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"El albatros" y otros poemas de Charles Baudelaire

EL EXTRANJERO

—¿A quién quieres más, hombre enigmático, dime, a tu padre, a tu madre, a tu


hermana o a tu hermano?

—Ni padre, ni madre, ni hermana, ni hermano tengo.

—¿A tus amigos?

—Empleáis una palabra cuyo sentido, hasta hoy, no he llegado a conocer.

—¿A tu patria?

—Ignoro en qué latitud está situada.

—¿A la belleza?

—Bien la querría, ya que es diosa e inmortal.

—¿Al oro?

—Lo aborrezco lo mismo que aborrecéis vosotros a Dios.

—Pues ¿a quién quieres, extraordinario extranjero?

—Quiero a las nubes…, a las nubes que pasan… por allá…,¡a las nubes
maravillosas!

XXXIII

EMBRIAGAOS

Hay que estar siempre borracho. Todo consiste en eso: es la única cuestión. Para no
sentir la carga horrible del Tiempo, que os rompe los hombros y os inclina hacia el suelo,
tenéis que embriagaros sin tregua.

Pero ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, de lo que queráis. Pero embriagaos.
Y si alguna vez, en las gradas de un palacio, sobre la hierba verde de un foso, en la
tristona soledad de vuestro cuarto, os despertáis, disminuida ya o disipada la embriaguez,
preguntad al viento, a la ola, a la estrella, al ave, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que
gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, preguntadle la hora
que es; y el viento, la ola, la estrella, el reloj; os contestarán: “¡Es hora de emborracharse!
Para no ser esclavos y mártires del tiempo, embriagaos, embriagaos sin cesar. De vino,
de poesía o de virtud; a su gusto.”

De Pequeños poemas en prosa. Traducción de Enrique Diez-Canedo, Col.


Austral, Espasa Calpe Argentina, Buenos Aires, 1948

Charles Baudelaire (París, 1821-1867) fue un poeta, ensayista, crítico de arte


y traductor francés. Precursor del simbolismo y de las vanguardias del siglo XX,
está considerado el primer poeta de la modernidad y el máximo representante de
lo que se ha dado en llamar "poeta maldito" por su vida atormentada y su obra
provocadora.

Era hijo de un pintor y exsacerdote que, por edad, podría haber sido su abuelo
pues lo concibió cuando tenía 62 años. Este murió en 1927 y un año después su
joven viuda volvió a casarse con el comandante Aupick, que pronto llegaría a
general y a senador, y con quien el joven Charles mantendría una difícil relación
a lo largo de toda su vida. Tras unos años de tormentoso internado, del que fue
expulsado en 1939, se matriculó en la Facultad de Derecho y empezó a
relacionarse con artistas del Barrio Latino y con prostitutas. Quizá por esta época
contrajera la sífilis, enfermedad que marcaría su vida con terribles secuelas. A los
veinte años, su padrastro, deseoso de apartarlo de su vida desordenada y de su
creciente pasión por la literatura, lo embarcó con destino a la India, pero el joven
decidió regresar a Francia desde la isla Mauricio. En París conoce a la mulata
Jeanne Duval, que se convertirá en la más duradera de sus amantes, y traba
amistad con los poetas parnasianos Gautier y Banville.

Tras alcanzar la mayoría de edad (veintiún años), accede a la herencia paterna,


que derrocha ostentosamente, cultivando el dandismo —se le podía ver paseando
por los Campos Elíseos con el pelo teñido de verde y vestido con un blusón de
campesino sobre un frac— e invitando a exquisitos banquetes a sus amigos
literarios, de forma que en un año había consumido casi la mitad de su herencia.
Por este motivo, su padrastro convocó un consejo de familia que decidió tutelar
su herencia y pasarle una modesta pensión, pero no lograron impedir que sus
deudas se fueran incrementando a lo largo de toda su vida. Un año después, en
1845, publica un prematuro estreno como crítico de arte y lleva a cabo su primera
tentativa de suicidio.

En los años siguientes se relaciona con artistas de la bohemia parisina y comienza


a consumir hachís, mientras escribe brillantes críticas de arte, publica sus
primeros poemas en revistas y la novelita autobiográfica La Fanfarlo (1947) que,
en opinión de José María Valverde, puede leerse como autocaricatura
introductoria de toda su obra. Conoce la obra de Poe, que le causará una profunda
impresión y que dará a conocer en Europa traduciendo sus cuentos. Simpatiza
brevemente con la revolución de 1848 —llegó a defenderla en las barricadas—,
pero el fracaso de esta y el ascenso de Luis Napoleón lo llevan a refugiarse en su
"torre de marfil". Como observa Valverde, quien había dicho que había que elegir
entre ser dandy y socialista elige lo primero. Se apasiona por la música de
Wagner y vive continuamente asediado por las deudas y atormentado por su
enfermedad y por las crisis con Jeanne Duval.

En 1857 publica el libro al que debe su fama, Las flores del mal, que no tardará
en ser secuestrado por la justicia por considerarlo obsceno, blasfemo y una
amenaza contra la moral debido al contenido de seis de sus poemas, que serán
censurados y le acarrearán una multa. En 1861 aparece una segunda edición en
la que los seis poemas suprimidos son reemplazados por treinta y cinco
composiciones nuevas. El mismo año publica también Los paraísos artificiales,
que incluye el célebre poema "Sobre el vino y el hachís", donde concluye que el
primero es útil y benéfico, y el segundo, inútil y perjudicial. La enfermedad de
Jeanne, que se queda hemipléjica, agrava su situación económica, apenas paliada
por las pequeñas pensiones oficiales que recibe. En 1864 viajó a Bruselas, donde
residió dos años, para pronunciar una serie de conferencias y con la intención de
publicar sus obras completas; sin embargo, el proyecto fracasó por falta de editor.
En 1866 aparecen varios de sus poemas en 'Le Parnasse contemporain', revista
de los parnasianos, pero en marzo sufre un ataque que le paraliza medio cuerpo
y le hace perder el habla. Trasladado por su madre a un hospital de París, donde
es sometido a crueles tratamientos, falleció en agosto de 1867, tras permanecer
un año paralizado y casi mudo. Tenía 47 años. Fue enterrado en el cementerio de
Montparnasse, en la misma tumba que su odiado padrastro.

Su poética innovadora, que dio origen al movimiento simbolista, se traduce en la


musicalidad del poema, la audacia de la imagen y las "correspondencias". Las
flores del mal, un libro gestado a lo largo de veinte años, representa una ruptura
radical con la lírica anterior y constituye una de las cimas de la literatura del siglo
XIX. Baudelaire se propuso crear una obra que no fuese una mera recopilación
de poemas, sino que respondiera a una rigurosa arquitectura y a un orden propio,
donde las partes se subordinasen al conjunto. Aparece dividido en cinco
secciones, después de su famoso poema introductorio, "Al lector": Spleen e
Ideal, Cuadros parisienses, El vino, Flores del mal y Rebelión, seguidas de una
conclusión: La muerte.

Retrato de Baudelaire. (Getty)


Las flores del título, explica Cano Menéndez, "son el mal, el sadismo y la
perversidad latente en cada ser humano, flores débiles que ayudan a mitigar el
hastío (spleen), el tedio de vivir (tedium vitae), tema fundamental del libro,
enfermedad característica del dandy, ocioso y lúcido, que habiendo degustado
todos los placeres sin haber conseguido el Ideal deseado, ya sólo puede hundirse
en el abismo". El mismo Baudelaire declaró que en él había pretendido "extraer
la belleza del mal" y definió el libro como un diccionario de crímenes, vicios y
melancolías, pero también, como recuerda su traductor al catalán Pere Rovira, de
generosidad y compasión, pues Baudelaire aborrece la sociedad en que le ha
tocado vivir —no cree en la democracia y desprecia la idea de libertad política y la
fe en el progreso social— y, sin embargo, expresa ternura hacia los desechos de
esa sociedad, los marginados. Y, como observa Rovira, una de las novedades de
la poesía de Baudelaire es, precisamente, que convierte en protagonistas trágicos,
en un escenario urbano, a estos personajes que rara vez habían alcanzado
categoría poética (traperos, prostitutas, delincuentes, borrachos...) y,
"acompañándolos, el poeta solitario, residuo también de la sociedad". Un poeta
que, para el autor francés, es un ser iluminado, alguien que, como el albatros,
debe vivir en las alturas, porque una vez en tierra, entre el resto de la gente, es
completamente inútil.

La novedad de su poesía alcanza tanto al contenido (introduce temas hasta


entonces ajenos a la poesía) como a la forma, si bien se sirve, de una manera
nueva, de los modelos del verso francés clásico: frente a los poemas largos
cultivados por V. Hugo o Leconte de Lisle, prefiere la brevedad y concisión; buena
parte de sus composiciones son sonetos, aunque también utilizará otras fórmulas
métricas, y junto al alejandrino utilizará el eneasílabo, versos propios de la
versificación francesa antigua recuperados por Gautier, a quien dedicó su libro.

Las flores... encuentra su complemento en el libro póstumo Pequeños poemas en


prosa (1869), otro de los grandes avances de la poesía moderna, que supone la
ruptura definitiva con las formas poéticas clásicas. Partiendo del modelo
de Gaspard de la nuit, del poeta romántico Aloysius Bertrand, quiso aplicar a la
descripción de la ciudad moderna la forma que aquel había usado en la evocación
del pasado. Se trata de una colección de cincuenta poemas que ofrecen una nueva
versión del mundo urbano. Fueron publicados en periódicos a partir de 1855. En
1864 el diario Le Figaro publicó cuatro partes de la obra bajo el título Le spleen
de Paris, que suele figurar como subtítulo en las ediciones de Pequeños
poemas... Baudelaire explicó que le daba ese título para "formar contrapartida
a Las flores del mal". Presentan breves escenas y estampas de la vida cotidiana
que fijan su atención en los marginados y encuentran en la prosa poética la forma
más adecuada.

Courbet, Taller del pintor. A la derecha, leyendo, Baudelaire


Édouard Manet, La amante de Baudelaire, reclinada

Referencias:
-Cano Menéndez, María Dolores: "Aproximación a Las flores del mal", La
Vanguardia (16 / 10 / 2020).
-Martínez Sánchez, Jesús, y otros: Literatura Universal. Bachillerato, Akal,
1998.
-Rovira, Pere: "Les flors del mal, audacia y tradición", La Vanguardia
(27/03/2021).
-Valverde, José María: "El arranque de la modernidad poética. De Baudelaire al
simbolismo", en Martín de Riquer y José María Valverde, Historia de la
Literatura Universal, vol. 8, Planeta, Barcelona, 1986, págs. 5-92.

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