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El Riesgo en Juego
El Riesgo en Juego
Este trabajo es una versión de la presentación realizada para Residentes de Psicología del GCBA.
Septiembre 2017.
1
Ley Nacional de Salud Mental N° 26.657
2
López, L. y Bori, C. (2016). “La noción de RIESGO CIERTO E INMINENTE, cómo pensarla en la urgencia
infanto juvenil”. Presentado en las XXXI Jornadas del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez.
El niño, como sujeto en constitución y desarrollo, transcurrirá su infancia
intentando versionar las marcas que desde el Otro le fueron donadas, impuestas,
o incrustadas a veces como signos. Y será vía el juego que el niño podrá dar una
respuesta propia a los significantes que desde el Otro lo marcaron, incluso antes
de ser concebido. Es un hecho observable en lo cotidiano que los niños juegan, y
no sólo en tanto constituyéndose el juego la actividad preferida de los niños, tal lo
planteaba Freud, sino que se considera al juego como la operatoria fundamental
de la infancia por la cual un niño se constituye como sujeto.
Resulta entonces importante también detenernos brevemente a pensar qué se
entiende por juego y cuándo una actividad infantil adquiere tal característica, sobre
todo porque en los niños que llegan a consulta muchas veces la capacidad de
juego está, al menos, impedida.
En primer lugar, para que haya juego, y en relación a lo que planteábamos de la
dependencia del niño respecto a sus figuras de referencia, el mismo debe ser
sostenido por estos Otros significativos. Si algo del accionar del niño no reviste la
característica lúdica para los padres, y esa actividad es vivida con, al menos,
cierta extrañeza por ellos, el juego del niño, inevitablemente cae. Y así también es
como “caen” estos niños a la consulta por guardia… niños que juegan “a todo
riesgo”, lastimándose, lastimando a otros, que tienen accidentes a repetición, que
no logran establecer lazo con pares; niños que son tomados como objetos de
apetencias sexuales de quienes no solo no pueden mirarlos como sujetos sino
donde también la asimetría, estructural en tiempos de la infancia, queda borrada;
niños que apelan a dolores somáticos e incluso pagan con su cuerpo allí donde
los “grandes” se ven imposibilitados de velar o tomar distancia respecto a
conflictos que se juegan en otra escena, distinta a la propia de la infancia; niños,
muchas veces ya devenidos púberes, que marcan su cuerpo, incluso a riesgo de
muerte, en un intento (siempre fallido) de acallar su angustia; niños donde el
disfrute por la vida está elidido y ya no tienen ganas de nada… niños en los cuales
el juego deja de constituirse como fantasma inofensivo (tal lo plantea Lacan en el
Seminario XII), donde al perderse el montaje ilusorio con el que un sujeto se las
arregla para tratar de ubicarse en relación al deseo del Otro, se pierde todo marco
regulatorio que los sostenga, ahí donde el Otro tampoco puede eregirse como
referente y por lo mismo propiciarse hasta pasajes al acto.
Por otro lado, el juego necesariamente implica un como sí, esto es, permiterle al
niño crear un mundo propio, insertar “las cosas de su mundo en un nuevo orden
que le agrada”3. El juego implica darle crédito a la ficción que allí se encarna
(Rozental, 2005). Es por ello que el juego es placentero para el niño. Y por último,
y en relación a lo que convoca a este escrito, la otra característica de lo lúdico es
que en el juego el riesgo queda por fuera. Dice Lacan (1965) en el Seminario XII
que “… la apuesta es, de algún modo, lo que enmascara el riesgo. Nada, al fin de
cuentas, es más contrario al riesgo que el juego”4. El juego es una pantalla
frente al goce, que permite poner un velo a la muerte y a la sexualidad, a los
3
Freud, S. (1908/1996). “El creador literario y el fantaseo”, en Obras Completas. Buenos Aires:
Amorrortu Editores, pág. 127
4
Lacan, J. (1965), Seminario XII, Versión Escuela Freudiana de Buenos Aires, pág. 124.
requerimientos del Otro, los cuales muchas veces atañen al goce parental. El
riesgo es quedar como objeto de una escena jugada en otra parte, a todo riesgo,
desde donde el niño ha caído del deseo de sus padres (Lacan, 1965). El riesgo
para el niño no sólo implica dejar de jugar, sino “dejar de ser el hijo de los padres y
pasar a ser el objeto de su satisfacción. Lo que desde el niño supone, no la
posibilidad de hacerse cargo de los efectos que sus actos producen en los padres,
o en los adultos, o en los pares, sino sólo sufrir esos efectos, poner el cuerpo…” 5.
Ahora bien, qué es lo que hace que en estas circunstancias (muchas veces de
riesgo crónico, cotidiano y sostenido en el tiempo) un niño sea llevado a la guardia
de un Hospital?
Se considera que en este punto, algo de lo “cierto e inminente” para el niño, para
el joven o para aquellos adultos que acompañan la consulta, hace su entrada
propiciando que la situación ya no pueda ser sostenida de la manera en la que se
encontraba. Algo se precipita, se desencadena. Punto de vacilación donde lo que
irrumpe es la urgencia subjetiva.
En esta lógica, se puede pensar a lo “cierto e inminente” desde la perspectiva del
sujeto como aquello que no puede ser puesto en cuestión (“lo verdadero, seguro e
indubitable”), que implica hasta ciertos puntos de certeza, y que tampoco es
factible de espera. Esto que resulta en un punto indialectizable pone en riesgo al
sujeto allí donde no hay marco referencial que lo ancle.
En la urgencia, se demanda, a veces de forma masiva e indiscriminada, una
respuesta rápida que solucione el conflicto. Justamente, desde nuestra posición,
de lo que se tratará es de sostener un tiempo de espera que permita articular la
demanda de otra manera, ofreciendo una pausa que funcione como anclaje en
esos momentos donde los marcos referenciales parecen perdidos. Allí donde el
tiempo pareciera eternizarse, realizar alguna escansión que permita producir algún
movimiento para que lo “cierto” pueda ponerse en cuestión y lo “inminente” pueda
soportar la espera. Para que la angustia, muchas veces muda en la consulta por
guardia, pueda ponerse en palabras, intentando restablecer los parámetros
simbólicos que parecieran estar suspendidos. Tiempo para alojar el sufrimiento
por quien se nos consulta, dando tiempo también al equipo de salud para
escuchar y así determinar cuál sería la estrategia más adecuada para ese sujeto y
sus circunstancias. En este punto, resulta fundamental que el equipo de salud, no
responda rápidamente a la demanda (lo que no implica que actúe con celeridad) y
que pueda permitirse cierto tiempo para pensar, interdisciplinariamente, evitando
actuar en su respuesta el propio padecimiento de quien consulta, pudiendo llegar
a ser expulsivo, y no alojando el sufrimiento por el cual se nos convoca.
Dar tiempo también a la palabra de los adultos que acompañan al niño o
adolescente que consulta, incluso cuando no haya adultos que acompañen y la
intervención sea poder convocar a algún Otro (familiar o institucional) para que
oficie de sostén. Es en este punto también importante considerar que muchas
veces, solo a través del niño pueden los “grandes” hablar de sus malestares y
sufrimientos, de aquello que también a ellos los deja sin recursos ni referencias en
los cuales alojarse. Sin redes de sostén, tampoco pueden sostener ni acompañar
5
Gamsie, S. (1993). “Jugadora de niños”, Psicoanálisis y el Hospital 2, Buenos Aires: Ediciones del
Seminario, pág. 58.
al niño o adolescente. Tomarse el tiempo para escuchar y así dar lugar a alguna
palabra que ordene, que haga lazo, que contenga.
Por eso la importancia desde nuestra posición de ofrecer espacios que en los
niños, relancen la escena de juego seguramente interrumpida cuando algo de la
urgencia desborda…; reubicando de esta manera lo propio de la infancia; que el
juego (y todo lo que él implica) vuelva a ser posible. En los adolescentes, habilitar
un espacio de escucha, donde algo de la angustia, muchas veces muda, pueda
ser puesta en palabras, así como los cortes, incluso las (sobre) ingestas, las ideas
de muerte, puedan ubicarse en un contexto, que tengan un sentido, y que si se
enmarcan en un llamado pueda ser de alguna manera oído. Y también habilitar un
espacio para quienes acompañan, sean padres, abuelos, familiares, cuidadores, o
incluso instituciones, para que al salir de lo eternizado del tiempo de la urgencia,
puedan volver a reubicarse como figuras de sostén para aquel niño o adolescente
por el cual se consulta. O si esto no es posible, ayudarlos en el armado de cierta
red que también pueda sostenerlos a ellos. “Todo lo que se hace en la urgencia es
para lograr que alguien se detenga en su carrera angustiosa a decir algo y ser
escuchado, para quizás escuchar algo distinto que lo aliente en otro camino a
tomar…”6
No obstante la clínica demuestra que no siempre esta apuesta funciona y lo “cierto
e inminente” se impone. Ese es el momento de indicar una internación como
recurso, no solo de protección, sino apostando a que algo distinto pueda
articularse, en un segundo momento. Instancia también que estará determinada
por cómo se evaluó el riesgo para “sí o para terceros”. En el caso
fundamentalmente de los niños, pero también de los adolescentes, el riesgo para
terceros se lo pondría entre paréntesis. Sí habría que determinar si los terceros no
se pueden volver riesgosos para los niños como lo enunciamos en el inicio y la
internación actuaría como instancia tanto de protección como habilitadora para la
entrada de cierta ley que regule.
Para finalizar, se insiste entonces que en la urgencia, no es sin la apuesta previa,
a que lo cierto pueda ponerse en cuestión y que lo inminente se diluya con el
tiempo.
Bibliografía consultada:
6
Blinder, J. (2004). “Urgencias. La urgencia. Lo urgente en la infancia”, en La Urgencia Generalizada. Buenos
Aires: Grama.
López, L. y Bori, C. (2016). “La noción de RIESGO CIERTO E INMINENTE, cómo
pensarla en la urgencia infanto juvenil”. Presentado en las XXXI Jornadas del
Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez
López, L. (2015). “La ética en juego” en Ética y Política del Psicoanálisis (Libro del
la Escuela de Psicoanálisis del Colegio de Psicólogos Distrito XV). Buenos Aires:
Letra Viva.
Rozental, A. (2005). El juego, historia de chicos. Buenos Aires: Noveduc.