregar un proyecto, lo cual aún estaba por
cumplir. Bonfil condenó la propagación de versiones
fragmentarias que producían confusión. Con esa
actitud, el director desacreditaba indirectamente
a los investigadores del inah que habían objetado
dicho proyecto y él se pronunciaba a nombre de “El
Instituto”, cuando que sólo hablaba por sí mismo
como funcionario sin representar al conjunto de su
cuerpo científico.195
En diciembre, el ingeniero Heberto Castillo,
un dirigente de un partido político de izquierda,
se refirió a la marginación de los intelectuales que
habían evitado alinearse en el proyecto echeverrista.
Añadió que se hacía a un lado a las organizaciones de
los trabajadores y a las fuerzas revolucionarias, para
dejar en su lugar a los intelectuales alineados, pre-
sumiblemente “progresistas”, como los defensores
del nacionalismo y el antiimperialismo. Sin vacilar
puede afirmarse que lo que sucedía en el gremio
antropológico reflejaba ese panorama político
nacional escindido.196
139
El penúltimo día del año terminó de imprimirse
Estructura agraria y clases sociales en México del
antropólogo Roger Bartra, un estudio marxista que
aglutinaría a no pocos estudiantes en torno al aná-
lisis de la cuestión agraria.197 En la medida en que
era un análisis clasista fundado en la articulación de
los modos de producción, plasmaba la tendencia de iz-
quierda en este campo de investigación, en el cual
Bartra fue uno de sus más señeros exponentes. Si tu-
viéramos que marcar obras inaugurales de las al menos
tres diferentes corrientes de estudios agrarios, al me-
nos tres trabajos cabe mencionar: Las clases sociales
en las sociedades agrarias de Rodolfo Stavenhagen
(1969), Los campesinos hijos predilectos del régimen
de Arturo Warman (1972) y Estructura agraria y cla-
ses sociales en México de Roger Bartra (1974).
Los enfrentamientos gremiales se daban más
nutridamente en el campo de los estudios agrarios en
particular, pero hay que mencionar que en aquel año
había emergido la historia marxista. La obra mode-
lo de esta tendencia fue la Historia del capitalismo
en México de Enrique Semo Calev, judío de origen
búlgaro, que tuvo mucho éxito y ejerció influencia
considerable entre los estudiantes de antropología.198
Palerm parece haber querido dar lucha también en
este campo al preguntarse si era correcto plantearse
un modelo marxista de la formación socioeconómica
colonial, pero salió al combate como llanero solita-
rio, sin que sus alumnos y afines lo emularan o se
sumaran a esta empresa, así que resultó un round
de sombra.199 En cambio, Semo mantuvo el liderato
por varios años.
14 0
Sexto torneo
1975
S
La Carta de Pátzcuaro, que se emi-

Anónima s. f. y
tió en el primer Congreso Nacional
de Pueblos Indígenas en Janitzio,
reflejaba la posición oficial res-
Eckart Boege Schmidt
pecto de los pueblos originales: la
situación de los “indígenas” era producto de su “mar-
ginación del desarrollo social democrático” que sería
resuelto “por la acción revolucionaria del gobierno y
del pueblo todo de México”. Fue así que el gobierno
mexicano aparecía como su mejor aliado.200
A mediados de enero, la imprenta terminó de
estampar la compilación de estudios marxistas desti-
nados a responder la pregunta: ¿Quiénes sustentan
el poder en el México rural?, con el título Caciquis-
mo y poder político en el México rural. El volumen,
alistado por algunos economistas y sociólogos, y
los antropólogos Bartra, Paré y Eckart Boege, par-
ticipaban en una tendencia que, sin buscarlo o sin
manifestarlo, iba adelante del campesinismo libe-
ral.201 Los escritos, bien sustentados y nutridos con
trabajo de campo, contrastaban con los textos pan-
fletarios que pasaban de mano en mano en el medio
estudiantil y que pocas veces derivaron en investiga-
ciones o en acciones políticas eficaces.
Algunos días después, Palerm desaprobó de
nuevo a quienes opusieron reparos al proyecto de la
Universidad de Texas. Les atribuyó la intención de

141
obstaculizar el cambio en el inah, asociada con
una “campaña nacional obstruccionista, hostil a los
cambios, enemiga del proceso político que vivía el
país, nostálgica del pasado y deseosa de su restau-
ración”.202 La defensa de la conducción del inah y,
de nuevo, del gobierno de Echeverría eran patentes.
Ciertamente, la derrotada fracción anquilosada del
gremio se había adherido a la reprobacioón del pro-
yecto de la uni-versidad texana, pero más bien había
sido la izquierda política, primero, y la sindical, de-
spués, la que había reaccionado primero.
Esta bataola y la suscitada por el Anuario
antropológico ilustran lo ríspido de la lucha política
entre las facciones antropológicas ligadas a propósitos
distintos y, en última instancia, la disputa entre
sus respectivos “jefes” enfrascados en una contienda
por el poder. Tras sosegarse la tormenta, Palerm
escribió —para el diario El día— un ensayo más ecuá-
nime acerca de lo que él bautizó como “la disputa
de los antropólogos mexicanos”. 203 En dicho
ensayo se refirió favorablemente al aumento de
instituciones, lo que rompió el monopolio del inah.
Esta afirmación la exageró el comité ejecutivo del
sindicato de investigadores del inah, pues consideró
el hecho como una introducción de la anarquía en el
mercado de trabajo de los antropólogos, siendo que
más bien les ofreció oportunidades de empleo.204
En el citado escrito, Palerm desfiguraba la
realidad sosteniendo la vigencia de una supuesta do-
ble prevalencia que a él le gustaba difundir: una,
la del Instituto Nacional Indigenista, promotora de la
antropología social aplicada e instrumento estatal
142
del indigenismo; y otra, la del Instituto Nacional de
Antropología e Historia, sede de “la antropología
tradicional” e instrumento estatal para proteger el
patrimonio monumental, dedicado mayormente
a la arqueología de anticuarios —sumisa creciente-
mente al turismo—, la historia de antigüedades y el
relicario etnográfico de culturas indígenas.
¿Criticaba al inah dirigido por Guillermo
Bonfil? Los cambios internos desde abajo y desde
la dirección habían dejado atrás “antigüedades” y
“relicarios etnográficos”. Su patente desdén por la
etnografía del México profundo era consecuente con
el hecho de que él nunca la llevó a cabo. Su trabajo
de campo consistía en recorridos por la geografía
y la observación de restos arqueológicos sin cruzar
palabra con los habitantes.
De izquierda a derecha: fotógrafo Alfonso Poncho Muñoz, persona no identificada,
Arturo Warman y Guillermo Bonfil en la explanada del Museo Nacional de
Antropología en los años sesenta
Anónima s. f. z

143
Anónima s. f. aa
Guillermo Bonfil entrevistando a Andrés Segura, capitán de la danza de concheros y
personaje destacado en el documental Él es Dios

Con su caracterización de la labor


antropológica del inah olvidaba que investigadores
de la llamada antropología crítica —en la que él se
había cobijado— como Bonfil, Nolasco, Valencia,
Warman y Olivera habían desarrollado su trabajo en
el inah que nada tenía que ver con antigüedades y
relicarios. Asimismo, dejaba de lado a arqueólogos
como José Luis Lorenzo que hacían una arqueología
a contracorriente del monumentalismo y el turis-
mo y a los participantes en el Proyecto Arqueológico
Puebla-Tlaxcala que llevaron a cabo una ambicio-
so proyecto de investigación científica. Si hubiera
querido consultar el catálogo de publicaciones del
inah se habría sorprendido con la amplia gama de
estudios que incluían asuntos como la onchorcercosis
en Chiapas —un temible mal que producía ceguera y
asolaba al norte de Chiapas— de Felipe Montemayor,
14 4
el exhaustivo estudio de ecología social en La Mer-
ced de Enrique Valencia, la espléndida etnografía de
los barrios y la estructura religiosa de Tlaxcalancin-
go de Mercedes Olivera o el pertinente análisis del
problema de la desnutrición en Sudzal de Guillermo
Bonfil, por ejemplo.205
Sólo por descuido era dable omitir que fue el
inah quien produjo el intenso documental etnográfico
Él es Dios, referido a la hermandad religiosa de los con-
cheros que acudían a danzar a ciertos santuarios, con
grabación musical de Arturo Warman, imagen de
Alfonso Muñoz y Víctor Anteo y texto de Guillermo
Bonfil. Éste era un testimonio cinematográfico de
su generación que se convirtió en una verdadera
leyenda en el gremio antropológico, pues lucía
expresivamente el tipo de antropología que el gremio
era capaz de hacer atendiendo a las inquietudes
sociales e intelectuales de los antropólogos jóvenes
en los años sesenta.206 Tampoco podía dejarse en el
olvido la memorable serie de discos fonográficos del
inah con música popular, varios con grabaciones
de campo de Arturo Warman. Dicho esto sólo para
mencionar un pequeño botón de muestra del trabajo
de la comunidad científica de una institución que no
merecía desprecio alguno.
En cambio, Palerm tenía razón en señalar que
una antropología modernizada se estaba abriendo
camino. Agregó —ya al franco servicio del régimen
gubernamental— que:

Fuerza es reconocer, y yo lo hago de manera


voluntaria, que los cambios que he mencionado,
145
así como las oportunidades profesionales que
se han abierto, no hubieran podido ocurrir sin
las profundas modificaciones introducidas por el
presidente Echeverría en la política nacional e in-
ternacional de México.207

Por su parte, Andrés Fábregas se sumó —en el


mismo periódico El día— con un interesante artículo,
publicado el 26 de febrero, en el cual se refirió a
las nuevas tendencias de la antropología mexicana y sus
implicaciones. En dicho texto, él hizo referencia a la
controversia entre los antropólogos que mantenían
una posición analítica y crítica acerca de los pro-
blemas nacionales y entre los antropólogos con una
posición burocrática que procuraban mantenerse en
sus puestos; insistía en la existencia de dos grandes
bandos en choque frontal ignorando la corriente de an-
tropólogos marxistas mexicanos. Él tuvo el tino de
describir los planteamientos básicos de la corriente crí-
tica, a la cual él se inscribió como su seguidor desde
su época de estudiante de la enah —donde fue alum-
no de Bonfil—. Con mayor seriedad, trazaba el estado
de la antropología mexicana en el contexto de lde cua-
tro corrientes internacionales: la de los antropólogos
enfocados al estudio de las sociedades “primitivas”,
la de aquellos preocupados por la emergencia de las
“naciones-estado”, la de aquellos enfocados en la es-
tructura de la mente humana y la de aquellos críticos
—entre ellos los marxistas— orientados al estudio de
la praxis social, de los problemas del desarrollo de las
naciones-estado y de la transmutación de las áreas de-
scolonizadas en regiones subdesarrolladas.
14 6
De éstas corrientes, sostenía, la que estaba
poniendo en crisis la orientación tradicional era
la corriente crítica interesada en el cambio de la so-
ciedad y en pasar de la crítica de la realidad a una
práctica revolucionaria. En México, afirmaba, una
corriente crítica con una nueva generación que lu-
chó contra la burocracia en la enah, influida por
trabajos de Palerm, Bonfil y Wolf, se configuró en el
contexto del movimiento estudiantil de 1968. Desde
un principio, afirmaba, esta generación fue anate-
matizada por los antropólogos burócratas acríticos
que terminaron liquidados. El meollo de todo era la
creciente burocratización de las instituciones polí-
ticas y académicas. Para Fábregas, activo militante
del movimiento estudiantil de 1968, era claro que
la “antropología crítica” luchaba contra las barreras
burocráticas que la enah había enfrentado para ha-
cer una ciencia al servicio de las necesidades del país:
“[…] se trata de un enfrentamiento entre una corrien-
te crítica del análisis social [en] contra de la dirección
burocrática y reaccionaria que se imprimió a la an-
tropología mexicana”.208 Fábregas parecía no darse
cuenta que tal enfrentamiento ya era contra molinos
de viento, ¿qué dirección burocrática y reaccionaria
quedaba en pie si los antropólogos críticos —en
alianza con Aguirre Beltrán— ya habían tomado las
riendas de las direcciones institucionales?
Fábregas tenía sólo en parte razón, pues ahora
la lucha la venían dando los antropólogos militantes
en el movimiento comunista desde antes del movi-
miento de 1968, Bonfil incluido, pero a partir de
entonces tomó un impulso imparable. Por lo visto,
147
él veía que la “antropología crí-
tica” era la vanguardia que tenía
el monopolio del derrumbamien-
to del bloque “tradicional”; a
sus ojos, los antropólogos mar-
xistas mexicanos eran invisibles.
Los antropólogos “críticos”, re-
Anónima s. f. ab

convertidos en echeverristas,
tenían en los años setenta como
Andrés Fábregas Puig
principal oponente a la izquier-
da, ya no a las jefaturas de los
antropólogos burocratizados que ya estaban en fase
terminal.
Por más que se intentara desconocer los textos
de la antropología de izquierda, éstos estaban teniendo
repercusiones a las que los antropólogos críticos evi-
taban mencionar, pese a que, de hecho, competían
con ella. Lo hacían con cierta desventaja —hay que
decirlo— porque el tsunami marxista era de tal mag-
nitud que creer que éste era invisible, marginal y de
poca monta, sólo los hizo ponerse ellos mismos al
margen de los tiempos que corrían. Por otra parte,
quedaba un sector de la ya marginada y muy dis-
minuida vieja antropología, que había pasado a la
oposición y aprovechaba las escasas oportunidades
que tenía para poner obstáculos —con ningún éxi-
to— a los cambios institucionales encabezados por
la antropología “crítica”, pero la lucha ya no era
contra esa vieja antropología, el propio Fábregas lo
escribió: ya había sido liquidada.
A Fábregas se le pasó considerar que, cuando
escribió, las principales instituciones burocráticas
148
ya estaban dirigidas por antropólogos de su co-
rriente y que, en el inah, dirigido por su maestro
Guillermo Bonfil, el dominio burocrático estaba
siendo demolido desde adentro por sus propios
investigadores, su movimiento sindical y el propio
Bonfil. Tanto los antropólogos críticos como los
antropólogos jóvenes de las instituciones estaban
tomando en sus manos la antropología. No tenía
sentido hablar más de enfrentamiento entre los
“críticos” y los jefes burócratas —entre ellos, Caso,
ya fallecido, y los demás, ya desbancados— sino
entre las diferentes posiciones políticas de quienes
deshacían y construían nuevas alternativas y, para de-
cirlo más crudamente, entre los antropólogos de
izquierda y los antropólogos que, si bien no eran
todos de la derecha, se empeñaban en levantar una
antropología no marxista. Una institución nueva
como el cis-inah, creada con el acuerdo de Aguirre
Beltrán y“los antropólogos críticos”, de ninguna manera
adoptó un enfoque marxista en sus investigaciones
y, más bien, emprendió una fuerte ofensiva, entre
otros campos, en contra de los estudios agrarios de
izquierda. Ciertamente, hay que decirlo, el cis-inah
abrió todo un abanico de líneas de investigación
contribuyendo a diversificar las temáticas atendidas
por las antropologías mexicanas.
Juan José Rendón y dos estudiantes, a pro-
pósito de las intensas discusiones que estaban teniendo
lugar entre los antropólogos, propusieron en un
tono panfletario un programa para la investigación,
la práctica y la organización de la antropología me-
xicana: estudiar críticamente su historia; investigar
149
“el problema indíge-
na” enmarcado en
la problemática cam-
pesina; reactualizar
la educación rural
socialista del carde-

Anónima s. f. ac
nismo; reestructurar
la enah, el inah y
el ini con un criterio Fig. 30. Gilberto Balam Pereira
progresista; organizar y capacitar a los promotores
bilingües; democratizar organismos gremiales an-
tropológicos; expulsar agentes estadounidenses
infiltrados en la antropología mexicana; integrar un
frente latinoamericano antiimperialista de antropólo-
gos e indigenistas; y otras diligencias no relacionadas
directamente con labores antropológicas.209
La Editorial Grijalbo editó en marzo el
pequeño vademécum compilatorio Marxismo y
sociedades antiguas con ensayos de Roger Bartra.
En sus páginas, el autor abordaba la naturaleza de
las sociedades antiguas, el nacimiento del Estado y
el desarrollo de la lucha de clases. Entre los ensayos
compilados, uno formulaba una crítica —ya fuera
de tiempo— al libro de Karl Wittfogel acerca del
despotismo oriental y su teoría de la sociedad
hidráulica. Otro, versaba sobre el modo asiático de
producción, uno de los temas recurrentes en esos
años, debido al esfuerzo de muchos por caracterizar
las sociedades antiguas.210
Basándose en su experiencia durante tres años
en el Centro Coordinador del ini en Valladolid, un
médico y sociólogo yucateco tomó la pluma para
150
responder autocríticamente a la pregunta de si se
estaba contribuyendo a la dominación del “indígena”.
Pese a la limitación ideológica del indigenismo y a las
críticas justificadas que estaba recibiendo, escribió,
el indigenismo instalaba infraestructura para los
pueblos indígenas, aprovechables a largo plazo en
una coyuntura de lucha de clases. La vinculación de
dichos pueblos con la clase obrera dependía de la
toma de conciencia de los trabajadores indigenistas
buscando establecer la libertad y la igualdad y
ateniéndose al papel que les corresponde a dichos
trabajadores y a la tarea de los pueblos en el proceso
de un cambio histórico. Balam incluso consideró que
el papel de los trabajadores indigenistas era despertar
la conciencia clasista de los pueblos para luchar
por sus reivindicaciones y aliarse al proletariado
con objeto de lograr el cambio al socialismo que
asegurara la emancipación económica. Esto último
porque las comunidades indígenas, pensaba,
no desempeñaban un papel hegemónico en ese
proceso. Ese papel, afirmaba, estaba destinado a
los trabajadores asalariados urbanos y rurales. Con
todo, Balam reconocía que: “[…] las comunidades
indígenas no asalariadas representan una tremenda
fuerza potencial aliada de estos trabajadores para el
cambio histórico, cambio incontrovertible por otra
parte, independiente de nuestra voluntad”.211
Un apreciable y amplio panorama colecti-
vo de la lingüística en México y los estudios de las
lenguas habladas en el país, incluido el español,
preparado por varios lingüistas entre 1971 y 1972,
apareció en dos volúmenes en junio. La obra trataba
151
la transculturación lingüística y la lingüística aplica-
da en la educación de la población “indígena”. En
sus escritos, los autores no intervinieron en los deba-
tes políticos, pero si se esforzaron por hacer presente
a la lingüística y su importancia en el quehacer an-
tropológico nacional.212
Roger Bartra, quien tuvo importante pre-
sencia en la enah, impartió allí la conferencia
“Ideología e indigenismo” —en junio de 1975—
dedicada a dilucidar el tema de las clases dominantes
frente al “problema indígena”. La conferencia
abordó las actitudes discriminatorias de diferentes
sectores sociales respecto de la población otomí.
Bartra sostenía que las relaciones interétnicas eran una
representación ideológica de las luchas de clases,
pues funcionaban como aparato ideológico de
dominación.213 Indiscutiblemente, las clases sociales
y sus luchas eran un aspecto considerado en el
medio académico de la izquierda, algo eludido por
otros cotarros como no ha dejado de insistirse en
estas líneas.
A lo largo de todo el período aquí tratado, el
interés por la caracterización de las sociedades antiguas
fue otro de los temas recurrentes, tal vez intentando re-
escribir la historia. Respondiendo a ese problema, la
Editorial Grijalbo publicó en julio la traducción de
Materialismo histórico e historia de las civilizaciones,
una compilación de dos estudios de Antoine Pelletier
y Jean-Jacques Goblot. Entre otros aspectos, los auto-
res discutían en sus escritos la unidad y la desigualdad
de los procesos de la evolución social, refutando vi-
siones esquemáticas como la de Stalin.214
152
Al respecto de esto último, la moderna iz-
quierda política criticaba acremente el uso de
“manuales” de marxismo que, suponían, lo esquema-
tizaban y lo mal aplicaban, o bien, distorsionaban
el pensamiento de Marx, en vez de estudiar direc-
tamente los textos de éste y de Engels. La crítica era
especialmente aguda con los textos soviéticos y, en
menor medida, con la exitosísima obra de divul-
gación marxista de la chilena Martha Harnecker,
Los conceptos elementales del materialismo histó-
rico.215 El libro se difundió y se estudió mucho en
esa época. Entretanto, a despecho del sanbenito que
se le colgaba a las obras soviéticas, en este año llegó
a México la edición en español del Ensayo sobre
la teoría marxista de la sociedad de V. Kelle y M.
Kovalzon, en cuyo capítulo relativo a las pre-
misas filosóficas para la investigación social, los
autores recalcaban desde el principio que la teoría
marxista era una guía para el estudio de la socie-
dad y no un modo de reconstruir la marcha de la
historia, ni una llave mágica que libra al estudioso
del estudio de sus secretos. Esto es, el materialis-
mo histórico no explicaba la marcha concreta de
la historia, sino las leyes generales del desarrollo
de la sociedad, por lo que sólo ofrecía principios
orientadores no aplicables del mismo modo a un
país u otro dadas las condiciones específicas de
cada uno.216 Éstas y otras obras similares carecen
de contenido antropológico, pero conviene men-
cionarlas porque eran lecturas entre estudiantes de
la enah; la de Harnecker llegó a ser prácticamente un
libro de texto.
153
Ese mismo mes de junio, la Sociedad
Mexicana de Antropología llevó a cabo su xiv Mesa
Redonda en la ciudad hondureña de Tegucigalpa,
la primera y la última llevada a cabo en el extranjero.
Como siempre, convocó a numerosos antropólogos
de todas las disciplinas antropológicas, de las
cuales alrededor de una centena de ponencias —con
una amplia gama de temas— fueron entregadas para
su publicación.
El 17 de ese mes de junio, los maestros de
tiempo completo de las especialidades de antropolo-
gía social y etnología valoraron el proceso de cambio
en la enah. Consideraron que había avances debidos
a la ruptura con la dependencia de la antropología
estadounidense y con la orientación oficial ligada ideo-
lógicamente a la clase dominante. Dichos avances se
debían a dos factores más:

• La introducción de la problemática marxista


y de las corrientes contemporáneas de las
ciencias sociales y su respectiva aplicación
en investigaciones llevadas a cabo.
• La democratización del gobierno de la Es-
cuela con la participación responsable de
maestros y alumnos.217

Por cierto, pese a que había ocurrido la citada


ruptura de la dependencia con la antropología estado-
unidense, la verdad es que dicha antropología pasaba
también, por más que tratara de disimularlo,
por su propia crisis. La crítica a su propia disciplina
había llevado a ésta. Por muy circunscrita que hubiera
154
estado, llegó a hacerse explícita.218 A diferencia de
México, en dicha antropología el marxismo se
mantenía ausente… pero no del todo, inusual pero,
por ejemplo, alguna vez éste se trajo a cuento nada
menos que en American anthropologist, una de las
revistas del establishement por antonomasia.219
Por otra parte, dicha crisis no hacia sino reflejar
un fenómeno internacional. La unesco, por ejemplo,
dedicó su Revue internationale des sciences sociales
a la transformación que estaban experimentando
las profesiones dedicadas a las ciencias sociales.
Abordó cuestiones como los problemas morales de
su conducta, las condiciones de los investigadores,
las doctrinas profesionales y el poder, las academias
y las profesiones científicas, las aspiraciones y la
oposición crítica.220
La aparición del primer número de la revista
Nueva antropología, impreso en julio de 1975 bajo
la coordinación de Lourdes Arizpe, Luis Barjau, Silvia
Gómez Tagle y Francisco Javier Guerrero, fue un
acontecimiento destacado que consolidaba los aires
renovadores en la antropología mexicana. Como la In-
ternet estaba aún lejos de aparecer, una nueva revista
con participación colectiva tenía cierta repercusión.
En su editorial, los coordinadores afirmaban que la
antropología se encontraba en el trance de justificar
su estatuto científico, de redefinir su objeto de estudio
y de plantear nuevos fundamentos teóricos que
sustituyeran viejos esquemas y permitieran una nueva
interpretación de la realidad. La crisis, agregaban,
estaba impulsando esfuerzos prometedores para
buscar caminos teóricos y metodológicos, aunque
155
estos esfuerzos eran aislados y dispersos sin canales
de comunicación. La revista pretendía ser un medio
para afrontar esa dificultad como órgano de difusión
y como tribuna para el debate. Concluían señalando
que la revista sería un medio de expresión abierta y
no de un grupo cerrado de antropólogos. Esa edi-
torial hizo manifiesto que la renovación que los
“antropólogos críticos” pretendían estar llevando
a cabo carecía de patente de corzo y que ni siquiera
constituían la única vanguardia. Con todo, los
agitados tiempos limitaron un tanto la apertura que
Nueva antropología deseaba; casi inevitablemente,
la revista se constituyó en una tendencia, un tanto
ecléctica sí, pero sin lograr atraer del todo las
corrientes en curso, pues éstas no deseaban convivir
en una misma revista.221 En cambio, sí dio cabida
a plumas independientes que habían ido quedando
sin plataformas para divulgar sus ideas. Como fuera,
sus páginas acogieron un importante e interesante
conjunto de artículos, los cuales abordaron una
amplia variedad de temas, algunos polémicos, entre
los cuales estuvo el de la relación entre el marxismo
y la antropología.
En algún momento de 1975 se fundó el Ins-
tituto Mexicano para el Estudio de las Plantas
Medicinales encargado del desarrollo de investiga-
ciones multidisciplinarias de antropología médica,
de etnobotánica y de otras disciplinas científicas que
analizaran la utilización de medicinas tradicionales
“indígenas” para incorporarlas como medicamentos
en la medicina moderna. Este organismo fomenta-
ría entre otros campos de estudio, la etnobotánica
156
y empezaría a publicar sus
monografías desde 1976 y
su revista Medicina tradicio-
nal a partir de 1977. Cabe

Anónima s. f. ae
destacar que, por esos años,
varios antropólogos empeza-
ron a entablar relaciones de
cooperación con agrónomos y José Luis Lorenzo Bautista
biólogos. Incluso, en años subsecuentes el reconoci-
do agrónomo especializado en agricultura campesina
Efraín Hernández Xolocotzin, primero, y el biólogo
especializado en ecosistemas campesinos tradiciona-
les Víctor Manuel Toledo, después, dejaroan sentir
su influencia entre los antropólogos crecientemente
interesados en la agricultura campesina.
En octubre, empezó a circular El Plan Puebla:
una revolución verde que está muy verde, un texto
de Luisa Paré, antropóloga de izquierda involucrada
en los estudios agrarios. En este estudio, la autora
somete a crítica la llamada “revolución verde”,
promovida por agencias de los Estados Unidos en
México para aumentar la productividad agrícola
pero marginando la vieja tecnología campesina.
Ese mismo mes de octubre se llevó a cabo
en Teotihuacán un seminario coordinado por el
arqueólogo José Luis Lorenzo, en el cual se redactó
el documento Hacia una arqueología social. Él
mismo sostuvo que el desarrollo de las ciencias
sociales latinoamericanas había estado condicionado
a formas de dominio imperialista.222
En ese mismo octubre, tuvo lugar en Pátzcuaro
el Primer Congreso Nacional de Pueblos Indígenas,
157
donde se reunieron representantes de 70 pueblos
originales. Stavenhagen informó que en dicho corro
se impugnó la idea que el progreso de los pueblos
indígenas precisaba su muerte cultural.223 Por su lado,
Lourdes Arizpe consideró que el único antecedente
del congreso fue “sin duda, el interés personal del
presidente Echeverría en los grupos indígenas”.
Además, criticó el bajo y discriminatorio nivel del
hospedaje, la alimentación y los servicios que se
les dio a los delegados “indígenas” acarreados. Por
cierto, inesperadamente ellos terminaron haciéndose
cargo del congreso marginando a funcionarios de la
Secretaría de la Reforma Agraria y a dirigentes
de la priísta Confederación Nacional Campesina,
a quienes les pidieron que se retiran junto con
antropólogos y reporteros para sesionar solos sin in-
terferencias.224
Ahora bien, al parecer, los representantes
mencionados carecían de una representación
obtenida en elecciones populares, dicho cónclave
—aunado a otros hechos— tendría consecuencias a
largo plazo al abrir camino a las reivindicaciones
etnicistas, las cuales terminarían desplazando a las lu-
chas campesinas y las de las clases trabajadoras en
general, a pesar de que uno de los resultados más
importantes fue la confirmación de la carencia
de bases legales y de participación en el poder
político para enfrentar los abusos económicos. El
Congreso alentó la conciencia de la importancia
de mantener las lenguas y las culturas de los pueblos
como un patrimonio propio que los arraigaba y
les daba identidad y fortaleza.
158
Los dos artículos disponibles acerca del
Congreso tenían dos enfoques distintos: Stavenhagen
acentuó el aspecto cultural y Arizpe subrayó el
económico. Con toda razón, la segunda se preguntó
qué tanta validez política tenía organizar a los
pueblos indígenas con base en su filiación cultural
—léase étnica— lo que propiciaba la división
del campesinado. Respecto de la opinión de los
antropólogos, identificaba cuatro tendencias:

• La que defendía las culturas indígenas


—considerada de romántica y reaccionaria—
que fue precedida por la “Declaración de
Barbados”.
• La denunciante del etnocidio que promovía
la participación política y económica de los
pueblos indígenas.
• La participante en el indigenismo oficial
que procuraba la integración indígena al
proletariado para aumentar su peso y sus
acciones políticas.
• La que se circunscribía a las polémicas
teóricas que rechazaba cualquier acción en
el contexto del reformismo burgués.

Ni teórica ni políticamente, sostuvo Arizpe, la


primera y la última eran sostenibles en un análisis de
izquierda. Por esa razón, quedaba elegir entre dos
alternativas:

• Que se llevara a cabo la incorporación


del campesinado indígena a la sociedad
159
nacional, de manera conveniente para
sectores gubernamentales favorables a las
clases dominantes.
• Que agrupaciones democráticas apoyaran la
participación del campesinado indígena cons-
tituyendo grupos de presión política para
aumentar su margen de negociación y de
participación en el sistema económico
nacional.

Varios de los antropólogos reunidos en


esa ocasión redactaron una “Denuncia de Pátzcuaro”
oponiéndose a las actividades del disfrazado Instituto
Lingüístico de Verano (ilv), que se hacía aparecer
como institución dedicada al estudio lingüístico
de las lenguas nativas pero que, en realidad, era
un organismo misionero protestante evangélico de
infiltración estadounidense en las regiones indígenas,
establecido desde el gobierno del general Cárdenas. Los
firmantes exigían que dicho organismo suspendiera
sus actividades en México. Notoriamente, firmaron
varios antropólogos de distintas posiciones políticas:
Marcela Lagarde, Jesús Ángel Ochoa Zazueta,
Ricardo Ferré, Félix Báez Jorge, Juan José Rendón,
Margarita Nolasco, Carlota Botey, Gilberto Balam
y Salomón Nahmad.225 Este asunto del ilv levantó
una ola de indignación que, finalmente, daría por
terminado el convenio de cooperación entre el ilv
y el gobierno mexicano, pero más allá de los años
que nos ocupan. Este movimiento por expulsar el
ilv de México fue uno de los hechos más álgidos en
estos años que, incluso, hizo coincidir a sectores de
160
bandos opuestos como los dos colegios profesionales
recién constituidos.
Ello los llevó a ir a contracorriente de Aguirre
Beltrán, quien se presumía que apoyaba al ilv. Sin
embargo, contrariamente a su costumbre, nunca hizo
pública su posición al respecto. Su apoyo, de haber
sido cierto, debió ser muy importante, pues a través
suyo el ilv tal vez podía conseguir la protección de
Echeverría.
Como epílogo, al acabar el año, se terminó
de imprimir una compilación de artículos de Aguirre
Beltrán, editados por Palerm, quien lo presentó
laudatoriamente como un consumado polemista y
el autor de una de las obras de mayor significación
científica y política de las últimas décadas.226 El
contenido era predominantemente indigenista.
Curiosamente, Palerm incluyó el artículo crí-
tico de Aguirre Beltrán al libro De eso que llaman la
antropología mexicana, escrito por sus compañeros
“críticos”, pero en el cual Palerm se abstuvo calcula-
damente de participar. Después de todo, los autores de
ese famoso manifiesto venían de más atrás, antes
de que Palerm regresara a México en 1965. Él sólo
se acercó y colaboró cuidándose de mantener su in-
dependencia, cuando los autores ya tenían tiempo de
irse abriendo camino promoviendo una antropolo-
gía actualizada y atenta a la problemática nacional.
Al parecer, Palerm se asumió como una especie de
consejero por ser mayor que los demás, sin que sea
del todo seguro que ellos asumieran al recién llegado
como tal. De hecho, puede ser un tanto forzado con-
siderarlo uno de los siete “magníficos” pese a que,
161
en alguna medida, su participación con este grupo le
reportó beneficios políticos y personales.
Un rasgo de ese tiempo que cabe mencionar
es la reflexión de cada tribu concerniente a la historia
de la antropología mexicana. Tales cavilaciones
tenían una motivación política: fraguar su propia
memoria colectiva cada una y validar históricamente
su proyecto respectivo. Uno de los resultados mejor
logrados terminaría de escribirse en septiembre de
1978: una historia de la antropología en México
preparada por José Lameiras con abundante
material bibliográfico y testimonios orales que superó
todo lo hecho hasta entonces en esta materia.227
El texto de Lameiras fue uno de los más serios y
mejor fundamentados de su tiempo: un escrito
pionero en el que habría de inspirarse años después
La antropología en México, panorama histórico.
Ninguna otra corriente elaboró un esfuerzo como
el de Lameiras, pero sí proliferaron textos de
varios autores de distinta orientación que tocaban
y discutían aspectos del pasado de la antropología
mexicana, algunas veces reivindicando figuras un
tanto relegadas.
Refiriéndonos a influencias de obras que
llegaban a México donde tuvieron repercusiones
en alguna medida y a las cuales desafortunadamente
aquí hemos dedicado poca atención, cabe mencionar
un librito de la italiana Clara Gallini, cuya traducción
al español salió de la prensa en Buenos Aires el
mes de diciembre de 1975 con el título Las buenas
intenciones. El trabajo contenía una crítica a la
política y a la metodología de la antropología cultural
162
estadounidense, específicamente
del pequeño sector de antropólogos
que, a partir de la posguerra,
emprendieron una revisión crítica
de las finalidades de su labor y la
metodología con la que la llevaban
a cabo confrontando ambos
Anónima s. f. ad

aspectos con la realidad política y


el imperialismo neocolonialista
Ricardo Pozas Arciniega de los Estados Unidos.228 Más re-
percusiones que este pequeño libro tuvieron las
obras de la llamada antropología marxista francesa,
que entró en auge en los años sesenta y setenta, en
particular las de Emmanuel Terray, Maurice Godelier
y Claude Meillassoux —sólo que este último no se
conoció en español sino hasta marzo de 1977.229

Séptimo torneo
1976
S
Al nacer el año, el indigenismo continuaba sin pausa
en las declaraciones de funcionarios y en las plumas
de antropólogos. Aún lo hizo ostensible un folleto —
aparecido el mes de enero— de la autoría de Ricardo
Pozas, quien relataba su experiencia en el ini y cri-
ticaba su burocracia.230 Aguirre Beltrán le respondió
airado calificando el opúsculo de lección de teoría
política “salpicada de chismosería moralizadora en
extremo” y tratando al autor con adjetivos despre-
ciativos como el de amargado, con descalificaciones
163
políticas como la de “demócrata cristiano” —aun-
que más bien se le supo su simpatía por la República
Popular China— y con invalidaciones intelectuales
como la de “confuso mentalmente”. La réplica pro-
piamente dicha la dedicaba a discutir las premisas
teóricas de Pozas acerca del método científico.231 Po-
zas, exmaestro rural y discípulo de Paul Kirchhoff,
uno de cuyos principales méritos científicos fue el de
haber escrito Chamula —una obra arquetípica—, al-
canzó la fama pública por la biografía de Juan Pérez
Jolote, un trabajo antropológico que se convirtió en
un fenómeno literario. En los setenta, aún llamó la
atención con su compendio marxista Los indios en
las clases sociales de México, escrito al alimón con
su esposa Isabel Horcasitas y aparecido cuando él
tenía unos 58 años. Pozas fue a la sazón uno de los
protagonistas del combate de aquellos años, sólo que
restringido a la esfera del indigenismo. Viene a cuento
acotar que Aguirre Beltrán eludía discutir las crí-
ticas a la burocratización, al autoritarismo y a la
corrupción en el medio indigenista oficial que varios
antropólogos y otros involucrados formularon en es-
tos años.
Aparte de la réplica de Aguirre Beltrán,
Beatriz Albores, quien había tenido en el pasado una
desagradable experiencia laboral con el autor— censuró
el folleto de marras refiriéndose a sus materias
centrales: la praxis antropológica y la burocracia
indigenista. Al parecer de Albores, los postulados
teóricos y metodológicos de Pozas carecían de
fundamentación y su crítica al indigenismo se basaba
en trivialidades desligadas del contexto histórico.232
16 4
Al parecer, en eso terminó este breve episodio sin
tener consecuencia alguna y sin repercutir gran cosa
en el gremio antropológico.
Pese a la gran ola indigenista del sexenio,
el indigenismo estuvo lejos de ser el campo único de
investigación en antropología en estos años. Incluso,
algunos jóvenes antropólogos llegaron a adoptar la
posición extrema de negar al “indio” como objeto de
estudio y emprendieron investigaciones novedosas
o poco desarrolladas, o bien, temas viejos pero con
enfoques radicalmente diferentes. En antropología
física se dio el caso de un estudio de primates no
humanos. Juan Manuel Sandoval Palacios se
presentó a su examen profesional con una tesis en la
que daba a conocer su observación en el campo de
la conducta paternal de los Macaca arctoides, en una
isla veracruzana del lago de Catemaco. Vinculando
ciencias sociales y biología abandonó el límite de
su disciplina antropológica, tal como el progreso
científico lo había hecho necesario, auxiliándose
de la etología para conocer el comportamiento
social de los animales, lo cual, sostuvo, coadyuvaba
a la comprensión de la evolución filogénica del
comportamiento humano.233 Alejándose del indige-
nismo y rompiendo los límites que éste le había
impuesto, asentaba firmemente el derecho a desa-
rrollar la ciencia pura. Pocos verán hoy en día la
implicación política que tal alejamiento tuvo, pero la
tuvo saltarse las trancas de la rutina sin fin.
También en antropología física, este año salió
a la luz el libro con los resultados de una investigación
de muchos años encabezada por Johanna Faulhaber:
165
Investigación longitudinal del crecimiento de un
grupo de niños caracterizados por su ambiente
socioeconómico y su patología.234 La investigación
alejada de objetivos no científicos e incluso al
margen de los estudios con la población “indígena”,
se orientó hacia la clase media urbana de la Ciudad
de México. Sondeando más allá de la osteometría y la
antropometría —predominantemente de pobladores
“indígenas”— a las cuales se había dedicado por
años la antropología física en buena medida, Faulha-
ber mostró con este estudio una opción distinta de
las tradicionales. No deja de ser interesante el hecho
de que las investigaciones con fines exclusivamente
científicos, al aparecer en estos años que no sólo
fueron de intensa actividad política sino de apertura
de líneas de investigación y de nuevas teorías, al ser
publicadas implicaron —pese a no haberlo buscado—
una crítica indirecta a los enfoques convencionales,
a la calidad media y a la manera de hacer el trabajo
de investigación.
A lo largo de estos años, los antropólogos fí-
sicos se abstuvieron, al parecer, de participar en el
debate específicamente político. Ello no impidió que
sus indagaciones llegaran a incidir en la polémica “in-
digenista” dado que estaba implícito en ella —sin que
se le mencionara— el racismo y las ideas acerca del
mestizaje. Johanna Faulhaber, antropóloga física ale-
mana avecindada desde los años treinta en México,
sostenía verbalmente que en México había racismo
pero que ella no lo decía públicamente porque no se
aceptaba y a los jefes indigenistas les molestaba que
se aludiera a ese fenómeno. Sus homólogos mexicanos
166
evitaban este asunto en sus escritos, Comas lo trata-
ba en general pero sin referirse a México.
Ahora bien, los antropólogos físicos sí
abordaban el tema de la estructura genética de la
población mexicana, el mestizaje bajo el régimen
colonia novohispano, la estructura biofísica, los
rasgos psicológicos y la cultura y el mestizaje
de la población contemporánea. Así lo asentó la
compilación Antropología física, época moderna
y contemporánea, aparecida en una colección
dedicada a proporcionar un panorama histórico y
cultural de México que empezaría a circular en el
mes de noviembre.235
En otro lugar, Andrés Fábregas elaboró una
evaluación de los estudios antropológicos de la vida po-
lítica, uno de los campos de investigación fomentado
en el cis-inah en estos años, en parte gracias a él.236
Perseverando en dicha promoción, Andrés Fábregas
publicaría en noviembre una antología acompañada
de un texto suyo dedicado a los principales enfoques
teóricos de esta línea de investigación.237
Arturo Warman echó las campanas al vuelo
al salir de la imprenta su señalado estudio Y venimos
a contradecir, una obra donde concentró su esfuerzo
personal y el de sus escuderos del Seminario de Socie-
dades Campesinas en el cis-inah, quienes llevaron a
cabo trabajo de campo en el estado de Morelos. Sin
duda, lo mejor de su obra científica basada en datos
primarios de campo acerca del campesinado. Culmi-
nación del empeño y el enfoque de su autor, en cuyas
páginas —a semejanza de Womack que concibió al
zapatismo como una revolución para seguir igual—
16 7
sostenía la persistencia del campesinado, asunto muy
discutido entonces entre los estudiosos del campo.238
Por su parte, Roger Bartra analizaba las conse-
cuencias de lo contrario: “Y si los campesinos se
extinguen…”, se preguntaba. Bartra se percataba
de la polarización y la descampesinización inheren-
tes a la extensión y a la concentración del capital
en la agricultura que aniquilaban al campesinado
parcelario y lo convertía en proletariado agrícola.239
Un alumno del autor emprendió por su cuenta una
crítica abierta al campesinismo de Warman y sus se-
guidores.240 Esta discusión se extendió incluso más
allá de la antropología.
Débilmente, al parecer, continuó impulsán-
dose la sociolingüística, acerca de la cual apareció
un estudio muy completo relativo al desarrollo de
esta disciplina, elaborado por el español Francisco
Sánchez Marco, posgraduado en la uia como ma-
estro en antropología social. El resultado, diseñado
para que sirviera de texto introductorio a quienes
desearan prepararse como sociolingüistas, aborda-
ba incluso aspectos como la lingüística marxista, la
etnociencia, la etnografía del habla y de la comuni-
cación, y las actitudes respecto del uso de palabras
en las diferentes etnias. Esta obra era la primera pu-
blicación del Programa de Lingüística del cis-inah,
que inició sus actividades desde octubre de 1973, es
decir, inmediatamente después de inaugurada dicha
institución donde Palerm patrocinó al investiga-
dor texano Nicholas A. Hopkins y a su esposa J.
Kathryn Josserand, quienes pretendían preparar es-
tudiantes que aplicaran teorías y técnicas lingüísticas
168
estadounidenses en las sociedades y en las culturas
mesoamericanas.241
Otro tema que trascendió fue la relación entre
el marxismo y la antropología. Ya bien entrado el
año 1976 y cerca de concluir el régimen echeverrista,
seguía planteándose la integración de la antropología
en el contexto del materialismo histórico, lo que le
permitiría hacer aportaciones al estudio del desarrollo
histórico de las formaciones socioeconómicas.242
Para Claudio Mayer Guala la antropología podía ser
identificada con el materialismo histórico o bien, con
el estudio de las formaciones sociales precapitalistas.
Si la antropología, agregaba, tenía como objeto de
estudio la cultura —reducido al conocimiento
de la base y la superestructura— equivaldría a
materialismo histórico estudioso de las leyes del
desarrollo social. Mientras que, si la antropología
estudiaba fenómenos de la superestructura, resultaría
ser autónoma respecto del materialismo histórico;
o si la antropología utilizaba una metodología
materialista, seguiría estudiando los modos de
producción capitalista de la actualidad.243 De hecho,
el marxismo permitió reorientar los problemas de
la antropología aplicada en la procuración de la
integración de los pueblos originales a la explotación
económica de éstos. Las categorías “explotación” y
“clases sociales” permitieron un análisis profundo de
su situación socioeconómica y una oposición a las
relaciones sociales que se les impuso.244
Evangelina Arana de Swadesh publicó un ar-
tículo tocante a la lingüística y a “la educación
indígena”. El texto describía la experiencia de la
169
aplicación de la teoría lingüística en la solución de
los problemas que enfrentaba el uso de las lenguas
nativas en la enseñanza básica.245 Ella, seguidora y
viuda de Swadesh, abanderaba la educación bilingüe
y bicultural como aplicación de las ciencias del hom-
bre, lo cual seguía chocando con quienes defendían
la enseñanza exclusivamente en español.
En junio, el Instituto de Estudios Políticos,
Económicos y Sociales (iepes) y la Confederación
Nacional de Organizaciones Populares, ambos
del pri, convocaron a un Encuentro Nacional de
Profesionales en Sociología y Antropología, una jor-
nada más para promover a su candidato a presidente
José López Portillo, ya que al sexenio echeverrista
le quedaban pocos meses. Uno de los discursos
de la inauguración lo leyó Lourdes Arizpe. Al acto
acudieron numerosos antropólogos de diferentes
facciones, algunos llevados por la curiosidad,
otros como ponentes y algunos más para escudriñar
posibilidades de acomodo. La participación en
esa actividad electoral puso en entredicho la inde-
pendencia política de los antropólogos que, al apoyar
al candidato oficial o darlo ya por triunfador, avala-
ban una imposición política. En efecto, ese año, el
candidato del pri era el único oficialmente reconoci-
do, ningún otro partido registrado tuvo candidato
propio, sólo el Partido Comunista Mexicano lanzó
la candidatura de Valentín Campa, pero como era un
partido al que se le había negado su reconocimiento
oficial, los votos que obtendría informalmente no se-
rían contados. De hecho, ocurrió el hecho insólito
de que sólo se contaron los votos a favor del pri.
170
En esas circunstancias, la participación en un acto de
imposición antidemocrática, desacreditó a una par-
te del gremio antropológico; éste bien pudo haberse
abstenido de validar el avasallamiento político del
régimen. Stavenhagen, al referirse a lo que expusieron
los antropólogos en sus mesas de trabajo en este en-
cuentro de sociólogos y antropólogos se guardó de
manifestar oposición explícita, sólo concluyó que los
antropólogos tendrían “oportunidad de considerar
la naturaleza de sus relaciones con el Estado y las
características de su compromiso social”.246
El indigenismo siguió siendo tema de discusión
a lo largo de todo el gobierno de Luis Echeverría. Un
pequeño artículo del estudiante veracruzano Mario
Aguirre Beltrán apareció en abril de 1976, escrito con
algunas ideas en torno al hecho de que el indigenismo
había terminado por ser erradicado de la enah. El
autor, quizá pariente del veracruzano Gonzalo Agui-
rre Beltrán, atribuía tal alejamiento a las carencias
teóricas de la antropología aplicada mexicana, a su
naturaleza justificadora del indigenismo como apara-
to del Estado y a su disparidad entre teoría y práctica.
Él consideraba necesario polemizar respecto de los
postulados indigenistas de las prácticas antropoló-
gicas y de la apropiación clasista de éstas; además,
agregaba, era preciso oponerse a la construcción
teórica del “indio”. Terminaba afirmando que los
prejuicios religiosos, políticos y raciales sustentaban
la teoría y las prácticas de la antropología.247
En septiembre, un simposio dedicado a la
antropología y el subdesarrollo en América Lati-
na en el Congreso de Americanistas celebrado en
171
México, emitió una “Declaración de Chapultepec”.
Los firmantes dejaron constancia de que su simposio
discutió en torno a la relación de la práctica an-
tropológica y la ciencia comprometida con el pueblo
y acordaron convocar a un congreso de científicos
sociales del Tercer Mundo. Entre las firmas al cal-
ce quedaron las de Ricardo Ferré, Javier Guerrero,
Eduardo Matos, Antonio Monzón, Florencio Sánchez
Cámara, Erwin Stephan Otto y otros.248 La emisión
de “declaraciones” en estos años —a modo de ma-
nifiestos— proliferó como epidemia emulando
la Declaración de Barbados pero sin trascendencia
que valga la pena recordar, más allá de dejar senta-
da la posición de quienes las firmaban, quizá con la
esperanza de alcanzar la influencia que alcanzaron
los barbadistas generadores de toda una corriente
con base en el antietnocidio y la defensa de la auto-
nomía étnica.
Hay que insistir en que todo este devenir
ocurría en un contexto internacional no menos agi-
tado en otros medios académicos y científicos. En
Francia, la revuelta estudiantil del memorable mayo
de 1968 produjo una ola de inquietudes que se pro-
longaron algunos años. Félix Samililovich se refirió
al movimiento de protesta en la ciencia francesa de-
sencadenado por la conmoción ideológica que causó
aquel mo