de Venecia, y a sus hijos Luis, Sebastián y nos, todos los derechos y los privilegios re-

Sancho, como asimismo a los herederos galianos, las jurisdicciones marítimas y de-
y representantes de éstos, plena y libre más. Tendrán estos bienes y los usarán con
autoridad, facultad y poder de navegar ha- pleno poder de disponer de ellos en todo o
cia todos los países bajo la bandera de In- en parte, según las leyes de Inglaterra, en
glaterra para encontrar, descubrir y explo- tanto sea posible por enajenación absoluta
rar tierras desconocidas hasta entonces y o de otro modo, según le plazca a su perso-
no pobladas por cristianos. na o a las de sus herederos en provecho de
Según la cláusula tercera de ese docu- todo individuo que estuviere entonces y que
mento "el dicho Juan (Cabot), sus hijos, continúe estando sometido a nuestra domi-
herederos y representantes podrán subyu- nación y a la de nuestros herederos y su-
gar, ocupar y poseer como vasallos nuestros cesores, pagándonos en total como servicios,
y en carácter de gobernadores, lugartenien- deberes y rentas la quinta parte de todo el
tes y delegados de nosotros todos los cam- oro y la plata que se encuentren en esos
pos, fuertes, villas e islas que descubriere lugares después del descubrimiento, la con-
y cuya conquista, ocupación y posesión sean quista y la ocupación. El dicho Sir Hum-
posibles, adquiriendo para nosotros la pro- phrey mismo, sus herederos y causa-ha-
piedad y la soberanía sobre estos campos, bientes tendrán para siempre estas tierras,
fuertes, villas, islas y continentes que ellos regiones y territorios que les damos nos-
mismos hayan descubierto". otros, nuestros herederos y sucesores con
La concesión otorgada por la reina Isabel cargo de homenaje y mediante el pago úni-
a Sir Humphrey Gilbert el dia 11 de Junio co del dicho quinto ya reservado, por todo
de 1578 consistía, según la cláusula tercera, servicio".
"en poder descubrir, explorar y visitar, desde En virtud de la cláusula quinta se con-
entonces, en cualquier tiempo y por siem- cede a Gilbert y sus herederos que "en las
pre, como le plazca a él y a sus herederos, dichas tierras y regiones alejadas y ya
todas las tierras, las regiones y territorios mencionadas y sobre la ruta del mar para
lejanos, paganos y bárbaros que no se ha- ir y volver tendrán plena y completa auto-
llen de un modo efectivo, en posesión de ridad de corregir, castigar, indultar, gober-
ningún príncipe o pueblo cristiano y en nar y regir por sus sabias decisiones y me-
que posean, tengan, ocupen y gocen estos didas por cada una o por una cualquiera
lugares ellos mismos, sus herederos y causa - entre ellas, en todas las materias, capita-
habientes para siempre y que tengan to- les o criminales o civiles, tanto marítimas
das las ventajas, todas las jurisdicciones y como otras, según los estatutos, leyes y or-
todos los derechos regalianos, igualmente denanzas que el dicho Sir Humphrey, sus
sobre la tierra y sobre el mar". herederos y causa-habientes o cada uno o
La cláusula segunda agregaba: "Y que uno cualquiera de entre ellos, hayan com-
el dicho Sir Humphrey y todos los que, de puesto o establecido para el mejor gobierno
tiempo en tiempo, con nuestra autorización de dicho pueblo, todos nuestros subditos y
o la de nuestros herederos y sucesores se otras gentes que de ahora en adelante se
trasladen a esos lugares y viajen en ellos, aventurasen en las dichas expediciones o
pueden habitarlos y residir allí, construir viajes de ocupación o de posesión o que lue-
y fortificar como le plazca a Sir Humphrey go habitaren en alguna de las dichas tie-
Ollbert, sus herederos y causa-habientes, rras, regiones o territorios o que se estable-
no obstante los estatutos o actos del Parla- cieren más acá de 200 leguas de los lugares
mento, hechos contra los fugitivos o contra o de cualquiera de los lugares que el dicho
los que se van, permanecen o quedan fuera Sir Humphrey, sus herederos o causa-ha-
de nuestro reino de Inglaterra, sin permiso, bientes, o uno cualquiera de entre ellos, o
y a pesar de todo otro acto, estatuto, ley o uno cualquiera de sus asociados y compa-
materia contraria". ñeros hayan habitado dentro del plazo de
Además, la cláusula segunda decía: "El los seis primeros años a contar de la fecha
mismo susodicho Sir Humphrey, sus here- del presente acto. Sin embargo, estos esta-
deros y causa-habientes y cada uno de tutos, leyes y ordenanzas deberán siempre,
ellos, tomarán, tendrán, ocuparán y goza- en la medida en que sea cómodamente po-
rán por sí mismos, sus herederos y causa- sible, ser conformes con el sistema de leyes
habientes y cada uno de ellos para siempre, y del gobierno de Inglaterra; deberán tam-
todo el suelo de todas estas tierras, regiones bién no ser contrarios a la verdadera fe o
y territorios que sean así descubiertos y po- religión cristiana que profesa actualmente
seídos y todas las ciudades, castillos, bur- la Iglesia de Inglaterra, y no apartarse de
gos, aldeas y lugares que allí se encuentren. ninguna manera de la fidelidad que nos es
Tendrán sobre toda la extensión de dichas debida a nosotros, a nuestros herederos y
tierras y de las regiones de los mares veci- sucesores, como al soberano inmediato des-
pues de Dios, ninguno de nuestros sub-
ditos o de nuestros pueblos de esos luga-
res".
Virginia fue pues la primera región de
América del Norte poblada por europeos.
Humphery Gllbert, como ya hemos visto, ob-
tuvo patente de corso concedida por la rei-
na Isabel en 1578, en virtud de la cual se
le reconocía el derecho "de habitar y po-
seer las tierras distantes y paganas que no
estén en la efectiva posesión de un prínci-
pe o pueblo cristiano", es decir de fundar
una colonia en propiedad, primera forma
y luego la más extendida como sistema de
concesión colonial.
En 1584 Walter Ralelgh, pariente de Gil-
bert, que había sido favorito de la reina,
obtuvo nuevas concesiones e hizo dos ten-
tativas para establecer colonias permanen-
tes en la isla de Roanoke, pero fueron des-
truidas y Ralelgh abandonó la empresa
cuando perdió el favor de la reina. Sus
concesiones caducaron a raíz de una con-
dena de prisión que se le impuso en Lon-
dres.
En el año 1606 un grupo de grandes se-
ñores y de grandes comerciantes se asocia-
ron para obtener de Jacobo I la primera
Carta de Virginia, que les fue concedida
el 10 de abril de ese año. Formaron dos
compañías: la compañía de Londres y la
compañía de Plymouth. La primera tenía el
derecho exclusivo de establecer colonias en
América entre los grados 34 y 38 de latitud
norte; la segunda entre los grados 41 y
45. El espacio intermedio quedaba abierto
a las empresas de ambas compañías dentro
de las condiciones fijadas por el rey. Cada
una de ellas debía tener un consejo en In-
glaterra y otro en su colonia. Además de
un consejo central metropolitano para las
dos. En 1607 tres navios de la compañía de
Londres entraron en la bahía de Chesapea-
ke buscando un rio en cuyas riberas pudie-
ran instalarse de conformidad con las Ins-
trucciones que llevaban. El río escogido fue
llamado James y la aldea fundada a algu-
na distancia de la embocadura tomó el
nombre de Jamestown. Ciento cuatro co-
lonos fundaron esta primera colonia que
sobrevivió y que constituyó el núcleo ori-
ginal de donde salieron luego los Estados
Unidos de América del Norte.
El nombre de Virginia, que ahora corres-
ponde a uno de los principales Estados de
la Unión, empezó por ser aplicado a la par-
te del continente visitada por la primera
expedición de Walter Raleigh, pero luego
se extendió poco a poco a toda la vasta re-
gin explorada desde el Labrador hasta la
Florida o, al menos, a la región más redu--
cida limitada por los grados 34 y 45 de la-
titud norte (»»). Como de ese territorio se
formaron nuevas colonias que recibieron
nombres distintos, el de Virginia quedó pa-
ra designar únicamente a la más antigua
que ahora forma el Estado denominado así.
Conviene tener presente que la Carta de
Virginia abarcaba en su comienzo una re-
gión indeterminada de la cual se fue to-
mando el territorio necesario para formar
los siguientes Estados: Kentucky (1792),
Ohio (1893), Indiana (1816), Illinois (1818),
Michigan (1836). El Estado de Maryland
estuvo primeramente comprendido en las
cartas-patentes de las compañías coloniza-
doras.
La Carta de 10 de abril de 1606 fue con-
cedida a ocho personas, a razón de cuatro
por cada compañía. Se les otorgaba privi-
legios que podían ser extendidos a todos los
individuos que estos ocho jetes o principa-
les miembros de las dos compañías asocia-
ran a su empresa. Las compañías no leci-
bian más que la propiedad absoluta de una
cierta extensión de tierra, la facultad ex-
clusiva de transportar a ella los colonos
tomados entre los subditos del rey y el de-
recho exclusivo de hacer el comercio y de
buscar oro, plata y cobre. A los simples ha-
bitantes de estas colonias se les reconocía
únicamente la condición jurídica de subdi-
tos de la metrópoli, lo que, según el histo-
riador norteamericano Bancroft podía ser-
virles a su regreso a Inglaterra "pero no
ofrecía ningún amparo contra la Injusti-
cia colonial".
"La Carta de la Colonia Meridional o sea
Virginia —dice Story—, fue sucesivamente
modificada en 1609 y 1612, sin cambios
importantes en sus principales disposicio-
nes, en cuanto a los derechos civiles y po-
líticos de los colonos. Sorprende ver que
aquella carta que aseguraba poderes muy
extendidos a la Corona, v colocaba entera-
mente los emigrados bajo su dependencia,
haya sido recibida sin disfavor por los pro-
pietarios o por el pueblo. Reuniendo los po-
deres legislativo y ejecutivo, en un consejo
nombrado por la Corona, y que procedía
según sus instrucciones, los colonos de Amé-
rica, parecen haber sido despojados de los
más nobles privilegios de los hombres li-
bres. No obstante, los concesionarios de
las dos Colonias prosiguieron sus proyectos
sin vacilación o sin repugnancia. Así es co-
mo fueron fundados en América los prime-
ros establecimientos ingleses, bajo la auto-
ridad de una carta que en nuestros días
sería rechazada con desprecio, como ata-
(99) El capitán John Smlth, que llegó a Vlr-
Klnla 24 años después de Ralelgh. dio el nombre
de Nueva Inglaterra a la reglón que entonces se
llamaba Virginia del Norte.
cando los derechos sagrados e imprescrip-
tibles de la libertad. A partir de esta épo-
ca, los progresos de las dos provincias de
la Virginia y de la Nueva Inglaterra, for-
man una historia regular y continua. Estas
dos colonias, la una al sud y la otra al nor-
te, pueden ser consideradas como el modelo,
según el cual, los demás establecimientos
íueron sucesivamente fundados" (">»).
La Carta de 1606 reservaba'los poderes
de gobierno al rey o a los funcionarios o
consejos que él nombrase y el derecho de
legislar se lo atribuía la corona sin el con-
curso del Parlamento, aunque podía dele-
garlo en los consejos locales. De esta mane-
ra, la Carta y las leyes de 1606. como las
cartas-patentes o concesiones de 1578 y de
1584, no aseguraban nada a los colonos so-
bre el suelo en el cual iban a establecerse,
pero las dos últimas negaban a las com-
pañías las ventajas que en el orden políti-
co había concedí o la reina Isabel a Gil-
bert y a Raleigh.
El 23 de mayo de 1609 el rey de Inglate-
rra otorgó una segunda Carta, esta vez sólo
a la Compañía de Londres en la que se
nombra a muchas personas de todas las
clases sociales, desde el gran señor hasta
el artesano y de todas las profesiones y
oficios y aunque se presenta como una re-
forma formal e insignificante, tal circuns-
tancia ejerció considerable influencia en el
desarrollo de la compañía.
Desde el punto de vista político, se intro-
dujo un cambio de importancia. Aunque el
rey se reservaba el derecho de vigilancia y
la facultad de reconocer validez solamen-
te a los actos que le parecieran necesarios,
se atribuía en principio el poder legislati-
vo, el ejecutivo y el judicial a un consejo
que eligiría la compañía. Esto significaba
ya un gran paso en el camino de la auto-
nomía local.
En 1611 se emitió una nuera Carta en
donde se confiaba el gobierno de la colonia
a toda la compañía, obligada a reunir a sus
miembros cuatro veces por año en fechas
fijas para resolver los asuntos más impor-
tantes y una vez por semana como míni-
mum para los asuntos corrientes.
En el año 1619 ( I O O y después de algunas
(100) Story, J., Comentario sobre la Constitu-
clín federal de los Estados Unidos, trad. de Nlco-
1*8 A Calvo. 3' ed , pág. 61. E. Carlos Casavalle,
Bs. Aires, 1881.
(101) "1619, año de capital Importancia —dice
•Flrmln Roz—, ve nacer la esclavitud negra, que
serA la debilidad de las colonias convertidas en
nación, y el gobierno representativo, pue será su
fuerza Hav que advertir que rste no se encon-
traba en nlnmino de los demás establecimientos
tundidos entonces en América españoles on oí
Perú y México, desde la primar» mitad del si-
glo XVI, francés en Florida desde 1562-1564 y en
dificultades internas se introdujo una no-
vedad institucional que consistió en reunir
una asamblea general a la cual asistirían,
también, el gobernador, el Consejo, y dos
delegados (burgueses) de cada plantación,
libremente elegidos por los habitantes. Esta
asamblea tendría facultades para estable-
cer todas las leyes y ordenanzas que esti-
mara buenas y útiles. La primera reunión
tuvo lugar el 30 de julio de 1619 y así que-
dó incorporada a los derechos de los colo-
nos de Virginia una facultad de legislación
popular que ellos se encargaron de defen-
der tenazmente, y que la Carta del 24 de
julio de 1621 reconoció poco tiempo después
con los caracteres de una verdadera Cons-
titución escrita. Según ella, el gobierno de
la colonia estaría a cargo de un gobernador
asistido por un consejo de Estado, y de una
asamblea legislativa. La compañía nom-
braba al gobernador y al consejo pero la
asamblea la formaban los representantes
directos de los colonos aunque en ella tam-
bién tenían asiento el gobernador y los
miembros del consejo. Las leyes dictadas
por esta asamblea necesitaban para su va-
lidez el asentimiento de la compañía y, a
su turno, las ordenanzas de la compañía'
necesitaban la adhesión de la asamblea.
Todo esto terminó por disolución de la
compañía en virtud de un decreto de quo
lonrranto y el .nombramiento de una comi-
sión investigadora proveniente de Londres.
El informe de los investigadores fue con-
trario a las instituciones que regían en Vir-
pinia y los jueces nombrados por el rey y,
el Canadá desde 1608. holandés en Nueva Amster-
tlnm desde 1618. Parece Justo decir, pues, que las
instituciones representativas son un don hecho por
Inglaterra al Nuevo Mundo.. Los 4000 habitantes
de Virginia estaban agrupados en 11 estableci-
mientos distintos, o "boroughs". Expresaron el
ardiente deseo de tener un gobierno representati-
vo, y la Compañía de Londres no puso dificultad
ninguna, Cada "burgo" ell'Mó dos representantes,
o "burgueses". Así se estableció una verdadera Cá-
mnra de los Comunes, en pequeño, para la Vir-
ginia. Se verificó la primera reunión en el coro de
la Iglesita de Jamestown, el viernes 30 de Julio
de 1(¡19. Uno de sus miembros fe llamaba Jeffer-
son, y es antepasado de aquel que debía. 157 años
después, redactar la Declaración de la Indepen-
dencia. No se ha de creer que la Asamblea de loe
Burgueses de Virginia fue una asamblea democrá-
tica, como tampoco lo serán, 20 años después, las
de Mnssnchusetts. Son Asambleas de Notables. La
Virginia, convertida rn provincia real en 1624. tras
la supresión de la Compañía de Londres, consti-
tuyó el modelo que luego imitarían casi todas las
colonias Inglesas de América. Los "Caballeros", que
allí se refugian después de la Revolución Inglesa,
le imprimen, a partir de 1649, un carácter neta-
mente aristocrático. Pero la revuelta de Bacon de-
mostrará, en 1676. la persistencia del antiguo es-
p í r i t u de libertad" (Fermín Roz, Historia de lo»
Kxtatlos traillo*, trad de Hernán del Solar, pág. 27.
Ed. Rrrllln. Santiago de Chile. 1942).
dependientes de él, se pronunciaron en ju-
lio de 1624 disolviendo la compañía y anu-
lando la Carta de 1611 y las concesiones
otorgadas a la compañía.
Desde aquella fecha en adelante la co-
rona fue adoptando disposiciones para con-
vertir a la colonia en una administración
real. El rey confió el poder ejecutivo a un
gobernador asistido por doce consejeros, to-
dos designados por él, reservándose el de-
recho de legislar y salvo algunos momen-
tos de indulgencia metropolitana, como la
que tuvieron el Parlamento Largo y Crom-
well permitiendo a los representantes de
los colonos nombrar gobernador, la situa-
ción de Virginia siguió siendo la misma has-
ta la revolución de 1776, pero cabe señalar
que las asambleas legislativas no desapare-
cieron bajo la dominación directa de los
reyes de Inglaterra y que así se conservó
sin grandes interrupciones el más impor-
tante de todos los derechos pertenecientes
a los colonos que fue el de legislar para si
mismos aun contra la opinión de los go-
bernadores que algunas veces llegaron a
disolverlas.
Ya hemos hecho referencia a la expedi-
ción de los Padres Peregrinos que salieron
de Inglaterra a fines del verano de 1620
(16 de septiembre) en el barco "May Flo-
wer" y a la actuación de Rogerio Williams,
fundador y organizador de la colonia de
Rhode Island.
Los 102 puritanos ingleses del "May Flo-
wer" fijaron el punto de partida de las fu-
turas instituciones norteamericanas en su
famoso Covenant o pacto celebrado antes
de desembarcar, en el que dispusieron dar-
se una organización civil y política para el
lofr-'o de fines vinculados con la religión y
el avance de la fe cristiana. El pacto fue
firmado por 41 de los 43 varones adul-
tos (jo*). El día 26 de diciembre el "May
Flower" llegó a la costa de América y re-
caló en un lugar que los peregrinos llama-
ron "Nueva Plymouth" y allí se fundó la
primera colonia, cuyos miembros se dieron
su propio gobierno, designando un gober-
nador que primero fue Carver y después
Guillermo Bradford.
Respecto del pacto de "May Flower" dijo
Juan Quincy Adams en 1802: "Posiblemen-
te sea este el único ejemplo en la historia
de la humanidad de un compromiso social,
positivo y original que los filósofos especu-
lativos han imaginado como único legítimo
fundamento para el gobierno. Tenemos aquí
el asentimiento personal y unánime de to-
(102) 8« supone que las dos firmas que faltan
correspondían a dos viajeros enfermos imposibili-
tado» de firmar y que fallecieron muy poco des-
pué».
dos los individuos de una comunidad a la
asociación mediante la cual habría de ha-
cerse una nación. Los colonos de todas las
restantes colonias europeas se habían con-
formado con los privilegios que les confe-
rian sus respectivos constituciones, sin mi-
rar más allá del sello real puesto al per-
gamino para medir el alcance de sus dere-
chos y el reglamento de sus deberes. Los
fundadores de Plymouth, por las circuns-
tancias de su peculiar situación debieron
examinar el asunto con mirada más hon-
da y mucho más comprensiva".
Por su parte, Daniel L. Marsh, rector de
la Universidad de Boston, de quien toma-
mos la cita anterior, agrega: "El Pacto del
«May Flower» fue la ley fundamental de
su nuevo Estado. El señalaba el camino a
la igualdad de derechos y a los deberes co-
munes. Es un documento inmortal, una con-
tribución valiosísima al pensamiento cívi-
co de la humanidad. Bajo su égida la co-
lonia peregrina no era intolerante, no era
fanática, ni exageradamente severa, ni in-
justa. Los Peregrinos aplicaban las ense-
ñanzas de la Biblia a la vida diaria, de
manera eminentemente práctica. Garanti-
zaban la libertad religiosa. Hacían hinca-
pié en la necesidad imperiosa de llevar una
vida virtuosa. No exhibieron jamás un sen-
timentalismo enfermizo y estúpido ante la
pereza y el vicio. Poseían una conciencia so-
cial que se manifestaba por medio de le-
yes, que a su vez eran el medio de contro-
lar socialmente la conducta de los indivi-
duos. Creían en Dios con apasionada de-
voción. Sus vidas estaban centralizadas en
Dios. Para estos varoniles patriarcas Pere-
grinos, Dios no era, en manera alguna, una
figura de lenguaje" (»««).
La colonia de "Nueva Plymouth", funda-
da por los Padres Peregrinos fue el núcleo
inicial de lo que más tarde se llamó Nueva
Inglaterra. Los colonos que la formaron
eran un centenar en 1620. Su número dis-
minuyó a la mitad a fines de 1621, llegó a
300 en 1630 y alcanzó a 7000 en 1675 y aun-
que se organizaron para una acción defen-
siva y constituyeron una pequeña fuerza, la
corona de Inglaterra no los tuvo en cuen-
ta. Sin embargo su importancia política no
dependía del número de sus colonos, sino
del valor de sus instituciones democráticas
y de la influencia que ellas ejercieron, y
ya en 1684 la colonia de Nueva Plymouth
dio un ejemplo de independencia gobernán-
dose por sus propias leyes bajo la autori-
dad de funcionarios que ella misma ele-
PÍP. O 0 4 ).
(103) Marsh D. L.. El canon americano, pá-
gina 27, Ecl. La Aurora, Bs. Aires. 1941.
(104) Vale la pena recordar aquí un Interf- :
 El gobierno inglés bajo Carlos II y Ja-
crbo II, decidió en aquel tiempo someter a
su arbitraria administración a algunas co-
lonias de la Nueva Inglaterra más Jóvenes
que Nueva Plymouth, pero ya más podero-
sas, y esa medida alcanzó a esta última.
21 22 de abril de 1689 los colonos de dicha
colonia se rebelaron, depusieron al gober-
nador real y lo encarcelaron, al mismo
tiempo que renovaban, mediante un acuer-
do unánime, el pacto de 1620, pero su auto-
nomía tocaba a su fin. Una Carta de 1691
reunió a varios establecimientos y colonias,
entre las que estaba Nueva Plymouth bajo
un gobierno común, que duró hasta la
emancipación de los Estados Unidos. Mien-
tras tanto, se habían formado otras colo-
nias cerca de Nueva Plymouth y entre ellas
la mis importante tomó el nombre de co-
lonia de Massachussetts-Bay y esta fue la
que luego dio su nombre a toda la región
que hoy constituye el Estado de Massachus-
setts.
Massachussets se convirtió en el núcleo
principal de Nueva Inglaterra —en 1675
tenía ya 22.000 habitantes de raza blan-
ca—. Allí tuvieron lugar querellas de reli-
gión que produjeron muchas víctimas y que
suministran sombríos capítulos de la his-
toria colonial. Una de ellas consistió en la
unte episodio de los primeros tiempos coloniales.
John Wlnthrop, primer gobernador de Massachu-
Mtts, fue acusado por haberse negado a libertar
bajo (lanza a varios Individuos encarcelados por
rlfiat, y como fuera absuelto por la asamblea le
dirigió un discurso que tomamos de Eduardo La-
boulaye: "No Insistiré sobre el procedimiento del
tribunal, ni tampoco sobre los litigantes: he sido
acuudo públicamente y públicamente absuelto,
esto me basta: permitidme sin embargo decir
en est« momento algunas palabras que servirán
de rectificación al juicio de los descontentos. Las
rumiones que agitan al pafs, afectan la autori-
dad del magistrado, y la libertad del pueblo. Los
magistrados han recibido de Dios su carácter, y
oí ruego meditéis, que, escogidos en vuestro pro-
pio «eno, son hombres, y por consiguiente están
sometidos a tas mismas pasiones que vosotros. Ju-
ramos gobernar según la ley de Dios y de nuestro
pala, lo mejor que podamos, y si cometemos erro-
res Involuntarios por incapacidad, es menester per-
donárnoslos.
"No quisiera que os alucinaseis respecto a vues-
tra propia libertad. No hay una libertad que con-
ilite en hacer lo que se quiere, sin consideración
i ti ley y a la Justicia: esta libertad es incompa-
tible con la autoridad; pero la libertad civil, mo-
ral y política, consiste en que cada uno disfrute
de su propiedad y de los beneficios consiguientes
a ha leyes de su pais.
"Re aquí la libertad que necesitáis defender a
ttut» de la vida; pero esta libertad se concilla per-
fectamente con la obediencia debida al magistra-
do civil, y con el respeto que elige el carácter que
le ha conferido la comu idad" (Laboulaye, E., Es-
, tudfoi sobre la Constitución de los Estados Unidos.
tred. de Manuel R. García, pág. 87, Librería de la
Victoria, Bs. Aires. 1666).
expulsión de Rogerio Williams cuya tole-
rancia en materia religiosa y cuya libera-
lidad de ideas y sentimientos lo hizo into-
lerable a los ojos de aquellos exaltados pu-
ritanos.
En 1628 el consejo de Plymouth había
transferido todos los derechos que le per-
tenecían sobre una cierta región que cedió
a la compañía de Dorchester, pero no to-
dos esos derechos podían ser cedidos. Sólo
lo eran los relativos a la propiedad del sue-
lo pero no los que concernían al gobierno.
Una Carta real del 4 de marzo de 1629 con-
firmó el abandono de los derechos sobre el
suelo y regló la administración de la región
cedida. Esta Carta otorgó la concesión en
favor de la compañía de Dorchester y a
nombre de 26 personas, de sus herederos y
causa-habientes y de otros asociados que se
unieran a ellos para gobernar aquella re-
gión mediante una corporación política re-
vestida de personalidad civil con el nom-
bre de "Gobernador y Compañía de Massa-
chussetts-Bay en la Nueva Inglaterra". Po-
día dictar las leyes de la colonia a condi-
ción de no violar las de la metrópoli, en
ejercicio de un derecho que todos los miem-
bros ejercían por igual y delegaba anual-
mente el poder ejecutivo en un goberna-
dor, un lugarteniente del gobernador, un
consejo de 18 miembros encargado de nom-
brar a los funcionarios subalternos después
del primer nombramiento que el rey hacía
por un año. El gobernador y los consejeros
debían reunirse al menos una vez por mes
y los miembros de la compañía debían cele-
brar cuatro asambleas generales por año
como mínimo. La Carta nada dice de los
colonos ordinarios y no se sabe si conser-
vaban los derechos de los subditos libres
y si se excluía la inmigración de católicos
o de disidentes puritanos.
Además, todos los subditos ingleses, si-
guiendo los usos establecidos, conservaban
el derecho de pesca y sus accesorios nece-
sarios en las aguas y sobre las riberas de
la Nueva Inglaterra.
La Carta de 1629 atrajo a muchos inmi-
grantes y gente rica e influyente cuyo con-
curso había sido de gran importancia y no
vacilaron en reclamar que el gobierno de'la
colonia fuese transportado a la colonia mis-
ma. Esta proposición tuvo éxito y el 26 de
agosto en Cambridge, doce personajes de
los cuales dos pertenecían al primer con-
sejo, juraron ante Dios ir a vivir a la Nue-
va Inglaterra si antes de fin de septiembre
la Carta y la administración de la colonia
estaban allí instaladas. Dos días después,
en una reunión general, la compañía adop-
tó hacerlo así y esto permitió organizar el
régimen democrático sobre la bahía de Mas-
sachussetts con las caracteri.sticas conoci-
das.
En 1684 lúe abrogada la Carta de 1629.
Además, por dos veces, en 1635 y en 1683
se habían dictado decretos de QUO warranto
interviniendo directamente en el manejo
interno de los asuntos'coloniales e investi-
gando la actuación de la compañía para
reducir la rebeldía de los colonos tenaz-
mente empeñados en ejercitar su gobierno
propio y la libertad de cultos. Los colonos
aprovecharon la muerte de Carlos II y el
advenimiento de Jacobo II para retener de
hecho la mayor parte de sus antiguos pri-
vilegios hasta diciembre de 1686, pero lue-
go el gobernador nombrado por el rey ele-
gía los miembros del consejo y, de acuerdo
con éste, hacía las leyes, establecía impues-
tos, comandaba la milicia, tenía la prensa
sometida a su autoridad, la instrucción pú-
blica trabada o mal sostenida y la iglesia
anglicaiia favorecida en perjuicio de las
otras. Fueron prohibidas en las poblacio-
nes las antiguas reuniones de todos los ha-
bitantes, como actos de sedición o de re-
vuelta salvo que se propusiesen el nom-
bramiento de funcionarios locales, único
privilegio que siguió respetado. Se vio que
ciertos gastos de justicia fueron dos veces
decuplicados, como asi también la valida-
ción de adquisiciones de tierra hechas ba-
jo la antigua Carta fueron discutidas y la
libertad de salir de la colonia quedó li-
brada a la voluntad del gobernador. Este
sistema produjo las naturales reacciones y
en abril de 1689 el pueblo encarceló al go-
bernador, a los soldados y a los amigos de
aquel y restableció a los antiguos funcio-
narios. Al mismo tiempo se celebraron co-
micios en 54 burgos y, por lo rnenos en 40
de ellos se votó el restablecimiento- de la
antigua Carta. Fueron elegidos diputados
y el 22 de mayo la asamblea legislativa de
la colonia se reunía de nuevo.
A fin de evitar las represiones que, se-
guramente llevaría sobre ella la corona, la
colonia emprendió negociaciones con aqué-
lla para obtener la confirmación de los an-
tiguos privilegios, y después de dos años el
rey manifestó en el Parlamento su inten-
ción de imponer a la colonia una nueva
Carta dándole la condición de una provin-
cia real, y así lo hizo dictándose una Carta
para Massachussetts, pero eliminando la
autonomía y personalidad de la antigua co-
lonia de Massachussetts-Bay.
. En 1691 se dio otra Carta por los reyes
Guillermo y María sepún la cual se fun-
dían en un solo cuerpo político bajo el nom-
bre de "Provincia del Massachussetts-Bay
en la Nueva Inglaterra" la colonia de Nue-
va Plymouth, la antigua colonia du Massa-
chussetls-Bay, la provincia del Maine y 1;
parte septentrional del actual Estado qu
lleva este último nombre.
Según esa Carta de 1691 el rey nombra
ría en adelante al gobernador como jef
del poder ejecutivo, un lugarteniente-go
bernador y un secretario general de la pro
vincia. Junto al gobernador estaba instituí
do un consejo compuesto de 24 miembro!
Además, había una asamblea legislativ
formada por diputados de los propietario
libres de los burgos y a la que concurría!
el gobernador, el lugarteniente-gobernado
y los consejeros; esta asamblea elegía anual
mente los miembros del consejo y se re
unía una vez por año por lo menos, ejei
ciendo la atribución de dictar leyes y oí
denanzas bajo la condición de respetar la
leyes de la metrópoli. También establecí
los impuestos necesarios para el gobiern
del pais, creaba la mayor parte de los trl
bunales de justicia, reglamentaba la admi
nistración y nombraba a los funcionarle
civiles cuyo nombramiento no estaba re
servado al gobernador. Las decisiones d
la asamblea carecían de valor si el gobei
nador no las aprobaba por escrito; el re;
en consejo privado, podía anularlas denti
del plazo de tres años de su adopción. I
gobernador tenía la facultad de suspendí
y disolver la asamblea; comandaba la m!
licia, nombraba los oficiales y estaba autc
rizado a aplicar la ley marcial en los es
sos de guerra, invasión o revuelta efecti
va. Elegía, con acuerdo del consejo, los jue
ees y funcionarios de la administración d
justicia, exceptuando los jueces del alm'
rantazgo que correspondían a la metrópc
li. Las decisiones judiciales en asuntos de
terminados por la Carta, podían ser apela
das ante el consejo privado del rey segú
el procedimiento establecido en ella. Se prc
metía a todos los habitantes de la proyir
cia, subditos del rey, la conservación de le
privilegios e inmunidades de los hombn
libres y se garantizaba la libertad de cor
ciencia y de culto exceptuando a los "pa
pistas". La Carta confirmaba la validez; ci
las anteriores concesiones de tierras y. pe
último, mantenía el derecho de pesca, si
guiendo las costumbres establecidas, a te
dos los subditos del rey. sobre las costas d
la provincia.
Bajo este régimen la provincia se des
arrolló y prosperó duplicando su poblarlo
desdo 1723 n 1748. Hacia 1755 su poblado
pasaba de 220.000 almas y alcanzaba
400.000 en 1776. Junto con el número de le
habitantes crecía el comercio y adquirí
una importancia considerable.
Todnvip. so dictó una nueva -Carta el 2
de agosto de 1726 para dar solución a con
flictos 110 previstos caire u¡ gobernador .y
los representantes del pueblo en la asam-
blea legislativa, que constantemente se pro-
ducían como episodio^ de una lucha tcii.iü.
Cabe observar que durante todo esio tiem-
po se fue desarrollando el régimen muni-
cipal con una organización democrática de
la cual dieron, ejemplo las antiguas colonias
de Nueva Plymouth y Massachussetts-Bay.
Cada población urbana poseía una admi-
nistración propia. Sus habitantes elegían
anualmente sus funcionarios. Se reunían
periódicamente en asambleas pienarias en
las cuales nombraban y daban instruccio-
nes a sus representantes a ia asamblea le-
gislativa de la provincia, discutían todos los
asuntos de interés público, trazaban las re-
glas del gobierno local, recolectaban el di-
nero necesario para sostener la adminis-
tración y las escuelas, conservar los cami-
nos, socorrer a los pobres y subvenir a otros
gastos de la comuna.
Esa fue la condición de los burgos colo-
niales sin excluir a la importante ciudad
de Boston, de la cual ha dicho Bancrol't
que jamás una municipalidad tan conside-
rable se ha hallado tan próxima a una de-
mocracia pura ni otra ciudad del mundo
entero ha parecido más ordenada ni me-
jor gobernada.
Bajo las Cartas de 1691 y de 1726 la pro-
vincia de Massachussets-Bay vivió no sólo
preocupada por retener lo que éstas le ha-
bian dejado de sus antiguas instituciones
liberales, sino también tratando de recu-
perar las que había perdido para obtener
un régimen en el cual sus habitantes sólo
estuviesen sometidos a la metópoli por una
dependencia nominal, tal corno había ocu-
rrido con la Carta de 1629. Conservó sus
asambleas legislativas, sus costumbres mu-
nicipales democráticas y la organización de
las milicias, y asi se asociaba al ejercicio
de las funciones gubernativas, lo que le
permitía vigilar a los funcionarios cuidado-
sa y constantemente en forma instructiva
para su pueblo. Todo eso dio a los colonos
de la Nueva Inglaterra la aptitud y madu-
rez cívica y política necesaria para desem-
peñar eficazmente su papel durante la lu-
cha por la independencia y en la tarea de
la organización del nuevo Estado emanci-
pado definitivamente de la metrópoli.
En la imposibilidad de tratar el asunto
relativo a cada una de las trece colonias
Inglesas de América del Norte, nos hemos
detenido de un modo especial en las de
Virginia y Nueva Inglaterra, no sólo por-
que fueron las primeras y sirvieron de mo-
delo y ejemplo a las otras, sino también
porque ric elln.s salieron muchos de los nc-
luales Estados que forman la Unión nor-
teamericana. Kn el capítulo siguiente nds
ocuparemos de las trece colonias en con-
junto, procurando dar en forma sintética
y sistematizada el panorama de las insti-
tuciones coloniales.
Conviene, sin embargo, consignar aquí
como una circunstancia interesante que ex-
plica la formación de estas provincias que se
convirtieron luego en Estados de la Union,
la creación y consolidación de vínculos en-
tre los burgos o poblaciones urbanas entre
si, constituyendo verdaderas ligas de ciu-
dades (Tuwn Leucjuctit, sin perjuicio de que
muchas veces cada ciudad ¿>e reservaba su
organización particular y conservaba vir-
tualmente-su independencia en el arreglo
de sus asuntos locales. Wilson observa que
"en Rhode Island especialmente, el celo que
las ciudades sentían entre sí, y su repug-
nancia por perder cualquier parte de su
perfecta autonomía, hicieron que, durante
mucho tiempo, el gobierno común oscilase
entre la unión y la disolución. En las de-
más colonias de Nueva Inglaterra, se mani-
festaron los mismos influjos, aunque en
menor grado. El sistema municipal, que do-
quiera prevaleció, era, por sí mismo, una
forma de gobierno extremadamente descen-
tralizado; en otros términos, el poder per-
tenecía a un cuerpo diferente en cada lo-
calidad, y la vitalidad principal estaba en
el sclj-government de las ciudades de cada
grupo, más bien que en los lazos que unían
a. éstos entre sí" t 1 "" 1 ).
Las instituciones coloniales. Alfonso
Gourd, a quien en muchas partes hemos,
seguido al ocuparnos de las colonias ingle-
sas de América del Norte en el capitulo
anterior, presenta el panorama de ¡-obier-
no colonial en los siguientes términos:
"Seis elementos principales han formado
el Derecho constitucional o público de las
colonias inglesas de América:
"1° La costumbre inglesa;
"2'.' Los usos que encontramos neta-
mente establecidos en ciertas épocas en ea-
.si todas las colonias sin que sea siempre
posible decir qué circunstancias les dieron
nacimiento ni conocer el momento preciso
en que comenzaron a ser practicados;
"3<? Las leyes hehas por el Parlamento
inglés, ya sea para todo el Imperio o so-
lamente .para las colonias:
"4'.' Las leyes hechas por los asambleas
locales pronto establecidas en todas las co-
lonias;
"5" Los actos emanados del rey de In-
glaterra, en virtud de su sola autoridad o,
i ! uro Woorlrow Wüsrm. E! Eís/ado. truc!, ríe
A(l»:io !'OS;K|;I, i 2. pal». 196. Eü. Victoriano Suá-
icü, Muüriü. 1004.
todo lo mas, con el acuerdo de su consejo
privado, cuando se proponían otro objeto
que no fuese el de definir, como en una
verdadera constitución, todas las reglas o
las principales reglas de una forma de go-
bierno. Por ejemplo, los actos reales para
establecer un impuesto o crear un mono-
polio;
"6"? Las constituciones, o cuerpos de re-
glas de Derecho público, emanadas del pue-
blo o de sus representantes, del rey y tam-
bién de personas o de corporaciones a las
cuales el rey había concedido- poderes con-
siderables sobre los habitantes, junto con
la propiedad del suelo. Cuando las constitu-
ciones no provenían del pueblo, llevaban
el nombre de Cartas-patentes, Actas de con-
cesión, Formas o planes de gobierno y, lo
más a menudo, el de Cartas. El nombre de
Comisiones o Instrucciones reales era, co-
mo se sabe, más particularmente reservado
a los actos por los cuales el rey definía
los principios que debían presidir el ejer-
cicio de las funciones de los gobernadores
reales como representantes directos de la
corona y esencialmente revocables.
"Se ha podido ver que los establecimien-
tos ingleses de América del Norte fueron
regidos por tres distintas formas de gobier-
no antes de 1776: a) los principales atri-
butos del poder público pertenecían, jun-
to con la propiedad del suelo, a personajes
determinados o a compañías; b) esos atri-
butos los ejercía el pueblo; c) el rey de-
legaba su ejercicio a simples funcionarios
que eran sus representantes y que recibían
de su persona, directamente, esos poderes.
La primera forma era el gobierno de pro-
pietarios; la segunda, el gobierno de Car-
tas; la tercera, el gobierno de provincias
reales. Se debe recordar que, a excepción
de dos —Connecticut y Bhode Island— to-
das las colonias tuvieron al principio la
primera forma, y que tres —Maryland,
Pensylvania y Delaware— la conservaron
hasta la emancipación de los Estados Uni-
dos. La segunda forma prevaleció desde su
origen en Connecticut y Rhode Island y, a
partir de 1691, en Massachussetts. En los
primeros años del siglo xvm y, aún a fines
del siglo precedente, las otras colonias re-
cibieron la tercera forma para conser-
varla desde entonces sin interrupción. Se
ha visto, además, que en una cierta épo-
ca éste fue el régimen provisorio de Ma-
ryland, Massachussetts, Pensylvania y De-
laware.
"Para designar las tres formas de gobier-
no algunos autores renombrados emplean
los nombres de los cuales nos hemos ser-
vido y uno de entre ellos merece todavía
una explicación. La Carta propiamente di
cha, en el orden político, parece haber sido
el acto solemne por el cual la persona in-
vestida de derechos considerables o los so-
beranos mismos los serian permitiendo
ejercerlos desde entonces a nombre de los
cesionarios. En este sentido, se ha visto que
la colonia de propietario tenía ella también
su Carta en la cual los principales atribu-
tos del poder público se transferían del rey
al propietario, pero la Carta era, según pa-
rece, de una importancia particular cuando
hacia pasar esos atributos del poder direc-
tamente del rey al pueblo. En esos casos,
el pueblo de los colonos tenía él mismo del
rey sin intermediario su condición política
por la Carta, y ésta era entonces un título
contractual que protegía a los colonos en
el ejercicio de los derechos civiles aún con-
tra todos los concesionarios nuevos y con-
tra el mismo rey. En ese caso constituía
a la colonia, en cierta manera, en bene-
ficio de los colonos. Acaso no haya otra ra-
zón para emplear estos términos caracte-
rísticos usados indiferentemente unos en
lugar de otros: gobierno de Carta y colonia
de Carta.
"Si bien las tres formas de gobierno pre-
sentaban diferencias esenciales, también
tenían caracteres comunes. El texto de lo»
actos reales que tenían por objeto estable-
cer, renovar o modificar las principales re-
glas del régimen político de las colonias
contenía diferencias considerables, pero en
la aplicación, los rasgos de semejanza eran
numerosos. Cualquiera que hubiera sido el
plan primitivo de gobierno y cualquiera que
fuese la forma que, en definitiva prevale-
ció en los términos empleados por la Car-
ta, en todas partes en donde la metrópoli
pretendía retener grandes prerrogativas, o
en donde el pueblo, por las constituciones
o leyes que componían sus. representantes,
las Cartas creaban en todas las colonias,
reglas importantes de Derecho público. Era
en vano que estos soberanos del Reino Uni-
do que todavía entonces, en los siglos xn,
xvii y hasta el xvm ostentaban el titulo
pomposo de Reyes de Francia, ordenasen
que todas las disposiciones tomadas por
ellos fuesen ejecutadas; que el original o la
copia auténtica de sus actos sirviese de des-
cargo o de titulo para una ejecución com-
pleta; que todos los funcionarios reales se
prestasen a facilitarla y asegurarla; que
todos los textos que la contrariasen fuesen
considerados como abrogados; que ningu-
na disposición fuese desviada de su verda-
dero sentido; que fuesen admitidas las In-
terpretaciones más favorables a los dere-
chos de los propietarios; que, sobre todo,
ninguna tuviese bastante crédito para dis-
minuir la autoridad real; y que toda mo-
diñcación fuese humildemente solicitada al
rey.
"Era en vano, a su vez, que los propieta-
rios quisieran que las reglas hechas regu-
larmente por ellos mismos permaneciesen
sagradas e inviolables o prometiendo no vio-
larlas por su sola voluntad y no derogar-
las, determinaran las circunstancias en las
cuales las modificaciones podían nacer de
los propietarios y de los colonos de común
acuerdo. Era en vano que los colonos se obli-
gasen a veces a no modificar su condición
política sin el permiso de los propietarios.
Se ha visto ya de qué manera el pueblo y
sus representantes utilizaban esa condición
para reducir sin cesar el poder de los pro-
pietarios o del rey, mientras por su parte
el rey ensayaba a menudo, rebajar las pre-
tensiones de los colonos y de los propieta-
rios.
"En esa forma los elementos ya indica-
dos —órdenes del rey, leyes del Parlamen-
to, leyes de las asambleas locales, constitu-
ciones y usos— unas veces armoniosamen-
te combinados y mas a menudo opuestos
los unos a los otros y prevaleciendo por
turno contribuían en todas las colonias a
la formación del Derecho público. Un estu-
dio completo de este derecho es sin duda
inseparable de un examen atento y minu-
cioso de todos los elementos que lo com-
ponen, pero como el objeto esencial de la
presente obra es la exposición de los prin-
cipios del Derecho público de los Estados
"Unidos, no se encontrará aquí más que las
disposiciones de las constituciones propia-
mente dichas, el elemento primitivo y siem-
pre el más importante del Derecho públi-
co de las colonias y las disposiciones de
las leyes coloniales que han servido de pre-
cedente o que puedan ser las comparadas
con mayor utilidad a las reglas del Dere-
cho moderno.
"El lector verá fácilmente que la sepa-
ración clásica, si no absolutamente racio-
nal, de los tres poderes —legislativo, eje-
cutivo y judicial— no estaba formulada ni
puesta en vigor por el antiguo Derecho. Sin
embargo haremos aquí la distinción por-
que ella hará más cómoda y más sencilla
la exposición del asunto y facilitará la com-
paración entre los antiguos textos que no
conocen la separación tripartita, con las
constituciones modernas que hacen de ella
un procedimiento de exposición y un prin-
cipio esencial de gobierno" (i°«).
Según las Cartas coloniales la atribución-
de legislar correspondía unas veces a los
'1061 Gourd, A. Lea Charles colonialcp et Jes
Constitutions des Etats-Unis de l'Amerique du
Nord, t. 2, pág. 1, Imprimerie Natíonale. París.
1886. ' sola autoridad, ordenanzas en ciertos as-
propietarios, otras a propietarios y colonos
y otras a los colonos sin que alguno de es-
tos tres titulares la ejerciera de un modo
exclusivo, desde que expresa o implícita-
mente tenían intervención el rey, el Par-
lamento y las Cartas de justicia de la me-
trópoli.
La primera forma, es decir la atribución
legislativa reconocida al propietario o pro-
pietarios con exclusión de los colonos, se
halla en el texto de las primeras Cartas
de Carolina, Virginia y Nueva Inglaterra y
en las últimas del Maine. La segunda for-
ma, es decir la atribución legislativa com-
partida por propietarios y colonos, se ha-
lla en las Cartas de Virginia en 1621, de
Maryland en 1632, del Maine en 1639, de Ca-
rolina en 1663, de Nueva Jersey en 1664, de
Pensylvania en 1681 y de Nueva York en
1664, 1667 y 1684.
El tercer sistema, es decir, de reconocer
el poder de legislar a los colonos lo encon-
tramos en Massachussetts desde 1629, en
Cormecticut desde 1638 y en Rhode Island
desde 1643.
En las colonias de Cartas y en las pro-
vincias reales siempre tuvieron interven-
ción los colonos en la legislación, de ma-
nera que, en todas las colonias, de acuerdo
con sus Cartas, el pueblo participó desde
muy temprano en el ejercicio del poder le-
gislativo y, hasta hemos visto que en al-
gunos casos no esperó tener una Carta para
darse sus propias leyes como ocurrió en
Massachussetts y en Rhode Island.
Los colonos actuaron en dos formas: di-
rectamente en comicios generales o median-
te asambleas representativas. El régimen
representativo se aplicó en Virginia desde
1619, en Massachussetts-Bay desde 1634, en
Connecticut desde 1638, en Nueva Plymouth,
Maine y Maryland desde 1639, en Rhode
Island hacia 1647, en la Carolina entre 1662
y 1664, en Nueva Jersey en 1664, en Caro-
lina del Sud, hacia 1670, en Nueva Hamps-
hire en 1680, en Pensylvania y Nueva York
en 1682 y en Georgia, cuando se convirtió
en provincia real hacia 1751.
El sistema de intervención popular en la
legislación brotó espontáneamente de la po-
blación colonial y tanto los propietarios
como el rey ?e vieron obligados a tolerar-
lo, con la única excepción de Jacobo u.
En las colonias donde las Cartas atri-
buían el poder legislativo a los propietarios
con exclusión de los colonos se produjo una
rápida transformación en favor de estos
últimos.
En aquellas colonias en donde la función
legislativa la compartían propietarios y co-
lonos, los propietarios podían dictar, por su
pectos semejantes a las leyes propiamente
dichas y también tenían sus representantes
o delegados en el seno de la asamblea re-
presentativa. En Maryland parecen haber
conservado los propietarios la iniciativa de
las leyes hasta mediados del siglo xviii.
No hay noticia de que en ninguna colo-
nia renunciaran los propietarios al dere-
cho de intervenir por sí o por sus delegados
en las asambleas coloniales, pero se sabe
que los colonos no les permitieron abusar
de su influencia o imponer su predominio.
Solamente en Virginia hubo en cierta épo-
ca dos asambleas legislativas distintas, una
formada por propietarios y la otra por co-
lonos, ambas igualmente poderosas, puesto
que la validez de las resoluciones de una
de ellas necesitaba la adhesión de la otra.
Esto cesó cuando Virginia fue transforma-
da en provincia real.
Según la Carta de Virginia de 1621 y las
de Pensylvania de 1696 y 1701, las leyes no
eran puestas en vigor si no contaban con
la aprobación del gobernador, nombrado
por los propietarios y delegados de éstos.
Las Cartas de Virginia de 1621, Nueva Jer-
sey de 1664 y las instituciones para la co-
lonia de Nueva York después de eliminada
la dominación holandesa, como asimismo
las Cartas de Carolina de 1669, Pensylva-
nia de 1696 y 1701, exigían la aprobación
de los propietarios mismos para la vigen-
cia de las leyes y este sistema se mantu-
vo hasta la emancipación no obstante la
resistencia de los colonos. En todas par-
tes se requería la aprobación de los gober-
nadores, delegados de los propietarios y,
en última instancia, la de los propietarios
mismos para la validez de las leyes, lo que
armaba a aquellos con la facultad del veto.
Se pueden advertir ciertas variantes en
los textos de las Cartas que atribuían la
función legislativa a los propietarios y co-
lonos, a las asambleas del pueblo o a las
de representantes. Por ejemplo en Nueva
Plymouth (1620), en Providencia y Rhode
Island (1641 y 1646), en Nueva Hampshire
(1679) y en Pensylvania (1682, 1683 y 1696)
los colonos se adjudican o reciben el dere-
cho de dictar las leyes; en Connecticut
(1638) y Nueva Jersey occidental (1676) se
reconoce a los colonos el derecho de re-
glar por medio de leyes los asuntos públi-
cos o el ejercicio del gobierno; en Pensyl-
vania (1701) los colonos tienen todos los
poderes y privilegios ordinarios de una
asamblea legislativa. La Carta de Pensyl-
vania (1696) y la de Pensylvania y Dela-
ware (1701) recomiendan al legislador usar
su poder muy especialmente para corregir
injusticias y las de Massachussetts (1629 y
1691), Connecticut (1662), Rhode Island
(1663), la "comisión" de Nueva Hampshi-
re (1679) y las leyes constitucionales de
Pensylvania (1672) exhortan a servirse del
poder legislativo para establecer un gobier-
no pacifica y religioso, apto para civilizar
y convertir en cristianos a los indígenas
como también para garantizar la seguridad
pública.
Además varios de los documentos citados
y, particularmente las Cartas de Massa-
chussetts (1629), Connecticut (1662) y Rho-
de Island (1663) enumeran minuciosamen-
te las principales funciones de la asamblea
legislativa, a saber; organizar el poder ju-
dicial, resolver ciertos conflictos, reglamen-
tar el procedimiento criminal, determinar
las penas, fijar las reglas para la conmu-
tación y el indulto, definir la forma del
nombramiento, la idoneidad y las faculta-
des y los deberes de los funcionarios públi-
cos, establecer el impuesto y, de una ma-
nera más general, reglamentar la adminis-
tración gubernativa. La mayor parte de los
textos permitían al pueblo o a sus repre-
sentantes adoptar, bajo forma de leyes, to-
das las medidas necesarias o útiles a los
colonos, pero éstos lo exigieron siempre co-
mo un derecho natural aun sin textos y
contra los textos legales, llegando algunas
veces a proclamar el pueblo reunido o las
asambleas representativas que ellos ejercían
la más alta autoridad y que su poder era
semejante al de la Cámara de los Comu-
nes en Inglaterra. También ocurría que los
colonos pretendían conservar el poder le-
gislativo originario dando instrucciones de-
talladas y obligatorias a sus representantes
en la asamblea y la metrópoli solía tole-
rarlo.
El rey y, con más exactitud, el gobierno
de la metrópoli, intervenía en la función
legislativa mediante los funcionarios que
nombraba y que participaban de las asam-
bleas. Además, era un principio corriente
muchas veces inserto en las concesiones
—como lo hemos visto en el caso de Humph-
rey Gilbert— y en las Cartas de que el go-
bierno de las colonias debía hacerse de con-
formidad con las leyes inglesas.
Por su parte, los colonos conservaban la
calidad de ciudadanos ingleses y se consi-
deraban autorizados a invocar todos los pri-
vilegios inherentes a ella. Más de una vez
proclamaron solemnemente esta doctrina
que limitaba, sin destruirla, la autoridad
legislativa del gobierno inglés y llegó el día
en que los colonos plantearon el problema
de que, como ciudadanos ingleses, no esta-
ban obligados a cumplir las leyes que no
emanaran de sus propios representantes.
Por este camino se llegó a promover la
cuestión institucional relativa al pago del
impuesto y a íundar oí ella la emancipa-
ción de los Estados Unidos.
La obligación que tenían las colonias de
ajustar su gobierno a las disposiciones de
las lo/os metropolitanas traía consigo una
facultad de anulación o revisión de las le-
yes coloniales por oí rey o alguna autoridad
de la metrópoli y, asi, las Carias de Nueva.
Hampshire (168Ü), Massaehussetts y Mueva
York (1691), Virginia (1692), Nueva Jersey
(1702) y Carolina (1729.), disponían que las
leyes debían ser sometidas al asentimien-
to del gobernador nombrado por el rey.
Esta regla fue común a todas las provin-
cias reales durante el siglo xvm, pero las
formas de aprobación no parecen haber si-
do las mismas en todas partes y asi en Nue-
va Hampshire se requería que fuese expre-
sa y en Massaehussetts debía ser hecha por
escrito, en tanto que podía ser tácita en las
provincias reales, y en Nueva Jersey la ley
se tenia por aprobada si el gobernador no
expresaba su opisición apenas acabada de
dictarse. La Carta de Massaehussetts de
1691 exigía la aprobación del gobernador
nombrado por el rey, como condición indis-
pensable de validez, no sólo para las leyes,
sino para cualquier medida que adoptase
el poder legislativo, a diferencia de Con-
necticut y Rho<Ie Island en donde el go-
bernador, que era electivo, no tenía fa-
cultad de veto.
Algunos textos exigían la aprobación del
rey en última instancia (Virginia, 1606;
Comisiones Reales de Nueva Hampshire, de
Nueva York, de Nueva Jersey y de Caroli-
na, la Carta real de Peiisylvania, de 1681,
la Carta de Massaehussetts de 1691, la Cons-
titución de Pensylvania de 1696 y la Carta
de Georgia de 1732). La aprobación real
como imprescindible para la validez de las
leyes fue la regla constante, escrita o no,
en las provincias reales, y acaso también
en todas las colonias aunque no en forma
absoluta para Marylaiid y hasta la víspera
de la emancipación no fue discutido al so-
berano el derecho de examen y de rechMo.
Más de una vez se promovieron casos ju-
diciales a fin de obtener un pronuncia-
miento de los tribunales ingleses acerca de
la constitucionalidad o mconstitucionali-
dad de leyes coloniales y, aunque la coro-
na desconoció »a legitimidad de tal procc-
dimcnto, ¡os colonos insistieron en él y lo
convirtieron en un principio institucional
que luego dio origen al control de incoasti-
tucionalidad consagrado por la Constitu-
ción de Estados Unidos y atribuido al po-
der judicial, convertido así en un verda-
dero poder público.
Aunque el sistema representativo se ex-
tendió, no desapareció por eso en todas par-
tes la participación airéela dti pui-üio ea
ia obra legislativa. Kn Nueva Inglaterra los
habitantes de cada burgo celebraban re-
uniones periódicas y frecuentes en las que
se discutían cuestiones de interés local y
hasta ejerció el poder de dictar leyes que
no sobrepasaran las facultades de la a^am-
blca legislativa. Este sistema de legislación
local se desarrolló especialmente durante
el siglo xvm y, sobre todo, en Conneclicut
y Massaehussetts sin que la oposición de la
metrópoli hubiese podido evitarlo. Una ley
inglesa de los tiempos de Guillermo III con-
firmó aquella costumbre. No es de extrañar
los recelos que tales instituciones causa-
ban a la corona. Las asambleas populares
desarrollaron la capacidad política del pue-
blo americano y le aseguraron el éxito pa-
ra su emancipación y para su organización
en nación independiente.
Se cree que en sus orígenes la Asamblea
Representativa sólo tenia una Cámara y no
es posible establecer con exactitud cuándo
llegó cada colonia a tener cíos, pero ya las
había en Virginia en 1621, un Ma^-saclius-
setts en 1644, en Maryland en 1650, en Pen-
sylvania y en Rhode Island después de una-
interrupción en 1696. El hecho es que, en
todas partes, y desde muy temprano, esa
fue la regla incluso en las provincias reales.
En general, ambas cámaras funcionaban
separadamente aunque podían reunirse y
formar para ciertos asuntos una conven-
ción o un congreso aunque tal procedi-
miento no estaba en las cámaras. La Asam-
blea recibía diferentes denominaciones:
Corte de Comisarios, Gran Asamblea, Par-
lamento, Corte General, Asamblea o Asam-
blea General. A veces estos dos nombres
se usaban para designar a las dos Cáma-
ras reunidas.
En donde existían dos Cámaras, una de
ellas, la que se componía de los miembros
del consejo del gobierno, conservaba el
nombre de Consejo y en algunas colonias,
especialmente en las provincias reales, esta
cámara pretendía llamarse Cámara Alta o
Superior y asumir el carácter de Cámara
de Segunda instancia no obstante que tal
condición no era reconocida por la otra. La
Cámara que formaban los representantes
del pueblo llevaba nombres diferente:; se-
gún los lugares: en Massaehussetts, Cáma-
ra de Representantes; en Virginia, Cáma-
ra de Burgueses; en Georgia, Cámara de los
Comunes; y en general, se usaba el prime-
ro y el último de esos tres nombres.
En Nueva Hampshire, bajo el ré;.',imcn de
la Comisión de 1769, el derecho de inicia-
tiva de las leyes correspondía al gobernador
.so!;), y dos do las más antiguas cartas de
Pensylvania daban al gobernador y al Con-
sejo el derecho de preparar, presentar y
modificar los proyectos de ley. Es evidente
que el gobernador y el consejo de ministros
reunidos podían rechazar implícitamente o
indirectamente las leyes, por cuanto -su
aprobación era necesaria para darles va-
lidez.
En un principio, cuando las colonias re-
cién se establecieron, era todo el pueblo el
que se reunía en Asamblea Legislativa; más
tarde, con el crecimiento de la población y
la extensión del territorio obligó a la desig-
nación de representantes, pero la mayor
parte de las Cartas no admitían a todos los
habitantes en tales funciones. Aun en aque-
llas colonias en donde la Carta guardaba
silencio y no hacía distinción no es pro-
bable que se reconociese el derecho de legis-
lar a la gente de servicio o a los labradores
a sueldo. La Constitución de Virginia sólo
autoriza a los "burgueses" a desempeñar la
función legislativa y las Cartas dé Massa-
chusetts de 1629, de Maryland de 1632, las
Ordenes fundamentales de Connecticut de
1638, las Cartas de Rhode Island de 1641
y de 1663, la de Connecticut de 1662, las de
Carolina de 1663 y 1665, las de Pensylvania
de 1682, 1683 y 1696, y la de Pensylvania y
Delaware de 1701 establecían un verdadero
privilegio a favor de los free men o perso-
nas libres de toda servidumbre a menudo
sometidos a condiciones estrictas de orto-
doxia religiosa y ciudadanos de la colonia.
Estos hombres libres, para ser representan-
tes debían tener buena reputación, integri-
dad conocida, ser mayores de 21 ó 22 años,
profesar la religión oficial o pertenecer a
una de las comuniones reconocidas por el
Estado, poseer la calidad de free man, ser
dueño de una fortuna determinada, sea en
bienes muebles o en tierras libres situadas
en la colonia o en la circunscripción que
iban a representar, ser domiciliados en esta
circunscripción, no ejercer ninguna fun-
ción pública dependiente del gobierno, o,
por lo menos, ninguna de las funciones con-
sideradas incompatibles con el mandato le-
rlslativo, por ejemplo las de miembros del
Consejo, sheriff o procurador de Estado.
Para ser elector se requerían condiciones
semejantes.
El número de representantes que forma-
ban las Cámaras es muy diverso y general-
mente proporcional al de los habitantes;
no podía ser inferior a la de los miembros
del Consejo y solía ser igual al de' los pro-
pietarios de la colonia. Los representantes
correspondían a las divisiones territoriales:
cada circunscripción elegía un diputado,
rada condado cuatro, cada burgo de dos a
seis. Generalmente no eran las Cartas o
Constituciones propiamente dichas las que
fijaban el número de los representantes ni
los procedimientos electorales. Esto que-
daba deferido a la ley.
El Poder Ejecutivo ofrecía más variantes
que el Legislativo y podía ocurrir que la
Asamblea Legislativa lo confiase a una co-
misión nombrada por ella (Nueva York,
1676) o que el propietario lo pusiese en
manos de un Consejo o de cinco comisarios
que el mismo elegía. La regla común y
constante, con ligeras interrupciones, fue la
de que este poder fuese desempeñado por
un alto funcionario llamado gobernador y
asistido por un Consejo de Estado o de Go-
bierno y por funcionarios inferiores en nú-
mero variable.
En las colonias de Carta el gobernador
era elegido por el pueblo (Connecticut y
Rhode Island), en donde las elecciones no
requerían ni siquiera la aprobación real.
Es posible que en todas partes, los colo-
nos empezaron por elegir ellos mismos a
sus funcionarios, del mismo modo que dic-
taban sus leyes, pero el derecho de designar
al jefe del Poder Ejecutivo fue objeto de
numerosas discusiones entre los colonos, los
propietarios y el rey. Las Ordenes Funda-
mentales de Connecticut de 1638 estable-
cían que el gobernador fuese elegido entre
personas que hubieran ejercido antes al-
guna magistratura en la colonia y que pro-
fesaran alguna de las religiones reconoci-
das por el Estado. La Carta de Connecticut
de 1692 y la de Rhode Island de 1663 exi-
gían que la elección de gobernador recayese
únicamente sobre los free men. El cargo no
era desempeñado por más de un año o a
lo sumo dos, cuando se trataba de goberna-
dores elegidos por el pueblo, como eran los
de Connecticut y Rhode Island. Se sabe
que en Virginia en una cierta época un go-
bernador fue nombrado por toda la vida.
La principal función del gobernador era
sin duda asegurar la ejecución de las leyes.
Sus deberes y facultades no aparecen muy
claramente expresados en las Cartas, que
solían asociarlo al ejercicio del Poder Legis-
lativo o del Poder Judicial. Cuando se tra-
taba de gobernadores nombrados por el rey
sus funciones estaban determinadas por las
Instrucciones Reales; cuando eran desig-
nados por los propietarios cumplían esa mi-
sión las Ordenanzas y cuando los elegía el
pueblo las leyes dictadas por la Asamblea
Legislativa.
Un gobernador que violase su mandato
podía ser destituido, y la regla general era
que quien daba el mandato podía revocarlo
En algunas colonias existía un teniente go-
bernador que reemolazaba al gobernador en
caso de impedimento.
Junto al gobernador existía en todas las
colonias un Consejo de Estado o de Go-
bierno que llevaba el nombre de Consejo
de Asistentes o Consejo Provincial o sim-
plemente Consejo. Su misión esencial con-
sistía en aconsejar al gobernador y colabo-
rar con él en la tarea gubernativa. El nú-
mero de sus miembros era muy variable,
seis en Connecticut, nueve en Nueva Ham-
pshire, diez en Carolina del Sur, dieciocho
en Massachussetts-Bay en 1629 y más de
veintiocho en 1691. En alguna colonia lle-
garon a setenta y dos. En las provincias
reales, aunque el número dependía de la
voluntad del rey, eran en general catorce:
doce consejeros ordinarios, dos consejeros
extraordinarios, el superintendente para los
asuntos relativos a los indios y el inspector
general de aduanas.
La forma de nombramiento era también
variable. Algunas Cartas designaban las
personas que por un tiempo determinado
debían componer el primer Consejo (Mas-
sachussetts-Bay, 1629, Coanecticut 1662,
Rhode Island 1663). En Carolina del Sur y
Nueva Hampshire la primera organización
se hizo designando a seis miembros y de-
jando la elección de tres más al goberna-
dor y a los seis ya nombrados. A veces con-
currían a los nombramientos por partes
iguales, los propietarios y la Asamblea Le-
gislativa y en algunos casos el gobernador
proponía al rey los candidatos y éste los
nombraba. En general la designación ema-
naba de una sola autoridad: el rey, los
propietarios, el gobernador, la Asamblea
Legislativa o el pueblo.
Según varios textos, los consejeros debían
ser designados entre los free meh. En las
provincias reales, lo eran entre los poseedo-
res de tierras libres o entre los notables
o principales de la colonia. Es interesante
recordar que en Nueva Hampshire en 1679
debían ser elegidos entre los habitantes
más capaces de la colonia.
En algunas partes, como Pensylvania, ba-
jo la Carta de 1683, era indispensable el
acuerdo de un tercio de los consejeros para
el ejercicio de las principales atribuciones
del gobernador y parece, que sólo en Pen-
sylvania los consejeros eran remunerados.
Respecto de los consejeros se aplicaba el
principio de que la autoridad a la cual co-
rrespondía renovar el mandato de los con-
sejeros podía también proveer las vacantes
que se produjeran antes de la expiración,
de ese mandato. En las provincias reales el
rey por intermedio del gobernador o direc-
tamente, podía suspender o revocar el man-
dato de los consejeros, y el gobernador po-
día suspenderlos por mala conducta, con
el asentimiento de la mayoría de sus cole-
gas. En las colonias de Cartas la Asam-
blea Legislativa podía destituir a los con-
:
sejeros. - ••:•••••"'• •-' •• "• •• ' • •• *•'' '•'
El Consejo que acompañaba a'l goberna-1-
dor en las colonias desempeñaba una fun-
ción legislativa semejante a la Cámara in-
glesa de los Lores, y más se le parecía aún
desde el punto de vista de sus funciones
ejecutivas, pues esta última podía ser con-
sultada por el rey en cualquier asunto ad-
ministrativo. Las designaciones de los miem-
bros electivos de la Cámara de los Lores
fueron reglamentadas por leyes del Parla-
mento como las Cartas y leyes locales lo
hacían en las colonias para los miembros
del Consejo. •• . .
Bajo las órdenes del gobernador y del
Consejo se hallaban diversos funcionarios:
el teniente gobernador, el secretario, los
sherifs, los' stewars, los constables, los cofff-
ners, los prebostes, los mariscales, los -re*-*
corders y los empleados del condado. Í - " ;
Ya hemos visto que el teniente goberna-
dor estaba de ordinario asimilado al go-
bernador, a quien reemplazaba en caso de
impedimento. '
Administración de justicia. En las colo-
nias la justicia era administrada por auto-
ridades residentes, unas en Inglaterra y
las otras en América: el rey en consejo,
los propietarios, el gobernador, el Consejo
colonial, las asambleas legislativas colonia-
les y diversos tribunales y jueces de paz,
que estaban organizados en jurisdicciones
semejantes a las de, la metrópoli. El rey
y los propietarios, que podían delegar sus
atribuciones de carácter judicial, hacían
esa delegación en las cortes creadas, unas
veces por el rey o sus representantes, otras
por los propietarios, otras por la asamblea
legislativa. La regla parece haber sido que
esas cortes fuesen libremente instituidas
por la asamblea legislativa en las colonias
de Carta; por el rey o sus representantes,
el gobernador y el consejo, en las provin-
cias reales; por los propietarios, en las co-
lonias de propietarios salvo quizá Pensyl-
vania, en donde el pueblo, siempre ansio-
so por disminuir las prerrogativas de sus
amos, reivindicó y llegó a ejercer, sin du-
da, por medio de sus representantes, el de-
recho'de establecer todas las jurisdicciones.
No era raro que un tribunal se compusiera
de un solo juez. El nombre mismo de tri-
bunal se aplicaba, en general, a cuerpos
formados por funcionarios exclusivamente
encargados de administrar justicia, aunque
a veces sirviera para designar jurisdiccio-
nes en las cuales actuaban, a veces solos,
funcionarios cuyas atribuciones principa-
les eran de carácter ejecutivo. En último
análisis, la definición más exacta del tri-
bunal de justicia, aún para las colonias, era
la que Blackstone daba de ellas para la
metrópoli: "el lugar diversamente nombra-
do según la naturaleza de los poderes judi-
ciales que allí se ejercieran, en el cual se
administraba justicia" (><").
Es interesante consignar que en las co-
lonias existía un foro y estaba reglamen-
tada su condición. La defensa debía ser li-
bre y el abogado libremente escogido. El
ministerio público estaba representado por
un procurador general (attorney general
y un fiscal general solicitar general) que
iniciaban y seguían la acción pública en
nombre del Estado, al cual icpresentaban
en los juicios; eran escogidos entre los
miembros más distinguidos del foro. A ve-
ces, comisarios o consejeros, igualmente ele-
gidos entre los abogados más conocidos, les
reemplazaban o les asistían sin abandonar
su condición de abogados del foro.
"El problema religioso tuvo en las colo-
nias un carácter muy parecido al que tenía
en la metrópoli, a la cual imitaban o se-
guían. Conviene recordar que en Inglate-
rra no sólo había una religión de Estado,
privilegiada y protegida, sino que sólo a
sus adeptos se permitía el desempeño de
funciones públicas y muchas ventajas de
que no gozaban los demás. Los protestantes
disidentes fueron tolerados en alguna épo-
ca, pero los católicos sufrieron casi siempre
la persecución del gobierno anglícano.
"Numerosas penas, a menudo terribles,
castigaban la violación de las leyes dicta-
das en materia religiosa y, según la calidad
de los culpables o la naturaleza y el nú-
mero de las ofensas, se elevaban de la sim-
ple multa a la confiscación total de mue-
bles o a la incapacidad de poseer inmue-
bles, de la prohibición de recibir cargos
eclesiásticos hasta la de ejercer toda fun-
ción pública, desde la picota y quizá el lá-
tigo a la prisión perpetua y la muerte.
"En las colonias hubo cierta variedad de
situaciones originadas por la distinta com-
posición de la sociedad en el norte y en el
sur y por la diferente condición de los po-
bladores y colonizadores, algunos de ellos
entregados por completo a la devoción re-
ligiosa. Antes de la revolución de 1778
—dice Gourt—, en ninguna parte fue com-
pleta la libertad religiosa y, en casi todas
llegó a ser nula en diversas épocas. Se sabe
que los primeros colonos eran gente reli-
giosa y que algunos de ellos referían todo
el arte del gobierno a la observación de
preceptos tomados de las Sar.tas Escrituras.
Se sabe también que muchos pasaban por
heréticos en-la metrópoli y la abandonaron
a fin de escapar a las persecuciones. En su
(107) Gourd. A., op. i:it.,t. 2, pág, 164.
nueva patria la mayor parte se hicieron, a
su vez, perseguidores sin incurrir, por esto,
en la menor inconsecuencia.
"Si se exceptúa a Maryíand, en tiempos
en que los católicos formaron la mayoría,
y quizá Rbode-lsland, Pensylvania y Dela-
ware, en donde el espíritu de rara toleran-
cia de Rogerio Williams y de los Cuáqueros
no cesó de prevalecer, los católicos fueron
puestos fuera de la ley en todas partes du-
rante todo el período colonial y sometidos,
cuando no querían renegar de sus creencias
bajo la fe del juramento, a rigores incesan-
tes y odiosos, entre los cuales estaba la in-
terdicción del acceso a las funciones públi-
cas, la prohibición del culto y de la ense-
ñanza religiosa, la incapacidad para los
padres de ejercer la tutela de sus propios
hijos, la confiscación de una parte de los
bienes del padre y de la madre, y tal vez de
otros ascendientes en provecho de hijos o
descendientes apóstatas; el exilio, la pri-
sión, incluso perpetua, y ia pena capital
infligida a veces a los simples fieles, más a
menudo a los ministros del culto y prefe-
rentemente quizá, a ios jesuítas, deben lla-
mar especialmente la atención. Esta situa-
ción no se suavizó sino en el momento de
la guerra de la Independencia, cuando las
colonias sublevadas tuvieron interés todas
juntas en agradar a su aliada católica, la
Francia y necesitaron las10S fuerzas reunidas
de todos sus habitantes" ( ).
Aun entre protestantes prevaleció con
frecuencia la intolerancia y se practicó la
persecución utilizando muchas veces como
pretexto la idolatría y la brujería. Sin em-
bargo, se puede afirmar que hubo toleran-
cia pasajera en algunas partes y una cierta
libertad oficialmente proclamada interrum-
pió, a veces, la persecución. En algunas co-
lonias, como Bhode-Island, la Carolina,
Pensylvania, Delaware y Georgia, siempre
reinó el principio legal de libertad de con-
ciencia que, poco a poco, se extendió a to-
das, bajo la anuencia del gobierno de la
metrópoli, que no advertía conveniencia al-
guna en exagerar la intolerancia. Si se ex-
ceptúa a Virginia y a Carolina, que parecen
haber mantenido una cierta supremacía de
la religión anglicana hasta la emancipación
de 1776, en todas partes las sectas que ha-
bían gozado de privilegios los fueron per-
diendo.
Por supuesto que la tolerancia de que ha-
blamos sólo se aplicaba entonces a los pro-
testantes y a sus diversas sectas u organi-
zaciones. En Pensylvania y Delaware es
probable que se reconociera el principio de
la igualdad de los cristianos ante la ley,
(108) Gourd, A., op. cit., t, 2, z. 312.
pero en todas partes el ateísmo y el deísmo
puro erají desconocidos o despreciados. Ocu-
rría también que la negación de las creen-
cias comunes a todos los cristianos no esca-
paba a una especie de nota de infamia y
algunas veces se castigó ataques u ofensas
contra comuniones cristianas. Hacia 1649,
los católicos de Maryland, no obstante su
tolerancia poco común, habían establecido
la confiscación y la muerte contra la blas-
femia y la negación de la Santa Trinidad,
reprimiendo también con multa, látigo y
prisión toda intención irreverente o renco-
rosa hacia la Virgen, los -Apóstoles, los
Evangelistas y las religiones cristianas, y
sólo prometían el respeto de su culto a las
personas que creían en Jesucristo.
' Numerosas leyes coloniales castigaban la
blasfemia con diversas' penas, entre las
cuales se pueden citar la multa, la exposi-
ción pública, la incapacidad de ejercer
funciones oficiales, el látigo, la perforación
de la lengua al hierro'en rojo y la prisión.
En Massachusetts, hacia 1631, y en Con-
necticut, hacia 1639, no se reconocía la
condición de free man o de burgués sino a
los miembros de alguna iglesia admitida.
Las constituciones de Carolina de 1669 per-
mitían excluir de la colonia a quienes ne-
gasen la existencia de Dios o la necesidad
de un culto solemne y público. Prohibían,
además, el acceso a las funciones públicas
y quitaban la protección de ¡a ley a quienes,
después de la edad de diecisiete años, no
pertenecieran a ninguna de las iglesias es-
tablecidas. - te lo que sigue: Ninguna persona o ninguna
Algún tiempo después de aquella fecha en
Pensylvania, y luego en Pensylvania y De-
laware, se subordinaba a la creencia en
Jesucristo soberano del mundo o en un solo
Dios omnipotente, creador, providencia y
amo del universo el respeto de la fe y del
culto, la inviolabilidad de la persona y de
los bienes y la idoneidad para empleos del
gobierno y para el mandato legislativo. En
la misma colonia de Pensylvania, más tarde
aún, se prohibieron todos los honores a
quien no creyese en un solo Dios formado
por tres personas y no aceptara la inspira-
ción divina del antiguo y del'nuevo Testa-
mento. A veces fue rehusada la sepultura
cristiana al suicida por motivos puramen-
te religiosos, y se obligaba a guardar el do-
mingo bajo la sanción del látigo, exposición ,
pública, multa y prisión, a más de otras
penas.
Como datos interesantes y dignos de ser
expresamente consignados, transcribimos a
continuación dos cláusulas, una de la Carta
de Rhode Island, de 1663, y otra de la Carta
de Pensylvania, de 1701.
La Carta de Rhode Island dice en su cláu-
sula tercera: "Es nuestra voluntad y nues-
tro placer real que nadie en ningún mo-
mento desde ahora en adelante sea en la
dicha colonia molestado de alguna manera,
castigado, inquietado o interrogado por di-
ferencias de opinión en materia de religión
que no turben efectivamente la paz civil de
nuestra dicha colonia, y que, por el contra-
rio, todas las personas y cada una de ellas
en toda la extensión de la región ya men-
cionada, puedan indefinidamente y en todo
momento desde ahora, gozar de la libertad
de su propio juicio y conciencia en materia
de religión, con la única condición de tener
una conducta pacífica y tranquila y de no
llevar el uso de esta libertad hasta la li-
cencia y la profanación ni hasta el daño
civil o a la perturbación exterior cometida
en-per juicio de otro. Y esto será así a pesar
de cualquier ley, estatuto, cláusula actual
o futura, uso o costumbre ael reino que 1$
sea contrario".
Por su parte, la cláusula 3? de la Carta
de Pensylvania dice: "Porque ningún pue-
blo puede ser verdaderamente feliz sin el
goce de las más grandes libertades en el
orden civil, si es privado de la libertad de
conciencia, respecto de la fe religiosa y del
culto, y como el Dios omnipotente es el
único Señor de la conciencia, Padre de las
Luces y de los Espíritus, autor como tam-
bién objeto de toda ciencia divina, de toda
fe y de todo culto, único que aclara los es-
píritus y persuade y convence a las inteli-
gencias, yo concedo y declaro por el presen-
de las personas con residencia en esta pro-
vincia o estos territorios, que confiese y re-
conozca y sólo Dios Omnipotente, el creador,
sostén y amo del mundo y que haga profe-
sión de estar obligado a vivir apaciblemen-
te bajo el gobierno civil, en ningún caso
será molestada ni lesionada en su persona
o sus bienes por causa de su creencia o de
sus prácticas sinceras ni obligada a fre-
cuentar o mantener un culto, un lugar, un
clero religioso, contrariamente a su opinión
o a hacer o a sufrir un acto o una cosa
cualquiera contraria a su creencia religiosa.
Además, todas las personas que hicieren
profesión de creer en Jesucristo, el Salvador
del mundo, serán sin tener en cuenta otras
creencias y prácticas en materia de con-
ciencia y de religión, capaces de servir a
este gobierno en cualquier forma, sta en el
orden legislativo o en el ejecutivo, bajo la
única condición de prometer solemnemente
cuando les sean legalmente requeridas de
su obediencia al rey como soberano y fide-
lidad al propietario o gobernador por una
parte, y por la otra, de cumplir lo estable-
cido en los términos de la ley hecha en
New-Castle, en el año 1700, intitulada Un
acto para prescribir las certificaciones de
los diversos funcionarios y ministros y co-
rregido y confirmado por esta presente
asamblea".
10. EMANCIPACIÓN DE LOS ESTADOS UNIDOS
Formación constitucional de los Estados
Unidos. Los primeros ensayos. Charles Bor-
geaud narra el origen del poder constitu-
yente en los Estados Unidos del siguiente
modo: "Desde entonces (desde el pacto de
Mayflower) se encuentran, durante la pri-
mera época de la colonización, una serie de
actos semejantes, denominados pactos de
establecimiento (plantation covenants), en
virtud de los cuales los colonos de Nueva
Inglaterra organizan comunidades políticas.
Uno de esos pactos debía pronto tomar la
forma de una verdadera Constitución. Es
el Estatuto Fundamental de Connecticut,
fechado en 1639, y anterior, como se ve, en
algunos años al agreement de los demó-
cratas ingleses. Las mismas ideas religiosas
han precedido su elaboración.
"Los pioneers de Connecticut se habían
separado de la colonia más antigua, la de
Massachusetts-Bay, a raíz de divergencias
políticas. Congregacionistas consecuentes,
demócratas avanzados, fueron los primeros
en llegar a los principios que se ha visto sos-
tener por los independientes. En la madre
patria, en 1638, un pastor, Thomas Hoocker,
inspirador y jefe principal de la nueva emi-
gración, desarrollaba estas tesis en un ser-
món que nos ha sido conservado por las
notas de su editor: «La elección de los ma-
gistrados pertenece al pueblo, por encargo
de Dios mismo. Los que tienen el derecho
de elegir los funcionarios y los magistrados,
tienen el derecho de fijar los límites del
poder y de la función que les llaman a
desempeñar, y esto es así, desde luego, por-
que el principio de autoridad reside en el
libre consentimiento del pueblo» (i«»).
"La Constitución que fue hecha en apli-
cación de esta fórmula, y cuyo 250 aniver-
sario se ha celebrado en Hartford (Conn.),
en 1889, es conocida en los Estados Unidos
bajo el nombre de Fundamental orders of
Connecticut. Fue votada y establecida por
los habitantes de Windsor, Hartford y We-
therfield, reunidos en asamblea general.
Fue también una de las más importantes
reformas que se realizaron. El texto se ha-
lla inserto en la compilación oficial publi-
cada en 1877, por orden del Senado de
Washington. Allí se lee la declaración si-
guiente: «Sabiendo que cuando un pueblo
(109) Collections of the Conneticui Historícal
Society. (Nota de Borgeaud, id.)
se forma, la palabra de Dios manda, y a
fin de mantener la paz y la unión y de
establecer un gobierno regular y conve-
niente, conforme a su voluntad, para el
ordenamiento y la gestión de los asuntos
públicos en todo tiempo, según la necesi-
dad; en consecuencia, nos unimos y nos
asociamos para formar un Estado, una re-
pública, y declaramos, tanto para nosotros
mismos como para nuestros sucesores y
para cualquiera que se agregase a nosotros
en lo sucesivo, que hemos formado un pac-
to mutuo de unión y de confederación. Con
el fin de mantener y de preservar la liber-
tad y pureza del Evangelio de Nuestro Señor
Jesús, a cuya religión somos adictos en el
presente, como también a la disciplina de
las iglesias tal como se practica entre nos-
otros, de acuerdo a la enseñanza de dicho
Evangelio. Con el fin, además, de ser con-
ducidos y gobernados en nuestros asuntos
civiles conforme a las leyes, ordenanzas,
edictos y decretos, que serán hechos, orde-
nados y establecidos como sigue» (no).
"Este preámbulo sirve de introducción a
once artículos fundamentales, que consa-
gran la soberanía de la asamblea general
de los ciudadanos, la elección de los ma-
gistrados por el pueblo, la renovación anual
de su mandato, la autonomía de las comu-
nas, etcétera.
"En los archivos coloniales de Rhode Is-
land se- encuentran textos análogos, rela-
tivos a establecimientos fundados por otros
refugiados de Massachusetts bajo los aus-
picios de Roger Williams, el primer apóstol
de la libertad de conciencia. En 1641, la
asamblea general de los colonos de la isla
inculta que lleva todavía el nombre indio
de Aquidneck, adopta la resolución que
sigue: «Se ha resuelto y convenido por una-
nimidad que el gobierno que este cuerpo
político constituye, para gloria de nuestro
príncipe, en esta isla y la jurisdicción que
de ella depende, es una democracia o go-
bierno popular; es decir, que a la asam-
blea de ciudadanos regularmente reunidos,
o a la mayoría de ellos, pertenece el poder
de hacer y de instituir las leyes a las que
estarán sometidos, como también de elegir
entre ellos a los magistrados que tendrán
la tarea de velar que ellas sean aplicadas
equitativamente a todos sin distin-
ción» (i"). •
"Aun aquí, los que inauguran de esta
(110) Poore, P., The federal and state consti-
tutions of the United States, t. 1, pág. 911, Wash-
ington, 1877.
(111) Records of the Colony of Rhode Island
and Providence Plantatíons ín New England, t. 1,
pág. 112, Providence (B. I.), 1856. (Nota de Bour-
geaud, id.)
manera el gobierno popular, son puritanos
congregacionistas. Los colonos de Connecti-
cut y Rhode Island llegaron a obtener car-
tas de la corona confirmando el régimen
político que habían instituido. Estas cartas
soportaron la .prueba de la Revolución, y
han durado: la de Connecticut, hasta 1818,
y la otra, la segunda carta de Rhode Island,
que databa también del reinado de Carlos II,
hasta 1843.
"La Constitución de Massachusettes-Bay,
la más considerable de las colonias de la
Nueva Inglaterra, había sido fijada de in-
mediato por una Carta de la Corona. Sin
embargo, esta Carta era la de una corpo-
ración comerciante y misionera, cuyas dis-
posiciones, provenientes de la costumbre
de las antiguas guildas de la Edad Media,
se prestaban a una interpretación demo-
crática. Todo conduce a creer que el impul-
so hubiese tenido ese sentido si Roger Wi-
lliams y Thomas Hooker no hubieran sido
obligados a ir a buscar la libertad en nue-
vas soledades y sin la gran revolución que
llamó a la madre patria a la mayor parte
de aquellos que simpatizaban con los in-
dependientes. Este doble éxodo de liberales
detuvo el movimiento. Los que quedaron
dueños exclusivos del poder en la colonia,
cuyo centro era Boston, representaban la
tendencia autoritaria del puritanismo, y el
régimen al cual fueron conducidos fue una
aristocracia teocrática. Pero en el siglo si-
guiente, a consecuencia de una evolución
religiosa, cuyo efecto fue adecuar el con-
gregacionismo de sus descendientes a los
principios de Hocker, Massachussetts adqui-
rió el desarrollo democrático que debía co-
locarlo a la cabeza de la revolución ameri-
cana.
"El pastor John Wyce, de Ipswich, en
una obra intitulada Defensa del gobierno
de las iglesias de Nueva Inglaterra, en que
trata de la sociedad política casi tanto como
de la sociedad religiosa, ha expuesto su
teoría de la génesis de un Estado. A este
respecto se expresa así: «Imaginemos una
multitud de hombres, todos iguales y libres
por ley de la Naturaleza, de acuerdo en for-
mar voluntariamente una comunidad polí-
ticaí Siendo tal su situación, para constituir
un cuerpo político debe entrar en diferen-
tes pactos (covenanis); cada uno en par-
ticular debe comprometerse, por un con-
trata, a entrar juntamente con los otros
en una sociedad durable, a fin de que to-
dos- puedan decidir por un voto general
las medidas tendientes a asegurar la felici-
dad común. Un decreto, consagrado por un
voto, debe establecer en seguida una cierta
forma de gobierno, y si el contrato subs-
cripto por todos encierra la cláusula expresa
de que había que atenerse en este punto a
la decisión resultante de este primer voto,
todos quedarán comprometidos por mayo-
ría a aceptar la forma particular así esta-
blecida, aun cuando la opinión personal de
éstos o de aquéllos les hiciera desear algu-
na otra»".
Este hecho puede haber influido o no en
la realización del agréement, desde que
debe suponerse su conocimiento por Crom-
well y sus colaboradores; pero, de cualquier
modo, ambos actos (el Pacto del Mayflower
y el Agréement) tienen origen en la cos-
tumbre tradicional eclesiástica de los cove-
nants.
~ Confederación de las colonias. Aunque
todas las colonias tenían su gobierno co-
mún en la metrópoli, cada una de ellas
era independiente de las demás. Sin em-
bargo, en las Cartas-patentes otorgadas en
1643 a los establecimientos de Providencia
y de Rhode-Island, se puede ver que, comi-
sarios encargados por el rey de velar desde
Inglaterra sobre la administración de las
colonias, se reservaban la facultar de reglar
las relaciones de la nueva colonia con el
resto de las plantaciones americanas, en
la forma que lo juzgasen conveniente para
"el bien de las dichas plantaciones, el ho-
nor de Su Majestad y el servicio del Estado.
Cabe advertir que estos comisarios sólo se;
ocuparon de relaciones comerciales.
En realidad, la tendencia era la de hacer
a cada colonia independiente de las otras
y, en algunas Cartas, como dos de las de
Carolina, por ejemplo, se declaraba que esta
colonia era absolutamente independiente1
de las demás, y la metrópoli tenía como
criterio general que ninguna colonia podía
celebrar tratados o ligas con las otras sin
el asentimiento del gabinete inglés.
Todo eso no impidió que se llevaran a
cabo algunas tentativas primero de alian-
zas accidentales y luego de confederación
permanente y general, que la metrópoli se
vio obligada a tolerar, si bien es cierto que
estas últimas no llegaron a alarmarla, por-
que siempre fracasaron.
La primera causa que promovió el enten-
dimiento de las colonias para una acción
común, fue la lucha que Francia e Ingla-
terra sostuvieron en el continente america-
no y la metrópoli, no sólo toleró, sino que
estimuló esa acción por los beneficios que
podía reportarles.
En 1643, la colonias de MassachusettSj-
Nueva Plymouth, Connecticut y Nueva
Haven formaron una liga para resistir los
ataques de los franceses. Esa liga no duró
menos de cincuenta años. En 1689, los co-
misarios de toda la Nueva Inglaterra, re-
unidos, solicitaron la alianza de ciertas tri-
bus indígenas, y en 1690 se reunió en Nueya
York una cápenle rte Congreso convocado
por la asamblea legislativa de Massachu-
ssetts-Bay, al que concurrieron representan-
tes de todas las colonias situadas al Norte
de Maryland.
Durante sesenta años después de este
acontecimiento, las luchas constantemente
mantenidas contra los franceses produjo en
muchas oportunidades el entendimiento de
dos o más colonias para la formación de
ejércitos, y así continuaron hasta las vís-
peras de la emancipación, pero, además, en
1748, en 1751,1754, 1755, 1756,1757, 1758,1764
y 1765 O 12 ) se llevaron a cabo reuniones
de comisarios de las colonias o delegados o
gobernadores o se intentaron congresos que
no pudieron realizarse. Todo esto tenía por
objeto la acción común defensiva y ofen-
siva a la vez en lucha contra los franceses,
al mismo tiempo que vinculaba a las co-
lonias creando un sentimiento y espíritu de
unidad entre ellas. , en las hostilidades fuera del caso de necesi-
Hacia 1643, los peligros que, desde hacia
tanto tiempo amenazaban a las colonias,
se agravaron. Francia, Holanda y las tribus
Indígenas hostiles actuaban conjuntamente
(112) Acerca de un congreso'reunido en Nue-
va York en 1765, dice Eduardo Laboulaye: "Reuni-
do éste en New York y abiertas las sesiones ,se
presentó la cuestión siguiente: ¿cuál será la posi-
ción respectiva de las colonias entre sí; y cómo van
a ser representadas? Las unas eran muy grandes,
y las otras muy pequeñas, unas eran más popu-
losas que otras: se decidió entonces que cada co-
lonia tendría un solo voto y que habría perfecta
Igualdad.
"La segunda cuestión consistió en saber sobre
qué base se aproyarían. ¿En las cartas coloniales?
Pero existía la de Pensylvania, que estatuía que
el parlamento tenía derecho para Imponer contri-
buciones a la colonia. Con este motivo Gadsen ob-
tuvo la palabra, y expuso que apoyarse en las
cartas coloniales equivalía a sembrar la discordia,
que era necesario partir de dos principios que se-
gún la idea inglesa son la base de la vida civil: la
libertad y la propiedad.
"Por lo demás, agregó, aquí no debe haber ni
hombres de New York, ni habitantes de la Nueva
Inglaterra, todos somos Americanos. Declaración
célebre, porque es la primera vez que se pronun-
cia el nombre de Americanos, adoptada sobre ta-
blas: desde ese día i»o hubo ya colonos, sino Ame-
ricanos. ' '
"El congreso expidió una declaración de dere-
chos contenida en catorce artículos. El principio
dominante es siempre la Idea categórica que Dios
ha dado al hombre la libertad- y la propiedad, y
que por consiguiente, nadie tiene derecho de im-
.poner contribuciones sin el consentimiento del
contribuyente, y que este principio de individuo a
Individuo, no puede pertenecer tampoco a una
asamblea, ni a soberano alguno. En seguida, se pe-
ticionó a la Cámara de los Lores y a la de los Co-
munes, dando nuevas instrucciones a los agentes
coloniales" (Laboulaye, E.. Estudios sobre la Cons-
titución de los Estados Unidos, trad. de Manuel R.
García, pág. 96. Librería de la Victoria. Bs. Ai-
res, 1866).
contra la seguridad de la Nueva Inglaterra,
y entonces las colonias de Massachussetts-
Bay, Nueva Plymouth, Connecticut y Nueva
Haven formaron una confederación orga-
nizada de acuerdo con reglas precisas, en
la cual los intereses generales de las colo-
nias unidas estaban confiados al cuidado de
un consejo compuesto por dos representan-
tes de cada una de ellas. Este consejo estaba
autorizado a deliberar sobre todos los asun-
tos que interesasen a la confederación, y
que aparecieran como una consecuencia
natural de ella, pudiendo dictar leyes ci-
viles sobre las materias de interés común.
Se le confiaba de un modo especial la
tarea de estudiar y resolver los asuntos
indígenas, como establecer y reglamentar
las relaciones entre ellos. La mayor auto-
ridad de este consejo consistía en que por
su voluntad soberana decidiría sobre la paz
y la guerra sin que ninguna de las colo-
nias que pudiese por sí sola comprometerse
dad repentina y absoluta.
Esta confederación duró más de cuaren-
ta años, fue mirada con simpatía por Crom-
well y respetada por los Estuardos. El de-
fecto que le impidió ser duradera consistía
en la ausencia de una autoridad capaz de
constreñir a la obediencia a las colonias que
en minoría se opusieran a lo resuelto por
la mayoría. Desapareció cuando no se
creyó realmente necesaria y cuando las co-
lonias habían aumentado su población y
desarrollado su prosperidad, pero este ante-
cedente se mantuvo latente en el espíritu
de los colonos y contribuyó a facilitar luego
su unión definitiva.
En 1754 se volvió sobre lo mismo. Benja-
mín Pranklin fue el campeón de esta em-
presa, que creía indispensable y a la que
contribuyó con su prédica y con un plan
que presentó a una comisión nombrada por
la asamblea de delegados de las colonias
situadas al norte del río Potomac, para
elaborar un proyecto de unión permanente
que no esté a la merced de cualquiera de
las partes contratantes. Esta asamblea o
congreso estaba compuesta por 25 diputa-
dos: 4 de Nueva Hampshire, 5 de Massachu-
setts, 3 de Connecticut, 2 de Rhode-Island,
5 de Nueva York, 4 de Pensylvania y 2 de
Maryland. Virginia y Nueva Jersey, aunque
invitadas, no se hicieron presentes. Las otas
cuatro colonias parecen no haber recibido
invitación. Filadelfia fue el centro de esta
confederación y la sede del gobierno fede-
ral.
El gobierno organizado según el plan de
1754 para la confederación de las colonias,
estaba formado por un poder ejecutivo y un
poder legislativo. El primero lo compartían
el rey y un presidente general que, bajo
las órdenes del rey, lo ejercía en América.
El poder legislativo lo desempeñaba una
asamblea legislativa o gran consejo, cuyas
leyes se ponían en vigor inmediatamente
después de sancionadas y quedaban firmes
si en el plazo de tres años de recibidas no
eran anuladas. El presidente general, cuya
principal función consistía en hacer ejecu-
tar las leyes, podía vetarlas antes de la
decisión deal. En caso de muerte de ese
fuicionario, y mientras el rey no le nom-
braba reemplazante, sus funciones eran
ejercidas por el presidente del gran con-
sejo.
El mando de las tropas era dado por el
gran consejo a propuesta del presidente
general.
El gran consejo se componía por repre-
sentantes de las colonias elegidos en cada
una por la cámara de representantes del
pueblo. En la primera elección, cada una
de las colonias confederadas debía elegir
un número determinado de diputados, for-
mando un total de 48. En las elecciones si-
guientes, cada colonia tendría un número
de diputados variable entre 2 y 7, propor-
cional a la suma de dinero con que ella
concurriese al tesoro general de la confe-
deración. Todos los asuntos locales eran
de jurisdicción de las autoridades creadas
para constituir el gobierno.
Este proyecto de organización presentado
originariamente por Benjamín Franklin y
modificado o completado por la comisión
especial que nombró el Congreso, fue objeto
de una ardiente discusión, en la cual tuvo
el apoyo de los representantes de la Nueva
Inglaterra —pero algunos diputados opu-
sieron objeciones y las legislaturas de las
colonias mismas no les demostraron su
buena voluntad, especialmente Connecticut,
Massachussetts-Bay y Nueva York. En ge-
neral se extendió el temor de que esta con-
federación pudiese perjudiciar las liberta-
des locales—. Por otra parte, y no obstante
que el preámbulo del proyecto de confede-
ración trataba de prevenir toda desconfian-
za metropolitana rogando humildemente
que la confederación fuese establecida por
acto del Parlamento inglés, el gabinete y
el "bureau" de los comisarios del comercio
y de las plantaciones vieron en todo esto
una peligrosa intención que les atemorizó.
Parecía evidente que la autoridad real que-
daba muy disminuida e indefensa si sus
únicas facultades consistían en nombrar al
presidente general y anular las leyes fede-
rales. Por todo eso, el proyecto fue consi-
derado inaceptable. Muchos espíritus agu-
dos empezaban a comprender que la unión
* las colonias americanas podía ser la
llave maestra de la independencia, y todo
hizo que ella fuese postergada hasta des-
pués de la declaración de independencia,
como lo veremos en el documento que in-
sertamos luego, y que contiene U s artículos
de Confederación y Unión Perpetua entre
los Estados, sancionado en Filadelfia el 9
de julio de 1778.
Antecedentes de la Confederación de las
colonias. Nada es más natural y lógico en la
historia institucional de la humanidad que
ia emancipación de las colonias inglesas de
América del Norte. Desde que iniciaron su
existencia con los padres peregrinos del May
Flower, los colonos norteamericanos, no
f.ólo aspiraban a vivir de un modo inde-
pendiente y libre, sino que lo practicaron
cada vez que las circunstancias se lo per-
mitieron, aunque para eso tuvieran que
mantener una lucha ruda y tenaz contra
las autoridades de la metrópoli o contra
.sus propias autoridades coloniales.
Por eso, no hay que buscar en la decla-
ración de independencia de los Estados
Unidos hechos y razones que justifiquen
con la importancia de las causas, la tras-
cendencia de los efectos que mediante ella
se obtuvieron.
Como no es nuestro objeto el relatar su-
cesos políticos y hasta ponemos particular
empeño en evitarlo cuando parece necesa-
rio, únicamente consignaremos aquí lo que
tiene significado estrictamente institucional
prescindiendo de los individuos y de los
episodios en que ellos intervienen.
R. H. S. Crossman explica la indepen-
dencia de las colonias del siguiente modo:
"La estructura social de las colonias norte-
americanas no difería fundamentalmente
de la madre patria, excepto en tres facto-
res:
"1? La ausencia de una aristocracia feu-
dal. .• • ,
"2° La existencia de una zona fronteriza
siempre creciente.
"39 Y la tolerancia para cualquier secta
religiosa.
"En consecuencia, la revolución no fue lia
rebeldía de una sociedad igualitaria para
sacudir la tiranía del imperialismo, ni si-
quera labor de una insatisfecha minoría de
abogados y políticos sin empleo. Fue un
•movimiento mucho más complicado en e!
que podemos trazar tres diferentes corrien-
tes. Al separarlas, podemos percibir el Juego
recíproco e interno que producen las ideas
y los intereses al mezclarse en los movi-
mientos revolucionarios.
"La causa inmediata y última de la
guerra no fue tanto el conflicto de Intereses
comerciales entre la madre patria y sus co-
lonias, como las quejas de parte de éstas
al reclamar pata sí el ejercicio de aquellos
derechos por los que los parlamentaristas
ingleses habían luchado y obtenido. Si éstos
rehusaron pagar .impuestos con destino a
un autócrata real, sus primos de Norte-
américa podían ahora usar los mismos ar-
gumentos y disputar el principio de que el
comercio colonial debía regularse para el
beneficio exclusivo de la madre patria. Una
actitud tal podría prevalecer en la India
hasta bien avanzado el siglo xx, pero erx
colonias cuya población estaba integrada
por gentes de origen inglés y que no se con-
sideraban en lo más mínimo iníeriores a
sus gobernantes británicos, estaba destinada
a producir un gran conflicto. En segundo
lugar existía la tradición de la libre deter-
minación religiosa que surgía del no-con-
formismo profesado por la mayor parte de
sus habitantes. Esta tradición, aunque no
más democrática que su contrapartida in-
glesa, ofrecía base de principios al conflicto
político y, una vez iniciada la guerra, la
cuestión de principios fue creciendo en
importancia. La reclamación de derechos
cívicos se convirtió en una guerra de in-
dependencia, y la guerra dio lugar a que
surgiera un sentimiento no de unidad na-
cional, sino de solidaridad antibritánica,
del que no existía germen aparente antes
de que aquélla comenzase. En tercer lugar,
la guerra precipitó un conflicto social den-
tro de la misma región en que se desen-
volvía entre la oligarquía de propietarios y
comerciantes satisfechos y los apóstoles de
la nueva doctrina de los Derechos del
Hombre y de la democracia, que predicaban
hombres tan notables como Tomás Paine.
Aquí percibimos el mismo fenómeno. Lo
que antes de la revolución era simplemente
un sentimiento vago y caótico, se cristali-
zaba en la lucha en una nueva y potente
filosofía vital. El nacimiento de la nación
y de la democracia americana no fue el re-
sultado de un plan racional por parte de
los patriotas, sino de una guerra iniciada
con propósitos muy distintos. Los colonos
participaron en ella como colonos quejosos,
pero muchos de los más influyentes eran
opuestos y partidarios del inglés. Surgieron
de la misma como norteamericanos que
percibían vagamente una nueva unidad na-
cional, y como los que habían llevado el
peso de la lucha no eran los hombres de
riquezas, sino los pequeños agricultores y
los jornaleros, surgió entre éstos una fuerte
'inclinación hacia la democracia" (112).
El conflicto institucional entre las colo-
(112) Cr. •ssman. R. H. S.. Biografía del Estado
moderno, trad. de J. A. Fernández de Castro, pá-
gina 94, Fondo de Cultura Económica, México,
1941.
nias y la metrópoli comenzó en 1763 y ter-
minó con la declaración de independencia
de 1776. No obstante haberle dado origen
el establecimiento113de impuestos —primero
del papel sellado ( ) y después el del té—
se puede afirmar sin lugar a dudas que
en la emancipación de Estados Unidos el
factor económico fue pretexto y no causa
de los acontecimientos políticos. La reduc-
ción de tarifas de aduana por parte de la
metrópoli dejó insensibles a los colonos,
que burlaron el monopolio mediante el con-
trabando. En cambio, hacen hincapié en
los problemas de carácter institucional por
insignificante que sea la importancia cuan-
titativa de los impuestos que la originan.
Dice Jean Canu: "Sin duda, cada región
reaccionaba un poco a su modo. Los juristas
de Boston, un Samuel Adams, por ejemplo,
discutían con firmeza en un tono áspero.
Los oradores de la Virginia echaban fuego
y llamas, como verdaderos meridionales que
eran. Ha quedado célebre Ja peroración de
un discurso de Patrick Henry: «¿Es tan cara
la vida y la paz tan dulce que se la pueda
comprar al precio de las cadenas y de la
esclavitud? ¡Que Dios no lo quiera! No sé
que actitud podrán adoptar los otros, pero
en cuanto a mí, dadme la libertad o la
muerte»" («•*).
En Boston hubo conmociones, que los
(113) "En marzo de 1775 íué establecido por
la Cámara de los Comunes un impuesto de papel
sellado o derecho de timbre (stamp-act) sobre to-
dos los actos que tuviesen valor legal tanto en
América como en Inglaterra. En las principales
ciudades en donde se cambiaban los timbres re-
queridos por metales preciosos se abrieron ofici-
nas. Un abogado del oeste de Virginia, ya cono-
cido por su elocuencia dramática e inflamada, el
Demóstenes de los bosques, Patritck Henry, In-
terpeló a la tiranía: ¿Desde cuándo un subdito de
Su Majestad debe pagar un impuesto que no lia
consentido libremente en persona o por intermedio
de representantes debidamente elegidos a ese efec-
to? Los colonos no envían diputados a los Comu-
nes y no pueden ser sometidos a las leyes finan-
cieras que allí se dicten. La argumentación es con-
vincente; la Asamblea de Virginia, ante la propo-
sición del orador, decide que la colonia no se so-
meterá a esta tasa arbitraria y comunica su reso-
lución a las otras legislaturas, que la hacen suya.
Nueva York y Boston se ponen a la cabeza de un
gran movimiento de protesta, la asociación de los
Hijos de la Libertad agrupa a los opositores más
decididos; en todas partes los papeles sellados son
arrebatados y quemados en público. Los goberna-
dores asisten impotentes a esta manifestación que
comunican a Londres. Las autoridades inglesas tra-
tan de buscar, sin encontrarla, una respuesta a la
lógica de los colonos y el Parlamento, en mayo
de 1766 abroga el Impuesto. El entusiasmo es tan
grande en Nueva York que se e,Ieva una estatua
a Jorke III por suscripción popular; se ha resta-
blecido la paz con la metrópoli" (Canú, J.. Hísíof-
re de la Nation Americaine, pág. 61, Ed. Du Ch
París, 1947).
(114) Canu, J., of. eíf., pág. 63
soldados ingleses reprimieron y cayeron
siete manifestantes. "Esta es la famosa
masacre de Boston, denunciada por los
sobrevivientes a la indignación del género
humano y aún hoy señalado por una placa
a la reprobación general. ¡No ironicemos!
El 5 de marzo de 1770 corrió la sangre
americana y será necesario cerca de un
siglo y medio de guerras y de rivalidades
agridulces antes que se mezcle n rfraternal-
mente con la sangre británica" ( > ) .
El asunto del té, que Inglaterra dispuso
fuese importado directamente desde las
Indias Orientales a las colonias americanas
por la Compañía de las Indias (116), y el
episodio de la supuesta banda de pieles
rojas de que se disfrazaron los patriotas
"Hijos de la Libertad", para arrojar al mar
el cargamento de ese producto en el puer-
to de Boston, el 16 de diciembre de 1773,
decidieron en los hechos la actitud eman-
cipadora provocando la consiguiente reac-
ción en el gobierno inglés con sus medidas
represivas. Se puede decir que ya entonces
"los dados estaban tirados" y decidida la
suerte de los colonos dispuestos a organi-
zarse en una nueva nación, aunque el pri-
mer congreso reunido en Filadelfia, en sep-
tiembre de 1774, con 45 delegados repre-
sentantes de todas las colonias, a excepción
de la lejana Georgia, empezó por rechazar
la idea de una separación completa de la
madre patria, sin perjuicio de reclamar
para el continente americano el derecho
de resolver por sí mismo sus propios asun-
tos y en particular la libertad de sus re-
laciones comerciales.
La independencia. Rápidamente se preci-
pitaron los acontecimientos. Massachussetts
se preparó a resistir por la fuerza a los sol-
dados de Inglaterra. Sus buenos ciudadanos
reunieron armas y municiones y se compro-
metieron a responder al primer llamado del
"Comité de Seguridad Pública", que se for-
mó a vista y paciencia del gobernador.
El Estado de Virginia suministró los
principales dirigentes del movimiento re-
volucionario: Jorge Washington, que tuvo
a su cargo la dirección de la guerra de la
Independencia, y Thomas Jefferson, que le
marcó rumbos en materia, institucional.
(115) Id. Id.
(116) Como fiel expresión del espíritu de resis-
tencia que comenzaba, Jorge Washington escribía
a su amigo Masón lo siguiente: "Hemos expuesto
nuestra situación en las manifestaciones dirigidas
al rey y al pue,b!o Inglés; estas manifestaciones no
lian tenido éxito, no se nos ha querido escuchar.
Haremos el ensayo de introducir el hambre en su
comercio y CTI su Industria, y ai a la larga nos nie-
gan una satisfacción no abandonaremos por eso
las libertades que nos legaron nuestros mayores.
ni cejaremos ante la resistencia armada".
Acerca de las causas que determinaron
la emancipación de las colonias inglesas
en Norteamérica, dice Nicolás Murray But-
ler:
"¿Cuándo comienza la historia de la
nueva nación americana? Se inicia en ese
punto indefinido e indeterminado de la
mitad del siglo xvín, cuando la desazón
bajo la distante autoridad británica había
ya dado frecuentes pruebas de su existen-
cia, hasta llegar a esparcirse lo suficiente
y tener conciencia propia para contemplar
como posible y discutir su rebeldía, y cuan-
do sus intereses en conflicto fueron supe-
ditados por el conocimiento de un común
interés y de un fin común. Sería erróneo
suponer que aquella pública desazón se
tornó en revolucionaria por virtud de algún
acto especifico o único del gobierno britá-
nico, o por su sistemática opresión subyu-
gando a las colonias. El hecho incontro-
vertible es el de que la parte que disfrutaba
de mayores libertades dentro del Imperio
británico fue lo que se rebeló contra la
autoridad del Parlamento. Debemos a la
madura ilustración y a la integridad inte-
lectual de un distinguido profesor ameri-
cano, el profesor Herbert L. Osgood, la
llave que debe servirnos para conocer con
mayor exactitud ¡o que realmente sucedió.
El profesor Osgood afirma trae los defen-
sores de la independencia nacional ameri-
cana proclamaron la independencia como
un fin en sí misma, sin que ninguna gran
cuestión fundamental que pudiera afectar
a las libertades civiles o políticas influyera
en ellos. «Sería necio aseverar», dice, «que
los ciudadanos de los Estados Unidos dis-
frutan hoy de un grado más amplio de li-
bertad del que disfrutan los subditos de la
corona en Inglaterra o Canadá: Riesgoso
sería mantener que el progreso de las li-
bertades en la misma Inglaterra en algún
modo fue el resultado de la revolución de
las colonias»" (Political Science Quarterly,
1887, II, 441).
"La verdad es que las controversias que
surgieron entre las colonias y el gobierno
británico fueron episodios e incidentes en
la vida del sistema imperial británico, mo-
dificadas, fortalecidas y dirigidas por cau-
sas peculiares de carácter económico y
geográfico. No podrían comprenderse de
otro modo. Los colonos objetaban el control
que sobre ellos se ejercía desde tan grande
distancia, con independencia de los inci-
dentes a que daba lugar este control. Una
vez que este sentimiento echó raíces, cual-
quier incidente por insignificante que fue-
ra, lo fortalecía. El deseo de separación
crecía por sí mismo. Pudiera ser materia
de justa discusión, no obstante, definir si
los colonos no recibieron mejor trato por
su lejanía de Westminster. Hubieran estado
más cercanos y más en presencia, quizás
hubieran sido tratados con mayor severi-
dad. Más aún, los cambios y las oportuni-
dades de la política doméstica inglesa se
reflejaban directamente en los sentimientos
y en los intereses de las colonias. Para
asegurarnos de ello, podríamos decir que
George III nunca fue otra cosa más que
George III; aunque Walpole y el viejo Pitt
fueron muy diferentes -individualidades
comparadas con las de lord North y lord
Eute que los sucedieron. Nada menos que
el presidente de la Corte Suprema Federal
de los Estados Unidos, Marshall, autoriza
la aserción de que «en ningún período fue
la adhesión de los colonos a ía madre pa-
tria tan firme ni tan general» como en 1763,
al firmarse los artículos definitivos del Tra-
tado que restauró la paz entre la Gran
Bretaña, Francia y España.
"Sólo trece años transcurren desde esta
fecha a la Declaración de Independencia,
y claramente vemos que los acontecimien-
tos debieron de haberse producido con mu-
cha rapidez para que hubieran tenido lu-
gar cambios tan grandes dentro de un
período de tiempo tan corto, Quizás el mis-
mo espíritu que llevó el prestigio y las
armas británicas a tan grandes alturas,
tanto en el continente americano como en
las distantes planicies de la India, tuvo
cierta influencia sobre lo que ocurrió más
tarde. Sin duda, tuvo aún mayor influencia
la lógica del sistema colonial con su doc-
trina sobre la dependencia económica de
ÍES colonias. Algún lugar ie corresponde
también a las mismas ideas propagadas en
América, que, aunque inglesas de origen,
habían sido llevadas a Francia, en gran
parte, sin duda por Voltaire en sus Lettres
sur les Anglais, y que en ese momento
abrían la senda que habría de conducir a
la Revolución Francesa. No debemos ol-
vidar tampoco la dominante influencia que
John Locks ejerció sobre aquellos aconte-
cimientos. Si las opiniones de James Otis
y de Patrick Enry representaban el descon-
tento político y la rebeldía, las de Samuel
Adams y las de Thomas Jeíferson, más o
menos, caracterizaban la filosofía política
de su época.
"Es muy importante, por otra parte,
aclarar bien el aspecto constitucional de la
Revolución Americana, porque ese aspecto
constituye la verdadera revolución. Tanto
jurídica como prácticamente, la supremacía
de la corona y del Parlamento sobre las
colonias era completa. El control y la
inspección sobre ellas se ejercía desde todos
los departamentos de la actividad guber-
namental. Las colonias se fundaron bajo
la monarquía absoluta. Tan pronto como
el Parlamento aumentó su autoridad y
amplió el área de su dominio, ios asuntos
coloniales pasaron naturalmente de la co-
rona al Parlamento. Con ia revolución de
1688, la teoría de los Tudores y Estuardos
sobre los reinados por derecho divino des-
apareció y lo sustituyó algo muy semejante
a un contrato o convenio entre la corona y
el Parlamento. El Parlamento, que había
aumentado su autoridad en el interior del
reino, tendió naturalmente a aumentar
también su autoridad en los extremos más
distantes del Imperio. Durante un prolon-
gado período las colonias americanos se
habían gobernado entre alternantes espas-
mos de olvido y de interés. Lord Clarendon
íué ei primero que comprendió la impor-
tancia de la administración colonial, y
trató de ponerla sobre bases sanas y orde-
nadas. Las colonias de hecho habían dis-
frutado de excepcional libertad en materias
tan vitalmente importantes como en el go-
bierno local, en tributaciones y en la orga-
nización y control de las milicias. La vida
social de las colonias, desenvolviéndose
libremente a tan grande distancia de In-
glaterra, llegó a ser por muchas razones
más democrática y menos preocupada en
materia de clases que lo era la sociedad en
la madre patria. Las comunicaciones se
demoraban tanto, eran tan difíciles y tan
costosas que los eolonos sabían muy poco
de lo que ocurría en otras partes, hasta
perder interés en saberlo. Las medidas so-
bre educación, por necesidad, se hacían es-
casas, aunque se anhelaban con ardor, y
el duro trabajo de romper la tierra para
trillarla, la rotura de los bosques y la cons-
trucción de los hogares absorbía las ener-
gías de los colonos hasta excluir consi-
derablemente la instrucción y ia buena
literatura. En realidad, los directores de
ía opinión pública en las colonias fueron
hombres de muy pocos libros. El hecho de
que .estos pocos libros fuesen libros tan
buenos los colocó en excelente pie cultu-
ral cuando llegó la hora de crear la Cons-
titución.
"Es paradójico, pero verdadero, que si no
hubiera sido par la Revolución de 1688 y
el vasto aumento del poderío parlamenta-
rio, la Revolución Americana pudo haberse
pospuesto o pudo no haber tenido lugar.
Los reyes que gobernaron por derecho di-
vino vejaron mucho menos a las colonias
que ei Parlamento que defendía su consti-
tución sobre amplísimas bases de apoyo po-
pular y de pública opinión. Los pasos
que iba dando el Parlamento sobre lo que
consideraba el interés del sistema imperial
fueron estimándose, con mayor amplitud
cada vez, por las colonias, primero, como
interferencias, y luego, como ilegales inter-
posiciones. Guerras que se habían originado
en Europa se transferían al suelo america-
no con grave daño y descontento de los
colonos mismo. El afán de cada madre
patria, con su sistema colonial destinado
a monopolizar el comercio de las colonias
o hacerlo tributario de su propio interés,
agravó la situación y precipitó la rebeldía.
No es necesario entrar ahora en laboriosos
detalles. Parece suficiente decir que des-
pués de ciento cincuenta años, más o me-
nos, algo parecido a un estado de unidad de
conciencia nacional y de ambiciones comu-
nes se había desarrollado en las colonias
desparramadas a lo largo de la costa atlán-
tica, desde Kennebec hasta Savannah, y
que las leyes del» Parlamento, en cuyo
Parlamento los colonos no tenían represen-
tación directa, dieron lugar al disgusto
creciente, aparte de la justicia o del mé-
rito particular de las mismas leyes.
"Solemos creer que los habitantes de las
colonias eran totalmente ingleses; pero es
erróneo. Las instituciones y la civilización
colonial eran inglesas, como lo eran el
idioma y las leyes; pero las inmigraciones
escocesas, irlandesas, holandesas, suecas,
alemanas y hugonote-francesas habían sido
considerables. Es muy probable que durante
el siglo xvni no menos de 150.000 escoceses-
irlandeses, o escoceses de Ulster, como se
suele llamarlos, habían ya poblado la costa
atlántica. Que gran participación estos co-
lonos y sus descendientes tomaron luego
en la creación de la historia americana, es
cosa bien conocida. No habitaron todos
juntos un mismo lugar; pero con el espíri-
tu de concentrada fiereza que los carac-
teriza, intervinieron en todos los problemas
políticos y económicos que se produjeron.
, "Los holandeses se domiciliaron princi-
palmente en torno de New York, en cuya
vida han cooparticipado, a veces con do-
minante influjo durante muchos años. Los
inmigrantes de origen alemán fueron mu-
cho más numerosos. Los hallamos en Penn-
sylvania y partes adyacentes de la pro-
vincia de Nueva York. Ellos y sus descen-
dientes han llegado a ser conocidos como
los holandeses de Pennsylvania (Pennsyl-
vania Dutch), y tanto sus características
como su modo de expresión persisten to-
davía hoy. Los hugonotes franceses fueron
a New York y a South Carolina; pero ni
llegaron a ser numerosos ni particularmen-
te influyentes. Lo mismo aconteció con los
suecos, quienes se domiciliaron principal-
mente en la parte baja del río Delaware.
"Se ha estimado que en 1776, cuando la
población de las colonias había crecido un
poco más de dos millones, dos terceras
partes de la población eran de origen inglés;
una sexta, escocesa-irlandesa; una décima,
alemana, y la población restante de otras
razas. Sin embargo, fue la población de
procedencia inglesa la que dio principal im-
pulso a la revolución. A ella se debió que
las llamas del descontento crecieran y a
su dirección se debió que la independencia
se lograra" (i").
En lo que se refiere al conflicto institu-
cional en sí mismo (u»), a los argumentos
que de una y otra parte se hicieron para
afirmar los americanos su derecho a la in-
dependencia y los ingleses la legitimidad
de su gobierno sobre las colonias, conside-
ramos conveniente y útil recurrir de nuevo
a Murray Butler, por creer inmejorable la
exposición que hace de este asunto, y la
transcribimos a continuación:
"Quizás la posición asumida por la In-
glaterra oficial la podamos hallar sabia-
mente explicada en los argumentos de
Mansfield, lord presidente del tribunal de
Inglaterra. Expuso como sana doctrina
constitucional que las colonias, tal como
fueron originariamente establecidas, eran
corporaciones creadas por la corona, sien-
do la corona la única investida con ese po-
der, de acuerdo con la Constitución ante-
(117) Murray Butler, N., Los constructores de
los Estados Unidos, trad. de J. Roa, pág. 4, Biblio-
teca Interamericana, de la Sección Interamericana
de la Dotación Carnegle para la Paz Internacio-
nal, La Habana, 1933.
(118) Creemos interesante consignar aquí un
antecedente doctrinarlo recordado por James Beck,
Solicitar General de los Estados Unidos: "En 1761,
James Otis, de Massachusetts, pronunció ante la
legislatura colonial un discurso grávido en conse-
cuencias en el cual, basando la ilegalidad de las
órdenes de allanamiento y pesquisa sobre el argu-
mento de la violación de los derechos constitucio-
nales de protección de los Ingleses en sus propias
casas, declaraba que los acts del Parlamento, aten-
tatorios contra el carácter sagrado del hogar, de-
bían ser tenidos por nulos y, más aún, considera-
dos como vlolatorlos de la Carta acordada a Mas-
sachusetts. Apoyándose sobre la doctrina que en
esta época era la del Common Law Inglesa, tal co-
mo la establecían Coke y otros tres Chief Justicies,
afirmaba: «Decir del Parlamento que es absoluto
y arbitrario importa una contradicción. El Parla-
mento no tiene el poder de hacer que dos y dos
hagan cinco. La omnipotencia no tiene tampoco»
ese poder... Los parlamentos tienen por misión,
en cualquier circunstancia, la do proclamar lo que
es útil al bien de todos, pero no es este reconoci-
miento el que lo hace omnipotente. Debe siempre
tener una autoridad más alta y ésa es Dios. Un act
de¡ Parlamento que se alce contra cualquiera de.
las leyes naturales inmutablemente verdaderas no
puede ser sino contrario a la verdad eterna, a la
equidad y a la justicia y, por consiguiente, es nulo.
El mismo Parlamento debería desistir de él Inme-
diatamente después que ha reconocido su error»"
I La Constitution des Etats-Unis. pág. 22, Ed. Co-
lín. Puris. 1923).
rior a 1688; que los privilegios sobre pro-
piedad y administración, garantizados a
aquellas corporaciones en sus patentes, no
podían considerarse contratos entre los
concesionarios y la corona: siendo absolu-
tamente evidente que no siendo contratos
los poderes gubernamentales conferidos a
ellos, sólo el rey, en consecuencia, como el
más alto soberano de acuerdo con la Cons-
titución británica, podía anular aquella
concesión de poderes gubernamentales,
cuando, a su juicio, tal anulación contri-
buiría al bienestar del imperio; que indu-
dablemente la corona podía anular estas
concesiones cuando, a su juicio, se hubiera
abusado de ellas; que en la interpretación
de los privilegios y contratos, todo será con-
siderado como reserva de la corona, lo que
no es concebido expresamente por implica-
ción directa, ya que la corona, y no los pri-
vilegiados, fue el origen y la base de la so-
beranía; que después del cambio realizado
en la Constitución británica por la Revo-
lución de 1688, la más alta soberanía ha-
bía sido transferida de la corona al Par-
lamento; que a partir de entonces, el Par-
lamento ocupaba el lugar originalmente
reservado al rey en su relación con las co-
lonias, y que el Parlamento, como supremo
y último soberano dentro del Estado britá-
nico, podía, a su propia discreción, nego-
ciar con las colonias y con su organización
gubernamental en todo caso que se esti-
mara beneficioso a las necesidades del Es-
tado.
"A partir de esta doctrina jurídica ex-
puesta por lord Mansfield, entendíase, pri-
mero, que el gobierno de Westminster ejer-
cía autoridad sobre las colonias con respec-
to a sus relaciones internacionales; segun-
do, que el gobierno de Westminster ejercía
autoridad sobre las colonias con respecto
a todas sus relaciones intercoloniales; ter-
cero, que los gpbiernos locales de las colo-
nias podían legalmente actuar sobre sus
propias distintas esferas, sólo, en tanto y
en la medida que les fuera expresamente
concedida por el gobierno de Westminster;
cuarto, que los gobiernos locales coloniales
no eran otra cosa que agencias del Parla-
mento, cuyas funciones y poderes podían
ser aumentados, disminuidos O É anulados
por el Parlamento, a su discreción, como el
más alto soberano; y que en el ejercicio
de los derechos civiles ningún individuo o
individuos podían reclamar como derecho
aquello que no autorizaba el Parlamento,
puesto que el Parlamento, como último so-
berano dentro de la Constitución británi-
ca, a partir de 1688, era el intérprete de-
finitivo de todos los derechos, tanto civiles
como políticos. De acuerdo con esta doc-
trina, el status legal de las colonias resul-
taba menos favorecido que antes de la Re-
volución de 1688, puesto que bajo la mo-
narquía absoluta disfrutaban de la obliga-
ción implícita, por parte de la corona, de
defender los derechos civiles individuales.
Fajo la soberanía del Paramento esta obli-
gación implícita desaparecería, puesto que
siendo el Parlamento la representación so-
berana del pueblo, no se hallaba obligado a
nada, excepto a su propio sentido del dere-
cho, de la justicia y de la propiedad. Si
el Parlamento actuaba contra su propio
sentido, no había ulterior apelación por ser
el derecho de revolución, un derecho po-
pular, y el pueblo no podía rebelarse con-
tra sí mismo.
"El que hoy examina la posición que asu-
mió Mansfield- debe admitir que su lógica
es impecable, si sus premisas son verda-
deras. Realmente, hacía imposible que las
colonias se gobernaran por sí mismas, y.
aún les negaba el derecho de revolución.
"Una vez más este formidable razona-
miento jurídico de lord Mansfield tuvo que
enfrentarse con los argumentos profunda-
mente reflexivos de Samuel Adams. Adams
negó las premisas sobre las cuales lord
Mansfield discurría, y en oposición a ellas
emitió un claro informe precisando los pun-
tos de vista de los colonos. Mantuvo que
las concesiones o privilegios de la corona,
bajo los cuales las colonias fueron origina-
riamente establecidas, tenían el carácter
de contratos entre la corona y los conce-
sionarios, siendo el propósito colonizador
el fundamento de la concesión; que estas
concesiones o privilegios como tales con-
tratos no podían anularse por el libre albe-
drío de la' corona, ni podían alterarse ni
enmendarse excepto por el consentimiento
de ambas partes contratantes; que las fun-
ciones y poderes gubernamentales, no ex-
presamente regulados por la concesión o
privilegio, ni expresamente negados a los
concesionarios en los contratos, se excluye-
ron para que los concesionarios los ejercie-
ran a discreción; que la garantía y protec-
ción de los derechos civiles individuales de
los colonos constituía un deber inaliena-
ble de la corona, ya estuvieran expresamen-
te reconocidos o no en las concesiones;
siendo ésta la mejor defensa de la ley co-
mún, especialmente del sistema de juicios
por jurados y del pago de los tributos me-
diante el consentimiento de los colonos;
que la Revolución de 1688 fue totalmente
una lucha doméstica en Inglaterra, sin que
en ninguna forma alterara las relaciones
entre el gobierno inglés y los gobiernos co-
loniales; que por aquella revolución el Par-
lamento sustituyó al rey en sus obligado-
nes y en su autoridad como soberano, sin
que, por lo tanto, pudiera, por medio de
leyes, hacer lo que el rey no había hecho
bajo su prerrogativa para promulgar orde-
nanzas. Adams fue aún más amplio en su
razonamiento. Sostuvo como argumento
definitivo que el Parlamento de Inglaterra
era una institución totalmente ajena a las
colonias, y que sus facultades sólo podían
llegar a ellas por medio de la corona y con
las limitaciones propias de la corona. En
otras palabras, Adams sustraía al Parla-
mento británico de su posición entre la co-
rona y las colonias, insistiendo en tratar
sólo con la corona, de acuerdo con las li-
bertades tan duramente ganadas por los
ingleses; argumentando, además, que el
Parlamento británico nurica podía ser con-
siderado como la organización soberana del
pueblo mientras toda la población del Im-
perio no se hallara proporcionalmente re-
presentada en él, de acuerdo con la po-
blación de las diferentes partes que lo
constituían. Estos argumentos de Adams,
emitidos hace más de siglo y medio, sue-
nan con familiaridad a los oídos moder-
nos.
"De acuerdo con los principios legales
mantenidos por Adams, se sigue, desde un
punto de vista de política aplicada, que la
corona y no el Parlamento era el poder cen-
tral que gobernaba a las colonias; que la
corona ejercía, directa e inmediatamente,
las funciones de gobierno internacional e
intercolonial, sujeto exclusivamente a las
restricciones morales que sus medidas acon-
sejaran en beneficio del bienestar de las
colonias, y a la restricción legal de todo
acto que requiriera el pago de tributos por
los colonos, debiéndose estos tributos ser
aprobados por las respectivas legislaturas
coloniales antes de ser impuestos y cobra-
dos por los agentes de la corona; que con
respecto a los gobiernos locales de las co-
lonias era necesario el consentimiento pre-
vio del pueblo antes de promulgarse nin-
guna legislación o imponer tributos; que
los agentes ejecutores de la administración
de justicia y del derecho eran responsables
ante las legislaturas coloniales; y que esta
responsabilidad se exigía por las legislatu-
ras, fijándose por ellas el montante de los
sueldos y la medida del tiempo de duración
de cada empleo. ..
"Rápidamente puede verse que detrás de
las contradictorias doctrinas constituciona-
les de Mansfield y de Adams, se ocultan dos
métodos distintos para resolver una cues-
tión en disputa dentro del campo de la po-
lítica práctica. La posición de Mansfield era
la de un jurista ilustrado dando expresión
a la letra exacta del sistema político al cual
se hallaba acostumbrado. La noción de la
soberanía popular era extraña a su pen-
samiento, puesto que aún después que el
Parlamento había desplazado a la corona
de su soberanía, el mismo Parlamento no
se apoyaba en una real representación de
la nación en totalidad, sino en los derechos
y privilegios que habían sido creados por
la misma corona. Mansfield tenía razón al
aseverar que el poder soberano del Parla-
mento no descansaba sobre la soberanía
popular del imperio británico, sino sobre la
soberanía conferida a los poseedores 'de las
franquicias políticas. No podía, por tanto,
consistentemente admitir que el poder so-
berano del Parlamento nacía de la volun-
tad popular. Adams, por su parte, vio con
claridad que las condiciones sociales y po-
líticas sobre las cuales el antiguo orden se
había constituido, estaban cambiando, y
apeló, no a la letra de la ley como ella era,
sino al espíritu histórico que comenzaba a
surgir." ("»)
Declaración de derechos de Virginia. El
pueblo de Virginia inició la construcción
institucional de la nueva nación america-
na, adelantándose a todos los otros pue-
blos del mundo con su declaración de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano, san-
cionada el 20 de junio de 1776. No corres-
ponde hacer la valoración de ese documen-
to con el cual se inaugura a nuestro jui-
cio, la llamada Edad Contemporánea, en
esta historia de las instituciones políticas.
En cambio, siguiendo nuestro método, le
ofrecemos el texto comple1¡o de esa decla-
ración, que, sin duda, sirvió de modelo a la
de 1789 y a todas las constituciones repu-
blicano-democráticas del siglo xix.
UNA DECLARACIÓN DE DERECHOS
hecha por los representantes del buen
pueblo de Virginia, leunidos en plena y
libre Convención, derechos que pertene-
cen a ellos y a su posteridad, como base
y fundamento del gobierno.
I. Que todos los hombres son por natu-
raleza igualmente libres e independientes,
y tienen ciertos derechos inherentes, de los
cuales, cuando entran en estado de socie-
dad, no pueden, por ningún contrato, pri-
var o despojar a su posteridad; especial-
mente el goce de la vida y de la libertad,
con los medios de adquirir y de poseer la
propiedad y de perseguir y obtener la fe-
licidad y la seguridad.
II. Que todo poder reside en el pueblo,
y, por consiguiente, de él se deriva: que los
magistrados son sus mandatarios y servi-
(119) Murray Butler, N., Los constructores de
los Estados Unidos, págs. 13-19, Esí. Carasa y Cía.,
La Habana, 1933.
dores, y en todo tiempo responsables anr
te él.
III. Que el gobierno es o debe ser insti-
tuido para el común beneficio, la protec-
ción y seguridad del pueblo, nación o co-
munidad; que de todos los modos y formas
de gobierno, la mejor es la que sea capaz
de producir el más alto grado de felicidad
y seguridad, y esté más eficazmente garan-
tida contra el peligro de 'una mala admi-
nistración; y que cuando un gobierno re-
sulte inadecuado o contrario a estos fines,
la mayoría de la comunidad tiene el dere-
cho indubitable, inalienable e indefectible
de reformarlo, cambiarlo o abolirlo del mo-
do que juzgue más apropiado para el bien
público.
IV. Que ningún hombre, ni grupo de
hombres, tienen título para recibir de la
comunidad emolumentos o privilegios ex-
clusivos o distintos, sino en atención a ser-
vicios públicos, y no siendo éstos heredita-
rios, tampoco pueden serlo los oficios de
magistrado, leñador o juez.
V. Que los poderes legislativo, ejecuti-
vo y judicial deben ser separados y distin-
tos, y que a sus miembros se les puede im-
pedir la opresión, haciéndoles ' sentir' las
cargas del pueblo y participar de ellas; y
que deben, en períodos fijos, ser reducidos
a la condición privada volviendo al cuer-
po de donde originariamente han salido;
proveyéndose las vacantes por elecciones
frecuentes, ciertas y regulares, en las cua-
les todos o parte de los anteriores miem-
bros sean reelegibles o no, según lo que las
leyes ordenen.
VI. Que todas las elecciones deben ser
libres, y que todos los hombres que ofrez-
can garantías suficientes de un interés co-
mún permanente y de amor a la comuni-
dad tiene derecho de sufragio; y no pue-
den ser gravados en su propiedad ni pri-
vados de ella por utilidad pública sin su
consentimiento o el de sus representantes
asi elegidos, ni obligados por ninguna ley
para el bien público, a la cual no hubie-
ran dado por tal manera su asentimiento.
VII. Que todo poder de suspender las
leyes o su. ejecución por cualquier autori-
dad sin el consentimiento de los represen-
tantes del pueblo, es contrario a sus dere-
chos y no debe ser ejercido.
VIII. Que en toda persecución criminal,
el hombre tiene derecho a averiguar la cau-
sa y la naturaleza de su acusación, a ser
careado con los acusadores y testigos, a pro-
ducir las pruebas a su favor y a ser juzga-
do rápidamente por un jurado imparcial de
doce vecinos, sin cuyo consentimiento uná-
nime no puede ser declarado culpable; que
no puede ser compelido a declarar contra
sí propio; que ningún hombre puede ser
privado de su libertad sino según la ley del
país o el juicio de sus pares. :- ¡
IX. Que no deben exigirse finanzas ex-
cesivas, ni imponerse multas excesivas, ni
castigos crueles y desusados.
X. Que los mandamientos generales, en
virtud de los cuales un funcionario o agen-
te sea requerido para realizar investigacio-
nes en lugares sospechosos sin la prueba
del hecho cometido, o para determinar a
una persona o personas no designadas no-
minalmente o cuyo delito no esté particu-
larmente determinado y apoyado en prue-
bas, son ofensivos y opresivos y no deben
ser autorizados. *
XI. Que en las contiendas sobre propie-
dad y entre hombre y hombre, el antiguo
juicio por jurado de doce hombres es pre-
ferible a cualquier otro y debe ser tenido
por sagrado.
XII. Que la libertad de la prensa es uno
de los grandes baluartes de la libertad, y
jamás puede ser restringida sino por un
gobierno despótico.
XIII. Que la milicia regular, compues-
ta por el pueblo, instruido en las armas, es
la defensa propia, natural y segura de un
Estado libre; que los ejércitos permanentes
en tiempos de paz deben ser evitados como
peligrosos para la libertad; y que en todos
los casos, la fuerza militar debe estar es-
trictamente subordinada y gobernada por
el poder civil. _
XIV.' Que el pueblo tiene derecho a un
gobierno uniforme; y, por tanto, que nin-
gún gobierno separado o independiente del
gobierno de Virginia, debe ser erigido o es-
tablecido dentro de sus límites.
XV. Que ningún gobierno libre ni el be-
neficio de la libertad pueden ser asegura-
dos a ningún pueblo sino mediante la fir-
me adhesión a la justicia, la moderación,
la templanza, la frugalidad y la virtud, y
recurriendo frecuentemente a los principios
fundamentales.
XVI. Que la religión, o los deberes que
nosotros tenemos para con nuestro Crea-
dor y la manera de cumplirlos, sólo pueden
ser dirigidos por la razón y la convicción,
no por la fuerza y la violencia; y, por con-
siguiente, todos los hombres tienen igual
derecho al libre ejercicio de la religión, se-
gún los dictados de la conciencia, y que es
un deber de todos practicar entre sí la re-
signación, el amor y la caridad cristianos.
Pocos días después de la declaración de
los Derechos de Virginia, e? Congreso de
Filadelfia sancionó a su vez, la declaración
de independencia de los "Trece Estados
Unidos de América", es decir, de las trece
colonias. Ya el 7 de junio de ese año un
diputado de Virginia, Richard Henry Lee,
había propuesto al Congreso declarar que
"estas colonias unidas son y deben ser en
derecho Estados ubres e independientes".
El 4 de julio el Congreso aprobó la decla-
ración redactada por Tomás Jefferson en
los siguientes términos:
LA DECLARACIÓN DÍB INDEPENDENCIA (V¡(>)
"En el Congreso, el día 4 de Julio de 1776
"Declaración unánime de loa trece Estados Unidos
de América
"Cuando en el curso de los acontecimien-
tos humanos se hace necesario que un pue-
blo rompa los lazos políticos que lo han
unido a otro, para ocupar entre las nacio-
nes de la tierra el puesto de independen-
cia e igualdad a que le dan derecho las
leyes de la naturaleza y el Dios de esa na-
turaleza, el respeto decoroso al juicio de la
humanidad exige que declare las causas
que lo han llevado a la separación.
"Sostenemos como verdades evidentes que
todos los hombres nacen iguales; que a to-
dos les confiere su Creador ciertos dere-
chos inalienables entre los cuales están la
vida, la libertad y la busca de la felicidad;
que para garantizar esos derechos, los hom-
bres instituyen gobiernos que derivan sus
justos poderes del consentimiento de los
gobernados; que siempre que una forma de
gobierno tiende a destruir esos fines, el
pueblo tiene derecho a reformarla o abo-
liría, a instituir un nuevo gobierno que se
(120) "De la Declaración de Independencia,
historiadores ingleses han dicho que no era un
documento original, que debía la mayor parte de
sus ideas a Locke y que la América había tomado
a Inglaterra ¡a doctrina que la emancipaba de In-
glaterra. Eso no es cierto más que parcialmente.
Jefferson mismo fuá el primero en decir: «Yo no
consideraba que fuese de ningún modo mi misión
inventar Ideas enteramente nuevas, ni expresar
sentimientos que no hayan existido antes». Lo
que se le había pedido, por el contrario, era expre-
sar, bajo una forma sencilla y ciara, ideas que
habían llegado a ser las de un gran número de
americanos Lo había logrado. La originalidad es-
taba, no e»i las ideas, sino en el hecho de que esas
ideas, por la primera vez, se convirtiesen en la
carta de una nación y pasaran del dominio de la
teoría al de la práctica.
"Además había en la Declaración algo más que
una paráfrasis de los tratados /le Locke. Jefferson,
como los ingleses del siglo XVII, era .gran lector
de los franceses en el siglo XVIII y estaba bajo la
influencia de su filosofía optimista. Los realistas
del Congreso se hubiesen contentado con la enu-
meración clásica de ¡os derechos del hambre: vida,
libertad, propiedad. Jefferson sustituyó a la pro-
piedad por ¡a obtención de la felicidad y «es esta
austltución lo que da a! documento la nota de
Idealismo que hace eternamente humano su recla-
mo». Estas palabras son las que entonces inspi-
raron a las masas, todavía privadas de sus dere-
chos políticos, la esperanza de que la Revolución
se habí» hecho para ellas tnnto como para las cla-
res medias" (Maurois, A.. Htetoire des Etats-Unis,
Pig. 170, Ed, Malson Francaise, Mueva York, 1943).
funde en dichos principios, y a organizar
sus poderes en aquella forma que a su jui-
cio garantice mejor su seguridad y su feli-
cidad. La prudencia aconseja, en verdad,
que no se cambien por motivos leves y tran-
sitorios gobiernos largo tiempo estableci-
dos; y, en efecto, es de común conocimiento
que la humanidad está más dispuesta a
sufrir, mientras sean tolerables sus males,
que hacerse justicia aboliendo las prácti-
cas a que está acostumbrada. Sin embargo,
cuando una larga serie de abusos y usur-
paciones, dirigida invariablemente hacia el
mismo objetivo, demuestra el designio de so-
meter al pueblo un despotismo absoluto, es
su derecho, es su deber, derrocar ese go-
bierno y establecer nuevas garantías para
la futura seguridad. Tal ha sido el pacien-
te sufrimiento de sus colonias; y tal es aho-
ra la necesidad que las obliga a reformar
su anterior sistema de gobierno. La histo-
ria del actual rey de la Gran Bretaña es
una historia de repetidos agravios y usur-
paciones, encaminados todos directamente
hacia el establecimiento de una tiranía ab-
soluta sobre estos estados. En prueba de
esto, sometemos los hechos al juicio de un
mundo imparcial."
"Aquí los colono» exponen sus querellas espe-
cíficas que, en síntesis, son: la usurpación o es-
carnio por parte del Rey de los derechos legisla-
tivos de los colonos, inclusive el cierre de sus le-
gislaturas; las trabas impuestas a la justicia por
su dominio absoluto de los tribunales y su dene-
gación del derecho a Juicio por Jurado, el mante-
nimiento de un ejército permanente entre los
colonos en tiempo de paz y sin su consentimien-
to; el ejercicio de la autoridad militar por encima
de la civil; la imposición de tributos sin el con-
sentimiento de los colonos —«la Imposición de
tributos sin representación es tiranía» fue el grito
de combate de los colonos—; y otros acios hosti-
les que provocaban la insurrección en las colo-
nias.
"Sigue entonces una declaración de la actitud
de los colonos haciii «sus hermanos ingleses» que,
como el Bey, «han permanecido sordos a las voces
de la justicia y de la sangre». A este párrafo sigue
la declaración de Independencia,
"Por todo lo expuesto, nosotros, los Re-
presentantes de los Estados Unidos de Amé-
rica, reunidos en Congreso General, apelan-
do a la rectitud de nuestras intenciones an-
te el Supremo Juez del Universo, y en nom-
bre y por autoridad del buen pueblo de
estas colonias, solemnemente proclamamos
y declaramos: Que estas Colonias Unidas
son, y por derecho deben ser, Estados Li-
bres e Independientes; que quedan exen-
tas de toda fidelidad a la corona inglesa,
y que todo lazo político entre ellas y el Es-
tado de Gran Bretaña queda y debe que-
dar completamente roto; y'que como tales
Estados Libres e Independientes, tienen
pieno poder para declarar la guerra, hacer
la paz, concertar alianzas, organizar su co-
mercto, y realizar todos aquellos actos y
providencias a que tienen derecho los Es-
tados Independientes. Para sostener esta
Declaración, con firme confianza en la pror
lección de la Divina Providencia, empeña-
mos mutuamente nuestras vidas, nuestras
haciendas, y nuestro más sagrado ho-
nor." (121)
Una vez declarada la independencia de
los trece nuevos Estados, quedaba por resol-
ver el problema de la unión de todos ellos
para formar lo que se llamó los Estados
Unidos de América. Con ese objeto y como
punto de partida institucional de la nue-
va organización federativa, los delegados
de las antiguas colonias, ahora Estados in-
dependientes y soberanos, celebraron un
acuerdo con el nombre de Artículos de Con-
federación y Perpetua Unión entre los Es-
tados.
Apenas habían transcurrido dos semanas
de la declaración de independencia, el Con-
greso decidió preparar el plan de confede-
ración, pero la elaboración de éste se de-
rnoró hasta el 15 de noviembre de 1777 en
que el Congreso sancionó los Artículos de
•Confederación y Perpetua Unión entre los
Estados, enviándolos de inmediato a cada
uno de los Estados para su ratificación,
con lo que se inauguraba el sistema de ra-
tificarse por cada Estado los actos de na-
turaleza constituyente de origen nacional.
Los Estados ratificaron el documento den-
tro del plazo de un año, con la única ex-
cepción de Maryland que lo hizo en marzo
de 1781. Recién entonces entraron en vi-
gor los "Artículos de Confederación y Per-
petua Unión entre los Estados" ( 122 ). Por
(121) Compilación del Wpa Writers' Program.
Versión española de la Oficina Central de Traduc-
ciones. Secretarla de los Estados unidos., publica-
ción núm. 64.
(122) "Los Artículos Ae la Confederación otor-
gaban de hecho el ejercicio de las funciones fede-
rales a un Congreso completamente análogo a los
Congresos continentales; es decir, a xin Congreso
compuesto de delegados de los diferentes Estados,
y en cuyas decisiones éstos debían tener un voto
igual en absoluto. Ningún Estado, se disponía,
tendría voto en el Congreso si no estaba represen-
tado por dos delegados a lo menos, y ningún Es-
tado podía enviar más de siete de'es;ados: pero con
dos {• con siete, sólo había lugar a un voto; era.
pues, preciso que los delegados se pusieran de
acuerdo. El gobierno así constituido se deslomaba
oficialmente como Los Estados Unidos reunidos en
Congreso (The United States in Conqress Assem-
bíetl). El ejercicio de las funciones representativas
estaba liberal y completamente asegurado. Los
diversos Estados, en cuanto se refiere a sus rela-
ciones con las potencias extranjeras, le estaban
totalmente subordinados; sólo él debía dirigir las
negociaciones Internacionales y sancionar las In-
teligencias pactadas con el extranjero; tenía la
dirección del ejército y de la flota de lf>. Confede-
ración; gestionaba la Hacienda federal, los emprés-
titos y los gastos necesarios para el gobierno co-
considerar que se trata de un documento
de primordial importancia, lo reproducimo
íntegramente.
ARTÍCULOS DE CONFEDERACIÓN Y PERPETUj
' ' VNION ENTRE LOS ESTADOS
A todos los que. las presentes vieren, los que sus
cribimos. delegados por los Eetados cuyos nombre
agregamos a los nuestros: salud. ,,
Considerando que los delegados de lo
Estados Unidos de América, reunidos ei
Congreso, convinieron el día 15 de noviem
bre del año del Señor 1777, segundo de 1¡
independencia de la América, en ciertos ar
tículos de confederación y perpetua uniói
de los Estados de Nueva Hampshire, Bahú
de Massachussetts, Rhode Island y anexos
Connecticut, Nueva York, Nueva Jersey
Pensylvania,' Delaware, Maryland, Virginia
Carolina del Norte, Carolina del Sur j
Georgia, al siguiente tenor:
Artículos de Confederación y Perpetua
Unión entre los Estados de Nueva Hamps-
hire, Massachussetts, etcétera, etcétera.
Artículo 1° Esta Confederación se de-
nominará Estados Unidos de América.
Art. 2° Cada Estado conserva su sobera-
nía, libertad e independencia, y toda juris-
dicción, facultades y derechos que por la
presente Confederación no se hubieren de-
legado expresamente al Congreso de los
Estados Unidos.
Art. 3° En virtud de la presente, los Es-
tados celebran individualmente entre sí una
firme alianza de amistad para su defensa
común, el sostenimiento de sus libertades
y su bienestar mutuo y general, y se obli-
gan a protegerse recíprocamente contra
toda violencia o ataque inferidos a todos o
a cualquiera de ellos, sea por causa de re-
ligión, soberanía, comercio o cualquier otro
motivo.
Art. 4° Para mejor asegurar y perpetuar
la amistad y las mutuas relaciones que de-
ben existir entre los ciudadanos de los di-
versos Estados de esta Unión, los habitan-
tes libres de cada uno de ellos, con excep-
ción de los mendigos, vagos y prófugos de
la justicia, gozarán de las prerrogativas e
inmunidades de ciudadanos libres en todos
los demás, pudlendo transitar libremente
de un Estado a otro y disfrutar en todos de
las franquicias de tráfico y comercio, que-
dando sujetos en cada Estado a pagar los
mún; fijaba e! valor de la moneda y el patrón de
pesas y medidas, síend¿ el arbitro en las quere-
llas entre los Estados; en suma, constituía la uní-,
ca autoridad superior en las materias importantes
de Interés para los Estados todos de la Confedera-
«•ion; su posición representativa «ra eminente y
completa" (Woodrow Wilson, El Estado, trad. de
Arlolfo Posada, t. 2 pág 220. § 1068. Ed. Victo-
riano Suárez, Madrid, 1904). .
mismos derechos e impuestos y a sufrir las
mismas restricciones que reporten los ha-
bitantes de éste, en la inteligencia de que
dichas restricciones no lleguen a impedir a
los dueños de bienes importados al suelo de
un Estado que puedan trasladarlos al de su
residencia, y además, que ningún Estado
podrá establecer derechos e impuestos o
restricciones sobre las propiedades de los
Estados Unidos o de cualquiera de ellos en
particular.
Toda persona que, hallándose sentencia-
da o acusada de traición o de cualquier
otro delito grave del orden común en un
Estado, se hubiere fugado de la justicia y
se encontrare en cualquiera de los Estados
Unidos, será entregada, a pedimento del go-
bernador o poder ejecutivo del Estado de
que se fugó, y conducida al Es'tado que ten-
ga jurisdicción para conocer de su delito.
Se dará entera fe y crédito a los regis-
tros, actos y procedimientos judiciales de los
tribunales y magistrados de cualquier Es-
tado en todos los demás.
Art. 59 Para la más conveniente admi-
nistración de los intereses generales de los
Estados Unidos, se nombrarán delegados
anualmente de la manera que disponga, la
legislatura de cada Estado, y dichos dele-
gados se reunirán en Congreso el primer
lunes de noviembre de cada año, reserván-
dose los Estados la facultad de remover a
todos o algunos de sus delegados en cual-
quier período durante el mismo año, y sus-
tituirlos con otros por el tiempo que faltare.
La representación de un Estado no podrá
constar de menos de dos delegados, ni ex-
ceder de siete. Nadie podrá ser delegado
por más de tres años, en un período de seis
años; y los delegados no podrán obtener
ningún empleo del orden civil por nombra-
miento de los Estados Unidos en virtud del
cual ellos por sí mismos, o mediante otra
persona, deban percibir sueldos, derechos o
emolumentos de cualquier clase que sean.
Cada Estado mantendrá a sus delegados
durante las sesiones del Congreso, y mien-
tras funcionen como miembros de la comi-
sión de los Estados.
En las determinaciones del Congreso, ca-
da Estado tendrá un voto.
La libertad de la discusión no podrá ser
objeto de juicio o investigación en ningún
tribunal o lugar fuera del Congreso; sus
miembros serán protegidos en sus perso-
sonas; no podrán ser arrestados ni en su
viaje con motivo de las sesiones, ni mien-
tras éstas duren, salvo por traición, delito
grave del orden común o alteración de la
paz pública.
Art. 6? Los Estados en particular no po-
drán sin el consentimiento del Congreso ge-
neral enviar ni recibir embajadas, celebrar
ninguna conferencia, convenio, alianza o
tratado con ningún rey, principe o Estado.
Las personas que desempeñen empleos lu-
crativos o concejiles, sea de los Estados
Unidos o de algún Estado en particular, no
podrán aceptar presentes, emoluciones, em-
pleos ni títulos extranjeros. Ni el Congre-
so de los Estados Unidos, ni ningún Estado
en particular, podrá conferir títulos de no-
bleza.
Dos o más Estados no podrán celebrar
ningún tratado, confederación o alianza
sin el consentimiento del Congreso de los
Estados Unidos, quien en caso de darlo de-
berá especificar distintamente su objeto y
la duración del tratado.
Los Estados no podrán establecer impues-
tos o derechos que quebranten las estipu-
laciones de los tratados celebrados por el
Congreso de los Estados Unidos con algún
rey, príncipe o Estado, a consecuencia de
los tratados ya propuestos por el Congreso
a las Cortes de Francia y España.
En tiempo de paz, los Estados no podrán
tener más buques de guerra que los que el
Congreso de los Estados Unidos estimare
necesario para la defensa de los mismos
Estados o la protección de su comercio, ni
mantener un ejército más numeroso que el
que el mismo Congreso juzgare necesario
para guarnecer las fortalezas construidas
con, el objeto de defenderlos. Pero cada Es-
tado, en todo tiempo, deberá mantener
cuerpos de milicia bien disciplinados y su-
ficientemente armados y equipados, y se
proporcionará y tendrá siempre listo para
el servicio de los almacenes o depósitos pú-
blicos la competente artillería y tiendas de
campaña, y la cantidad proporcionada de
armas, municiones y equipo de campamen|
.to,.
Ningún Estado podrá, sin el consenti-
miento de los Estados Unidos, empeñarse
en una guerra, salvo el caso de hallarse de
hecho invadido por enemigos, o de que hu-
biere recibido noticia cierta de que alguna
nación de indios haya resuelto invadir su
territorio, y el peligro sea tan inminente
que no dé lugar a que se consulte al Con-
greso. Tampoco podrán los Estados armar
buques de guerra, ni expedir patentes de
corso o represalia, a no ser en el caso de
que el Congreso hubiere hecho una decla-
ración de guerra, y entonces sólo podrán
hacerlo contra el reino o Estado a que se
haya hecho tal declaración y contra sus
subditos, observando las disposiciones regla-
mentarias prescritas por el mismo Congre-
so, o en el evento de que estuvieren infes-
tados de piratas, en cuyo caso podrán ar-
mar y mantener buques de guerra míen-
tras dure el peligro, o hasta que el Con-
greso disponga otra cosa,
Art. 79 Siempre que algún Estado deba
levantar fuerzas de tierra para la defensa
común, tocará a su legislatura nombrar o
disponer la manera de nombrar a toda la
oficialidad desde el grado de coronel para
abajo, debiendo suministrar el mismo Es-
tado los reemplazos que fueren necesitán-
dose.' ' " ; • • •• • . • - '••'''-^ •••'-'
Art. 8<? Los gastos de guerra y todos los
demás que por disposición del Congreso de-
ban erogarse para la defensa y el bien co-
mún, se expensarán por el tesoro general.
Este se formará del contingente de los Es-
tados que en cada uno será proporciona-
do al valor de los terrenos que posean sus
habitantes, en virtud de concesión o medi-
ción del mismo Estado, debiéndose calcu-
lar ese valor, así como el de los edificios
construidos en dichos terrenos y de las me-
joras que hayan tenido, de la manera que
vaya prescribiendo el Congreso en lo suce-
sivo. Las legislaturas de los Estados im-
pondrán y recaudarán las contribuciones
necesarias para pagar sus contingentes en
el tiempo que señale el Congreso;
Art. 99 Sólo el Congreso de los Estados
Unidos tendrá facultad: para declarar la
guerra o hacer la paz, salvo en los casos
previstos en el artículo 69; enviar y recibir
embajadores; celebrar tratados y alianzas,
no debiendo contener los tratados de co-
mercio ninguna cláusula que impida, a las
legislaturas de los Estados en particular,
imponer a los extranjeros derechos o con-
tribuciones iguales a los que tengan que
reportar sus ciudadanos, ni que prohiba la
exportación o importación de ninguna cla-
se de géneros o mercancías; expedir reglas
para determinar cuáles son las capturas de
mar y tierra que deban tenerse por legales,
y la manera de repartir las presas hechas
por el ejército y la marina de los Estados
Unidos; expedir patentes de corso y repre-
salias en tiempo de paz; establecer tribu-
nales de justicia para juzgar los casos de
piratería y delitos graves cometidos en alta
mar, y para conocer y resolver en apelación
de todos los casos de capturas, no pudien-
do ningún miembro del Congreso ser nom-
brado magistrado de algunos de estos tri-
bunales.
El Congreso de los Estados Unidos juz-
gará en única instancia de todas las dispu-
tas y diferencias suscitadas o que pudieren
suscitarse en lo sucesivo entre dos o más
Estados sobre límites, jurisdicción o cual-
quiera otra materia, cuya facultad ejercerá
de esta manera: luego que el poder legisla-
tivo o ejecutivo de cualquiera de los Estados
contrincantes, o algún agente legalmente
nombrado por el mismo, presentare escrito
al Congreso haciendo relación de los he-
chos y pidiendo que se le oiga, se correrá
traslado por orden del Congreso al poder
legislativo o ejecutivo del otro Estado, seña-
lándose un día para que comparezcan las
partes por medio de sus agentes legales,
quienes, de común acuerdo, nombrarán co-
misionados o jueces que formen el tribunal
que deba examinar y resolver el asunto
controvertido. Si no pudieren ponerse de
acuerdo, el Congreso íprmará una lista de
tres personas por cada Estado, y de esta
lista cada parte irá borrando alternativa-
mente un nombre, comenzando por la ac-
tora, hasta que el número quede reducido
a trece; de éste se escogerá por suerte, en
presencia del Congreso, un número que no
podrá exceder de nueve ni bajar de siete,
conforme lo disponga el mismo Congreso.
Las personas nombradas en esta forma, o
cinco de ellas, compondrán el tribunal, re-
solviéndose la controversia según lo que de-
cida la mayoría. En caso de que alguna de
las partes dejare de comparecer en el día
señalado, sin exponer para ello una razón
suficiente a calificación del Congreso, o si
estando presente se rehusare a borrar los
nombres de la lista, lo hará entonces el se-
cretario del Congreso en lugar de la parte
ausente o rebelde, y el juicio o fallo del tri-
bunal nombrado de la manera prescrita
será final y sin apelación. Si alguna de las
partes se negare a someterse a la autoridad
de este tribunal o a comparecer y defender
su acción o causa, el tribunal procederá no
obstante a pronunciar sentencia, la que
será final y decisiva, y en uno y otro caso
remitirá la sentencia y todas las demás pie-
zas de los autos al Congreso, a fin de que
se depositen en sus archivos para seguridad
de las partes interesadas. Cada uno de los
miembros de esta Comisión, antes de co-
menzar a desempeñar su encargo, prestará
juramento ante uno de los magistrados de
la Corte Suprema o Superior del Estado
donde deba conocerse de la controversia,
de que "examinará y resolverá bien y cuida-
dosamente el asunto materia del litigio, se-
gún su leal saber y entender, sin favoritis-
mo, parcialidad ni esperanza de recom-
pensa". Esta disposición debe entenderse
con la restricción de que ningún Estado
podrá ser privado de su territorio para be-
nefició de los Estados Unidos.
Todas las contiendas que se suscitaren
entre particulares acerca de sus derechos
sobre terrenos adquiridos en virtud de con-
cesiones otorgadas por dos o más Estados,
cuyas jurisdicciones por lo que respecta a
esos terrenos y a los Estados que las acor-
daron hayan sido ya ajustadas, alegándose
que dichas concesiones o algunas de ellas
Pi¿!M\i ytergadas antes de haberse recono-
cido la jurisdicción, a pedimento de cual-
quiera de las partes dirigidas al Congreso
de los Estados Unidos, serán resueltas defi-
nitivamente, hasta donde sea posible, de la
manera prescrita para las controversias de
jurisdicción territorial entre los Estados.
El Congreso de los Estados Unidos tendrá
además jurisdicción y facultad exclusiva:
para fijar la liga y valor de la moneda que
se acuñe por disposición suya -o de los res-
pectivos Estados; fijar el tipo de las pesas
y medidas en todos los Estados Unidos; re-
glamentar el comercio y las relaciones con
los indios que no sean miembros de algunos
de los Estados, con tal de que no se infrinja
o viole el derecho que tienen los Estados de
legislar dentro de sus propios límites terrir
tonales; establecer y reglamentar oficinas
de correos de un Estado a otro en toda la
extensión de los Estados Unidos, imponien-
do sobre las cartas e impresos que circulen
por ellos un derecho de franqueo que baste
a erogar los gastos de esas oficinas; nom-
brar a todos los oficiales de las fuerzas de
tierra que estén al servicio de los Estados
Unidos, con excepción de los oficiales de los
regimientos; nombrar igualmente a los de
las fuerzas navales, y proveer todos los em-
pleos militares del servicio de los Estados
Unidos; fijar reglas para el gobierno y or-
ganización de las fuerzas de mar y tierra,
y dirigir todas sus operaciones.
El Congreso de los Estados Unidos tendrá
íacultad para nombrar una comisión, que
celebrará sus sesiones durante los recesos
del mismo Congreso, llamada Comisión de
los Estados, la cual se compondrá de un
delegado por cada Estado; nombrar asimis-
mo las demás comisiones o empleados civi-
les que fueren necesarios para la adminis-
tración de los negocios públicos de los Es-
tados Unidos, bajo su dirección; nombrar
auno de sus'miembros'para que presida las
sesiones, no pudiendo el presidente durar
en este cargo más de un año en un período
de tres años; formar el presupuesto de las
cantidades de dinero que deban recaudarse
para el servicio de los Estados Unidos, el
de los gastos públicos, y cubrir éstos con
las cantidades recaudadas; levantar em-
préstitos y emisiones; crear y equipar la
marina; determinar la fuerza numérica de
que debe constar el ejército, y hacer requi-
siciones de los contingentes que deba dar
cada Estado, los cuales serán proporciona-
dos al número de sus habitantes blancos y
serán obligatorios para los Estados. La le-
gislatura de cada uno de éstos nombrará a
'is oficiales de los regimientos levantados
su territorio, y dará a sus tropas unifor-
mes, armas y equipos militares a expensas
de los Estados Unidos. Estas tropas se pre-
sentarán en los lugares y fechas que desig-
nare el Congreso. Si el mismo Congreso, en
vista de las circunstancias, juzgare conve-
niente que un Estado no levante fuerzas, o
levante menos de las que le tocan de con-
tingente, y que otro las levante en un nú-
mero que exceda del suyo, podrá así dispo-
nerlo, y entonces este excedente recibirá su
oficialidad, armamento y equipo en la for-
ma prescrita para el contingente ordinario,
a no ser que la Legislatura del último juz-
gue que peligraría su tranquilidad saliendo
de su territorio toda la fuerza excedente, en
cuyo caso sólo saldrá la parte que la misma
Legislatura estime que puede salir conve-
nientemente, y sólo para ésta nombrará
oficiales y dará los uniformes, armas y
equipos que se necesitaren, debiendo pre-
sentarse en el lugar que señalare el Con-
greso y en el tiempo que el mismo fije.
El Congreso de los Estados Unidos no po-
drá sin el consentimiento de nueve Estados
por lo menos: empeñarse en una guerra;
conceder patentes de corso o represalias en
tiempo de paz; celebrar tratados de alian-
za; acuñar ni fijar el valor de la moneda;
determinar las sumas que sean necesarias
para la defensa y bienestar de los Estados
Unidos, o de algún Estado en particular;
emitir billetes de crédito de los Estados Uni-
dos; formar el presupuesto de los gasos pú-
blicos; señalar el número de los buques de
guerra que deban construirse o comprarse,
o el número de las fuerzas de mar y tierra
que deba levantarse, ni nombrar un coman-
dante jefe del ejército o de la marina. Nin-
gún asuntó podrá resolverse de otra ma-
nera que por votación de la mayoría de los
Estados, excepto el de levantar sus sesiones
y aplazarlas de un día para otro.
El Congreso podrá suspender sus sesiones
y entrar en receso en cualquier época del
año, volviendo a reunirse en cualquier pun-
to de los Estados Unidos. El tiempo de los
recesos no podrá exceder de seis meses, y el
Congreso publicará cada mes las actas de
sus sesiones, con excepción de aquella parte
de las mismas que refiriéndose a los tra-
tados diplomáticos, alianzas u operaciones
militares, requieran secreto a su juicio. Se
hará constar en dichas actas los votos que
se dieren por la afirmativa y por la nega-
tiva, cuando así lo pidiere algún delegado,
y se dará a los delegados de cada Estado
o a uno de ellos, a, su pedimento, copia de
las mismas actas, para que la remitan a las
legislaturas de sus Estados, exceptuándose
aquellas partes que deban ser reservadas.
Art. 10. Durante el receso de las sesio-
nes, la Comisión de los Estados o nueve de
sus miembros podrán desempeñar aquellas Unión será perpetua. En testimonio de 16
facultades del Congreso que los Estados cual hemos firmado la presente' en pleno
Unidos o nueve de ellos crean conveniente Congreso. Hecho en Filadelfia, el día 9 de
delegarles de vez en cuando, siempre que julio, en el año del Señor 1778, y tercero
no se les delegue facultades para cuyo ejer- de la independencia de la América ( ) 2 3 ).
cicio se requiera el consentimiento de nueve , (Siguen firmas.)
Estados reunidos en Congreso, según los ar- Los Artículos de Confederación conte-
tículos de esta Confederación. nían la aspiración de unidad que alentaban
Art. 11, En caso de que el Canadá acepte las colonias y cuyo desarrollo histórico he-
esta Confederación y apruebe las medidas mos reseñado anteriormente, pero no sumi-
adoptadas por los Estados Unidos, será re- nistraban los medios prácticos de hacerla
cibido en esta Unión y tendrá derecho a efectiva, porque el gobierno general crea-
todas las ventajas que ella proporcione; do carecía de todos los recursos necesarios
pero no se podrá admitir en ella a ninguna a ese fin. La situación se hizo caótica e in-
otra colonia, a no ser que nueve Estados soportable, hasta que se dictó la Constitu-
consientan en su admisión. ción de 1787.
Art. 12. Todos los billetes de crédito que Benjamín Harrison, ex presidente de los
fe han emitido, los empréstitos que se han Estados Unidos, explica lo ocurrido en la
levantado y las deudas que se han contraí- siguiente forma: "Los trece Estados origi-
do por el Congreso o con su autorización*, nales estaban organizados como Estados, y
antes de la unión de los Estados Unidos en cada uno de ellos había adoptado su Cons-
virtud de la presente Confederación, se titución antes que la de los Estados Unidos
tendrán y considerarán como deudas de fuer^i formada y adoptada, salvo Connecti-
los Estados Unidos, y a su pago y satis- cut, donde la carta de 1662 continuó en
facción se comprometen solemnemente los vigor como la ley orgánica del Estado has-
mismos Estados Unidos y se empeña la fe ta 1818; y Rhode Island, donde la carta
pública. de 1663 estuvo igualmente en vigor has-
Art. 13. Los Estados sostendrán todas ta 1842. Todos los poderes de gobierno .per-
las disposiciones que diere el Congreso de tenecían a los Estados, salvo algunos que,
los Estados Unidos sobre asuntos que en por virtud de un' convenio entre aquéllos
virtud de esta Confederación le están so- llamado «Pacto de confederación y perpe-
metidos. Cada Estado observará inviolable- tua unión», se habían cedido al Congreso
mente estos artículos, y la Unión será per- continental. Los poderes conferidos al Con-
petua: no podrá hacerse ninguna modifi- greso por el pacto de confederación eran
cación en ellos, a menos de que sea con el vagos e ilusorios. Eran prácticamente na-
consentimiento del Congreso de los Estados da; porque cuando se confería un poder se
Unidos y la ratificación de la Legislatura negaban los medios de ejercitarlo. No hubo
de cada Estado. unión efectiva de los Estados, ni algo que
Y como plugo al Regulador Supremo de pudiera llamarse gobierno nacional, hasta
las Sociedades disponer los ánimos de los que se adoptó la Constitución de 1787. An-
legisladores de cada uno de los Estados que tes de esto, teníamos un Congreso consis-
representamos a aprobar y autorizarnos tente en un solo cuerpo de. delegados.
para ratificar los artículos que preceden de das las votaciones eran tomadas por Esta-
Confederación y perpetua Unión: Sabed, dos: una mayoría de delegados por ufl
por tanto, que Nos, los infrascritos delega- Estado decidía del voto de ese Estado. Nc
dos, obrando en virtud de la facultad y au- había Senado ni departamento ejecutivo y;
torización que al efecto se nos dio, por me- prácticamente, ni judicial. El Congreso, ya
dio de la presente, en nombre y represen- fuera en cuerpo o ya por medio de sus co-
tación de nuestros respectivos comitentes, misiones, desempeñaba las funciones ej< ju-
ratificamos y confirmamos plenamente to- tivas indispensables: comisionados oficiales
dos y cada uno de dichos Artículos de Con- levantaban el impuesto y hacían los gastos
federación y perpetua Unión, y todas y conducían los asuntos diplomáticos, revisa-
cada una de las materias que en ellos se ban cuentas y ejercían ciertas funcione!
contienen. Además empeñamos y compro- judiciales. Aquello era un débil intento dí
metemos la fe de nuestros respectivos co- organizar un gobierno y correspondió a si
mitentes, prometiendo que sostendrán las propósito mientras duró el peligro común
decisiones del Congreso de los Estados Uni- de una dominación británica. Cuando esa
dos en todas las cuestiones que le estén so- amenaza dejó de existir por la paz de 1783
metidas en virtud de dicha Confederación,
que los Artículos de ésta serán inviolable- (123) Pereyra, C., La Constitución de los
mente observados por los Estados que res- fados 'Unidos, págs. 292-305, Ed. América, Ma
pectivamente representamos, y que esta dr:cl. s/f.
el egoísmo y los celos de los Estados se in-
tensificaron y amenazaron con romper los
débiles lazos que los tenían unidos. El Con-
greso llegó a ser el hazmerreír del país y
los mejores hombres evitaban entrar en él.
Había contraído deudas para sostener la
guerra, y como los Estados descuidaban o
rehusaban pagar sus cuotas, se protestaron
documentos contra el Congreso, y éste que-
dó desconceptuado porque no tenía facul-
tades para imponer y cobrar contribuciones.
Había celebrado tratados de comercio con
naciones extranjeras, y los Estados se .ne-
garon a aceptar en sus puertos los privile-
gios garantizados por tratados. El Congreso
era la burla y el blanco de los celos y del
escarnio. Se pedían grandes cosas a hom-
bres que no podían hacer nada.
"Cada Estado había hecho sus propias
tarifas. Si uno, con el objeto de hacer di-
nero y pagar sus deudas apremiantes, fi-
jaba una cuota alta a la importación de
mercancías extranjeras, otro adoptaba tina
cuota baja para atraer el comercio a sus
puertos. De aquí que fuera imposible para
los Estados hacer buen uso de la facultad
de imponer derechos a las mercancías ex-
tranjeras. Además, el comercio entre los
Estados era estorbado y las alcabalas, que
cobraban unos Estados sobre mercancías
procedentes de otros, engendraban malos
sentimientos. Nueva York estableció un de-
recho sobre la leña que venía por la sonda
de Long Island desde el Estado de Connec-
ticut y sobre hortaliza que cruzara el río
de Hudson procedente de Nueva Jersey. De
esto y de muchas otras cosas semejantes
vino la convicción en el ánimo de nuestros
estadistas de que era necesaria «una unión
más perfecta»; de que debíamos tener un
gobierno nacional al cual se le confiaran
todos los poderes generales, especialmente
los que afectaban nuestras relaciones con
las naciones extranjeras y las relaciones de
los Estados unos con otros, e incluyendo los
que fueran necesarios para la defensa ge-
neral y el bien público. No es posible entrar
aquí en detalles de los acontecimientos tan
intensamente interesantes y de las discu-
siones que obligaron al fin al pueblo de los
Estados a conferir con repugnancia al go-
bierno general un poder nacional adecuado
a sus fines. Algunos de nuestros estadistas
de aquel tiempo eran sabios y desinteresa-
dos, vagamente entreviendo la gloria del
porvenir; pero celos mezquinos de los Esta-
dos y un temor pueril de que la unión opri-
miera a los Estados, estuvieron a punto de
Imposibilitar su formación. Parecía que el
gobierno general que se proponía fuera un
extranjero en su dirección y propósitos y
como si las facultades que se pedían cons-
tituyeran la enajenación de las libertades
del pueblo. Así pues, cuando se discutió la
Constitución de los Estados Unidos, la cues-
tión prácticamente fue: ¿Qué poderes con-
sentirá el pueblo de los Estados quitar a és-
tos para dárselos al gobierno nacional? La
contestación se expresó en la Constitu-
ción" (124). .
Vencidas las principales dificultades que
se opusieron a la formación de la gran na-
ción americana, una convención reunida
en Filadelfia sancionó la Constitución de
los Estados Unidos organizando el sistema
federal en su doble carácter de Estados au-
tónomos y de Estado nacional en el que to-
dos los Estados miembros se hallaban com-
prendidos. ,
Dice Benjamín Harrison: "La Constitu-
ción de los Estados Unidos fue formada por
una convención que se reunió en Filadelfia
el 14 de mayo de 1787, y acabó sus labores
el 17 de septiembre de ese mismo año. El
artículo séptimo dice: «La ratificación de
las convenciones de nueve Estados bastará
para que esta Constitución se establezca
entre los Estados que así la ratifiquen». El
21 de junio de 1788, y aun antes, la Consti-
tución había sido ratificada por los siguien-
tes Estados, en el orden en que se les men-
ciona: Delaware, Pensylvania, Nueva Jer-
sey, Georgia, Connecticut, Massachusetts,
Maryland, Carolina del Sur y Nueva Ham-
pshire. Los otros Estados ratificaron como
sigue: Virginia, 26 de junio de 1783; Nueva
York, 26 de julio de 1788; Carolina del Nor-
te, 21 de noviembre de 1789; Rhode Island,
29 de mayo de 1790. El gobierno constitu-
cional quedó establecido al tomar posesión
Washington de la presidencia de la repú-
blica en Nueva York, 30 de abril de 1789.
El Congreso se había reunido desde el día 4
de marzo, pero no pudo conseguirse quo-
rum en ambas cámaras hasta el día 6 de
abril" (125).
Por primera vez en la historia de la hu-
manidad se estructuraba una república
democrática, sobre la base de la sobera-
nía popular y de los derechos del hombre,
de acuerdo con los siguientes principios:
a) una Constitución escrita o ley funda-
mental creadora del orden jurídico y del
sistema de gobierno; b) un gobierno for-
mado por tres poderes, con carácter de po-
deres constituidos, respecto del poder cons-
tituyente y subordinados en su funciona-
miento a los preceptos constitucionales;
c) la soberanía popular como fuente de
todo poder; d) la igualdad ante la ley;
(124) Harrison. B., Vida constitucional de los-
Estados Unidos, pág. 7, Biblioteca Interamerica-
na, Nueva York, 1919.
(125) Harrison, B., op. cit., pág. 3.
e) los derechos políticos para todos los
ciudadanos; f ) los derechos del hombre re-
lativos a la libertad para todos Io/s habitan-
tes; g) división e interdependencia de los
poderes del gobierno; h) gobierno represen-
tativo por elección popular directa o indi-
recta en sus tres poderes; i) periodicidad
en el ejercicio de las funciones políticas;
j) responsabilidad de todos los íuncionarios
públicos; k) publicidad de los actos; 1) in-
dependencia del poder judicial como poder
público; 11) atribución del poder judicial de
declarar la inconstitucionalidad de leyes y
decretos; m) limitación de las facultades
de todos los funcionarios; n) gobierno de
la ley y no el de los hombres encargados de
cumplirla o de hacerla cumplir.
Las vicisitudes de la vida institucional de
los Estados Unidos se hallan consignadas
en las veintiuna enmiendas de su Consti-
tución.
Damos a continuación el texto íntegro de
la Constitución de los Estados Unidos con
sus veintiuna enmiendas para que el lec-
tor tenga ante sus ojos la totalidad del do-
cumento tal como está hoy en vigencia,
pero conviene tener presente las fechas en
que esas enmiendas se realizaron, porque
cada una de ellas es un jalón en la evolu-
ción institucional de los Estados Unidos.
La reunión de la Convención Constitu-
yente y sus tareas para redactar, sancionar
y hacer ratificar la Constitución de los Es-
tados Unidos, la encontramos breve y ex-
presivamente narrada por el profesor Do-
niel L. Marsh en su Canon americano, y de
ahí la tomamos para ofrecerla al lector co-
mo la información más conveniente en un
trabajo de esta índole.
v Dice Marsh: "De 1783 a 1787 pudieron
observarse fuerzas desquiciadoras en acción.
Se hizo evidente un estado de anarquía. El
crédito no existía. El Congreso recomendó
a los diversos Estados la aplicación de me-
dios para hacerse entradas y los Estados ni
siquiera se dieron por entendidos de las re-
comendaciones. El Congreso emitió papel
moneda y los ciudadanos, en mofa, empa-
pelaron sus cuartos con los billetes. El ejér-
cito demandaba su paga y el Congreso no
tenía con qué pagar. El ejército se rebeló y
un destacamento de soldados disgustados
sitiaron nada menos que la casa de go-
bierno en Filadelfia, donde efectuaba sus
reuniones el Congreso. Visto lo cual el Con-
greso se trasladó a Princeton, en Nueva
Jersey y más tarde a Nueva York, donde
continuó hasta después de la Convención
Constituyente. Ahora que no había casacas
rojas, las colonias americanas comenzaron
a temerse unas a otras por sobre toda otra
cosa. Por todas partes comenzaron a brotar
incipientes revueltas. Los americanos más
sabios, como, Washington y Franklin, sólo
veían por delante el desorden general. La
anarquía se adueñaba del país. No había
Dios ni ley. Todos los negocios estaban pa-
ralizados. Nada había seguro que no fuera
la desunión entre los Estados.
"Se llamó por fin a una gran Convención
Constituyente que se reunió y trabajó ani-
mada del mismo espíritu que dictara la De-
claración de la Independencia. Presentó al
mundo el espectáculo de una revolución sin
derramamiento de sangre. Fue un cambio
en el programa de gobierno llevado a cabo
por los hombres más eruditos de los Esta-
dos Unidos.
"La Convención Constituyente se reunió
en la sala de la independencia en Filadel-
fia el 25 de mayo de 1787.'Doce de los trece
Estados enviaron sus delegados. El Estado
que faltó fue Rhode Island, que estaba por
el momento abatido y sometido en manos
de demagogos. Los doce Estados eligieron
a setenta y dos de sus más grandes hom-
bres. La mayor asistencia, empero, fue de
cincuenta y cinco y cuando terminó la Con-
vención sólo asistían treinta y nueve. Ben-
jamín Franklin era el más anciano de los
convencionales y uno de los más grandes
hombres de su época y de todas las épocas.
Se eligió a Jorge Washington presidente de
la Convención. No son muchas las naciones
que pueden señalar a uno de sus ciudada-
nos como fundador de la nación con tanta
razón como la que tienen los Estados Uni-
dos de América para dar a Jorge Washing-
ton el título de tal, ni hubo jamás nación
alguna que contara con un ciudadano más
verdaderamente grande como fundador y
como dirigente.
"Debemos -en especial a uno de los más
jóvenes convencionales, Jaime Madison, es-
tudiante político de Virginia, nuestros co-
nocimientos respecto a la labor de la Con-
vención. Sus notas cuidadosamente toma-
das y conservadas, si bien sólo fueron dadas
a la publicidad después de su muerte, nos
dan a conocer en detalle la labor efectua-
da en cuatro meses por aquellos convencio-
nales y nos obligan a considerar con res-
peto el inteligente patriotismo que les ani-
maba.
"Muchos de los convecionales eran hom-
bres jóvenes, pero casi sin excepción eran
hombres educados y de cierta experiencia
—hombres de carácter, de cierto peso y si-
tuación social. Jamás grupo alguno trabajó
con mayor desinterés que estos convencio-
nales. Ninguno de ellos soñaba con hacerse
un nombre. Uno de sus reglamentos les 11-
paba a un secreto absoluto "y la severidad
con que- guardaron este pacto es
nos que imposible de comprender en estos
tiempos en que las cámaras fotográficas,
los diarios y la radio lo dan a conocer todo.
"La labor de la Convención no fue en
momento alguno cosa sencilla. Afrontaba
problemas que parecían ínsolubles y tenía
por delante dificultades al parecer imposi-
bles de vencer. La Constitución misma fue
el resultado de avenencias y componendas
entre los más radicales y los más conserva-
dores de los dirigentes. La cuestión princi-
pal era: ¿Habría de ser el gobierno un go-
bierno federal o sea una mera liga de Esta-
dos, o sería en todo el sentido de la palabra
una unión consolidada? Desde el primer
momento se suscitó el conflicto de opinio-
nes entre los Estados más grandes y los
más pequeños, especialmente en lo que ata-
ñía a la representación en el gobierno; sos-
teniendo los Estados más grandes que la
representación debería resolverse sobre la
base de la población, de los bienes que pa-
garan contribución o ambas cosas a la vez,
en tanto que los pequeños Estados insis-
tían que debería haber igualdad de repre-
sentación en el Congreso nacional, teniendo
éstos exactamente el mismo número de re-
presentantes que aquéllos. La primera teo-
ría se fundaba sobre la filosofía de que una
nueva nación aparecía en el concierto de
las naciones; la filosofía de los segundos
era que los Estados por separado eran sobe-
ranos y absolutos y que estos Estados sobe-
ranos deberían tener paridad de represen-
tacinii en una especie de confederación de
Estados soberanos.
"Algunos de los delegados argüyeron que
ellos tenían poderes tan sólo para revisar
las cláusulas de una confederación, en" tan-
to que otros insistían en que s>e les había
convocado para adoptar una nueva Consti-
tución para una nueva nación.
"Los debates de la Convención fueron
siempre muy dignos, caracterizados, casi
siempre, por un espíritu de gran generosi-
dad. Casi sin excepción se dio paso a los,
principios políticos, desentendiéndose de to-
do prejuicio personal. De vez en cuando los
debates se hicieron agitados y muy de vez
en cuando se oyeron voces que amenazaban
la división. Desde sus comienzos se dejó ver
que la crisis se produciría cuando se entra-
ra a discutir lo relacionado con la repre-
sentación dentro de un Congreso nacional.
El 16 de julio se aceptó la gran transac-
ción mediante la cual se dispuso que ha-
bría dos ramas en el Congreso: la Cámara
i de Representantes (diputados), en la cual
los Estados estarían representados sobre la
base de su población, y el Senado, en el cual
cada Estado estaría representado por el
mismo número de miembros.
'Tras ímproba labor y siempre en un es-
píritu de quita y da la Convención final-
mente convino en los principios que ha-
brían de regir para el Congreso, el jefe del
Estado y el poder judicial. El 26 de julio en-
tró la Convención en receso hasta el día 6
de agosto y durante este tiempo cierta co-
misión de detalles nombrada para el caso
habría de dar a los principios enunciados
una forma practicable. El informe que esta
comisión presentó es la Constitución en
embrión.
"A continuación y durante un mes, a con-
tar desde el 6 de agosto, la Convención
estudió minuciosamente cada frase, cada
palabra de aquel borrador. Se siguió un
debate interesantísimo (™«). El proceder de
(126) Acerca de ese debate creemos Interesante
reproducir la siguiente Información:
"El problema que se planteaba ante la Conven-
ción era difícil de resolver: se trataba de instituir
un gobierno federal sólido sin suprimir los Esta-
dos y sin reducirlos al papel de simples circuns-
cripciones administrativas; las federaciones anti-
guas o modernas no ofrecían ningún modelo que
fuera aplicable a los Estados Unidos. El primer
plan presentado fue el de la delegación vlrginiana.
que había sido preparado cuidadosamente por Ma-
d!son. El poder legislativo estaría confiado a dos
Cámaras. En la primera, los Estados tendrían un
número de representantes proporcionado a su po-
blación o al monto de sus contribuciones. La se-
gunda debía ser elegida por la primera, sobre una
lista presentada por las asambleas legislativas de
cada Estado. El proyecto Igualmente preveía la
creclón de un ejecutivo nacional, sin precisar si
estaría formado por una o varias personas, y de
un cuerpo judicial nacional, constituido por una
o varins cortes supremas y los tribunales subordi-
nados. Este cuerpo Judicial tendría, en concierto
con el ejecutivo, el derecho de revisar las leyes fe-
derales. El control del gobierno central sobre los
gobiernos de los Estados estaría asegurado por el
siguiente medio: las Cámaras nacionales debían
tener un derecho de veto sobre Ins leyes votadas
por los Estados, y el gobierno central podría em-
plear las fuerzas militares de la Unión contra todo
Estado que rehusara cumplir sus obligaciones.
"Un diputado de Carolina del Sud, Charles Pin-
ckney, propuso, por su parte, un plan que no di-
fería más que en ciertos detalles del proyecto vir-
gfniano. En el sistema de Plnckney, la primera
Cámara debía ser elegida proporcionalmente a la
población, pero contando la población negra por
tres quintos, como el Congreso había propuesto
hacerlo para la valuación de las contribuciones
federales. El poder ejecutivo era dnclo a un presi-
dente y las leyes podrían ser revisadas por un con-
sejo, compuesto por el presidente y un cierto nú-
mero de ministros.
"Se tomó por base el plan virginiano y. en prin-
cipio, la discusión progresó con «na rapidez sor-
prendente. Los diputados, en efecto, estaban más
o menos de acuerdo sobre algunos principios esen-
ciales: todos sentían la necesidad de un gobierno
central más poderoso que aqviel de la Confedera-
ción, con excepción de Franklln, que prefería una
única Cámíira, la idea de una legislatura com-
ptiesta de dos Cámaras tenía no pocos partidarios.
La utilidad de Un poder ejecutivo independiente
rtp un cuerpo Judicial federal encontró pocos opo-
sitores Pero una cuestión delicada, aquella ref«-
los que formaron parte de esta Convención
íué tal que se encuentra plenamente justi-
ficado el juicio que le mereció a Jaime Ma-
dison, quien declara: «Sea cual sea el juicio
que merezca la competencia de los arqui-
tectos de la Constitución, o sea cual sea el
destino del edificio por ellos levantado, es-
timo que es mi deber expresar mi honda y
solemne convicción, derivada de la intima
oportunidad que he tenido para observar y
apreciar a la actuación de la Convención,
tanto colectiva cuanto individualmente, de
que jamás ha habido una asamblea de
rente al modo de representación en las Cámaras,
hizo desaparecer la unanimidad. Las delegaciones se
dividieron en dos grupos más o menos Iguales: por
un lado, los grandes Estados que pedían que el
número de los representantes fuera proporcionado
a la población; del otro, los pequeños Estados que
reclamaban la Igualdad, como bajo el régimen de
los Artículos. Tal como lo hizo notar Franklln, los
primeros temían por su dinero y los segundea por
sus libertades.
"A la cabeza de los pequeños Estados, se colt?ó
la delegación de New Jersey, cuyo miembro, Pat-
terson, consternó al partido contrario presentando
un nuevo plan que conservaba el Congreso exis-
tente, con algunas atribuciones suplementarias,
instituía un ejecutivo, pero un ejecutivo plural,
y establecía un cuerpo judicial federal cuyos po-
deres estaban estrictamente limitadles. El único
punto verdaderamente interesante del proyecto
Patterson era el artículo donde se decía que las
leyes y tratados votados por el Congreso serian la
ley' suprema de los diferentes Estados y que sus
jueces habrían de conformarse a ella; como el fu-
turo lo ha demostrado, había allí, para el gobierno
federal, un medio muy sencillo y muy eficaz de
hacerse obedecer en toda la extensión de la unión.
"Es poco probable que Patterson y sus amigos
se hayan hecho Ilusiones sobre las probabilidades
de su proyecto; era una máquina de guerra y, co-
mo máquina de guerra, prestó todos los servicios
que se podían esperar. Las discusiones se agriaron,
tanto más que ellas coincidieron con un calor so-
focante que tenía repercusión sobre los nervios de
los delegados. En uno de los campos, se hablaba- de
recurrir a la espada; en el otro, se dejaba entrever
una posible intervención del extranjero. Los dipu-
tados de Delaware se preparaban, decían ellos, a
retornar a sus casas. El 28 de Junio, la situación
parecía de tal 'modo desesperada que Pranklin,
que no pasaba por muy devoto, de repente pro-
puso implorar la bendición divina sobre los tra-
bajos de la asamblea, abriendo cada día las deli-
beraciones con una plegarla que uno de los pasto-
res de Piladelfia estarla encargado de pronunciar.
La Convención no aceptó esta proposición, por
miedo de revelar al público las disensiones que
existían en su seno, y también porque no tenía
dinero para la remuneración del pastor. Prefirió
recurrir al medio que las asambleas emplean en
casos similares: nombró una comisión. Esta arribó
a un compromiso: la primera Cámara sería elegida
proporclonalmente a la población; en la segunda,
al contrario, todos los Estados, grandes y peque-
ños, tendrían el mismo número de representantes.
A pesar de una resistencia harto viva por parte de
los grandes Estados, el compromiso fue aceptado
el 16 de julio y salvó la obra íntegramente.
"Esta dificultad fue la más grave; pero no la úl-
tima que encontró la Convención. Se entendía que
en la primera Cámara, el número de representan -
hombres, a cuyo cargo haya estado una ta-
rea tan grande y de tan alta responsabili-
dad, cuyos motivos hayan sido más nobles,
o que se hayan dedicado tan exclusiva y
ansiosamente a cumplir como era debido
con la misión que les era encomendada».
"El 8 de setiembre la Convención designó
una comisión de estilo. Estaba ella integra-
da por hombres expertos —hombres que ya
antes habían demostrado ante sus colegas
que poseían extraordinarias dotes de com-
prensión y análisis y eran capaces de em-
tes serla proporcional a la población; pero ¿se
contarían los esclavos, bien que ellos no tuvieron
el derecho del voto? Sobre esta cuestión, Norte
y Sud se encontraron en conflicto; y como ante-
riormente Delawir?, Carolina del Norte amenazó
con retirarse de la Unión. Ahí también el debate
se terminó por un compromiso que había hecho
entrever, desde el principio, el plan Plnckney: los
esclavos fueron contados por los tres quintos de
su número.
"Otro problema surgió todavía a propósito de la.
esclavitud. Los Estados del Norte y del Centro te-
nían, lo hemos visto, muy pocos esclavos, la ma-
yor parte de entre ellos hablan tomado, ya fuera
durante la guerra, o después, las disposiciones para,
liberarlos poco a poco; el espiritu abolicionista era.
ardiente sobre todo en Pensilvania, donde se ha-
bía desarrollado bajo la influencia de los Cuáke-
ros. Sin embargo, no era cosa de imponer al Sud
la abolición de la esclavitud. Eso hubiera traído
la ruptura de la Unión; los Estados sin esclavos
hablaron solamente de prohibir la trata. Ellos en-
contraron un aliado Imprevisto en Virginia, qu«
tenía entonces más esclavos que los que necesi-
taba y que no deseaba nada mejor que cederlos,
contra dinero contante, a los Estados que les fal-
taban. Pero los Estados del extremo Sud, princi-
palmente Carolina del Sud y Georgia, hicieron de
la libertad de la trata la condición sine qua non
de su adhesión.
"En la misma época la Convención discutía una
cláusula de la futura Constitución que tenía por
objeto dar al gobierno central el derecho de re-
glamentar el comercio y votar leyes de navegación.
El Norte daba mucha Importancia a este artículo;
el Sud, que no tenía flota comercial y donde la
industria no existía, temía que los reglamentos
comerciales y las leyes de navegación resultaran
favoreciendo al Norte a sus expensas.
"De este doble antagonismo, surgió,una de esas
extrañas combinaciones que no han sido raras en
la historia política de los Estados Unidos. El Norte
hizo alianza con el extremo Sud, en el asunto d«
la trata contra el Centro y Virginia; consintió en
ella tanto más fácilmente cuanto que el «rhum»
de la Nueva Inglaterra jugaba un papel capital en
el comercio de la «madera de ébano». Gracias a los
votos del Norte, las Carolinas y Georgia hicieron
decidir que la trata no podía ser prohibida por el
gobierno federal antes del 1» de enero de 1808.
En recompensa, estas colonias ayudaron al Norte
a hacer votar la cláusula relativa a las leyes de
navegación.
"Todavía tuvieron lugar largos debates, princi-
palmente sobre la organización del poder ejecutivo
y de la elección del presidente; pero no se vuelve
a encontrar la acrimonia y la violencia que hablan
marcado las discusiones de las cuales acabamos
de dar cuenta" (Pasquet, D., Hist&ire -polltique et
sociale du peuple américaín, t. 1. págs. 291-295,
A. Plcard, París, 1924).
plear el idioma con lucidez, en forma con-
cisa y a la vez expresiva. El estilo literario
final es, casi sin duda, de Gouverneur Mo-
rris. El 13 de setiembre se dio por termi-
nado el trabajo en el borrador y se ordenó
pasarlo en limpio para ser firmado en se-
guida.
"Con relación a este inmortal instrumen-
to de gobierno, escribió el finado Lord
Eryce:
"«La Constitución de los Estados Unidos,
incluidas sus enmiendas, puede ser leida en
alta voz en sólo veintitrés minutos. Es cosa
de la mitad de la Epístola de Pablo a los
Corintios y tan sólo una cuarta parte tan
larga como la Ley de Tierras irlandesas del
año 1881. La historia conoce muy pocos ins-
trumentos que en tan escaso número de
palabras establezca reglas de tan grande
Importancia en relación con una variedad
de materias de tanta entidad y compleji-
dad».
"La Convención se reunió por última vez
el 17 de setiembre. De los cincuenta y cin-
co delegados que se inscribieron al empe-
zar la Convención, asistían ahora tan sólo
treinta y nueve. Ninguno estaba entusias-
mado con los resultados. Todos habían aca-
bado cediendo en alguna cosa parte de sus
convicciones. La Constitución fue de tal ma-
nera el resultado de transacciones que nin-
guno de los miembros de la Convención se
sentía orgulloso de haber sido parte en
ella. En este último día Benjamín Franklin
suplicó que se la aprobara en uno de los
toas convincentes, más hábiles y más im-
presionantes discursos de toda su notable
vida como orador ( 12 '). En el curso de él
(127) El 17 de setiembre de 1787 el Congreso
de Filadelfís, efectuó su última reunión y, con el
objeto de allanar todas las dificultades que se Iban
presentando para que los miembros del cuerpo fir-
masen el documento que acababa de sancionarse,
Benjamín Franklin pronunció el siguiente dis-
curso: "Confieso que en este momento hay varios
puntos de esta Constitución que no apruebo, pero
no sé si no los aprobaré más adelante, pues como
ya he vivido mucho he comprobado que una me-
jor información o un examen más profundo me
han hecho cambiar de opinión en asuntos muy Im-
portantes y lo que en un comienzo he creído jus-
to, luego me ha parecido muy diferente. Por esta
razón es que, a medida que envejezco, me siento
más inclinado a desconfiar de mi propio Juicio y a
respetar más el ajeno. La' mayor parte de los hom-
bres como de las sectas religiosas, se creen en
posesión de toda la verdad y piensan que están en
error los que alientan opiniones diferentes de las
suyas. Steele, que era protestante, decía al Papa
en una dedicatoria que la única diferencia exis-
tente entre las opiniones de nuestras Iglesias res-
pecto a la certeza de la excelencia de sus doctri-
nas reside en el hecho de que la Iglesia romana se
cree infalible y que la Iglesia de Inglaterra se fi-
gura no equivocarse nunca. Aunque muchas gen-
tes tengan tan alta opinión de la propia infalibili-
dad y de la de su secta, pocas lo confiesan tan
expresó una opinión que quizá fue típica de
las convicciones de casi todos los miembros:
que la Constitución no era perfecta, pero
que era lo mejor obtenible y sí no se adop-
taba, el país se deslizaría más y más hacia
la anarquía y el cíaos y el derramamiento
de sangre.
"En este último día el gran Washington
hizo su único discurso de todo el período de
la Convención, y dijo: «Si los Estados re-
chazan esta excelente Constitución, es muy
probable que jamás se presente otra opor-
tunidad para firmar otra en paz: la que
pueda seguir será escrita en sangre».
"La Constitución fue enviada entonces al
Congreso, que celebraba sus sesiones en
Nueva York, para que este cuerpo la reco-
mendase a los Estados con el objeto de
adoptarla. Se requería que la Constitución
fuese aprobada por convenciones en por lo
menos nueve Estados antes que se la pu-
diese considerar aceptada.
"La ratificación de la Constitución fue
ingenuamente como cierta dama francesa que, dis-
cutiendo con su hermana, decía: «No sé, hermana,
en qué consiste, pero la verdad es que yo siempre
tengo razón». .
"Estos sentimientos, señor presidente, hacen que
yo acepte esta Constitución con todos sus defec-
tos, si en realidad los defectos que yo le encuen-
tro existen. Pienso que un gobierno general es in-
dispensable y que, sea cual fuere 1» forma de un
gobierno, ninguno deja de ser ventajoso para el
pueblo si es b!en ejercido. Creo verosímil que el
nuestro habrá de ser ejercido sabiamente durante
muchos años, pero, como todos ¡os que lo han pre-
cedido, concluirá por hacerse despótico si el pue-
blo se corrompe hasta el punto de no poder ser
gobernado sino por el despotismo. Dudo, por otra
parte, que alguna asamblea pueda hacer una
Constitución mejor que ésta, porque cuando se
reúne un gran número de hombres para recoger
los beneficios de" su sabiduría colectiva, concurren
también Inevitablemente con sus prejuicios, sus
pasiones, sus errores, sus intereses locales, y sus
puntos de vista egoístas. ¿Puede esperarse acaso
que una tal asamblea produzca algo perfecto? No,
sin duda, señor presidente. Y por eso me admira
que nuestra Constitución se aproxime tanto a la
perfección. Sí, yo acepto nuestra Constitución
porque no espero otra mejor y porque no estoy se-
guro de que ella no sea la mejor. Hago al bien
público el sacrificio de la opinión que tengo de
sus defectos, y fuera de esta asamblea no he for-
mulado ni una sílaba de mis críticas. Mis obser-
vaciones han nacido dentro de estas paredes y
aquí morirán. Si al volver a ponerse en contacto
con sus electores los miembros de esta asamblea
les participan lo que han objetado a la Constitu-
ción y procuran ganar partidarios que apoyen sus
críticas, impedirán que sea generalmente acep-
tada, y destruirán los saludables efectos que debe
tener nuestra aparente o real unanimidad ante
las naciones extranjeras o entre nosotros mismos.
"Por último, no puedo evitar formular un voto
y es el de que cada uno de los miembros de esta
asamblea que puedan tener alguna cosa que obje-
tar a ¡a Constitución, quieran, como yo, dudar
un poco de su propia infalibilidad y para demos-
trar que hemos actuado unánimemente pongan su
firma al pie de esta Constitución".
aguadamente debatida. En términos gene-
rales — pero no muy exactos — , podría de-
cirse que las gentes sin educación y de es-
casos recursos, la de los pueblos de tras-
mano y los comerciantes minoristas, así co-
mo los pequeños agricultores se oponían a
que íuese adoptada, en tanto que las gentes
educadas, de cierta posición en el mundo
de los negocios y de las profesiones querían
se la aprobase. Sin embargo, había algunas
altas mentalidades así como también diri-
gentes del mundo social que no querían se
la adoptase, como había también mucha
gente de condición modesta que la apro-
baban. Año y medio duró la batalla forense.
Parecía imposible lograr la ratificación si-
quiera fuese por los nueve Estados indis-
pensables. Empero, dentro de esos dieciocho
meses, once de los trece Estados la habían
ratificado y Jorge Washington fue elegido
el primer presidente de los Estados Unidos
de América. Dos Estados, Rhode Island y
Carolina del Norte, ratificaron la Constitu-
ción después de haber sido inaugurado el
período presidencial de Washington"
ÍA CONSTITUCIÓN DE LOS ESTADOS UNIDOS
DE AMERICA (129)
Nos, el Pueblo de los Estados Unidos, con
el propósito de formar una Unión más ,
perfecta, establecer la Justicia, garantí- ,
zar la Tranquilidad nacional, atender a la
Defensa común, fomentar el Bienestar ge-
neral. y asegurar los beneficios de la Li--
bertad para nosotros y para nuestros des-
cendientes, promulgamos y establecemos ....,.,.
esta Constitución para los Estados Uni-
dos de América. Í "jí¡4-
Artículo I itC
"Sección 1. Todos los poderes legislati-
vos otorgados por esta Constitución resi-
dirán en un Congreso de los Estados Uni-
dos, compuesto de un Senado y de una Cá-
mara de Representantes.
"Sección 2. La Cámara de Representan-
tes se compondrá de miembros elegidos
cada dos años por el pueblo de los varios
Estados, y los electores en cada Estado sa-
tisfarán los requisitos exigidos a los electo-
res de la rama más numerosa de ¡a Legis-
latura del Estado.
"No podrá ser representante ninguna
persona que nc haya cumplido veinticinco
años de edad, que no haya sido durante
siete años ciudadano de los Estados Uni-
dos, y que al tiempo de la elección no re-
sida en el Estado que habría de elegirlo.
(128) Marsh, D. L., El canon americano, trad.
de Laura Jorquera, pág. 49, Ed. La Aurora, Bs.
Aires, 1941.
(129) Traducción autorizada por la Secretaria
de Estado de los Estados üaidos. Credo de Liber-
tad, publ. núm. 54, pág. 23. . rante nueve años ciudadano de los Estados
"Tanto el número de representantes co-
mo la cuantía de las contribuciones direc-
tas se prorratearán entre los diversos Esta-
dos que integren esta Unión, en relación al
número respectivo de sus habitantes, el cual
se determinará añadiendo al número total
de personas libres, en el que se incluye a
las que estén obligadas al servicio por de-
terminado número de años y se excluye a
los indios que no pagan contribuciones, las
tres quintas parte de todas las demás per-
sonas. Se efectuará un censo dentro de los
tres años que sigan a la primera reunión
del Congreso de los Estados Unidos, y en lo
sucesivo cada diez años, en la forma en que
éste lo dispusiere por ley. No habrá más de
un representante por cada treinta mil ha-
bitantes, pero cada Estado tendrá por lo
menos uno. En tanto se realiza el censo, el
Estado de Nueva Hampshire tendrá derecho
a tres; el de Massachusetts a ocho; el de
Rhode Island y las Plantaciones de Provi-
dence a uno; el de Connecticut a cinco; el
de Nueva Cork a seis; el de Nueva Jersey a
cuatro; el de Pensilvania a ocho; el de De-
laware a uno; el de Maryland a seis; el de
Virginia a diez; el de la Carolina del Norte
a cinco; el de la Carolina del Sur a cinco y
el de Georgia a tres.
"Cuando ocurrieren vacantes en la re-
presentación de algún Estado, la autoridad
ejecutiva del mismo ordenará la celebración
de elecciones para llenarlas.
"La Cámara de Representantes elegirá su
presidente y otros funcionarios; y sólo ella
estará facultada para incoar procedimiento
de juicios por responsabilidad oficial.
"Sección 3. El Senado de los Estados
Unidos se compondrá de dos senadores por
cada Estado, elegidos por sus respectivas
Legislaturas por un término de seis años;
y cada senador tendrá un voto.
"Tan pronto como se reúnan, en virtud
de la primera elección, se les agrupará, tan
exactamente como sea posible, en tres cla-
ses. Las actas de los senadores de la pri-
mera clase expirarán al finalizar el segundo
año; las de la segunda clase, al finalizar
el cuarto año; las de la tercera clase, al fi-
nalizar el sexto año, de manera que se re-
nueve cada dos años una tercera parte de
los senadores. Si ocurrieren vacantes, ya
por renuncia o por cualquiera otra causa,
mientras no esté en sesión la Legislatura
del Estado respectivo, la autoridad ejecu-
tiva del mismo podrá hacer nombramientos
interinos hasta que se reúna nuevamente la
Legislatura, que hará entonces los nombra-,,
mientes en propiedad.
"No podrá ser senador quien no haya
cumplido treinta años, y no ha/a sido du-
Unidos, y no resida en la época de su elec-
ción en el Estado que habría de elegirlo.
"El vicepresidente de los Estados Unidos
será presidente del Senado, pero no tendrá
voto, excepto en caso de empate.
"El Senado elegirá sus otros funcionarios,
así como también un presidente pro tem-
pore que presidirá durante la ausencia del
vicepresidente, o cuando éste se halle des-
empeñando el cargo de presidente de los
Estados Unidos.
"Sólo el Senado podrá juzgar los casos
de acusación por responsabilidad oficial.
Cuando se reúna para este fin, los senado-
res prestarán juramento o afirmación. Si
se enjuiciare al presidente de los Estados
Unidos, presidirá la sesión el juez presidente
del Tribunal Supremo, y ninguna persona
podrá ser declarada culpable sino por los
votos de dos terceras partes de los senado-
res presentes.
"La sentencia en casos de responsabili-
dad oficial no podrá extenderse más allá de
la destitución del empleo y la privación del
derecho a obtener y ejercer cargo de honor,
de confianza o de provecho en el gobierno
de los Estados Unidos; pero la persona de-
clarada culpable quedará, no obstante, su-
jeta a acusación, enjuiciamiento, condena
y castigo, conforme a las leyes.
• "Sección 4. La Legislatura de cada Es-
tado determinará la época, el lugar y el
modo de celebrar las elecciones de senado-
res y representantes; pero el Congreso po-
drá en cualquier momento y en virtud de
una ley modificar en todo o en parte tales
disposiciones, excepto en lo realtivo a los
sitios en donde se elegirán los senadores.
"El Congreso se reunirá por lo menos una
vez al año, y esa reunión se verificará el
primer lunes de diciembre, a no ser que
por ley se disponga otro día.
"Sección 5. Cada Cámara será tribunal
competente para juzgar las elecciones, los
resultados de las mismas, y las calificacio-
nes de sus propios miembros; y la mayoría
de cada una de ellas constituirá el quorum
para deliberar; pero un número menor po-
drá reunirse día por día, y estará autoriza-
do para exigir la asistencia de los miem-
bros ausentes, en la forma y bajo las penas
que cada cámara señale.
"Cada cámara tendrá poder para esta-
blecer su reglamento interior, castigar a
sus miembros por mala conducta, y aun
expulsarlos de su seno, por voto de las dos
terceras partes de la cámara.
"Cada cámara llevará un diario de sesio-
nes, que publicará periódicamente, con ex-
cepción de aquellas partes que, a su juicio,
deban mantenerse en secreto; y siempre
que así se lo pidiere la quinta parte de los
miembros presentes, se harán constar en
ese diario los votos afirmativos y negativos
sobre cualquier asunto.
"Durante el período de sesiones del Con-
greso ninguna cámara podrá, sin el con-
sentimiento de la otra, ni suspender sus de-
liberaciones por más de tres días, ni reunir-
se en otro lugar que no sea aquel en que
las dos estén consagradas.
"Sección 6. Los senadcres y represen-
tantes recibirán por sus servicios una re-
muneración determinada por ley y paga-
dera por el Tesoro de los Estados Unidos.
Durante el período de sesiones de sus res-
pectivas cámaras, así como mientras se
dirijan a ias mismas, o de ellas regresen,
no podrán ser arrestados, excepto en casos
de traición, delito grave y alteración de 1§
paz. Tampoco se les podrá pedir cuenta en
otro sitio por discurso o debate sostenido
en el seno de sus respectivas" cámaras.
"Ningún senador o representante podrá,
mientras dure el término por el cual fue
elegido, ser nombrado para ningún empleo
civil/dependiente de la autoridad de los Es-
tados Unidos, que haya sido creado, o cu-
yos emolumentos hayan sido aumentados
durante tal término; y nadie que ocupare
un empleo dependiente de la autoridad de
los Estados Unidos podrá ser miembro de
ninguna de las cámaras mientras desempe-
ñe tal empleo.
"Sección 7. Todo proyecto de ley autori-
zando impuestos deberá originarse en la
Cámara de Representantes; pero el Senado
podrá proponer enmiendas o convenir en
ellas lo mismo que en cualquier otro pro-
yecto.
"Todo proyecto que hubiere sido aproba-
do por la Cámara de Representantes y el
Senado será sometido al presidente de los
Estados Unidos antes de pasar a ser ley.
Si 'él lo aprueba, lo firmará; de lo contra-
rio, lo devolverá junto con sus observaciones
a la cámara donde se originó, la cual hará
insertar íntegramente las observaciones en
su diario, y volverá a considerar el pro-
yecto. Si después de esa reconsideración
dos terceras partes de dicha cámara con-
vieneren en aprobar el proyecto, se enviará,
junto con las observaciones del presidente,
a la otra cámara, la cual volverá también
a considerarlo de nuevo, y sí resultare apro-
bado por las dos terceras partes de ella se
convertirá en ley. Pero en todos los casos
la votación será por lista, y se consignarán
en los diarios de cada cámara respectiva-
mente los votos a favor y en contra del
proyecto, así como los nombres de los vo-
tantes. Si el presidente no devolviere un
proyecto dentro de los diez días después de
haberle sido presentado (no contando los
domingos), el proyecto se convertirá en ley
lo mismo que si lo hubiera firmado, a me-
nos que el Congreso impida la devolución
suspendiendo sus sesiones; en tal caso el
proyecto no se convertirá en ley. ? las armas a la milicia, a fin de que haga
"Todo acuerdo, resolución o votación que
requiera la concurrencia del Senado y de
la Cámara de Representantes (excepto si se
tratade de levantar las sesiones) deberá
someterse al presidente de los Estados Uni-
dos; y antes que entre en vigor deberá re-
cibir su aprobación, o si él lo desaprobare,
deberá ser aprobado de nuevo por dos ter-
ceras partes del Senado y de la Cámara de
Representantes, conforme a las reglas y
restricciones prescritas para los proyectos
de ley .
"Sección 8. El Congreso tendrá faculta-
uc;s: para imponer y recaudar impuestos,
contribuciones, derechos y consumos, para
pagar las deudas y proveer a la defensa co-
mún y al bienestar general de los Estados
Unidos; pero todos los derechos, impuestos
y consumos serán uniformes en todos los
Estados Unidos;
"Para contraer empréstitos a cargo del
crédito de los Estados Unidos;
"Para regular el comercio con naciones
extranjeras, así como entre los Estados, y
con las tribus indias;
"Para establecer un procedimiento uni-
forme de naturalización, y leyes sobre quie-
bras .que sean uniformes en todos los Esta-
dos Unidos;
"Para acuñar moneda, regular el valor de
ésta, y el de la moneda extranjera, y fijar
patrones de pesas y medidas;
"Para señalar penas por la falsificación
de los valores y de la moneda de los Esta-
dos Unidos;
ív "Para establecer oficinas y servicios de
correo;
lr"Para fomentar el progreso de la ciencia
y de las artes útiles, garantizando por tiem-
po limitado a los autores e inventores el
derecho exclusivo de sus respectivos escri-
tos e inventos;
"Para establecer tribunales inferiores al
Tribunal Supremo;
"Para definir y castigar la piratería y
otros delitos graves perpetrados en alta
mar, así como las infracciones del Derecho
internacional;
"vV "Para declarar la .guerra, conceder pa-
tentes de corso y represalia, y establecer
reglas con relación a capturas en mar y
tierra;
"Para reclutar y mantener ejércitos; pero
ninguna asignación para este fin podrá
abarcar un término de más de dos años;
i- : "Para organizar y mantener una marina
át; guerra;
"Para establecer reglas para el gobierno
y reglamentación de las fuerzas de mar y
tierra;: . . . • • . ' . ' • -
'*Para dictar disposiciones para llamar a
cumplir las leyes de la Unión, sofoque in-
surrecciones y repela invasiones;
"Para proveer a la organización, arma-
mento y disciplina de la milicia, y al go-
bierno de aquella parte de ella que estu-
viere al servicio de los Estados Unidos, que-
dando reservado a los respectivos Estados
el nombramiento de los oficiales, y a la au-
toridad para instruir a la milicia de acuer-
do con.; la disciplina prescrita por el Con-:
greso; '. •, '. . ' . - . . ' , ' • . . • •
"Para ejercer el derecho exclusivo a le-
gislar en todas las materias concernientes
a aquel distrito (cuya superficie no exce-
derá de diez millas cuadradas), que, por
cesión de algún Estado y aceptación del
Congreso, se convirtiere en la sede del go-
bierno de aquella parte de ella que estu-
misma autoridad sobre todas aquellas tie-
rras compradas con el consentimiento de la
Legislatura del Estado en que se encontra-
ren, con el fin de construir fortalezas, al-
macenes, arsenales, astilleros y otras edi-
ficaciones que se necesitaren; y
"Para dictar las leyes que fueren necesa-
rias y convenientes para poner en práctica
las antedichas facultades, así como las de-
más que esta Constitución confía al gobier-
no de los Estados Unidos, o a cualquiera de
sus dependencias o funcionarios.
"Sección 9. El Congreso no podrá pro-
hibir antes del año de 1808 la inmigración
o importación de aquellas personas que
cualquiera de los Estados que ahora exis-
ten considere conveniente admitir; pero po-
drá poner un impuesto o derecho que no
excederá de diez dólares por persona.
"No podrá suspender el privilegio del auto
de habeos corpus, salvo en aquellos casos
de rebelión o invasión en que la seguridad
pública lo requiera. •
, "No podrá aprobar ninguna ley de muer-
te civil ni ninguna ley de efecto retroactivo.
"No podrá imponer capitación u otro im-
puesto directo, sino en proporción al censo
o empadronamiento que esta Constitución
ordena que se tome.
"No podrá imponer contribuciones o de-
rechos sobre los artículos que se importen
de los Estados.
"No podrá dar preferencia, por ningún
reglamento de comercio o de impuestos, a
los puertos de un Estado sobre los de otro
Tampoco podrá obligar a los barcos que se
dirigen a un Estado o salen de él a que en-
tren, descargen o paguen derechos en otro.
"No se podrá tomar cantidad alguna del
Tesoro sino en virtud de asignaciones he-
chas por ley; y periódicamente se publicará
un estado completo de los ingresos y gastos
del Tesoro.
"Los Estados Unidos no concederán títu-
los de nobleza; y ninguna persona que ejer-
za un cargo retribuido u honorífico en el
gobierno podrá aceptar, sin el consenti-
miento del gobierno, dádiva, emolumento,
empleo o título de cualquier clase, de nin-
gún rey, príncipe o Estado extranjero.
"Sección 10. Ningún Estado podrá cele-
brar tratados, alianzas o confederaciones;
conceder patentes de corso y de represalia;
acuñar moneda; emitir billetes de crédito;
autorizar el pago de deudas en otras mone-
das que no sean las de oro y plata; apro-
bar ley de muerte civil alguna, o ley de
efecto retroactivo, o ley que desvirtúe la
obligación de los contratos, o conceder tí-
tulos de nobleza.
"Ningún Estado podrá establecer, sin el
consentimiento del Congreso, impuestos o
derechos sobre las importándonos, salvo
cuando fuere absolutamente necesario para
hacer cumplir sus leyes de inspección; y el
producto neto de todos los derechos e im-
puestos que estableciere cualquier' Estado
sobre las importaciones y exportaciones, in-
gresará en el Tesoro de los Estados Unidos;
y todas esas leyes quedarán sujetas a la
revisión e intervención del Congreso.
"Ningún Estado podrá, sin el consenti-
miento del Congreso, establecer derecho de
tonelaje alguno, ni mantener ejércitos o
barcos de guerra en tiempo de paz, ni cele-
brar acuerdos o pactos con otro Estado o
con potencias extranjeras, ni entrar en
guerra, a menos que fuere de hecho inva-
dido o estuviere en peligro tan inminente
que no admita demora.
Articulo II
"Sección 1. Se confiará el poder ejecu-
tivo al presidente de los Estados Unidos de
América. Este ejercerá sus funcione» por
un término de cuatro años, y se elegirá,
junto con el vicepresidente, que también
desempeñará su cargo por el mismo tér-
mino, de la siguiente manera:
"Cada Estado nombrará, en la forma que
prescribiere su Legislatura, un número de
electores igual al número total de senado-
res y representantes que el Estado tenga
derecho a enviar al Congreso; pero no será
nombrado elector ningún senador o repre-
sentante, o persona alguna que ocupare un
cargo honorífico o retribuido en el gobierno
de los Estados Unidos.
"Los electores se reunirán en sus respec-
tivos Estados, y por medio de papeletas vo-
tarán por dos personas, de las cuales por
lo menos una no será vecina del mismo Es-
tado. Se hará una lista de todas las perso-
nas por quienes se hubiere votado, así co-
mo el número de votos que cada una obtu-
viere. Los electores firmarán y certificarán
esta lista, y la remitirán sellada a la sede
del gobierno de los Estados Unidos, al cui-
dado del presidente del Senado. En presen-
cia del Senado y la Cámara de Represen-
tantes, el presidente del Senado abrirá to-
dos los certificados, y se procederá entonces
a hacer un escrutinio de los votos. Será el
presidente la persona que obtuviere mayor
número de votos si dicho número compu-
siere la mayoría del número total de elec-
tores nombrados; si más de una persona
obtuviera tal mayoría, y reuniere el mismo
número de votos, entonces la Cámara de
Representantes, por medio de papeletas,
elegirá inmediatamente de entre ellas al
presidente. Si ninguna persona obtuviera
una mayoría, entonces la Cámara elegirá
en igual forma al presidente de entre las
cinco personas que hubieren obtenido más
votos en la lista oficiaí. Pero en la elección
del presidente la votación será por Estados,
y la representación de cada Estado tendrá
derecho a un voto; el quórom para este pro-
pósito constará de uno o más miembros de
las dos terceras partes de los Estados, y
para que haya elección será necesario una
mayoría de todos los Estados. En cualquier
caso, una vez elegido el presidente, será vi-
cepresidente la persona que obtuviere el
mayor número de votos de los electores.
Pero si hubiere dos o-más con un número
igual de votos, el Senado, por medio de pa-
peletas, elegirá entre ellas al vicepresidente.
"El Congreso determinará el momento
de seleccionar los electores, y la fecha en
que habrá de votar, que será la misma en
todas partes de los Estados Unidos.
"No será elegible al cargo de presidente
quien no fuere ciudadano natural del país,
o ciudadano de los Estados Unidos al tiem-
po en que se adopte esta Constitución;
tampoco lo será quien no hubiere cumplido
los treinta y cinco afios de edad, y no hu-
biere residido catorce años en los Estados
Unidos.
"En caso de remoción, muerte o renuncia
del presidente, o de incapacidad para de-
sempeñar las funciones de su cargo, le su-
cederá el vicepresidente; en caso de remo-
ción, muerte, renuncia o incapacidad, tanto
del presidente- como del vicepresidente, el
Congreso dispondrá, por medio de una ley,
quién desempeñará la presidencia; este
funcionario ejercerá el cargo hasta que
cese la incapacidad o se elija un presi-
dente.
"En compensación por sus servicios, el
presidente recibirá en plazos determinados
una remuneración que no podrá ser ni au-
mentada ni disminuida durante el período
por el cual haya sida electo, y no recibirá
durante el mismo período ningún otro emo-
lumento de los Estados Unidos ni de ningún
Estado en particular.
"Antes de entrar en el ejercicio de su car-
go prestará el siguiente juratnento o afir-
mación: «Juro (o prometo) solemnemente
que desempeñaré fielmente el cargo de pre-
sidente de los Estados Unidos, y que haré
todo lo que pueda por preservar, proteger
y defender la Constitución de los Estados
Unidos».
"Sección 2. El presidente será el jefe
supremo del ejército y la armada de los
Estados Unidos, así como de la milicia de
los diversos Estados, cuando ésta esté al
servicio activo de los Estados Unidos; podrá
exigir la opinión escrita del funcionario
principal de cada departamento ejecutivo,
sobre cualquier asunto que se relacione con
los deberes de sus respectivos puestos, y
tendrá facultad para ordenar suspensión
de sentencia y para conceder indultos por
delitos contra los Estados Unidos, salvo en
casos de acusación por responsabilidad
oficial.
"Con el consejo y consentimiento del Se-
nado, tendrá poder para celebrar tratados,
siempre que estén conformes con ello dos
terceras partes de los senadores; y también
con el consejo y consentimiento del Senado
podrá nombrar embajadores, ministros pú-
blicos y cónsules, los magistrados del Tri-
bunal Supremo, así como todos los demás
funcionarios de los Estados Unidos cuyos
nombramientos no se especifiquen en esta
Constitución, y cuyos cargos fueren crea-
dos por ley; pero el Congreso podrá, en
virtud de ley, confiar el nombramiento de
aquellos funcionarios de rango inferior que
creyere conveniente al presidente, a los tri-
bunales de justicia, o a los jefes de depar-
tamento.
"El presidente tendrá poder para llenar
todas las vacantes que ocurrieren durante
la clausura del Senado, y para hacer nom-
bramientos que expirarán al finalizar el
próximo período de sesiones.
"Sección 3. El presidente informará pe-
riódicamente al Congreso sobre el Estado
de la Unión, y recomendará a su conside-
ración aquellas medidas que él estime ne-
cesarias y convenientes; podrá, en ocasiones
extraordinarias, convocar a ambas Cáma-
ras, o a cualquiera de ellas separadamente;
y en caso de que las Cámaras no estuvieren
de acuerdo con relación a la fecha de la
clausura, el presidente podrá fijarla según
lo juzgue conveniente. El presidente recibi-
rá a los embajadores y a otros ministros
públicos. Velará por el fiel cumplimiento
de las leyes, y expedirá los nombramientos
de todos los funcionarios de los Estados
Unidos.
"Sección 4. El presidente, el vicepresiden-
te y todos los funcionarios civiles de los
Estados Unidos podrán ser destituidos de
sus cargos si se les acusare y se les hallare
culpables de traición, cohecho u otros de-
litos y faltas graves.
Artículo 111
"Sección 1. El poder judicial de los Es-
tados Unidos se confiará a un Tribunal
Supremo, y a aquellos tribunales inferiores
que el Congreso creare y estableciere en lo
sucesivo. Los jueces, tanto del Supremo
como de los- tribunales inferiores, desem-
peñarán sus cargos mientras dure su buena
conducta, y recibirán periódicamente por
sus servicios una cornponsación que no po-
drá disminuirse mientras desempeñen sus
puestos.
"Sección 2. El poder judicial se extende<-
rá a todos los casos de ley y equidad que
dimanen de esta Constitución, de las leyes
de los Estados Unidos, así como de los tra-
tados celebrados o que se celebraren ba-
jo su autoridad; a todos los casos en que
fueren partes embajadores, ministros pú-
blicos y cónsules; a todos los casos de al-
mirantazgo y jurisdicción marítima; a to-
das las controversias en que participaren
los Estados Unidos; a las controversias en-
tre dos o más Estados; entre un Estado y
ciudadanos de otro Estado; entre ciudada-
nos de diferentes Estados; entre ciudada-
nos del mismo Estado que reclamaren tie-
fras en virtud de concesiones hechas por
diversos Estados, y entre un Estado o sus
ciudadanos, y estados, ciudadanos o subdi-
tos extranjeros.
"El Tribunal Supremo tendrá jurisdicción
exclusiva en todos aquellos casos que afec-
taren a embajadores, ministros públicos y
cónsules, y en aquellos en que un Estado
fuere parte. Todos los otros casos antes
mencionados, el Tribunal Superior los co-
nocerá en apelación, tanto en puntos de
derecho como de hecho, con aquellas ex-
cepciones y bajo aquel reglamento que el
Congreso estableciere.
"Se celebrarán ante jurado todos los jui-
cios criminales, excepto los de responsabi-
lidad oficial; y se verificarán tales juicios
en el Estado donde se hubiere cometido el
delito; pero si no se cometieren en la ju-
risdicción de Estado alguno, se celebrarán
en el sitio o sitios que el Congreso desig-
nare por ley.
"Sección 3. El delito de traición contra
los Estados Unidos consistirá solamente en
tomar las armas contra ellos, o en unirse
a sus enemigos, dándoles ayuda y protec-
ción. Ninguna persona- podrá ser convicta
de traición sino por el testimonio de dos
testigos presenciales del delito, o por confe-
sión ante el tribunal.
"El Congreso tendrá poder para señalar
la pena correspondiente al delito de trai-
ción, pero si se impusiere la muerte civil,
ésta no se hará extensiva a los derechos del
reo, ni la confiscación de bienes se exten-
derá más allá de la vida del sentenciado.
Artículo IV h quiera de los dos casos, serán válidas para
"Sección 1. Se dará entera fe y crédito
en cada Estado a los actos públicos, docu-
mentos y procesos judiciales de los demás
Estados. El Congreso podrá prescribir, me-
diante leyes generales la manera en que
se acreditarán tales actos, documentos y
procesos, así como los efectos que deban
surtir.
"Sección 2. Los ciudadanos de cada Es-
tado disfrutarán en los demás Estados de
todos los derechos y privilegios de que
gozan los ciudadanos de éstos.
"Toda persona acusada de traición, delito
grave o cualquier otro crimen que huyere
del Estado en donde se.le acusa y fuere
encontrada en otro Estado, será devuelta
al Estado que sobre ella tuviere jurisdic-
ción legal, a petición de la autoridad eje-
cutiva del mism .
"La persona que, estando obligada a ser-
vir u trabajar en un Estado, según las leyes
de allí vigentes, escapare a otro Estado, no
quedará libre de prestar dicho servicio o
trabajo amparándose en leyes o reglamen-
tos del Estado al cual se acogiere, sino
que será entregada a petición de la parte
que tuviere derecho al susodicho servicio o
trabajo.
"Sección 3. El Congreso podrá admitir
nuevos Estados a esta Unión; pero no se
formará o erigirá ningún nuevo Estado en
el territorio de ningún otro Estado; ni se
formará ningún Estado por unión de dos o
más Estados, o partes de Estados, sin el
consentimiento tanto de las legislaturas de
los Estados en cuestión como del Congreso.
"El Congreso podrá disponer del territo-
rio u otra propiedad que pertenezca a los
Estados Unidos, y podrá promulgar todas
las reglas y reglamentos necesarios. No se
interpretará disposición alguna de esta
Constitución de manera que pudiera per-
judicar los derechos de los Estados Unidos
o de algún Estado en particular.
"Sección 4. Los Estados Unidos garanti-
zarán a cada Estado de esta Unión una
forma republicana de gobierno, y la pro-
tejerán de toda invasión; y, cuando lo so-
licitare la legislatura o el ejecutivo (si no
se pudiere convocar la legislatura), lo pro-
tejerán también de toda violencia intes-
tina.
Articulo V
"El Congreso podrá proponer enmiendas
a esta Constitución, siempre que las dos
terceras partes de ambas Cámaras lo juz-
guen necesario; o, a petición de las legis-
laturas de las dos terceras partes de los
Estados, citarán a una Convención para
proponer enmiendas, las cuales, en cual-
todos los fines y propósitos, como parte de
esta Constitución, cuando las ratifiquen las
legislaturas de las tres cuartas partes de
todos los Estados, o por convenciones cele-
bradas en las tres cuartas partes de los
mismos, pues el Congreso podrá proponer
ya el uno o ya el otro modo de ratificación.
Disponiéndose que ninguna enmienda que
se hiciere antes del año mil ochocientos
ocho podrá en modo alguno alterar las
cláusulas primera y cuarta de la novena
sección del primer artículo; y que no se
privará a ningún Estado, sin su consenti-
miento, de su derecho a igualdad de su-
fragio en el Senado.
Articulo VI
"Todas las deudas y todos los compro-
misos contraídos antes de la adopción de
esta Constitución, serán tan válidos contra
los Estados Unidos bajo esta Constitución
como lo eran bajo la Confederación
"Esta Constitución, las leyes de los Es-
tados Unidos que en virtud de ella se pro-
mulgaren, y todos los tratados hechos, o
que se hicieren bajo la autoridad de los
Estados Unidos, serán la suprema ley del
país. Los jueces de cada Estado estarán
obligados a observarla, aun cuando hubiere
alguna disposición contraria en la Consti-
tución o en el Código de los Estados.
"Los senadores y los representantes ya
mencionados, los miembros de las Legisla-
turas de los diversos Estados, así como to-
dos los funcionarios ejecutivos y judiciales,
tanto de los Estados Unidos como de los
diversos Estados, se obligarán con jura-
mento o promesa a sostener a esta Cons-
titución; pero jamás se exigirá profesión
de fe religiosa para desempeñar ningún
, empleo o cargo público de los Estados Uni-
dos.
Articulo Vil
"La ratificación de las convenciones de
nueve Estados será suficiente para esta-
blecer esta Constitución entre los Estados
que la ratificaren.
 "Hecha en convención con el consenti-
miento unánime de los Estados presentes,
el día diecisiete de septiembre del año de
Nuestro Señor mil setecientos ochenta y
siete, duodécimo de la independencia de los
Estados Unidos de América. En testimonio
de lo cual afirmamos nuestros nombres".
Jorge Washington.
Presidente y diputado por Virginia.
William Jackson.
Secretario.
ENMIENDAS A LA CONSTITUCIÓN
Las 10 primeras adoptadas por el primer Congre-
60 en 1789; ratificadas el 15 de diciembre de 1791.
Enmienda I
"El Congreso no podrá aprobar ninguna
ley conducente al establecimiento de reli-
gión alguna, ni prohibir el libre ejercicio
de ninguna de ellas. Tampoco aprobará ley
alguna que coarte la libertad de palabra y
de prensa, o el derecho del pueblo a reunir-
se pacíficamente y a solicitar reparación
de cualquier agravio.
Enmienda II
"Por cuanto una milicia disciplinada es
necesaria para la seguridad de un Estado
libre, no se restringirá el derecho del pue-
blo a tener y portar armas.
Enmienda III
"En tiempo de paz no se podrá alojar
tropas en ninguna casa particular sin el
consentimiento del dueño; en tiempo de
guerra sólo se alojarán en la forma pres-
crita por la ley.
Enmienda IV
"No se violará el derecho del pueblo a la
seguridad de sus personas, hogares, pape-
les y efectos contra registros y detenciones
arbitrarias, y no se expedirán autos de cla-
re alguna, a menos que hubiere causa pro-
bable, apoyada por juramento o afirmación
ciue designe específicamente el lugar que
haya de registrarse y las personas u objeto
de los cuales haya que apoderarse.
Enmienda V
. "Ninguna persona estará obligada a res-
ponder por delito capital o infame, sino en
virtud de acusación suscrita por un gran
jurado, excepto en aquellos casos que ocu-
rran en las fuerzas de mar y tierra, o en
la milicia, cuando ésta fuere llamada a
servicio activo en tiempo de guerra o de
peligro público. No se someterá a ninguna
persona dos veces al riesgo de perder vi-
da o miembro por el mismo delito; no se
le podrá obligar en un caso criminal a que
testifique en contra de sí misma ni se le
privará de la vida, la libertad o la pro-
piedad, sino por medio del debido proceso
legal; ni se podrá tomar propiedad privada
para uso público sin la debida compensa-
ción.
Enmienda VI
"En todas las causas crimínales, el acu-
sado tendrá derecho a un juicio rápido y
público, por un jurado imparcial del Esta-
do y distrito donde se hubiere cometido el
crimen, el cual distrito será el ya recono-
cido por la ley; a que se le informe de la
naturaleza y causa de la acusación; a que
se le caree con los testigos que declaren en
contra suya; a que se oblique a declarar a
los testigos que cite en su favor, y a tener
un abogado que lo defienda.
1
Enmienda VII
"En litigios de derecho consuetudinario
en que se trate de cantidades que excedan
de veinte dólares, los interesados tendrán
derecho a juicio por jurado, y los hechos
fallados por un jurado no podrán ser revi-
sados en ningún tribunal de los Estados
Unidos, excepto como lo prescriba el De-
recho consuetudinario.
Enmienda VIII
"No- se exigirán fianzas excesivas; no sé
impondrán multas excesivas, ni se aplica-
rán castigos crueles e inusitados.
Enmienda IX
"La enumeración de ciertos derechos que
se hace en esta Constitución no deberá in-
terpretarse como denegación o menoscabo
de otros derechos que per necen al pue-
blo.
Enmienda X
"Las facultades que esta Constitución
no delega a los Estados Unidos ni prohibe
a los Estados, quedan reservados a los Es-
tados respectivamente o al pueblo.
• Enmienda XI
Adoptada por el tercer Congreso en 1794; .Incor-
porada a la Constitución, el 8 de enero de 1798.
"El poder judicial de los Estados Unidos
no deberá considerarse extensivo a litigios
en derecho o equidad, iniciados o prosegui-
dos contra uno de los Estados Unidos por.
ciudadanos de otro Estado, o por dudada- ,
nos o subditos de cualquier Estado extran-
jero.
Enmienda XII
Adoptada por el octavo Congreso en 1803 e incor-
porada a la Constitución el 25 de septiembre
de 1804 (reemplaza al parágrafo 3», Sección I,
art. II).
"Los electores se reunirán en sus respec-
tivos Estados y votarán por papeleta para
presidente y vicepresidente, uno de los cua-
les, por lo menos, no deberá ser vecino del
Estado de los electores; escribirán en una
papeleta el nombre de la persona que de-
seen elegir presidente, y en otra papeta
distinta el de la persona que seleccionen
para vicepresidente. Procederán entonces
a hacer listas distintas de las personas que
hubieren recibido votos para presidente, y
de aquellas que hubieren recibido votos para
vicepresidente, así como del número de
votos recibidos por cada uno. Firmarán y
certificarán esas listas, y las remitirán
selladas a la sede del gobierno de los Es-
tados Unidos, dirigidas al presidente del
Senado. En presencia del Senado y de la
Cámara de Representantes, el presidente
del Senado abrirá todos los certificados, y
se procederá entonces a contar los votos.
La persona que obtuviere el mayor número
de votos para presidente será el presidente,
siempre que tal número sea la mayoría del
número total de electores nombrados. Si
ninguna persona obtuviere tal mayoría,
entonces la Cámara de Respresentantes,
mediante votación por papeleta, seleccio-
nará inmediatamente el presidente de en-
tre las tres personas que según la lista hu-
bieren obtenido más votos. Pero en la elec-
ción del presidente se-votará por Estados,
y la representación de cada Estado tendrá
derecho a un voto; el quorum para este
propósito constará de uno o más miembros
de dos terceras partes de los Estados, y
para que haya elección será necesaria una
mayoría de todos los Estados. Si la Cámara
de Representantes no eligiere un presiden-
te cuando le corresponda ejercitar el de-
recho de elección y antes del cuarto día
del siguiente mes de marzo, entonces el
vicepresidente actuará de presidente, lo
mismo que lo haría en caso de muerte o
incapacidad constitucional del presidente.
Será vicepresidente la persona que obten-
ga el mayor número de votos para tal pues-
to, si tal número fuere una mayoría del
número total de electores nombrados; si
ninguna persona obtuviera una mayoría,
entonces el Senado elegirá el vicepresiden-
te de entre las dos personas que, según la
lista, hubieren obtenido más votos. El quo-
rum para este propósito constará de dos
terceras partes del número total de sena-
dores, y para que haya elección será nece-
saria una mayoría del número total. Pero
no será elegible para el cargo de vicepresi-
dente de los Estados Unidos quien no fuera
constitucionalmente elegible para el pues-
to de presidente.
Enmienda X11I
Adoptada en. el 38o congreso en 1865 e incorpo-
rada a la Constitución el 18 de diciembre de 1865.
"Sección 1. Ni la esclavitud ni el trabajo
forzado, salvo que éste fuere imp testo como
castigo por un crimen del cual la parte
interesada hubiere sido legalmente convic-
ta, podría existir en los Estados Unidos,
o en sitio alguno bajo su jurisdicción.
"Sección 2. El Congreso quedará faculta-
do para poner en vigor este artículo por
medio de leyes apropiadas.
Enmienda XIV
Adoptada por el 39? Congreso en 1806 e incorpo-
rada a la Constitución el 28 de julio de 1868.
"Sección 1. Todas las personas nacidas
o naturalizadas en los Estados Unidos, y su-
jetas a su jurisdicción, serán ciudadanos
de los Estados Unidos y del Estado donde
residieren. Ningún Estado podrá dictar o
poner en vigor ley alguna que menoscabe
los derechos e inmunidades de los ciudada-
nos de los Estados Unidos; y ningún Estado
podrá privar a persona alguna de la vida,
la libertad o la hacienda sin el debido pro-
cedimiento legal; ni podrá negar a persona
alguna bajo su jurisdicción la igual pro-
tección de las leyes.
"Sección 2. Los representantes se dis-
tribuirán proporcionalmente entre los va-
rios Estados, según sus respectivos censos,
a base, del número total de personas en
cada Estado, con exclusión de los iridios que
no paguen contribuciones. Pero cuando en
cualquier elección de electores para presi-
dente y vicepresidente de los Estados Uni-
dos, de representantes al Congreso, de
oficiales ejecutivos y judiciales de un Es-
tado, o de miembros de la legislatura del
mismo, se negare el derecho al sufragio a
cualquier habitante varón de dicho Estado
que tuviera veintiún años de edad, y que
fuere ciudadano de los Estados Unidos, o
se coartare en cualquier forma ese derecho,
salvo por participación en una rebelión, u
otro delito, se reducirá la base de repre-
sentación de dicho Estado en la misma
proporción que guardare el número de di-
chos ciudadanos varones con el número
total de ciudadanos varones mayores de
veintiún años en dicho Estado.
"Sección 3. No podrá ser senador o re-
presentante en el Congreso o elector para
presidente y vicepresidente, o desempeñar
empleo alguno, civil o militar, bajo la au-
toridad de los Estados Unidos, o bajo la
de cualquier Estado, quien después de ha-
ber prestr ' ramento de sostener la
bro de la Legislatura de algún Estado, o
de funcionario ejecutivo o judicial de al-
gún Estado, hubiere participado en insu-
rrección o rebelión, en contra de los Estados
Unidos, o prestado ayuda o socorro a sus
enemigos. Pero el Congreso podrá, por el
voto de las dos terceras partes de cada
Cámara, derogar tal interdicción.
"Sección 4. No se podrá poner en duda
la validez de la deuda pública de los Esta-
dos Unidos, autorizada legalmente, y que
incluya las deudas incurridas en el pago de
pensiones y bonos por servicios prestados
al sofocar insurrecciones y rebeliones. Pero
ni los Estados Unidos ni Estado alguno se
harán cargo ni pagarán deuda u obligación
alguna incurrida al fomentar insurreccio-
nes o rebeliones contra los Estados Unidos,
así como tampoco reclamación alguna por
la pérdida o emancipación de esclavos. To-
das estas deudas, obligaciones y reclama-
ciones se considerarán ilegales y nulas.
"Sección 5. El Congreso queda facultado
para poner en vigor, por medio de legisla-
ción adecuada, las disposiciones de este ar-
ticulo.
Enmienda XV
Adoptada por el 40" Congreso en 1869 e incorpo-
rada a la Constitución el 30 de marzo de 1870.
"Sección 1. Ni los Estados' Unidos ni
ningún Estado podrán denegar o coartar a
los ciudadanos de los Estados Unidos el
derecho al sufragio por motivo de raza,
color, o previa condición de servidumbre.
Sección 2. El Congreso queda facultado
para poner en vigor este artículo por me-
dio de legislación adecuada. ' s ¿*
Enmienda XVI
Adoptada por el 60" Congreso en 1909 e incorpo-
rada a 1% Constitución <>1 25 de febrero de 19)3.
"El Congreso queda facultado para im-
poner y recaudar contribuciones sobre in-
gresos, sea cual fuere su origen, sin necesi-
dad de distribución proporcional entre los
varios Estados, y sin regirse por censo o
enumeración alguna.
Enmienda XVII * Adoptada por el 72" Congreso en 1932 e incorpo-
Adoptada por él 66v congreso en 1912 e incorpo-
rada a la Constitución el SI de mayo de 1913.
"El Senado de los Estados Unidos se
compondrá de dos senadores por cada Es-
tado, elegidos por el pueblo del mismo, por
término de seis años. Cada senador tendrá
derecho a un voto. Los electores en cada
Estado deberán satisfacer los requisitos pa-
ra ser electores de la rama más numerosa
de la Legislatura del Estado.
"Cuando en el Senado ocurrieren vacan-
tes en la representación de algún Estado,
la autoridad ejecutiva de dicho Estado
convocará a elecciones para llenar dichas
vacantes. Disponiéndose que la Legislatura
de cualquier Estado podrá autorizar al
Ejecutivo del mismo a extender nombra-
mientos interinos hasta que el pueblo llene
las vacantes por elección, según lo ordene
la Legislatura.
"No se interpretará esta enmienda de
manera que afecte la elección o término
de senador alguno que hubiere sido elegi-
do antes de que ésta entrara en vigor como
parte de la Constitución.
Enmiendo XVIII (»«»)
Adoptada por e! 65' Congreso en 1917 e Incorpo-
rada a la Constitución el 29 de enero de 1919. En-
tró en vigor el 29 de enero de 1920.
''Sección 1. Un año después de la rati-
ficación de este artículo, quedarán prohi-
bidos la manufactura, la venta, el trans-
porte, la importación y la exportación de
licores intoxicantes para ser usados como
bebida dentro de los Estados Unidos y de
todo territorio sometido a su jurisdicción.
"Sección 2. El Congreso y los diversos
Estados tendrán poder concurrente para
poner en vigor este artículo por medio de
legislación adecuada.
"Sección 3. Este artículo no entrará en
vigor, a menos que sea ratificado como
enmienda a la Constitución por las Legis-
) aturas de los varios Estados, según lo dis-
pone la Constitución, dentro de los siete
años a partir de la fecha en que el Con-
greso lo someta a la consideración de los
Estados.
Enmienda XIX
Adoptada por el 66^ Congreso en 1919 e Incorpo-
rada a la Constitución el 26 de agosto de 1920.
"Ni los Estados Unidos ni ningún Estado
podrán negar o coartar, por motivo de
°*xo, el derecho al sufragio a los ciudada-
nos de los Estados Unidos.
"El Congreso queda facultado para po-
ner en vigor este artículo por medio de
leyes apropiadas.
Enmienda XX
rada a la Constitución el 6 de febrero de 1933.
Entró en vigor el 15 de octubre de 1933.
"Sección l. Los períodos del presidente y
del vicepresidente cesarán a mediodía del
20 de enero, y los de los senadores y repre-
sentantes a mediodía del 3 de enero de los
años en que dichos períodos habrían ter-
(130) Mlsslssippi: 8 de enero de 1818.
14 Estados: 1918.
30 Estados: 1919.
Connectícut y Rhode Island rió la ratificaron.
(131) 22 Estados: 1919.
..; ,,, -••••i. IB Estados: 1920
• 9 KsUtdos rechazaron IB ratificación.
minado si no se hubiera ratificado el pre-
sente artículo; y los períodos de sus suce-
sores comenzarán desde ese instante.
"Sección 2. El Congreso se reunirá por
lo menos una vez al año, y las sesiones
comenzarán al mediodía del 3 de enero, a
menos que por ley no se designe otra fecha.
"Sección 3. Si al llegar la fecha fijada
para comenzar el período del presidente
hubiere fallecido el presidente electo, en-
tonces el vicepresidente electo ocupará el
cargo de presidente. Si no se hubiera ele-
gido presidente antes de la fecha fijada
para el comienzo de su período, o si el
prestdehte electo no llenare los requisitos
constitucionales, entonces el vicepresidente
electo desempeñará las funciones de presi-
dente que llene los requisitos. El Congreso
podrá, mediante ley, tomar las providencias
para el caso en que ni el presidente electo
ni el vicepresidente electo llenen los requi-
sitos constitucionales; y determinará quién
habrá de ocupar el puesto de presidente o
el modo en que se seleccionará al que haya
de actuar como tal, y dicha persona actua-
rá en esa capacidad hasta que se designe
un presidente o un vicepresidente que lle-
nen los requisitos constitucionales.
"Sección 4. El Congreso podrá, mediante
ley, tomar las providencias para el caso
en que falleciere cualquiera de las perso-
nas de entre los cuales la Cámara de Re-
presentantes puede elegir presidente, cada
vez que le corresponda ejercitar el tal de-
recho de selección, y para el caso en que
falleciere cualquiera de las personas de
entre las cuales el Senado puede elegir un
vicepresidente, cada vez que le corresponda
ejercitar el tal derecho de selección.
"Sección 5. Las secciones 1 y 2 entrarán
en vigor el día 15 de octubre que siga a la
ratificación de este artículo.
"Sección 6. Este artículo será nulo si no
lo ratifican como enmienda a la Constitu-
ción las legislaturas de las tres cuartas
partes de los diversos Estados dentro de los
siete años, a partir de la fecha en que les
sea sometido. = ;st
Enmienda XXI
"Sección 1. Queda por la presente dero-
gada la enmienda déclmaoctava a la Cons-
titución de los Estados Unidos.
"Sección 2. El transporte o importación
de licores intoxicantes a cualquier Estado,
(133) Aprobada por el 72" Congreso el 20 de
febrero de 1933 y sometida al día siguiente a la
ratificación por parte de los Estados mediante
convenciones. Para el 6 de diciembre del mismo
aflo la hablan ratificado 36, e inmediatamente
entró en vigor. Es la única enmienda ratificada
mediante convenciónos de todos los Estados.
territorio o posesión de los Estados Unidos
para ser entregados o usados como tales, en
violación de las leyes allí en vigor, queda
por la presente prohibido.
"Sección 3. Será nulo este artículo si no
lo ratifican como enmienda a la Constitu-
ción, convenciones que se celebren en los
diversos Estados, según lo dispone la Cons-
titución, dentro de los siete años a partir
de la fecha en que el Congreso lo someta a
la consideración de los Estados".
Consagración del constitucionalismo. El
15 de diciembre de 1791 se incorporaron
a la Constitución las primeras enmien-
das que, en número de diez, fueron sancio-
nadas por el primer Congreso reunida en
la ciudad de Nueva York, en el año 1789,
y ratificadas luego por los Estados. Estas
enmiendas, como todas las que ulterior-
mente se agregaron, fueron propuestas por
el Congreso a los Estados, sin que se haya
dado el caso de que los Estados ejercieran
con éxito su derecho a solicitar por dos
tercios de votos la reunión de una con-
vención constituyente.
Las 10 enmiendas llevaban el siguiente
encabezamiento: "Artículos de Adición y
Enmienda a la Constitución de los Estados
Unidos de América propuestos por el Con-
greso y ratificados por las Legislaturas de
los diversos Estados, según el artículo quin-
to de la Constitución original" y, como
resulta claramente de su texto, contienen
una declaración de derechos del hombre, no
obstante que la mayoría de esos derechos
son presentados con el carácter de limita-
ciones al poder público y no como la afir-
mación de derechos inherentes a la perso-
nalidad en la forma positiva y elocuente
con que fue redactada la Declaración de
Virginia trece años antes. La décima en-
mienda fija las condiciones Jurídicas en
que se halla establecido el sistema fede-
ral y el principio fundamental de su inter-
pretación al establecer que el poder no
delegado a los Estados Unidos por la Cons-
titución ni expresamente negado por ella
a los Estados, queda reservado a estos úl-
timos o al pueblo.
El problema de la aplicación de las cláu-
sulas constitucionales para obtener en la
práctica y de un modo efectivo el ordena-
miento de aquella sociedad, ocupa un la-
gar muy importante en la vida Institucional
de los Estados Unidos y en él desempeña
el papel de protagonista la Corte Suprema
como institución sin perjuicio de reconocer
que toda la eficacia dependió de los hom-
bres encargados de interpretar y de apli-
car los preceptos constitucionales a medida
que lo iban requiriendo las circunstancias.
Cabe señalar como un mérito excepcional
digno de ser consignado en un trabajo de
esta índole, el papel que desempeñó el
chieí justice o presidente de la Corte Supre-
ma de los Estados Unidos, John Marshall,
nombrado por el presidente Adains en 1801.
Ese presidente de ios Estados Unidos llegó
a decir: "Ninguna acción de mi vida re-
cuerdo con mayor placer que el nombra-
miento de John Marshall como presidente
de la Corte Suprema de los Estados Unidos.
He dado a mi país un magistrado como
Hal, como Holt o como Mansfield".
Acerca de la personalidad de Marshall y
de su obra nos es grato reproducir las si-
guientes palabras de Nicholas Murrey But-
ler:
"Sirviendo en ella más de treinta años,
Marshall demostró al mundo que la Corte
Suprema de los Estados Unidos es no sólo un
tribunal de justicia en sentido ordinario,
sino que ha sido un coordinado instrumen-
to de gobierno, creado por el pueblo para
su propia protección contra otros coordina-
dos instrumentos de gobierno. Si la unión
federal ha de perseverar y progresar es in-
dispensable que la Corte Suprema de los
Estados Unidos conserve los amplios pode-
res que le asigna implícitamente la Cons-
titución, debiéndose interpretar la Consti-
tución cuando surjan controversias en sen-
tido nacionalista y en contra de cualquier
doctrina antinacionalista que pretenda
aparecer. Marshall, inmediatamente, llevó
la Corte a establecer el principio de la
absoluta autoridad del gobierno nacional
dentro de su propia esfera, incluyendo el
derecho de proteger y de hacer cumplir
sus leyes en cada uno y todos los casos en
que pudieran ser puestos a prueba. Aceptó
y estatuyó la doctrina de Hamilton, según
la cual, los medios adoptados para ejercer
¡las facultades conferidas por la Constitu-
ción deben adaptarse al propósito perse-
guido con el fin de .obtenerlo, incluyendo
cualquier disposición necesaria a la propia
y completa ejecución de los derechos ga-
rantizados por la Constitución. Se estable-
ció como requisito indispensable que la
Corte Suprema pudiera resolver la consti-
tucionalidad de las leyes aprobadas por
cualquiera de las legislaturas de los Esta-
dos, pronunciando el veredicto definitivo
sobre la validez de los tratados. La crea-
ción dé gobiernos territoriales, el completo
control del comercio entre los Estados, la
autorización para el establecimiento de
bancos y varias otras actividades se decla-
raron comprendidas dentro de los fines del
Congreso como parte de sus obligaciones
para promover el bienestar general por los
medios y formas determinados en la Cons-
titución. Resultaría difícil explicarse los
actuales Estados Unidos sin el cuerpo de
Derecho político que John Marshall expuso
y creó" («3).
Acaso la más importante creación insti-
tucional de la República norteamericana
fue un poder judicial con poder bastante
para imponer al legislativo y al ejecutivo el
respeto de las cláusulas constitucionales.
La atribución de declarar la inconstitucio-
nalidad de las leyes dictadas por el Con-
greso, investía a la administración de jus-
ticia y, muy particularmente a la Suprema
Corte nacional, de un poder jurídico cuasi
constituyente frente a los dos poderes po-
líticos del gobierno, porque no se discutía
la atribución de declarar la inconstitu-
cionalidad o la ilegalidad de los decretos
del poder ejecutivo. Este asunto conmovió
profundamente al país, y eso se explica
porque era una innovación revolucionaria
desde el punto de vista institucional. Cuan-
do se dictó la ley de 1789, sobre la admi-
nistración de justicia, se dio por sentado
que la validez de las leyes del Congreso
podían ser examinadas por las Cortes de
los Estados y juzgadas, en último término,
por la Suprema Corte nacional, cuando las
Cortes estaduales se hubieran pronunciado
contra su validez. Be esto resultaba, aunque
no con mucha claridad, que la Suprema
Corte nacional tenía autoridad bastante
para declarar la invalidez de una ley del
Congreso. "La cuestión fue decidida por la
propia Suprema Corte en el caso Marbury
vs. Madison (1803)". Nunca se ha refutado
el razonamiento expuesto por el magistrado
presidente Marshall al formular la senten-
cia de la Corte: "Los poderes del legislativo
son definidos y limitados; y para que esos
limites no puedan confundirse u olvidarse,
la Constitución es una constitución escrita.
¿Con qué finalidad limitarían los poderes
y con qué propósito se habrían puesto'esas
limitaciones por escrito si esos límites pu-
dieran, en cualquier ocasión, ser sobrepa-
sados por las personas mismas a quienes
la Constitución intenta constreñir?... Es
demasiado claro para que se pueda discutir
que, o la Constitución está por encima de
cualquier norma legislativa que no está de
acuerdo con ella, o el legislativo puede mo-
dificar la Constitución por una ley ordi-
naria. Entre esas dos alternativas no hay
término medio. O la Constitución es una
norma superior y suprema, y no puede ser
alterada por los medios ordinarios, o está
al mismo nivel que las disposiciones legis-
lativas ordinarias y, cpmo ellas, puede ser
(133) Murray Butier, N., Los constructores de
los Estados Unidos, trad. de Jorge Boa, pág. 17!,
Biblioteca Interamericuna de la Dotación Carne-
gie para la Paz Internacional, La Habana, 1933.
alterada cuando al legislativo le plazca
alterarla ... Si una ley aprobada por el
legislativo, contraria a la Constitución, es
nula, ¿podrá, no obstante su invalidez, obli-
gar a los tribunales, forzándolos a ponerla
en práctica?... La obligación y el .deber
del departamento judicial es, sin ningún
género de duda, declarar el derecho. . .Así,
pues, si una ley está en pugna con la
Constitución, si tanto esa ley como la Cons-
titución son aplicables a un caso particular,
de tal modo que la Corte deba decidir el
caso con arreglo a la ley, apartándose de
la Constitución, o con arreglo a la Cons-
titución, apartándose de la ley, la Corte
debe determinar cuál de estas dos normas
contradictorias en conflicto es aplicable al
caso. Esto es de la propia esencia del deber
de los jueces" í134) .
Así quedó consagrado el constitucionalis-
mo y, junto con él, configurado el Estado
de derecho en el cual el gobierno y los go-
bernantes están sometidos al Derecho lo
mismo que los gobernados.
La unión definitiva y el problema de~la
esclavitud. Terminada la guerra de la in-
dependencia y, ante el problema de la ra-
tificación de la Constitución nacional por
los Estados, se diseñaron dos tendencias
opuestas que ya se habían manifestado en,
el seno mismo de la convención. Una era
federalista y otra antifederalista, sin que
apareciese con claridad y precisión la doc-
trina que ambas actitudes sostenían en
principio.
La opinión federalista se impuso. Se
asentaba sólidamente en el pasado y en la
tradición institucional de las colonias. Ade-
más, encontró brillantes expositores. Ha-
milton, Madison y Jay escribieron metó-
dicos ensayos de admirable fuerza persua-
siva, y cuya maestría los coloca, aun hoy,
entre las obras más notables del Derecho
público universal. Reunidos formaron un
volumen con el nombre de "El Federalista",
y siguen siendo todavía la mejor fuente
de interpretación para el estudio dé la
Constitución de los Estados Unidos y del
sistema de gobierno instituido por ella
(134) Kvans Hughes, Ch., La Suprema Corte de
¡os Estados Unidos, trad. de Roberto Molina Pas-
quel y Vicente Herrero, pág. 93, Fonfio de Cultura
Económica, México, 1946.
(135) £1 sistema federativo adoptado por la
Constitución de los Estados unidos había logrado
el equilibrio de las varias fuerzas operantes en
aquel medio y en aquel tiempo, logrando lo qwa
no pudo obtener en América del Fud no obstante
los esfuerzos de Bolívar. Acerca de esto dice el
duque de Noailleg: "El desarrollo exagerado o la
supresión de la autonomía local hubieran hecho
sufrir a las Instituciones existentes transformacio-
nes esenciales, y en una u otra hipótesis, las con-
secuencias no habrían sido probablemente muy
Una vez ratificada la Constitución, y ya
en vigencia sus disposiciones, las discre-
pancias doctrinarias experimentaron una
polarización en torno de la centralización o
descentralización del poder público y, jun-
to con ella, se acentuaban dos tendencias
opuestas que podríamos llamar aristocráti-
ca a la una y popular a la otra. Sus prin-
cipales jefes fueron Hamiíton y Jefferson,
respectivamente. Así se formaron los dos
primeros partidos políticos bajo la jefatura
de aquellos líderes y se inició el 'debate con
los problemas que suscitaba la aplicación
de la cláusula 18, del artículo I, Sección
VIII, relativa a los poderes implícitos del
Congreso nacional. Hamiíton y sus partida-
rios la interpretaban con criterio elástico
para dar más fuerza al nuevo gobierno de
ía unión. Jefferson y sus partidarios opo-
nían a esta interpretación un criterio rigu-
roso y estricto para evitar que el fortaleci-
miento condujese luego a la tiranía.
Una cierta desconfianza respecto de este
gobierno federal que aparecía como una
amenaza de absorción para los gobiernos
estaduales, se extendía en un principio a
todos los Estados, suspicaces y celosos de
su independencia, pero no tardó mucho
en producirse una separación entre los
Estados del norte y los del sur, con relación
a este problema. El norte se inclinó hacia
la posición de Hamiíton, y el sur hacia la
de Jefferson, fortaleciendo el primero la
tendencia- federalista sostenida en un co-
mienzo por el partido whig, que tomó el
nombre de republicano algunos años más
tarde, y el segundo, la tendencia anti-fede-
ralista, sostenida por el partido demócrata,
que conserva su nombre desde entonces
hasta la actualidad (13«).
distintas. Si por el abuso de las doctrinas parti-
cularistas se hubiese operado el fraccionamiento
parcial o completo de los Estados Unidos, ¿no hu-
biese sido inmediatamente inevitable 1» centrali-
zación gubernativa en cada sección? Como quiera
que de los restos de la unión hubiesen surgido
tres o cuatro confederaciones distintas, como lo
temía Story desde 1833, o treinta y ocho repúbli-
cas Independientes, estos diversos Estados, hoy ya
rivales aunque mantenidos por el vinculo federal,
se hubiesen convertido pronto en enemigos en-
carnizados, como lo testimonia la América del Sud.
Guerras, ruinosas de tarifas y de aduanas prelu-
diarían otras luchas más sangrientas y cada uno
de ellos se vería, constreñido a sostener numerosas
tropas para defenderse contra los Estados vecinos
y todos, sucumbiendo bajo el peso de grandes
'gastos militares*, tal como ocurre en las naciones
de la vieja Europa, perderían la principal ventaja
que ha hecho la riqueza y el bienestar de los Es-
tados unidos" (Cent ana de RépubUque aux Etats-
Unis, pag. 211. Ed. Calmann Lévy, París, 1886).
(136) "Los partidarios de Eamüton eran lla-
mados federalistas. Querían una Unión federal
fuerte, en vez de una Confederación mal unida y
sin consistencia, como la que formaban los Esta-
 ''Una cuestión legal de interés surgía del
hecho de que desde 1772, cuando las colo-
nias se hallaban aún bajo la soberanía bri-
tánica, las leyes inglesas en materia de es-
clavitud habían sido definitivamente esta-
blecidas. Debióse a Lord Mansfield, en el
caso de Somerset, en el cual accediendo a
una petición de habeos corpus se expresó
asi:
"«El poder de un amo sobre su esclavo ha
variado ampliamente en países diferentes.
El estado de esclavitud es de tal naturaleza,
que es incapaz de ser introducida bajo ra-
zones morales o políticas; sólo ¡a ley posi-
tiva, que preserva su poder por encima de
la razón, de la ocasión y del tiempo mismo
en que se promulgó, se borra de la memo-
ria. Es tan odiosa, que nada nos obliga a
soportarla, excepto la ley positiva. Por tan-
to, cualquiera que sean los prejuicios que
puedan derivarse de una decisión, yo no
puedo decir que este caso es permitido o
aprobado por las leyes de Inglaterra; por
lo que el negro debe ser libertado».
"Esta decisión hizo ilegal la esclavitud en
Inglaterra. Con anterioridad a esta deci-
sión, la esclavitud se había introducido en
dos Unidos de 1776 a .1789. Los jeífersonianos
acusaban a este partido de monarquista al fondo
de su sentir, y demasiado apegado a. Inglaterra.
Llegaban a pretender que los estadistas federales
estaban pagados con «el oro británico» para con-
vertir el gobierno americano a la monarquía.
"Por contraste, y para mejor señalar su oposi-
ción a estas tendencias los Jeffersonianos se lla-
maban «Republicanos*. Pero sus adversarios, los
hamlltonianos, con Intención de desacreditarlos.
y para no concederles el privilegio de este nombre
de republicanos —que debían ellos adoptar más
tarde— los llamaban «Demócratas» y los acusaban
de querer imitar en todo a esa democracia france-
sa, esa demagogia, hubiera sido mejor decir, que
entonces se ocupaba en cort¡ir las cabezas a los
aristócratas, en París. Poco después, el partido
jeffessontano tomó el nombre de Demócrata-Re-
publicano. Luego no conservó sino el nombre de
Demócrata, mientras que el nombre de Republica-
no pasaba con Wllllam H. Harrison a los federa-
listas. Importante es no perder de vista este cam-
bio de sentido del término «Republicano», el se
quiere ver claro en la historia de los partidos y se-
guir su evolución" (Flrmin Hoz, Historia de los
Estados Unidos, trad. de Hernán del Solar, pág. 87,
Ed. Ercllla, Santiago de Chile, 1642).
Sobre la figura de Hamllton, dice Kicholas Hu-
rray Butler: "Semejante a muchas otras poderosas
personalidades, Hamilton fue tan amargamente
odiado como, apasionadamente amado. Su admira-
ción, libremente expresada, por la Constitución
británica y su recomendación a favor de un go-
bierno íuerte, llevaron a los críticos de Hamilton
a calificarlo de monárquico y de enemigo do la li-
bertad. Pero nadie trabajó más efectivamente ni
con más ardor que Hamllton para arrojar de las
colonias la soberanía británica ni ninguno exce-
lió sus esfuerzos en querer darle una libertad civil
¡ política, un terreno donde pudieran crecer y
jna defensa contra las tempestades y las fuerzas
jue pudieran destruirlas" (Los constuctores de los
Js'oSos Unidos, ed. clt., pág. 89). . .
todas las colonias americanas y los trafi-
cantes ingleses de esclavos había operado
activamente. Antes de que las consecuen-
cias de la decisión de Lord Mansfield sobre
ía existencia de la esclavitud en las colonias
pudieran estudiarse y resolverse estalló la
revolución y su resultado favorable dejó la
esclavitud como una de las instituciones
aceptadas por los Estados Unidos.
"Probablemente es verdad que en el mo-
momento de la Declaración de Independen-
cia la esclavitud se estimaba repulsiva por
una gran mayoría de hombres distinguidos
e influyentes en todas las secciones del
país. Pero se mantuvo en visible contradic-
ción con los principios sobre los cuales las
colonias fundaron su victoria contra Ingla-
terra, y los cuales con franqueza vieron y
mantuvieron. Massachusetts había incor-
porado en la primera- Constitución del Es-
tado, adoptada en 1780, una declaración de
derechos cuyo primer artículo dice:
"«Todos los hombres nacen libres e igua-
les, y poseen ciertos derechos naturales
esenciales e inalienables; entre los cuales
se reconocen el derecho de gozar y defender
sus vidas y libertades; el de adquirir, poseer
y proteger sus propiedades; y, en fin, el de
perseguir y lograr su seguridad y felicidad».
"Tres años más tarde la Corte Suprema
de Massachusets sostuvo que este artículo
suprimía la esclavitud en todas sus formas,
y la esclavitud involuntaria en ese Estado.
En el mismo año en que Massachusets
adoptaba esta declaración de derechos,
Pennsylvania aprobaba un sistema de gra-
dual emancipación y prohibía la importa-
ción de esclavos. Connecticut, Rhode Island
y New Hampshire, aprobaron similares de-
claraciones, mientras entre 1780 y 1784 New
York, New Jersewy, Delaware, Maryland y
Virginia prohibían toda futura importa-
ción. Si las recomendaciones de Jefferson,
hechas en 1784, con respecto al gobierno de
los territorios del Oeste cedidos o por ce-
derse por los Estados individuales a los Es-
tados Unidos, se hubieran aceptado, la es-
clavitud hubiera sido excluida pie por píe
de aquellos territorios a partir del año
de 1800; pues entre aquellas recomenda-
ciones Jefferson incluía una redactada casi
en los precisos términos de la Enmienda
Trece de la Constitución de los Estados Uni-
dos, por la que se abolía la esclavitud; pero
no fue adoptada hasta 1885, después de
una guerra civil llena de amarguras y de
magnitud sin paralelo. Hubieran sido las
recomendaciones de Jefferson aceptadas,
la extensión de la esclavitud se hubiera de-
tenido de un modo práctico y la institución
en sí hubiera desaparecido dentro de una
o dos generaciones por falta de ambiente
propicio. No siempre se recuerda que en sus
recomendaciones Jefferson incluía el terri-
torio sobre el cual se organizaron luego los
Estados de Tennese, Alabama, Missíssippl,
Arkansas y una gran extensión del territo-
rio ocupado luego por Lousiana y Texas, los
cuales, más tarde, fueron admitidos en la
Unión como Estados esclavistas.
"Tres años después, al aprobarse las or-
denanzas para la administración de la par-
te de ese territorio situada al noroeste del
río Ohío, se excluyó de ellos la esclavitud
de una vez y para siempre, extendiéndose
la medida al vasto territorio que cubrían.
Por consiguiente, cuando sé precipitó el pro-
blema de la esclavitud en el primer Con-
greso, la situación era que ella existia en
todos los Estados, menos en Massachusets;
que estaban aboliéndola gradualmente en
otros Estados de la New England y en Penn-
sylvania; que se prohibía la importación de
esclavos en iodos los Estados excepto en
North y South Carolina y en Georgia; y que
en tanto la esclavitud podía establecerse
en todo el territorio al sur de Ohío, absolu-
tamente se prohibía al norte de ese río.
"El Congreso aceptó, a pesar de las ob-
jeciones que se le hicieron, las peticiones
de Pennsylvania, enviándolas a un comité
para su estudio e informe. Sobre el informe
del comité se produjo un fiero debate, y fi-
nalmente por una votación de 29 contra 25,
en marzo 23 de 1790, el Congreso aprobó el
informe del comité con ciertas enmiendas,
y ordenó su publicación en el diario del
Congreso. La substancia del informe era la
de que el gobierno central no tenía autori-
dad para prohibir la importación de escla-
vos hasta 1808; que igualmente el Congreso
no podía emancipar los esclavos en nin-
guno de dichos Estados; que el Congreso no
tenía autoridad para interferirse en las dis
posiciones interiores de los Estados indivi-
duales con relación a la esclavitud; que, sin
embargo, el Congreso sí tenía autoridad
para crear una tributación en cualquier
tiempo que no excediera de diez dólares
sobre cada persona que entrara o se admi-
tiera en cada Jstado; que el Congreso tenía
autoridad para restringir o prohibir el co-
mercio de esclavos africanos y para huma-
nizar el trato que se les diera por los ciu-
dadanos de los Estados Unidos durante el
tráfico entre sus puertos y los de otros paí-
ses; que el Congreso tenía autoridad para
prohibir a los extranjeros preparar los bu-
ques en puertos de los Estados Unidos cuan-
do estos buques estuvieran dedicados a di-
cho tráfico entre África y puertos extran-
jeros; y finalmente, que los solicitantes fue-
ran informados en relación con la autori-
dad de que se halla Investido el Congreso
de los Estados Unidos, que dicha autoridad
sólo podía ejercerse con propósitos huma-
nos tales como los alegados por los peticio-
narios. Desde el punto de vista de los peti-
cionarios este informe equivalía a un nom
possumus, haciéndose dificultoso compren-
der por qué veinticinco representantes vo-
taron en su contra" (»").
Desde la ratificación constitucional dos
problemas recíprocamente condicionados y
paralelos ocuparon principalmente la aten-
ción política del pueblo de los Estados Uni-
dos: uno era el de la formación de los nue-
vos Estados con territorio de los anterio-
res o con nuevo territorio incorporado a la
civilización, y otro era el de la esclavl-
tud( ] 38). como, según la Constitución, to-
dos los Estados tenían igual representación
en el Senado, este cuerpo era teatro de un
drama político que se desarrollaba en torno
al problema de la esclavitud en razón de
que en su seno se disputaban la mayoría
las dos tendencias representadas por las
dos clases de Estados entonces existentes;
esclavistas unos y anti-esclavistas los otros.
Cada creación de un Estado nuevo llevaba,
consigo la incorporación al Senado de sus
dos representantes y la presencia de éstos
se traducía en aumento o disminución, se-
gún los casos, de los votos favorables a una
u otra tendencia. Así, por ejemplo, en 4 de
marzo de 1791 ingresa en la Unión el Es-
tado libre o sin esclavos o antl-esclavista
de Vermont, aumentando a 14 el número
de los Estados fundadores, de los cuales 7
se hallaban ubicados al norte de la línea
aceptada como divisoria de las dos seccio-
nes territoriales y 6 al sur. Poco después,
el l? de junio de 1792, se creó el Estado dé
Kentucky, segregado de Virginia y, por con-
siguiente, esclavista. De esa manera se man-
tenía la ventaja inicial para los Estados del
Norte o sin esclavos.
El 1"? de junio de 1798 se erigió un nuevo
Estado esclavista, el de Tennessee, a los
que sigieron Ohío (19 de febrero de 1803),
(137) Murray Butler. N., Los constructora de
los Estados Unidos, trad. de Jorsre Roa. pftg. 128,
Biblioteca Interatncricana de ln Dotación Carnc-
Rie para la Paz Internacional, La Habana, 1933.
(138) El asunto de la esclavitud de los negros
no estuvo ausente en el momento de redactarse la
declaración tte independencln <1r los Estados Uni-
dos. "En su proyecto primitivo, Jefferson que, al
bien era propietario de esclavos se manifestaba
muy hostil a la esclavitud, llegaba hasta a acusar
al rey de favorecer, a pesar de los americanos, este
«execrable comercio»; oponiéndose a las leyes que
ellos hablan hecho para prohibirlo o restringirlo.
Algunos diputados del Sur se dieron cuenta de quo
Jorge III no podría pasar por ser el único respon-
sable, y el parágrafo relativo a ese asunto fue su-
primido" (Pasquet, D., Hiítotre polttique et so~
i-ialc dii peuTile américain. t. 1, pág. 260. Ed. Pl-
card. París. 1924).
Lousiana (30 de abril de 1812), Indiana
(11 de diciembre de 1818), Mississippi (10
de diciembre de 1817), Illinois (3 de di-
ciembre de 1818), Alabama (14 de diciem-
bre de 1819) y Maine (15 de marzo de 1820).
En 1820 los Estados llegaron, pues, al nú-
mero de 24, representando fuerzas iguales
en lo relativo a la esclavitud por hallarse
12 de ellos en cada tendencia.
Cada vez se definía más acentuadamen-
te la separación regional de los Estados es-
clavistas y de los no esclavistas ocupando
los primeros la zona sur y la segunda la
del norte.
"El curso del OTrAo señalaba, hasta el Mis-
sissippi, el limite, entre ambas zonas. La
famosa ordenanza de 1787, en efecto, al or-
ganizar el territorio del noroeste, lo había
cerrado a la esclavitud. Tres grandes Es-
tados habían allí formado; Ohio (1802),
Indiana (1816), Illinois (1818). Dos más
agregáronse después: Michigan (1837) y
Wisconsin (1848). Cinco Estados libres,
pues. Del otro lado del Mississippi, ya no
había demarcación. El vasto territorio que
entonces se llamaba la Luisíana, y que la
Unión adquiriera en 1803, era dominio na-
cional. Nueve años después, un primer Es-
tado nacía allí, al que se asignaba este
nombre, que en adelante sólo a él se aplicó.
El Estado de la Luisiana fue admitido en la
Unión en 1812, como estado con esclavos,
sin muy violenta oposición de parte del
Norte. Un Estado del Norte pudo también
haberse hecho admitir como Estado libre,
sin muy violenta oposición del Sur. Pero
aconteció que el nuevo Estado por formar-
se correspondía, del otro lado del Mississip-
pi, mitad a la zona de la libertad y mitad
a la zona de la esclavitud. Casi en los mis-
mos momentos, el Maine que desde 1692
siempre fuera una especie de anexo del
Massachusetts, pidió que se le admitiera en
la Unión. Los representantes del Sur al
Congreso negáronse a admitirlo, a menos
que los representantes del Norte admitie-
ran, de su parte, al Missouri como Estado
con esclavos. Esta cuestión fue objeto de
un gran debate, que terminó en 1820 con el
famoso Compromiso del Missouri.
"En virtud de esta medida, debida sobre
todo a la influencia de Henry Clay, el Mis-
souri entraba en la Unión como Estado con
esclavos. Pero el Congreso adoptaba el pa-
ralelo 36° 30' como línea divisoria del terri-
torio adquirido en 1803 y prohibía para
siempre la esclavitud al norte de esa linea.
Este paralelo se convertía en «línea del
Compromiso de Missouri». El Norte veía no
sin inquietud el porvenir abierto a la ex-
tensión de la esclavitud en una parte del
nuevo dominio nacional. Ciertas personali-
dades influyentes del Sur sostenían que el
Congreso no contaba con ningún poder
para prohibir la esclavitud en este domi-
nio. El Compromiso no satisfacía a nadie;
pero retardaba en cerca de treinta años la
explosión del conflicto entre las dos partes
de la Unión" (i»»).
Como lo advierte Roz en el párrafo ante-
riormente transcripto, el Compromiso de
Missouri no pudo resolver en definitiva el
problema político que separaba a los Esta-
dos del Norte y los del Sur. No hizo sino
aplazarlo. El problema de la esclavitud aso-
maba constantemente, y llegó un momento
en que no fue posible evitar el conflicto
que alcanzó la importancia de una guerra
civil separatista.
La colonización del Oeste y la anexión de
nuevos Estados en el Sur como consecuen-
cia del éxito obtenido en la guerra con Mé-
xico, condujeron rápidamente el asunto de
la esclavitud a su punto neurálgico. La lí-
nea trazada por el Compromiso de Missouri
de 1820 para separar los Estados del Norte
y los del Sur, carecía ya de vigencia. Una
parte considerable del territorio de Cali-
fornia se extendía por debajo del parale-
lo 36° 30* y si se le admitía como Estado
libre el Sud podría exigir una compensación
equivalente.
En 1846 un representante del partido De-
mócrata por el Estado de Pensylvania pre-
sentó al Congreso un proyecto para que la
esclavitud fuese prohibida para siempre en
toda la zona territorial obtenida de la gue-
rra con México. A este proyecto se le llamó
indistintamente Enmienda, Cláusula o Re-
serva Wilmont, o Wilmont Proviso, y, aun-
que no obtuvo sanción de las dos cámaras,
consiguió de hecho un verdadero triunfo,
porque, después de Texas, no se creó nin-
gún Estado esclavista. Por su parte, la ten-
dencia contraria estuvo representada en el
Congreso por la proposición Calhoum-Davis
en el sentido de establecer la esclavitud
mediante un estatuto definitivo en las nue-
vas regiones incorporadas.
Hubo una tercera actitud transaccional
que procuró dar solución al problema por
iniciativa de Henry Clay, a quien se debía
treinta años antes el Compromiso de Mis-
souri y la tranquilidad lograda por él. Se
traba de una serie de medidas que el Con-
greso votó en agosto de 1850 y a la que se
dio el nombre de Bill-omnibus, o Compro-
miso de 1850
Estas medidas consistían en varias dispo-
siciones calculadas en forma de obtener un
(139) Plrmin Hoz, Historia, de los estados Uni-
dos, trad. de Hernán del Solar, pág. 116, Ed. Ercl-
lia. Santiago de Chile, 1942.
equilibrio. California era admitida como Es-
tado libre o anti-esclavista y en dos nue-
vos territorios —el Utah, comprendiendo la
Nevada, y Nuevo México, comprendiendo el
Arizona— se organizaban sin la Reserva
Wilmont, es decir, sin condiciones respecto
de la esclavitud. Los habitantes de estas re-
giones podrían decidir la cuestión libre-
mente cuando se constituyeran en Estados.
Además, la trata de esclavos era abolida en
Columbia y, al mismo tiempo, una nueva
ley más rigurosa que las anteriores, auto-
rizaba y aseguraba el arresto de esclavos
fugitivos en los Estados del Norte.
Estas medidas fueron recibidas con bene-
plácito general y se puso en ellas la espe-
ranza de una solución pacífica. Pero es in-
dudable que favorecían al Sur y abolían el
célebre Compromiso de Missouri. >
No tardaron en producirse hondas y vio-
lentas divisiones entre la población del Sur
y la del Norte. Las discusiones parlamenta-
rias se acentuaron y empezó a verse clara-
mente los peligros que tal situación produ-
ciría. Algunos hombres como Henry Clay y
Abraham Lincoln adoptaron una actitud
serena de conciliadores que ponían por en-
cima de todo el mantenimiento de la Unión,
no obstante ser partidarios de la abolición
de la esclavitud.
No corresponde a este trabajo relatar en
detalle los sucesos que provocaron la gue-
rra de secesión, pero merece ser consignado
aquí un episodio institucional de gran im-
portancia. Fue el caso judicial de Dred
Scott, esclavo de un cirujano militar que
tenía su residencia en Missouri y que en
1834 le condujo consigo primero al Estado
libre de Illinois, donde vivió cuatro años y
de ahí al territorio de Minnesota, donde la
esclavitud estaba prohibida por el Compro-
miso de 1820. De regreso a Missouri Dred
Scott, sometido a la pena de azote, inició
un juicio sosteniendo su condición de hom-
bre libre adquirida durante su residencia
en ülinois y Minesota. El asunto llegó has-
ta la Corte Suprema de los Estados Unidos,
la que se pronunció en 1857.
"En este caso la Suprema Corte resolvió
que el negro Dred Scott, que no era ciu-
dadano, no podía promover ninguna de-
manda ante los tribunales de los Estados
Unidos, y que el Congreso no podía prohibir
la esclavitud en los territorios federales.
Aun dando por descontada la sinceridad de
los iueces que adoptaron este punto de vis-
ta todo el mundo ha reconocido el grave
daño que la Corte sufrió como consecuen-
cia de su decisión. Su resolución fue una
calamidad pública. Los periódicos antiescla-
vistas del Norte la recibieron con escarnio
y desprecio. No faltaron expresiones más
moderadas ni el apoyo de los poderosos pe-
riódicos democráticos, pero los duros y ge-
nerales ataques que recayeron sobre los jue-
ces que aprobaron aquella decisión mina-
ron la confianza en la Corte. Se hicieron
comentarios infundados y groseros sobre las
características y sobre las cualidades de los
jueces, como complemento del juicio adver-
so que mereció el parecer expuesto por el
magistrado presidente Taney. Lincoln ata-
có en sus discursos la decisión, aunque guar-
dando el debido respeto para la institución.
En el curso de su polémica con Douglas, di-
jo: «Nosotros creemos tanto como el magis-
trado Douglas, y acaso más, en la obedien-
cia y en el respeto debidos al departamento
judicial del gobierno. Pensamos que sus de-
cisiones sobre cuestiones constitucionales,
una vez tomadas, regulan no sólo los casos
particulares por ellas decididos, sino tam-
bién la política general del país que sólo
puede ser modificada por reforma a la
Constitución, en la forma en que dispone
este texto. Pasar de ahí sería revoluciona-
rio, pero pensamos también que la decisión
del caso Dred Scott es equivocada. Sabemos
que el tribunal que la ha dictado ha revo-
cado con frecuencia sus propias decisiones,
y haremos cuanto podamos para que recti-
fique ésta. Pero no ofrecemos resistencia
alguna». Y pasó mucho tiempo antes de
que la Corte, incluso con otros magistrados,
volviera a recobrar su reputación." ("<>)
Esa decisión de la Corte Suprema de los
Estados Unidos, muy lejos de producir la
pacificación estimuló las pretensiones de
los Estados esclavistas y encendió la discor-
dia que empezó a plantearse resueltamen-
te como una secesión de los Estados del
Sur. La elección presidencial de Abraham
Lincoln en diciembre de 1860, precipitó los
acontecimientos, porque, no obstante la se-
renidad y bonhomía que éste puso en todos
sus actos de estadista, los partidarios de la
esclavitud sabían que se hallaba resuelta-
mente ubicado en la posición contraria.
Carolina del Sur tomó la iniciativa de una
beligerancia desembozada y el día 20 de di-
ciembre de 1860 una convención de ese Es-
tado votó la separación en los siguientes
términos:
"Y ahora que el Estado de la Carolina
del Sur ha recuperado su -puesto de pueblo
separado y distinto, debe, asimismo, a los
otros Estados de la Unión, y a las demás
naciones del mundo, declarar las causas
inmediatas.que le han inducido a separar-
se. Nosotros sostenemos que nuestro gobier-
(140) Evans Hughes, Ch., La Suprema Corte de
Estados Unidos, tratl. de Roberto Molina Pasquel
y Vicente Herrero, pág. 63, Fondo de Cultura Eco-
nómica, México, 1946.
no es un contrato; que en todo contrato
la obligación es recíproca; que, cuando uno
de los contratantes se rehusa a cumplir lo
estipulado, el otro se halla desligado de su
obligación, y que, a defecto de un arbitro
supremo, cada una de las partes debe se-
guir su arbitrio y decidir la ejecución con
todas sus consecuencias.
"En el caso actual, el hecho es evidente:
nosotros afirmamos que catorce Estados
han rehusado deliberadamente, desde mu-
chos años atrás, llenar sus compromisos
constitucionales, y, en prueba de ello, nos
remitimos a sus propias leyes.
"Según la Constitución federal, cada Es-
tado era reputado igual a los demás, y ejer-
cía la fiscalización exclusiva de sus propias
instituciones. El derecho de propiedad so-
bre los esclavos se hallaba reconocido en la
Constitución, la cual concedía a las perso-
nas Ubres derechos políticos 'distintos que
les otorgaba representar a los esclavos por
tres quintas partes, autorizaba la importa-
ción de aquéllos durante veinte años (1787-
180?), y estipulaba la extradición de los fu-
gitivos (/rom Zabour).
"Afirmamos que estos pactos, para los
cuales ha sido instituido el gobierno, no se
han cumplido, y que el gobierno mismo los
ha destruido, por la acción de los Estados
que no tenían esclavos, arrogándose el de-
recho de decidir de la conveniencia de nues-
tras instituciones domésticas y negando el
derecho de propiedad establecido en quin-
ce Estados, derecho reconocido en la Cons-
titución. La institución de la esclavitud
ha sido denunciada como un pecado ante
Dios; el gobierno del Norte ha permitido
en sus territorios el establecimiento público
de sociedades, cuyo objeto manifiesto era
amenazar la seguridad, y atacar la propie-
dad de los ciudadanos de los demás Esta-
dos, estimulando y ayudando a millares de
esclavos, para que abanonen sus hogares;
y por lo respectivo a los que quedan, los han
impulsado a la insurrección servil, por me-
dio de emisarios, libros y grabados.
"La agitación acrece de veinte años a
esta parte, hasta acabar por ganarse el áni-
mo del gobierno central. Aunque respetan-
do la forma constitucional, un partido ha
encontrado, en el artículo que crea el po-
der ejecutivo, -el medio de destruir la mis-
ma Constitución. Y tirando una linea geo-
gráfica al través de la Unión, todos los Es-
tados que quedaban al norte de esa línea
se han unido para elevar al alto puesto de
presidente de la Unión, a un hombre (Abra-
ham Lincoln) cuyas opiniones e intencio-
nes son hostiles a la esclavitud. Se le va
a encargar de la administración de la Unión,
porque ha declarado que este gobierno no
puede conservarse mitad libre y mitad es-
clavo, y que la opinión cree que la escla-
vitud va a extinguirse.
"El 4 de marzo, este partido tomará po-
sesión del gobierno... las garantías de la
Constitución dejarán de existir; la igual-
dad de los Estados quedará destruida, y el
gobierno federal se convertirá en enemigo
de los Estados que poseen esclavos... Está
perdida toda esperanza de conciliación,
porque la opinión pública en el Norte ha
dado a un gran error político, la sanción
de una creencia religiosa, más errónea to-
davía.
"Nos, pues, el pueblo de la Carolina del
Sur, apelando de la rectitud de nuestras
intenciones al Supremo Juez del Universo,
declaramos solemnemente que la Unión
hasta aquí existente entre nosotros y los
Estados de la América del Norte, queda di-
suelta, y que la Carolina del Sud vuelve a
su puesto entre las naciones como Estado
independiente."
Todo el Sur compartió rápidamente la
actitud asumida por la Carolina y apenas
transcurrido un mes se habían retirado de
la Unión Georgia, Alabama, la Florida, el
Mississippi y Texas, en actitud francamen-
te disidente y separatista. Los delegados de
estos siete Estados se reunieron en Mont-
gomery (Alabama) y organizaron un go-
bierno con el nombre de Estados Confede-
rados de América. Se dictó una constitución
calcada sobre la de 1787 para la Unión y
se eligió presidente de la Confederación a
Jefferson Oavis.
La guerra civil fue cruenta y larga y pu-
so en serio peligro la unidad del pueblo
norteamericano, pero "el triunfo de la Unión
lo impidió y al mismo tiempo impuso la
abolición de la esclavitud gracias al tino y
a la habilidad demostrada por el presiden-
te Lincoln y sus colaboradores que en todo
momento, asignaron principal importancia
al mantenimiento de la unión entre los Es-
tados.
Lincoln inauguró su presidencia con un
admirable discurso cuya cordura no fue des-
mentida luego por ninguno de sus actos.
De él dice Firmin Boz: "Nada es más her-
moso que su maestría y su mesura. El úni-
co dueño de sí mismo en medio de la tor-
menta, aparece con la moderada actitud
que será siempre la suya. En su primer
mensaje, ruega a los Estados separatistas
que no miren al nuevo gobierno cómo a un
enemigo de su paz y su seguridad,"y que
acepten la permanencia de la Unión así
como las estipulaciones de la Constitución
en lo relativo a la esclavitud. Se defiende
de la manera más expresiva contra la in-
tención de atentar, directa o indirectamen-
te, contra la institución de la esclavitud
en los Estados en que ya existia, y declara
que tal ingerencia de su parte sería ilegal:
declaraciones conformes con los manifies-
tos electorales de los republicanos, pero
muy lejos de ser satisfactorias para los abo-
licionistas. Abordando en seguida la cues-
tión más punzante, la de la secesión, Lin-
coln declaró que mantendría fielmente su
juramento de aplicar las leyes de la Unión
en todos los Estados, sin efusión de sangre
ni violencia, a menos que las autoridades
federales se vieran a ello obligadas. El
mensaje terminaba con un afectuoso y pa-
tético llamado del presidente a los sudis-
tas, para rogarles que no rompieran la
Unión, que no perseveraran en el camino
por el que se habían internado. «En vues-
tras manos, compatriotas míos desconten-
tos, y no en las mías, está la grave cues-
tión de la guerra civil. El gobierno no os
atacará. No tendréis conflicto armado si
no sois vosotros los agresores. No tenéis un
juramento inscrito en los cielos que os obli-
gue a destruir el gobierno; y yo tendré uno,
muy solemne de preservarlo, protegerlo, de*-
fenderlo.»" («i)
En septiembre de 1862 el presidente Lin-
coln, después de consultar a sus mejores
colaboradores, resolvió dar un paso deci-
sivo de carácter institucional, que, al mis-
mo tiempo, habría de serlo para la suerte
de la lucha empeñada. Lanzó una procla-
ma en la que advertía a los Estados con-
federados que, si no cesaban las hostilida-
des antes del 1? de enero de 1863, todos
los esclavos que se hallaban dentro de la
jurisdicción de los Estados Unidos serían
declarados libres para siempie. Y, como la
lucha continuó, cumplió su promesa el 1?
de enero de 1863 mediante un decreto de
muy dudosa constítucionalidad y en el que
se. pretendía hacer uso de una atribución
militar en tiempo de guerra. Durante el
año 1863 se enrolaron en favor de la liber-
tad y por la abolición definitiva de la-es-
clavitud más de 50.000 individuos sin que
el número dejase de aumentar hasta la ter-
minación de la guerra. Se calcula que la
cifra llegó a 200.000 aproximadamente. Y
esto contribuyó de un modo indiscutible
desde el doble punto, de vista material y
moral al triunfo de la Unión.
Las consecuencias de la guerra de sece-
sión fueron la abolición de la esclavitud y
la unión total de los Estados, que entonces
eran 36 y que luego fueron aumentando
hasta llegar hoy al número de 49 que for-
man una nación indisoluble e indesinte-
grable, tal como lo establecía teóricamen-
(141) Op. cit,, pág. 174.
te la Corte Suprema de los Estados Unidos
por el voto de su juez Chase: "unión in-
destructible de Estados indestructibles".
La enmienda XIII relativa a la abolición
de la esclavitud fue incorporada a la Cons-
titución con fecha 18 de diciembre de 1865,
y está redactada en los siguientes térmi-
nos:
"Ni la esclavitud ni el trabajo forzado,
salvo que éste fuere impuesto como casti-
go por un crimen del cual la parte intere-
sada hubiere sido legalmente convicta, po-
drán existir en los Estados Unidos, o en
sitio alguno bajo su jurisdicción."
Esta enmienda tuvo como complemento
indispensable la enmienda XIV incorpora-
da a la Constitución el 28 de julio de 1868,
con la que se investía a los negros recién
emancipados de todos los derechos políticos
inherentes a la ciudadanía. Está redacta-
da así:
"Todas las personas nacidas o naturali-
zadas en los Estados Unidos, y sujetas a
su jurisdicción, serán ciudadanos de los
Estados Unidos y del Estado donde residie-
sen. Ningún Estado podrá dictar o poner
en vigor ley alguna que menoscabe los de-
rechos e inmunidades de los ciudadanos de
los Estados Unidos; y ningún Estado podrá
privar a. persona alguna de la vida, la li-
bertad, o la hacienda sin el debido proce-
dimiento legal; ni podrá negar a persona
alguna bajo su jurisdicción la igual protec-
ción de las leyes."
11. LA ENTIDAD HOMBRE Y LA DEMOCRACIA
/ MODERNA
La evolución institucional que se detuvo
en Inglaterra, en el umbral del siglo xvm
con la definitiva consagración de la sobe-
ranía del Parlamento y del gobierno parla-
mentario, continuó su marcha en los Esta-
dos Unidos o, mejor dicho, en las colonias
inglesas de América del Norte tal como lo
hemos presentado sintéticamente.
Si tuviésemos que reducir a su mínima
extensión el fruto de esa evolución institu-
cional para •señalar únicamente dos de sus
conquistas fundamentales como las más
importantes, diríamos que ellas son: la
Declaración de los Derechos del Hombre y
del Ciudadano por una parte, y por la otra
el Constitucionalismo.
Esas dos conquistas fijan institucional-
mente el carácter de la democracia con-
temporánea. Son los dos acontecimientos
sensacionales con que se inaugura preci-
samente esa Edad Contemporánea y los
que mejor la caracterizan, no porque se ha-
yan incorporado de un modo completo y
perfecto a la vida político-social en la prác-
tica, sino porque constituyen el leit moUv
en que se concretan las aspiraciones esen-
ciales de la democracia a lo largo de la evo-
lución política universal.
Ahora ya se puede decir que están fija-
dos los términos en que el problema de la
democracia queda planteado en el desarro-
llo de la cultura humana, y .que sobre esas
bases jurídicopolíticas se construirán las
instituciones económicas y sociales en las
cuales se logra la democracia en la forma
integral exigida por la justicia económica
o, si se quiere, por la "igualdad de hecho"
como la llamó Babeuf.
Alguna vez hemos dicho que a través del
Derecho la lucha de clases reviste alter-
nativamente formas acentuadas de cam-
bios, unas' veces puramente políticos, otras
político-económicos, otras solamente eco-
nómicos, pero siempre a través de la ne-
cesaria estructura jurídica. El cambio no se
opera ni se consolida sino como triunfo del
Derecho; unas veces del Derecho público,
otras veces del Derecho privado, que cada
día pierde más su carácter. Esos cambios
nc marcan una dirección constante. Co-
rresponden a las condiciones particulares
de cada grupo social a lo largo de la his-
toria, y no ofrecen continuidad perfecta en
la existencia de ninguno de ellos.
Sin embargo, es posible señalar la pre-
sencia de cuatro ciclos históricos sucesivos
a través de la vida del Derecho, qur se .ex-
tienden en el espacio y en el tiempo, y al-
canzan, cada uno de ellos, mayor univer-
salidad. Cada uno describe una parábola
siempre más amplia, y puede ser caracte-
rizado por sus rasgos más agudos y salien-
tes, aunque no sea posible diferenciarlos
en forma perfecta. Primero, el ciclo del
Derecho público o, mejor aún, del Derecho
político; segundo, el ciclo del Derecho pri-
vado o Derecho civil; tercero, el ciclo del
Derecho del hombre o de la libertad;
cuarto, el ciclo del Derecho social o de la
economía. El primero tiene como protago-
nista al ciudadano ateniense; el segundo,
al propietario romano; el tercero, al bur-
gués industrial y comerciante de la civili-
zación occidental; el cuarto, al proletario
de todos los países del mundo.
La clasificación de las edades, históri-
cas es, a nuestro juicio, arbitraria y hasta
caprichosa, pero si algún rasgo saliente
puede ser justificadamente utilizado para
esa clasificación, ese rasgo es, a nuestro
juicio, el que ofrecen las instituciones po-
líticas que nunca están vacías de contenido
social y que siempre tienden a la universa-
lidad a través del Derecho y de su evolu-
ción.
La Edad Contemporánea comienza con la
proclamación de los Derechos del Hombre
y del Ciudadano. En realidad, los derechos
del ciudadano eran muy antiguos. Acaba-
mos de atribuirles como protagonista al
ciudadano ateniense y no podríamos tam-
poco excluirlo al ciudadano romano. En esa
materia el hecho nuevo, la conquista sen-
sacional en que se concreta el aporte de la
llamada Edad Media y también de la lla-
mada Edad Moderna, consiste, no en los
Derechos del Ciudadano, sino en los Dere-
chos del Hombre.
Esto conviene decirlo y recalcarlo. El ciu-
dadano es una entidad consagrada por el
Derecho público o Derecho político en los
Estados laicos de la antigüedad. Fue crea-
da por el pueblo ateniense, y conviene ad-
vertir que el pueblo, como entidad política,
sujeto de la República y de la Democracia,
también fue creado por Atenas y otras
ciudades-estados de Grecia de menor im-
portancia histórica.
La entidad Hombre —que se había for-
mado lentamente en el pensamiento filo-
sófico, político, jurídico y religioso de la
cultura occidental— adquiere corporeidad
institucional recién cuando se la reconoce
en la proclamación de los Derechos inhe-
rentes a la persona humana. Ya hemos
examinado los antecedentes de ese largo
proceso. Ahora llegamos a su culminación,
que consiste en una afirmación positiva de
la existencia de esa entidad que es el
hombre, o, mejor dicho, el ser humano
y los derechos que le son inherentes y
que ahora, a mediados del siglo xx, son
llamados, "Derechos humanos", en una De-
claración universal.
No corresponde a este estudio objetivo
de las Instituciones políticas, que van a
configurar el concepto contemporáneo de
la democracia, el examen de las causas o
el análisis del proceso histórico en su in-
timidad. Nos limitamos a presentar las ins-
tituciones tales como van apareciendo en
la Historia y tratando de encontrar su sen-
tido en la conexión que hay entre ellas
y en la continuidad susceptible de ser se-
ñalada a través del espacio y del tiempo.
12. EMANCIPACIÓN NORTEAMERICANA Y REVO-
LUCIÓN FRANCESA
El influjo norteamericano sobre el pueblo
francés. Como acontecimiento político de
resonancia universal, la Revolución Fran-
cesa alcanzó tal esplendor y su influjo fue
tan deslumbrante, que primero Europa y
luego los demás pueblos del mundo, incluso
los de América, le dedicaron toda su aten-
ción, dejando en el olvido o, por lo menos,
en la oscuridad, la emancipación norte-
americana que la había precedido en el
tiempo.
 Había muchos motivos para que fuera
así, y no es el menor entre ellos el de que
Inglaterra había acostumbrado a Europa a
presenciar su evolución revolucionaria de
lento, pero firme y continuado desarrollo y,
contemplada desde ese ángulo, la emanci-
pación norteamericana se presentaba como
un episodio más entre los muchos que
jalonaban el proceso anglosajón a partir de
la Carta Magna de 1215.
La importancia que se dio a sí misma la
Revolución Francesa, al atribuirse un ca-
rácter universal que, sin duda, adquirió de
inmediato, dio a los propios franceses la
sensación de haber realizado una obra
totalmente original. Así lo era, en efecto,
como revolución políticosocial, pero no co-
mo creación institucional, no obstante per-
tenecer a Francia de un modo exclusivo
una cierta tonalidad de actitud política y
filosófica, en la que se expresaba el alma
latina con toda su pasión y fuerza.
Hoy ya es imposible negar la importan-
cia del influjo ejercido por la emancipación
norteamericana sobre la Francia revolucio-
naria en el aspecto estrictamente institu-
cional. Los Estados Unidos tienen el mérito
indiscutible de haber creado las institucio-
nes nuevas, incorporándolas a su Derecho
positivo y dándoles la vivencia de una
aplicación inmediata, no obstante corres-
ponder a los franceses la fundamentación
filosófica y doctrinaria de los principios
en que se apoyaban aquellas institucio-
nes.
. Los debates de la Asamblea Constituyen-
te francesa de 1789 contienen escasas re-
ferencias al precedente norteamericano al
discutirse la "Declaración de los Derechos
del Hombre y del Ciudadano", ya producida
en Virginia y en Filadelfia trece años an-
tes como un acontecimiento relativamente
sensacional. En cambio, quedan muchas
constancias de que durante los años que
preceden a la Revolución Francesa, estuvo,
de moda~ en Francia el ocuparse con admi-
ración y entusiasmo de la emancipación
norteamericana, la que fue, sin duda, al
mismo tiempo, una verdadera revolución.
De la Revolución norteamericana dice
Daniel Mornet: "Esta revolución es, ante
todo, un hecho político que determinó en
Francia otros hechos políticos, delibera-
ciones y decisiones ministeriales, una alian-
za y una declaración de guerra. La influen-
cia de la Revolución americana releva,
pues, en parte, de hacer una historia de los
orígenes políticos de la Revolución Fran-
cesa, pero interesa también a la historia
de los orígenes intelectuales, pues es, sobre
todo, la opinión lo que ha determinado los
hechos políticos, y, gracias a la opinión,
su repercusión ha sido profunda. 'Opinión
de gentes cultivadas, cuyo rumbo ha sido
sugerido y dirigido, en gran parte, por la
literatura" (i«).
Las visitas de Lafayette a la América del
Norte y de Franklin a Francia fueron el
vehículo de un entendimiento y de una
simpatía ferviente y contagiosa. Desde 1776
a 1788 se publicaron en Francia libros y
artículos periodísticos que llevan firmas
ilustres, como las de Beaumarchais, Ray-
nal, Mably, Mirabeau, Condorcet, Brissot,
etcétera; y otros autores adquirieron cierta
celebridad por ocuparse del tal asunto, co-
mo Hilliard d'Auberteuil, el abate Robín,
Saint-Jean de Crevecoeur y Chasíellux.
En las esferas intelectuales francesas se
mostró un gran entusiasmo hacia la Re-
volución Norteamericana, que se manifes-
taba en agasajos a Franklin o en demos-
traciones a los escritores que se ocupaban
de aquélla. En 1782, el Museo de París da
una fiesta en honor de los Estados Unidos,
en la cual Hilliard d'Auberteuil lee extrac-
tos de su libro. La Academia de Lyon, por
inicitiva de Raynal, establece un premio
para quienes se ocupen del siguiente asun-
to: "El descubrimiento de América, ¿ha
sido útil o nocivo al género humano?" Con-
currieron Condorcet, Chastellux y Genty, y
estuvieron de acuerdo en declarar que la
Revolución de los Estados Unidos compen-
saba los horrores del fanatismo y de la
esclavitud. El abate Genty, no obstante ser
censor real, afirmaba: "La independencia
de los angloamericanos es el aconteci-
miento más apto para acelerar la revolución
que debe traer la felicidad sobre la tierra.
En el seno de esta república naciente se
hallan depositados los verdaderos tesoros
que enriquecerán al mundo".
Daniel Mornet —que extrae la mayor par-
te de sus datos de la obra de B. Fay, L'es-
prít révolutionnaire en France et aux
Etats-Unis á la fin du XVIII siécle— re-
cuerda que "el abate Racine, en un sermón
pronunciado en Tolosa, en 1784, entona un
himno al entusiasmo de la libertad que
dio la victoria a los norteamericanos; un
gentilhombre de Normandía, Jean de Mar-
sillac, se convirtió a la religión de los
cuáqueros e hizo con gran celo la propa-
ganda de su nueva religión; en casa de M.
de Lescure se hace como entre los purita-
nos de la Nueva Inglaterra y entre los
labriegos celebrados por Saint-Jean de Cre-
vecoeur: a una hora dada se detienen el
juego y las conversaciones para leer un
fragmento de la Biblia. Diarios, como el
(142) Mornet, D., 'Les origines intellectuelles de,
la Révolution Frangaise, pág. 389, Ed. Colín, Pa-
rís, 1933.
Journal de Lyon, mantenían una especie de
culto hacia estas virtudes americanas" ("S).
Y más tarde agrega Mornet que, en pro-
vincias, la ciudad de Clermont ordena, en
1783, regocijos públicos para celebrar la
independencia de los Estados Unidos, y en
los "Estados" que se reunieron en Bretaña
en 1785, el "héroe" Lafayette provoca un
gran entusiasmo con su presencia.
Todas estas demostraciones públicas y
hasta oficiales eran el desquite que se to-
maban los franceses cultos contra la auto-
ridad del rey, quien se había manifestado
en contra de la Declaración, de Indepen-
dencia de los Estados Unidos y había
prohibido su publicación. Algunos diarios
prudentes se abstuvieron de darla, pero
circuló ocultamente. La tradujo nada me-
nos que el duque de La Rochefoucauld d'
Enville, y se toleró la venta en tres edicio-
nes, publicadas desde 1778 hasta 1783. Has-
ta los diarios oficiales u oficiosos la im-
primen, celebran su grandeza y la comen-
tan. El Courrier de l'Europe, subvencionado
por el ministerio francés, dio el texto com-
pleto ya en 1777.
Francia y la revolución institucional. Es
evidente, pues, que la Declaración de los
Derechos del Hombre, de Virginia de 1776,
y la Declaración de Independencia de los
Estados Unidos, de ese mismo año —en la
que brevemente se sintetizaban los princi-
pios de aquélla— abrieron el camino de la
transformación política, jurídica y social de
la humanidad civilizada. De los pueblos
europeos, el primero en recorrer ese camino
fue Francia, y llegó más lejos que los Esta-
dos Unidos. Ya no se trataba de la eman-
cipación de una colonia respecto de su
metrópoli, sino pura y exclusivamente de
una revolución interna que se proponía
transformar, y que, transformó todos los
aspectos de la vida política y social.
"La Revolución (francesa) —dice A. Au-
lard— consiste en la Declaración de Dere-
chos redactada en 1789, y completada en
1793, y en las tentativas efectuadas para
realizar esta Declaración; la contrarrevo-
lución la constituyen las tentativas hechas
para desviar a los franceses de conducirse
según los principios de la Declaración de
Derechos, es decir, según la razón aclarada
por la historia. Es la Revolución Francesa
como un ideal político y social, un ideal
racional que los franceses han intentado
realizar parcialmente y que luego los his-
toriadores han tratado de confundir, sea
con la aplicación a menudo incoherente
que se ha hecho de ello, sea con los acon-
tecimientos provocados por los enemigos
(143) Ob. cíí., pags. 397 y ¡
mismos de este, ideal con el propósito de
abolirlo o de velarlo" ( 144 ).
No debemos olvidar en ningún momento
que la Revolución Francesa fue precedida
por la emancipación norteamericana, y que
esta última tuvo también un carácter pro-
fundamente revolucionario, si bien se pue-
de señalar entre ambas una diferencia ca-
pital: la Revolución Norteamericana fue
creadora y constructiva; la Revolución
Francesa fue destructora y creadora, al
mismo tiempo.-
Como revolución institucional, la norte-
americana no destruyó nada o casi nada.
En ella se continuó el impulso transforma-
dor que se había agotado o detenido en
Inglaterra, y que continuó desarrollándo-
se en el ambiente americano, más propi-
cio al perfeccionamiento institucional de
la libertad y de la igualdad, por ofrecérsele
un medio físico y social en donde el tra-
bajo constituía el mérito más eficiente y
calificado, y donde la imponente tradición
monárquica y aristocrática de la vieja In-
glaterra llegaba debilitada.
La Revolución Francesa adoptó la siste-
mática de la emancipación norteamerica-
na ("5), pero creó la mística del ideal de-
mocrático de perfección social indefinida
y continua. Pisando sobre el cimiento doc-
trinario de la soberanía social construido
en definitiva por Rousseau, procuró asegu-
rar con técnica sajona el ejercicio de la
libertad individual. Se concillaba de este
modo una contradicción. Los términos
opuestos "soberanía" y "derechos del hom-
bre" se enlazan en abrazo cordial. Todo
ello bajo la cálida advocación de un grito
popular que la emoción revolucionaria con-
virtió en trípode de la democracia.
Un ciudadano francés de 1789 podía no
comprender mucho ni poco el carácter ju-
rídico de la Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano, pero ponía toda
(144) Aullara. A., Histeire politique de la Révo-
lution Francaise, pág. 782, Ed. Armand Colín, Pa-
rís, 1926.
(145) Francisco Nittl en su obra fundamental
La. democracia (trad. de Almela y Vives, Ed. M.
Aguílar, Madrid, 1932) considera que "la demo-
cracia, en el sentido en que nosotros la entende-
mos, no se ha realizado hasta la Constitución nor-
teamericana de 1787, y la democracia moderna es
esencialmente norteamericana en su contenido y
en su desarrollo. Hasta comenzado el siglo XIX,
por primera vez en el mundo no se constituyeron
grandes repúblicas democráticas en las cuales, de-
caídos todos los privilegiqs iiereditarios, los ciu-
dadanos gozan de libertad a la sombra de las mis-
mas leyes y tienen completa igualdad de derechos;
verdaderas grandes democracias en las cuales, por
primera vez en la historia, hombres y mujeres, sin
distinción de sexos, ricos y pobres, sin distinción
de situaciones sociales, han gozado de los mismos
derechos" (t. 1, pág. 43). ,^
la fuerza creadora del impulso forjador de
una humanidad nueva en el grito "Liber-
tad, igualdad, fraternidad".
Las declaraciones de derechos del hom-
bre encierran una concepción hasta cierto
punto negativa de la libertad, ya que la
presentan como limitación al poder público.
La "¡libertad!" del grito revolucionario es
una concepción unitaria, integral, activa,
creadora. El sistema sajón de catalogar de-
rechos tenia una finalidad práctica, inme-
diata y durable, que consistía en oponer
la autoridad de la ley a la autoridad de
los hombres. La mística democrática de los
franceses tenía una finalidad trascendente,
ideal, metafísica, que abarca todos los as-
pectos de la posible perfección humana. La
actitud sajona es jurídica; la actitud fran-
cesa es moral y hasta religiosa. Para los
norteamericanos, los derechos del hombre
eran un código; para los franceses, un de-
cálogo. Los norteamericanos, como los in-
gleses, se proyectaban hacia atrás, hacia el
pasado, para rectificarlo o corregirlo; los
franceses se proyectaban hacia adelante,
hacia el futuro, para construirlo. Por eso
es tan diferente el tono emocional de las
dos declaraciones y sus términos tan pa-
recidos.
'El abate Sieyés declaraba a la Asamblea
Constituyente Francesa en julio de 1789:
"Hemos juzgado que la Constitución debía
estar precedida de una Declaración de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano; no
que esta exposición pueda tener por objeto
imprimir a estas verdades primeras una
fuerza que ellas reciben de la moral y de
la razón, que ellas tienen de la naturaleza
que las ha depositado en todos los cora-
zones junto al germen de la vida; que las
ha hecho inseparables de la esencia y el
carácter del hombre; pero es por estas
mismas causas que vosotros habéis querido
que estos principios imborrables estuviesen
sin cesar presentes a nuestros ojos en la
Constitución".
Francia, que había aportado a esa evo-
lución institucional sajona el estímulo de
sus inquietudes culturales y la audacia in-
novadora de sus pensadores políticos, filó-
sofos y economistas, adoptó el sistema an-
glosajón y, mediante su célebre "Declara-
ciones de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano", de 1789, dio universalidad a
los principios de la Declaración de Virgi-
nia. La Revolución Francesa fue una caja
de resonancia para los principios proclama-
dos por la emancipación norteamericana.
Las difundió y vulgarizó. Les insufló espí-
ritu de rebeldía y les cortíunicó fervor re-
volucionario, heroico y contagioso. Convie-
_ne tener presente que no eran en. ella la
consagración y la prolongación del perfec-
cionamiento gradual y lógico de tradicio-
nes y costumbres —como en los Estados
Unidos—, sino un corte violento con el que
se ponía fin a un estado anterior, al mis-
mo tiempo que se iniciaba una nueva di-
rección constructiva.
El contenido moral de la democracia.
Desde entonces, la democracia adquiere el
cotenido moral y humano que le había
faltado en la antigüedad. Ahora tiene ya
un significado social, además de político,
que se filtra a lo largo del siglo xix en to-
das las formas de la vida colectiva y en
todas las instituciones políticas y jurídicas.
De todas las creaciones institucionales
surgidas de la emancipación norteamerica-
na y de la Revolución Francesa —que se
completan recíprocamente—, las dos más
importantes son, a nuestro juicio, el cons-
titucionalismo y la Declaración de los De-
rechos del Hombre y del Ciudadano. "Lo
que constituye el hecho nuevo, fundamen-
tal y sensacional de la época contemporá-
nea, no es la democracia, que asoma cons-
tantemente a lo largo de la historia, ni la
república, que se presenta bajo diversos
aspectos; es el constitucionalismo. Sin su
garantía jamás podrá asegurarse la exis-
tencia de la dignidad y de la libertad hu-
manas, como asimismo las posibilidades de
una justicia progresiva" (14iJ). Si a esa for-
ma se agrega el contenido de la libertad y
dignidad humanas expresado en la Decla-
ración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano, se obtiene la configuración del
"Estado de derecho", según el cual, la or-
ganización política de la sociedad reposa
sobre normas fundamentales, cuyo imperio
se impone y se sobrepone a toda voluntad
arbitraria o personal.
, Los Estados Unidos consagraron el cons-
titucionalismo y los derechos del hombre y
del ciudadano en su derecho positivo, pero
se abstuvieron de darles un fundamento
filosófico o simplemente racional. Los te-
nían como verdades indiscutibles, sin que
ninguna duda acerca de ellas obligase al
razonamiento y a la discusión. Francia tu-
vo a su cargo esa tarea, que había comen-
zado antes de la emancipación norteame-
ricana, y que después de ella adquirió el
carácter de una firme construcción doctri-
naria. Los debates parlamentarios de 1789,
1791 y 1793, dieron a aquellos principios el
significado ideológico y el contenido moral
y social implícito en la actitud norteame-
cana, aunque silenciado por ella. Por todo
eso, no fue norteamericana, sino francesa,
(146) Sánrhc'/ Viamonte, C., Manual de Dere-
cho conuLiliuMHiul, pág. 7. Ed. Kapelusz, Bs. Ai-
res. 1944.
la ideología democrática147de nuestros pue-
blos latinoamericanos ( ).
13. LA ENTIDAD "HOMBRE" Y su INSTITÜCIO-
NALIZACIÓN
El hombre, como entidad metafísica o
como idea abstracta relativa a la especie
y, mejor aún, a la persona humana, no es
una creación de la Edad Contemporánea,
y ni siquiera de la Edad Moderna o de la
Edad Media. Es mucho más antiguo. Lo
encontramos en las leyes de Manú, como
un perfume exhalado en cualquiera de sus
máximas; en muchos pasajes de la Biblia
hebrea, en el budismo, en la filosofía y
literatura griegas, en la filosofía estoica, en
el Evangelio cristiano, en que San Marcos
dijo: "el sábado por causa del hombre es
hecho; no el hombre por causa del sábado".
Y, más que en todo eso, en la expresión
con que se explica la presencia de Jesús
en la tierra: "El Hijo del Hombre". El
mismo Diógenes, con su linterna legenda-
ria, no buscaba a un hombre, como suele
decirse. Buscaba al "hombre".
Ahora es corriente y a nadie sorprende
que se hable del hombre como de una idea
pura en filosofía, o en poesía, o en cien-
cias naturales, o en ciencias jurídicas. Sin
embargo, aun después de la Revolución
Francesa, cuando ya estaba definitivamente
configurada la entidad "hombre" desde el
punto de vista institucional —como fruto
de un largo proceso de maduración de los
principios del Derecho natural, que se con-
funden con el Humanismo en la historia
de la cultura—, hubo quienes se manifes-
taron sorprendidos ante la Declaración de
los Derechos del Hombre, in abstracto.
Entre éstos, fue de los primeros Joseph
de Maistre, contemporáneo de la Revolu-
ción Francesa, que dirigió un violento ata-
que a la Constitución de 1795, en los si-
guientes términos: "La Constitución de
1795, como sus hermanas mayores, está he-
cha para «el hombre». Pero no hay el nom-
(147) Es interesante recordar aquí que hay un
punto en el cual la declaración de Virginia no sólo
es original, sino también la única. Su cláusu-
la XIII está redactada asi: "Que la milicia regular,
compuesta por el pueblo instruido en armas, es
la defensa propia, natural y segura de un Estado
Ubre; que los ejércitos permanentes en tiempo de
paz deben ser evitados como peligrosos para la li-
bertad; y que en todos los casos la fuerza militar
debe estar estrictamente subordinada y gobernada
por el poder civil".
Tocado por esta previsión antimilitarista, co-
mentaba Conddrcet: "El honor de defender la pa-
tria es superior a todos los demás, sin que por
eso el orgullo del estado militar esté por encima
de los ciudadanos. ¿Qué podrían- oponer a este
ejemplo los prejuicios guerreros?" (Influencia de
la Revolución de América sobre Europa, pág. 48,
Ed. Elevación, Bs. Aires).
bre en el mundo. Yo he visto en mi vida
franceses, italianos, rusos, etcétera. Sé, tam-
bién, gracias a Montesquieu, que se puede
ser persa (se refiere irónicamente a las
Cartas Persas, de Montesquieu) , pero en
cuanto al hombre, yo declaro no haberlo
encontrado en mi vida".
Estas palabras impresionaron entonces y
pueden impresionar todavía a mucha gen-
te impresionable. Entre ellas estuvo el
constitucionalista francés Eduardo Labou-
laye, quien, a mediados del siglo pasado,
decía: "Palabras, ensueños, teorías sin con-
sistencia y, como dice M. de Maistre, una
constitución hecha para el hombre y no
para Francia". ;
Joseph de Maistre no quedó sin res-
puesta. El escritor francés Paul Janet, en-
tre muchos, le refuta en su Filosofía de la
Revolución Francesa, diciendo: "¿Por qué
el hombre no había de buscar y acercarse
cada día más a la esencia del hombre? Este
bello título de «hombre» no tiene nada
que sea indigno, trátase de quien se tra-
tare. Tiene en su favor la antigüedad sa-
grada: Faciamus nominen ad imaginen
nostram. ¡Y qué! Cuando Dios creó al pri-
mer hombre, nuestro teócrata hubiera po-
dido decirle que él no conocía al hombre en
general, sino únicamente a ingleses, fran-
ceses y rusos. ¿Era acaso Adán inglés o
ruso? ¿Qué era? Hombre, y nada más. Es
tan- propio del genio del cristianismo, como
de la filosofía, vincular los hombres a un
tipo común y, en cierta medida, a una idea
pura. La Revolución no se ha equivocado,
pues, al proclamar los Derechos del Hom-
bre"
Entre los autores contemporáneos que
utilizan el vocablo hombre con el signifi-
cado y alcance que le dio la Revolución
Francesa, me parece recordar a C. R. Hap-
pold, para quien la historia de la huma-
nidad es: "La Aventura del Hombre", y
Erich Kahler, cuya obra ha sido publicada
en español con el título de Historia uni-
versal del hombre. Es que el hombre tiene
su historia impersonal, y esa historia no
puede menos de ser universal, como lo es
la idea genérica y abstracta que repre-
senta.
. Del mismo modo que hay una ciencia del
hombre y una historia para su vida ma-
terial y orgánica (Antropología) , puede ha-
berla también para su historia anímica o
espiritual. Hasta se podría hablar de una
biografía del hombre, utilizándolo como
protagonista de un proceso histórico, o,
si se quiere, de una aventura, en la cual
(148) Janet, P., Philosophíe de la Révolvtim
Frangaise, pág. 18.
el hombre se encamina hacia su porvenir
(El porvenir del hombre, según el libro de
Max Scheller), o hacia su destino (El des"
tino del hombre), como intitulara Juan
Teófilo Fichte, discípulo de Kant, a una
de sus obras más famosas. Y Kant ya ha-
bía dicho del hombre que era un fin en sí
mismo.
Por su parte, dice en nuestro tiem-
po Jacques Maritain: "La persona humana
tiene derechos por el hecho de ser una
persona, un todo dueño de sí y de sus actos.
Y, por consiguiente, no es sólo un medio,
sino un fin; un fin que debe ser tratado
como tal. La dignidad de la persona huma-
na: esta frase no quiere decir nada si no
significa que, por la ley natural, la persona
tiene el derecho de ser respetada y, sujeto
del derecho, posee derechos.
"Cosas hay que son debiílas al hombre
por el solo hecho de ser hombre. La noción
de derecho y la noción de obligación mo-
ral son espirituales; si el hombre está obli-
gado moralmente a las cosas necesarias
para la realización de su destino, es porque
tiene el derecho de realizar su destino,
tiene derecho a las cosas necesarias para
ello" ("»).
Lo que, sin duda, pertenece a la Edad
Contemporánea y hasta constituye un ras-
go distintivo respecto de las anteriores, im-
pregnándola de un nuevo espíritu, es la
institucionalización del hombre desde el
doble punto de vista jurídico y político a
la vez o, mejor aún, como entidad del De-
recho público.
El hombre había existido desde muy an-
tiguo como entidad del Derecho privado;
era sujeto típico de Derecho; el titular de
todos esos derechos reconocidos para la
vida privada al individuo humano en la
convivencia social. También había existido
el ciudadano, como individuo humano en
la convivencia política. Faltaba el hombre
como persona a la que corresponde un ám-
bito propio de actividad material, intelec-
tual y moral, protegido aun frente al Es-
tado. ' . • ' . . . . ir .,.
En realidad, se trataba del problema de la
personalidad humana y de su manifesta-
ción, que es, asimismo, el problema de la
libertad. La filosofía estoica, el cristianis-
mo, el Renacimiento, el humanismo como
sistema filosófico, el derecho natural que
hacía del hombre el protagonista de todo
el problema jurídico, y la Reforma, que
planteó el problema de la conciencia ante
la Divinidad, fueron elaborando esta nue-
va concepción del hombre como persona,
(149) Maritain, 3., Los derechos del hombre y
la ley natural, pág. 95, Biblioteca Nueva, Bs. Ai-
res, 1943.
con la cual se supera al individualismo pu-
ramente cuantitativo, y así se llegó a la
jerarquización de lo humano, concretado
en una entidad que se integraba con todas
las formas de la actividad individual, supe-
rando las exigencias con que la mediatiza
la vida material y orgánica. Las declaracio-
nes de derechos —la de Virginia, en 1776,
y la de Francia en 1789—, fueron su ins-
titucionalización definitiva.
El filósofo mexicano Antonio Caso adop-
ta la expresión "personalismo" para de-
nominar una nueva actitud en lo que se
refiere al problema del hombre en nuestro
tiempo, y que consiste, no en tener —que
es el aspecto patrimonial de la conviven-
cia—, sino en ser, que es su aspecto espi-
ritual. Dice así: "El individualismo burgués
y el personalismo difieren en la conside-
ración del ser y el tener. Lo fundamental,
para el personalismo, es el ser; para el in-
dividualismo, el tener es el propósito, la
meta y la causa de la acción" (iso) <
Por nuestra parte, no hace mucho tiem-
po, decíamos en nuestro libro El problema
contemporáneo de la libertad: "Conviene
observar que individuo humano y persona
humana son expresiones sinónimas, pero
no del todo equivalentes. El individuo es
una entidad cuantitativa dentro del con-
junto social; es la unidad biológica en la
totalidad o comunidad; la parte, en su re-
lación con el todo. La persona humana,
en cambio, es una entidad cualitativa. Es
particularidad y diversidad en la plurali-
dad social. Es el aporte particular o singu-
lar y autónomo del hombre, como unidad
espiritual de la especie.
"El individuo se" caracteriza numérica-
mente. Más aún: su verdadera tipificación
consiste en ser un número de estadística,
y adquiere así la homogeneidad que su va-
lor matemático da a toda cifra aritmética.
La personalidad humana es una cualidad
del individuo, con la que éste se singulariza
y concurre a la armonía orgánica del con-
junto, sin desaparecer".
Erich Kahler, al que ya nos hemos re-
ferido, dice que debe entenderse por "es-
píritu" la facultad del hombre de ir más
allá de sí mismo, de trascender los límites
de su ser físico, de rebasar los límites de
su "yo", y eso se manifiesta de tres ma-
rieras, cada una de ellas esencial y exclu-
sivamente humana: la primera es lo que
llamamos existencia, la segunda es la his-
toria, y la tercera es el comportamiento
especial y actitud psíquica que propiamente
se denomina humanidad. Y agrega: "Podría
(150) Caso,- A., La persona humana y el Estado
totalitario, pág. 201, Imprenta Universitaria, Méxi-
co, 1941.
parecer tautológico llamar humanidad a
una característica del ser humano. Pero no
lo es, porque, desgraciadamente, no se pue-
de identificar a la especie hombre, y por
tanto, al género humano, con la conducta
que llamamos humanitaria. Esta conducta
es una característica exclusivamente hu-
mana, pero no es una característica gene-
ral de la humanidad" <i«).
Son muchos los intelectuales que han
dirigido su esfuerzo a la configuración más
perfecta posible de esta entidad hombre,
con todo el alcance que ahora queremos
darle. Kntre los precursores, nos place se-
ñalar especialmente a Locke y a Rousseau,
aunque uno y otro tomaron caminos distin-
tos y paralelos. Había que desbrozar la
selva de prejuicios o prenociones, y en esa
tarea Locke se ocupó principalmente del
hombre como persona individual, y Rous-
seau del hombre como persona colectiva,
pero ambos concurrieron eficazmente a la
institucionalización de esa nueva entidad
a la cual se pudo, al fin, reconocer dere-
chos que le eran inherentes y que le co-
rrespondían por naturaleza.
Por esos caminos ideológicos se llegó a
la Declaración de los Derechos del Hombre,
mas sería injusto olvidar otro paralelismo
histórico, que consiste en la evolución ins-
titucional comenzada casi simultáneamente
en España y en Inglaterra, mediante el
sistema feudal de las cartas concedidas por
el rey o el señor a sus vasallos. En esas
cartas medievales se esbozan los primeros
derechos del hombre y los primeros aspec-
tos de la seguridad personal, en forma
de limitaciones al poder público.
En este proceso institucional se advierte
el paralelismo de una doble finalidad,
coherente y concurrente. Una consiste en
los Derechos del Hombre como ser indivi-
dual, y otra en los Derechos del Pueblo, co-
mo ser colectivo. Nada más natural que la
unificación de este doble proceso correla-
tivo e inseparable, uno condiciona la exis-
tencia del otro. La voluntad del pueblo,
como ente o ser colectivo consciente y res-
ponsable, no puede dejar de ser favorable a
los individuos que lo integran, y por eso,
cuando el derecho natural hubo reclamado
los derechos de la personalidad, toda volun-
tad popular se encaminó hacia el recono-
cimiento de esos derechos y hacia su ins-
titucionalización.
Es perfectamente lógico que fuesen los
Estados Unidos de América del Norte, sin
resabios medievales y en donde la vida era
una aventura creadora, el país en donde se
(151) Kahler, E., Historia universal del hom-
bre, pág. 23, Fondo de Cultura Económica, Méxi-
co. 1946.
efectuara la primera declaración completa
de los derechos del hombre y del ciudada-
no, ya no con carácter negativo o en forma
de limitaciones al poder público, sino como
la afirmación positiva y rotunda de la per-
sonalidad humana y el reconocimiento ex-
plícito de los derechos que le son inheren-
tes.
En el año 1895, el profesor alemán Jorge
Jellinek, de la Universidad de Heidelberg,
publicó un estudio sobre "la Declaración
de los Derechos del Hombre y del Ciuda-
dano", en el que sostuvo que los principios
filosóficos del derecho natural y la obra
doctrinaria desarrollada por los pensadores
de los siglos xvii y xvín no había sido la
única fuente de la Declaración francesa de
1789, sino que en ésta se había adoptado
el sistema sajón de las declaraciones de
derechos, que los ingleses practicaron des-
de la Carta Magna en adelante, y que los
norteamericanos llevaran a su más comple-
to desarrollo con su Declaración de Virgi-
nia de 1776 y su Declaración de Indepen-
dencia de ese mismo año, hecha por el
Congreso de Filadelfia.
La posición adoptada por Jellinek era
impecable desde el punto de vista de la
ciencia histórico-política, pero sus razona-
mientos denotaban una contenida inclina-
ción a negar, no sólo originalidad inicial,
sino importancia doctrinal e histórica al
hecho mismo de la Revolución Francesa,
Esto hirió más de una susceptibilidad pa-
triótica de los juristas franceses y provoca
polémicas, entre las cuales merece especial
recuerdo la trabada con el profesor Emilio
Boutmy, director y fundador de la célebre
"Escuela libre de Ciencias Políticas" de
París.
El trabajo de Emilio Boutmy se publicó
en los Anales de Ciencias Políticas de Pa-
rís en 1902, y en él se hace una metódica
refutación de lo sostenido por el profesor
de la Universidad de Heidelberg, señor
Jellinek. Ese trabajo pasó a formar parte
del libro de Boutmy, publicado en 1907, des-
pués de su muerte, con el nombre de Estu"
dios Políticos.
A su vez, Jellinek contestó a Boutmy en
la Revista de Derecho Público de París, y
así se enriqueció con este luminoso debate
la historia institucional de la humanidad
y la ciencia jurídico-política contemporá-
nea.
Hemos querido consignar estos hechos,
sin internarnos en el asunto mismo que
entonces fue debatido, porque no tomamos
posición en ninguna de las dos actitudes
extremas en que se colocaron aquellos
formidables adversarios. Ambos tenían bue-
na parte de razón, y es fácil concillar sus
opiniones, podándolas de sus exageraciones
polémicas y llegar a la conclusión de que
la importancia que tuvo la doctrina, para
los franceses autores de la Declaración de
Derechos, no excluye ni aminora la que para
ellos revistió el reiterado antecedente de
Inglaterra, y el muy cercano de la Decla-
ración de Virginia y de la emancipación de
los Estados Unidos.
No ignoramos, por cierto que los sucesos
ocurridos en Versalles y París, en el verano
de 1789, son conocidos por todo el mundo,
y aun en la seguridad de que el lector está
informado acerca de ellos, haremos un
relato de los acontecimientos que desem-
bocan en la Declaración de los Derechos
del Hombre, sancionados finalmente el día
26 de agosto de ese año. El mérito de nues-
tro relato consistirá en que toda referen-
cia a hechos ha sido tomada directamente
de la información oficial contenida en los
Archivos parlamentarios de Francia.
14. LA REVOLUCIÓN FRANCESA' y LOS DERE-
CHOS DEL HOMBRE Y DEL CIUDADANO
Cousas y rasgos históricos de la Revolu-
ción. Acerca de la causa de la Revolución
Francesa se ha escrito tanto como sobre
la revolución misma. Es una cuestión que
no pertenece estrictamente a este tema,
pero creemos interesante dejar constan-
cia de que, si bien la inmensa .mayoría de
los historiadores coinciden en señalar la si-
tuación de angustia económicofinancíera en
que se encontraba Francia antes de la Re-
volución, uno de los historiadores especia-
lizados con más autoridad en la materia,
Alberto Matthiez, profesor de Historia en
la Universidad de París, opina contraria-
mente que: "No es un país agotado, sino,
ppr el contrario, en un país floreciente, en
pleno auge, en el que estallará la revolu-
ción. La miseria, que- a veces produce re-
vueltas, no puede provocar las grandes con-
mociones sociales. Estas nacen siempre del
desequilibrio de clases" («2).
Claro está que, para Matthiez, "Las re-
voluciones, las verdaderas, aquellas que no
se limitan a cambiar las formas políticas y
el personal gobernante, sino que transfor-
man las instituciones y desplazan la pro-
piedad, tienen una,larga y oculta gestación
antes de surgir a plena luz al conjuro de
cualesquiera circunstancias fortuitas. La
Revolución Francesa, que sorprende por su
irresistible instantaneidad, tanto a los que
fueron sus autores y beneficiarios como a
los que resultaron sus víctimas, se estuvo
(152) Matthiez, A., La Revolución Francesa. p&-
24, Ed. Labor, Barcelona, 1935.
¿y. • ™
preparando por más de un siglo. Surgió del
divorcio, cada día más profundo, entre la
realidad y ias leyes, entre las instituciones
y las costumbres, entre la letra y el espí-
ritu" («3).
Algo más tarde, Fierre Gaxotte, escritor
reaccionario, interesado en encontrar ar-
gumentos en favor del "antiguo régimen"
y en contra de la revolución, copió casi al
pie de la letra las palabras de Matthiez
que acabamos de transcribir, pero tuvo
buen cuidado en omitir el contenido de las
páginas siguientes, en las cuales se hace
un profundo y detenido análisis de la si-
tuación política y social que justificó la
revolución institucional, cuya expresión más
directa consiste en la Declaración de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano, al
mismo tiempo que explica los excesos de la
violencia revolucionaria.
La situación institucional de Francia an-
terior a la revolución, y a la que se dio el
nombre de antiguo régimen, ha sido pre-
sentada de muy diverso modo. No han
faltado quienes han hecho su defensa con
evidente partiprís en su favor, como Hi-
pólito Taine, y hasta quienes han hecho
su elogio, como el mencionado Fierre Ga-
xotte, que pone un desmedido afán en des-
acreditar al movimiento revolucionario, a
sus principios y a sus hombres.
En su libro sobre la Revolución Francesa
presenta Gaxotte un estado social perfec-
to imaginado por él al describir el siglo xvn.
Claro está que en aquel paraíso terrenal que
Gaxotte describe se prescinde por completo
de los problemas institucionales, y sí se
advierte la necesidad de plantear el relati-
vo al hombre y a los derechos que le son
inherentes como persona humana. Todo
eso ocurría bajo el gobierno de una monar-
quía absoluta, ejercida por reyes corrom-
pidos y sometidos al poder de favoritas,
licenciosas y desaprensivas, o de ministros
venales, como lo denuncian sin ambages los
propios aristócratas que formaron parte de
la Asamblea Nacional.
Gaxotte omite consignar que aquéllos
eran los tiempos de la aplicación de dos
principios particularmente peligrosos para
la libertad individual: "lo que quiere el
rey, tal quiere la ley" y "toda justicia
emana del rey". "En estas condiciones
—dice G. Boyer en una monografía publi-
cada por la Facultad de Derecho de Tolo-
sa, sobre la «Libertad individual bajo el
antiguo régimen»—, las libertades indivi-
duales, como todas las instituciones jurí-
dicas, no tenían sino una existencia pre-
caria, a la merced de todos los ataques
(153) Ob. clt., pág. H.
que pudiera dirigirle el4 capricho del rey (le
bon plaisir royal") í" ).
Oaxotte señala, como una de las causas
de la Revolución Francesa, el snobismo in-
telectual de los nobles durante el siglo
XVIH, en el cual cambia por completo el
panorama y germinan rápidamente las in-
quietudes que tuvieron su estallido en 1789,
y en las que fueron protagonistas rivales
los miembros de la nobleza y del clero,
tanto como los del Estado llano.
Georges Lefebvre, profesor de la Facultad
de Estrasburgo, publicó en 1930, con Guyot
y Sagnac, profesores de la Facultad de Le-
tras de París, un libro sobre la Revolución
Francesa, en el que explica la caída del
antiguo régimen en brevísima síntesis, con
una visión muy distinta, por cierto, a la
de Gaxotte.
Lefebvre distingue luego, en los hechos
de la Revolución Francesa, cuatro revolu-
ciones diferentes: primero, la revolución
de los juristas (desde el 4 de mayo al 27
de junio de 1789); segundo, la revolución
de París; tercero, la revolución municipal
en provincias; cuarto, el gran miedo a la
revuelta agraria. Nos permitimos creer que
la revolución de los juristas —que fue a
nuestro juicio la verdadera revolución ins-
titucional— no se detuvo el 27 de junio,
como lo pretende Lefebvre, sino que con-
tinuó hasta consagrar la totalidad de los
principios de 1789, que el mismo Lefebvre
expone así: "Se pueden reducir a dos los
principios de 1789. En primer lugar, los
hombres nacen y permanecen libres e igua-
les en derechos. Son dueños de su perso-
na; con tal de que respeten la libertad de
los otros, su actividad física e intelectual
está desembarazada de toda traba; pueden
hablar y escribir, trabajar e inventar, ad-
quirir y poseer; las profesiones y cargos
públicos están abiertos a todos sin excep-
ción, y la ley no favorece a nadie. En se-
gundo lugar, el Estado no encuentra su fin
en sí mismo; su razón de ser consiste en
conservar al ciudadano el goce de sus
derechos naturales; el soberano, es el con-
junto de los ciudadanos, la nación, que
delega su poder en un gobierno responsa-
ble; si el Estado falta a su deber, los ciu-
dadanos resistirán a la opresión. La reali-
zación de este ideal político, indispensable
garantía de los derechos civiles, chocó con
terribles dificultades y suscitó conflictos
dramáticos que fueron el centro aparente
de la historia; pero, a la verdad, lo fue la
proclamación de los derechos naturales que
reglan la vida profunda de la sociedad mo-
(154) Les garanties des libertes individúenos.
pág. 19, Faculté de Droit de Toulouse, Recueil Si-
rey, París, 1933.
derna y que hacen1SSla grandeza msionca
de la Revolución" ( >).
Nuestro tema principal es lo que Lefeb-
vre llama "revolución de los juristas", pero
referido especialmente a los Derechos del
Hombre y del Ciudadano sancionados dos
meses después de la fecha en que esa "re-
volución de los juristas" se termina se-
gún el citado autor. Sin embargo, nos li-
mitaremos a los aspectos generales del
asunto, dejando para otro lugar el estudio
analítico que en parte ya hemos efectuado
en anteriores trabajos.
La discriminación hecha por Lefebvre de
los acontecimientos que en conjunto for-
man el hecho denominado Revolución
Francesa ofrece una ventaja indudable, en
cuanto al método se refiere, porque permite
distinguir, dentro de su complejo global,
los distintos aspectos, y nos ha permitido,
en el desarrollo de este asunto, fijar la
fecha de la Revolución propiamente dicha,
prescindiendo de la que hasta ahora ha
sido aceptada como fecha oficial.
Del mismo modo que en la Revolución
Argentina la fecha cierta es para nosotros
el 22 de mayo de 1810, por su significado y
trascendencia institucional, en tanto que
la del 25 de mayo corresponde al golpe de
Estado que permitió su efectividad prácti-
ca, consideramos que la Revolución Fran-
cesa, contemplada también desde el punto
de vista institucional, tiene como fecha
cierta el 9 de julio de 1789, en tanto que
el 14 de julio es la fecha de la insurrección
popular con caracteres de golpe de Estado.
Lefebvre defiende a los patriotas france-
ses de los cargos que reiteradamente les
formulan los enemigos de la Revolución al
presentarlos como utopistas sin contacto
con la realidad, y recoge especialmente los
reproches que Hipólito Taine hace a los
constituyentes de haber trastornado siste-
máticamente a la sociedad francesa, para
aplicar principios abstractos, sin asidero
en lo real. Dice que aquéllos nunca olvida-
ron la realidad, presente aún en medio de
sus esperanzas más fervorosas. "Por esto es
—agrega—,' que la Declaración de los De-
rechos del Hombre y del Ciudadano no
tiene la extensión ni las proporciones que
le hubiera dado un teórico. Los constitu-
yentes condenaron en ella los abusos que
más les afectaban; ante todo ansiaban la
libertad individual y, sin embargo, le con-
sagraron tres artículos sobre diecisiete.
Desde el día 8 de octubre, el procedimiento
prebostal fue abolido y también el abogado
defensor autorizado a intervenir en la ins-
(155) Lefebvre. G., Guyot, E, Sagnnc, Ph.. La
Révolution Francaise, pág, 45, Llb. Pélix Alean,
París. 1939.
trucción. La reforma de la instrucción de los
procesos criminales es uno de los más her-
mosos timbres de gloria de la Constituyen-
te. Ansiaban asimismo la libertad de pren-
sa, pero católica y cuidadosa de contemplar
al clero, no se atrevió -a llegar a la liber-
tad, y no acordó a los disidentes más que
tolerancia. Los protestantes no fueron ad-
mitidos al derecho de ciudad sino el 24 de
diciembre de 1789, los judíos meridionales
esperaron un mes más, y los de Levante
hasta el 27 de septiembre de 1791. En
cuanto a la propiedad, que era para ellos lo
más preciado, no le acordaron, sin embar-
go, más que una mención, porque el anti-
guo régimen no la negaba, y se guardaron
de definirla, porque la cuestión de los de-
rechos feudales lo obstaculizaba'.
"Desviar los principios o contradecirlos
—concluye Lefebvre—, sea para combatir la
aristocracia, sea para contener al pueblo,
sea para conciliarios, no156es hacer obra
abstracta, sino realista" ( ).
Sobre este punto nos interesa consignar
la opinión muy autorizada del profesor de
la Universidad de Bolonia, Jorge del Vec-
chio. En su obra Los Derechos del Hombre y
el Contrato Social, dice: "Suponer en la
declaración de los derechos un contenido
puramente ideológico, sin referencia a la
realidad histórica, para atribuir a esa de-
claración las incontinencias de la época
revolucionaria, es, por lo tanto, una pre-
sunción infundada. En fin, sola quien se
halle alucinado por un prejuicio puede
descubrir en la declaración. un estímulo de
licencia y un indicio de anarquía, descono-
ciendo en aquélla el sentimiento de la li-
mitación de los derechos y de la necesi-
dad de la ley, que está en su mismo es-
píritu. . r
"La desproporción, de donde nació lo
terrible de la explosión, no estaba entre
el contenido teórico de los derechos afir-
mados y las reales exigencias de la época
histórica, sino entre estas exigencias y el
estado de hecho que las violaba. Los dere-
chos cuya vigencia se reclamaba tenían un
fundamento real en las necesidades y en
la cultura de aquel tiempo; a esos derechos
no se debe imputar el que tales necesidades
y tal cultura hayan sido desconocidos hasta
el extremo de haberse ya hecho incompa-
tibles con las formas existentes de regla-
mentación política. Apenas se manifestó la
posibilidad de mudar estas formas, las la-
tentes exigencias de la vida de la nación
surgieron con tanta mayor violencia cuanto
desde más tiempo se hallaban reprimidas;
y cayó el antiguo régimen sin tener si-
'(156) Ob; Cit., pág. 49.
quiera la fuerza necesaria para moderar
aquella violencia. Por lo tanto, si la de-
claración de los derechos estuvo acompa-
ñada de tan violenta crisis, esto ño fuá
debido a que aquélla no respondiera a las
exigencias históricas y no surgiera real-
mente de éstas, sino al contrario, porque
surgían de muy hondo, ya eran demasiado
necesarias y se había retardado exagerada-
mente su advenimiento. La razón histórica
de aquellos derechos, en suma no se niega,
sino que se comprueba por aquel mismo
furioso ímpetu con que se efectuó su pro-
clamación" (157) .
Los Estados Generales y los "Cuadernos".
En Francia se daba el nombre de Estados
Generales a una Asamblea en la que se
reunían los delegados o diputados de los
tres órdenes o clases políticas en que es-
taba dividida la población: nobleza, clero
y estado llano o tercer estado, a cuyos re-
presentantes se les llamó también Comunes,
acaso por imitación de Inglaterra, en donde
las Comunas enviaban su repre entación al
Parlamento. La. última reunión de los Es-
tados Generales databa de 1614, y si du-
rante el tiempo transcurrido hasta 1789 no
habían sido convocados, no es porque hu-
biesen faltado las oportunidades de hacerlo,
sino porque la monarquía había acentuado
su carácter absolutista, prescindiendo de-la
intervención de los gobernados, aun cuando
esa intervención fuese nada más que una
manera de compartir la responsabilidad del
gobierno en materia de impuestos y de fi-
nanzas.
Guillermo Ferrero, en su libro El Poder,
al referirse a la actitud de la Corte fran-
cesa al convocar los Estados Generales des-
pués de 174 años, se hace una pregunta que
podrían haberse hecho a sí mismos los go-
bernantes de entonces: "¿Era aquello un
retorno al pasado o un salto hacia lo des-
conocido?" Pocas páginas después, su libro
contiene estas palabras que podrían valer
como respuesta, para justificar la incom-
prensión de aquella realidad: "La vida re-
sultaría fácil si, al producirse cada uno
de los vuelcos de la historia, el espíritu
humano pudiese ver siempre claro ante
SÍ» (Í57 W») .
Una vez convocados los Estados Genera-
les, se efectuaron las elecciones de los dele-
gados que enviaban los tres órdenes y se les
dio instrucciones con el nombre de Cuader-
nos (Cahiers) Estos Cuadernos contenían
instrucciones diversas pero coincidentes en
ciertos puntos. La totalidad de ellos —eran
(157) Del Vecchlo, J., Los Derechos del Hombre
y el Contrato social, pág. 65, Ed. Hijos de Reus,
Madrid, 1914:
(157 bis) Ferrero, G., El Poder, pátgs. 85-88.
alrededor de 6000—, incluso los del estado tes que planteaba á la Asamblea en su dis-
llano, se inclinaban a la conservación del curso.
poder monárquico y hereditario por vía Después de esto, los Estados Generales se
masculina, pero estos últimos, es decir los reunieron casi sin interrupción desde el 6 de
del estado llano, se pronunciaban en favor mayo hasta el 20 de junio. Los tres órdenes
de que el poder legislativo correspondiese celebraban sus sesiones por separado, en
a la nación,' a la que también atribuían el las respectivas salas que les estaban desti-
poder constituyente, privando así de legi- nadas. Esas sesiones fueron casi todas muy
timidad histórica a la realeza de Derecho breves. Se discutieron cuestiones reglamen-
divino. La mayor parte de los Cuadernos tarias y de ceremonial, pero la de los Co-
del estado llano coincidían en establecer munes, como se llamó a los miembros del
los límites del poder público mediante una tercer estado o estado llano, giraban siem-
Constitución y una Declaración de los De- pre en torno al problema latente y cada
rechos del Hombre. vez más claramente de manifiesto, relativo
Jean Jaurés hace resaltar la importancia a si los tres órdenes actuarían juntos y
que revestían las instrucciones dadas a sus votarían por cabeza, de conformidad con
delegados por el pueblo de París, al cual el abate Siéyes, en cuya obra ¿Qué es el
reconoce como verdadero autor de la De- tercer estado? se inspiraba la mayor parte
claración de los Derechos del Hombre. Tan- de los miembros de esa Asamblea. El asun-
to las instrucciones parisienses de intramu- to era encaminado, con cierta precaución
ros como las de extramuros merecen espe- pero con firmeza, hacia el sostenimiento de
cial atención en este asunto. La segunda es un punto de vista que ya empezaba a con-
más completa, pero la primera está redac- siderarse revolucionario y que consistía en
tada con precisión y sobriedad ejemplares. cambiar el sistema tradicional del voto por
Jaurés opina que estas instrucciones, soste- estados y reemplazarlo por el voto por ca-
nidas luego por los representantes de la beza, lo que daría, sin duda, fuerza deci-
ciudad de París, constituyeron la base de la siva al tercer estado, igual en número a
Declaración sancionada por la Asamblea los otros dos reunidos.
Constituyente el 26 de agosto La situación se había tornado grave y pe-
SI 5 de mayo de 1789, se reunieron en ligrosa para la monarquía absoluta. La irre-
Versalles los Estados Generales convocados solución del monarca hizo más aguda la
por el rey Luis XVI para informarles, como alarma y preocupación de sus consejeros y
era tradición, de la situación económico- amigos. Rivarol llegó a decir al rey: "Cuan-
financiera del país, y consultarles las medi- do se quiere impedir una revolución, es ne-
das a adoptar. cesario quererla y hacerla uno mismo".
En la sesión de apertura pronunció el rey En esta situación de efervescencia cre-
su discurso oficial y después habló el guar- ciente se realizaron las sucesivas sesiones
da sellos, Paul Berentin, quien se refirió a de la Asamblea de los Comunes, y nos place
la tarea que debían realizar los Estados Ge- recordar un episodio pintoresco ocurrido en
nerales y manifestó que, no obstante habér- la sesión del 25 de mayo, por tratarse de
seles convocado para tratar asuntos econó- una fecha tan grata a los argentinos: du-
mico-financieros, esta vez no sería el im- rante la discusión, de un detalle del cere-
puesto el único asunto que ocuparía su monial relativo a los actos oficiales, uno
atención, y que entre los objetivos sobre de los diputados contestó a Mirabeau lla-
los cuales debían deliberar los delegados mándole "el señor conde de Mirabeau". Eso
se hallaban: la libertad de prensa, las me- dio motivo a que un miembro de la Asam-
didas para garantizar la seguridad pública blea dijera: "Observo que los rangos y las
y el honor de la familia, la modernización dignidades no deben ser repetidos constan-
de la legislación penal y del procedimiento temente en una asamblea de. hombres igua-
civil. Anunció que magistrados dignos de la les". A lo que contestó Mirabeau: "Adju-
confianza del monarca y de la nación es- dico tan poca importancia a mi titulo de
taban estudiando los medios de llevar a conde, que lo doy a quien lo quiera. Mi
cabo tan importante reforma. más bello titulo, el único del cual me hon-
A continuación habló Necker, director ge- ro, es el de representante de una gran pro-
neral de Finanzas, a cuya gestión se debía vincia y de un gran número de mis conciu-
principalmente la convocatoria de los Es- dadanos". Otro miembro de la Asamblea
tados Generales. Necker presentó un exten- —presumiblemente el que había hablado
so informe sobre la materia a su cargo, en antes— agregó: "Soy de la opinión del se-
el cual, después de un minucioso examen ñor conde de Mirabeau. y digo «señor con-
de la situación en que se hallaba el país y de», pues atribuyo tan poca importancia a
su gobierno, propuso algunas medidas ten- semejante título, hoy día tan prodigado,
dientes a solucionar los problemas urgen- que lo doy gratis a quien quiera llevarlo".
 El día 10 de junio, y por moción del aba-
te Siéyes, con algunas enmiendas propues-
tas por otros diputados, se resolvió invitar
a los dos órdenes privilegiados a unirse al
tercer estado para eíectuar en común la
verificación de los poderes con que se les
investía de representación, y en caso de no
concurrir, se procedería a la verificación de
los poderes de los diputados presentes.
.Esta fue la primera gestión concreta con
que se inició la acción del tercer estado
para obtener la reunión en común de los
tres órdenes y el voto por cabeza. En su
discurso, el abate Siéyes sostuvo que la
Asamblea no podía permanecer inerte sin
tracionar sus deberes y los intereses de sus
comitentes. Que sus comisarios o delegados
debían encargarse de exponer los motivos
que obligaban a la Asamblea a pasar del
estado de expectativa al de • acción y que,
además, para que fuese posible formar la
Asamblea activa, era necesario reconocer
previamente que los diputados que tenían
derecho a componerla debían hacer una úl-
tima tentativa para obtener la concurren-
cia del clero y de la nobleza.
La Asamblea Nacional. Hasta el día 17 de
junio los tres órdenes —nobleza, clero y ter-
cer estado o estado llano— se habían re-
unido separadamente, pero en la sesión de
aquel día, los Comunes, como se denomina
oficialmente a este último en los Archivos
Parlamentarios, adoptaron una resolución
en la cual se declara que u esa Asamblea
corresponde interpretar y expresar la vo-
luntad general de la nación, no pudiendo
existir entre ella y el trono ningún veto,
ningún poder negativo; agregando que "la
denominación de Asamblea Nacional es la
única que conviene en el estado actual
de cosas, sea porque los miembros que la
componen son los únicos representantes le-
gitima y públicamente reconocidos y verifi-
cados, o porque ellos son enviados directa-
mente por la casi totalidad de la nación, o,
en fin, porque la representación es una. e
indivisible y ningún diputado, sea cual fue-
re el orden o clase que lo haya elegido,
tiene el derecho de ejercer sus funciones
separadamente de la presente Asamblea".
La Asamblea, ya Asamblea Nacional, de-
claro que recibiría en su seno a los demás
diputados que quisieran incorporarse a ella
y luego votó en el sentido de dirigirse al
rey para participarle lo resuelto. Una di-
putación de la nobleza hizo por escrito una
representación para que la cuestión rela-
tiva a la forma de composición y de voto
de los Estados Generales fuese sometida
a una comisión de representantes de los
tres órdenes. El presidente respondió a los
miembros de la nobleza que todos ellos es-
taban invitados a reunirse en la Asamblea
Nacional para deliberar en común sobre los
medios de aliviar la miseria pública; pero
¡os miembros de la nobleza se retiraron.
Luego el presidente juró ante la Asam-
blea, y los secretarios le imitaron, a tenor
de la siguiente fórmula: "Juramos y pro-
metemos cumplir con celo y fidelidad las
funciones que se nos ha encargado". Lue-
go anunció que iba a tomar juramento a
todos los diputados según esa fórmula y que
se consideraría prestado por todo aquel que
no se presentara a firmar una declaración
contraria. Los diputados, unánimemente de
pie y con la mano levantada respondieron:
"Lo juramos y prometemos".
En seguida se aprobó una resolución de
mantener los impuestos y contribuciones
aunque fueren ilegales, pero que en lo suce-
sivo correspondería a la Asamblea cualquier
modificación a su respecto. El último pá-
rrafo de la declaración empezaba así: "Por
último, la Asamblea convertida en activa,
reconoce", etcétera.
Esta declaración de convertirse en Asam-
blea activa, hecha el día 17 de junio, es la
actitud inicial de carácter revolucionario
que habría de completarse más tarde, con la
asunción del poder legislativo y luego del
poder constituyente, pero en aquel día 17
de junio ya ordenó la Asamblea que esa re-
solución fuera impresa y enviada a las pro-
vincias por su sola voluntad.
En la sesión de la tarde se leyó una carta
del rey, en la que, sin negarse rotunda-
mente a la reunión en común de los tres
órdenes, desaprobaba la expresión "clases
privilegiadas" empleada por el tercer esta-
do para designar a los dos primeros órdenes.
Al terminar la sesión, el diputado M. Gui-
llotin —un hombre práctico a quien se atri-
buye la invención de la guillotina y se dice
que "murió por su invento"—, propuso in-
troducir reformas en la sala de las delibe-
raciones por insalubre e incómoda.
El día 19 se reunió la Asamblea del cle-
ro, y después de discutir y realizar algunas
votaciones, se decidió, por mayoría de 149
votos, actuar juntamente con la Asamblea
Nacional para la verificación de los pode-
res, que era la forma en que se había plan-
teado el asunto en los Comunes. Ese mismo
día 19 de junio los nobles, reunidos en
Asamblea, protestaron por las pretensiones
del estado llano, manifestándose profun-
damente afligidos por la inutilidad de sus
esfuerzos para mantener el sistema tradi-
cional de la reunión de los Estados Genera-
les por órdenes separados.
Declaración de la "cancha de pelota". El
día sábado, 20 de junio, en que debía re-
unirse la Asamblea del tercer estado, el
presidente y los secretarios encontraron
que la puerta de entrada principal de la
sala estaba guardada por soldados y que
numerosos diputados se hallaban impedi-
dos de entrar. Interrogado por el presiden-
te, el oficial de guardia contestó que tenía
orden de impedir la entrada a la sala a
causa de los preparativos que era necesario
hacer en ella para una sesión real. Ante
la protesta del presidente, se dijo que es-
taba autorizado a dejar entrar a las auto-
ridades de la Asamblea para recoger los
papeles que necesitaran. El presidente y los
secretarios entraron y vieron que la mayor
parte de los bancos de la sala habían sido
levantados y que los corredores estaban
guardados por gran número de soldados.
En el patio y en la puerta exterior se veían
carteles que decían: "Estados Generales:
de orden del rey. Habiendo resuelto el rey
efectuar una sesión real en los Estados Ge-
nerales el lunes 22 de junio, los preparati-
vos que deben hacerse en las tres salas que
sirven a las Asambleas de los órdenes, exi-
gen que estas Asambleas sean suspendidas
hasta después de celebrada la dicha sesión.
Su Majestad dará a conocer por una nueva
proclama la hora en que el lunes se cele-
brará la Asamblea de los Estados. Dado en
Versalles por la Imprenta Real, 1789".
En estas circunstancias, los diputados del
tercer estado resolvieron reunirse en la,
cancha de pelota. Los Archivos Parlamen-
tarias consignan el hecho en los siguientes
breves términos: "El señor presidente y los
dos secretarios salieron y se trasladaron a
la cancha de pelota, de la calle del Juego
de Pelota, en donde los miembros de la
Asamblea se reunieron inmediatamente.
Firmado: Bailly, presidente; Camus, secre-
tario; Pisón du Qalland (hijo), secreta-
rio".
Ese mismo día, a las diez y treinta se
reunió la Asamblea en la cancha de pelota
y el presidente la informó de dos cartas que
había recibido del gran maestro de cere-
monias, marqués de Brézé, en las cuales
confirmaba la orden real contenida en los
carteles mencionados. Después de algunas
enérgicas protestas por la actitud del rey,
la Asamblea adoptó, a propuesta de Tar-
get, por unanimidad de votos menos uno,
la siguiente resolución:
"La Asamblea Nacional, considerando que
ha sido llamada para fijar la Constitución
del reino, lograr la regeneración del orden
público y mantener los verdaderos princi-
pios de la monarquía, declara que nada
puede impedir que ella continúe sus delibe-
raciones". En cualquier lugar en que ella se
vea forzada a establecerse y sea cual fuere
el lugar en donde sus miembros se reúnan,
ahí está la Asamblea Nacional. Resuelve
que todos los miembros de esta Asamblea
prestarán al instante juramento solemne de
no separarse y de reunirse en donde las cir-
cunstancias lo exijan hasta que la Consti-
tución del reino sea establecida y afirmada
sobre sólidos fundamentos, y que, una vez
prestado ese juramento, todos los miembros
y cada uno de ellos en particular confir-
marán, por medio de su firma, esta resolu-
ción inquebrantable".
Leuda esta resolución, juraron, primero el
presidente y sus secretarios, e inmediata-
mente después toda la Asamblea.
El día 22 de junio los Comunes se reunie-
ron, primero en los Recoletos y luego en la
iglesia de San Luis, que ofrecía mayor co-
modidad. Se tomó juramento a varios di-
putados que no habían estado, presentes en
la cancha-de pelota; en seguida se aceptó
la incorporación y se recibió con todos los
honores a nobles y sacerdotes que se suma-
ron a la Asamblea Nacional.
Sesión del 23 de junio. El martes 23 de
junio se efectuó la sesión real anunciada
Una guardia numerosa rodeaba la sala de
sesiones, en la que se habían puesto barre-
ras; en las calles circunvecinas destaca-
mentos de distintos cuerpos militares y po-
liciales se habían ubicado estratégicamente
Cuando se abrieron las puertas, se dio pri-
mero colocación a los dos ordénes privile-
giados, mientras los miembros de la Asam-
blea Nacional fueron obligados a esperai
más de una hora, en su mayor parte ex-
puestos a la lluvia. Sus reiterados murmu-
llos testimoniaban su descontento, Alguier
propuso retirarse. En ese momento llegó é
gran maestro de ceremonias, marqués dí
Brézé, y el presidente le dijo que se queja-
rían al rey de esta situación. Por fin, los
miembros de la Asamblea Nacional pudie-
ron entrar y lo hicieron de dos en dos, en
el más profundo silencio. La entrada había
sido prohibida severamente al público. Eran
las diez y treinta.
El trono ocupaba el fondo de la sala de
sesiones; a su derecha estaba el clero y a
la izquierda la nobleza. Los miembros de la
Asamblea Nacional se hallaban ubicados a
los costados a lo largo de la sala y en e]
centro estaban los cuatro heraldos y el rey
de armas. Al pie del estrado* del trono, y en
torno de una mesa, se encontraban los mi-
nistros. Entre ellos se notaba un. asiente
vacío: el de M. Necker, director general-d'e
Finanzas.
Hacia las once el rey «alió de su palacio.
Su carruaje era precedido y seguido por nu-
merosos halconeros, pajes, escuderos y cua-
tro compañías de guardias de corps. El rey,
acompañado de los príncipes de, la sangre,
de los duques y pares y de los capitanes de
los guardias de corps, entró en la sala. Los
diputados se levantaron e 'Inmediatamente
retomaron asiento.
El monarca inició la sesión con un breve
discurso y luego se dio lectura a un docu-
mento conteniendo, primero, sus declara-
ciones concernientes a los Estados Genera-
les allí reunidos, y luego, la expresión de
sus intenciones. Al finalizar la lectura de
la primera declaración, el rey volvió a usar
de la palabra para invocar el patriotismo
de los delegados e instarlos a ocuparse de
los asuntos por él propuestos. Terminada la
lectura de la segunda declaración y antes
de retirarse, habló por tercera vez. Su breve
discurso terminó de la siguiente manera:
"Yo os ordeno, señores, separaros inmedia-
tamente y volver mañana por la mañana
cada uno a la cámara que corresponde se-
gún el orden al cual pertenece, para reanu-
dar vuestras sesiones. En consecuencia, or-
deno ai gran maestro de ceremonias hacer
preparar la sala". Inmediatamente se re-
tiró, y con él los diputados de la nobleza
y una parte de los del clero. Todos los
miembros de la Asamblea Nacional y varios
sacerdotes permanecieron Inmóviles en sus
sitios.
En aquel instante solemne se escuchó al
conde de Mirabeau, quien, elevando la voz,
dijo: "Confieso que lo que acabáis de oír
podría ser el bien de la patria si los presen-
tes del despotismo no fueran siempre peli-
grosos. ¿Qué significa esta insultante dic-
tadura? ¿Qué significa el aparato de las ar-
mas y la violación del templo nacional para
ordenarnos ser felices? ¿Quién da esta or-
den? Vuestro mandatario. ¿Quién os da
leyes imperiosas? Vuestro mandatario, él,
que debe recibirlas de vosotros, de nosotros,
señores, que estamos investidos de un sa-
cerdocio político inviolable; de nosotros, en
fin, de quienes veinticinco millones de hom-
bres esperan una felicidad cierta, porque
ella debe ser consentida, dada y recibida
por todos. Sin embargo, la libertad de vues-
tras deliberaciones está encadenada y una
fuerza militar rodea a la Asamblea. ¿En
dónde están los enemigos de la nación?
¿Catilina está a nuestras puertas? Yo pido
que, recubriéndoos de vuestra dignidad, de
vuestro poder legislativo, os encerréis en
la religión de vuestro juramento, que no
nos permite separarnos sino después de ha-
ber hecho la Constitución".
Un instante más tarde, el marqués de
Brézé se acercó al presidente y dijo: "Se-
ñores, habéis oído las intenciones del rey".
Ante estas -palabras, se levantó el conde de
Mirabeau y con tono y gesto de indignación,
respondió así: "Sí, señor, hemos oído las
intenciones que se han sugerido al rey, y
vos, que no podríais ser su órgano ante los
Estados Generales, vos, que no tenéis aquí
ni lugar ni derecho para hablar, no sois
nadie para recordarnos su discurso. Sin
embargo, para evitar todo equívoco y toda
dilación, declaro que si se os ha encargado
hacernos salir de aquí, debéis pedir órde-
nes para emplear la fuerza, pues no nos
sacarán de nuestros sitios sino por el poder
de las bayonetas".
Una nota de los Archivos Parlamentarios
advierte que en la compilación de discursos
de Mirabeau publicada por M. Barthe, fi-
gura la siguiente variante, relativa a esta
última frase: "Id a decir a vuestro amo que
estamos aquí por el poder del pueblo y no
se nos arrancará de aquí sino por la fuerza
de las bayonetas".
A una voz, los diputados exclamaron:
"¡Tal es el voto de la Asamblea!" El gran
maestro de ceremonias se retiró, y en la
Asamblea reinó un sombrío silencio. Luego
continuó la sesión. Hablaron Camus, Bar-
nave, Gleizen, Siéyes y Mirabeau. Este úl-
timo obtuvo la sanción de un proyecto por
el cual la persona de cada diputado es in-
violable y que son infames y traidores a la
nación y culpables de crimen capital quie-
nes lo contraríen.
~La Asamblea asume el poder legislativo.
El 28 de junio, y cuando ya muchos nobles
y sacerdotes se habían incorporado a la
Asamblea Nacional, la corte capituló. El rey
ordenó al estado de la nobleza y al del
clero aceptar la invitación de la Asamblea
Nacional y sesionar conjuntamente. Desde
ese momento, la Asamblea Nacional asumió
el ejercicio del pode'r legislativo, que hasta
entonces había ejercido el rey y, por lo mis-
mo, se convirtió en la más alta autoridad
de la nación.
Guillermo Ferrero observa que ese día 28
de junio se llevó a feliz término una gran
revolución, no obstante que la Asamblea
Nacional no poseía aún el poder constitu-
yente concebido por Siéyes como una crea-
ción doctrinaria y soñado por él. Con pala-
bras del mismo Ferrero, cabe observar que
la revolución institucional no se llevó a
efecto ese día 28 de junio, porque faltaba
la reivindicación del poder constituyente,
ya que sólo a ese precio se trataría de una
verdadera revolución; pero observamos que
ej gran historiador italiano se equivoca
cuando establece como fecha de la asun-
ción del poder legislativo el día 28 de junio.
A juicio nuestro, la Asamblea Nacional asu-
mió el poder legislativo el día 17 de junio,
al proclamarse Asamblea Nacional y con-
vertirse en Asamblea Activa, intimar a los
otros dos órdenes la verificación común de
los poderes y notificar públicamente a las
provincias su resolución.
Todavía hay otra cosa más. Dice Perrero:
"Los Estados Generales no podrían consu-
mirse en la perplejidad y la inacción, cuan-
do toda Francia se estremecía en la espe-
ranza de una milagrosa palingenesia. Era
necesario salir de aquella contradicción.
Por fin, el 10 de junio, Siéyes propuso a los
Comunes que se constituyesen en «Asam-
blea Activa» y que «intimasen» a los miem-
bros de los dos órdenes privilegiados a con-
currir al salón de los Estados «para asistir,
ayudar y someterse a la verificación de los
poderes». La proposición no abordaba de
frente sino que sobreentendía, por la expre-
sión «Asamblea Activa», la cuestión capital
—la reinvindicación del poder constituyen-
te—, la verdadera revolución" ( 1B8 ).
La revolución institucional. La verdad es
que el 10 de junio no hubo resolución de la
Asamblea no obstante lo propuesto por Sié-
yes. Como ya hemos visto, la declaración de
.ser "Asamblea Activa" se hizo recién el 17
de junio, al mismo tiempo que se adoptó
oficialmente la denominación de Asamblea
Nacional. Esa fue sin duda una actitud
francamente revolucionaria, pero si acep-
tamos el criterio de Perrero de que sólo el
ejercicio del poder constituyente por la
Asamblea era la verdadera revolución, de-
bemos establecer como fecha cierta de la
Revolución francesa, desde el punto de vis-
ta institucional, la del 9 de julio de 1789,
porque ese día se resuelve dictar una Cons-
titución y comenzar por la Declaración de
los Derechos del Hombre y del Ciudadano,
en ejercicio del poder constituyente, pres- •
cindiendo del rey, por lo cual toma el nom-
bre de Asamblea Nacional Constituyente,
y es soberana.
El profesor francés Louis Villat reconoce
la importancia de revolución institucional
que tuvo para Francia lo ocurrido el día 9
de julio (is»), y como tal criterio coincide
con el nuestro, nos es grato consignarlo
aquí, celebrando que la Revolución France-
sa —por lo menos en lo fundamental de su
carácter revolucionario, en lo que atañe a
las instituciones jurídico-políticas— se ha-
ya realizado en el mismo día 9 de julio en
que se declaró la Independencia argentina
veintisiete años más tarde.
Desde ese día 9 de julio hasta el día 26
de agosto, la Asamblea dedicó casi toda su
atención a la Declaración de los Derechos
del Hombre y del Ciudadano.
(158) Perrero, G., El Poder, trad. de P. López
Cruí!. pág. 94, Ed. Interamericana, Bs. Aires, 1943.
(159) Villat, L., Lo Révolutíon et l'Empíre, pá-
gina 29, Presses Unlversítaires de France, París,
1947.
El primer proyecto de Declaración de De-
rechos. En la sesión del 11 de julio de 1789,
el marqués de Lafayette presentó y fundó
brevemente un proyecto de Declaración de
Derechos. Señaló dos causas que demues-
tran la utilidad de una Declaración de De-
rechos; la primera es recordar los senti-
mientos que la naturaleza ha grabado en el
corazón de todo individuo y facilitar su
desarrollo, lo que es muy interesante, ya
que "para que una nación ame la libertad
basta que la conozca y para que sea libre
basta que quiera serlo". La otra utilidad
de la Declaración se debe a que en ella se
expresan "las verdades eternas de donde
deben fluir todas las instituciones por lo
que llega a ser, en las tareas de los repre-
sentantes de la nación, una guía fiel que
los conduce siempre a la fuente del Dere-
cho natural y social".
Luego Lafayette agregó: "El mérito de
una Declaración de Derechos consiste en
la verdad y en la precisión. Ella debe decir
lo que todo el mundo sabe, lo que todo el
mundo siente. Solamente esta idea ha po-
dido obligarme a trazar un esquema que
tengo el honor de presentaros. Estoy bien
lejos de pedir que se adopte; pido sola-
mente que la Asamblea haga hacer copias
para distribuirlas en las distintas comisio-
nes. Este primer ensayo mío comprometerá
a otros miembros a presentar otros proyec-
tos que satisfarán mejor las aspiraciones
de la Asamblea y que yo me apresuraré a
preferir al mío".
Por último, el marqués dio lectura a su
proyecto, que es un modelo de brevedad y
síntesis. Comienza asi: "La .naturaleza ha
hecho a los hombres libres e iguales; las
distinciones necesarias para el orden social
no se fundan más que en la utilidad ge-
neral.
"Todo hombre nace con derechos inalie-
nables e imprescriptibles, como son la li-
bertad de todas sus opiniones, el cuidado
de su honor y de su vida, el derecho de pro-
piedad, la disposición entera de su persona,
de su industria y de todas sus facultades,
la expresión de sus pensamientos por todos
los medios posibles, procurarse el bienestar
y el derecho de resistencia .a la opresión.
"El ejercicio de los derechos naturales
no tiene más límites que aquellos que ase-
guran su goce a los otros miembros de la
sociedad.
"Ningún hombre puede estar sometido
sino a leyes consentidas por él o sus repre-
sentantes, anteriormente promulgadas y le-
galmente aplicadas" (16°). as;
(160) "Los derechos del hombre son: I, la se-
guridad de su persona, seguridad que abarca la
 Las seis cláusulas finales son del mismo
estilo, ^y completan el pensamiento del au-
tor, recalcando la necesidad de la división
de ios poderes del gobierno, y que su orga-
nización asegure la representación libre de
los ciudadanos, la responsabilidad de los
funcionarios y la imparcialidad de los jue-
ces.
En esa sesión del 11 de julio, y a conti-
nuación de Lafayette, habló el conde 'de
Lally-Tollendal. Apoyó y aplaudió la mo-
ción de su predecesor, pero recomendó que
se tuviera particular prudencia en asunto
de tanta importancia y gravedad. "Cuanto
más seductor es el fondo de esta declara-
ción —dijo— más debemos cuidarnos de
los inconvenientes de la forma; cuanto ma-
yor es la utilidad de su objeto, mayor es el
empeño que debemos poner áen no compro-
meternos".
Señaló los peligros que habría en expo-
ner una Declaración semejante aislándola
certidumbre de no ser turbado por ninguna vio-
lencia, ni en el interior de su famüia, ni en el
empleo de sus facultades, de las cuales debe con-
servar el ejercicio independiente y libre para todo
lo que no sea contrario a los derechos de otro.
II, la seguridad y el goce libre de su propiedad.
III, como en el estado de sociedad hay ciertas ac-
ciones que deben estar sujetas a reglas comunes,
como es preciso establecer penas para los atenta-
dos ejecutados por un individuo contra los dere-
chos de otro, sea por la violencia o el fraude, el
hombre tiene el derecho de no ser sometido, para
estos objetos, sino a leyes generales, que abarquen
la universalidad de los ciudadanos, cuya interpre-
tación no pueda ser arbitraria, y cuya ejecxicióu
sea confiada a manos imparciales. IV, en fin, el
derecho de contribuir, sea inmediatamente, sea por
representación, a sancionar estas leyes y a todos
los actos consumados en nombre de la sociedad.
Este derecho es una consecuencia necesaria de la
igualdad natural y primitiva del hombre y debe
tenerse como meta ideal el que toda persona en
uso de razón, la disfrute. En tanto que no se haya.
alcanzado este ideal no puede decirse que los ciu-
dadanos gocen de este último derecho en toda .su
extensión.
"No existe ningún derecho de los hombres que
no pueda deducirse fácilmente de éstos a los cua-
les hemos intentado reducir todos los derechos po-
sibles, y sería también fácil probar que todos los
principios de las leyes civiles y criminales, como
de las leyes de la administración, de comercio y de
policía, son una consecuencia de la obligación de
respetar los derechos comprendidos en las tres
primeras divisiones.
"El bienestar de una sociedad es tanto mayor
cuanto mayor sea la extensión con que estos de-
rechos pertenezcan'a los miembros del Estado. Pero
como el goce de cada uno de ellos no es igualmen-
te importante para el. bienestar común, los hemos
colocado aquí siguiendo el orden en e! cual cree-
mos que contribuyen a este bienestar, y agregue-
mos también, que, en una sociedad muy nume-
rosa, debe suceder, casi necesariamente, que el úl-
timo de estos derechos resulte casi nulo para el
mayor número de habitantes -de xm país" (Con-
dorcet, Influencia de. la Revolución ile América so-
bre Europa, págs. 27 y 28. Ed. Elevación, Bs. Ai-
res, 1946).
del resto de la Constitución, y advirtió que
eran muchos los interesados en desacredi-
tar la obra de la Asamblea. Finalmente pi-
dió que 'se resolviera no deliberar sobre el
asunto sino provisionalmente y que no se
decidiera nada en definitiva sobre el pro-
yecto de Declaración hasta que se pudiera
tratar juntamente con los demás puntos
de la Constitución que se debía elaborar.
El 14 de julio. La Asamblea volvió a re-
unirse el 14 de julio y se reanudó la discu-
sión anterior, interviniendo varios diputa-
dos. Unos querían que la Declaración se
pusiera al frente de la Constitución, para
asegurar de un modo invariable los Dere-
chos del Hombre antes de establecer los de
la sociedad; otros sostuvieron que la Decla-
ración debía ir al final de la Constitución,
para que fuese algo así como el resultado
de la misma. No se decidió este punto; se
dispuso únicamente que ia Constitución
contuviese una Declaración de Derechos
del Hombre y se discutió largamente la
confección de un plan general y detallado
para ordenar la labor que el cuerpo debía
realizar. Intervinieron Petión de Villeneuve,
el conde de Crillón, Barreré de Vieuzac,
Mounier, Le Chapelier, Buxot, Pisón de Ga-
lland y se aprobó la moción redactada por
Petión en los siguientes términos: "Nom-
brar por escrutinio un comité de Constitu- -
ción compuesto de ocho miembros solamen-
te, según la proporción establecida para los
órdenes; estos miembros estarán encarga-
dos de presentar un proyecto de Constitu-
ción que será discutido en las comisiones y
llevado a la Asamblea General para que
ella delibere al respecto inmediatamente".
Esa día 14 de julio la sesión continuó por
la tarde y mientras se discutían algunas
proposiciones del abate Grégoire, cura de
Emberménil, relativas a la necesidad de
castigar a todos aquellos que en la función
pública hubiesen cometido delitos y espe-
cialmente a los ministros del reino a quie-
nes censuró con vehemente palabra, se
anunció al miembro de la Asamblea viz-
conde de Noailles que llegaba de París tra-
yendo "noticias desastrosas", según la ex-
presión consignada en los Archivos Parla-
mentarios, que describen lo ocurrido en la
siguiente forma: "El vizconde de Noailles
entra en la Asamblea rodeado de otros di-
putados que se aprietan en torno de él.
Desde que aparece se produce el más gran-
de silencio. Explica lo que ha visto. Dice
que la burguesía de París está bajo las ar-
mas, dirigida por los guardias franceses y
los suizos, sin su disciplina; que el Cuartel
de los Inválidos ha sido tomado; que se han
sacado los cañones y los fusiles; que las fa-
milias nobles han sido obligadas a ence-
rrarse en sus casas; que la Bastilla ha sido
tomada por asalto y que M. De Launay, su
gobernador, que había hecho disparar so-
bre los ciudadanos, ha sido tomado, con-
ducido a la Gréve, masacrado por el pueblo
y su cabeza llevada en lo alto de una pica".
Este relato produjo una honda y dolo-
rosa impresión, y toda discusión cesó en la
Asamblea. Se decidió de inmediato mandar
una diputación al rey para pintarle el cíuel
estado en que se encontraba la capital, in-
cluyendo al vizconde de Noailles en la di-
putación, para que sostuviese con su pre-
sencia, como testigo, las verdades que se
quería hacer oír al rey. En seguida el pre-
sidente Le Franc de Pompignan salió con
la diputación, pero Lafayette ocupó su lu-
gar en su carácter de vicepresidente, y ob-
servó que correspondía tanto a la dignidad
como al deber de la Asamblea, no inte-
rrumpir sus trabajos y continuarlos con la
calma y el coraje que las circunstancias no
debían alterar.
Después de varias mociones para estable-
cer una correspondencia constante entre
Paris y la Asamblea Nacional, y otras para
que la Asamblea permaneciera en sesión
permanente día y noche hasta el estableci-
miento de la Constitución, o, por lo menos,
hasta después del restablecimiento de la
tranquilidad pública, y mientras se discu-
tían estas mociones, fue anunciada la lle-
gada de una diputación de París trayen-
do "noticias siniestras", dicen los Archivos.
Instantáneamente cesó toda deliberación y
un mohíno silencio se extendió por la sala.
Después de un instante de espera, íueron in-'
traducidos los dos diputados, y uno de ellos,
Bancal des Issarts, informó detallada, aun-
que brevemente, a la Asamblea lo que había
ocurrido en París el 13 de julio y el mismo
día 14, antes de la toma de la Bastilla. Dio
lectura a un mensaje del Comité Perma-
nente de la Seguridad Pública de Paris,
reunido en la Casa Municipal, en el cual se
enumeraban las medidas adoptadas para
evitar hechos catastróficos ya previsibles,
dejando constancia de la inutilidad de ta-
les esfuerzos, y poniendo todo eso en cono-
cimiento de la Asamblea, a fin de que ella
cumpliera el papel que le pudiera corres-
ponder.
Desde ese día en adelante la Asamblea
sesionó febrilmente. La situación era cada
vez más crítica. La insurrección popular
había subrayado la revolución institucio-
nal realizada por la Asamblea, pero podía
poner en peligro la obra constructiva de
organización y regeneración nacional.
Cabe observar que aquella insurrección
popular contó con el apoyo de sacerdotes
como el abate Claudio Fouchet, que figuró
en el asalto de la Bastilla y que predicaba
la unión del Evangelio y la libertad. En el
elogio fúnebre de los ciudadanos caídos en
aquel episodio, pronunció su célebre frase:
"Hermanos, sois llamados a la libertad".
"La Asamblea —refiere Luis Madelin en
su libro La Révolution— permaneció reuni-
da en la noche del 14 al 15, y el duque de
Liancourt, uno de los nobles liberales, se
decidió a ir a despertar al rey, quien, na-
turalmente, había cazado todo el día. El rey
se mostró asombrado. "Eso es una revuel-
ta" —le dijo. "No, señor, es una revolución".
Luis XVI pareció emocionado por la felonía
de De Launay, y prometió hacer retirar
las tropas y concurrir al alba a la Asam-
blea" («i).
Ya el 12 de julio, dos días antes, Luis Ma-
ría Prudhome había publicado el primer
número de su periódico Revoluciones de Pa-
ris con este epígrafe: "Los grandes nos pa-
recen grandes porque estamos de rodillas:
i Levantémonos!"
El diario de sesiones del 15 de julio co-
mienza con estas palabras: "La Asamblea
Nacional, profundamente afectada y dema-
siado vivamente inquieta por las calami-
dades públicas para detener sus pensaV
mientos en otros objetivos, no ha podido
seguir el plan ordinario de sus deliberacio-
nes, y en lugar de comenzar como otros-
días por la lectura de las notas de las dife-
rentes ciudades y su discusión, ha puesto
en deliberación qué partido debía tomar
actualmente para restablecer la tranquili-
dad en París".
Hablaron el marqués de Sillery y el conde
de Mirabeau proponiendo la nota que debía
entregarse al rey, y se resolvió que así lo
hiciera una diputación de veinticuatro per-
sonas. '" .
Después, el rey apareció en la entrada de
la sala sin guardias, acompañado única-
mente por sus dos hermanos. Dio algunos
pasos, y de pie, frente a la Asamblea, pro-
nunció algunas palabras con voz firme y
segura. Dijo que lamentaba con profunda
pena los desórdenes ocurridos; que sus in-
tenciones eran justas y amigables; que de-
seaba disipar las suspicacias y reclamaba
la colaboración del cuerpo y la fidelidad
de sus subditos. Anunció que había dado
orden a las tropas de alejarse de París y
de Versalles.
El presidente le contestó respetuosa y
cordialmente en nombre de la Asamblea,
aceptando las seguridades que el rey daba
para la tranquilidad pública. Cuando el rey
se retiró y se dirigió a pie hacia palacio,
(161) Madelin. L.. La révolution. 9» ed.. 1924,
pág. 70, Hachette.
la Asamblea entera se levantó y lo acom-
pañó. El público se unió a ellos y se oyeron
gritos de ¡Viva el rey! Cuando el rey, la
reina y el delfín aparecieron un instante
en el balcón del palacio, redoblaron los
aplausos y los gritos de ¡Viva el rey! Luego
los diputados regresaron a la Asamblea y
continuó la sesión. Barnave propuso, apo-
yado por Mirabeau, una moción tendiente
a exonerar a los ministros por indignos, di-
ciendo que había que adelantarse a la exi-
gencia del pueblo de París, porque la digni-
dad de la Asamblea no debía permitir de-
jarse arrastrar por la influencia del pueblo.
El conde de Clerrnont-Tonerre se opuso a
esta medida, y nada se resolvió al respecto.
Después de hablar algunos minutos, se le-
vantó la sesión.
Oíros proyectos y debates. • La Asamblea
se reunió los días 16, 18 y 20 de julio, ocu-
pándose de los asuntos urgentes. Recién en
la sesión del día 21 volvió a tratar los De-
rechos del Hombre. En ella presentó el
abate Siéyes un proyecto de Declaración de
Derechos con el título de Reconocimiento y
exposición razonada de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano. Este documento
es poco conocido, porque no apareció en
Le Moniteur, del cual se ha tomado ge-
neralmente la información utilizada para
historiar la Revolución Francesa.
En la sesión del día 27 de julio se con-
signa por primera vez la intervención de
Eobespierre en los debates de la Asamblea.
En ella figura también un proyecto de Mou-
nier conteniendo los primeros artículos de
la Constitución, con una Declaración de
Derechos del Hombre y del Ciudadano, y
otro de Target, tan expresivo como el ante-
rior. Luego aparece un segundo proyecto
de Mounier, conteniendo una Declaración
de Derechos del Hombre en dieciséis artícu-
los. Termina con una cláusula redactada
así: "La fuerza militar, destinada a la de-
fensa del Estado, no puede ser empleada
sino para el mantenimiento de la tranquili-
dad pública, y siempre bajo las órdenes de
la autoridad civil".
La Asamblea siguió reuniéndose regular-
mente y se ocupó de los muchos asuntos
graves que exigían su intervención. En' la
sesión del 30 de julio figura una Declara-
ción de los Derechos del Hombre y del Ciu-
dadano presentada por M. Servan, abogado
en el Parlamento de Grenoble. Consta de
trece artículos. -
En la sesión del día 19 de agosto el pre-
sidente propuso a la Asamblea la discusión
de este asunto: "¿Se pondrá o no una De-
claración de los Derechos del Hombre a la
cabeza de la Constitución?" Se inscribieron
cincuenta y seis oradores. Después de unas
palabras del diputado Durand de Maillane
reclamando una Declaración de lo? Dere-
chos del Hombre y proponiendo por adelan-
tado que se fijara en las ciudades, en los
tribunales, en las iglesias y demás lugares
públicos para enseñanza y edificación del
pueblo, habló Creniére, y rjropuso una de-
claración de principios fundamentales para
que sirvieran de base a la Constitución de
la Nación.
El discurso del diputado Creniére contiene
una interesante interpretación de la teoría
de Rousseau y de la aplicación de las doc-
trinas del abate Siéyes. Llama derechos na-
turales e imprescriptibles del hombre a los
que existen con anterioridad a la ley, pero
que nacen de la vida del hombre en socie-
dad, e insiste en afirmar que la declaración
de esos derechos es el acto de constitución de
un pueblo, porque da existencia al cuerpo
político. Negó el carácter de Constitución
a las instituciones que forman el gobierno
y que están destinadas a conservar esos
principios fundamentales.
Para los juristas argentinos, el discurso
de Creniére del !•? de agosto reviste un
interés particular, porque de su texto, que
apareció incompleto en Le Moniteur, fue
tomada una expresión que la Corte Supre-
ma de la Nación Argentina empleó en uno
de los fallos más famosos, dictado el año
1887, y en el cual demostraba el valor per-
manente y sagrado de la Constitución para
la defensa de la libertad, al imponer sus
preceptos a los poderes constituidos del go-
bierno ordinario. La expresión a que nos
referimos consiste en afirmar que la Cons-
titución argentina es el Palladium de la
libertad. Fue tomada del siguiente párrafo
de Creniére: "Ciudadanos acostumbrados
a mirar la Constitución del Estado, del cual
son miembros, como el Palladium de su
libertad, y temiendo que se busque des-
truirla bajo el pretexto de reformar la
Constitución, no toleran que se les lleve el
menor ataque...".
Cabe recordar que una preocupación in-
sistente de Creniére fue la de dejar bien
aclarado el concepto de mandatario, siem-
pre adulterado en el uso corriente del vo-
cablo. Creniére observa que mandatario es
algo distinto a representante, porque el re-
presentante puede tener voluntad y opi-
nión propias, como intérprete de los inte-
reses de sus representados, en tanto que
mandatario es el que tiene la obligación
inequívoca de cumplir el mandato de sus
mandantes.
Después de un breve discurso del conde
Mathieu de Montmorency, en el que afir-
mó que los derechos del hombre en socie-
dad son eternos y que no necesitan nln-
guna sanción para que sean reconocidos,
aparece un discurso de Target, más exten-
so, en el que formula un planteamiento de
singular simplicidad e ingenuidad.
En seguida usó de la palabra el conde de
Castellane, quien, después de echar un
vistazo sobre la situación en que se halla-
ban los pueblos de Europa, agregó: "Pero
es de Francia de lo que debemos ocuparnos;
y yo pregunto, señores, ¿hay una nación
que más constantemente haya desconocido
los principios según los cuales deba ser
establecida toda buena Constitución? Si se
exceptúa el reino de Carlomagno, hemos
estado sometidos sucesivamente a las más
envilecedoras tiranías. Apenas salidos de la
barbarie, los franceses conocen el régimen
feudal, todos los males combinados que pro-
ducen la aristocracia, el despotismo y la
anarquía. Comprenden, por fin, sus desdi-
chas y prestan a los fieles sus fuerzas para
abatir a los tiranos particulares, pero los
hombres, enceguecidos por la ignorancia,
no hacen más que cambiar de cadenas.
Al despotismo de los señores sucede el de
los ministros. Sin recobrar enteramente la
libertad de su propiedad raíz, pierden has-
ta su libertad personal, el régimen de ór-
denes reales secretas (lettres de cachét)
se establece. No sigamos dudando más, se-
ñores, sólo se puede atribuir esta detesta-
ble invención a la ignorancia de los pueblos
respecto de sus derechos".
Más tarde hablaron sucesivamente Gran-
din, el duque de Levis, Champion de Cicé,
obispo de Auxerre; el señor de La Luzerné,
obispo de Langres, Barnave, Malouet, que lo
hizo extensamente, y Delandine. Por ser
muy avanzada la hora, hubo que levantar
la sesión cuando todavía quedaban 47 ins-
criptos para usar de la palabra.
En aquella sesión, algunos de los orado-
res, aunque muy pocos, hicieron referencia
al antecedente de los Estados Unidos. Cham-
pion de Cicé, obispo de Auxerre, señaló el
inconveniente de imitar el ejemplo de
América septentrional, cuya población es
tan distinta de las de los pueblos europeos
y está formada por propietarios, cultivado-
res, ciudadanos regulares. Dijo que había
que "comenzar por establecer leyes que
aproximaran a los hombres, antes de de-
cirles indistintamente entre nosotros, como
en los Estados Unidos: vosotros, sois igua-
les".
En la sesión de ese día 1<? de agosto, fi-
gura un proyecto del diputado Thouret,
bajo el título Análisis de las ideas princi-
pales sobre el reconocimiento de los de-
rechos del hombre en sociedad y sobre las
bases dé la Constitución. En él se. hace un
análisis discriminativo de la libertad, es-
tableciendo con precisión y firmeza cada
uno de sus aspectos con relación a la per-
sona humana.
En la sesión siguiente, celebrada el 3 de
agosto, aparece una muy breve declaración
propuesta por Desmeuniers, como síntesis
de los principios relativos a la libertad y
de las garantías que podían ofrecer las
formas de gobierno. Con respecto a los fun-
damentos dados por Desmeuniers en un
pequeño discurso, hubo una respuesta de
Biauzat, afirmando que es un error doc-
trinario el atribuir al hombre en estado
de naturaleza derechos individuales, porque
en ese estado no tiene ninguno, ni siquiera
el de la libertad, desde que la esclavitud
tampoco existe en la naturaleza.
Un discurso del conde de Antraigues se
ocupó del 'mismo asunto y terminaba así:
"La declaración es indispensable, a fin de
que si el cielo en su cólera nos castigara
una segunda vez con el flagelo del despotis-
mo, se pudiera, al menos, mostrar al tirano
la injusticia de sus pretensiones, sus debe-
res y los derechos de sus pueblos".
La famosa sesión del 4 de agosto y la
abolición de los derechos feudales. En la
sesión del día 4 de agosto volvió a tratarse
la cuestión relativa a la Declaración de
Derechos. Después de hablar Dupont y el
marqués de Sjllery, pronunció un breve
discurso el abate Grégoire, proponiendo una
declaración de deberes, sin la cual, a su
juicio, sería incompleta la Declaración de
Derechos. Entre otras cosas, dijo: "Los de-
rechos y los deberes son correlativos: exis-
ten paralelamente. No se puede hablar de
los unos sin hablar de los otros, del mismo
modo que no pueden existir unos sin otros,
porque ambos presentan ideas que los com-
prenden conjuntamente. Es una acción ac-
tiva y pasiva.
"No es posible presentar una Declaración
de Derechos sin una de deberes, y es prin-
cipalmente esencial hacer una declaración
de deberes para contener a los hombres
en los límites de sus derechos. La tenden-
cia es siempre a ejercerlos imperiosamente
y a extenderlos; a los deberes se les des-
cuida, se les desconoce, se les olvida. Hay
que establecer el equilibrio; es necesario
mostrar al hombre el ámbito en el cual
puede moverse y las barreras que pueden y
deben detenerlo".
Clermont-Lodéve respomlió a Grégoire
que los deberes estaban implícitos porque
nacían naturalmente de los derechos; que
se les podía incluir en la Declaración, pero
que el título debía ser Declaración de,
rechos y no de Deberes.
El diputado Camus intervino en seguláüT
a pesar de los gritos y el tumulto que las
palabras de Clermont-Lodéve habían pro-
vocado, y, aprovechando un momento de
calma, propuso a la Asamblea como cues-
tión a resolver, si se hacía o no una De-
claración de Derechos y también de Debe-
res. Luego habló Lubersac, obispo de Char-
tres, apoyando la opinión favorable a !a
inclusión de los deberes en el título de la
Declaración. Se escuchó con calma su pro-
posición, pero luego varios oradores inten-
taron hablar a la vez, y de todas partes se
oyeron gritos. Entonces el presidente puso
a votación la proposición de Camus, que
fue rechazada por mayoría de 570 votos
contra 433.
En la sesión de la tarde de ese día 4 de
agosto, y a propuesta de Target, se inició
un debate en el que intervinieron el viz-
conde de Noailles y luego el duque de
Aiguillon, quien presentó a la Asamblea un
proyecto de resolución en el que se supri-
mían los derechos feudales, si bien debía
indemnizarse a los afectados por ello. Un
miembro de la Asamblea observó que se-
ría emocionante para todos los ciudadanos
saber que los nobles daban tales muestras
de patriotismo. El diputado Dupont de Ne-
rnours se opuso a la propuesta del duque
de Aiguillon, pero este último fue apoyado
por otro noble, Leguen de Kérangal, re-
presentante de la Baja Bretaña. Su discurso
fue vivamente aplaudido y el entusiasmo
arrebató a todos los presentes.
El marqués de Foucault habló contra el
abuso de las pensiones, afirmando que los
mayores sacrificios correspondían a los
grandes que formaban la alta nobleza. Lue-
go el vizconde de Beauharnais propuso la
igualdad de las penas para toda clase de
ciudadanos y su admisibilidad igual en to-
dos los empleos, eclesiásticos, civiles o mi-
litares. Cottin expuso la situación de los
pueblos gimiendo bajo la tiranía de los
agentes de las justicias señoriales, cuya ex-
tinción exige, como la de todos los restos
del régimen feudal, y en seguida habló el
obispo de Nancy, M. de Lafare, quien des-
pués de disputar con un colega el uso de
la palabra, propuso "que el rescate de' los
bienes feudales no aproveche al señor ecle-
siástico, sino que sea utilizado para aliviar
la indigencia". Asi continuó la memorable
sesión del 4 de agosto, en la que hablaron,
además, Lubersac, obispo de Chartres; de
Richet; el duque del Chátelet; de Boisge-
lin, arzobispo de Aix; el duque de Castries;
Béthisy de Mézieres, obispo de Uzés; Cor-
tois de Balore, obispo de Nimes; de Malire,
obispo de Montpellier. Todos ellos muestran
una enorme emulación en la renuncia de
los derechos que pudieran corresponderles
y en favor de los desheredados. En el mis-
mo sentido hablan Tronchet, de Latour-
Maubourg, de JEstourmel, de Lameth y Ta-
laru de Chalrnazel, obispo de Coutances, en
nombre de sus representados.
En esa altura del debate, el duque de
Liancourt propone que la Asamblea resuel-
va acuñar una medalla para eternizar la
memoria de la unión sincera de todos los
órdenes, el abandono de todos los privile-
gios y la ardiente abnegación de todos los
individuos por la prosperidad y la paz pú-
blicas. La Asamblea le encargó velar por la
ejecución de este patriótico voto.
Un miembro de la nobleza propone en-
tonces que sea dirigida al rey una dipu-
tación, y aunque el desorden de la Asam-
blea no permite oír a los muchos diputados
que expresan diversas renunciaciones, un
diputado del Franco Condado, apoyado por
los de Provenza, propone declarar la ex-
tinción de la venalidad de los cargos pú-
blicos. La Asamblea acoge esta idea con
transportes de' entusiasmo.
Hablan luego Fretau, Duvernay, Goulard,
Mathias, sacejdotes todos, anunciando el
propósito de devolver los beneficios de que
gozan, y, luego Leclerc de Jigne se levanta
y pide a la Asamblea que sea cantado un
Te Deum en la capilla del rey, en presen-
cia de éste y de todos los miembros de la
Asamblea Nacional.
Por último, habló el conde de Lally-To-
llendal, para decir a la Asamblea que de-
bía acordarse del rey y proponer que Luis
XVI fuera proclamado "Restaurador de la
Libertad Francesa". La proclamación —di-
cen los archivos parlamentarios— fue he-
cha al instante por los diputados, por el
pueblo y por todos los que se hallaban
presentes, y en la Asamblea Nacional re-
sonaron durante un cuarto de hora gritos
de "¡Viva el rey! ¡Viva Luis XVI, Restau-
rador de la Libertad francesa!".
La sesión fue suspendida a las dos de la
mañana, después de haberse leido la re-
solución en la cual se declaraban abolidos
los derechos feudales para toda la Fran-
cia.
Al día siguiente, la Asamblea escuchó la
opinión de varios diputados del clero y de
la nobleza de Alsacia, por boca del príncipe
de Broglie, expresando su adhesión a lo
resuelto la víspera, y lo mismo hicieron las
comunas y ciudades de esa misma región,
representadas por Rewbell y Bernard. Al-
gunos diputados manifestaron sus reservas
hasta no obtener la aprobación de sus co-
mitentes.
En las sesiones siguientes se trataron di-
versos asuntos, y especialmente los relativos
a la abolición del privilegio y a la forma de
su aplicación, hasta que en la sesión del 12
de agosto aparecen en el anexo un proyec-
to de Constitución de Carlos Francisco Bou-
che, en el cual se halla contenido una De-
claración de Derechos muy extensa y mi-
nuciosa, y un proyecto semejante, pero
mucho más breve, de Rabaud de Saint-
Etiénne.
El abate Siéyes figura en el anexo de
esa sesión con una nueva Declaración de
los Derechos del Hombre en sociedad y con
un proyecto de Constitución. Le siguen un
proyecto de Declaración de Derechos de
Gouges-Carton y otro discutido en la 6^
Comisión de la Asamblea Nacional.
Mirabeau lee el proyecto del Comité de
los Cinco. En la sesión del día 17 de agos-
to, el conde de Mirabeau, en nombre del
Comité de los Cinco, leyó a la Asamblea el
proyecto elaborado por ellos y formado por
19 artículos, que sirvió de base a la redac-
ción final. . ' . . . ' "
En la sesión del 18 de agosto volvió a
hablar Creniére, haciendo observaciones al
proyecto del Comité de los Cinco. Le apoyó
Duport; luego el abate Grégoire insistió en
la inclusión de los deberes y en la necesi-
dad de invocar a la Divinidad. El vizconde
de Mirabeau propuso sustituir, en el enca-
bezamiento de la Declaración, la palabra
"restablecer" por "recordar" los derechos
del hombre. El barón de Jesse propuso una
leve modificación, atenuando el. derecho
de resistencia a la opresión; luego el mar-
qués de Bonnay manifestó no estar satis-
fecho con el proyecto de la Comisión
;
de los
Cinco. -• :
El diputado Rabaud de Saint-Etiénne
contestó al marqués de Bonnay, quien ha-
bía producido alguna impresión de desalien-
to, e insistió en hacer la Declaración de
Derechos que él consideraba indispensable.
Recordó que los Cuadernos habían impues-
to a los diputados la obligación de hacer
la Declaración de Derechos, porque Fran-
cia había seguido el ejemplo de América
del Norte, pero que de ningún modo se
debía decir que la Declaración francesa
tenía que asemejarse a la de los Estados
Unidos. "Las circunstancias —dijo— no son
las mismas; América rompía con una me-
trópoli lejana, era un pueblo nuevo que
destruía todo para renovarlo todo. Sin em-
bargo, hay una circunstancia, que nos
aproxima a la Revolución americana, y es
que nosotros, como los americanos, quere-
mos regenerarnos. La Declaración de Dere-
chos es, pues, esencialmente necesaria".
Hizo diversas objeciones y terminó diciendo
que adoptaba, como la mejor, la Declara-
ción propuesta por el abate Siéyes.
El conde de Mirabeau sostuvo el proyec-
to del Comité de los Cinco, exigiendo que
se le tomara como base de la discusión.
Luego, Desmeuniers propuso, como sistema
para allanar las dificultades que se pre-
sentaban, el de que cada diputado eligiese
un proyecto de Declaración y escribiese el
nombre del autor en un billete. Del escru-
tinio que se hiciera resultaría la sanción
correspondiente.
Volvió a hablar el conde de Mirabeau,
proponiendo a nombre propio que la Asam-
blea resolviese que la Declaración de De-
rechos era parte integrante e inseparable
de la Constitución, debiendo formar su pri-
mer capítulo. Luego propuso suspender la
redacción definitiva, para hacerla cuando
se redactara la Constitución. Varios dipu-
tados atacaron vivamente esta actitud, y
después de un breve cambio de opiniones
se levantó.la sesión sin decidir la cuestión
discutida.
En las sesiones siguientes pronunciaron
discursos de alguna importancia sobre el
tema, Lally-Tollendal, el conde de Virieu,
Alejandro de Lameth, etcétera, preponien-
do modificaciones parciales al proyecto de
la Comisión de los Cinco.
En el anexo del 21 de agosto figura un
proyecto de Declaración de Boislandry, re-
dactado en 74 artículos.
En la sesión del 22 de agosto se hace un
debate general, en el que intervienen di-
versos oradores, haciendo observaciones
a la redacción del proyecto.
En la sesión del 23 de agosto se reanu-
da la discusión sobre los artículos 16, 17 y
18 del proyecto de la Declaración de De-
rechos. Hablan Pétion de Villeneuve, Mai-
llot, Bouche, el abate de Eymard, los dos
Mirabeau, Clermont - Lodéve, Talleyrand,
Castellano, Rabaud de Saint-Etiénne Go-
nel, y en la sesión de la tarde, Frondeville
y el marqués de Gouy-d'Arcy.
Todavía continúa la discusión el 24 de
agosto. En ella hablaron muchos diputados
todos brevemente, discutiendo la redacción
de los artículos. Es interesante hacer notai
que en ella intervino Maximiliano Robes-
pierre, cuyo nombre figura por segunda ves
en los debates. Habló para defender la li-
bertad de prensa y oponerse a cualquiei
clase de restricciones.
El 25 no hubo sesión, y el 26 se termine
de discutir los artículos de la Declaraciór
de Derechos, y como propusieran algunos
agregados los diputados Chapelier, Colberl
de Seignelay, obispo de Thodez, el conde
de Montmorency y Duport, se puso a vo-
tación una cuestión previa propuesta po¡
Robespierre de si había lugar o no a deli-
berar en ese momento sobre la introduc-
ción de agregados. La votación dio resultadc
negativo, y así quedó sancionada' la Decía-
ración de Derechos del Hombre y del Ciu-
dadano.
Todavía en la sesión siguiente, el día 27
de agosto, el diputado Bouche propuso que
Se adoptara la siguiente resolución: "La
Asamblea Nacional reconoce que la Decla-
ración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano no está terminada, y que ella
se va a ocupar sin descanso de la Consti-
tución. Si en el curso de su discusión se
presenta algún artículo que merezca ser
inserto en la Declaración, será sometido a
la deliberación de la Asamblea cuando la
Constitución se halle terminada". En con-
secuencia de su resolución de ese día, ella
decreta, corno artículos de la Declaración
de los Derechos, los que han sido consen-
tidos.
El presidente observó que "en cuanto al
primer objeto, era repetir en otros térmi-
nos lo que la Asamblea acababa de resolver.
En cuanto al segundo, ofrece muchas di-
ficultades que no han terminado más que
por una promesa del Comité de someter
mañana a la Asamblea sus primeros ensa-
yos". Así terminó definitivamente la consi-
deración del asunto.
Declaración de los Derechos del Hombre
y del Ciudadano. "Los representantes del
pueblo francés, constituidos en Asamblea
Nacional, considerando que la ignorancia,
el olvido o el -menosprecio de los Derechos
del Hombre son las únicas causas de los
males públicos y de la corrupción de los
gobiernos, han resuelto exponer en una
Declaración solemne los derechos natura-
les inalienables y sagrados del hombre, a
fin de que esta Declaración siempre pre-
sente para todos los miembros del cuerpo
social, les recuerde sin cesar sus derechos
y deberes; a fin de que los actos del Poder
Legislativo y los del Ejecutivo puedan ser
comparados a cada instante con el objeto
de toda institución política y sean más
respetados; y a fin de que las reclamaciones
de los ciudadanos, fundadas desde ahora
en principios sencillos e indiscutibles, tien-
dan siempre al mantenimiento de la Cons-
titución y a la felicidad de todos.
"En consecuencia, la Asamblea Nacional
reconoce y declara, en presencia y bajo
los auspicios del Ser Supremo, los Dere-
chos siguientes del hombre y del ciuda-
dano:
"Artículo I? Los hombres nacen y viven
libres e iguales en derechos. Las distincio-
nes sociales sólo pueden estar fundadas en
la utilidad común. ' ' • •
"Art. 29 El fin de toda asociación polí-
tica es la conservación dé los derechos
naturales e imprescriptibles del 'hombre.
Estos derechos son: la ¡ihertad, ía propie-
dad, la seguridad y la resistencia a la opre-
sión.
"Art. 39 Él principio de toda soberanía
reside esencialmente en la Nación. Ningún
cuerpo ni individuo puede ejercer autori-
dad que no emane expresamente de aqué-
lla.
"Art. 49 La libertad consiste en poder
hacer todo lo que no daña a otro. Así, el
ejercicio de los derechos naturales ae cada
hombre, no tiene más límites que aquellos
que aseguran a los demás miembros de la
sociedad el goce de los mismos derechos.
Estos límites no pueden ser determinados
sino por la ley.
"Art. 59 La ley no tiene el derecho de
prohibir más acciones que las nocivas a la
sociedad. Todo lo que no está prohibido
por la ley no puede ser impedido, y nadie
puede ser constreñido a hacer lo que ella
no ordena. •;••
"Art. 69 La ley es la expresión de la
voluntad general. Todos los ciudadanos tie-
nen derecho a concurrir personalmente o
por medio de sus representantes a su for-
mación. Debe ser la misma para todos, sea
que proteja o que castigue. Todos los ciu-
dadanos, siendo iguales a sus ojos, son igual-
mente admisibles a todas las dignidades,
cargos y empleos públicos, según su capa-
cidad y sin otras distinciones que las de sus
virtudes y sus talentos.
"Art. 79 Ningún hombre puede ser acu-
sado, arrestado ni detenido sino en los ca-
sos determinados por la ley y según las for-
mas que ella prescribe. Los que soliciten,
expidan, ejecuten o hagan ejecutar órdenes
arbitrarias deben ser castigados; pero todo
ciudadano llamado o apresado en virtud de
la ley, debe obedecer al instante. Se hace
culpable si resiste.
,"Art. 89 La ley no debe establecer más
penas que las estrictas y evidentemente
necesarias, y nadie puede ser penado sino
en virtud de una ley establecida y promul-
gada con anterioridad al delito, y legal"
mente aplicada.
"Art. 99 Todo hombre se presume ino-
cente hasta que ha sido declarado culpable,
y si se juzga indispensable arrestarlo, todo
rigor que no sea necesario para asegurar
su persona debe ser severamente reprimido
por la ley.
"Art. 10. Nadie1 debe ser molestado por
sus opiniones, aun las religiosas, con tal de
que su manifestación no perturbe el orden
público establecido por la ley.
"Art. 11. La libre expresión de los pen-
samientos y de las opiniones es uno de los
derechos más preciosos del hombre; todo
ciudadano puede, en consecuencia, hablar,
escribir e imprimir libremente, salvo Ja ras-
ponsabilidad por el abuso de esta libertad
en los casos determinados por la ley,
"Art. 12. La garantía de los derechos del
hombre y del ciudadano necesita una fuer-
za pública; esta fuerza se halla instituida,
pues, en beneficio de todos y no para la
utilidad particular de aquellos a quienes es
confiada.
"Art. 13. Para el mantenimiento de la
fuerza pública y para los gastos de la ad-
ministración es indispensable una contri-
bución común. Ella debe ser repartida por
igual entre todos los ciudadanos, en razón
de sus posibilidades.
"Art. 14. Los ciudadanos tienen el dere-
cho de comprobar por sí mismos o por
medio de sus representantes, la necesidad
de la contribución pública, de consentirla
libremente, seguir su aplicación y determi-
nar la cualidad, la cuota, el sistema de
cobro y la duración de ella.
"Art. 15. La sociedad tiene el derecho
de pedir cuenta de su administración a to-
do funcionario público.
"Art. 16. Toda sociedad en la cual la
garantía de los derechos no está asegura-
da, ni determinada la separación de los po-
deres, carece de Constitución.
"Art. 17. Siendo las propiedades un de-
recho inviolable y sagrado, nadie puede ser
privado de ellas, sino cuando la necesidad
pública, legalmente comprobada, lo exija
evidentemente y bajo la condición de una
justa y previa indemnización".
Apenas sancionada la Declaración de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano, los
enemigos de la Revolución Francesa le
opusieron objeciones y críticas, entre las
cuales ocupa un lugar relevante las que
le formulara, ordenada y sistemáticamente,
su más formidable impugnador: Edmundo
Burke. Con claridad y vigor lógico extra-
ordinarios, Burkc dirigió sus ataques, no
solamente contra los hechos de los cuales
era testigo desde la otra orilla del Canal
de la Mancha, sino también contra los
principios proclamados en la Declaración.
Burke, estadista y escritor inglés con-
temporáneo de la Revolución Francesa, es
uno de los pensadores que ha examinado
con mayor agudeza y profundidad los pro-
blemas del Derecho político. Rechaza los-
principios abstractos y busca la fijación de
conceptos concretos, claros y precisos, al
murno tiempo que relativos e históricamen-
te condicionados.
Edmundo Burke necesitaba y merecía un
adversario de su talla intelectual. Ese ad-
versario fue Tomás Paine, inglés como él,
pero ciudadano del mundo y campeón de
la libertad en todas partes.
Su obra "Los Derechos del Hombre", apa-
recida en 1792 y traducida por primera vez
al español en 1944, lleva una introducción
de H, M. Braisford, que comienza así:
"Donde hay libertad, allí está mi patria".
El concepto tiene un sabor latino, el lector
se imagina que el autor ha de ser uno de
los primeros estoicos. La frase es de Ben-
jamín Franklin y no hay dicho que exprese
mejor el sentido humanitario del siglo xvm.
"Donde no hay libertad, allí está la mía".
La contestación es de Tomás Paine. "He
aquí el lema del caballero andante, la mú-
sica marcial que arrastró a Lafayette a
América y a Byron a Grecia"... Paine no
pertenece, en realidad, a ningún siglo, y no
es posible encasillarlo en ninguna forma
de clasificación. Sus escritos pertenecen a
la época de la ilustración; sus actos per-
tenecen a la leyenda.
Alfred Aulard, en su gran libro "Historia
política de la Revolución Francesa", llega
a la siguiente rotunda conclusión: "La Re-
volución Francesa consiste en la Declara-
ción de Derechos redactada en 1789 y
completada en 1793, y en las tentativas
efectuadas para realizar esta Declaración.
La contrarrevolución la constituyen las ten-
tativas hechas para desviar a los franceses
de conducirse según los principios de la
Declaración de Derechos, es decir, según la
razón aclarada por la historia.
"La Revolución Francesa es como un
ideal político y social, un ideal racional
que los franceses han intentado realizar
parcialmente y que luego los historiadores
han tratado de confundir, sea con la apli-
cación a menudo incoherente qué se ha he-
cho de ello, sea con los acontecimientos
provocados por los enemigos mismos de este
ideal, con el propósito de abolido o de ve-
larlo" (1«2).
La Revolución no es un bloque. Hace
diecisiete años, para la celebración del ani-
versario de la Revolución Francesa, apa-
reció un libro de Eduardo Herriot, bajo el
título "Aux sources de la liberté". Uno de
los capítulos de ese libro lleva por epígrafe
"La Revolución no es un bloque", y en él
se rechaza la célebre fórmula que Clemen-
ceau puso en circulación afirmando lo
contrario. Dice Herriot: "Personalmente, yo
no me exalto en demasía acerca de la toma
de la Bastilla. La operación dirigida contra
esta fortaleza por el pueblo tuvo, sobre to-
do, un valor simbólico. El 14, de julio de
1789 no se encontró allí máu que siete pri-
sioneros, de los cuales uno era un débil
mental y cuatro falsficadores. Los calabozos
que se pretendía llenos de instrumentos de
(162) Avilare!, A., Histoire politique de la Révo-
littion Fraiifaisc.'p&g. 782. Ecl. Colín, París, 1926.
torturas, no existían o ya no existían. Por
el contrario, ¿qué hay de más bello que
aquella noche del 4 de agosto, en la cual,
en medio de abrazos y lágrimas de emo-
ción, rivalizando en desinterés, se vota la
supresión de los derechos feudales, de las
justicias señoriales, del derecho de caza,
el rescate de los diezmos y de los que se
llamaban venalidades, la abolición de las
veedurías y de los maestrazgos, de los pri-
vilegios vinculados a las provincias o a los
individuos, de la venalidad de los cargos,
el establecimiento de una justicia gratuita
y la admisibilidad de todos los franceses a
todos los empleos? En aquella noche, es-
clarecida por la iluminación del sacrificio,
yo veo mi país de Francia tal como lo amo,
tal como los seres libres deben amarlo, tal
como él se reencuentra siempre en las
grandes horas de su historia" (163).
Mucho antes de Herriot, en el año 1875,
el escritor francés Paul Janet, miembro del
Instituto y profesor de la Facultad de Le-
tras de París, se había adelantado a sepa-
rar, en la Revolución Francesa, lo que me-
recía alabanza de lo que merecía vituperio,
"ya que —decía— la causa del derecho y
de la justicia a menudo se había servido
de las armas mismas de la tiranía". "Lo
que es necesario condenar en la revolución
—agregaba—no son los principios, sino los
medios. El fin era sensato y justo; los
medios fueron detestables y ellos han al-
terado frecuentemente los principios y les
han comunicado su propia corrupción. Eso
produjo una confusión en el espíritu de los
hombres y ha hecho que la palabra «revo-
lución» significara al mismo tiempo el fin
y los medios. Hay que saber admirar a la
vez el fin, que es bueno, y los medios, que
son malos. Ese es el modo de ser fiel al
espíritu de la Revolución, repudiando el
espíritu revolucionario. Todo el proceso de
la Revolución puede ser conducido a esta
antinomia. La Revolución quiso alcanzar el
derecho, y no supo emplear sino la fuerza,
de suerte que al mismo tiempo que ella
buscaba establecer la justicia, la violaba,
y los partidos exagerados que pretendían
representarla en su pureza, concluyeron por
confundir la justicia con la fuerza y por
llamar libertad a un apetito insaciable dé
tiranía" O»*). .
Es interesante hacer notar que las pala-,
bras transcriptas pertenecen a un ferviente
demócrata y a un gran admirador de la
Revolución Francesa como otara institucio-
(163) Herriot. E.. Avjr sources de la ttlterté,
6' ed., pág. 31, Gallimurd. Taris, 1939.
(164) Paul Janet, Philosopliie út; la Rrrolv-
tion Franqaise, pág. 169. Germer Bailleiére et Cié..
París, 1895.
nal, pero es más interesante todavía que
podamos escuchar la voz admonitoria del
socialista Jean Jaurés expresando la mis-
ma condensación respecto de la violencia.
En su "Historia Socialista de la Revolución
Francesa", Jaurés recuerda que Babeuf, el
gran líder izquierdista guillotinado en
1706, en carta a su mujer, expresaba, pocos
días después de la toma de la Bastilla, el
dolor que le habían producido las violencias
de esa jornada. "Los amos —decía Ba-
beuf—, en lugar de civilizarnos, nos han
hecho bárbaros, porque ellos lo son. Cose-
chan y cosecharán lo que han sembrado,
porque todo esto tendrá consecuencias te-
rribles: ahora estamos en el comienzo".
"¡Oh, directores de ahora! —exclama
Jaurés—. Meditad estas palabras y poned
en las costumbres y en las leyes cuanta
humanidad podáis, para encontrarla el día
inevitable de la revolución. Y vosotros, pro-
letarios, recordad que la crueldad es un
resto de servidumbre, porque demuestra
que la barbarie del régimen opresor toda-
vía persiste en nosotros. Recordad que en
1789, cuando la muchedumbre obrera y
burguesa se entregaba por un momento a
una cruel embriaguez de muerte, el primero
de los grandes emancipadores del proleta-
riado fue quien sintió oprimido el cora-
zón" (J«5).
Ya en 1793, el sabio y prudente Condor-
cet había escrito en su mensaje: "La Na-
ción francesa a todos los pueblos": "Si
algunos crímenes han manchado ciertos
momentos de nuestra revolución, por lo
menos que sirva nuestro ejemplo para que
lo evitéis. Si hemos experimentado desgra-
cias y afrontado peligros, nuestro socorro,
nuestro celo podrán preservaros de ellos;
nos consolaremos viendo que nuestros ma-
les resultaron útiles; gozaremos con vos-
otros de esta felicidad más pura y fácil,
que nuestros sacrificios y nuestras pérdidas
os habían preparado. Nuestra gloria más
preciada será la de haber abierto para vos-
otros esa ruta de la libertad, jalonada con
nuestra sangre y nuestras victorias".
15. EMANCIPACIÓN DE AMÉRICA LATINA
Las circunstancias históricas y el espíritu
emancipador. Los ejemplos dados por los
Estados Unidos y Francia sucesivamente en
el último tercio del siglo xvnt eran la reve-
lación de un proceso político social que en-
traba en la madurez para los pueblos de la
civilización occidental a la que estaban in-;
corporados los países de América latina.
A eso hay que sumar la acción expansiva
(165) Jaurés, J., Historia socialista, 1» parte
(1789-1791), pág. 238, Ecl. Prometeo, Valencia, s/f.
del pueblo inglés dirigida hacia la libera-
ción de pueblos coloniales que habrían de
necesitar su ayuda moral y material a cam-
bio de las ventajas que tal necesidad y tal
ayuda reportarían al hábil sistema impe-
rialista de aquel país. Esta parte de Améri-
ca, con su inmenso territorio y sus ingentes
riquezas, había despertado la codicia de In-
glaterra que cedió a la tentación de apode-
rarse de ella mediante una invasión mili-
tar (1806-1807), condenada entonces hasta
por los principios del Derecho internacional
ya consagrados. No es extraño, pues, que
persistiera en su propósito inicial ensayan-
do otros procedimientos después de un Ira-
caso aleccionador como el que experimentó
en sus dos tentativas dirigidas al Río de la
Plata.
Criollos provenientes de distintas regio-
nes de la América hispana prepararon en
Europa el movimiento emancipador como
expresión de un anhelo que se había for-
mado en tierra americana pero que no en-
contraba en ella el modo de manifestarse.
Inglaterra acogió y alentó estas esperanzas
en toda forma, ya fuese por el influjo di-
recto de los militares prisioneros en Buenos
Aires como consecuencia de las invasiones
o por la ayuda que prestaba desde Londres
a todos los patriotas criollos que conspira-
ron contra el gobierno español.
En las colonias americanas se fue for-
mando un espíritu liberal en el que germi-
naba no sólo la emancipación respecto de
la metrópoli sino también la formación de
una democracia en la que se recogía la ex-
periencia y se seguía el ejemplo de los Es-
tados Unidos y de Francia, teniendo por
guia los Derechos del Hombre y del Ciuda-
dano proclamados en uno y otro país.
Entre todos los precursores y protagonis-
tas de la emancipación americana escoge-
mos a Mariano Moreno, por considerarle el
más representativo de todos y el que mejor
define el sentido de esa emancipación cuya
fecha cierta puede señalarse en el año 1810
y que encontró su oportunidad inicial en la
Revolución de Mayo de la ciudad de Buenos
Aires, capital del Virreinato del Río de la
Plata.
Moreno fija el sentido democrático de la
Revolución de Mayo y de las ideas políticas
que la motivaron con palabras como éstas:
"Las Américas no se ven unidas a los mo-
narcas españoles por el pacto social, que
únicamente puede sostener la legitimidad y
decoro de una denominación. Los pueblos
de España consérvanse enhorabuena de-
pendientes del Rey cautivo, esperando su
libertad y regreso: ellos establecieron la
Monarquía y envuelto el príncipe actual en
la línea que por expreso pacto de la nación
española debía reinar sobre ella, tiene de-
recho a reclamar la observancia del Con-
trato Social en el momento de quedar expe-
dito para cumplir por sí mismo la parte que
le compete. América en ningún caso puede
considerarse sujeta a aquella obligación;
ella no ha concurrido a la celebración del
pacto social de que derivan los monarcas
españoles los únicos títulos de la legitimi-
dad de su imperio; la fuerza y la violencia
son la única base de la conquista, que agre-
gó estas regiones al trono español; con-
quista que en trescientos años no ha podido
borrar de la memoria de los hombres las
atrocidades y horrores con que fue ejecu-
tada, y que no habiéndose ratificado jamás
por el consentimiento libre y unánime de
estos pueblos, no ha añadido en su abono
título alguno al primitivo de la fuerza y
violencia que lo produjeron. Ahora, pues, la
fuerza no induce derecho, ni puede nacer
de ella una legítima obligación que nos
impida resistirla, apenas podamos hacerlo
impunemente, pues, como dice Juan Jacotao
Rousseau, una vez que recupera el pueblo
su libertad por el mismo derecho que hubo
pura depojarle de ella, o tiene razón para
recobrarla, o no la había para quitárse-
la" (i««).
"Sin embargo, el pueblo no debe conten-
tarse con que sus jefes obren bien; él debe
aspirar a que nunca puedan obrar mal;
que sus pasiones tengan un dique más firme
que el de su propia voluntad; y que deli-
neando el camino de sus operaciones por
reglas que no esté en sus manos trastornar,
se derive la bondad del gobierno, no de las
personas que lo ejercen sino de una Cons-
titución firme, que obligue a los sucesores
a ser igualmente buenos que los primeros,
sin que en ningún caso deje a éstos la liber-
tad de hacerse malos impunemente..."
"No tenemos una Constitución, y sin ella
es quimérica la felicidad que se nos pro-
mete" (167). .
Causas de la emancipación. Creemos in-
teresante insertar una explicación de las
causas que dieron origen a la emancipa-
ción americana expuestas en un libro pu-
blicado en Buenos Aires por la imprenta de
los expósitos en el año 1818, atribuido al
peruano José de la Riva Agüero, pero que
apareció en forma anónima. Ese libro lleva
este extenso título, que es al mismo tiempo
su presentación: Manifestación histórica y
política de la Revolución de la América y
más especialmente de la parte que corres-
ponde al Perú y Río de la Plata. "Obra es-
(166) Sobre la misión del Congreso, en EscHtt
políticos y económicos, pág. 290.
(167) Op. cit., pág. 272. 1
crita en Lima, centro de la opresión y del
despotismo en el año de 1816 e impresa en
Buenos Ayres".
Causas que dan los americanos:
"!?• Que los intereses de la Península es-
tán diamentralmente opuestos con los de
la América: que para que aquélla prospere
es preciso que ésta permanezca en cadenas.
2^ Que la América permanece gobernada
despóticamente sin observancia a ley algu-
na, expuestos sus habitantes á los diarios
ultrajes y violencias de los ministros, vi-
reyes y demás mandarines; que unos en la
distancia y otros cercanamente no la miran
sino como á su patrimonio, y á sus mora-
dores como á rebaños de ovejas.
3* Que el monopolio de la Península les
impide del todo el comercio libre, y les pone
las mayores trabas al expendio de sus pre-
ciosos frutos.
4$ Que habiendo llegado al extremo de
aborrecimiento y odio entre españoles y
americanos, refluyen sobre aquellos sola-
mente las utilidades del comercio ó mono-
polio; y estos tienen que comprar sus efec-
tos á un precio excesivo y recargado, sin
dexarles siquiera á algunos particulares el
lucro de comisionistas.
5% Que casi todos los empleos militares,
políticos, de hacienda y eclesiásticos están
ocupados y servidos por españoles; exclu-
yendo tácitamente con esto á los america-
nos de exercer los cargos principales.
6* Que los enjambres de empleados, que
envían de España a América, particular-1
mente en estos últimos tiempos, son las
gentes mas idiotas, inmorales corrompidos,
y sobro todo venales; de suerte que no hay
buena administración de justicia", imparcia-
lidad en los juicios, ni rectitud en sus dic-
támenes,
7* Que la dilapidación de la real hacien-
da y la falta de economía, hace que no bas-
ten sus ingresos á los gastos de la guerra y
demás atenciones útiles, como son el gran
número de empleados, generales y oficia-
les agregados; por lo que se echan crecidas
contribuciones para sostenerlos baxo el es-
pecioso nombre de conservar las autorida-
des constituidas. •:
8* Que el desorden y la falta de método
y de xefes instruidos en la dirección y ad-
ministración de las rentas tiene al real era-
rio del Perú descubierto en mas de doce mi-
llones de pesos, cuya deuda va en aumento •
progresivo, lo que irremediablemente va á
ocasionar una bancarrota en todos los fon-
dos públicos, y la ruina de los capitalistas
acreedores.
9* Que el gobierno arbitrariamente pren-
de á toda clase de personas, sin mas causa
que su antojo, venganza ó deseo de dañar;
de lo que resulta que no hay seguridad per-
sonal, ni observancia de leyes divinas, ni
humanas, sino las del despotismo y de la
fuerza.
10. Qué la nobleza está igualmente estro-
peada por los déspotas y sus satélites.
11. Que el mérito, instrucción, buena con-
ducta, y luces son castigados como delitos
los mas contrarios a la seguridad del go-
bierno llamado real.
12. Que toda ilustración pública es pro-
hibida, y se castiga á los que han leído obras
filosóficas, de instrucción pública &c.. &c.
para los que la Inquisición tiene prepara-
das sus cárceles, y el gobierno sus cadalsos.
13. Que toda opinión en política, aunque
sea de poca importancia-, es graduada de
delito de alta traycion.
14. Que las mismas cosas que hechas en
España, ó por españoles, se dicen buenas y
muy santas; hechas ó dichas por america-
nos, son unos crímenes que los conducen á
un severo castigo.
15. Que es prohibido á los americanos
hasta el visitarse parientes con parieníes,
baxo el pretexto que se 1-uritan para hacer
conspiraciones; y al mismo tiempo los es-
pañoles están autorizados para tener toda
clase de reuniones.
16. Que para amedrentar á los america-
nos se hacen por el gobierno qiertas esce-
nas trágicas de supuestas revoluciones, en
las que envuelven á muchas víctimas con ¿el
objeto de robar y de saciar su encono.
17. Que en España se desatienden las
quejas y clamores repetidos de los ameri-
canos, de manera que ni aún los leen los
ministros, y los pacientes de América que-
dan sin recurso alguno de justicia.
18. Que contra lo establecido han con-
servado á los vireyes y gobernadores mili-
tares diez ó mas años en sus gobiernos, no
debiendo permanecer sino cinco solamente.
Que del mismo modo les aprueban todas
sus maldades en España, y que no puede
ser sino con el objeto de incomodar, des-
truir, y exterminar á los americanos.
19. Que ocultando los sucesos y fraguan-
do embustes los vireyes y gobernadores en-
cienden la guerra entre unos pueblos con
otros para hacerse figurar en España nece-
sarios en el mando y adquirir por este me-
dio mayores facultades, condecoraciones,
riquezas, y perpetuación en los mandos por
los ministros y privados de la Corte, á quie-
nes compran.
20. Que e,° doloroso á los americanos el
ser gobernauos por unos déspotas, insul-
tantes, venales, ignorantes y soeces; y ver-
los al mismo tiempo cargados de honores^
colmados de riquezas, y cercados por hom-
bres corrompidos é inmorales. . .
 21. Que en el tiempo que regía la consti-
tución española hecha en Cádiz, los gober-
nantes nacían lo que querian sin observarla
en lo menor, sino en apariencia, abrogán-
dose facultades é intrigando de suerte que
no se hacia mas que lo que ellos gustaban;
siendo en rigor ellos quienes elegían los di-
putados de cortes, y la única voz en las
diputaciones de provincia. No dexando li-
bertad al ciudadano, ni á la prensa, sino
solamente la de insultarse entre sí, con el
objeto de aumentar la desunión y la dis-
cordia,
22. Que abusando de la buena fe de los
habitantes los virreyes y gobernadores de-
tienen los correos, abren las cartas, subs-
trahen las correspondencias hasta el extre-
mo de ocultar las que vienen de España.
Casi siempre con éstas se ha llevado el sis-
tema de dar la penúltima y guardar la re-
cien recibida, para tener de este modo al
público sin noticias frescas de sus asuntos;
esto es sin embargo de las muchas cartas
que se quitan a las personas que se consi-
deran poco afectas á los opresores.
23. Que la colocación de tal qual ameri-
cano á empleos y honores, se verifica en
las gentes sin mérito, y dando estas gra-
cias indebidamente se aumentan las injus-
ticias y quejas de los beneméritos.
24. Que los generales, comandantes, y
gobernadores se convierten en unos ladro-
nes públicos, que saquean toda la Améri-
ca ya con contribuciones, ó ya con la ce--
lebre purificación.
25. Que la inobservancia del derecho de
gentes con los vencidos, y el no respetar las
propiedades, las vidas de niños, mugeres,
ancianos y de los vecinos desarmados, co-
mo también el incendio de ciudades, pue-
blos y cosechas, hacen tomar a los ameri-
canos medidas de defensa para librarse de
tan crueles enemigos.
26. Que los vireyes y comandantes echan
contribuciones enormes y violentas a las
provincias y ciudades en que ellos dominan
pacíficamente.
27. Que los españoles insultan pública-
mente á todo americano, y se repite por
todas partes que la España no debe dexar
ni siquiera un solo americano vivo, que
pase de 7 años. t,
28. Que a .las quejas y asuntos de los
americanos no se les da substanciación le-
gal en la corte, baxo el bárbaro pretexto
de que no llevan el informe de los xefes
mismos contra quienes se quejan, y á los
informes clandestinos que los vireyes, go-
bernadores, y xefes hacen contra america-
nos, inmediatamente se procede contra
estos, sin embargo de no oírlos ni juzgar-
los con arreglo á las leyes: lo que mani-
fiesta la prevención y odio que tienen en
la corte á todo americano.
Sería nunca acabar si patentizáramos to-
dos los demás motivos que alegan los ame-
ricanos; pero siendo notorios los referidos,
y la injusticia de todos los gobiernos de
España, del mismo modo que la de los
virreyes y gobernadores que envían para
debastar y saquear la América; la total
sordera de la corte á las que jasa y la repe-
tición de contradictorios juramentos, arran-
cados por la fuerza; es menester que acla-
remos estas causales, antes de hacer otras
observaciones políticas".
No obstante el tono exaltado y enfático
en que está redactado el documento trans-
cripto, corresponde con bastante fidelidad
al estado de ánimo en que se hallaban en
el momento de la emancipación y tiene el
mérito de ser casi totalmente desconocido.
Por lo menos no ha sido tenido en cuenta
por los historiadores.
La emancipación latino-americana fue
una actitud común a todos los países de
hispanoamérica con innegable simultanei-
dad, pero es posible señalar cierta diferen-
cia en las actitudes asumidas en las dife-
rentes regiones a las que se extendió la re-
belión.
Por lo que se refiere al Río de la Plata,
debemos señalar como definitoria la acción
_ desarrollada por los criollos en el Cabildo
Abierto reunido en Buenos Aires el 22 de
mayo de 1810, a fin de tratar la situación
institucional creada para las colonias ame-
ricanas por la invasión napoleónica en la
península. En ese Cabildo Abierto estuvo a
cargo del patriota argentino Juan José
Castelli, la exposición del punto de vista
criollo en esa oportunidad, concretada en
la conclusión siguiente: "La España ha
caducado en su poder para la América, y
con ella las autoridades que son su ema-
nación. Al pueblo corresponde reasumir la
soberanía del monarca e instituir en re-
presentación suya un gobierno que vele por
su seguridad". Tal fue la palabra decisiva
que condensó el gran debate realizado en
el Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810,
definiendo la situación creada, y esa fue
la fórmula política de la Revolución dé
Mayo, de que Castelli fue el heraldo y el
elocuente expositor.
Las reales órdenes de 22 de enero de
1809 y 14 de febrero de 1810. La teoría ex-
puesta *~en el discurso de Castelli sobre
retroversión de la soberanía en el pueblp
o reasunción de la soberanía por el mismo,
aparece reiteradamente expuesta en los
votos del Cabildo abierto del 22 de mayo y
quedó definitivamente consagrada como la
teoría política de los criollos, como funda-
mentó doctrinal de la Revolución y como
justificación jurídica de la Independencia,
Así lo confirma Mariano Moreno en sus
escritos.
En el debate del 22 de mayo y en los
votos que se emitieron, no figura referen-
cia o alusión alguna a la profunda altera-
ción que había experimentado la situación
jurídica de los pueblos de la colonia por
obra de las reales órdenes' de 22 de enero
de 1809 y de 14 de febrero de 1810. Por la
primera de ellas, la Junta Central de Sevilla
incorporaba a la nación española los do-
minios que España poseía en las Indias,
reconociendo que ellos eran "parte esencial
e integrante de la monarquía española", e
invitándolos a enviar sus diputados í 1 »»).
Por la segunda se reconocía a los habi-
tantes de las colonias iguales derechos
que a los de la Península.
Con esto se puede afirmar que América
dejó de ser colonia el 22 de enero de 1809
y, en consecuencia, dejó de depender de
España por la sencilla razón de que formaba
parte integrante de ella. Del mismo modo
los españoles-americanos dejaron de ser
vasallos personales del rey para convertir-
se en subditos de la nación española y
hasta donde eso era entonces posible, ciu-
dadanos de ella.
Aunque parece haber pasado inadvertido,
(168) La Junta Central Gubernativa de España
c Indias que Inició sus íuuclones en Aranjuez el 25
de septiembre de 1808 y que estaba constituida por
los representantes de las 18 provincias que íorma-
nian el reino, a razón de dos diputados por cada
una, excepto Cannrlas, que Bolo tuvo uno dictó
con fecha 22 d« enero d« 1809 una real orden cuya
parte principal decía:
"El **ey, Nuestro Señor Don Fernando Séptimo,
y en su Real Nombre la Junta Suprema Central
Gubernativa del Reino, considerando que los vas-
tos y preciosos dominios que España posee en las
IntUas no son propiamente colonias o factorías,
como los de otras naciones, sino ana parte esen-
cial e integrante de la monarquía española y de-
seando estrechar de un modo Indisoluble los sa-
grados vínculos que unen unos y otros dominios,
como asimismo corresponder a la heroica lealtad
y patriotismo de que acaban de dar tan decisiva
prueba a la España en la coyuntura más crítica en
que se ha visto hasta ahora nación alguna, se
ha servido S. M. declarar, teniendo presente la
consulta del Consejo de Indias de 21 de noviem-
bre último, que los Reinos, provincias e Islas que
lorman los referidos Dominios deben tener.repre-
sentación nacional e Inmediata a su persona y
constituir parte de la Junta Central Gubernativa
del Reino, por medio de sus correspondientes di-
putados.
"Para que tenga efecto esta real resolución, han
de nombrar los virreinatos de Nueva-España, el
Perú, Nuevo Reino de Granada y Buenos Aires, y
las Capitanías Generales independientes de ¡a Isla
de Cuba, Puerto Rico, Guatemala, Chile, Provin- tación.
cias de Venezuela y Filipinas, un Individuo cada
cual que represente su primitivo distrito". (To-
mado de Julio V .González. Filiación histórica del
gobierno representantivo argentino, t. 1. pág. 75.)
este camt . ,>s muy dignó de tenerse en
cuenta para hacer justicia a la España
"desfelipizada" y para dar ubicación exacta
a la doctrina em mcipadora.
Aunque la real orden de 22 de enero de
1809 habla de la monarquía española, la
expresión monarquía no se refiere aquí a la
forma de gobierno, sino al conjunto del
imperio formado por pueblos que habitaban
en distintos puntos geográficos, sin conti-
nuidad territorial, pero con derecho a in-
tervenir en la vida total de la nación por
medio de sus representantes.
Es evidente que ya no se trata de una
propiedad particular del rey y no obstante
el carácter absoluto de la monarquía espa-
ñola logrado por los60Austrias, y exagerado
por los Borbones í* ), el pueblo español,
que en este caso hablaba por boca de la
Junta Central de Sevilla, jamás renunció
de ellos, de tal manera que el solo hecho
de incorporarse a la nación significaba pa-
ra las colonias americanas emanciparse o
adquirir la mayoría de edad y, con ella,
una dignidad igual a la que tenían dere-
cho las comunas peninsulares, en virtud
de una legislación foral nunca abolida del
todo y en la cual aparecían pactando con
su rey.
La nueva situación institucional de las
colonias. Por todo eso se puede afirmar.
que el vínculo de los pueblos americanos
con la nación española existía, a partir de
la real orden del 22 de enero de 1809, in-
dependientemente de la persona del mo-
narca, porque desde ese instante es una
relación de la parte con el todo y no del
objeto de la propiedad con el sujeto de
ella.
En el Cabildo abierto del 22 de mayo de
1810 criollos y godos coincidieron en guar-
dar el más absoluto silencio acerca de es-
tas circunstancias, que por sí solas habrían
modificado de modo fundamental la ac-
titud asumida por unos y otros en el debate
y en la votación. Los godos habrían podido
refutar con eficacia el argumento de que
España había, caducado con sólo observar
que América era ya una parte de España,
y aún España misma, desde el punto de
vista institucional. De esa manera, cual-
quier gobierno español de carácter nacio-
nal en cualquier lugar geográfico en que
se encontrase habría impedido la caduci-
dad de España y la desintegración de su
unidad nacional, obligando a todas sus
provincias, hasta las de ultramar, a reco-
nocerlo así y a concurrir con su represen-
(169) "Al comenzar el siglo XVIII-se convier-
ten en gobierno absoluto las venerables monar-
quías de Arasjón y Castilla" (Arguelles, pág. 64).
 En la Isla de León o en cualquier otro
lugar,, los representantes de las provincias
españolas habrían formado gobierno na-
cional y habrían podido salvar la unidad
de la nación aun sin invocar el nombre de
Fernando VII, cautivo y desprestigiado.
Claro está que tales argumentos eran por
sí mismos demasiado peligrosos para que
se atreviese a exponerlos un godo fiel a la
forma monárquica y a la persona de su
rey; pero lo cierto es que en mayo de 1810
ya no era válido el argumento que utili-
zaron los criollos y que consistió en consi-
derarse ligados a España por una depen-
dencia a la persona del rey, como único
vínculo.
Es evidente que todo el razonamiento que
pudieron haber hecho los godos se frustró
en las arrogantes y torpes palabras con
que el obispo Lúe inició el debate y fijó
el terreno doctrinario en que debía llevarse
a cabo. Su exageración condujo el argu-
mento al absurdo y lo inutilizó desde ese
instante. Después de él, nadie se atrevió a
recordarlo.
En realidad, es dable distinguir el caso
español y el caso inglés desde el punto de
vista de las relaciones jurídicas de la me-
trópoli con las colonias americanas. En el
norte, las colonias siguieron perteneciendo
exclusivamente a la corona hasta el mo-
mento de la emancipación, y, roto el víncu-
lo con el rey, la independencia era el único
resultado posible. En el sur, aun después
de cortado el vínculo con el rey, cabía la
posibilidad de que las colonias se conside-
rasen a sí mismas provincias españolas de
ultramar insurrectas y, por lo mismo, en
actitud concordante con la población pen-
insular que a comienzos de 1810 desacata-
ba la orden real y reunía a las "Cortes
constituyentes" no para los fines exclusivos
de la guerra contra la invasión napoleónica,
como eran las instrucciones de Bayona, sino
para tratar y decidir la forma de gobier-
no (1TO) .
(170) Arguelles explica el proceso de formación
de las Cortes de Cádiz que con «vidente retardo se
Inauguraron en la Isla de León el 24 de septiem-
bre tíe 1810. El ambiente de la península |ué per-
filando ' la Idea revolucionarla que atribuía a la
nación la auténtica soberanía. Recuerda que El
Semanario Patriótico aparecido en Madrid el 1« de
septiembre de 1808 Interpretaba y estimulaba el
sentimiento de los españolea con palabras como
estas: "A la nación por medio de sus representan-
tes es a quien compete únicamente reconstruir el
poder ejecutivo desorganizado por la íalta del rey;
y de aquí la necesidad de convocar al instante una
representación nacional, llámese..Cortes, o como se
quiera. La Junta Central y Suprema, puede y debe
convocar esta representación; y este acto es uno de
los primeros que tiene que ejercer, una de ¡as me-
didas más necesarias que tiene que tomar en vlr-
En presencia de todo esto, queda redu-
cida a su mínima expresión la importancia
jurídica que reviste la jura de Fernan-
do VII por los habitantes de la colonia en
1808. Por eso, si bien es cierto que el jura-
mento hecho al rey y el vínculo de personal
dependencia con respecto a éste sirvió de
argumento a los criollos para deponer al
virrey y declarar que España había cach-
eado, también es cierto que tal argumento
no correspondía a la realidad institucional
existente en mayo de 1810. .
Claro está que la fuerza motriz de la
Revolución de Mayo era el descontento de
los nativos respecto de la España penin-
sular y esa fuerza hubiera sido enervada
por la revelación de la importancia de
aquel cambio que convenía ocultar, pero la
verdad es que en ningún momento de su
existencia las colonias americanas habían
conocido una época más favorable a sus
aspiraciones y anhelos, no sólo compren-
didos y reconocidos, sino también estimu-
lados revolucionariamente desde la penín-
sula por un gobierno de origen popular,
cuyos principios y propósitos liberales coin-
cidían con los que guiaban a la Revolución
de Mayo.
Es necesario tener presente una vez más
que en 22 de enero de 1809 las colonias
americanas dejaron dé ser colonias y se
incorporaron a la nación española en ca-
lidad de provincias de ultramar y con je-
rarquía igual a las de la Península; que en
tud de las facultades, que su situación y las cir-
cunstancias le asignan, y la que más le concillaría
la conílanssa de los pueblos".
Con ese espíritu de insurrección cada vez más
acentuado se llevó a cabo la empresa de reunir
las Cortes constituyentes, las que por el solo hecho
de ser constituyentes comportaban una verdadera
agresión contra el dogma de la legitimidad, ya de-
caído en Europa, cuyos pueblos habían presen-
ciado la decapitación de Luis XVI en Francia.
Dice Arguelles: "Hasta los más ardientes secta-
rios de aquella doctrina (de la legitimidad), al ver
que la ciega obediencia que recomendaron por es-
pacio de tres siglos, sólo podía servir ahora para
acelerar la catástrofe en que se veían envueltos;
que las órdenes, los decretos, las conminaciones de
los reyes para que se respetasen sus renuncias de
Bayona iban dirigidos a esa obediencia pasiva no
menos obligatoria en este caso que lo era y había
sido en otras ocasiones, recurrieron también a una
insurrección como único medio de salvarse. Esta
temeraria resolución llevaba consigo el principio
de una extensa reforma, y una vea lanzados a la
arena no tenían privilegio que los eximiese de la
suerte común a los que entran en la carrera de
las revoluciones" (pág. 121).
Y concluye Arguelles: "Restablecida la nación
en toda su autoridad y poder ¿qué extraño tiene
que no quisiese fiar la restauración de su antigua
libertad sino a sus propios esfuerzos, y que con-
sultase con preferencia los intereses generales
siempre sacrificados a personas y cuerpos predi-
lectos?" (pág. 128).
14 de febrero de 1810 sus habitantes ad-
quirieron derechos de ciudadanía iguales a
los de los peninsulares; que en los comien-
zos del año de 1810 la Junta Central re-
suelve convocar a las Cortes constituyentes
para que dicten una Constitución en la que
se daría la forrna de gobierno definitiva y
que tal actitud se adoptaba contra la vo-
luntad del rey, quien desde Bayona orde-
naba lo contrario.
La situación política de España seguía
siendo en 1810 la misma que en 1808, por lo
que respecta al monarca, que continuaba
prisionero de Napoleón, en Bayona, y nada
había alterado el acuerdo existente entre
las colonias y el rey durante el tiempo que
precedió al Cabildo abierto del 22 de mayo.
En realidad, la disolución de la Junta Cen-
tral de Sevilla no afectaba de ninguna
manera la existencia de ese vínculo y la
monarquía, como forma de gobierno, con-
tinuaba sin alteración, porque la Junta
Central, que actuaba a nombre de Fernan-
do VII, no ponía ni quitaba por sí misma
en ese problema.
Todo lo que ocurría, al producirse la diso-
lución de la Junta Central, era que el reino
quedaba sin gobierno efectivo, pero quienes
habían jurado fidelidad y obediencia al
monarca cautivo permanecían ligados por
ese juramento.
Los hechos demostraron que la táctica
adoptada por los criollos en el Cabildo
abierto fue excelente, pero no podemos
menos de observar ahora que toda su ar-
gumentación polémica se apoyaba en un
hecho inexistente desde el panto de vista
jurídico, sea cual sea el ángulo desde el
cual se lo contemple.
La doctrina emancipadora. En el Cabildo
abierto del 22 de mayo godos y criollos
coinciden en prescindir de las reales órdenes
antedichas y de la nueva situación jurídica
por ellas creada, porque ni a unos ni a
otros convenía utilizar ese argumento: los
godos, porque habrían reconocido explícita-
mente que la soberanía residía en la nación
y no en el rey; los criollos, porque habrían
tenido que confesar que se empezaba a ha-
cerles justicia.
Cuando los criollos afirmaron que la di-
solución de la Junta Central producía la
caducidad de España en -América, no en-
contraron oposición. Dijeron que la sobe-
ranía residía en la Junta Central, y tal
afirmación carece de valor doctrinario,
porque, subsistiendo la forma monárquica,
la soberanía residía en el rey, aunque éste
se hallara cautivo, desde que la monarquía
no es una persona, sino una institución, y
sobrevive a la enfermedad, al cautiverio y
a la muerte de los reyes, que no pasan de
ser eslabones circunstanciales y efímeros
en la continuidad dinástica.
Tampoco se podía decir que la soberanía
residía en la Junta Central si se contem-
plaba el problema con el criterio tradi-
cional de España, que reconoce a la nación
como fuente del poder soberano, hasta
fuente de la autoridad real, según lo de-
muestra Agustín de Arguelles í"1).
La mejor táctica para los criollos era,
sin duda, la de seguir utilizando la máscara
de Fernando VII, y eso justifica acabada-
(171) "...además de los principios generales
y comunes a todos los estados y pueblos en situa-
ciones críticas. España había conservado, y 'estaba
vigente en aquella misma época, un cuerpo de doc-
trina propia indígena y municipal que sobrevivió
en sus anales y en sus leyes a toda® las usurpacio-
nes hechas desde Carlos I, En ella se fundaron las
Cortes de todas las épocas, antes y después de ha-
berse hecho hereditaria la corona, para elegir re-
yes, resolver dudas y decidir competencias acerca
'de la sucesión del trono, o legitimar la autoridad
suprema ejercida de hecho por los que tenían du-
dosos sus derechos. Esta doctrina es la que de-
signa a la nación como fuente y origen del poder
soberano, de que es una demostración irresistible,
entre muchas otras la Jura del heredero y sucesor
en vida del príncipe reinante; cuya solemnidad no
han osado omitir, ni aun los reyes de la presente
dinastía, a pesar del empeño con que procuraron
arrancar hasta los vestigios de la libertad antigua
de la nación. No reconoce otra doctrina la juris-
prudencia de Aragón y de Castilla, y con las leyes
que la comprueban se han impreso una y muchas
veces las diferentes recopilaciones, a pesar de los
escandalosos fraudes con que ha suprimido algu-
nas la vil adulación en el ultimo reinado. Esta
doctrina profesó «n todos los tiempos la juventud
española en las universidades, colegios y academias
de la monarquía en ambo» mundos. Invocados, ci-
tados y alegados fueron los cuerpos del Derecho,
en que se contiene, y exista viva, ante los tribuna-
les y consejos supremos del reino por los letra-
dos, fiscales y jueces, cuando les convino para fun-
dar y sostener BUS demandas, tallos y sentencias"
(Reforma, constitucional, t. 1, pags. 274 y 275).
Esta doctrina obtiene su consagración en las
Cortes extraordinarias de 1810, que al reunirse de-
clararon la nulidad de la cesión de la corona he-
cha por sucesivas abdicaciones en favor «Je José
Bonaparte, "no sólo por la violencia que intervino
en aquellos actos injustos o ilegales, sitio princi-
palmente par la falta del consentimiento de la
nación".
Además, las Cortes tomaron para sí el tratamien-
to de "majestad" en los actos públicos, y el propio
Consejo de Regencia al dirigirse a ellas lo hacía
llamándolas "Señor". Ningún dipútalo opuso la
menor objeción a tales fórmulas, que importaban
reconocer a las Cortes el carácter de "soberano",
lo que sin duda era indispensable para que aqué-
llas pudiesen dictar una Constitución en la que se
•' estableciera la forma de gobierno y la creación de
todo un ort.e;i jurídico institucional. El ejercicio
del poder coiist.'tsjyeníe se identifica con el ejerci-
cio íle la soberanía, más aún, de la soberanía ex-
traordinaria a la cual deben subordinarse todas
las formas de la soberanía ordinaria al aicance de
los poderes constituidos, y desde ese momento el
rey no era más qne un poder constituido en la
monarquía constitucional española, creada y or-
ganizada luego por la Constitución de 1812.
mente el hecho de que ios patriotas más
decididos acompañaran con su voto a Ruiz
Huidobro, que exagera su reverenda hacia
la soberanía del "augusto y amado monar-
ca", perc- c,ue produce la cesación del virrey
en sus funciones. En esa forma se conse-
guía imponer y difundir la idea revolucio-
naria y emancipadora sin provocar resis-
tencias, por el camino tradicional de las
revueltas indoamericanas efectuadas con el
grito; "¡que viva el rey y que muera el
mal gobierno!" Y en mayo de 1810 era in-
dispensable emanciparse de ia nación es-
pañola y no del rey cautivo que traicionaba
a su pueblo.
Es injusto y contrario a la verdad histó-
rica ocultar que era precisamente en esos
años de 1809 y 1810 cuando España volvía
a tomar su antiguo camino de libertad, co-
mo bien, lo pone de manifiesto Arguelles. La
Junta Central, atendiendo el insistente y
caluroso reclamo de la opinión, convocaba
a las Cortes Constituyentes para dictar
una Constitución y establecer la forma de
gobierno en España. Ta! actitud revolu-
cionaria, lejos de obedecer las órdenes pro-
venientes de Bayona, contenía una afirma-
ción soberana de la voluntad popular, que
no sólo prescindía del rey, sino que resistía
su autoridad y ia ponía en entredicho.
Cuando se reunió el Cabildo abierto del
22 de mayo en Buenos Aires, ía España
peninsular estaba en plena insurrección. El
pueblo ejercitaba sus poderes soberanos
mediante su representación en la Junta
Central y se disponía a llevar a cabo un
verdadero acto constituyente que es ia má-
xima expresión de soberanía. Si la inten-
ción de los patriotas argentinos no hubiese
sido francamente separatista, se hubiese
encaminado a concordar su acción con el
pueblo español y con sus gobiernos popula-
res, concurriendo a las próximas Cortes
Constituyentes, que debieron reunirse en
marzo de ese año 1810, pero que la invasión
napoleónica obligó a diferir hasta el 24 ,de
septiembre.
Se puede afirmar, pues, que el espíritu
emancipador había ya madurado en tal
forma que ni aun con las ventajas que en
aquel momento ofrecía la insurrección
triunfante en España querían los criollos
continuar siendo españoles.
De cualquier modo, y ultrapasando el
alcance de estas circunstancias, la teoría
argentina de la retroversión o reasunción
de ¡a soberanía por el pueblo como titular
de derechos originarios, primarios o primi-
tivos es ya la del contrato social expuesta
por Juan Jacobo Rousseau, que sirvió de
fundamento a la Revolución Francesa y a
la doctrina de la soberanía popular.-
Mariano Moreno, líder del pensamiento
revolucionario a partir del 25 de mayo de
1810, utiliza el periódico La Gaceta como
órgano oficial de la Junta Gubernativa, en
la doble función de cátedra y de instru-
mento de propaganda. Sus, escritos tienen
toda la audacia de un propósito emancipa-
dor y, al mismo tiempo, transformador de
todas las instituciones. En ellos aparece
nítida la intención de la independencia
definitiva y completa, y también la substi-
tución del régimen colonial por una repú-
blica democrática, en donde el problema so-
cial apunta sus exigencias tai como habían
ocurrido en la Francia de Bobespierre y de
Babeuf. •.'••.'•••..
•Sin embargo, se advierte siempre en las
palabras de Moreno una cautelosa preocu-
pación de no crear obstáculos y de no
aumentar las dificultades inherentes a toda
empresa de aquella índole y que él empe-
zaba a palpar en la realidad circundante,
Por eso a ratos plantea el problema liso
y llano de la emancipación {"?), o reco-
noce la situación jurídica que coloca a las
colonias en igualdad de condiciones coa los
pueblos de la península ( 173 ), o discute la
relación de vasallaje personal con respecto
al rey aplicando el caso de la teoría del
"Contrato social" de Rousseau C1"), o re-
(172) "Hay muchos que fijando sus inSras en
la justa emancipación fie la América a que con-
duce la. inevitable pérdida de España, no aspiran
a otro bien que a ¥er rotos ios vínculos de una de-
pendencia colonial, y creen completa nuestra feli-
cidad, desde que elevados estos países a la dig-
nidad de estados salgan de la degradante condi-
ción de un fundo usufructuario n quien se pre-
tende sacar toda la substancia sin interés alguno
en su beneficio y fomento. Es muy glorioso a los
habitantes de ¡a América reírse inscritos en el ran-
go de las naciones y que no se describen EUB pose-
siones como iactorias de los españoles europeos;
pero quizá no se presenta situación más c'-ítica
para los pueblos que el momento <!>; su emancipa-
ción; todas las pasiones conspiran enfurecidas a
sofocar en su cuna "una obra a que sólo las virtu-
des pueden dar consistencia; y en una carrera en-
teramente nueva, cada paso es un precipicio para
hombres que en trescientos años no han disfruta-
do otro bien cjue la quieta molicie de una esclavi-
tud que aunque pesada, había extinguido hasta el
cieseo de romper las cadenas" (Mariano Moreno,
"Sobre la misión del Congreso", Escritos políticos
y económicos, pág. 373, Ed. Ls Cultura Argentina,
Bs. Aires, 1915).
(173) "Guárdese esta colección de preceptos
para monumento de nuestra degradación, pero
guardémonos de llamarlo en adelante nuestro có-
digo (se refiere a la Legislación de indias); y no
caigamos en el error de creer que esos cuatro to-
mos contienen tina Constitución; sus reglas han
sido tan buenas para conducir a los agentes de la
metrópoli en la economía lucrativa <3e las facto-
rías de América, cómo inútiles para regir un esta-
do que, como parte "integrante de la monarquía,
tiene respecto de si mismo iguales derechos que
los primeros pueblos de España" (op. cit., pág, 275).
. (174) "Las Américas no se ven unidas a los
clama r e n é r g i c a m e n t e una Constitu-
ción (i"- >), o proclama, en fin, el principio
de la soberanía popular sin limitaciones y
sin reservas de ninguna clase •("«).
El historiador Mitre, aunque no reconoce
expresamente que la insurrección ameri-
cana fue una proyección o un aspecto de la
insurrección peninsular, recuerda que el
conde de Aranda, ministro de Carlos III,
monarcas españoles por el pacto social, que úni-
camente puede sostener la legitimidad y decoro
de una dominación. Los pueblos de España con-
sérvense enhorabuena dependientes del rey cau-
tivo, esperando su libertad y regreso: ellos estable-
cieron la monarquía, y envuelto el príncipe actual
en la línea que por expreso pacto de la nación
española debía reinar sobre ella, tiene derecho a
reclamar la observancia del contrato social en el
momento de quedar expedito para cumplir por si
mismo la parte que le compete. La América en
ningún caso puede considerarse' sujeta a aquella
obligación; ella no ha concurrido a la celebración
del pacto social de que derivan los monarcas es-
pañoles los únicos títulos de la legitimidad de su
imperio; la fuerza y la violencia son la única base
de la conquista, que agregó estas regiones al trono
español; conquista que en trescientos años no ha
podido borrar de la memoria de los hombres las
atrocidades y horrores con que fue ejecutada, y
que no habiéndose ratificado jamás por el consen-
timiento libre y unánime de estos pueblos, no ha
añadido en su abono título alguno al primitivo de
la fuerza y violencia que la produjeron. Ahora,
pues, la fuerza no induce derecho, ni puede nacer
de ella una legítima obligación que nos impida re-
sistirla, apenas podamos hacerlo impunemente;
pues, como dice Juan -Jacobo Rousseau, una ves
que recupera el pueblo su libertad por el mismo
derecho que hubo para despojarle de ella, o tiene
razón para recobrarla, o no la había para quitár-
sela" (op, cit., pág. 290).
(175^ "Sin embargo, el pueblo no debe, conten-
tarse con que sus Jefes obren bien; él debe aspi-
rar a que nunca puedan obrar mal; que sus pasio-
nes tengan un dique más firme que el de su pro-
pia virtud, y que delineado el camino de svis
operaciones por reglas que no esté en sus manos
trastornar, se derive la bondad, del gobierno, no de
las personas que lo ejercen sino de una Constitu-
ción firme, que obligue a los sucesores a ser igual-
mente buenos que los primeros, sin que ningún
caso deje a éstos la libertad de hacerse malos im-
punemente". . . . . . "No tenemos una Constitución,
y sin ella es quimérica la felicidad que se nos'pro-
mete" (op. qií., págs. 272 y sigs.).
(176) "La absoluta Ignorancia del Derecho pú-
blico en que hemos vivido ha hecho nacer ideas
equívocas acerca de los sublimes principios del
gobierno, y graduando las cosas por su brillo se ha
creído generalmente el soberano de una nación al
que la gobernaba a su arbitrio. Yo me lisonjeo que
dentro de poco tiempo serán familiares a todos los
paisanos ciertos conocimientos que la tiranía ha-
bía desterrado; entretando debo reglar por ellos
mis exposiciones, y decir francamente que la ver-
dadera soberanía de un pueblo nunca ha consisti-
do sino en la voluntad general del mismo que
siendo la soberanía indivisible e inalienable, nun-
ca ha podido ser propiedad de un hombre solo;
y que mientras los gobernados no revistan el ca-
rácter de un grupo de esclavos, o de una majada
de carneros, los gobernantes no pueden revestir
otro que el de ejecutores y ministros de las leyes
que la voluntad general ha establecido" (op. cit.,
pág. 284).
había señalado el momento psicológico di
la emancipación americana cuando anun
ció a su propio soberano "que los habitan-
tes de la América harían esfuerzos pan
conseguir su independencia tan luego come
la ocasión les fuese propicia". Y agrega
Mitre: "La ocasión no fue sino la chispa
que determinó el incendio: una circuns-
tancia concurrente" ("7).
Por nuestra parte, observamos que esa
misma ocasión y esa misma chispa se pro-
dujeron en la Península y duraron desde
1808 hasta 1814 sin revestir, por supuesto,
para España, la trascendencia que adqui-
rieron en América.
Mitre consigna de modo explícito como
parte integrante de España y de haberse
elevado a los americanos a la categoría de
hombres libres, llamándoles a integrar las
autoridades peninsulares, pero resta impor-
tancia a ambas actitudes. A la primera,
porque de ella se deducía el derecho de
España para mandar sobre América en
ausencia del soberano y en su representa-
ción, de modo que ésta "siguiese en todo
evento la suerte de la Península". A la se-
gunda, porque se daba a la América "una
representación inferior y nominal, asignán-
dole un diputado por cada millón de sus ha-
bitantes, encargándose ella misma de nom-
brarlos, mientras a los peninsulares, some-
tidos en su gran mayoría al enemigo ex-
tranjero, se les adjudicaba un diputado por
cada cien mil almas" ("»).
Es evidente que Mitre se deja impresio-
nar por algunas opiniones de españoles y
americanos contemporáneos de la revolu-
ción que, como Alvaro Flores Estrada, o el
deán Gregorio Funes, manifestaron su ex-
ceso de celo en la misma dirección.
Flores Estrada, en su obra Examen im-
parcial de las disensiones de la América con
España, etcétera, publicada en 1812, dice,
entre otras cosas: "como si fuese un ne-
gocio puramente de gracia que dependiese
de su voluntad, acordó (la Junta de Sevi-
lla) que cada virreinato de América nom-
brase un solo diputado para ser individuo
del cuerpo soberano, sin hacerse cargo que
era una injusticia no acordar dos por cada
virreinato, cuando cada provincia de la
metrópoli había comisionado este núme-
ro (17").
Pero luego reconoce la importancia que
reviste, en principio, aquella actitud me-
tropolitana.
(177) Mitre. B., Historia de San Martin, t. 1,.
pág. 43. Ed. Juventud Argentina, Bs. Aires, 1944.
(178) Cabe recordar que las Islas Canarias te-
nían un representante solamente.
(179) Flores Estrada. A., Examen imparcial de
las disensiones de la América con España, pág. 13,
Cádiz, 1812.
9
*"Todas las posesiones ultramarinas —afir-
ma—, no sólo España, sino también de
otras potencias, jamás habían sido conside-
radas como parte integrante de la n'ación
a que correspondían" (iso).
La cantidad de diputados que correspon-
día a los pueblos de América se convierte
así en un detalle insignificante que no
puede restar trascendencia institucional a
lo que Julio V. González llama "auto de
manumisión", y que se halla contenido en
la real orden de 22 de enero de 1809, ema-
nada de la Suprema Junta Central Guber-
nativa de España e Indias.
Por su parte, el deán Gregorio Punes,
refiriéndose a la actitud asumida por el
gobierno de la Metrópoli en aquella real
orden, dice:
"que haciendo una grande ostentación de
magnanimidad y justicia, socó a la América
de la infancia colonial; reconoció su digni-
dad como parte integrante de la monarquía;
confesó su derecho a la representación na-
cional, y dio la forma para que sus diputa-
dos constituyesen parte de la Central.
¿Pero quién no advierte en este juego de
palabras una falsa proclamación de, la jus-
ticia al mismo tiempo que se adjuran sus
principios y se viola su práctica? Dictaba
la buena fe que fuesen dos diputados de
cada provincia como acontecía en España.
Pero en quien sólo trataba de seducir para
disfrutar socorros y adormecer bajo el yugo,
no era de encontrarse una escrupulosa
exactitud. Un solo representante por cada
virreinato y capitanía general que abrazan,
millares de hombres, es toda la represen-
tación americana concedida en el gobierno.
¡Gracias a que hacía siglos que.trabajaba
en silencio la naturaleza por ilustrar con
sus preceptos algunas almas privilegiadas,
y formarse vengadores! («i).
Julio V. González observa que:
"frágil de memoria el doctor Funes, ol-
vidaba que él mismo había aceptado figu-
rar en primer término, y por añadidura
acompañado por su hermano Ambrosio, en
las ternas que formaron los Cabildos de
Córdoba y La Rioja, para optar a esa re-
presentación tan despreciable, y entonces
no advirtió que debía merecer el repudio de
182
todo buen americano ( ). *
Encontramos perfectamente natural y ló-
gico que quienes deseaban emanciparse a
toda costa dieran escasa importancia a la
real orden del 22 de enero de 1809, pero eso
'(180) Op. cit.. pág. 18!
(181) Punes, G., Ensayo áe la historia civil de
Paraguay, Buenos Aires y Tuciimán, t. 3, pág. 482,
Bs. Aires, 1817.
(182) González, J. V., Filiación histórica ¿Leí
gobierno representativo, t. 1, pág. 73.
no se justifica ahora al apreciar el hecho
institucional que ella producía y que tene-
mos el deber de juzgar objetiva e imparcial-
mente.
Los venezolanos, en vez de soslayar el
problema que planteaba la nueva situación
jurídica de las colonias, creada por las
reales órdenes de 22 de enero de 1809 y 14
de febrero de 1810, se enfrentaban con ella
para juzgarla desde su punto de vista ame-
ricano y revolucionario. Niegan- sinceridad
a los actos de aquellos gobiernos peninsu-
lares, inestables y poco definidos, en los
que todavía aparecía el sello de la forma
monárquica y en donde se conservaba el
tono metropolitano que hacía más sospe-
chosas, si cabe, las franquicias acordadas
en un momento de zozobra.
En el Acta de independencia de Vene-
zuela encontramos el enjuiciamiento global
de la situación peninsular, desordenada y
caótica, en que las sucesivas abdicaciones,
el cambio de dinastía y los gobiernos de
emergencia no podían ofrecer garantía al-
guna perdurable a los pueblos de América,
que consideran llegada la oportunidad de
recobrar y de usar sus derechos imprescrip-
tibles.
Los venezolanos sustentan la misma doc-
trina que los argentinos afirmaron en el
Cabildo abierto del 22 de mayo, con su
forma de la "retroversión", pero en vez de
hacer hincapié en la soberanía de Fernan-
do VII para acogerse a las ventajas que
ofrecía el cautiverio de este monarca, in-
volucran todos los aspectos parciales del
problema institucional y prescinden de to-
da reserva y de toda simulación para afir-
mar su derecho a la independencia defini-
tiva. El Acta de Independencia de las Pro-
vincias Unidas de Venezuela es una exce-
lente expresión de la actitud que asume
América al emanciparse y de las razones
en que fundaba su emancipación. Ella
contiene una verdadera exposición de mo-
tivos hecha el día 5 de julio de 1811, y
allí encontramos los argumentos que sobre-
pasan el problema jurídico y que constitu-
yen el robusto núcleo de doctrina revolu-
cionaria, inobjetable aún hoy, desde cual-
quier punto de vista que se le contemple.
Creemos oportuno reproducir a continua-
ción los párrafos más salientes en donde se
concreta esa doctrina. Dice el Acta:
Nosotros los representantes de las Provincias
Unidas de Caracas, Cttmaná, Barinas, Margarita,
Mérida y Trujillo, que forman la Confederación
americana de Venezuela en el continente meridio-
nal, reunidos en congreso, y considerando la plena
y absoluta posesión de nuestros derechos, que re-
cobramos Justa y legítimamente desde el 19 de
abril de 1810, en consecuencia de la jornada de
Bayona, y la ocupación del.trono español, por la
conquista y sucesión de otra nueva dinastía, cons-
tituida sin nuestro consentimiento; queremos an-
tes de usar de los derechos de que nos tuvo pri-
vados la fuerza por más de tres siglos, y nos ha
restituido el orden político de los acontecimien-
tos humanos, patentizar al universo las razones
que han emanado de estos mismo acontecimientos,
y autorizar el libre uso que vamos a hacer de
nuestra soberania.
Los intrusos gobiernos que se arrogaron la re-
presentación nacional, aprovecharon pérfidamente
las disposiciones que la buena fe, la distancia,
la opresión y la ignorancia daban a les america-
nos contra la nueva dinastía que se introdujo en
España por la fuerza, y contra sus mismos prin-
sipios, sostuvieron entre nostros la ilusión a favor
de Fernando para devorarnos y vejarnos impune-
mente cuando más nos prometían la libertad, la
igualdad y la fraternidad, en discursos pomposos
y frases estudiadas, para encubrir el lazo de una
representación amañada, inútil y degradante.
Luego que se disolvieron, sustituyeron y des-
truyeron entre sí las varias formas de gobierno de
España, y que la ley imperiosa de la necesidad
dictó a Venezuela el conservarse a sí misma, para
ventilar y conservar los derechos de su rey, y ofre-
cer un asilo a sus hermanos de Europa, contra los
males que les amenazaban, se desconoció toda su
anterior conducta, se variaron los principios, y se
^lamó insurrección, perfidia e ingratitud a lo mis-
mo que sirvió de norma a los gobiernos de España,
porque ya se les cerraba la puerta al monopolio
de administración que querían perpetuar a nom-
bre de un rey imaginario.
En atención a todas estas sólidas, públicas, in-
contestables razones de política que tanto persua-
den la necesidad de recobrar la dignidad natural
que el orden de los sucesos nos ha restituido: en
uso de los imprescriptibles derechos que tienen los
pueblos para destruir todo pacto, convenio o aso-
ciación que no llena los fines para que fueron
instituidos los gobiernos, creemos que no podemos
ni debemos conservar los lazos que nos ligaban al
gobierno de España, y que como todos los pueblos
del mundo, estamos libres y autorizados para no
depender de otra .mtoridad que la nuestra, y to-
mar entre las potencias de la tierra el puesto igual
que el Ser Supremo y la naturaleza nos asignan,
y a que nos llama la sucesión de los acontecimien-
tos humanos y nuestro propio bien y utilidad.
Nosotros, pues, a nombre y con voluntad y auto-
ridad que tenemos del virtuoso pueblo de Venezue-
la, declaramos solemnemente al mundo, que sus
Provincias unidas son y deben ser desde hoy de he-
cho y de derecho Estados libres, soberanos e inde-
pendientes, y que están absueltos de toda sumisión
y dependencia de la corona de España, o de los
que se dicen o dijeren sus apoderados o represen-
tantes, y que como tal Estado libre e independien-
te, tiene un pleno poder para darse la forma de
gobierno que sea conforme a la voluntad general
de sus pueblos; declarar la guerra, hacer la paz,
formar alianza, arreglar tratados de comercio, li-
mites y navegación; hacer y ejecutar todos los de-
más actos que hacen y ejecutan las naciones Ubres
e independientes. Y para hacer válida, firme y sub-
sistente esta nuestra solemne declaración, damos
y empeñamos mutuamente, unas provincias a otras
nuestras vidas, nuestras fortunas y el sagrado de
nuestro honor nacional.
Es dable imaginar que si los patriotas
argentinos hubiesen celebrado el Cabildo
abierto en julio de 1811, en vez de hacerlo
en mayo de 1810, habrían hablado con la
misma claridad y franqueza que contiene
la Declaración de independencia de Vene-
zuela, prescindiendo de la máscara de
Fernando VII y de la argumentación jurí-
dica que creyeron indispensable emplear
para no exponer al fracaso el movimiento
revolucionario.
El panorama americano. Con excepción
de Brasil, que continuó mucho tiempo
fuera de este movimiento generalizado en
toda América latina, los pueblos emanci-
pados se dieron su forma cíe gobierno re-
publicana y democrática, con caracteres
comunes a todos ellos y tomando por mo-
delo a la Constitución de los Estados Uni-
dos. El sistema presidencial o ejecutivo
consagrado por el constitucionalismo nor-
teamericano fue adoptado por todos los
países de América, y en él se mantiene
hasta la fecha con dos únicas excepciones:
Chile, que durante un breve tiempo ensayó
el sistema parlamentario, y la república
Oriental del Uruguay, que ha insistido re-
cientemente en un tipo de ejecutivo cole-
giado, que se debió a la inspiración y al
desinterés cívico y patriótico de José Batlle
y Ordóñez. Todos los demás siguieron el
ejemplo de los Estados Unidos, con peque-
ñas variantes de carácter institucional.
Esto no significa, claro está, que se ha-
ya respetado la teoría republicana origi-
naria y que la práctica haya correspondido
a los enunciados doctrinales contenidos en
la Constitución que fueron fijando los ca-
racteres de la organización política y social
definitiva en cada país. A despecho de todo
eso, nuestra América ha servido de escena-
rio a infinidad de deformaciones de la idea
republicana y democrática. Todavía hoy son
muchos los países que viven al margen de
sus instituciones y padecen las consecuen-
cias de gobiernos despóticos de tipo mi-
litarista o de dictadura totalitaria. Creemos
innecesario describir las instituciones po-
líticas que cada Constitución americana
tiende a crear para la conformación teó-
rica de su sistema democrático, rara vez
respetado. No figura en ellas ninguna real-
mente original, como no sean las que la
Revolución de 1917 introdujo en la reforma
constitucional de Méjico, relativas a la
propiedad y a los llamados derechos so-
ciales.
La Constitución mejicana es la primera
Constitución que asigna al Estado la pro-
piedad del subsuelo y de minerales útiles
y a veces indispensables para dar satis-
facción a las exigencias de la técnica mo-
derna en aspectos vitales de la economía,
y también la primera en constitucionalizar
principios jurídicos tendientes a asegurar
la independencia económica de aquellos
miembros de la sociedad que por ser tra-
bajadores manuales carecen de los medios
indispensables para su subsistencia y que
en razón de su trabajo se hallan bajo la
depencia de otras personas.
La Constitución de Méjico se adelantó
en un par de años a la de Weimar, que
inicio en Europa ei reconocimiento de la
función social que condiciona el ejercicio
del derecho de propiedad privada. Además
contiene muchas disposiciones dignas de
ser recordadas como exposición de doctrina
y como precedente de las Constituciones
europeas posteriores a la conflagración
mundial de 1914.
En lo que respecta al Derecho laboral,
figuran allí los principios básicos con los
que se sustituye el principio romano, que
hace del contrato la ley de las partes por
un nuevo principio en que leyes de orden
público se sobreponen al interés y a la
voluntad de las partes en el contrato, para
establecer asi el predominio de la voluntad
social como expresión del interés común.
El espíritu que informa el contenido in-
novador de la Constitución mejicana res-
ponde a un planteo fundamental que pue-
de formularse así: mínimum de derechos
privados relativos al patrimonio, máximum
de derechos relativos a la libertad o dere-
chos humanos.
La defensa de la libertad personal ocupa
en el sistema constitucional mejicano un
lugar principalísimo mediante la institu-
ción del Hábeas Corpus y del amparo ju-
risdiccional. • Si la democracia ha tenido apóstoles,
16. DEMOCRACIA Y REPÚBLICA
El gran publicista inglés Jaime Bryce es
uno de los que asigna a la voz democracia
una acepción menos acentuadamente poli-
tica. Considera que: "La democracia sigue
siendo, en la opinión general, el producto,
a la.par que el sostén de la igualdad y de
la libertad, y este doble carácter tan en-
vidiable ha llegado a ser en cierto modo in-
tangible, por encima de toda discusión"...
"Es la concepción de una vida más feliz
para todos, unida a una fe mística en el
alma del pueblo —multitud por la cual ha-
bla la voz del poder todopoderoso que con-
duce a la justicia—; ese es el impulso vital
de la democracia. El país que abrigue la
democracia ideal no ha sido aún descu-
bierto, pero la fe en su existencia ha so-
brevivido a muchas decepciones, a muchas
desilusiones. El mundo las sufrirá, sin du-
da, todavía, podemos estar seguros. Sin em-
bargo, la fe en una democracia ideal persis-
tirá a pesar de todo" ("«).
A lo largo de los años se ha operado la
(183) Les democrática modemea, t. 1, págs. 36
y 37.
diferenciación específica entre "democra-
cia" y "república". Se puede decir que ya
está hecha, sin rectificación posible, la cla-
sificación conceptual. El proceso histórico
separa y distingue netamente los dos as-
pectos de un mismo fenómeno social-polí-
tico. Así hemos llegado a establecer de un
modo indudable la naturaleza ética de la
democracia y la naturaleza técnica de la
república ( l í f 4 ).-
Son bien conocidas las objeciones que se
pueden hacer a esa clasificación, empe-
zando por el recuerdo de la democracia
ateniense, en la cual la ciudadanía era un
privilegio y toda la vida cívica reposaba
cómodamente sobre el cimiento económico
de la esclavitud. No obstante, es imposible
desatender la realidad histórica. La función
del lenguaje no termina en el momento
mismo de su aparición. El espíritu no cris-
taliza en la letra que originariamente le
dio forma. El idioma no tiene por qué con-
vertirse en catálogo de museo arqueológico.
No es posible dejar de reconocer el ca-
rácter técnico de la democracia explicada
por los técnicos de todos los tiempos (185),
pero también es innegable que ha triun-
fado y se ha impuesto la acepción vulgar
guardada siempre en el alma del pueblo
como una aspiración ideal. El ideal no ha
sido nunca una aspiracién técnica y sí una
aspiración ética, que exalta el alma hu-
mana individual y colectiva.
mártires y fervientes devotos, es porque se
asemeja a una religión, dada su naturaleza
ética, no conceptual ni técnica. Lo técnico
no toca el sentimiento; no exalta, no apa-
siona, no arrastra. Es función de la inte-
ligencia instrumental, cuantitativa.
Aunque de un modo subconsciente y pau-
latino, la diferenciación entre democracia y
república ha venido operándose desde Ate-
nas hasta nuestros días, y se puede adver-
tir que esa diferenciación se acentúa y
perfecciona desde la declaración de los
"derechos del hombre" y de los "derechos
del ciudadano". Los "derechos del hombre"
caracterizaron a la democracia moderna y
le sirvieron de punto de partida en la vida
contemporánea; los "derechos del ciuda-
dano" hicieron lo mismo respecto a la re-
pública. Se podría decir que el sujeto de
la democracia es el hombre y el sujeto de
(184) "Las formas del Estado —decía Max We-
ber— son para mí materia técnica, como cual-
quiera otra maquinarla".
(185) "Democracia significa Identidad del su-
jeto y del objeto del poder, de los gobernantes y
de los gobernados, gobierno del pueblo para el pue-
blo" (Kelsen, H., La démocratie, so nature et M
valeur. pág. 14).
la república es el ciudadano. En lenguaje
corriente no se dice "ciudadano de una
democracia", sino "ciudadano de una re-
pública", porque el concepto de república
involucra el concepto de Estado; el de or-
ganización política de la sociedad.
Hágase un breve análisis ae nuestra psi-
coiogia actual en esta materia y se podrá
observar de inmediato, a través de las for-
inas usuales del lenguaje, que "democracia"
es una idea-íuerza; caudal y no cauce;
corriente, tendencia, dinamismo, impulso:
en una palabra, sentimiento. Es siempre
contenido o substancia, no continente o
iorma. Se es demócrata por temperamento
más que por convicción. La democracia es
una modalidad que tiende a considerar al
hombre como un fin exclusivo en sí mismo,
aunque lo vincula a la sociedad y, fundién-
dolo en ella, lo subordina a los unes socia-
les. Por eso, podría descomponerse la de-
mocracia-virlud en los "derechos y debe-
res del hombre".
La república, en cambio, es únicamente
forma, estructura. Se refiere a determina-
da manera de organización política de la
sociedad. Sistema o régimen de gobierno.
Solamente lo ético tiene valor transcen-
dente en el tiempo, porque expresa una
condición de la naturaleza humana que
busca cumplirse y que debe ser cumplida.
La dignidad y la libertad que caracterizan
a la democracia, son exigencias biológicas
y superbiológicas, orgánicas y superorgá-
nicas. Su esencia es eterna. No habrán de
perecer corno perecen las formas variables
de su realización estructural, técnica.
En la jerarquía de los valores, democra-
cia y república significan, respectivamente,
cualidad y cantidad. Cualidad de la perso-
nalidad humana .solidariamente vinculada
al conjunto social; cantidad de condiciones
necesarias para que el gobierno o, mejor
dicho, la organización política, permita y
asegure el desarrollo cualitativo del indi-
viduo y de la especie.
Así como el concepto "democracia" se de-
pura de toda mezcla técnica, porque los
principios morales tienden a destacarse y
categorizarse en la psicología individual y
colectiva, el concepto "república" se de-
pura de toda mezcla ética y se hace cada
vea más técnico, aunque resulta impregnado
de esos principios que la democracia con-
sagra como cimiento de toda construcción
política.
La república —"res pública" o cosa pú-
blica—, es una expresión sin contenido
ético ni social. Forma de organización co-
lectiva, nada más, ha variado en el tiempo
adaptándose a las condiciones históricas de
cada grupo social. Empezó por ser el go-
bierno exclusivo de una clase privilegiada,
llamada "aristocracia". Grecia o Roma. Fue
también plutocraica en las ciudades de la
Edad Media, entre las cuales Venecia es un
arquetipo, para concluir adoptando como
estructuración definitiva los principios bá-
sicos de la soberanía del pueblo, del siste-
ma representativo, de la división de los
poderes, de la periodicidad en el ejercicio
de la función pública, de la limitación de
facultades de los funcionarios, de la res-
ponsabilidad de los mismos y de la publici-
dad de sus actos.
Claro está que todavía subsisten sistemas
mixtos que dificultan la apreciación de la
república como forma típica de gobierno,
y aún necesitamos calificarla, agregándole
el adjetivo "democrática", pero eso mismo
sirve para establecer el distingo anterior-
mente expuesto entre democracia y repú-
blica. Inglaterra —que no es república por
su forma de gobierno—, pretende ser una
democracia por la dignidad y la libertad
reconocida, más de hecho que de derecho,
a propios y extraños dentro de los límites
de su territorio.
Por supuesto que no hay democracia au-
téntica donde falta ía igualdad social, pero,
si hemos de ser justos, fuerza es reconocer
que la igualdad verdadera —igualdad de
condiciones y de posibilidades, no de méri-
tos o de aptitudes—, sigue siendo una as-
piración irreaílzada.
El constitucionalismo moderno procuró
asegurar, en los países no monárquicos, la
democracia y la república conjunta e inse-
parablemente. El poder constituyente, por
medio de las constituciones rígidas, fue el
fundamento y la eficiencia moral de un
nuevo estado jurídico. Las declaraciones,
derechos y garantías, en que se asienta la
democracia; como el sistema representati-
vo, la división de los poderes, la limita-
ción de facultades y ]a responsabilidad de
los funcionarios, en que se asienta la re-
pública, tienen por principal objetivo ce-
rrar el ciclo de la arbitrariedad y consagrar
el imperio del derecho, sobre las bases éti-
cas de la libertad y la seguridad, corres-
pondientes a dos cualidades esenciales de
la personalidad individual: idoneidad y dig-
nidad/ ,
En los textos corrientes de Derecho cons-
titucional se procura establecer un distingo
doctrinario entre "democracia" y "repúbli-
ca" como formas de gobierno. Se define la
democracia "pura" como el gobierno de to-
dos, el gobierno del pueblo por sí mismo, el
ejercicio directo de la soberanía, por todos
los ciudadanos; y se define la república co-
mo el gobierno del pueblo por medio de sus
representantes, mandatarios de aquél, res-
ponsables ante el mismo en el ejercicio de
funciones limitadas, temporales y pública-
mente ejercidas.
En el uso corriente del lenguaje, la demo-
cracia se manifiesta como un sentido de.
moralidad social, igualitario, opuesto a aris-
tocracia y a monarquía, excluyente de todo
privilegio o jerarquía que provenga del na-
cimiento o de la fortuna, y ese sentido es el
verdadero a fin de cuentas. Para Francisco
Nitti, "la democracia, siempre distinta en
cada tiempo y en cada país, es la forma de
gobierno en que todos los ciudadanos, sin
distinción de nacimiento y. de fortuna, tie-
nen por la ley los mismos derechos civiles
y políticos. Consiste, pues, sobre todo, en la
falta de posiciones hereditarias" (is«). No
obstante llegar a esa conclusión, Nitti se
empeña en asignarles a la democracia un
carácter primordial de estructura, sin ad-
vertir que su definición le reconoce un va-
lor principal de contenido ético. Con todo,
no logra apartarse en ningún momento de
los conceptos fundamentales de Aristóteles,
que asentaba la democracia sotare la liber-
tad e igualdad.
Como definición técnica de una determi-
nada 'forma de gobierno, la democracia ca-
rece ya de actualidad. Los tratados de la
materia se cuidan de dejar constancia de
que tal forma de gobierno sólo existió en le-
janos tiempos y en un caso singular consti-
tuido por la ciudad de Atenas. Como actitud
social, como sentido ético regulador y orien-
tador de la conducta en la vida de relación,
la democracia adquiere cada vez un signi-
ficado más preciso, un valor más expresivo
y categórico, una actualidad más viviente,
activa y fecunda.
Podemos afirmar que en nuestra época la
democracia (1S?) ya no es una forma de
gobierno, sino un impulso, un sentimiento,
una regla moral de convivencia. Se halla
tan íntimamente vinculada a ella la suerte
de nuestra cultura que se puede concluir
como M. J. Bonn en su libro La crisis de la
democracia europea: "Si el espíritu del mo-
nopolio económico, en fatal alianza con
el espíritu de violencia social, alcanza la
hegemonía sobre la tierra, la crisis de la
(186) La democracia, t. 1, pág. 13.
(187) "¿La crisis de la Democracia? En la his-
toria de las Ideas no existe una crisis de la Demo-
cracia. De la crisis del parlamentarismo, que no
eabe.d-urta existe, ya hablaremos a continuación.
La Democracia en sí, es decir, esa idea dominante
üe que toda tuerza política o social sólo puede
justificarse por la voluntad de los que. están so-
metidos a ella, se mantiene tan íirme, que sin re-
paro alguno puede afirmarse .riue hoy, fuera de la
Democracia, no existe otra posible legitimación mo-
derna" (Heller, H., Las ideas políticas contempo-
ráneas, pág. 90).
democracia será la crisis de. la Humani-
dad" (18T b»3).
Entre los qué han definido mejor la de-
mocracia se hallan Juan B. Alberdi y Este-
ban Echeverría, especialmente este último.
Ambos la explican como hemos tratado de
presentarla, es decir, como un contenido
ético y no como una forma de gobierno.
Dice Alberdi: "De las tres formas esen-
ciales de gobierno que reconoce la ciencia:
el monárquico, el aristocrático y el republi-
cano, este último ha sido proclamado por
la revolución americana como el gobierno
dé estos países; No hay, pues, lugar a cues-
tión sobre forma de gobierno".
En cuanto al fondo, él reside originaria-
mente en la nación, y la democracia entre
nosotros, más que una forma, es la esencia
del gobierno.
Esteban Echeverría fue la cabal expresión
de su medio y de su tiempo. Siendo genui-
namente criollo por su sensibilidad y su
carácter, desempeñó junto con los demás
hombres de la generación del 37 la función
de un viaducto intelectual entre Europa y
América. Estuvo en contacto directo con los
intelectuales franceses del romanticismo y
acogió con profunda simpatía la influencia
ideológica y literaria de sus líderes..
Su tono admonitorio y profético no era
extraño al fervor democrático de aquellos
tiempos, pero se advierte en él la influencia
particular de Lamennais, que hemos reen-
contrado en las ardientes arengas pronun-
ciadas hace poco en Buenos Aires por el
Rev. J. V. Ducatillón.
En cuanto a la ideología político-social
que sirve de fondo doctrinario al Dogma so-
cialista y que da a la personalidad de Eche-
verría un relieve cada día mayor, ¡a in-
fluencia monitora debe ser adjudicada a
Saint- Simón y, en mayor grado aún, a Toc-
queville.
Lo fundamental del pensamiento de
Echeverría se halla sin duda, en su defi-
nición de la democracia, a la que atribuye
un claro contenido social. Esa definición
termina con palabras que Tocqueville escri-
bió en un opúsculo en el que expuso la sín-
tesis de su gran obra La democracia en
América. D'".e Echeverría: "La democracia
no es una iorma de gobierne, sino la esen-
cia misma de todos los gobiernos republica-
nos, o instituidos por todos para el bien de
la comunidad o de la Asociación".
"La democracia es el régimen de la li-
bertad, fundado sobre la igualdad de cla-
ses".
"Todas las asociaciones políticas moder-
nas tienden a establecer la igualdad de cla-
(187 bis) Pág. 179.
ses, y puede asegurarse, observando el mo-
vimiento progresivo de las naciones euro-
peas y americanas, «que el desenvolvimiento
gradual de la igualdad de ciases, es una ley
de la Providencia, pues reviste sus princi-
pales caracteres; es universal, durable, se
substrae de día en día al poder humano, y
todos ios acontecimientos y todos los hom-
bres conspiran sin saberlo a extenderla y
afirmarla»" (Tocqueville).
17. EL PHOCESO INSTITUCIONAL
Ka el tratado de Aristóteles sobre política,
el concepto de soberanía es sencillo y claro.
Consiste en el poder público o poder social.
Reside en "todos los hombres libres". La
Edad Media complicó este concepto. Teólo-
gos, que ponían en contribución su ingenio
casuístico, procuraron salvar el principio
providencial de la teocracia, ante el inmi-
nente naufragio de la monarquía. Para eso,
anticiparon, cautelosamente, su previsión
doctrinaria y construyeron el artificioso
dogma del "cuerpo místico" de la sociedad
v el dogma correlativo de la "soberanía".
Grandes filósofos, temerosos ante la in-
fc'atable represalia de ¡os principes, compli-
caren con mayores sutilezas la urdimbre de
la teología política y legitimaron, con argu-
cias de procurador, el hecho consumado del
poder. En las mallas finísimas de su dialéc-
tica quedaron aprisionados luego los más
fervientes y sinceros revolucionarios de la
democracia liberal.
El "soberano pueblo" (i»») reemplazó en
la teoría al "soberano rey". La "voluntad
general", por cuyo intermedio se expresa la
soberanía según Rousseau, encarnó en él
poder del Estado. Mejor aún, en el poder de
los funcionarios. El Estado siguió colocado
en primer término, como un fin en sí mis-
mo, aun cuando aparezca proponiéndose
teóricamente la felicidad individual de los
gobernados.
La vieja teoría del "contrato social", sis-
tematizada por Juan Jacobo Rousseau, de-
volvía a la sociedad el dominio teórico de sí
misma. Procuraba demostrar que los hom-
bres nacieron libres y libremente crearon
su propio gobierno. La realidad histórica
nos dice, en cambio, que el Estado es fruto
del abuso, del engaño, de la violencia. Ni
(188) "En los regímenes autocríticos, es un
hombre de carne y hueso —si bien divinizado—
quien es considerado como jeíe. En la democracis
es el Estado mismo que aparece como sujeto del
podar. La personificación del Estado es un reí»
que disimula el hecho —insoportable para la sen-
sibilidad democrática—, de una dominación del
hombre sobre el hombre. No hay duda que í'sla
pieza fundamental de la teoría del Derecho público
contemporáneo tenga también sus raices en la
Ideología democrática en cuestión" {Kelson. H..
la áfmocratie, pág. 11).
Rousseau ni Kant lo ignoraban cuando
bautizaron de libertarias las viejas doctri-
nas medievales de Tornas de Aquino y de
Francisco Suárez. El "contrato social" no
fue un error científico, sino, probablemen-
te, una maniobra estratégica, una habilísi-
ma aplicación dialéctica, frente a la monar-
quía y a los privilegios feudales, para con-
ciliar los intereses de la sociedad —repre-
sentados por el gobierno, que retomaba el
nombre de Estado— y los intereses, hasta
entonces desconocidos del indiviudo —que
empezaba a ser hombre y ciudadano.
Si el Estado fuese la síntesis moral ex-
presiva de la voluntad social, los derechos
individuales hubieran sido de todo punto
innecesarios. Por eso fue lógica la posición
de Rousseau, al omitirlos en su doctrina. Su
"voluntad general' excluía la violencia y el
abuso.
El individuo no tendría necesidad de de-
fenderse, frente al Estado, si éste fuese ver-
dadera expresión de voluntad social. Pero,
sí necesita defenderse del Estado que se
traduce en gobierno; de los hombres que
ejercen el gobierno.
Los derechos individuales no son la de-
fensa del individuo contra la sociedad, ni
del ciudadano contra el Estado; son la de-
fensa del hombre contra el hombre y de
una clase social contra otra. La defensa del
débil contra la injusticia del fuerte; del go-
bernado contra el abuso del gobernante; del
hombre libre contra el tirano y, hoy por
hoy, todavía, de la clase oprimida frente a
la clase opresora.
El contrato social, concebido como hecho
histórico, es absurdo. Su trascendencia doc-
trinaria' no proviene de lo que los hombres
hacen o hayan hecho en determinado mo-
mento, sino de lo que los hombres son en
sí, por su naturaleza. Desde este puntp de
vista, la teoría del contrato se convierte en
una especie de anticipo y fundamcntación
filosófica del poder constituyente y del acto
constituyente en la doctrina del Derecho
constitucional moderno. El contrato social
se realiza prácticamente todos los días, en
la necesaria acomodación y ajuste de las
personalidades individuales, de las volunta-
des individuales y de las órbitas de acción
individuales dentro del conjunto social, y
puede decirse que se celebra virtualmente
cuando una sociedad se organiza sobre las
bases de la igualdad y de la libertad, reco-
nocidas a los individuos que la forman.
Es indiscutible la afirmación del profesor
alemán Jorge Jellinek de que las declara-
ciones de los derechos del hombre no se ins-
piran en las ideas de Juan Jacobo Rousseau,
sino que, por el contrario, importan una li-
mitación de la soberanía que la teoría del
contrato social no reconoce ni tolera. Pero
debemos reconocer que los derechos del
hombre son, para el individuo, lo que la so-
beranía para la sociedad: el dominio y la
posesión de si mismo.
Para que la soberanía resida en la socie-
dad, la teoría del contrato requiere que los
individuos que la forman sean libres e igua-
les. La libertad y la igualdad de los indivi-
duos se asegura jurídicamente en todos los
aspectos prácticos "que revisten, por me-
dio del reconocimiento de los derechos del
hombre y del ciudadano. Derechos concre-
tos, diferenciados, específicos y exigibles,
tales como los enunció y enumeró la expe-
riencia de Inglaterra y de los Estados Uni-
dos.
Es fácil, pues, la conciliación de la sobe-
ranía y de los derechos del hombre, aun
dentro de la más rigurosa estrictez doctri-
naria. Por eso, decía Rousseau: "Cada uno
vuelve a entrar entonces en el disfrute de
sus primeros derechos y recobra su libertad,
perdiendo la libertad convencional por la
cual renuncia a aquélla". Y por eso, Kant,
que aceptó la idea del "contrato", pero no
la ficción de "voluntad general", y que atri-
buyó la soberanía al Estado, más aún, al
gobierno, creyó necesario defender al indi-
viduo de los posibles abusos e injusticias
provenientes del ejercicio del poder público,
y reconoció al hombre derechos civiles co-
mo miembro de la comunidad, no obstante
la renuncia de libertad que el contrato su-
pone.
Dice Kant, al explicar el contrato social:
"Es el contrato primitivo, seg,ún el cual to-
dos se desprenden de su voluntad exterior
anta el pueblo, para volver a recobrarla al
instante de nuevo como miembros de una
república". Y agrega: "No puede decirse
que el hombre en sociedad haya sacrificado
a un fin una parte de su libertad exterior,
natural; sino que ha dejado enteramente
su libertad salvaje y sin frenos para encon-
trar toda su libertad en la dependencia le-
gal, es decir, en e! estado jurídico; porque
esta dependencia es el hecho de su volun-
tad legislativa propia".
Esa posición de Kant la han confirmado
y perfeccionado más tarde ios tratadistas
italianos Emilio Crosa y Jorge Del Vecchio:
"El contrato' —dice Crosa—, determina la
concentración de los derechos individuales
en un ente común, de dónde cada uno los
recupera transformados en derechos civi-
les" O 89 ). Por su parte, afirma Del Vecchio:
"Es sabido que, según Rousseau, la esencia
del pacto se reduce a estos términos: "Cada
uno de nosotros pone en común su persona
(189) La sovranitá popolare. pág. 225.
y todo su poder bajo la suprema dirección
de ia voluntad general; y nosotros en cor-
poración recibimos a cada miembro como
parte individual del todo". Ahora bien: esta
entrega de los derechos de los individuos,
la cual se hace para la formación de una
persona pública y se les restituye inmedia-
tamente, es un acto puramente conceptual,
un proceso dialéctico al cual no corresponde
una serie de operaciones en el tiempo. Si la
transmisión tuviera verdaderamente la con-
sistencia de un acto empírico, el individuo
se encontraría durante determinado ins-
tante desprovisto de todo derecho; se en-
contraría reunida .en el ente político la
suma de los derechos de todos, y de ese
mismo ente dependería entonces la distri-
bución en.cualquier forma y medida. Tal es,
como hemos visto, la construcción de Hob-
bes; pero para Rousseau la cosa es del todo
diferente. La transmisión de los derechos
individuales a la persona pública sólo es un
supuesto para determinar la naturaleza de
ésta; y el contrato social, según las pala-
bras de Rousseau, sólo debe entenderse co-
mo "el acto por el cual un pueblo es un
pueblo". Pero un pueblo según la exigencia
filosófica ya examinada, debe estar de tal
modo constituido que en él los individuos
encuentren íntegros los mismos derechos
fundamentales que les pertenecen por na-
turaleza. Precisamente para que ocurra es-
to, y quede a priori excluido el que, algu-
nos de los asociados, pueda ser privado, al
menos en parte, de sus derechos origina-
rios, es necesario suponer (aquí está el re-
curso lógico que da un aspecto de paradoja
a la fórmula i de Rousseau) que todos han
hecho por igual renuncia de aquellos dere-
chos a favor de la comunidad. Si alguno
hubiera retenido alguna parte de sus dere-
chos, esto es, si no se hubiera sometido a
cuerpo social, tendría, con respecto a lo
otros componentes del mismo, una posiciói
privilegiada que haría inútil el principio d
la libertad igual para todos, en el cual esti
la suprema razón de la organización poli
tica. De ahí resulta, por lo tanto, el por qu
es necesario aquella aparente alienación d
Jos derechos de todos: sólo para que cadi
uno tenga asegurada la total restitución
tales derechos" («o).
En definitiva, la posición doctrinaria
Del Vecchio es la que adoptaron constitu-1
cionalmente las naciones de América, al or|
ganizarse de acuerdo con los dos principio
esenciales: soberanía popular y libertad ci|
vi!. El problema que actualmente suscita 1
conciliación indispensable de la soberanía!
U90) Sobre la teoría ctel contrato social.
gina 204.
social y de los derechos individuales, es uno
3? Vxs íiás graves y difíciles de la ciencia
jurídica, y a ello se opone en cierta medida
la concepción contemporánea de estos de-
rechos, viciada de anacronismo. Las decla-
raciones de Virginia y de Francia, y todas
las que les sucedieron, cometieron el exceso
de consagrar como derechos del hombre,
integrantes de la libertad, los que concier-
nen al patrimonio, sin advertir que, de ese
modo, consagraban el más peligroso indivi-
dualismo —no querido por Ja democracia—,
dejando dueñas del campo a las fuerzas
económicas que originan las injusticias so-
ciales.
Las declaraciones de derechos constitu-
yeron una valla opuesta al poder arbitra-
rio, pero sólo al poder político; en cambio,
consolidaron la legitimidad del poder eco-
nómico con los caracteres absolutos atri-
buidos al derecho de propiedad y al derecho
de contratar.
El liberalismo cumplió una altísima mi-
sión histórica al instituir en sistema jurí-
dico-político el principio que hace del hom-
bre un fin en sí mismo. A él le debemos la
dignidad del hombre y del ciudadano y, por
ello, le estamos obligados, pero es necesario
señalar su anacronismo como tipo de orga-
nización económica y social. Debemos creer
en la afirmación del filósofo Jorge Santa-
yana: "El liberalismo no ahonda mucho; es
un principio adventicio, un mero afloja-
miento de una estructura más antigua".
El concepto unitario de "libertad" se ha
desmembrado a través del proceso históri-
co, por la necesidad que existe de proteger
prácticamente sus manifestaciones visibles
en la vida de relación, y cada una de esas
manifestaciones ha revestido la forma de
derechos, reconocidos objetivamente al in-
dividuo por el gobierno a medida que lo ha
ido exigiendo el desarrollo paralelo de la
civilización y de la cultura. La libertad está
formada hoy por el conjunto de todos los
derechos individuales y consiste en el do-
minio del hombre por sí mismo: poder de la
conciencia y de la voluntad humanas sobre
el organismo que integra la personalidad y
que se ejerce por medio de la ejecución de
todos aquellos actos propios de la natura-
leza del individuo en estado de convivencia
social.
Los derechos individuales verdaderos, los
que constituyen la libertad, se refieren siem-
pre a la personalidad humana y se propo-
nen asegurar su inmediato y pleno desarro-
llo. La verdadera libertad es extraña por
completo, más aún, inconciliable con la fa-
cultad de abusar de la fuerza económica,
según lo permite la estructura jurídica sub-
sistente. Ya lo va proclamando con timidez
la reforma del Derecho civil, al no recono-
cer actualmente a la propiedad alguno de
los caracteres que tenía entre los romanos.
La abolición doctrinaria del jus abutendi
que la equidad minúscula del espíritu con-
servador admite hasta cierto punto, finca
en un concept^ fundamental que contiene
en sí un germen revolucionario capaz de
promover la cransformación que reclama el
siglo. Ese principio podrá enunciarse así:
Nadie tiene derecho de propiedad tan ex-
tenso que lo faculte para destruir lo que
constituye la riqueza social obtenida de la
naturaleza por el trabajo humano.
Es evidente la aberración individualista-
capitalista de que adolece nuestro orden ju-
rídico, siglo XIX, al prestar mayor atención
y atribuir más alta jerarquía a los bienes
que a las personas; el proteger con mayor
solicitud y esmero la propiedad del indivi-
duo sobre las cosas, que el dominio del
hombre sobre su personalidad. El liberalis-
mo iurídico-económico constituye una traba
para la producción y la cosecha de todos
los frutos técnicos y espirituales que forma
el acervo común de la sociedad, y resulta
innegable que las fuerzas intelectuales y
morales sólo existen y cooperan cuando se
les asegura las condiciones económicas de
nacimiento y de desarrollo en cada uno de
los individuos que concurren a la formación
del organismo colectivo. Elevados a la cate-
goría de derechos individuales sagrados e
inviolables, los derechos relativos al patri-
monio han significado siempre el privile-
gio de una clase opresora y expoliadora.
Por eso es necesario excluirlos tíe la liber-
tad. No son derechos individuales, porque
no se refieren a la personalidad humana.
Cada día se hace más urgente la indis-
pensable revisión de los derechos del hom-
bre entre los cuales aparecen incluidos los
relativos al patrimonio. Sólo se debe reco-
nocer el carácter de derechos del hombre
a los que, reunidos, forman el mínimum ju-
rídico de la libertad. Urge la rectificación
para que se cumpla, en la normalidad de su
curso, el proceso de solidaridad social, tra-
bado hasta ahora por el abuso secular de la
fuerza económica.
18. EL PROCESO IDEOLÓGICO
La vaguedad del principio democrático
expresado como sentimiento o regla de con-
ducta social se traduce en la inocuidad ro-
mántica de una imprecisa aspiración de so-
lidaridad humana. La democracia se iden-
tifica, así, con el socialismo utópico: en-
sueño de precursores, adquiere la ineficacia
de las puras concepciones poéticas. Se hace
totalmente inofensiva.
El inconveniente de proclamar a la de-
mocracia como un ideal, consiste en procla-
mar, también, implícitamente, su impracti-
cabilidad. A consecuencia de ello, se con-
vierte en un comodín del vocabulario ro-
mántico y del bagaje sentimental. Se usa
y se abusa de él en un deporte inocente y
provechoso en el que las palabras cobran
un valor mitológico y los sentimientos e
ideas desempeñan el papel de abstracciones
simbólicas. De ese modo se desprestigian to-
das las místicas y así se ha desprestigiado
la mística democrática.
La Revolución Francesa usó y abusó de ía
mística democrática, ante la necesidad de
crear mitos y utilizarlos como instrumentos
heroicos de exaltación revolucionaria. Ella
no creó la declaración de derechos del
hombre y del ciudadano; la tomó prestada
de los Estados Unidos. Pero la declaración
de los derechos, no obstante el énfasis de
su redacción, no pasaba de ser una discrimi-
nación intelectual del sentimiento integral
y unitario de la libertad. Por cálidas que
íuesen las palabras, era frío el análisis que
separaba los elementos de la libertad heroi-
ca y le daba forma 'de derechos exigibles
prácticamente para asegurar su efectiva
protección jurídica.
La Revolución Francesa adoptó la siste-
mática de la emancipación norteamerica-
na ( m ), pero creó la mística del ideal de-
mocrático de perfección social indefinida y
continua. Pisando sobre el cimiento doctri-
nario de la soberanía social construido en
definitiva por Rousseau, procuró asegurar
con técnica sajona el ejercicio de la libertad
individual. Se concillaba de este modo una
contradicción. Los términos opuestos "so-
beranía" y "derehos del hombre" se enlaza-
ban en abrazo cordial. Todo ello bajo la
cálida advocación de un grito popular que
la emoción revolucionaria convirtió en :trí-
pode de la democracia.
Un ciudadano francés de 1789 podía no
comprender ni mucho ni poco el carácter
jurídico de la declaración de los derechos
del hombre y del ciudadano, pero ponía
toda la fuerza creadora del impulso forja-
dor de una humanidad nueva en el grito de
"libertad, igualdad, fraternidad".
Las declaraciones de derechos del hom-
bre encierran una concepción negativa de
la libertad desde que la presentan como
limitación del poder político. La libertad
del grito revolucionario es una concepción
unitaria, integral, activa, creadora. El sis-
(191) Francisco Nlttl, en su obra más reciente
y fundamental (La democracia), considera que "la
democracia moderna es esencialmente norteameri-
cana en su contenido y en su desarrollo" (pág. 43).
lo que Implica negar significación a la obra des-
tructiva y constructiva de la Revolución Francesa.
tema sajón de catalogar derechos tenía una
finalidad práctica, inmediata y durable que
consistía en oponer la autoridad de la ley
a la autoridad de los hombres. La mística
democrática de los franceses tenía una fi-
nalidad trascendente, ideal, metafísica, que
abarcaba todos los aspectos de la posible
perfección humana. La actitud sajona es
jurídica; la actitud francesa es religiosa.
Para los norteamericanos, los derechos del
hombre eran un código; para los franceses,
un decálogo. Los norteamericanos —como
los ingleses—, se proyectaban hacia atrás,
hacia el pasado, para construirlo. Por eso es
tan diferente el tono emocional de las dos
declaraciones y sus términos tan parecidos.
El 27 de julio de 1789, el abate Siéyes de-
claraba a la Asamblea Constituyente: "He-
mos juzgado que la Constitución debía es-
tar precedida de una declaración de los
derechos del hombre y del ciudadano; no
que esta exposición pueda tener por objeto
imprimir a estas verdades primeras una
fuerza que ellas reciben de la moral y de
la razón, que ellas tienen de la naturaleza
que las ha depositado en todos los corazo-
nes junto al germen de la vida; que las ha
hecho inseparables de la esencia y el carác-
ter del hombre; pero es por estas mismas
causas que vosotros habéis querido que es-
tos principios imborrables ertuviesen sin
cesar presentes a nuestros ojos en la Cons-
titución".
Los revolucionarios franceses presenta-
ban así a la democracia. Necesitaban del
mito sentimental, heroico, religioso, y tu-
vieron necesidad de asentarlo en la verdad
revelada: el dogma. Esto no puede escan-
dalizar ni sorprender a nadie. Todos los
ideales humanos han revestido y revisten
aún formas parecidas. Acaso en ella reside
el secreto de su fuerza vital. Juan Jaurés
resumía el contenido ético, económico y po-
lítico de la democracia dentro de la estruc-
tura republicana, diciendo: "¡La república
es la justicia!"
La mística democrática es simplista como
todas las místicas. A la Revolución Francesa
le bastaron tres palabras mitológicas para
crear con ellas el mito redentor. A lo largo
de los años —ya empiezan a contarse por si-
glos— aparecen desgastados por el uso y el
abuso, y desprovistas de contenido. Ahora
son totalmente inofensivas. Hasta su sono-
ridad provoca natural desconfianza y pre-
viene en su contra. Cada vez se han he-
cho más "palabras" y cada vez son menos
"ideas" o "sentimientos".
Sin embargo, esas palabras son todavía
insustituibles como expresión sentimental
de una realidad humana instintiva, cuya
continuidad se mantiene a través del ira-
pulso, aunque sus manifestaciones aparez- caracteres de resistencia y de reacción con-
can condicionadas por exigencias intelec- tra la acción opresiva de las trabas exterio-
tuales y técnicas en constante renovación. res, acaso más eficaces si asumen forma de
El orden de colocación de esas tres pala- sanción o amenaza de sanción. La autori-
bras no parece debido a la casualidad. .Es dad es un viejo tabú, más poderoso como
un orden lógico y cronológico. Primero, el amenaza que como castigo, por la eficacia
individuo; la unidad social. Segundo, las de sus resortes morales.
condiciones básicas de la constitución del La democracia planteó y resolvió el pro-
organismo social. Tercero, el espíritu de so- blema de la libertad al instituir, en vez de
lidaridad, triunfante al fin. la razón de Estado, el principio de autoridad
La democracia de los siglos xvm y xrx de la ley, que ya estaba en las doctrinas
realizó la primera hornada solamente. Por aristotélicas. Toda autoridad personal que-
eso es que, en la historia, la democracia da definitivamente abolida. Nadie está obli-
liberal individualista de las instituciones gado a hacer lo que la ley no manda, ni pri-
republicanas se identifica de un modo defi- vado de hacer lo que ella no prohibe. De
nitivo con la idea de libertad civil y políti- esta manera, el constitucionalismo procu-
ca, a través de los derechos del hombre y raba y pretendía cerrar el ciclo de la arbi-
del ciudadano. En eso consiste todo su con- trariedad. Y la libertad consistía precisa-
tenido jurídico-institucional; lo' mismo aho- mente en eso; en la obediencia de la ley.
ra que en tiempos de Pericies, no obstante Así, la libertad es, a un mismo tiempo, au-
la universalidad contemporánea del princi- tonomía y disciplina de la personalidad hu-
pio y la practicidad que le aportaron las mana. Contrapeso y equilibrio de derechos
declaraciones enumerativas del sistema sa- y deberes. Expansión y, al mismo tiempo,
jón. regulación de la personalidad. "La libertad
Desde el punto de vista histórico y desde —decía Clemenceau— es el arte de discipli*
el punto de vista lógico, la libertad asume narse a sí mismo para no ser desciplinado
un carácter negativo. La órbita de acción por los otros".
individual se ensancha como consecuencia El constitucionalismo hizo de la libertad
del estrechamiento progresivo de la órbita un interés humano socialmente protegido
de acción del poder arbitrario. Cada dere- o, si se quiere, "jurídicamente protegido",
cho es una franquicia, licencia o permiso de conformidad a la fórmula clásica.
arrancado a la autoridad. El feudalismo se ¿Y la igualdad? Hemos dicho que consis-
caracteriza por su sistema contractual de te en las condiciones básicas en que deben
Derecho público incipiente. El vasallaje es hallarse las unidades sociales o individuali-
una relación de Derecho privado que se dades para constituir el organismo social.
transforma en relación de Derecho público. En este sentido fracasó la Revolución Fran-
Las cartas o fueros obtenidos por las ciuda- cesa y, por consiguiente, fracasan también
des de sus señores, los fueros obtenidos por la democracia liberal y el constitucionalis-
los vasallos nobles de su rey fueron la pri- mo q.ue la consagró.
mera forma de las concesiones que luego Las condiciones básicas necesarias para
culminan en los derechos del individuo li- la constitución del organismo social son
bre. Son, siempre, obsequios, más o menos condiciones económicas. En ellas fincan to-
forzosos, pero graciosamente otorgados por das las posibilidades del individuo en so-
la autoridad, que tenía formas de propie- ciedad; a ellas están subordinadas todas las
dad privada y actuaba por medio del con- manifestaciones superiores de la cultura.
trato, evolucionando hacia una disminución La civilización consiste en el dominio del
de prestaciones por parte ciel individuo. hombre sobre la naturaleza. Ese dominio es
Del mismo modo que la primera idea de obra manual de la especie; triunfo de la
libertad física nace en el individuo cuando técnica cuantitativa. La cultura —cualita-
cesan de actuar sobre él fuerzas materiales tiva— es accesible al individuo en la me-
que le mantuvieron sujeto e imposibilitado dida que lo permite su grado de participa-
de accionar, la libertad integral aparece ción en los beneficios económicos que la ci-
concebida como la cesación de presiones ex- vilización ofrece y puede suministrar.
ternas, materiales, o morales e intelectua- Es inútil toda pretensión de encontrar
les en forma de estructura jurídica. Los la- otra causa generatriz de jerarquías huma-
zos jurídicos equivalen a los lazos que suje- nas. No hay jerarquías humanas, sino je-
taron y trabaron al prisionero o al esclavo. rarquías sociales estereotipadas en el indi-
El vínculo jurídico es, virtualmente, una viduo por adaptación y por herencia. En
fuerza material, opresiva; una amenaza de todo caso, sólo habría jerarquías raciales.
fuerza material, que vale tanto como ésta. Está, a nuestro juicio, perfectamente demos-
La libertad obtenida como derecho, como trado que todas las jerarquías provienen de
facultad de hacer y aun de no hacer, tiene la adecuación de grupos humanos, vencedo-
res o vencidos, a una división del trabajo
impuesta coactivamente por la fuerza gue-
rrera convertida en gobierno y en institu-
ción jurídico-social bajo el nombre de Es-
tado.
La igualdad, como la libertad, asume ca-
racteres negativos desde un doble punto de
vista lógico y cronológico. Se presenta como
el restablecimiento de los valores huma-
nos, a través de la abolición de las jerar-
quías sociales impuestas artificialmente por
la arbitrariedad interesada en un determi-
nado grupo vencedor convertido en clase
social dominante ( 192 ).
De esta suerte, la historia de la igualdad
es la historia de la disminución de los pri-
vilegios sociales, políticos y económicos. La
igualdad conquista el terreno que cede el
privilegio, a consecuencia de la lucha de
clases. Ya no interesa el ingenuo "dogma
de la igualdad natural" proclamado por la
mística revolucionaria y utilizado ahora,
maliciosamente, para desnaturalizar el pro-
blema y desacreditar la "igualdad de posi-
bilidades" o "igualdad de puntos de par-
tida".
La experiencia democrática ha demos-
trado definitivamente —a través de siglo
y medio—, que es tan absurda la igualdad
natural absoluta como es viable y justicie-
ra la igualdad económica. Pero eso no se
consigue con la simple igualdad ante la ley,
con la igualdad de derechos políticos y ci-
viles. Por el contrario, la conquista de esa
igualdad de derechos ha demostrado su
Ineficacia. Mientras subsista la actual es-
tructura económica, subsistirá el privilegio,
que es fuente inagotable de desigualdades.
La abolición de la esclavitud era una
vieja exigencia de la moral humana. Asu-
mió formas doctrinarias en la religión, en
la filosofía y en el Derecho; pero su con-
sagración legislativa no fue el espontáneo
reconocimiento de su justicia por parte de
los privilegiados. Los seres humanos deja-
ron de ser objetos del Derecho cuando el
progreso de la técnica industrial convenció
a los amos de que realizaban excelente ne-
gocio si se convertían en patronos.
Desde el punto de vista jurídico y filosó-
(192) "El contenido de esta idea formal de
igualdad tiene por consiguiente su historia, que
coincide con la historia del Derecho. Hegel ha acu-
ñado, para expresar este proceso, ¡a famos? frase:
«La historia universal es el progreso hac'a la con-
ciencia de la libertad, un progreso que hemos de
reconocer en su necesidad». La división periódica
que hace Hegel de la historia universal se basa
en «que los orientales sólo supieron que uno era
libre, e! mundo griego y romano supo que lo eran
algunos, pero nosotros sabemos que todos los hom-
bres en si —es decir, el hombre— son libres-)" (H>-
ller, H., Las ideas políticas contemporáneas, pá-
gina 88).
fico se había dado un paso gigantesco; se
había operado una verdadera revolución.
Desde el punto de vista económico y prác-
tico no había pasado nada. Reemplazar al
esclavo por el proletario y al amo por el
patrono podía ser la ilusión satisfactoria de
un momento de embriaguez, pero no la so-
lución del problema. Antes, el hombre era
esclavo del hombre a través del hombre
mismo; luego fue esclavo del hombre a tra-
vés de la tierra; ahora es esclavo del hom-
bre a través del capital en sus múltiples
formas. Esclavo, siervo, proletario.
Aristóteles había dicho que la mayor in-
justicia consistía en tratar igualmente las
cosas desiguales. La Revolución Francesa
rectificó este concepto, invirtiendo sus tér-
minos, al sostener que la justicia consiste
en no tratar desigualmente las cosas igua-
les. Por último, la Rusia revolucionaria pro-
clama como fórmula de justicia: "a cada
uno según sus necesidades; de cada uno,
según sus aptitudes".
19. EL PROCESO ECONÓMICO
El socialismo aparece como una prolon-
gación del impuesto democrático, que se
aparta del problema político y pone toda su
atención en el problema económico. El li-
beralismo burgués que triunfó en la Revo-
lución Francesa constituye una desviación
del verdadero espíritu de aquella gran sa-
cudida revolucionaria. La igualdad conce-
bida por la mística democrática era de ca-
rácter económico, mas resultó traicionada
por la declaración de los derechos del hom-
bre, copiados de las leyes sajonas. Es verdad
que la igualdad jurídica de los hombres
"contiene en germen la idea de la justicia
social hasta en sus últimas aplicaciones
posibles", según afirma Del Vecchio, pero es
más cierto aún que esa idea de la justicia
social fracasó en las tentativas de reformas
propuestas por Robespierre, Saint Just y
Babeuf. El mismo Del Vecchio explica este
fracaso diciendo que "realizada una prime-
ra revolución jurídica y económica, se for-
mó una nueva malla de intereses bastante
fuerte para resistir las presiones hacia nue-
ves y más radicales reformas". A juicio de
Dol Vecchio: "los más graves sufrimientos
ya habían sido calmados por la abolición
de los privilegios feudales, la venta de los
bienes nacionales y un más justo reparto
de los impuestos. Aunque virtualmente
tonces ya se había afirmado la idea de
teriores reivindicaciones, los tiempos
no eran propicios y tenían que resultar
inútiles los esfuerzos de una. minoría que
las deseaba" c-™).
(193) Derechos del hombret pág. 120.
 El principio de la "inviolabilidad de la
propiedad", como derecho individual, apa-
rece en las declaraciones constitucionales de
Estados Unidos y de Francia, como una
valla opuesta al poder arbitrario, como una
manera de defender la autonomía del in-
dividuo frente a los abusos de la autoridad
política. Asi lo reconoce Augusto Comte en
su "Sistema de Filosofía positiva", al ocu-
parse del carácter del derecho de propiedad,
cuando dice: "Esta teoría, antisocial histó-
ricamente, debida a una reacción exage-
rada contra opresiones excepcionales, es tan
desprovista de justicia como de reali-
dad" (i»«).
Del Vecchio opina en el mismo sentido:
"Está fuera de duda que la Revolución no
se dirigía a destruir, sino a reforzar la
propiedad privada, liberándola r de la arbi-
trariedad y opresión feudal' (i» >).
Por su parte, Laski afirma: "El Estado
está organizado —como todo sistema so-
cial—, alrededor de una idea de justicia;
pero esa idea imagina al individuo como
dueño de una propiedad y procura, sobre
todo, la protección de ésta; representa la
filosofía del siglo xvm, el deseo de la
burguesía de obtener garantías contra los
ataques de un poder arbitrario" (1!)(i).
Así se explica también que la declaración
de inviolabilidad aparece seguida de inme-
diato en las Constituciones por la institu-
ción de la expropiación que reemplaza a la
antigua confiscación de bienes. En la psi-
cología revolucionaria pudo más la urgen-
cia defensiva del individuo •—secularmente
oprimido por la .autoridad arbitraria que
solía utilizar la confiscación de bienes como
eficaz expediente para sofocar rebeldías y
anular resistencias—, que el afán construc-
tivo de una sociedad sin privilegios econó-
micos, y en donde la igualdad fuese real,
efectiva y concreta.
Por eso, Babeuf dedicaba a la igualdad
su "Manifiesto de los iguales", reclamando
la "igualdad de hecho", a la que Condorcet
calificaba de "fin supremo del arte social",
y proclamaba: "la Revolución Francesa no
es sino la vanguardia de otra revolución
mucho más grande, más solemne, y que se-
rá la última". Por eso, también, el "Aná-
lisis de la doctrina de Babeuf" contenía la
enumeración de los principios de la igual-
dad económica en las once cláusulas si-
guientes :
"D La Naturaleza ha dado a todos los
hombres un derecho igual al goce de todos
los bienes.
"2) El obieto de la sociedad es defender
(194) Sisteme de philosophir pusitivc, pág. 163.
(1951 Derechos del hombre, p;ig. 121.
'196) Introducción a la política, pág. 57.
esta igualdad, atacada con frecuencia por
el fuerte y el malvado, en el estado de
naturaleza, y aumentar con la cooperación
de todos, los goces comunes.
"3) La Naturaleza ha impuesto a cada
uno la obligación de trabajar. Nadie puede,
sin cometer un crimen, sustraerse al tra-
bajo.
"4) El trabajo y los goces deben ser co-
munes.
"5) Hay opresión en el hecho de que
uno se extenúe trabajando y carezca de
todo, al paso que otro nade en la abundan-
cia sin hacer absolutamente nada.
"6) Nadie ha podido, sin cometer un
crimen, apropiarse exclusivamente los bie-
nes de la tierra o de la industria.
"7) En una verdadera sociedad no debe
haber ni-ricos ni pobres.
"8) Los ricos que no quieren renunciar a
lo superfluo a favor de los indigentes son
los enemigos del pueblo.
"9) Nadie puede, por la acumulación de
todos los medios, privar a otro de la instruc-
ción necesaria para su felicidad. La instruc-
ción debe ser común.
"10) El fin de la revolución es destruir
la desigualdad y restablecer la felicidad de
todos.
"11) La revolución no se halla terminada,
porque los ricos absorben todos los bienes y
mandan exclusivamente, al paso que los
pobres trabajan como verdaderos esclavos,
se arrastran en la miseria y no son nada
en el Estado".
El derecho de propiedad triunfante en la
Revolución Francesa, y consagrado por la
"declaración de los derechos del hombre"
de 1789, cristalizó en la fórmula del ar-
tículo 544 del Código de Napoleón, fruto
del cansancio postrevolucionario: "La pro-
piedad es el derecho de gozar y disponer
.de las cosas del modo más absoluto, siem-
pre que no se haga de ellas un uso prohi-
bido por las leyes o por los reglamentos".
Esta fórmula se hizo universal. Constituyó
el cimiento de toda la vida económica con-
temporánea, sobre el cual reposa el auge
del capitalismo financiero.
No obstante el fracaso de la igualdad de
hecho —de aquella igualdad económica que
constituía la aspiración de la mística re-
volucionaria y que aparece expresada en
el análisis de la doctrina de Babeuf—, la
igualdad jurídica de todos los hombres
alarmaba por sus consecuencias lógicas a
los espíritus conservadores del siglo xix.
Ante cada un^: de las reformas legislativas
tendientes a dar una cierta elasticidad so-
cial al derecho de propiedad, experimen-
taban ur\% profunda inquetud, que Trop-
long traduce en los siguientes térnv'
"Desconfiemos sobre todo de los sistemas
que se dicen amigos de la propiedad, y que
so pretexto de curarla de vicios que no la
afectan, la aconsejan dejarse amjmtar sus
miembros más esenciales. Tales medios de
salvarse, no son rnás que medios de perecer
más seguramente, más absolutamente. Yo
me quejo de estos salvadores de la propie-
dad que le ofrecen por pararrayos el hierro
preparado por sus enemigos" (1!>7).
Entre los sistemas a que alude Troplong,
merece ser destacado el derecho natural
explicado y sostenido por Ahrens con estas
palabras: "El hombre, en su libre persona-
lidad, permanece miembro orgánico de to-
das las esferas sociales, de la familia, del
municipio, de todo el orden social. De aquí
se sigue que la propiedad debe presentar
igualmente estas relaciones orgánicas, que
la propiedad individual está sometida a
unos derechos que la familia, el municipio
y el Estado tienen que hacer valer. Sstas
relaciones constituyen lo que se puede lla-
mar elemento social de la propiedad, por el
cual no se destruye el elemento personal,
pero se modifica diversamente. La historia
de la propiedad demuestra en diversas épo-
cas el predominio del uno o del otro de
estos elementos. Al derecho de propiedad
está, pues, unidos grandes deberes, y la pro-
piedad, aunque teniendo su base en la per-
sonalidad, debe también cumplir una mi-
sión social. Esta concepción más elevada
del fin moral de la propiedad no es extraña
al derecho".
Con todo, la fórmula rígida y absoluta del
Código de Napoleón quedó triunfante y se
impuso como un mandato divino a través
de los jurisconsultos más famosos: "Dios,
que ha creado al hombre sociable —decía
Demolombe—, le ha dado al mismo tiempo
el medio de cumplir sus destinos, y así es
Dios mismo quien ha instituido el derecho
de propiedad" (M«).-
En vano quiso el Derecho natural ate-
nuar los rigores de la fórmula del Código
napoleónico. Alterarla, significaba destruir-
la, como bien lo admitía la intuición de
Troplong. Por eso, Víctor Cousin llegaba a la
conclusión terminante y definitiva de que
"o el derecho x de propiedad es absoluto o
no existe" (i»»).
El problema de la justicia económica ha
girado en torno al problema de la propie-
dad, planteado por Babeuf, desde la Revo-
lución Francesa hasta nuestros días, y, aun
cuando la ciencia jurídica se resiste a
aceptar la disyuntiva extremista de Cousin,
es evidente el acierto intuitivo de Troplong
S i g u i e n t
(197) La propiedad, págs. 9, 359 y 360.
(198) T. 9, núm. 534.
(199) Justice ct chanté, pág. 29.
al desconfiar de todas las reformas que la
doctrina ha tolerado y que la legislación ha
adoptado.
Las Constituciones modernas empezaron
con cierta timidez o introducir modificacio-
nes en el concepto jurídico de la propiedad.
Unas veces estableciendo distingos en la
naturaleza del Derecho en razón de su ob-
jeto, como la Constitución de Méjico de
1917, que atribuye originariamente a la
Nación la propiedad de las tierras y aguas
comprendidas dentro de los límites del te-
rritorio nacional; otras veces afirmando
que la propiedad obliga y que su uso ha
de constituir al mismo tiempo un servicio
para el bien general, como la Constitución
alemana de 1919; otre.s, por último, afir^
mando que toda la riqueza del país, sea
quien fuere su dueño, está subordinada a
los intereses de la economía nacional, que
la propiedad podrá ser socializada y la ri-
queza artística e histórica, sea quien fuere
su dueño, constituye tesoro cultural de la
nación; como la Constitución de la Repú-
blica española, de 1931.
Como puede verse, ninguno de estos paí-
ses va más allá de Rousseau, cuando éste
decía: "El Estado es, respecto a sus miem
bros, el dueño de todos los bienes, por <
contrato social,... Los poseedores son con
siderados como depositarios".
Ninguna de esas Constituciones se atre
ve a declarar la abolición o inexistencia c
la propiedad individual, pero ésta no apa
rece ya con las características del Códigí
de Napoleón, a cuyo artículo 544 se refiere
los tratadistas Planiol y Ripert, diciendo
"Esta definición célebre que hace del dere
cho de propiedad un derecho sobre la eos
y un derecho absoluto, traduciendo así 1
concepción individualista del «dominiura
romano a la que han entendido volver lo
redactores del Código civil, tiene el defect
de no señalar más que un carácter de
Derecho de propiedad, cuya exactitud pued
ser cuestionada, pues se verá que ni (
derecho del goce ni el derecho de disposiciói
del propietario son realmente absolutos. Ell¡
deja en la sombra otros dos caracteres má
esenciales: la exclusividad y la perpetuidad
Debe, pues, preferirse la definición siguien-í
te: «El derecho en virtud del cual una cosa
se encuentra sometida, de un modo perpetug
y exclusivo a la acción y a la voluntad
una persona»" C 2 0 0 ).
En la definición de Planiol y Ripert
hallan abreviadas las cualidades que carac-1
terizan al derecho de, propiedad del Códigój
civil argentino en sus artículos 2506,
e P á g i n a
(200) Traite pratiqúe de Droit civil
"Les biens", pág 215.