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Un pez en su agua
Y lo consiguió. Charles Baudelaire fue el inventor de una poesía que no renunciaba
estilísticamente a lo clásico, pero sí introducía la vida que nadie había introducido nunca en
unos versos. Lo contrario a lo militar de la figura paternal era la bohemia a la que se
lanzó con los ojos cerrados desde muy joven. Fue expulsado del Liceo Louis-le-Grand y
luego, matriculado casi como una excusa en la Facultad de Derecho de París, se introdujo
en las más profundas fosas del Barrio Latino como un pez abisal en su agua.
Casi la metáfora de la luz que buscaba y se le escapaba en las oscuridades en las que se
adentró para no volver a salir nunca, donde inventó su propia luz: la belleza que fue
considerada inmoral y pornográfica y que provocó la prohibición de Las
Flores porque eran las del Mal que nunca nadie se había atrevido a escribir. Fue juzgado
y condenado y tuvo que pagar una multa económica. Entonces todavía y siempre recibía la
pequeña renta a la que su familia le había limitado tras los excesos de juventud después de
recibida su herencia con la mayoría de edad.
Pero ya era un poeta enfermo, cada vez más, desde los tiempos de la juventud y las
drogas (de las que escribió en Del Vino y del Hachís y, sobre todo, en Los Paraísos
Artificiales) y las prostitutas, la irremediable inmersión en los bajos fondos donde se
quedó. Jeanne Duval, a la que retrató Manet, fue una de sus primeras amantes, coincidente
en el tiempo con su revelación como crítico de arte (lanzó a Delacroix como René Ricard
hizo con Basquiat) y literario y musical. Traductor de su admirado Edgar Allan Poe y
de E.T.A Hoffmann, a su semejanza vanguardista escribió su única novela, La Fanfarlo.
Era 1847 y faltaban 10 años para el escándalo de Las Flores, pero ya estaban «escritas»
buena parte de sus siete divisiones, una vida lírica en capítulos, que concluyen en la
apoteosis de la decadencia de la que el autor fue ya para siempre ídolo y epítome.