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Introducción

Durante mi segundo día en la sala de juegos del Hospital Gutiérrez tuve la oportunidad de compartir el
juego con D. Jugamos al juego de Digimon de la playstation entre arengas y cargadas. Luego se sumaron algunos
chicos más conformándose una interesante dinámica y un torneo. Demoramos unos minutos el cierre de la sala para
poder terminar la final del segundo torneo. D se coronó campeón y se fue muy contento.
Ese mismo día, tras el cierre de la sala, como es habitual, se realizó el pase de sala. El caso de D fue uno de
los primeros en abordarse. Se comentó sobre su “euforia” en la sala (por los gritos, arengas y cargadas), no habitual
en él, aparentemente solía ser un chico más callado. Esa misma mañana, antes de participar en la final del mundo de
la copa Digimon, a D le habían informado que por su cáncer debían amputarle la pierna. En ese momento no habría
llorado como los profesionales de la sala refieren que hacen la mayoría de los chicos ante tamañas noticias. El sólo
había querido “venir a jugar a la sala”.
Me propongo trabajar en la monografía final el tema de la perdida en el cuerpo en los pacientes
hospitalizados. En sentido amplio, pues entiendo que todo paciente hospitalizado atraviesa algún tipo de pérdida
corporal que debe procesar, pero me interesa y me convoca en particular el caso de aquellos chicos que, como D,
están atravesando, atravesaron o van a atravesar la pérdida definitiva de una parte o función de su cuerpo, de una
parte de ellos.
No puedo dejar de pensar en el impacto que un hecho de estás características representa en el nivel de la
construcción de la imagen corporal por parte de los niños. Pienso que en la mayoría de los casos esto es un trabajo
aún en proceso al momento de enfrentarse a lo real de su enfermedad y de las pérdidas que conlleva.
Naturalmente, me interesa indagar el lugar y la función del juego en este proceso, de que manera el niño se
sirve, o no, de él para hacer frente a un trabajo que se le impone ineludiblemente. Y que es lo que le permite hacerlo,
o mejor, que es lo que podría impedirle hacerlo.
Con este propósito en mente, me propongo realizar un recorrido a través de los avatares de la internación de
un niño, pensando en las evoluciones posibles y los factores que llevarían a ellas. Me apoyaré, cuando me sea posible,
en mi experiencia en la sala de juegos del Hospital Gutiérrez.
Finalmente, intentaré discernir cual es el rol del psicólogo para con el niño y su familia en estos procesos,
tratando de delinear en este último propósito una ética de trabajo.

Un Desvío Necesario

Mi primer acercamiento al tema que nos convoca se vio signado por la empatía hacia lo que, me parecía,
una nada fácil labor de duelo que se les imponía a estos pacientes. Mis preguntas se orientaban a pensar en los
recursos de los que disponían estos niños para tamaña tarea. Desde ya, el juego y sus posibilidades se perfilaban en
mi cabeza como firmes candidatos.
Pronto comprendí, sin embargo, que el proceso de duelo por el que me interrogaba no va de suyo. Llegar al
punto de encarar esta empresa es una trayectoria no sin peligros en la que el sujeto debe contar con el sostén de sus
padres (principalmente) y del personal médico para evitar un proceso de duelo patológico o a la melancolía (“o”
exclusiva)1.
Como remarca Norma Bruner en su libro, el problema se presenta cuando la pérdida en el cuerpo del niño
produce una identificación narcisista masiva en y por el Otro. “Cuando la lesión, el trastorno o la disfunción real
orgánica, en el cuerpo del niño son identificados no parcialmente – o sea, como rasgo parcial – en y por el Otro sino

1
Bruner, Norma; “La desazón del ser y el juego del disgusto: duelo y melancolía en la infancia. El trabajo
del duelo y el trabajo del juego” en Duelos en Juego. Letra Viva. Buenos Aires, 2008.
desde una identificación narcisista masiva, como objeto de desagrado moral, perjuicio, afrenta, injusticia, el niño y
su cuerpo pasan a ser y encarnar la representación de la herida, mutilación, daño, humillación, perjuicio en y del
Otro. (…)El niño, como significante del deseo, queda irremediable perdido y cobra presencia total, real y masiva en
lo real de su cuerpo, como objeto no significable” 2. El niño queda entonces igualado a su patología, deja entonces de
ser niño. Entonces, un niño se ha perdido. Un niño ha caído de la escena de la infancia 3.
Muy ilustrativo de los efectos iatrogénicos de ese tipo de identificación narcisista masiva del niño a la
patología es una experiencia que relata Alfredo Jerusalinsky en su libro 4. En él, analiza las diferencias en las
producciones de niños con y sin problemas de desarrollo cuando se les pide, alternativamente “dibuja tu cuerpo” y
“dibújate tú”. El observa que ante la violencia simbólica de la primera consigna, el sujeto queda desplazado de su
propio cuerpo, permaneciendo este último como resto real. Resto real desubjetivado, pues se produce lo que él
denomina un efecto fading de la subjetividad de estos niños, quienes llegan a producir figuras sin cabeza. Las
conclusiones a las que Alfredo llega al analizar esta experiencia son categóricas: “Si, del lado del Real el ojo
imaginario (el de la suficiencia y el dominio muscular reclamado por el Otro Primordial: la madre) queda aferrado
a un cuerpo que insiste en hacerse presente en la compulsión a la repetición (por eso decimos que hace resto), del
lado de lo simbólico se le ofrece al sujeto una vía para escapar de aquello que lo hace palidecer (fading). En efecto,
si la madre o el psicomotricista redujesen todas las operaciones a la mera condición física o fisiológica, le
impedirían al niño olvidar su cuerpo y tendríamos el ojo del niño colocado en la posición del fotógrafo que le saca
fotos al fotógrafo que se fotografía a sí mismo. Trampa narcisista mortal, porque es sin objeto y sin sujeto, ya que no
hay Otro que corte el espejo”5.
Este extravío, esta pérdida de un niño, se puede ver favorecida a su vez por cierta tendencia de los padres a
refugiarse en un discurso/saber técnico que tapona las preguntas por el sujeto 6. Y esto representa, de no mediar una
oportuna intervención que revierta la situación, una puerta de entrada a la psicosis o al autismo 7. Resulta interesante
seguir las teorizaciones de Norma Bruner para aprehender como se produciría esta indeseable evolución. “La
anomalía puede causar angustia, tomar la forma de lo siniestro o doler anímicamente, cuando aquello que la
convierte en un peligro, una amenaza, un daño, una herida, una lesión o una pérdida irrefrenable, no encuentra su
límite ni su cierre simbólico (significantes) en el Otro primordial. (…) Cuando no hay respuesta simbólica (función
del duelo) lo que la define y limita no es reconocible por el Otro, y el cuerpo del niño pasa a ser un <Eso> sin
bordes, sin diferencias, sin divisiones. Pasa a ocupar el lugar vacío de simbolización, el lugar de agujero en la
significación, lugar de <insignificancia fálica>, lugar del cuerpo y del ser como objeto α de un rechazo
primordial”8. Continúa: “El niño no alcanza a entrar en la dialéctica fálica, ya que la demanda (por distintos
factores combinados) no llega a articularse en sus vicisitudes dialécticas entre la necesidad y el deseo; no se le
demanda, ni él demanda nada, cae rechazado de ese lugar y permanece <de la puerta para afuera> del lenguaje
(autismo), o de su función de simbolización y significación fálica primordial (psicosis)” 9.
Los significantes primordiales no se presentan o se ven impedidos de hacer función, el niño queda excluido
de la inscripción simbólica filiatoria y en su lugar se inscribe la no inscripción (recordemos que los tiempos del

2
Bruner, Norma; Ibid. Pág. 111.
3
Rodríguez, María Marta y Peláez, Carlos; “Un niño se ha perdido” en Psicoanálisis y el Hospital Año 9
Nº 17: Clínica del desamparo. Publicación Semestral de practicantes en instituciones hospitalarias.
Marzo, 2000.
4
Jerusalinsky, Alfredo y colaboradores; “La formación de la imagen corporal” en Psicoanálisis en
problemas del desarrollo infantil. Nueva Visión. Buenos Aires, 2005.
5
Jerusalinsky, Alfredo y colaboradores; Ibid. Pág. 64.
6
Jerusalinsky, Alfredo y colaboradores; “Desarrollo: Lugar y tiempo del organismo vs. lugar y tiempo del
sujeto” en Psicoanálisis en problemas del desarrollo infantil. Nueva Visión. Buenos Aires, 2005.
7
Bruner, Norma; Ibidem.
8
Bruner Norma; “<Juegos de duelo>: duelo (de estructura) en juegos. <El juego de la sortija> y <el juego
de gana el que pierde>” en Duelos en Juego. Letra Viva. Buenos Aires, 2008. Pág. 212.
9
Bruner, Norma: Ibid. Pág. 212.
sujetos son tanto lógicos como cronológicos). El niño no descubrirá nunca la herida en la demanda materna (función
de los nombres del padre) porque es la demanda materna la que está mortalmente herida 10.
Cabe aclarar en este punto, como es de suponerse, que mientras más temprano se produzca esta pérdida
corporal (defectos de nacimiento por ejemplo) más peligro y riesgo existe para el niño de quedar excluido de la
simbolización fálica y que esto conlleve consecuencias estructurales. Riesgo de que, como consecuencia, el sujeto
nunca llegue a emerger.
Al respecto y por su parte, Winnicott plantea los avatares del trabajo de personalización del sujeto 11.
Concepto que propone desde una oposición al concepto de despersonalización, más reconocido. Se trata de un
proceso gradual, con momentos de mayor y menor integración, en que el sujeto alcanza un sentimiento de unicidad
personal. Una de las tareas más importantes de este proceso es lograr la residencia del sujeto en su cuerpo y el
consiguiente enlace de éste con la psique. Winnicott entiende que el estudio de niños con anomalías congénitas
permite un acercamiento a este proceso y, tras su análisis, destaca (una vez más) la importancia de la ilusión. Ilusión
de normalidad del cuerpo de estos niños que los padres deben sostener. Pues es el cuerpo en el que ellos se llegaron a
conocer.
Me resulta muy significativo un elemento de un caso que Winnicott trae a colación en su artículo, el caso
Liro. Un niño de 9 años que había nacido con sindactilia y que se mostraba muy colaborador en su tratamiento.
Winnicott, siempre perspicaz, comprende una importante necesidad de su paciente: “debía estar seguro de ser
querido tal como lo era cuando había nacido, o en algún inicio teórico de su existencia” 12. Esto, entiendo yo, y
retomando lo dicho por Norma Bruner, no es otra cosa que haberse sabido el falo de su madre, haber sido ese falo. En
un tiempo posterior, en su encuentro con Winnicott, sabía que ya no era, se sabía imperfecto, incluso deforme, y
estaba dispuesto a seguir los tratamientos necesarios. Es destacable la capacidad del niño, o de Winnicott, para
reconocer la importancia de ese momento inaugural, de esa ilusión necesaria en la que todo sujeto necesita ser
sostenido. Pues es la madre, en el decir de Winnicott, quien está continuamente presentando el cuerpo del niño a su
psique. Y es este sostén el que puede trastabillar, en especial en casos donde existe un real orgánico que adviene a
contradecir las expectativas de la pareja parental.
Alfredo Jerusalinsky remarca lo antedicho en numerosas oportunidades. El plantea un doble real que se
plantea en la infancia debido a la presencia de una doble demanda del Otro en el lenguaje: que sea chico y que sea
grande. Esta doble demanda que se construye a partir de la incertidumbre ante la potencia de todo niño, ante sus
capacidades. Cuando no siempre resulta claro hasta donde puede y hasta donde no. Así, sobre la dependencia del
deseo del Otro se constituye un fantasma que, “encarnado en alguien <suficiente>, le ofrece al niño una trayectoria
simbólica para vérselas con su <insuficiencia>” 13. Lo gráfica con una doble circunferencia de la esfera real del nudo
borromeo. Este doble borde genera un espacio en el que se disponen elementos especialmente propios de la infancia
como ser los objetos y espacios transicionales. Naturalmente, en los problemas de desarrollo infantil, este doble borde
de lo real se ve notoriamente remarcado. Alfredo señala oportunamente: “Lo que ocurre en la infancia se reduplica
en la insuficiencia aumentada por un problema del desarrollo. Entonces acontece que ese doble borde se congela, se
solidifica y tiende a permanecer indefinidamente, sin llegar a disolverse en un borde único. Así, aparece la sumisión
y la dependencia prolongada, la permanencia de la oscilación entre el jugar y la realidad, porque ésta es muy
pesada para afrontarla, y la indefinida extensión del <período concreto> de la relación con el significante” 14. Añade

10
Bruner, Norma: Ibidem.
11
Winnicott, D. W.; “Sobre las bases del self en el cuerpo” en Exploraciones Psicoanalíticas I. Paidós.
Buenos Aires, 2006.
12
Winnicott, D. W.; Ibis. Pág. 314.
13
Jerusalinsky, Alfredo y colaboradores; “Desarrollo: Lugar y tiempo del organismo vs. lugar y tiempo del
sujeto” en Psicoanálisis en problemas del desarrollo infantil. Nueva Visión. Buenos Aires, 2005. Pág. 43.
14
Jerusalinsky, Alfredo y colaboradores; “Desarrollo: Lugar y tiempo del organismo vs. lugar y tiempo del
sujeto” en Psicoanálisis en problemas del desarrollo infantil. Nueva Visión. Buenos Aires, 2005. Pág. 45.
finalmente, coincidiendo con Bruner, que esta dilatación de lo Real, que irrumpe constantemente entrecortando la
cadena simbólica, es una brecha que se abre hacia la psicosis.
Desafortunadamente, aunque también alegremente, la posición melancólica en la infancia no fue un
observable en mi experiencia en la sala de juegos del hospital. Claro está que no se trata de una feliz casualidad.
Bruner da cuenta de que en la melancolía en la infancia “Los objetos no están en posición de representar objetos que
causen deseo, gusto. No despiertan interés libidinal y por eso tampoco se los juega. No han nacido al deseo. El deseo
de ausencia de juego lo denuncia”15. Entonces, dada este deseo de no-juego, o no-deseo de juego, y dado que la sala
de juegos del hospital bajo ningún concepto es obligatoria, difícilmente habría presenciado en ella un niño en la
posición melancólica. Justamente, en la sala de juegos se trabaja y se juega para evitar estos desenlaces.

Imagen y Esquema Corporal

A continuación, en este nuevo apartado aunque en intrínseca relación con el anterior, me propongo abordar
la cuestión de los efectos que estás perdidas del y en el cuerpo pueden tener en la formación de la imagen
inconsciente del cuerpo de los pacientes. Para ello, considero necesario dedicar unas líneas para justamente delinear
este concepto y en especial, las diferencias entre éste (la imagen del cuerpo) y el esquema corporal. La psicoanalista
Françoise Dolto puntúa de manera muy clara estos dos conceptos 16.
Por una parte, el esquema corporal es poco más o menos igual para todos los individuos de una misma edad
bajo un mismo clima. Es una abstracción de una vivencia del cuerpo, se estructura mediante el aprendizaje y la
experiencia. Es en parte inconsciente pero también preconsciente y consciente. El esquema refiere el cuerpo actual en
el espacio a la experiencia inmediata. Puede ser independiente del lenguaje, entendido como historia relacional del
sujeto con otros. Se trata de la sede de las necesidades.
Por otra parte, la imagen del cuerpo es propia de cada uno, está ligada al sujeto y a su historia. Es específica
de una libido en situación, de un tipo de relación libidinal. Es la síntesis viva de nuestras experiencias emocionales,
interhumanas, repetitivamente vividas a través de las sensaciones erógenas, arcaicas o actuales. Dolto la llama una
“encarnación simbólica inconsciente del sujeto deseante”17. Se estructura “mediante la comunicación entre sujetos y
la huella día tras día memorizada, del gozar frustrado, coartado o prohibido (castración en el sentido psicoanalítico,
del deseo en la realidad). Por lo que ha de ser referida a exclusivamente a lo imaginario, a una intersubjetividad
imaginaria marcada de entrada en el ser humano por la dimensión simbólica” 18. Por mi parte, tomando conceptos de
Piera Aulagnier19, me animo a decir que se construye pictográficamente. Es eminentemente inconsciente aunque
puede tornarse en parte preconsciente al asociarse al lenguaje consciente. “La imagen del cuerpo refiere el sujeto del

15
Bruner, Norma; “La desazón del ser y el juego del disgusto: duelo y melancolía en la infancia. El
trabajo del duelo y el trabajo del juego” en Duelos en Juego. Letra Viva. Buenos Aires, 2008. Pág. 106.
16
Dolto, Françoise; “Esquema corporal e imagen del cuerpo” en La imagen inconsciente del cuerpo.
Paidós. Buenos Aires, 1983.
17
Dolto, Françoise; Ibid. Pág. 21.
18
Dolto, Françoise; Ibid. Pág. 22.
19
Aulagnier, Piera; “La actividad de representación, sus objetos y su meta” en La violencia de la
interpretación. Del pictograma al enunciado. Amorrortu editores. Buenos Aires, 2007.
deseo a su gozar, mediatizado por el lenguaje memorizado de la comunicación entre sujetos” 20. Puede hacerse
independiente del esquema corporal, se articula con él mediante el narcisismo. Es la sede de los deseos.
“Gracias a nuestra imagen del cuerpo, portado por – y entrecruzada con – nuestro esquema corporal,
podemos entrar en comunicación con el otro. Todo contacto con el otro, sea de comunicación o de evitamiento, se
asienta en la imagen del cuerpo; porque no es sino en la imagen del cuerpo, soporte del narcisismo, que el tiempo se
cruza con el espacio y que el pasado inconsciente resuena en la relación presente” 21.
Retomando la ya citada experiencia de Alfredo Jerusalinsky sobre las dos consignas para dibujar.
Podríamos pensar que la primera consigna remite a los niños a su esquema corporal mientras que la segunda los
catapulta hacia su imagen del cuerpo.
Jerusalinsky avanza un poco más quizás. Pues, contraponiéndose a Dolto y evitando retornar al dualismo
mente-cuerpo, el entiende que el esquema no escapa ni puede escapar al significante, puesto que precisa de él. El
entiende que el esquema se construye “por la intervención del significante que triunfa, en la medida en que engancha
el circuito pulsional alrededor de la particularización del objeto faltante y ordena de esta manera un funcionamiento
muscular, óptico, etc., pero al mismo tiempo, fracasa ya que no puede introducir ninguna significación donde las
sinergias, los automatismos y los productos corporales hacen su efecto residual, imponiendo su substancia como
negativo de cualquier modelación. Pero es un fracaso paradojal; allí donde el significante aparece hace nudo,
siendo tal nudo que constituye la pieza fundamental del esquema” 22. Así pues, el esquema está formado por el
anudamiento del significante a la mecánica del cuerpo, de la palabra al movimiento. Tanto la imagen del cuerpo
como el esquema corporal son producidos por el significante. De esta manera, la primera consigna, no remitiría al
esquema, sino al real de un cuerpo, que a diferencia del significante, no hace esquema, no hace nada, o mejor, hace
nada. Alfredo ubica el esquema también en la esfera imaginaria, no del lado de la mirada del Otro, como se encuentra
la imagen, sino, en “esa posición singular que resulta del rebatimiento de la mirada del sujeto sobre un borde
imposible”23.
Sin embargo, ambos autores están de acuerdo en que un esquema corporal lesionado no condiciona y puede
cohabitar perfectamente con una imagen del cuerpo sana. Es por esto que Jerusalinsky insiste en que el desarrollo
hace límite pero no condiciona ni determina la constitución del sujeto 24. Pero, una vez más, esta formación de una
imagen corporal sana no va de suyo, en especial en estos casos donde un real amenaza con sus pretensiones de serlo
todo. Las condiciones de posibilidad de esta imagen sana se relacionan intrínsecamente con lo dicho en el primer
apartado y me permiten dar paso al siguiente.

Los padres, el saber y el cuerpo del niño

El lugar de los padres en estos procesos de pérdida corporal de los niños va a ser, como anticipé, muy
importante. Desde esta perspectiva, y en relación con lo dicho en el primer apartado del presente trabajo, Dolto va a
sostener que para que una imagen del cuerpo sana subsista en niños atravesados por una pérdida en el cuerpo, hace
falta que “hasta la aparición de la enfermedad, en el curso de esta y después, durante la convalecencia y

20
Dolto, Françoise; Ibid. Pág. 22.
21
Dolto, Françoise; Ibid. Pág. 21-22.
22
Jerusalinsky, Alfredo y colaboradores; “La formación de la imagen corporal” en Psicoanálisis en
problemas del desarrollo infantil. Nueva Visión. Buenos Aires, 2005. Pág. 62.
23
Jerusalinsky, Alfredo y colaboradores; “La formación de la imagen corporal” en Psicoanálisis en
problemas del desarrollo infantil. Nueva Visión. Buenos Aires, 2005. Pág. 62.
24
Jerusalinsky, Alfredo y colaboradores; “Desarrollo: Lugar y tiempo del organismo vs. lugar y tiempo
del sujeto” en Psicoanálisis en problemas del desarrollo infantil. Nueva Visión. Buenos Aires, 2005.
reeducación, su relación con la madre y el entorno humano haya sido flexible y satisfactoria, sin excesiva angustia
por parte de los padres”25.
Ya se había mencionado la necesidad de sostener el lugar fálico del niño en la infancia por parte de los
padres cuando el proceso mórbido es muy temprano, así como la importancia de sostener al niño en la escena de la
infancia. Seguir viendo allí un niño, con necesidades de niño, de modo que no quede igualado al dolor moral, la
injusticia, la afrenta, en fin, a su patología y todo lo que ella pueda significar para los padres. Dolto reconoce estas
necesidades del niño y remarca en especial una que por las características de la situación que tanto niño como familia
están atravesando puede ser negligida. “Cuando el niño se ve atacado por una invalidez, es indispensable que su
déficit físico le sea explicitado, referenciado a su pasado no inválido o, si éste es el caso, a la diferencia congénita
entre él y los demás niños. Asimismo, tendrá que poder, con el lenguaje mímico y la palabra, expresar y
fantasmatizar sus deseos; sean éstos realizables o no según su esquema corporal lisiado” 26. Es preciso, que aunque
el niño no pueda hacerlo por su condición, aunque nunca vaya a poder hacerlo, pueda hablar, “jugar verbalmente”
dirá Dolto, de sus deseos de correr, saltar, etc. De esta manera, el niño proyecta una imagen sana de cuerpo,
mediatizada y simbolizada por la palabra y las representaciones gráficas, en fantasmas de satisfacciones eróticas en el
intercambio intersubjetivo. Que se le permita este tipo de intercambio, que se acepte su propuesta de estos juegos
proyectivos, permite al niño integrar al lenguaje sus deseos, a pesar de la realidad de su invalidez.
He podido observar, en mi experiencia en la sala de juegos del Hospital Gutiérrez, que ésta es un
dispositivo vital, pues se presta a estos juegos proyectivos en los que los niños pueden integrar sus deseos. Juegos en
el sentido estricto de la palabra, como observé en torneos de fútbol en la playstation donde participaban niños que
probablemente nunca podrían jugar al fútbol como los otros chicos. Y también en la palabra, esto lo observé en una
oportunidad cuando, al llegar una nueva chica a la sala, se mostraba ésta tímida con respecto a unos aparatos que
tenía en la pierna con la finalidad de estirar los huesos. Un conjunto de otros chicos, comenzaron a mostrarle y
mostrarse entre si sus respectivos aparatos y lesiones, poniendo en palabras sus miedos, dolores, etc.
“Así pues, la evolución sana de este sujeto, simbolizada por la imagen del cuerpo no inválida, depende de
la relación emocional de los padres con su persona: de que muy precozmente estos le ofrezcan, en palabras,
informaciones verídicas relativas a su estado físico de lisiado. Estos intercambios humanizadotes – o por el contrario
su ausencia, deshumanizadora – dependerán de que los padres hayan aceptado – o no – la invalidez del cuerpo de su
hijo”27. Existen dos aristas a tener presentes en las palabras de la psicoanalista francesa. A saber, por una parte, la
necesaria aceptación de los padres de la enfermedad de su hijo, tema nada sencillo por todo lo que implica. Pero se
comprenden las serias consecuencias que su no aceptación puede tener. Por otro parte, encontramos el tema de las
informaciones verídicas y precoces. También muy necesarias para que el niño pueda significar todo el proceso de su
enfermedad, y las pérdidas que implica.
Para acercarnos al discernimiento de estas cuestiones, que, como menciona Dolto, están interrelacionadas.
Cabe traer a colación el pensamiento del Lic. Marcelo Silberkasten 28. El denuncia que lo que puede resultar
traumático no es la operación en sí, sino la información (previa) sobre ésta. “La operación aparece como menos
traumática de lo que los psi suponen, y mucho más angustiante de lo que los cirujanos niegan” 29. Angustiante, si,
porque puede implicar riesgo de vida y grandes pérdidas en lo corporal. Pero traumática no, al menos generalmente,
porque está inscripta en una cadena de sentido, en una cronología de sucesos cargados de significación y en un ideal
narcisista. Lo traumático, dirá Silberkasten remitiéndonos nuevamente al primer apartado del presente trabajo, “…no

25
Dolto, Françoise; “Esquema corporal e imagen del cuerpo” en La imagen inconsciente del cuerpo.
Paidós. Buenos Aires, 1983. Pág 18.
26
Dolto, Françoise; Ibid. Pág. 18-19.
27
Dolto, Françoise; Ibid. Pág. 19.
28
Silberkasten, Marcelo; “Prequirúrgicos, una excusa para lo traumático. Lo traumático, una excusa para
los prequirúrgicos” en Cuadernos del niño/s Nº 4 Vol II. Editorial Polemos. Buenos Aires, 1994.
29
Silberkasten, Marceolo; Ibid. Pág. 38.
son las intervenciones quirúrgicas, pues estas se sostienen en el ideal narcisista; lo traumático es no ser deseado
como se es”30. A su vez, la intervención quirúrgica está precedida por una rutina prequirúrgica que funciona como un
ritual catártico que anticipa a dicha operación al sujeto. Por último, y en relación con el primer punto, porque el
discurso médico, es un discurso que está sostenido culturalmente y que el paciente comparte. La intervención
quirúrgica esta inserta en una lógica cultural, la sociedad la avala y la sostiene económicamente.
O al menos así sucede en general, por supuesto, esto va a producir sus efectos diferenciales en la medida
que varía el contrato narcisista (Aulagnier 31) de la pareja parental para con el conjunto social. El contrato narcisista
toma lugar entre el sujeto y el coro de voces (conjunto social). Éste, al igual que la pareja anticipa al sujeto,
catectizando un lugar que supone ocupará y albergando esperanzas de que el transmita idénticamente el modelo
socio-cultural. De este modo, el sujeto se comprometo a reproducir las voces del coro, uniéndose a él y obtiene por
ello un lugar de pertenencia y de referencia, los emblemas identificatorios en lo que necesita apoyarse para llevar a
cabo su proyecto identificatorio. “La definición dada de contrato narcisista implica su universalidad; pero, si bien es
cierto que todo sujeto es cosignatario, la parte de la libido narcisista que catectiza en él varía de uno a otro sujeto,
de una a otra pareja y entre los dos elementos de la pareja. La calidad y la intensidad de la catectización presente en
el contrato que une a la pareja parental con el conjunto, al igual que la particularidad de las referencias y emblemas
que privilegiará en ese registro, intervendrán (...) en el espacio al que el Yo del niño debe advenir” 32.
A modo de ejemplo, puedo retomar el caso de D, quién luego de coronarse campeón de la copa Digimon,
no volvió a aparecer por la sala de juegos, ni por el hospital. La familia de D era muy religiosa y había formado una
cadena de oración en la que D participó y había sentido “como que algo subía” en su pierna afectada. La madre de D
quería realizar de nuevo los exámenes para ver si milagrosamente el cáncer había sanado. Se le trató de explicar a la
madre la incompatibilidad de los dos discursos. Donde los médicos hacían ciencia, ella esperaba milagros. De todas
formas, al encontrarse el hospital con estos planteos, se reprogramó la intervención, porque las condiciones para ella
no estaban dadas. Luego, D y su familia no aparecieron más por el hospital. Tiempo más tarde, el hospital se entera
que habían acudido al Garraham donde habían confirmado el mismo diagnóstico y tratamiento. Regresarían entonces
al Gutiérrez a continuar el tratamiento indicado, aunque al momento de escribir estas líneas todavía no la han hecho.
Es interesante entonces pensar el tipo de contrato narcisista que estableció esta familia y que registros se ven
favorecidos en él. Donde claramente el discurso médico, si bien respetado, se encuentra subordinado al religioso y en
consecuencia D recorre hospitales con su familia que busca confirmar, no un diagnóstico, sino un milagro. Cabe
también remarcar que esta primacía del discurso religioso seguramente se ve favorecida por las dificultades de la
pareja parental en aceptar la enfermedad de su hijo. Las soluciones mágicas que este discurso religioso les ofrece se
ven entonces muy tentadoras. Lamentablemente, como remarca el Dr. Eduardo Friedman 33, los tiempos del sujeto no
son siempre los de la enfermedad: “Para la oncología el tiempo es un imperativo: hay una carrera contra la
enfermedad, para ganarla hay que llegar antes que las metástasis”34. Solo cabe esperar que D, y su familia, no hayan
perdido demasiado tiempo.
Retomando el pensamiento de Marcelo Silberkasten, nos convoca ahora el tema de la información. Marcelo
otorga a ésta un valor profiláctico a la hora de prevenir duelos patológicos. “La información permite inscribir la
operación en una cadena significante, y como tal, no ser un elemento disruptivo. La información es pasible de USO
(en el sentido winnicottiano del término); esto es, se la puede negar, proyectar, reprimir, aislar. (…) La información
es la puerta de entrada de un trabajo doloroso y angustiante, pero da la materia prima para que sea del orden de la

30
Silberkasten, Marceolo; Ibid. Pág. 41.
31
Aulagnier, Piera; “El espacio al que el Yo puede advenir” en La violencia de la interpretación. Del
pictograma al enunciado. Amorrortu editores. Buenos Aires, 2007.
32
Aulagnier, Piera; Ibid. Pág. 165.
33
Friedman, Eduardo Diego; “Amputante” en Cuadernos del niño/s Nº 5 Vol II. Editorial Polemos.
Buenos Aires, 1994.
34
Friedman, Eduardo Diego; Ibid. Pág. 86.
angustia señal, y no de la angustia automática” 35. Por otro lado, entiende que el silencio es una información que
invita a reprimir toda información junto con el deseo por ésta. Sabemos, por medio de Alba Flesler 36 de lo
instituyente y vital que resulta el deseo de saber para la constitución del sujeto y como base de la transferencia. “Si,
en cambio, [el niño] ha hallado como respuesta la censura, el silencio o un saber pleno de sentido absoluto,
propenderá a una inhibición en la búsqueda de saber. En ese caso el movimiento se frena, la búsqueda se detiene, el
sujeto se empobrece”37. Repensando esta situación desde lo dicho por Dolto, se pueden imaginar las consecuencias si
el movimiento se detiene y el niño no pregunta, la enfermedad corre riesgo entonces de convertirse en un tema tabú,
del que no se habla. En consecuencia, el niño nunca podrá enlazar sus deseos, realizables o no, al lenguaje. Es quizás
por esto que Ginette Raimbault 38 ve en los cuestionamientos del niño enfermo un llamado a la existencia, y en la
posición que tome el que responde uno de los mayores problemas éticos de la pediatría y, porque no, agregaría yo, la
paternidad.

El Juego y el duelo

“En esta sala yo fui baterista,


toqué en una banda.”
M

Norma Bruner sostiene una mirada que pretende no dejar el desarrollo por fuera de la estructura y, a su vez,
no dejar la estructura por fuera del desarrollo. El desarrollo no es ajeno a las relaciones del sujeto con el significante y
el deseo. Con estos planteos se oponen a una buena porción de psicoanalistas que entienden al desarrollo y a la
estructura como opuestos y ante la oposición otorgan primacía a la estructura. En el ya mencionado libro de Bruner,
una cita de Jacques-Alain Miller ilustra la posición a la que se oponen: “Son dos conceptos que podemos considerar
en cuano que se oponen (…) se oponen en tanto desarrollo es diacronía, supone que pasa el tiempo mientras que
estructura es sincronía, supone un tiempo detenido…”39
Frente a esto, la cátedra rescata la dimensión diacrónica de la estructura, que ya había sido planteada por
Lacan . Tomando nuevamente las palabras de Bruner: “…la estructura requiere del desarrollo para su realización.
40

La estructura contiene un movimiento (…): allí hay trayectorias posibles del sujeto, no se trata de una sola
alternativa, sino de diversos caminos que el sujeto puede tomar y otros que no. El sujeto es ese lugar vacío que puede
ser modificado.”41
De esta manera se abandona el fatalismo estructural para dar cabida, hacer lugar, al sujeto. No habría ni
desarrollo ni estructura, sino encontramos un sujeto, del mismo modo que no habría sujeto sin desarrollo y estructura.
El sujeto hace estructura y hace desarrollo mientras es hecho por estos cuando hace historia. ¿Cómo hace historia el
sujeto? Jugando.

35
Silberkasten, Marceolo; Ibid. Pág. 42.
36
Flesler, Alba; “Los padres y la transferencia” en El niño en análisis y el lugar de los padres. Paidós.
Buenos Aires, 2008.
37
Flesler, Alba; Ibid. Pág. 151-152.
38
Raimbault, Ginette; “El sostén psicológico del niño crónicamente enfermo y su familia: Aspectos
éticos” en Cuadernos del niño/s Nº 4 Vol II. Editorial Polemos. Buenos Aires, 1994.
39
Miller, Jacques-Alain: Estructura-Desarrollo-Historia (1999) citado en Bruner, Norma; “La clínica
psicoanalítica con niños con problemas del desarrollo” en Duelos en Juego. Ed. Letra Viva. Buenos
Aires, 2008. Pág. 30
40
Lacan, Jacques: El seminario, Libro 3, Las Psicosis. Paidós. Buenos Aires. 2007.
41
Bruner, Norma; Ibid. Pág. 31.
Se trata de dar entrada, admisión a los significantes primordiales que van a hacer estructura e historia en el
sujeto. “El significante del Nombre del padre puede estar presente y no realizar su función” 42. Esta operación nos
lleva al tercer elemento de la consigna: el juego. “… establecemos (…) el juego como formación de lo inconsciente y
Sinthome propio de la infancia, formación donde por excelencia las coordenadas de la sincronía y de la diacronía
hacen función, y a partir de las cuales podremos establecer la relación necesaria entre estructura y desarrollo en el
nacimiento del sujeto y del objeto en el deseo.”43.
Winnicott observa que “Hay un desarrollo que va desde los fenómenos transicionales al juego, de este al
juego compartido, y de él a las experiencias culturales.”44.
El juego apuntala entonces. El juego apuntala tanto estructura como desarrollo, los imbrica, los articula
entre si. Y a su vez, articula a ambos con su Real orgánico. Por ello Norma Bruner lo sanciona como Sinthome propio
de la infancia. Ya en las primeras líneas del primer capítulo de su libro Bruner remarca el lugar y función primordial
del juego: “Es en el juego, donde los niños se apropian y escriben las marcas que luego podrán leer, cuestionar,
analizar. En el juego y al jugar un niño introduce los significantes primordiales a <su historia> y, en consecuencia,
si no hay juego, no hay historia, ni infancia”45.
Dado el importante lugar que el juego tiene en la infancia, cabía esperar que el niño se sirva y precise de él
para integrar, hacer historia de las vivencias hospitalarias y sus pérdidas corporales. Y efectivamente, así sucede.
Freud ubica el “deseo de ser grandes” como motor del juego 46. Este “deseo de ser grandes” precisa a su vez
del deseo de muerte, la muerte del Otro. Heredar el lugar del Otro implica en un punto su muerte. Muerte a su vez
que no tiene la misma significación ni implicancias para los niños que para los adultos. Como bien señala Bruner, se
trata de un deseo de ausencia, de muerte transitoria 47. Y el juego se presta para el niño como la instancia ideal para
elaborar sin riesgo la muerte, que, a su tiempo, podrá pasar a ser definitiva. Y de lo dicho anteriormente se desprende
que elaborar la muerte, es elaborar la ausencia, es elaborar la pérdida.
Norma Bruner encuentra no pocas similitudes entre dos operaciones, el trabajo de duelo y el trabajo del
juego: “En las dos el trabajo es lento, pieza a pieza, cual rompecabezas a desarmar y volver a armar. En ambas lo
doloroso, lo impresionante, se transforma al servicio del principio de placer. Ambas están al servicio del dominio del
yo. (…) arrojar el objeto - <que se vaya lejos> y <poder perderlo> en el juego – escribe la pérdida y la elaboración
de la pérdida; el juego implica un trabajo de duelo necesario pero sin dolor (dolor amortiguado)” 48. Agrega: “El
trabajo del juego supone el trabajo del duelo, ya que ambos se implican recíprocamente en la infancia por
estructura.(…) es sólo al jugar y en su repetición, que lo perdido se inscribe desde el Complejo de Castración y lo
reprimido se produce <cada vez y otra vez de nuevo>” 49. Así, cuando jugando el niño elabora su deseo de muerte
hacia sus padres, implicado en su deseo de ser grande, también se prepara para y elabora la pérdida. Y sucede lo
mismo en el caso de la pérdida corporal. Es necesario que el niño cuente con y pueda hacer uso de este espacio en el
que se prepara para la muerte necesaria a la conservación de la vida.
Una de las virtudes del juego que no podemos dejar de tener en cuenta es la invulnerabilidad de la que dota
al niño que lo juega. Este “sin riesgos” crea un espacio propicio para elaborar la pérdida. Pérdida corporal que lo
convoca en el caso de estos niños hospitalizados, pero a su vez, también la pérdida del Otro, a la que, por estructura
debe hacer frente. No olvidemos que estos niños no dejan de ser niños y continúan, pese a las circunstancias,

42
Bruner, Norma; Ibid. Pág. 36.
43
Bruner, Norma; Ibid. Pág. 35.
44
Winnicott, D. W.: “El Juego” en Realidad y Juego. Ed. Gedisa. Barcelona. Pág. 76.
45
Bruner, Norma; Ibid. Pág. 17.
46
Freud, Sigmund; “Más allá del principio del placer” en Obras completas Vo.l XVIII. Amorrortu
editories. Buenos Aires, 2002.
47
Bruner, Norma; “La desazón del ser y el juego del disgusto: duelo y melancolía en la infancia. El
trabajo del duelo y el trabajo del juego” en Duelos en Juego. Letra Viva. Buenos Aires, 2008.
48
Bruner, Norma; Ibid. Pág. 109-110.
49
Bruner, Norma; Ibid. Pág. 111.
sumergidos en las tareas propias de la infancia. En este sentido, Norma Bruner propone que “…los bordes del juego
funcionan como límite y protección frente al afuera del juego (y del cuerpo) excluyendo, cortando, dividiendo y
separando el goce del juego (y del cuerpo)” 50.
A su vez y por su parte, Alfredo Jerusalinsky destaca que el niño, en el juego, soporta el decir de lo que
todavía no puede hablar. Hace una especial mención al clásico “Dale que yo era…” del jugar de los niños. Entiende
que desde allí, los niños pueden anticipar un lugar, al mismo modo que también los padres les anticipan un lugar
discursivamente, y de esta manera pueden poner en perspectiva su presente y soportarlo. Para Alfredo, la función del
juego es trabajar con perseverancia la realidad en el fantasma 51.
Apoya la moción también, la psicoanalista Marta Beisim, quien entiende que el acto de juego, productor de
accidentes que permiten resignificar, recupera la satisfacción que antes estaba ligada al objeto real 52.
Es por estas razones que el espacio de juego debe ser preservado y promovido, en especial en estos niños
atravesados en sus cuerpos por un proceso empobrecedor y a veces mutilante. En el hospital he podido observar el
juego de muchos niños, con sus variantes, librando cada uno su respectiva batalla para significar y resignificar sus
enfermedades y sus pérdidas. También he podido observar trabajos del juego más típicos, si se quiere, como la
adquisición de la autonomía y el desarrollo de la agresión. Tan necesaria como bien remarca Jerusalinsky: “Se
precisa agresión para sustraerse por un lado a las urgencias de la pulsión y por el otro lado al imperativo del Otro.
(…) Si es por el amor de la madre que el niño se siente llamado, es precisamente por decir no a ese amor que el niño
anda”53..
Es el caso de M un niño de 5 años con síndrome de Marfan. Muy tímido cuando lo conocí, cedía su espacio
a otros niños más desinhibidos cuando se acercaban y se retiraba en silencio, casi automáticamente, sin saludar,
cuando su madre venía a buscarlo a la sala. A través del juego se fue animando a abrazar su deseo y desplegar su
agresión. En un principio, en el juego, jugando con los animales y los dinosaurios prácticamente se subía encima mío
mientras su cebra daba una paliza al tiranosaurio que yo manejaba. Luego, también se animo a demostrar celos hacia
otros chicos, incluso defender los juguetes que el estaba usando. Y si bien es cierto, que aún la figura de su madre le
resulta muy avasallante, en nuestro último encuentro, pudo mediar una pequeña pero valiosísima pausa en la que nos
despedimos, cuando su madre lo vino a buscar a la sala.

Conclusión

A modo de conclusión, creo pertinente pensar, tras todo lo desarrollado, cual sería el rol del psicólogo
frente a estos pacientes que se presentan con un real irreductible al que hay que atender. Y en esta línea, entiendo que
Jerusalinsky da la clave para un primer acercamiento a la cuestión 54. A saber, necesariamente hay que caer por fuera
de la práctica pura de lo real o no hay nada que hacer. Se trata de evitar la demanda por reparar un cuerpo ya roto, y
probablemente sin reparación (demanda de un imposible) y ocuparse de un sujeto que puede peligrar. Se trata de
pensar en ese sujeto que resiste al real que pretende serlo todo. El desarrollo puede hacer límite, pero no condiciona la
constitución del sujeto. Si se hiciese foco sólo en lo real, se produciría ese fading del sujeto, la brecha hacia el

50
Bruner, Norma; “Los significantes primordiales y su operatoria en el juego: el duelo (de estructura) en
juegos” en Duelos en Juego. Letra Viva. Buenos Aires, 2008. Pág. 197.
51
Jerusalinsky, Alfredo y colaboradores; “Desarrollo: Lugar y tiempo del organismo vs. lugar y tiempo
del sujeto” en Psicoanálisis en problemas del desarrollo infantil. Nueva Visión. Buenos Aires, 2005.
52
Beisim, Marta Eva; “Clínica con niños: el cuerpo” en Psicoanálisis y el Hospital Nº 18: El cuerpo en la
clínica.
53
Jerusalinsky, Alfredo y colaboradores; “La formación de la imagen corporal” en Psicoanálisis en
problemas del desarrollo infantil. Nueva Visión. Buenos Aires, 2005. Pág. 68.
54
Jerusalinsky, Alfredo; “Introducción. Pequeña historia de un grupo de trabajo clínico” en Psicoanálisis
en problemas del desarrollo infantil. Nueva Visión. Buenos Aires, 2005.
autismo y la psicosis. El foco exclusivo en lo real por parte de los padres es lo que lleva a la insignificancia fálica del
niño. Por ello, al referirse a la labor del analista, Norma Bruner refiere que “Cobra significancia la operación del
analista y del equipo interdisciplinario que podríamos ubicar como: <La transformación de lo real en elemento
indispensable como parte del juego y de la transferencia>” 55. Es por estas razones que Ginette Raimbault
recomienda como “deseable no adherir a esta <imagen>, en forma de tipología psicopatológica, ni siquiera
psicosomática, en cuyo esquema el sujeto (…) se vería reducido a su enfermedad” 56.
Como corolario de lo antedicho, del mismo modo que uno debe abogar por sostener al sujeto y niño como
tal, con ese fin en mente, creo que es necesario también sostener a los padres como tales. Para que de este modo
también ellos puedan sostener a su hijo en una posición de significancia fálica, en la escena de la infancia.
Una segunda cuestión a considerar es el tópico de la información. A riesgo de repetirme, voy a mencionar
nuevamente el valor profiláctico de la información que se le otorgue a estos pacientes, como bien lo señala el Lic.
Silberkasten57. Y junto con este valor es indispensable insistir en la importancia de no inhibir al niño en su búsqueda
de saber. Esto es algo que subrayan con tino Alba Flesler58 y Ginette Raimbault59.
Por último, es imperioso volver a subrayar la importancia del juego, en la infancia en general y en estos
casos en particular. Winnicott, un referente para mi, entiende que “… la labor del terapeuta se orienta a llevar al
paciente, de un estado en el que no puede jugar a uno en el que le es posible hacerlo” 60. Creo que como
profesionales de la salud que somos o vamos a ser, en la medida que nos dediquemos a la infancia, el juego es un
espacio que debemos sostener para, justamente, sostener a estos niños en la escena de la infancia y no encontrarnos
con “niños perdidos”61. Es en este sentido que yo creo que las salas de juego en los hospitales tienen una importancia
capital.

55
Bruner, Norma; “La hemorragia del juego y su pérdida” en Revista Imago Agenda Nº 112. Letra Viva.
Buenos Aires, Agosto 2007.
56
Raimbault, Ginette; “El sostén psicológico del niño crónicamente enfermo y su familia: Aspectos
éticos” en Cuadernos del niño/s Nº 4 Vol II. Editorial Polemos. Buenos Aires, 1994. Pág. 29.
57
Silberkasten, Marcelo; “Prequirúrgicos, una excusa para lo traumático. Lo traumático, una excusa para
los prequirúrgicos” en Cuadernos del niño/s Nº 4 Vol II. Editorial Polemos. Buenos Aires, 1994.
58
Flesler, Alba; “Los padres y la transferencia” en El niño en análisis y el lugar de los padres. Paidós.
Buenos Aires, 2008.
59
Raimbault, Ginette; Ibidem.
60
Winnicott, D.W.: Realidad y Juego. Ed. Gedisa. Barcelona. p. 61.
61
Rodríguez, María Marta y Peláez, Carlos; “Un niño se ha perdido” en Psicoanálisis y el Hospital Año 9
Nº 17: Clínica del desamparo. Publicación Semestral de practicantes en instituciones hospitalarias.
Marzo, 2000.

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