Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
COLONIALISMO Y
CONFLICTOS DINÁSTICOS:
1) EL SISTEMA DE UTRECHT Y LA APLICACIÓN DE LA TEORÍA DEL “EQUILIBRIO” .
2) LAS TRANSFORMACIONES MILITARES Y NAVALES.
3) LAS GUERRAS DE SUCESIÓN DE POLONIA Y AUSTRIA
4) LAS GUERRAS DE LOS SIETE AÑOS (1756-1763) Y DE LA INDEPENDENCIA DE LOS
ESTADOS UNIDOS (1775-1783)
5) CONFLICTOS EN ORIENTE. GUERRAS RUSO-TURCAS, CONFLICTOS EN EL BÁLTICO Y
REPARTOS DE POLONIA .
6) LA SITUACIÓN INTERNACIONAL A COMIENZOS DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA.
1) EL SISTEMA DE UTRECHT Y LA APLICACIÓN DE LA “TEORÍA DEL EQUILIBRIO”.
A la muerte de Carlos II, todas las potencias, excepto el Imperio, reconocieron a Felipe V como
heredero, pero la prepotencia de Luis XIV (expulsión de los holandeses de las plazas ocupadas en
Flandes en la paz de Ryswick, ingerencia en el comercio de las Indias, etc.) indujo a las potencias
marítimas a concertar la Gran Alianza, junto con el Imperio, en defensa de la candidatura del
archiduque Carlos, a lo que Luis XIV respondió reconociendo a Jacobo III como rey de Inglaterra. El
gobierno whig reaccionó declarando la guerra a Francia en 1702. El conflicto se internacionalizó al
apoyar Francia a Felipe V, además de, Baviera y Colonia, y al archiduque (proclamado rey como
Carlos III), además de los aliados (Inglaterra, Provincias Unidas y el Imperio), la mayoría de los
estados alemanes, Dinamarca y Prusia, y, a partir de 1703, Saboya y Portugal.
En un primer momento, los borbónicos ocuparon el Milanesado, pero una reacción aliada en 1704
condujo a la ocupación de Baviera y a la expulsión de los franceses de la orilla derecha del Rin.
Una serie de victorias aliadas, como la de Turín (1706), Ramillies (1706) u Ouedenarde (1707) no
sólo desalojaron a los borbónicos de Flandes y el norte de Italia, sino que obligaron a Francia a
replegarse a su territorio.
En España la contienda tomó además un cariz de guerra civil, ya que los territorios de la Corona
de Aragón apoyaron a Carlos y no empezaron a ser ganados por Felipe V hasta la batalla de
Almansa (1707), pasando a tomar la iniciativa en la península. Sin embargo, los ingleses ya habían
ocupado Gibraltar (1704) y Menorca (1708), y los aliados ocupaban Milán (1706), Nápoles
(1707) y Cerdeña (1708), con lo que la situación pasó a ser crítica para el bando borbónico, sobre
todo después de la rendición de Tournai y Mons en 1708-1709 y las derrotas de Malplaquet (1709)
y Geytrudenberg (1710), llegando a estar Luis XIV, con Francia invadida por el norte, a punto de
capitular (no lo hizo por la pretensión aliada de que contribuyera a expulsar a su nieto del trono).
La situación dio un vuelco en los años siguientes por circunstancias ajenas a la guerra: la muerte de
José I en 1711 convirtió al archiduque Carlos en el nuevo emperador, Carlos VI. Esta coyuntura
provocó los temores de los propios aliados (sobre todo de Inglaterra, donde los tories, pacifistas,
habían llegado al poder en 1710), que no querían ver reeditado el imperio de Carlos V. Esto, junto
con algunas victorias borbónicas, como en Brihuega y Villaviciosa (1710), o Denain (1712), empujó a
los contendientes a buscar la paz, que se concertaría en Utrecht (1713) y Rastadt (1714).
Por su parte, Felipe V concluyó la conquista de los últimos reductos austracistas en la península en
1714 (Barcelona) y 1715 (Mallorca).
POLÍTICOS:
• Reconocimiento de Felipe V como rey de España (no fue reconocido por Austria) y
renuncia de éste al trono francés.
• Fin del apoyo francés a los pretendientes Estuardo al trono inglés.
• Reconocimiento como reyes del elector de Brandemburgo (rey de Prusia) y del
duque de Saboya (rey de Sicilia).
• Creación del Electorado de Hannover (a cuyos duques se adjudicaba la sucesión al
trono inglés por el Acta de Establecimiento de 1701).
TERRITORIALES:
• Cesión de España a Austria de los Países Bajos, Luxemburgo, Milán, los presidios de
Toscana, Nápoles y Cerdeña (que cambiarían a Saboya por Sicilia).
• Cesión de España a Saboya de Sicilia y parte de la Lombardía española (Lomellina
y Valsesia).
• Cesión de Francia a Inglaterra de ciertos enclaves coloniales (Acadia, Terranova,
Bahía del Hudson y la Isla de san Cristóbal), así como algunas plazas fuertes de los
Países Bajos a las Provincias Unidas (Furnes, Ypres, Tournai, Mons, Charleroi, Gante,
Namur, Menin y Poperinghe), y demolición de las fortificaciones de Dunkerke.
• Incorporación a Francia del ducado de Orange.
• Incorporación a Prusia del Güeldres español y Neuchâtel.
• Inglaterra obtendría Gibraltar y Menorca.
COMERCIALES
• Status de Inglaterra como “nación más privilegiada” en el comercio con las Indias
Españolas.
• Derecho de asiento (monopolio por 30 años de la trata de negros en la América
Española).
• Navío de permiso: derecho anual de enviar un navío de 500 Tm. a las Indias
Españolas (ruptura del monopolio comercial español en América).
Las guerras del siglo XVII trajeron la disolución del concepto medieval de la Comunidad
Cristiana de Europa. Unos barajaron las ideas de los Imperios Universales y otros volvieron a las
ideas italianas del siglo XV de mantener la paz mediante un equilibrio entre las grandes
potencias.
Este sistema de equilibrio tenía sus ventajas: podía utilizarse para justificar la declaración de
guerra contra una potencia que amenazara tal equilibrio, aunque paradójicamente se tendió a
utilizar para justificar la agresión.
El sistema tardó en imponerse, por la reticencia, entre otros de Francia, poco proclive a renunciar
a su preponderancia en el continente. Por otras razones, potencias emergentes, como Prusia o
Rusia, o aquellas en decadencia, pero aún con aspiraciones de remontarla, como el Imperio
Otomano, eran contrarias igualmente, ya que este equilibrio suponía el mantenimiento de un
statu quo que a estas tres potencias le interesaba modificar a su favor.
EXPANSIÓN DE FRANCIA HACIA EL RIN: El hecho territorial más importante de la historia de Francia en el siglo
XVII, época de su mayor apogeo militar, correspondiente a los reinados de Luis XIII y Luis XIV, es la ampliación
de su territorio hacia el Rin.
A comienzos del reinado del primer monarca citado, la frontera oriental de Francia era la indicada por la línea
del signo 1); en cambio, al final del gobierno de Luis XIV, seguía por la línea correspondiente al signo 2. Esta
considerable expansión se realizó en el transcurso de continuas luchas victoriosas, seguidas por otros tantos
tratados de paz afortunados.
Por el tratado de Westfalia (1648), Francia, además de adquirir derechos poco especificados sobre Alsacia, se
hizo reconocer la cesión definitiva de los obispados de Metz, Toul y Verdún, incorporados por Enrique II en 1552
(signo 3). A la constitución de estos enclaves en territorio del Imperio, siguió la anexión de Sundgau (signo 4). Por
la paz de los Pirineos de 1659, Luis XIV obtuvo, además, del Rosellón, el Artois y las estratégicas plazas de
Landrecies, Montmedy y Diedenhofen, aparte otros territorios que unían en un todo los obispados ya referidos
(signo 5). En la guerra de Devolución arrancó a España varias plazas en Flandes, en particular Lille (signo 6), y
por la paz de Nimega (signo 7) se hizo ceder por la misma nación el Franco Condado y las plazas de San Omer,
Maubege, Cambrai y Longwy, aparte de otras menos importantes. En fin, por la política de las Cámaras de
Reunión (signo 8), ocupó Alsacia con Estrasburgo.
El signo 9 indica las plazas que en este período pertenecerían a Francia fuera de las fronteras del reino.
GUERRA DE SUCESIÓN: Entre la guerra de Treinta Años, a mediados del siglo XVII, y las guerras de la Revolución
Francesa y el Imperio napoleónico, a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, no hay en la historia política
europea una conflagración mayor que la producida por las discrepancias internacionales respecto a la sucesión en
el trono español, vacante por muerte del último de los Austrias, Carlos II, en 1700. En realidad, no se trataba tan
sólo de resolver un litigio jurídico entre los pretendientes Felipe de Borbón y Carlos de Habsburgo; sino de
establecer o de derrumbar, según los bandos en pugna, la hegemonía de Luis XIV y Francia en Europa.
En la lucha, Francia contó con la alianza de España, aunque en este país los súbditos de la Corona de Aragón se
proclamaron a favor de Carlos de Habsburgo y lucharon tenazmente por su causa. En cambio, figuraron entre los
adversarios Austria (con Bohemia y Hungría), los príncipes del Imperio alemán (entre ellos los electores de
Brandeburgo), Holanda, Inglaterra, Portugal y el ducado de Saboya (signo 1).
Después de once años de lucha (ofensivas borbónicas, signo 3; aliadas, signo 2) en general favorables a la Gran
Alianza, se firmaron las paces de Utrecht (1711) y Rastatt (1712). Por ellas se reconocían los derechos de Felipe
V al trono español; pero España perdía en Europa: Flandes, Luxemburgo, Milán, Nápoles, Sicilia y Cerdeña,
posesiones que fueron atribuidas a Austria (signo 4), salvo Sicilia, que fue incorporada a Saboya (después hubo
un trueque entre Cerdeña y Sicilia, en 1718). Además, España cedió Gibraltar y Menorca a Inglaterra. El elector
de Brandeburgo recibió el título de rey en Prusia y el duque de Sajonia el de rey de Sicilia (luego de Cerdeña).
1.3. El Revisionismo de Utrecht por Parte de España.
En 1714 se produce en España una auténtica revolución palatina ocasionada por el segundo
matrimonio de Felipe V con Isabel de Farnesio, y que provocó el cambio de influencia en la
corte española, pasando de ser francesa a italiana. La nueva soberana aspiraba a librar a Italia
de alemanes y asegurar los ducados de Parma y Toscana a sus hijos, puesto que la Corona de
España correspondía a los hijos del primer matrimonio de Felipe V.
Alberoni, ministro italiano en la corte española, preparó diplomáticamente la denuncia española
del Tratado de Utrecht. Para ello se acercó al rey inglés Jorge I y firmó un tratado comercial muy
favorable a los intereses británicos. Pero a pesar de ello Inglaterra no estaba dispuesta a
pisotear Utrecht y en 1716 se aproximó a Francia firmando un acuerdo anglo francés.
A pesar de ello Alberoni decidió actuar, y en 1717 el ejército español desembarca por sorpresa
en Cerdeña, a lo que Austria fue incapaz de responder y pidió la ayuda inglesa. Estos iniciaron
contactos diplomáticos con Francia y Austria, llegando en 1718 a unos acuerdos que
determinaban la renuncia del emperador a la corona española, el reconocimiento del derecho
sucesorio de Parma y Toscana a favor del príncipe Carlos, hijo mayor de Isabel de Farnesio, y
la permuta de la Cerdeña austríaca por la Sicilia saboyana. España rechazó este plan y se
dispuso a una segunda acometida en el Mediterráneo y, en julio de 1718, desembarcó en Sicilia
apoderándose de la isla. Esto alarmó a la potencia naval británica, que sin previo aviso,
destruyó la flota española, y apoyó la reconquista austríaca de Sicilia, y asolaba las costas
cantábricas de la península, mientras los franceses invadían Navarra y Guipúzcoa, y atacaban
el norte de Cataluña. Poco después España se adhería a la Cuádruple Alianza y se firmaba la
paz.
Las tentativas de España de restablecer por sí sola el antiguo orden en el Mediterráneo oriental,
habían fracasado por las conveniencias de Inglaterra y Austria, y la política de la Regencia
francesa.
Las rivalidades entre España y Francia con el imperio austriaco, terminaron por acercar
diplomáticamente a los dos países, donde gobernaban los borbones. Los dos estados se pusieron
de acuerdo y firmaron el llamado Primer Pacto de Familia en noviembre de 1733, en cuyas
cláusulas principales constaba la oposición al reconocimiento de la Pragmática Sanción y al
enlace de la heredera de Austria con el duque de Lorena y, al mismo tiempo, el auxilio de
Francia a las pretensiones de España sobre Gibraltar e Italia.
Tras acabar la guerra de la cuádruple y ser separado Alberoni del gobierno, la amistad con
Francia se imponía de nuevo y Luis, el hijo de Felipe V, casaba con una hija del regente, duque
de Orleans, pactándose también el matrimonio de Luis XV con Mariana Victoria de España,
pacto que no se cumpliría.
El Tercer Pacto de Familia se firma en tiempos de Carlos III, y era una completa fusión y
alianza en materia internacional, pues las dos partes defendían sus respectivos intereses como
propios, aportarían hombres y barcos en proporción y no firmarían paces por separado. En la
práctica la dirección política la llevaría Francia. El pacto se firmaba en agosto de 1761, e
Inglaterra declaraba inmediatamente la guerra.
En el Occidente aparece definitivamente constituida la monarquía del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda,
regida por la dinastía de los Hánover, con régimen parlamentario y gran expansión comercial y colonial. Francia,
bajo Luis XV, adquiere casi sus fronteras actuales, a excepción de Niza y Saboya; todavía le falta el ducado de
Lorena, cuya anexión se ha preparado por el tratado de Viena de 1738. Las monarquías de la Península
Hispánica, España y Portugal, tienen sus límites modernos, salvo Menorca, en posesión de los ingleses y Olivenza,
de Portugal.
En el centro de Europa, el Imperio alemán sólo existe de nombre. La hegemonía en el Reich la detenta Austria,
cuyas posesiones comprenden, además de Silesia, Bohemia y Hungría, los Países Bajos, antes españoles, y Milán.
Además, el gran ducado de Toscana (Florencia), está bajo su influjo. No obstante, en el Imperio aparece el Estado
de Prusia, cada día con mayor vigor. En Italia existen, fuera de la influencia austríaca, el reino de Cerdeña, con
Saboya y el Piamonte; el de las Dos Sicilias, bajo los Borbones, y, en plena decadencia, la república de Venecia,
con Dalmacia.
En Oriente, el Imperio turco se presenta todavía como una gran masa territorial, aunque en las luchas con Austria
haya perdido gran parte de Hungría y el Banato de Temesvar. En cambio, el Imperio ruso acrecienta sus
ambiciones territoriales, dirigidas contra Suecia y Polonia. Estos dos Estados se hallan en trance de disgregación, a
causa de las rencillas políticas internas entre la realeza y los nobles.
Para que el sistema de equilibrio funcionara razonablemente en la práctica era realmente necesario
conocer y evaluar el poderío de los diversos estados europeos., que se calculaba entonces en
función de la mera extensión territorial. Sin embargo este criterio no era útil por cuanto España, al
final del siglo XVII, había dominado un gran imperio y no por ello había sido un estado poderoso.
Para otros autores, como von Justi, el verdadero criterio para apreciar la fuerza de un país
radicaba en la eficacia de un gobierno, y los gobiernos del siglo XVIII se aprestaron decididamente
a desarrollar al máximo tres instrumentos fundamentales de poder: los ejércitos, las armadas y la
diplomacia.
A finales del siglo XVII y comienzos del XVIII, muchos ejércitos europeos adquirieron mayores
dimensiones que nunca, las cuales no serían superadas ni siquiera igualadas hasta después del
desarrollo de las guerras de la Revolución Francesa. Esto era el reflejo del gran desarrollo de los
sistemas administrativos y financieros.
1 El crecimiento militar más notable fue el de Francia, cuyos efectivos llegaron a 360.000
durante la Guerra de Sucesión Española.
2 Las potencias que disponían de menos recursos se esforzaron también para incrementar su
poderío militar. Un ejemplo fue Rusia, que durante el reino de Pedro I llegó a contar con
248.000 soldados.
3 Inglaterra se vio obligada a contar con unas fuerzas armadas de cierta extensión, pese
al histórico recelo antimilitarista de la población. Recurrió a las “fuerzas auxiliares
extranjeras” generalmente, daneses y alemanes. El promedio d soldados ingleses entre
1714 y 1739 fue de 35.000.
4 En las últimas décadas del siglo XVII el ejército sueco ofrecía un carácter netamente
nacional. En 1697, tras la muerte de Carlos XI de Suecia, la fuerza del ejército ascendía a
90.000 hombres, llegando posteriormente a los 110.000, cifra notable esta si se tiene en
cuenta la escasa densidad de Suecia (un 5 % de la población).
5 El ejército de los Habsburgo, en los primeros años del siglo XVIII recibió ayuda inglesa,
alcanzando los 100.000 hombres, que a finales del siglo XVIII s ascendieron hasta los
250.000 soldados en 1780, incremento facilitado por los nuevos territorios en el sur de los
Países Bajos y las reformas administrativas y fiscales emprendidas por los Habsburgo en sus
provincias hereditarias.
6 En el caso de España, a finales del siglo XVII, su ejército constaba con poco más de
12.000 hombres en la Península y alrededor de 20.000 en los territorios de Flandes e
Italia del Norte. Al término de la Guerra s de Sucesión, os efectivos podían llegar a los
80.000. Tras las reformas de Felipe VI y Fernando VI, antes de que España entrara en la
Guerra de los 7 años, se redujeron a 59.000, cifra relativamente modesta para la época.
Un caso especial fue el de Prusia a partir de mediados del siglo XVIII. El ejército de 80.000
hombres que Federico Guillermo I dejó en 1740 aumentó hasta cerca de 200.000 en 1786, a la
muerte de Federico II. En los momentos más críticos de la Guerra de los Siete Años llegó a superar
la cifra de los 260.000, equivalente aun 7 % de la población del país, hito jamás igualado.
Ningún otro ejército era tan flexible ni se movilizaba tan rápidamente. Además estaba
perfectamente adiestrado en los movimientos de instrucción y todo ello dentro de una disciplina
regular y uniforme. Este ejército se basaba cada vez más en el reclutamiento nacional. El reino
estaba dividido en cantones y cada cantón tenía a su cargo un regimiento. Los niños eran
presentados a la autoridad local y estaban a disposición d el ejército entre 18 y 40 años. No
obstante, el sistema de instrucción y disciplina era muchas veces inhumano.
A comienzos del siglo XVIII, las armadas europeas crecieron al igual que los ejércitos, pero su
aumento fue mucho menos general y constante y experimentó fluctuaciones diversas. La causa
radicaba en la concepción de la mayoría de los estados europeos, para los cuales el poderío militar
era más importante que el naval. Esta concepción se iría debilitando con el paso del tiempo.
En la primera mitad del siglo XVIII, la q guerra terrestre seguía teniendo primacía sobre la naval y,
así, la marina se empleaba esencialmente para proteger los movimientos de las tropas terrestres.
Hacia mediados del siglo XVIII, sin embargo, las armadas de las grandes potencias crecieron mucho
más que los ejércitos de tierra, puesto que el objetivo de los enfrentamientos se centró en los
imperios coloniales y en la conquista de los mercados y el comercio ingerente a ellos.
1 Gran Bretaña, consciente de la necesidad de una marina fuerte, llegó a tener 412 buques
en la Guerra de los Siete Años.
3 A comienzos del siglo XVIII, Rusia protagonizó diversos intentos de convertirse en una
potencia naval. El verdadero artífice fue el zar Pedro I. Sin embargo, el poderío marítimo
ruso no tenía auténticas raíces en el país, habiendo de importar técnicos marinos del
exterior, lo que era enormemente costoso. Cuando murió Pedro I, la flota rusa constaba de
34 barcos de línea y 15 fragatas, además de numerosas galeras. Todo ello hizo a Rusia
una potencia naval muy superior a daneses o suecos, pero significó igualmente el inicio del
letargo de la armada rusa, hasta que el interés por la armada nacional renació en tiempos
de Catalina II (1760).
4 La armada española sufrió también ascensos y retrocesos. Hacia finales del siglo XVII
había dejado prácticamente de existir, pero, tras la Guerra de Sucesión, fue objeto de
creciente atención. Gracias a los esfuerzos de Patiño, ministro de Felipe V, y,
posteriormente, a los del marqués de la Ensenada, durante el reino de Fernando VI la
armada española surgió con renovado ímpetu. En 1774, en tiempos de Carlos III, contaba
con 58 barcos de línea, cifra más que respetable.
A pesar de la existencia del más puro maquiavelismo en las relaciones diplomáticas y a pesar
también del incremento de la fuerza militar, parece sin embargo que las q guerras del siglo XVIII se
fueron dulcificando respecto alas barbarie y a las atrocidades de los siglos anteriores. Esta actitud
tenía sus raíces en las ideas utilitaristas de la época. Tanto el ejército como la marina eran
demasiado costosos como para lanzarlos a la ligera al campo de batalla; representaban una fuerte
inversión e dinero y si se perdían no se reemplazaban fácilmente.
Las guerras se mantenían dentro del mayor sentido posible de la economía posible, la prudencia y
la defensa prevalecían sobre la audacia y la ofensiva. Tales ideas trajeron guerras menos
sangrientas. Un síntoma claro de ello fue la reducción de los saqueos o por lo menos su control, y su
reemplazo por la exacción de contribuciones fijas a la población en zonas de lucha. Así mismo, se
mejoró el trato hacia los prisoneros.
En teoría, y también en la práctica, las guerras del siglo XVIII fueron guerras de propósitos
limitados, dirigidos hacia algo concreto: luchas entre monarcas, entre estados dinásticos, que
combatían con medios limitados y con objetivos también limitados. Se procuraba que la población
civil no sufriera las consecuencias de las guerras.
Otra característica de las guerras de esta centuria fue su formalismo y ritualismo. Los ejércitos de
todos los estados europeos se mostraban cada vez más lentos de movimientos, más sujetos a los
sistemas fijos de aprovisionamiento y más limitados por el temor a las deserciones. Este
procedimiento venía afirmado por el clima mental de la época, que careció de la violencia y el odio
religioso de las contiendas del siglo anterior.
La muerte de Carlos VI entregó la corona austriaca a María Teresa (1740-1780) que muchos
estados consideraron tímida e inexperta, y pronto comenzaron a formular protestas contra la
Pragmática. Los electores de Sajonia y Baviera, Saboya, Nápoles y España, y sobre todo, la
Prusia de Federico II, pretendieron beneficiarse de la situación
Pese a que las principales potencias europeas habían reconocido la Pragmática Sanción de Carlos
VI a favor de su hija María Teresa, tras la muerte de éste en 1740, tanto el duque de Baviera
como el elector de Sajonia (casados con las hijas de José I) reclamaron el trono.
En medio de la confusión, Prusia ocupó Silesia sin declaración de guerra previa y presentó un
ultimátum a la emperatriz. El ataque prusiano puso en movimiento a las cortes europeas, y tras la
victoria de Federico II sobre los austriacos en la batalla de Mollwitz en abril de 1741, cristalizaron
los antagonismos y afinidades. Francia, por su parte, apoyó al príncipe bávaro mediante una
coalición formada por España (por el segundo Pacto de Familia), Nápoles, el elector Palatino y los
de los Estados Eclesiásticos, que contaba con el apoyo de Prusia (a cambio del reconocimiento de
la anexión de Silesia) y la ruptura de Rusia con Suecia, lo que alejaba a posibilidad de un frente
báltico.
Francia, persistiendo en su tradicional política antiaustríaca, se alió con Prusia en un pacto del que
participaron Baviera y España. Austria se vio respaldada por Rusia e Inglaterra, pero sin ofrecer
concursos militares.
Los aliados antiaustríacos operaron con éxito en Italia y Austria, penetraban en Bohemia y se
apoderaron de Praga. María Teresa mantuvo firme su postura, se aseguró la fidelidad de
Hungría y decidió ceder Silesia a Federico II, lo que retiró a Prusia de la guerra en junio de
1732. Inmediatamente Austria pasó al contraataque y las tropas francesas tuvieron que
retirarse de Bohemia, Baviera fue invadida y el elector de Sajonia se vio obligado a pedir la
paz. En Italia el rey de Cerdeña cambio de bando y se alió con Austria, Nápoles se vio reducida
por el ejército naval inglés, y las tropas españolas fueron derrotadas por las austríacas, lo que
permitió que a principios de 1743 María Teresa había salvado la corona y evitado la
desmembración de su imperio.
Este mismo año de 1743 el conflicto se internacionalizó al decidir Inglaterra intervenir más
activamente y reforzar su alianza con Austria y Holanda, frente a Francia y al auge prusiano.
Los franceses se aliaron con España en el Segundo Pacto de Familia, y con Prusia en 1744. La
guerra se hizo general.
A los aliados les faltó unidad. Federico II tras derrotar a los austriacos firmó la paz de Dresde
en diciembre de 1745, lo que equivalía al triunfo de Austria en Alemania. Francia se recuperó
tras una derrota en 1743, y entre 1744 y 1745 conquistó la región occidental de los Países
Bajos austriacos, y en 1746 cayó en su poder la región oriental, con Bruselas, y finalmente en
1747 y 1748 el ejército francés conquistó las llaves de Holanda, Maestricht y Berg-op-zoom.
En Italia los aliados tuvieron peor fortuna. En 1745 los ejércitos franco-hispanos sufrían una
aparatosa derrota en Plasencia que les obligó a evacuar Lombardía. Fracasó también la
pretensión francesa de instaurar en el trono inglés a los Estuardos, y los deseos de María
Teresa de Austria con relación a Nápoles y Sicilia también se vieron frustrados.
La coalición triunfó en un primer momento, proclamando emperador a Carlos VII en 1742, tras lo
que Prusia firmó la paz en Breslau (donde le fue reconocida la soberanía sobre Silesia y Glatz) y
Sajonia se retiró sin pretensiones, circunscribiéndose la guerra a Francia y sus aliados contra Austria.
Pero, en este momento, Inglaterra, aunque enfrascada en el conflicto colonial, decidió intervenir
como mediadora, aunque la actitud de Prusia, que firmó un pacto con Francia en 1744 para
invadir Bohemia y Alsacia, hizo que la guerra se prolongara otros 4 años, con suerte variable para
cada bando, lo que condujo a un cansancio generalizado que predispuso a los contendientes a la
firma de una paz por una serie de situaciones:
1 En 1745 murió Carlos VII, y su hijo Maximiliano Alberto, reconoció a Francisco de Lorena
como Emperador.
2 Francia se hallaba en difícil situación financiera, y pese a sus avances en el frente de los
Países Bajos, había sufrido derrotas en Ultramar.
3 Inglaterra estaba resolviendo el desembarco en Escocia del pretendiente jacobita, Carlos
Eduardo.
4 La muerte de Felipe V dio paso a Fernando VI, de actitud más conciliadora respecto a los
derechos dinásticos en Italia.
5 La firma de un tratado entre la zarina Isabel y María teresa amenazaba con la
intervención rusa.
6 La mayoría de los contendientes pasaban estrecheces económicas.
La intervención rusa en Polonia obligo a Francia a aceptar las negociaciones de Breda. La paz se
firmó en Aquisgrán el 28 de octubre de 1748. Los estados beligerantes reconocieron la Pragmática
Sanción y la elección de Francisco I como emperador de Alemania. Las únicas modificaciones
territoriales se registraron en Italia, donde el príncipe Felipe recibió Parma y Plasencia, y el rey de
Cerdeña amplió su Estado. La Paz de Aquisgrán, que tuvo la peculiaridad de no satisfacer a nadie,
por lo que supuso más una reestructuración de fuerzas que la consecución de un equilibrio estable.
Se acordó lo siguiente:
Sin embargo, la debilidad del Estado, dominado por la iniciativa individual de los magnates y de
rancios grupos nobiliarios, junto con una debilidad de la Monarquía, electiva y no hereditaria,
que nunca pudo jugar un papel rector en la vida política del país hacen posible la dominación
extranjera, a través de la dinastía sajona reinante, y la permanente intromisión de las potencias
vecinas como Rusia o, cada vez en menor medida, Suecia. Los intereses foráneos se impondrán de
tal manera que se acaba distorsionando la realidad nacional, cuando se celebren los tratados de
repartición de su territorio, hasta lograr la desaparición del país.
Por las mismas fechas, en el tratado de Nystad (1721), que ponía fin a la Gran Guerra del Norte,
se decidió la desmembración del imperio sueco y el despertar de Prusia y Rusia como potencias
expansionistas.
Los años 20 fueron testigos de una serie de frágiles y cambiantes alianzas internacionales
marcadas por el intento de Carlos VI de que las potencias europeas aceptaran la Pragmática
Sanción (que suponía la posibilidad de sucesión en Austria por vía femenina), el expansionismo ruso
y prusiano, los conflictos coloniales anglo-españoles, las aspiraciones de España en Italia y la
política de alianzas de Francia e Inglaterra.
Así las cosas, el conflicto salió de las fronteras polacas, combatiéndose en el Rin, en Lorena, en
Lombardía y Nápoles (donde el futuro Carlos III entró triunfante), y Rusia adquirió gran
protagonismo por su potencia militar.
Tras diversos avatares militares y el deseo de paz por parte sobre todo del bando de Estanislao
Leczinski (en particular España), el matrimonio entre el duque Francisco de Lorena y María
Teresa de Austria abrió el camino al armisticio: Estanislao Leczinski obtendría Lorena (que pasaría
a integrarse en Francia), mientras que Francisco (ahora emperador consorte) recibiría Toscana y
Carlos VI recuperaría el Milanesado y ganaría Parma. El infante don Carlos reinaría en Nápoles y
Sicilia, y Cerdeña obtuvo algunas compensaciones territoriales.
El acuerdo definitivo se cerró en 1738 (aunque España, Inglaterra y Holanda lo firmaron más
tarde), y supuso la afirmación de Augusto III en el trono polaco, la alteración del mapa de
Utrecht, la consolidación de la dinastía borbónica en Nápoles y Sicilia, la afirmación de Rusia como
Gran Potencia, y el distanciamiento entre Francia e Inglaterra.
El tratado de Aquisgrán, que había restablecido el status quo entre Francia en Inglaterra, se
resolvió con una tregua seguida de un intenso cruce de iniciativas diplomáticas que prepararon un
nuevo y más amplio conflicto.
Tras el tratado de Aquisgrán (1748), que había restablecido el status quo entre Francia e Inglaterra, los
desacuerdos se resolvieron con una tregua seguida de un intenso cruce de iniciativas diplomáticas que
prepararon un nuevo y más amplio conflicto. El antagonismo colonial franco– británico no cesó de
agravarse tanto en las indias Occidentales como Orientales. En Europa, María Teresa quería recuperar
Silesia (entregada a Prusia) y evitar el engrandecimiento de Federico II. Estos desacuerdos originaron la
gran crisis diplomática conocida como “inversión de alianzas”.
En efecto, durante la Guerra de Sucesión de Austria, Francia (aliada con Prusia) luchaba contra Austria
que a su vez estaba respaldada por la marina británica. Ahora en cambio, Francia será aliada de Austria
(? acuerdo político obtenido por el diplomático Kaunitz en su afán por aislar a Prusia) e Inglaterra,
siempre en el bando contrario, se aliará con Federico II.
No se puede poner en duda que con la innegable sed de dominio de Federico II vino a
entrecruzarse la política expansionista de la zarina Isabel (1740-1762). Esta constatación es de
gran relieve no solo por la progresiva inserción en sistema europeo de la potencia de los
Romanov, sino también por el enfrentamiento que se manifestó entre sus aspiraciones y las de
Prusia.
Hacia los años 40 hubo una nueva fase de hostilidad entre Rusia y Suecia y que permitió a Isabel
anexionar a Rusia una de las partes meridionales de Finlandia (tratado de Abo, agosto de 1743).
Por la sucesión al trono de Suecia, en 1751, se tensaron las relaciones ruso-prusianas. Federico II
estaba de parte del hijo del rey difunto, marido de su hermana, mientras la zarina apoyaba al
sobrino del monarca desaparecido. En septiembre de 1755, Isabel Romanov estipuló un tratado
con Inglaterra cuya función era antiprusiana, comprometiéndose a pone en el campo de batalla un
ejército que se financiaría con aportación británica.
La situación no era clara en el plano de las alineaciones internacionales, ya que cada estado
intentaba protegerse de los demás aunque fuera con acuerdos contradictorios entre sí.
El bloque contrario era una suma de ambiciones particulares. Cuando las tropas ruso-austríacas
tuvieron al ejército de Federico II a su merced, faltó la suficiente unidad de miras y de mando para
decidir el triunfo definitivo. Francia, por su parte corría un gravísimo peligro al afrontar una guerra
en dos frentes.
La guerra se libró por primera vez por mar y por tierra, teniendo como escenario principal Alemania. En
las colonias, Inglaterra alcanzó triunfos resonantes como la ocupación de la India francesa y el Canadá.
En Europa la guerra comenzó con la ocupación prusiana de Sajonia en agosto de 1756, tomando por
sorpresa el territorio sajón y adueñándose con facilidad del país.
Federico II marchó contra Augusto III, Elector de Sajonia y rey de Polonia, obligándole a ponerse
a salvo en el campo atrincherado de Pirna y al cabo de un mes se vio obligado a capitular (15 de
octubre de 1756) y a refugiarse en tierras sarmánticas, mientras gran parte de sus soldados se
incorporaba a las filas del ejército vencedor. La acción de Federico podía aparecer como
arriesgada pues se enfrentaba con Austria, Francia, Rusia y Suecia. Durante los años siguientes
sus aliados ingleses se limitaron a permanecer a la defensiva en Hannover y ocupados en la gran
competencia naval con los franceses, lucha marítima que se había reemprendido en 1756 y
también en el Mediterráneo, cuando la escuadra de La Galissonière había derrotado a la del
almirante Byng, obligándole a capitular en junio y ceder la base ocupada por los ingleses en el
puerto de Mahón que fue restituida posteriormente a España por los franceses. En 1757, la marina
británica efectuó un desembarco en la desembocadura del Carente y ocupó la isla de Aix. En
1758, la flota inglesa intentó un desembarco en Saint-Cast (Bretaña) pero fue rechazada, mientras
que en 1759 derrotó a la flota francesa en Belle Île (Morbihan).
El ataque estrechó los lazos entre Austria, Francia y Rusia, lo que fue ratificado en San Petersburgo en
febrero de 1757. Federico II tuvo que abandonar Bohemia que había asaltado en la primavera de
1757, los rusos invadieron la Prusia oriental, los franceses derrotaron a las tropas anglo-
hannoverianas, y los austriacos invadieron Silesia.
Sólo el genio de Federico II y el apoyo de Guillermo Pitt, permitió a Prusia superar el momento y
derrotar a franceses y austriacos a fines de 1757, pero se vio obligado a una guerra defensiva. El peso
de la lucha recayó en Rusia y Austria, en 1758 Federico II derrotó a los rusos que habían avanzado
hasta el Oder y logró mantenerse en Silesia, Sajonia y Mecklemburgo, y en 1759 no pudo evitar la
terrible derrota de Kunersdorf, cerca de Francfort, y en este combate se pudo decidir la guerra, pero la
falta de coordinación entre los aliados ruso-austriacos lo impidió. No obstante los austriacos tomaron
Sajonia.
Estas operaciones navales no resultaron decisivas ni para las rivalidades coloniales anglo-
francesas ni para la suerte de la Guerra de los Siete Años, cuyas vicisitudes europeas afectaron
esencialmente a los campos de batalla terrestres. Federico II supo valerse de las 670.000 libras
que Inglaterra le pagó anualmente entre 1757 y 1761, dada la necesidad que tenía de ese
dinero consciente que era su talón de Aquiles, recurrió a una estratagema financiera muy poco
escrupulosa, aunque bastante rentable. Desde Breslau y Königsberg inundó el área polaca de
moneda falsa, procurándose notables recursos. Por lo demás, el fin de la concesión del subsidio
inglés en 1762 no sería la última de las razones que lo inducirían a entablar negociaciones de
paz
El primer año de conflicto, 1757, resultó en parte decisivo y a favor de Federico que,
maniobrando hábilmente, se reservó el éxito final. En Hannover las tropas inglesas fueron
derrotadas por las francesas del duque de Richelieu, de modo que el duque de Cumberland fue
obligado a capitular en Closterseven (septiembre de 1757). Poco después el cuerpo de expedición
anglo-hannoveriano se puso bajo el mando de Fernando de Brunswick, quien no solo venció a los
franceses en Crefeld, sino que también los obligó a retirarse hasta el Rin. Desde entonces, nada
pasó en aquel frente hasta el final de la guerra. El epicentro de la lucha se halló desplazado
hacia el este, donde inicialmente no sonrió la suerte al rey prusiano, atacado al mismo tiempo por
los rusos, los suecos y los austriacos, estos últimos habían sido sitiados en Praga, pero la ayuda
de refuerzos al mando del general Daum obligó a Federico II a abandonar Bohemia. A
continuación las tropas de María Teresa ocuparon Sajonia, llegando a amenazar Berlín. Los
suecos habían entrado en Pomerania y los rusos derrotaban a los prusianos en Gras-Iägersdorf.
La contraofensiva de otoño de Federico dio un vuelco total a la situación. Los franco-austriacos
mandados por el mariscal de Soubise y por el príncipe de Sajonia-Hidburghausen fueron
sorprendidos en plena marcha y, el 5 de noviembre de 1757, fueron derrotados en Rossbach. La
cabo de un mes Federico II atacó en Sajonia al príncipe Carlos de Lorena y lo venció en Leuhen, en
las inmediaciones de Breslau.
La campaña siguiente, de 1758, resultó menos favorable al rey de Prusia, los suecos y los
franceses se mantuvieron a la defensiva, Federico II pudo dirigirse, entonces, primero contra el
ejército ruso que había puesto cerco a Cüstrin y lo derrotó en la sangrienta batalla de Zorndorf
(25 de agosto), luego atacó a los austriacos. El éxito de la batalla de Hockirch (14 de octubre)
fue bastante incierto. El condottiero imperial Daun pareció haber ganado, pero no fue capaz de
sacar provecho de ello. Los momentos más duros para Federico se produjeron en 1759, cuando
los rusos y los austriacos lograron unir sus fuerzas y vencerlo en Künesdorf el 12 de agosto.
El conflicto se prolongaba y conoció cierta fase de estancamiento, el rey de Prusia venció poco
después en Liegnitz, logrando impedir que los austriacos se juntaran con sus aliados. En 1761 las
vicisitudes se sucedieron de modo alterno, en diciembre los rusos acamparon en territorio
prusiano y los imperiales ocupaban Silesia. El vuelco se produjo a partir de enero de 1762,
cuando desapareció la zarina Isabel, la sucedió en el trono el gran duque Pedro de Holstein
(Pedro III), sobrino de Federico II y admirador suyo. El nuevo soberano retiró su cuerpo armado y
entabló negociaciones de paz, una paz firmada el 5 de mayo. El zar abandonó sus anteriores
conquistas y prometió el apoyo de un contingente de veinte mil hombres. Al mismo tiempo se había
decidido la paz entre prusianos y suecos. Hacia fines del mismo año Pedro III fue destronado por
Catalina II que se declaró neutral. Con el tratado firmado en el castillo sajón de Hubertsburg el
15 de febrero de 1763, María Teresa tuvo que confirmarle otra vez la posesión de Silesia. No se
pudo ver que beneficio había sacado el continente europeo de aquellos siete años de guerra, que
en ultramar en cambio habían modificado tantas situaciones.
En 1760 Federico II consiguió evitar la invasión de Branderburgo y contener a los rusos y a los
austriacos, y conservó sus posiciones defensivas en 1762. En este momento Inglaterra decide poner fin a
la guerra que no le puede proporcionar ningún nuevo triunfo. Su escuadra había perdido Menorca pero
había obtenido éxitos en el Mediterráneo, el Atlántico y las colonias. La llegada al trono de Jorge III
provocó la ruptura con Prusia en 1761 y el inicio de conversaciones que fructificaron con la Paz de
Fointenebleau con Francia y España en 1762.
La actitud de Inglaterra era desfavorable para Federico II, pero la llegada al trono ruso de Pedro III hizo
a este país retirarse de la lucha y firmar una paz por separado con Prusia (el tratado de San
Petersburgo en mayo de 1762), lo mismo hizo Suecia pocos días después. Sólo quedaban en la lucha
Prusia y Austria, pero ambas escasas de fuerzas, por lo que se vieron obligadas a firmar la paz en
febrero de 1763. Pocos días antes se había concretado en París la paz entre Inglaterra y Portugal por
un lado, y España y Francia por otro
La guerra significó la afirmación de Prusia como gran potencia europea, y la de Inglaterra como
primera potencia marítima y colonial. Francia perdía su imperio colonial, lo que supuso un duro
golpe. El dualismo entre Austria y Prusia en Alemania redondeó el equilibrio europeo, donde
Inglaterra había obtenido el triunfo absoluto.
Finalmente, el genio militar del rey prusiano y la tenacidad del primer ministro británico Pitt,
inclinaron la balanza a su favor. Los desastres franceses en el mar y en las colonias se
multiplicaron. La coalición formada contra Prusia fracasó por completo, el prestigio militar de
Francia fue dañado y el esfuerzo bélico y financiero que tuvo que realizar contribuyó a incrementar
sus problemas internos.
Entre otros, el Tratado de París (1763) dio por finalizada la lucha. Luis XV abandonaba a los británicos
el Canadá, el valle del Ohio y la orilla izquierda del Mississippi en América del Norte. Conservaba todo
el derecho de pesca en el estuario del San Lorenzo y en la costa de Terranova, además de algunas islas
antillanas (Martiníca, Guadalupe y Santa Lucía).
Renunciaba a toda pretensión política en la India, quedando reducida a su situación de 1748. Así,
Francia perdió gran parte de su imperio colonial. Prusia ascendió a un primer plano militar. Inglaterra,
vencedora, consolidó su posición de primera potencia marítima y colonial.
Fruto de dilatados y difíciles encuentros diplomáticos, en febrero de 1763 se concertaron los
acuerdos que pusieron fin a la Guerra de los Siete Años. El 10 de febrero concluyó el Tratado de
París entre Gran Bretaña, Francia, España y Portugal, donde destacaban los siguientes puntos:
4 Gran Bretaña conseguía en América toda Canadá, las islas y costa en el golfo y río San
Lorenzo, el territorio al este del Mississippi, Florida, la bahía de Pensacola y las islas
antillanas de Dominica, Granada, Las Granadillas, San Vicente y Tobago. En África
obtenía el río Senegal, con los fuertes y factorías de San Luis de Podor y Galam. En la
India no había precisiones territoriales, pero se reconocía a los protegidos británicos como
soberanos del Dekan y Carnatic, con lo que se ponían las bases de su futura expansión. En
Europa recibió la isla de Menorca.
5 Francia renunciaba a todas sus reclamaciones sobre Nueva Escocia y conservaba las
islas de San Pedro y Miquelon, junto con los derechos pesqueros de Terranova. Recuperó
la isla senegalesa de Gorea, las islas antillanas de Guadalupe, Martinica y Santa Lucía y
cinco factorías en la India, las poseídas en 1748, con la condición de no fortificarlas,
situadas en Bengala, Costa de Coromandel y Costa Malabar. En Europa le fue devuelta
Belle-Isle, prometía la desmantelación de Dunkerque y se retiraba de Hesse, Brunswick
y Hannover, aliados de Gran Bretaña.
6 Portugal conservó la colonia de Sacramento.
7 España recobró Cuba y Filipinas y obtenía la Luisiana occidental, compensación francesa
por la pérdida de Florida.
No pocas consecuencias se derivaron del tratado.
1 En primer lugar, Gran Bretaña fue la indiscutible vencedora y confirmaba la consideración
de potencia gracias a sus posesiones ultramarinas, si bien los ingleses pensaban que se
hubieran podido obtener más ventajas si no se hubiesen atendido las demandas
internacionales.
5 Y, en quinto lugar, el tratado era la evidencia de que Prusia había vencido a los
Habsburgo. Augusto III fue aceptado como mediador en las conversaciones del resto de los
beligerantes, y el 15 de febrero de 1763 se firmó el Tratado de Hubertsburgo entre
Austria, Prusia y Sajonia, significando la vuelta a la situación existente en 1748.
El Tratado de París de 1763 había marcado el hundimiento del primer imperio colonial francés y
el triunfo del poderío colonial inglés, apareciendo ahora como la nación hegemónica, sobre todo
en los mares. Sin embargo, aunque las ganancias de Inglaterra fueron considerables y la elevó al
rango de potencia mundial, no había conseguido reducir a Francia y a España a naciones de
segundo grado. Francia conservó cierta preeminencia, pero su posición había quedado relegada
con respecto al Reino Unido y sin posibilidades de recuperación por la desidia real y los problemas
interiores, en especial los financieros. España sólo despertaba preocupación en Londres por el
Pacto de Familia, ya que el peligro Borbón no había desaparecido para Gran Bretaña.
Tras la Guerra de los Siete Años, Inglaterra, que atravesaba una situación financiera delicada, decidió
en 1765 gravar a los colonos con un impuesto de guerra consistente en un sello que los coloniales habían
de estampar en todos sus documentos, contratos y hasta periódicos para darles carácter oficial. Ello
produjo un gran descontento entre los colonos, que sostenían que ningún ciudadano inglés debía pagar
un impuesto si no había sido antes aceptado por él o por sus representantes. El gobierno de Londres,
por su parte, argüía que el Parlamento representaba a todos los súbditos de la Corona. El sentimiento
de descontento no se hizo esperar y se tradujo en la creación de organizaciones y en brotes aislados de
sentimiento nacionalista que dieron lugar al primer Congreso Continental (1774) celebrado en Filadelfia
y a la declaración de independencia de los Estados Unidos de América el 4 de julio de 1776 y, como
consecuencia, a la larga y difícil Guerra de Independencia (1776-1783)
Los americanos buscaron la alianza de Francia, la gran enemiga de Inglaterra; la ayuda, en un principio,
se limitó a ser indirecta (armas y municiones, además de subsidios). Pero fue la decisiva victoria de las
colonias en Saratoga (1777) la que persuadió a Francia a entrar oficialmente en la guerra al lado de
los americanos (1778). Francia reconocía la soberanía e independencia de los EEUU e intentó el apoyo
de España. Ésta ofreció una alianza a cambio de la promesa de Menorca, Gibraltar, Florida y las
Honduras británicas (1779). En 1780, Francia consiguió la unión de Holanda contra los ingleses.
El conflicto que enfrentó a Inglaterra, Francia, EEUU y más tarde también a España y Holanda tuvo como
escenario principal, además de los EEUU, las Antillas y la costa de la India y, de manera general, todas
las zonas neurálgicas marítimas y coloniales. El ejército franco-español intentó, sin éxito, reconquistar
Gibraltar. Por el contrario, Menorca fue recuperada. En el océano Índico y en las Antillas, la flota
francesa desplegó una intensa actividad.
Sin embargo, el resultado de la guerra se jugaba en América. Finalmente, en 1781, los ingleses
perdieron Yorktown, atacado por un ejército franco-americano apoyado por la flota francesa, y
tuvieron que aceptar el Tratado de Versalles (1783).
Las colonias norteamericanas eran 13 territorios fundados en épocas y condiciones diferentes. Las
colonias más antiguas eran Virginia y Massachusetts, fundadas por compañías privilegiadas: la
primera con un fin estrictamente comercial, y la segunda, para establecer a los puritanos
perseguidos por los Estuardo. La más reciente era Georgia, fundada por una sociedad filantrópica.
Eran una sociedad de carácter más democrático y puritano, con un fuerte carácter religioso, y con un
gran prestigio de la enseñanza, que estaba muy extendida. Varias Universidades habían
conquistado ya celebridad como Harvard y Yale.
La economía estaba enteramente basada sobre algunos productos tropicales (tabaco, arroz,
algodón). Los propietarios de estas plantaciones eran generalmente de origen anglicano y
aristocrático.
8 En la zona central: New Jersey, New York, Delawere y Pennsylvania.
Nueva York había sido arrebatada a los holandeses bajo el reinado de Carlos II, y Pennsylvania
había sido fundada por los “cuáqueros”, disidentes pacifistas. La población, muy mezclada (ingleses,
alemanes, suecos, holandeses) contenía representaciones de todas las sectas religiosas, y había
tenido un aumento considerable a lo largo del s. XVIII.
Era el grupo menos homogéneo, pero su posición central le ofrecía muchas ventajas: la mayoría de
los habitantes trabajaba la tierra, se exportaban trigo y madera a Europa, las ciudades parecían
pueblos grandes, etc. Fue dónde se recibieron importantes olas de emigración que fueron tan
importantes en los Estados Unidos.
Todas las colonias podían distinguirse jurídicamente en:
En realidad habían pocas diferencias: cada colonia tenía una constitución, con instituciones y
tradiciones británicas; tenían un gobernador, que era el representante de la Corona; los colonos
que tenían una propiedad elegían a sus delegados en la Asamblea, cuya función era
principalmente financiera (impuestos para hacer frente a los gastos locales).
Pero aunque las colonias gozaban de libertades políticas parecidas a las de los ciudadanos
ingleses, en el campo económico estaban más limitados. Eran un mercado reservado a la
metrópoli, y los colonos no tenían derecho a crear determinadas industrias.
A todo ello hay que mencionar el fuerte crecimiento demográfico, por la fuerte natalidad existente
en las Trece Colonias, que junto con el aflujo de inmigrantes, produjo un volumen de población de 4
millones de habitantes en 1790.
Desde un punto de vista cultural, sobre las elites de esta población se proyectaron los reflejos del
movimiento de las “luces”, ya que se consideraban que poseían un estilo de vida próximo a
la libertad y naturaleza.
El rápido incremento demográfico de las costas atlánticas creó una demanda cada vez mayor de
las mercancías británicas, por lo que el consumo americano de mercancías inglesas, alrededor
de los años 30, superaba la capacidad de las colonias para pagar mediante el intercambio de sus
propios artículos, por lo que la deuda comercial de los colonos no hizo más que aumentar. Las
fricciones comerciales se acentuaron. Los comerciantes de las colonias obtenían notables
beneficios de los tráficos con las islas francesas o españolas del Atlántico y las ganancias totales
les permitían reequilibrar su propio déficit con las transacciones inglesas. Tras la guerra de los Siete
Años, Inglaterra, que atravesaba una situación financiera delicada, decidió que las colonias
soportasen parte de sus cargas.
En 1765, el ministro británico Grenville impuso unas tasas aduaneras sobre la melaza y el azúcar
que entraban en América. También aplicó la Stamp Act, que era una tasa sobre documentos
legales y sobre varios artículos de prensa.
Estas dos decisiones fueron muy mal acogidas. En los grandes puertos, la represión del
contrabando y la aplicación de los derechos de aduanas produjeron un gran descontento al
limitar los beneficios a los comerciantes colonos, que hasta entonces se beneficiaban del
contrabando de productos tropicales.
Se produjo entonces un debate sobre debían o no pagar estos impuestos si antes no habían sido
aprobados por ellos o sus representantes. Los americanos consideraban que sólo las Asambleas
coloniales estaban cualificadas para aprobar impuestos en su nombre.
Las protestas comenzaron a multiplicarse, y los mayores interesados no dejaron de aprovechar los
resentimientos populares. A partir de 1764 surgieron las asociaciones llamadas “Los hijos de la
libertad”, que incendiaron los depósitos de timbres, sin que aún se soñase con la separación de la
metrópoli.La incomprensión recíproca entre las colonias y la metrópoli hicieron derivar en no
muchos años el fuerte mal humor en auténtica sublevación. Las protestas colectivas de las distintas
colonias empezaron a sucederse una tras otra, y por su lado el gobierno londinense dio también
algunos pasos atrás, anulando la Stamp Act.
Pero poco después seguían otras medidas desafortunadas: en Boston, los soldados dispararon
contra una multitud amenazadora, y mataron a 5 civiles. El gobierno inglés aprobó en 1773 otra
disposición poco afortunada, la Tea Act, que concedía a la Compañía de las Indias Orientales el
monopolio sobre la venta del te, lo que perjudicaba en última instancia los intereses de los
importadores norteamericanos.
Mientras todo ello favorecía a los representantes más radicales de los colonos, los ingleses
consideraron un ultraje el hecho de que algunos agitadores disfrazados de indios hubieran
lanzado a las aguas del puerto de Boston un cargamento de té valorado en 10.000 libras. El
gobierno inglés reaccionó vigorosamente cerrando el puerto de Boston y limitando la autonomía
de Massachusetts. Además, se enviaron nuevas tropas a América del Norte, al mando del general
Gage, y se prohibieron todas las reuniones públicas.
Con sus medidas de escarmiento, los ingleses provocaron un sentimiento de solidaridad entre
los habitantes de las 13 colonias. Nació un partido patriótico, dirigido por el virginiano Patrick
Henry, y por sugerencia de Benjamin Franklin se reunió en Filadelfia, en el I Congreso
Continental, en 1774, y que reunió a los representantes de las colonias, los cuales aceptaron la
autoridad de la Corona inglesa, pero rechazaron la del parlamento de Londres, pidiendo para las
colonias el derecho a gobernarse a sí mismas.
En 1774, en muchas colonias, la vida estaba organizada sobre todo por las instancias locales,
mientras que los gobernadores eran simples espectadores del nacimiento de autogobiernos
informales. Los comités de correspondencia cubrieron todo el territorio con una estrecha red, se
organizaban y entrenaban milicias armadas. Dos colonias, Massachusetts y Virginia se pusieron a
la cabeza del movimiento. La guerra podía estallar con el menor incidente.
La Declaración afirmó que los hombres eran libres y tenían los mismos derechos, y que la vida,
la propiedad, la búsqueda de la felicidad eran derechos fundamentales del hombre. En el ámbito
práctico, todo ciudadano para tener derecho a voto tenía que ser detentor de una propiedad.
Sin duda, los Padres Fundadores, Franklin, Jefferson, Washington, etc., sólo aplicaron sus
principios a la situación política del momento, aunque iban a llegar mucho más lejos.
Esta Declaración recogía en conjunto todas las quejas de los colonos americanos contra la
metrópoli, pero además marcaba un hito en la historia universal. Sin embargo, entre la población
subsistieron algunos elementos legitimistas, sobre todo en Nueva York, que prefirieron emigrar al
Canadá o a las Antillas antes de sublevarse contra el rey.
Proclamada la independencia había que conquistarla. La guerra fue larga y difícil (cerca de 7
años), y planteó problemas que parecían difíciles de superar:
1. El l Congreso servía de vínculo entre los Estados, pero carecía de poder para dar órdenes a los
gobiernos autóctonos, muy celosos de su autonomía.
2. La situación militar era angustiosa, los colonos sublevados, que rondaban los 2 millones,
carecían de recursos, preparación militar para las batallas organizadas, pero contaban con la
ventaja del mando militar, el general Washington, que utilizó el combate de guerrillas contra un
ejército inglés que conocía mal el país y venía de largas luchas europeas y colonias, además de
tener que combatir lejos de sus bases.
Ello produjo una lucha, al principio, muy desfavorable para los insurrectos colonos, que ante esta
situación, buscaron aliados entre Francia, contra la que habían luchado en la guerra de los Siete
años, pero que pronto se adhirió a la causa: La Fayette, Ségur, Lauzun, etc., se enrolaron en el
ejército americano.
Al principio, Francia se limitó a una ayuda indirecta proporcionando armas y municiones, así como
subsidios. Pero esta ayuda no impidió una serie de fracasos durante la primera fase de la guerra.
En septiembre de 1776, los ingleses desembarcaban en Nueva York, dónde había una gran
cantidad de población “legitimista”, que los acogieron de buena gana y forzando a la retirada a
Washigton hacia el sur, más allá de Nueva Jersey. Sin embargo los colonos consiguieron, con la
batalla de Trenton detener al ejército inglés, que volvió a reagruparse en Nueva York.
Los ingleses disponían de dos ejércitos, uno en Canadá, al mando del general John Burgoyne, y
otro en Nueva York con Howe, quienes quisieron unirse, para dividir por el centro a las colonias
norteamericanas. El escenario era el valle de Hudson, y tras una larga marcha y con pocas
provisiones, las fatigadas tropas de Burgoyne vieron cómo se les cortaba la retira por la actuación
de los hombres mandados por Horatio Gates, que les infligió una dura derrota e hizo prisioneros a
siete mil enemigos en Saratoga (17 de noviembre de 1777).
Esta batalla se puede considerar como el giro no sólo militar del conflicto, sobre todo porque su
éxito indujo finalmente a Francia a participar en la guerra al lado de los norteamericanos.
A continuación, y gracias al Tratado de Aranjuez firmado con Francia, por lo que esta devolvía a
España Menorca, Gibraltar, Florida y las Honduras británicas, España entró al año siguiente en el
conflicto. Este se había internacionalizado de un modo evidentemente provechoso para los
norteamericanos, cuyos estados habían obtenido de esta manera el primer y decisivo
reconocimiento. Los franceses, además, se habían comprometido a no firmar ninguna paz por
separado con Gran Bretaña.
En el plano militar, sin embargo, siguió una fase bastante larga que fue casi un estancamiento entre
1778 y 1781, y tuvo como escenario principal, además de los Estados Unidos, las Antillas y la
costa de la India, y de manera general, todas las zonas neurálgicas marítimas y coloniales.
El conde de Estaing, al frente de una escuadra de 17 barcos, lanzó en vano en el verano de 1778
un ataque contra Nueva York, dónde las tropas inglesas se habían concentrado. En 1779, el mismo
Estaing, con 35 unidades y 4.000 hombres, no logró ocupar Savannah (aunque se apoderó de
Tobago, San Vicente y Granada).
Por su lado, los británicos invadieron el sur con éxito. Tras haber tomado Savannah a finales de
1778, entraron en Charleston en 1780, capturando a 5.500 hombres de Benjamin Lincoln. Gates,
el vencedor de Saratoga, sufrió también una durísima derrota en Camden, en Carolina del Sur.
Al año siguiente, el general inglés lord Cornwallis partió de Carolina del Norte con el propósito
de tomar de nuevo Virginia y puso sitio a Yorktown. Pero la flota inglesa, que bloqueaba a los
franceses en Newport, se fue mar adentro, con lo que permitió al almirante De Grasse llegar a
Yorktown. Allí, al cabo de 3 semanas, Cornwallis, rodeado por tierra y por mar por fuerzas dos
veces superiores (las de Washington, Rochambeau y la Fayette), aceptó capitular con 8.000
hombres (19 de octubre de 1781). Entretanto, las fuerzas franco españolas, tras un asedio de 7
meses, lograban tomar el fuerte de San Felipe, del que dependía la entrada del puerto de Mahón
en Menorca.
El armisticio general fue proclamado el 4 de febrero de 1783. Poco fieles a los pactos, sin
embargo, los plenipotenciarios americanos, Franklin, Adams y Jonh Day, habían decidido ya
anteriormente negociar la independencia de sus ex-colonias (el 30 de noviembre de 1782). A estas
últimas les fue concedido todo el territorio comprendido entre el Atlántico y el Missisipí, con
Canadá al norte y el paralelo 31 al sur. Sin ninguna duda, Franklin y sus colegas habían
aprovechado bien los recelos recíprocos entre Inglaterra, España y Francia. Estas dos últimas
potencias, no obstante, aceptaron las cláusulas de esos acuerdos, que entraron a formar parte del
Tratado de paz definitivo firmado en Versalles el 3 de septiembre de 1783.
Por este Tratado, Francia logró la restitución del Senegal, de Saint Pierre et Miquelon y en principio, la
Luisiana occidental, y derecho a fortificar Dunkerque. España recobró Menorca y la Florida. Se reconoció
a los Estados Unidos como una nación nueva y un territorio delimitado.
Europa del Este tiene un notable protagonismo en las relaciones internacionales del siglo XVIII,
determinado por la ascensión de Rusia al plano de potencia militar, el retroceso del Imperio
Otomano y las diversas vicisitudes que llevaron a los repartos de Polonia.
En 1736 los rusos, volviendo a la política de Pedro el Grande, pensaron que había llegado el
momento de conquistar una salida al Mar Negro. Con el pretexto de un incidente fronterizo en
Persia, el ejército zarista se apoderó de Azov y penetró en Crimea. El emperador, algo
preocupado por dejar solos a los rusos frente a los turcos, atacó en los Balcanes y propuso su
mediación. Mientras se abrían negociaciones en el Congreso de Nemirov (1737), Carlos VI renovó
sus fuerzas y preparó con la Emperatriz Ana Ivanovna un proyecto de reparto del Imperio
Otomano. Fiel a la tradición de defender al sultán de las ambiciones austro-rusas Francia, Francia,
influenciada por su embajador en Constantinopla, Villeneuve, aconsejó militarmente al sultán que
venció a los austriacos en Los Balcanes (1737-1739) y al mismo tiempo sugirió el arbitraje
francés.
El tratado del Belgrado fue un frenazo a la expansión austriaca en los Balcanes (1 de septiembre
de 1739) y una compensación para los turcos después de las pérdidas del tratado de Passarowitz.
Austria devolvía sus conquistas de 1718, Valaquia y Serbia (Belgrado debería ser desmantelada).
Rusia seguía el ejemplo de Austria, pero conservaba Azov, y los más importante, el mar Negro
quedaba prohibido a los navíos rusos. Así Turquía volvía a las fronteras de 1699. La hábil política
francesa de Fleury devolvía a la monarquía francesa un prestigio perdido.
La guerra ruso-turca de 1768 modificaría el equilibrio de fuerzas en esta zona neurálgica, pero
no en el sentido deseado por Francia. El primer ministro Choiseul, después de intentar en vano
sustraer a Polonia de la influencia rusa, optó por un fortalecimiento de la alianza franco-turca,
empujando, mediante el embajador Vergennes, al sultán a la guerra cuando la expansión del
poder ruso puso en peligro el poder ruso en los Balcanes. No obstante el ejército de Mustafá II,
pese al apoyo francés,, difícilmente pudo hacer frente al ejército ruso. Por el contrario, esta
intervención precipitó la destrucción del estado polaco y agudizó las ambiciones rusas hacia
Constantinopla:
3 En primer lugar, Rusia quiso apoyarse en los pueblos cristianos de los Balcanes por
medio de los hermanos Orlov.
4 A continuación, pasó a la acción militar ocupando todo el territorio entre el Dniester y el
Danubio. Los rusos recuperaron Azov y penetraron en Crimea.
5 Al mismo tiempo una flota rusa rodeó el Atlántico, y penetró en el Mediterráneo,
provocando insurrecciones en territorios del imperio Otomano (Morea) y derrotando a la
flota turca en Tehesmé (8 de julio de 1770), cerca de la isla de Chio. Sin embargo no se
atrevió a atacar a Constantinopla, que sin embargo estaba muy mal defendida.
Turquía firmó un armisticio, derrotados por tierra y por mar. Este doble revés aceleró la
desmembración de Polonia. Tras producirse esta, catalina II quedó con las manos libres en Oriente.
Tras varios armisticios rotos, en 1773 muere Mustafá III y los rusos, que habían penetrado en
Bulgaria, forzaron a los turcos a capitular.
Por último, el tratado estipulaba que los rusos quedaban encargados de la protección de los
pueblos ortodoxos del Imperio Otomano. Estos tenían derecho a practicar libremente su culto y a
acudir a los Santos Lugares de Palestina.
Los rusos obtuvieron así privilegios capitales y quedaron frente al Islam como los únicos
representantes y defensores de la Cristiandad en los Balcanes. Esta cláusulas tuvieron una
importancia enorme en la hiostoria de Europa, sobre todo por el debilitamiento progresivo del
Imperio otomano. Eran una puerta abierta a la intervención rusa.
Más llamativas fueron las vicisitudes del reino polaco, que estaba destinado a convertirse en un
protectorado ruso encubierto. Durante la guerra de los Siete Años, por ejemplo, las Dietas no
habían funcionado de un modo regular, mientras las tropas zaristas habían hecho de su territorio
una base militar y logística, instalándose como en su casa y explotando sus recursos. El fin del
conflicto vino a coincidir con la desaparición de Augusto, abriéndose una nueva y más peligrosa
etapa de interregno. Catalina II no dudó en aprovecharse de ello para acentuar su onerosa
tutela. Como consecuencia de un acuerdo establecido con Federico II en abril de 1764, hizo ceñir la
corona polaca a su ex amante Estanislao Poniatoswski (se convirtió en Estanislao Augusto),
miembro de una familia de nobleza media, óptimo conocedor de las capitales europeas, era un
hombre culto y afín al movimiento de las “luces”, elegido rey en 1764, se encontró enseguida con
tener que depender financieramente del apoyo ruso antes de convertirse en un instrumento
involuntario del progresivo desmantelamiento de su propio estado.
La estructura en la que se basaba el país era todavía inadecuada y poco funcional que había
impedido que se estableciesen órganos estatales centralizados. Durante casi todo el siglo XVIII los
nobles polacos quisieron continuar defendiendo sus propios privilegios políticos, además de los
sociales, entre los que figuraba el negar obediencia al rey. Cuando el proceso de refundación del
estado comenzaba a iniciarse se acentuó la intromisión extranjera y que sometió por la fuerza el
territorio del reino. Al año de subir al trono Estanislao Augusto instituyó una escuela nacional de
“cadetes” para la formación de los oficiales del ejército. Poco frente a la energía del embajador
ruso, el general príncipe Nikolai Repnin que interpretando las directrices de Catalina II ayudó y
fomento una oposición de los magnates hostiles a las iniciativas reales y a la reducción de las
“libertades constitucionales” de los nobles. A esta “confederación de Radom” filorusa (1767) no tardó
en oponerse la “confederación de Bar”, que reunía a cuantos eran sensibles a la suerte de su
patria (1768).
La influencia rusa era cada vez más condicionante, en 1766, la Dieta polaca se vio obligada a
votar la igualdad de los derechos de todas las confesiones religiosas y aceptar una nueva
constitución de la que era garante la zarina. Por otro lado, los prusianos no estaban dispuestos
a dejar que Catalina fuera la única en aprovecharse de la situación, Federico II intentó
persuadirla para que recompensase con Polonia los esfuerzos realizados en la lucha contra los
turcos. La zarina consintió a comienzo de 1771 y en 1772 se llegó a una declaración común entre
Austria, Rusia y Prusia que consagraba el principio inaudito de la repartición del territorio polaco.
A Austria le fue atribuía Galitzia, erigida en reino autónomo, Catalina ocupó toda la Rusia
Blanca y Federico II la parte oriental de Pomerania.
Esta cínica operación fue posible por ausencia de una activa política francesa y llevada a cabo
por los tres monarcas sensibles a las ideas de los filósofos y paladines de las “luces”. Polonia, no
obstante, era un país tan extenso que ni siquiera una tan exenta de escrúpulos amputación de una
tercera parte de su territorio la redujo por sí misma al extremo.
Poniatowski inicia la Reforma cuando accede al trono, apoyado por el partido reformista de los
Czartoryski, proponiéndose dar mayor eficacia a la gestión gubernamental y reducir las
facultades de la Dieta (que se limita a funciones legislativas y se elimina parcialmente el
liberum veto). Sin embargo este modelo sucumbe ante la reacción beligerante de los
conservadores y la intervención exterior (Rusia 1767), la inestabilidad y los desordenes que se
producen obligan a Poniatowski a retroceder en su reforma, restablecer el liberum veto y aceptar
la tutela de Catalina II. Los recelos de las potencias ante la excesiva influencia rusa hacen que se
proceda al I Reparto de Polonia en 1772: Rusia se incorpora Bielorrusia; Austria a Galiztia y
Prusia unifica las dos Prusias, excepto Dantzig. Polonia pierde un 30% de su territorio y el 35%
de su población.
La Reforma iniciada por la Dieta de la Partición (1773–1775) y las Dietas siguientes suponen un
nuevo intento de reorganizar el poder central en beneficio de los magnates; con ellas se inició un
periodo de reformas que intentaron modernizar el derecho internacional y regular la vida
económica y social. Sin embargo, fueron interferidas por la oposición conservadora y por el
embajador ruso, evidenciándose la necesidad de una reorganización del sistema lo que da paso a
la Gran Dieta (1778–1792) que alumbró la Constitución de 1791.
Fruto de los intensos debates de la Gran Dieta se reestructura el sistema político, sobre la base
de los principios del derecho natural y del contrato social, y surge la Constitución de 1791 con
apoyo de las masas urbanas. Mucho más moderada que la francesa y americana fue impugnada
por la reacción conservadora (? contrarrevolución de Targowica) y considerada peligrosa por
Rusia y Prusia, provocando el II Reparto y la situación anterior a 1791. En esta ocasión Polonia
pierde 3/5 partes de lo que quedaba y su población se reduce a 4 millones,
Rusia se quedó con Podolia, Ucrania y el oeste de Bielorrusia; Prusia con Dantzig y Posnania. La
rebelión no se hace esperar y el general Tadeus Kosciusku aglutina las revueltas urbanas y
militares y proclamó el Acta de Insurrección que estableció una dictadura revolucionaria con
ribetes jacobinos.
Esto bastó para enmascarar los apetitos territoriales de las potencias vecinas, invadiendo el país
Austria, Rusia y Prusia, en 1794, con la excusa de los peligros de extensión de la revolución,
consumando el III Reparto.
Polonia desaparecía del Derecho Internacional y del mapa político europeo en 1795. En
noviembre abdicó el rey, que moría tres años más tarde en San Petersburgo
Notas: 1) Límites de Polonia antes de 1772; 2) Límites en 1772; 3) Límites en 1793; 4) Último reparto
en 1795; 5) Territorios polacos sucesivamente anexionados por Rusia; 6) Territorios polacos
sucesivamente anexionados por Prusia; 7) Territorios polacos sucesivamente anexionados por Austria.
He aquí un hecho histórico que siempre ha retenido el interés de los estudiosos. Polonia, cuya decadencia
se había hecho irremediable a partir del siglo XVII entra en el XVIII amenazada por rivales ambiciosos
y considerables: Rusia, Prusia y Austria. En el transcurso de la centuria, la debilidad polaca prepara el
fraccionamiento del Estado en beneficio de los reinos vecinos, lo que acaece de 1772 a 1797.
Los límites de Polonia antes del primer reparto en 1772, se indican con el signo 1. Con el signo 2 se
expresan las nuevas fronteras del Estado, a consecuencia de la incorporación de Pomerelia (Prusia
occidental) a Prusia, de Galitzia a Austria y los territorios de Polozk, Vitebsk y Mohilev a Rusia.
Un nuevo reparto tuvo lugar en 1793 entre Prusia y Rusia, cuyos límites se indican con el signo 3.
Aquella monarquía recibió la Posnania y la región del Warthe, y ésta la mayor parte de la Rusia
Blanca, Volinia y la Ucrania extremo-occidental, con Podolia. Por último, dos años después hallaba su
fin el reino polaco por una tercera división, en que también participó Austria (signo 4). Rusia se adueñó
de Lituania y el resto de la Rusia Blanca y Volinia; Prusia se anexionó Mazovia, con Varsovia; y Austria
recibió la región llamada Gran Polonia.
Los signos 5, 6 y 7 indican, respectivamente, las sucesivas anexiones que hicieron Rusia, Prusia y Austria
a expensas de Polonia.
6) LA SITUACIÓN INTERNACIONAL A COMIENZOS DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA
6.1. El Mundo Europeo.
Europa no está unida. El nacimiento de los nacionalismos refuerza aún más el antagonismo entre las
dinastías y la ambición de los más fuertes. La Guerra de América dio a Francia una ocasión para
mejorar su posición en detrimento de Inglaterra, pero el Tratado de Versalles (1783) fue sólo una
tregua en esta profunda y antigua rivalidad. Por otra parte, Alemania, humillada en muchas
ocasiones, se lanzó a una violenta reacción anti-francesa que puso fin al cosmopolitismo y que
prefigura ya los dramas de los dos siglos siguientes. En cuanto a Europa del Este, culmina su
aparición en la escena diplomática dando una brutal solución al problema de Polonia.
Cada potencia europea intenta, con más o menos éxito, conciliar sus tradiciones y el espíritu
innovador. En Francia, Luis XVI, que había comenzado su reinado como un déspota ilustrado,
abandonó en 1781 la política reformista que se necesitaba para solucionar el hundimiento de las
finanzas y, sobre todo, la crisis de la sociedad de órdenes; la única salida sería la revolucionaria.
En Inglaterra, la pérdida del primer imperio colonial, compensada con la rápida formación de otro-
obligó a Jorge III a aceptar el parlamentarismo que comprometió al país en el camino del
reformismo. En la Europa central surgen dos estados: Prusia, a quien Federico el Grande había
dotado de un gran ejército, y lo que ya podemos llamar Austria, cada vez más coherente a la
cabeza de un Imperio dispar de 343 estados. Finalmente, la Rusia zarista tenía una organización
de tipo occidental impuesta a una sociedad aún feudal.
El dominio de Europa sobre el mundo se concreta aún más durante el siglo XVIII. Los contornos de los
continentes se conocen ya perfectamente y los océanos guardan pocos secretos.
1 Lo que más interesa a Europa es América, pero hacia 1780 se abre la era de su
independencia: más que un fracaso para el Antiguo Régimen fue la prueba del triunfo de
la civilización occidental en el Nuevo Mundo. La independencia de los Estados Unidos,
proclamada en nombre de principios europeos, sirve de ejemplo a la aristocracia criolla de
los imperios español y portugués.
2 Por el contrario, África no parece salir de sus siglos de sombras y oscuridad.
o Aunque Ali-Bey (1755-1772) rompió los lazos que unían a Egipto con
Constantinopla, sus sucesores no pudieron impedir una maraña de guerras civiles.
o En la Regencia de Argel, los indígenas tratan de escapar a la tutela turca
formando grandes feudos casi independientes.
o En el norte de África, sólo Marruecos mantiene una cierta cohesión.
o En África occidental sólo existen en la costa los reinos fundados con base en la
trata.
o En el interior, se forman, tras la conversión de los peuls al Islam, tres estados
musulmanes, pronto enfrentados a los animistas del Reino de Bámbara.
o En África oriental Sudán y Etiopía se encuentran en una fase de anarquía total. En
África del Sur, unos miles de calvinistas europeos emprendieron una verdadera
colonización al margen de los comerciantes holandeses de El Cabo, pero en 1755
el enfrentamiento entre los Boers y los Bantúes provocarán las guerras cafres,
origen racial de los Afrikaaners.
3 En Asia, los rusos progresan lentamente por las llanuras siberianas y en 1787 se llega a
Kamchatka.
o Por otra parte, la Compañía Holandesa de Indias Orientales sigue obteniendo
importantes beneficios de las plantaciones de Ceilán e Insulindia, mientras que los
ingleses construyen un gran Imperio en La India.
o El Imperio Turco resiste aún a la penetración occidental, pese a su decadencia ya
irremediable, y a las ambiciones cada vez mayores de las potencia europeas.
o Los nómadas del Turquestán impiden el acceso a las estepas de Asia Oriental y
hostigan a sus vecinos con continuas incursiones.
o Japón, aislado, pero con un régimen en grave crisis social y con hambrunas,
empieza a poner en cuestión el régimen shogunal.
o En cuanto a China, es el principal bastión de resistencia a la influencia europea,
no obstante alcanza en 1796 el máximo de expansión: desde Mongolia a China.
Hacia 1780 Europa consigue los triunfos que le proporcionaran el dominio del mundo, frente a
civilizaciones debilitadas o inconscientes. Pero las fuerzas en movimiento tuvieron que luchar
primero contra las fuerzas conservadoras para abrir camino a la libertad, la igualdad y la
fraternidad que conducirían al mejor de los mundos.
Fuera de Europa, los europeos se enfrentan por rivalidades coloniales. Pero, a fines de siglo, la
independencia de los EEUU es el signo evidente de la primacía de la civilización occidental en el
Nuevo Mundo.