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Miraban desde el alféizar de una ventana lo que ocurría en el interior de la casa.

Ya estaban puestas
todas las luces de colores. De hecho, toda la casa parecía un luminoso anuncio publicitario de un
hotel-casino de esos que hay en las Vegas donde te juegas los cuartos al lado de Elvis o de Marilyn,
donde todo es de pega, de cartón piedra, todo tan 'kitsch' o tan hortera según quien lo mire. Cada
arista de la casa tenía su hilera de parpadeantes luces de colores coronadas por una enorme
instalación que semejaba ser una estrella fugaz colocada en lo más alto del tejado.
Desde la ventana veían todo el salón en el que se imponía la presencia del árbol que ocupaba el
lugar más vistoso. A un lado, un poco apartado y a medio hacer, estaba el nacimiento del que, con el
paso de los años, cada vez faltaban más figuritas, el césped lucía más triste y el papel de aluminio
palidecía ante el resto de los adornos. En ese momento los niños estaban preparando un gran
calcetín rojo que se iba colgar de la chimenea. Era la bienvenida formal a Papá Noel. El calcetín era
cada año más grande así como más numerosos eran los regalos que éste traía compensando la
disminución de los regalos que traían los Reyes Magos.
Estos se miraban unos a otros; habían venido solos, sin pajes; sin camellos; sin regalos. Sus ropajes
orientales se habían transformado en unas, aún más orientales, ajustadas ropas negras que
facilitaban sus todavía ágiles movimientos. Rodearon la casa y esperaron a que todos se hubiesen
ido a dormir. Era la noche del 24 de diciembre.

Se veía a Papá Noel busca que te busca, llevaba más de una hora buscando el calcetín rojo y ya se
tenía que ir; no podía esperar más; tenía montones de entregas por delante. Otro calcetín menos, ya
van no-se-cuantos y no comprendía nada en absoluto, y sin el dichoso calcetín no podía dejar los
regalos. ¿A quién se le ocurriría semejante contraseña? Es de locos, como si esto fuese una
hermandad secreta y necesitásemos de un código indescifrable para hacer vaya usted a saber qué
cosas. Letras por aquí, símbolos por allá, números por el otro lado. Los Reyes, en cambio, nada; con
la carta les vale; confianza, fiarse de que todo va a ir según lo previsto. En fin, otra familia sin los
regalos de Navidad. ¿Quién sería el desaprensivo que ha robado los calcetines? ¡Hay que ser mala
persona!

De vuelta a Oriente, los Reyes estaban exultantes. Su expedición punitiva había sido todo un éxito y
este año SOLAMENTE sus regalos serían los que llegasen a muchas casas. Por fin se darían cuenta
todos esos chaqueteros desagradecidos quienes eran fieles de verdad, quienes iban a estar siempre
ahí, en quienes se podía confiar. Ya se encargarían ellos de asegurarse de que todo el mundo lo
supiese.

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