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Baudelaire, el poeta dandi destruido por la

sífilis y las drogas que inventó la belleza en


la fealdad
Un 9 de abril de hace alrededor de un siglo (no se sabe con
seguridad el año exacto) nació el autor de Las Flores del
Mal e icono absoluto de la poesía moderna

Mario de las Heras


Madrid 09/04/2023 – EL DEBATE
El estilo clásico y romántico de Charles Baudelaire encerraba secretos inconfesables que
él confesó en versos a plena luz del día. Las Flores del Mal se iba a titular Las
Lesbianas (primero Los Limbos), pero el único editor que se atrevió a publicar la hermosa
(aunque esto se reconoció después) provocación prefirió poner en su cubierta esas flores
malditas. Dice Francisco Umbral en Las Ninfas que «hay que ser sublime sin
interrupción», como decía Baudelaire, quien continuaba: «El dandi debe vivir y morir
ante el espejo».
Es posible que el odiador de su padrastro, el militar Jacques Aupick (quizá la
representación física de todo lo que huyó el poeta durante su vida), olvidara esa máxima
dandista desde muy pronto, cuando la sublimidad se hizo imposible después de
contagiarse de sífilis, cuyos achaques progresivos le acompañaron hasta el final y
provocaron su muerte. Es posible que en la degradación física, en el contraste entre lo
sublime y lo bello en un principio, cada vez más lejano, Baudelaire se rebelara, valiente,
talentoso, infinito, para encontrar la sublimidad y la belleza entre la fealdad que crecía a su
alrededor.

Un pez en su agua
Y lo consiguió. Charles Baudelaire fue el inventor de una poesía que no renunciaba
estilísticamente a lo clásico, pero sí introducía la vida que nadie había introducido nunca en
unos versos. Lo contrario a lo militar de la figura paternal era la bohemia a la que se
lanzó con los ojos cerrados desde muy joven. Fue expulsado del Liceo Louis-le-Grand y
luego, matriculado casi como una excusa en la Facultad de Derecho de París, se introdujo
en las más profundas fosas del Barrio Latino como un pez abisal en su agua.
Casi la metáfora de la luz que buscaba y se le escapaba en las oscuridades en las que se
adentró para no volver a salir nunca, donde inventó su propia luz: la belleza que fue
considerada inmoral y pornográfica y que provocó la prohibición de Las
Flores porque eran las del Mal que nunca nadie se había atrevido a escribir. Fue juzgado
y condenado y tuvo que pagar una multa económica. Entonces todavía y siempre recibía la
pequeña renta a la que su familia le había limitado tras los excesos de juventud después de
recibida su herencia con la mayoría de edad.
Pero ya era un poeta enfermo, cada vez más, desde los tiempos de la juventud y las
drogas (de las que escribió en Del Vino y del Hachís y, sobre todo, en Los Paraísos
Artificiales) y las prostitutas, la irremediable inmersión en los bajos fondos donde se
quedó. Jeanne Duval, a la que retrató Manet, fue una de sus primeras amantes, coincidente
en el tiempo con su revelación como crítico de arte (lanzó a Delacroix como René Ricard
hizo con Basquiat) y literario y musical. Traductor de su admirado Edgar Allan Poe y
de E.T.A Hoffmann, a su semejanza vanguardista escribió su única novela, La Fanfarlo.
Era 1847 y faltaban 10 años para el escándalo de Las Flores, pero ya estaban «escritas»
buena parte de sus siete divisiones, una vida lírica en capítulos, que concluyen en la
apoteosis de la decadencia de la que el autor fue ya para siempre ídolo y epítome.

FIN DEL PRIMER POEMA DE LAS 'FLORES DEL MAL':


 (De Al Lector)

En la jaula infame de nuestros vicios,

¡Hay uno más feo, más malo, más inmundo!


Si bien no produce grandes gestos, ni grandes gritos,
Haría complacido de la tierra un despojo
Y en un bostezo tragaríase el mundo:

¡Es el Tedio! — los ojos preñados de involuntario llanto,


Sueña con patíbulos mientras fuma su pipa,
Tú conoces, lector, este monstruo delicado,
—Hipócrita lector, —mi semejante, —¡mi hermano!
ÚLTIMOS VERSOS DE LAS 'FLORES DEL MAL':
 VIII

¡Oh, Muerte, venerable capitana, ya es tiempo! ¡Levemos el ancla!


Esta tierra nos hastía, ¡oh, Muerte! ¡Aparejemos!
¡Si el cielo y la mar están negros como la tinta,
Nuestros corazones, a los que tú conoces, están radiantes!
¡Viértenos tu veneno para que nos reconforte!
Este fuego tanto nos abraza el cerebro, que queremos
Sumergirnos en el fondo del abismo,
Infierno o Cielo, ¿qué importa?
¡Hasta el fondo de lo Desconocido, para encontrar lo nuevo!

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