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PROTÁGORAS, EL SOFISTA DE ABDERA

1.- Introducción

La palabra ‘sofista’ proviene del griego ‘’ que significa sabio, experto en el
saber. Fue empleada en sentido elogioso por los autores del siglo V a.C, como es el caso
de Heródoto y Píndaro, quienes atribuyeron el calificativo de ‘sofista’ a maestros y
educadores de sabiduría y virtud de la talla de Homero, Hesíodo, Solón y Pitágoras.

Sin embargo, a partir de la guerra del Peloponeso (431-405 a.C.), el término ‘sofista’
adquiere un sentido peyorativo y desfavorable. Aristófanes, por ejemplo, en su comedia
‘Las nubes’ caricaturiza a los sofistas como hombres impíos que tienen la habilidad de
pronunciar un discurso justo y otro injusto sobre el mismo tema. Jenofonte les critica su
venalidad, definiéndolos como comerciantes de la sabiduría.

Sócrates, quien tuvo a los sofistas como adversarios durante toda su vida, los considera
uno de los principales causantes de la decadencia de Atenas. Platón los caracteriza como
cazadores interesados de gente rica, a la cual le venden un saber que no es más que
golosina para el alma. Aristóteles denuncia también su oportunismo mercantil, centrado
en la venta de una ciencia aparente, pero no real.

Desde entonces, el sentido despectivo de la palabra ‘sofista’ se ha generalizado,


perdurando durante muchos siglos y proyectándose, incluso, hasta nuestros días. Ahora
bien, ¿quiénes fueron los sofistas? ¿Por qué se los ha considerado de antaño como los
aguafiestas de la historia de la filosofía? ¿Acaso no han traído algún beneficio a la
cultura occidental? ¿Cuál es, en líneas generales, su visión del mundo y hasta qué punto
ha influido ésta en la posteridad?

En este trabajo intentaremos hacer justicia sobre el fenómeno sofístico, exponiendo las
causas de su aparición histórica en el mundo griego, su significado cultural, señalando
los límites intelectuales y morales en lo que respecta a su pensamiento filosófico, pero
poniendo en relieve sus aportes fundamentales a la tradición occidental tantas veces
olvidados. Asimismo, abordaremos en particular la doctrina de Protágoras, su mayor
representante, el cual anticipa muchos lineamientos teóricos que resurgirán en la
modernidad y que, incluso, llegan hasta nuestros días.

2.- El movimiento sofista

Después de las guerras médicas y de las victorias de Maratón, Platea y Salamina, Atenas
Aparición de
los sofistas se convierte en pionera de una poderosa liga política y en el centro de la vida comercial
y cultural de Grecia, alcanzando su apogeo entre los años 499 y 429 a.C, época que se
conoce como el ‘siglo de oro de Pericles’.

Por entonces, la hegemonía de la aristocracia fue sustituida por un régimen de


democracia directa, en el cual los ciudadanos podían hacerse oir en el ágora e intervenir
en los debates públicos. Por este motivo, el arte de la palabra -el brillo de la oratoria y el
manejo de la dialéctica- adquiere una importancia sin precedente.

1
La educación tradicional existente basada en la música, la rítmica y la gimnasia
resultaba insuficiente para aquellos que aspiraban a intervenir de manera eficaz en el
terreno político. Se sentía, pues, la necesidad de una formación más amplia, que no sólo
aporte conocimientos y cultura general, sino que también brinde un dominio del
lenguaje y de la agudeza dialéctica para derrotar al adversario.

Esta fue la demanda que vinieron a satisfacer los sofistas, maestros ambulantes que iban
de ciudad en ciudad enseñando el saber a jóvenes y adultos que decidían incursionar en
la vida pública. Su éxito fue extraordinario, aunque suscitaron reacciones opuestas
desde numerosos frentes, sobre todo desde quienes defendían el antiguo régimen
aristocrático y conservador.

Debemos ahora ampliar el panorama sociocultural que da razón del surgimiento y del
éxito obtenido por la sofística, señalando otros factores que desencadenaron el
fenómeno. Por empezar, la preponderancia cultural ateniense fue también la causa de
que se convirtiese en el centro de confluencia de las escuelas filosóficas presocráticas,
que hasta entonces se habían mantenido alejadas de la metrópoli.

El estado de incertidumbre de la filosofía cosmológica –en la que se confrontaban el


monismo dinámico de Heráclito con el monismo estático de Parménides y los diversos
sistemas que quisieron superar el dilema entre el devenir y la permanencia y la
multiplicidad y la unidad de la naturaleza, tales como el eclecticismo de Empédocles, el
pluralismo heterogéneo de Anaxágoras y el pluralismo homogéneo de Demócrito-,
favoreció un ambiente de escepticismo adecuado para la actitud subjetivista y relativista
que constituirá en gran parte el fondo doctrinal sofístico.

Además de este factor teórico, influyen factores sociopolíticos como el crecimiento del
comercio exterior que puso en contacto a los griegos con otras civilizaciones con
cosmovisiones, modos de convivencia y costumbres muy distintas a las helénicas. Ello
también favoreció la postura relativista que difundirán los sofistas, ya que muchos
modismos helénicos perdieron su categoría de únicos, eternos y absolutos.

Otro factor concomitante fue la crisis de la religión homérica y de su prevalecer


educativo. Al antropomorfismo y a las incongruencias de la religión tradicional se las
critica desde un naciente espíritu racionalista que proviene de la indagación filosófica de
los cosmólogos y del florecimiento de las ciencias particulares como la medicina, la
matemática y la astronomía.

Si a esto se le suma la tolerancia de librepensamiento que traía consigo la democracia,


se puede considerar al movimiento sofístico como un movimiento ilustrado en medio
del mundo antiguo. En efecto, los sofistas manifestaron una notable libertad de espíritu
con respecto a la tradición, las normas y las conductas codificadas, y manifestando una
confianza ilimitada en las posibilidades de la razón.

Características A menudo se estudia a la sofística como si se tratara de una corriente de pensamiento en


de la sofística bloque, cuyos miembros compartirían un pensamiento e intereses semejantes. Lo cierto
es que tal consideración no hace más que sino simplificar en exceso un fenómeno
complejo que presenta diversos matices.

2
La crítica contemporánea se encargó de dividir a la sofística en tres grandes grupos:
a) los grandes maestros, verdaderos filósofos que no carecieron de criterio moral y que
fueron respetados y admirados por el mismo Platón, entre los que hallamos a
Protágoras, Gorgias, Pródico e Hippias;
b) los sofistas eristas, representantes de la corrupción de la antilogía protagórica, que
utilizaron el lenguaje y la lógica para refutar al otro sin importarles el contenido de
la discusión;
c) los sofistas políticos, aquellos que utilizaron el relativismo de Protágoras y el
nihilismo de Gorgias con fines ideológicos.

Si bien, como dijimos, existió disparidad de opinión entre los sofistas en las distintas
áreas del saber, podemos –por razones didácticas- agrupar en lo que sigue sus
características más comunes, lo cual sirve solamente para trazar un bosquejo del perfil
sofístico, y que en ningún caso permite una generalización necesaria que se atribuya a
cada uno de sus representantes. Habiendo advertido sobre el peligro de este
esquematismo, señalemos, entonces, las siguientes diez características:

- Relativismo: se niegan esencias fijas y estables en la realidad para sostener que todo
es contingente, variable y relativo a los hombres.

- Subjetivismo: se niega la verdad objetiva y se afirma al sujeto individual como


criterio de la verdad y de los valores morales.

- Escepticismo: se sostiene que no podemos conocer nada con certeza, sino que todo
queda sujeto a la duda y al poder persuasivo de la palabra.

- Nominalismo exagerado: se tiene una confianza ilimitada en el poder de la palabra


como elemento instaurador de realidades.

- Indiferencia moral: se piensa que no hay ni bien ni mal referidos a una normativa
fundante, sino que lo bueno y lo malo se define por convención.

- Indiferencia religiosa: entre los sofistas se da el predominio del agnosticismo y del


ateísmo en materia religiosa.

- Convencionalismo jurídico: se acentúa la oposición  las leyes son


inventadas por los hombres para vivir en sociedad, pero carecen de fundamento
natural.

- Utilitarismo individualista: más que servir a la pólis, sus enseñanzas apuntan a la


consecución de beneficios particulares.

- Pragmatismo filosófico: su finalidad no es especulativa, lo cual les está vedado por


su escepticismo radical, sino eminentemente práctica.

- Venalidad: dado que se consideran trabajadores de la educación, cobran honorarios


a cambio de sus lecciones.

3
Aportes En función de las notas características enumeradas arriba, se comprende que la sofística
sofísticos
representa una crisis en la historia de la filosofía, en la que el saber corrió el riesgo de
petrificarse y convertirse en utilitarismo y retórica vacía. La nueva educación tocaba los
problemas más profundos de la moralidad y del estado, exponiéndose a caer en las
mayores parcialidades si no se fundaba en una seria investigación que buscara la verdad
por sí misma.

Desde este punto de vista reaccionarán Sócrates, Platón, Aristóteles y la posteridad ante
la doctrina de los sofistas. 1 Sin embargo, debemos reconocerles importantes méritos
que trascienden los débiles fundamentos intelectuales y morales de sus doctrinas.

En primer lugar, los sofistas desplazaron el centro de gravedad especulativo desde el


cosmos hacia el hombre, presentándose como los primeros humanistas en la historia de
la filosofía al abordar cuestiones de ética, política, religión, arte, retórica y educación.
Entre el período cosmológico con el que surgió la filosofía (siglos VII y VI) y el
período de las grandes sistematizaciones filosóficas de Platón y Aristóteles (siglo IV),
encontramos el período humanístico protagonizado por los sofistas y Sócrates (siglo V).

En segundo lugar, los sofistas son los fundadores de la entendida como la


formación espiritual del hombre de manera plenamente consciente, al sostener que el
saber es el camino para alcanzar la virtud. Los sofistas desmitificaron la creencia
tradicional acerca de que la virtud dependía del linaje de la persona, difundiendo la
doctrina de la adquisición del saber a través de la enseñanza.

También, al ofrecer sus lecciones a todo aquél que estuviese dispuesto a pagar una suma
de dinero a cambio, desestructuraron un esquema social que restringía el saber a un
pequeño sector privilegiado de la población. Es atinado afirmar que los sofistas fueron
los primeros educadores en la historia occidental, como lo ha puesto de relieve Jaeger.

En tercer lugar, debemos señalar que, además de ser los padres de la educación, fueron
también los fundadores de la ciencia pedagógica, sostenida en la tesis principal de que
la naturaleza humana puede ser educada y perfeccionada.

Los sofistas ampliaron el concepto de educación hasta entonces reducido a la formación


en música y en gimnasia, haciendo que el término pase de designar la acción
educadora de los niños (a significar la formación espiritual consciente del adulto
(, en la cual se tratan los problemas que la existencia humana nos plantea.

En cuarto lugar, con su tesis de la existencia de una naturaleza común a todos los
hombres, rompieron los viejos prejuicios aristocráticos y reconocieron la igualdad de los
hombres ante la ley. Con esto fomentaron la elaboración de una doctrina jurídica más
universal, en la que se debe distinguir el derecho natural del convencional. Viajando de
pólis en pólis se reconocieron ciudadanos de la Hélade, rompiendo prejuicios sociales y
raciales muy comunes en la Grecia antigua.

1
“Las ideas de los sofistas sobre el hombre, el estado y el mundo carecían de la seriedad y la profundidad metafísica
que poseyeron los tiempos que dieron forma al estado ático y que recobraron en la filosofía las generaciones
posteriores. Será, por tanto, erróneo buscar por ese lado la originalidad de sus realizaciones. Su debilidad procede
de la inconsistencia del núcleo espiritual y ético en que se fundaba la estructura interna de su educación.” W.
Jaeger, ‘Paideia’, F.C.E, México, 1957, p.267.

4
En quinto lugar, al haber perfeccionado la dialéctica y al haber planteado el problema
crítico del valor del conocimiento, son también los fundadores de la lógica y de la
gnoseología, aún cuando en su solución derivan hacia el subjetivismo y el escepticismo.
Dada la importancia concedida a la palabra, contribuyeron a perfeccionar el uso del
lenguaje y su estructura gramatical. Antes de la sofística ni se hablaba de gramática, ni
de retórica, ni de dialéctica, las cuales constituirán el llamado ‘trivium’ de las escuelas
medievales, que son fundamentales en toda formación humanística.

En sexto lugar, la sofística, al introducir el espíritu crítico y racional de los cosmólogos


al campo humanístico, obligó a repensar lo divino y los problemas del hombre en
general sobre un terreno más elevado. En este sentido, promovieron el nacimiento de la
metafísica como terreno de fundamentación última de las cuestiones antropológicas,
éticas y religiosas, lo cual será llevado a cabo a través de la obra de Sócrates, Platón y
Aristóteles, que en muchos aspectos se erige a partir de una reacción contra la sofística.2

3.-Protágoras, el sofista de Abdera

Habiendo expuesto sucintamente las causas de la aparición del movimiento sofístico,


sus características generales y sus aportes fundamentales, pasamos ahora al estudio de
su representante más significativo: Protágoras, cuya doctrina nos permitirá acceder a
una mayor comprensión del fenómeno sofístico.

Vida y Se ha fijado la fecha de nacimiento de nuestro filósofo hacia el 486 a.C. en Abdera, una
obras. de las ciudades más importantes de Tracia. Como tantos otros pensadores de la época,
Protágoras marchó a Atenas y gracias a su talento intelectual consiguió rápidamente
gran renombre. La mayor prueba que poseemos del prestigio alcanzado por el sofista
reside en el encargo que los atenienses le hicieron hacia el año 443 a.C. para que
redactara las leyes de la ciudad de Thurii, pues es sabido que la creación de estas
legislaciones para las nuevas colonias eran encomendadas a hombres de extraordinaria
fama.

En Atenas trabó amistad con Pericles y es indudable que el trato con el insigne político
repercute en el pensamiento de Protágoras y en su problemática sobre la
También allí conoció a Gorgias, a Hippias y a Pródico, con quienes
intercambió opiniones.

Sin embargo, la suerte se torció en contra de Protágoras a partir de su conocido libro


‘Sobre los dioses’. El agnosticismo, claramente sostenido por el sofista ya desde las
primeras líneas de la obra, dio lugar a que la opinión ateniense se volviera en su contra.
Protágoras fue condenado al destierro del Atica y a que sus libros fueran quemados
públicamente. El caso de Protágoras, así como el de Sócrates, el de Diágoras y el de
Anaxágoras, indican que habría mucho que hablar sobre la pretendida plena libertad de
pensamiento en la antigua democracia ateniense. Lo cierto es que, cumpliendo la orden
del destierro, se embarcó hacia Sicilia y, al naufragar la nave, terminó sus días,
contando presuntamente con ochenta años de edad.

2
“Desde el punto de vista histórico la sofística constituye un fenómeno tan importante como Sócrates o Platón. Es
más, no es posible concebir a éstos sin aquella.” W. Jaeger, ‘Paideia’, F.C.E, México, 1957, p.267.

5
La obra de Protágoras se ha perdido en su totalidad y reunía alrededor de quince títulos.
Entre estos, según Diógenes Laercio, se hallaban los siguientes: ‘El arte de la herística’,
‘Sobre la lucha’, ‘Sobre el estado’, ‘Sobre las virtudes’, ‘Sobre las malas acciones de los
hombres’, ‘La disputa sobre los honorarios’, ‘Contradicciones’, ‘La verdad’, ‘Sobre el
ser’ y ‘Sobre los dioses’. Solamente se conservan algunos fragmentos de estas obras
citados por autores posteriores y referencias acerca de sus doctrinas. Por regla general,
los datos más extensos sobre el pensamiento de Protágoras los encontramos en
Aristóteles y, aún más, en Platón. A estas fuentes recurriremos a continuación.

Ontología Toda la filosofía de Protágoras descansa en una concepción heraclítea de la realidad,


que afirma la pluralidad y el devenir constante del ser en oposición a Parménides.
Protágoras hace suya la máxima de Cratilo: ‘’, todo fluye y nada permanece,
por lo cual las cosas ni son ni no son, pues están en perpetuo cambio. Solamente son
verdades en cuanto que nos aparecen y su verdad consiste en cómo nos aparecen. Y este
devenir se sucede en el ser material, único modo de existencia admitido por el sofista.

“Dice Protágoras que la materia es fluyente, pero, a medida que fluye, las adiciones
compensan las pérdidas, y que las sensaciones se transforman y cambian en relación
con la edad y con las demás disposiciones del cuerpo. Dice también que el fundamento
de todo fenómeno subyace en la materia, de manera que ésta se manifiesta a todos y a
cada uno de los hombres como es en sí misma, más éstos perciben una u otra
representación según sus diferencias individuales... Vemos, pues, que establece que la

Gnoseología

6
materia es fluyente y que en ella reside el fundamento de todos los fenómenos, los
cuales son oscuros e inaprehensibles para nosotros...” 3

Al presentarse la realidad como algo en constante cambio, estando comprendidos dentro


de tal realidad tanto los objetos de conocimiento como el sujeto mismo que conoce, no
puede admitirse nada inmutable, universal y necesario. Tal como lo planteará Deleuze
dos mil quinientos años más tarde, Protágoras está de acuerdo con el filósofo francés en
que sólo oímos la cascada de los entes, más nunca el murmullo del ser. La fuente que
nos permite justificar esta tesis la encontramos en un testimonio de Eusebio: “He leído
por casualidad el escrito ‘Sobre el ser’ de Protágoras, encontrando una argumentación
contra los que sostienen la unidad del ser.” 4

Si el ser es materia en devenir, la única forma de conocimiento posible de ser admitida


es la sensorial, la cual se transforma constantemente en función del devenir del objeto
conocido y del sujeto cognoscente. A diversas disposiciones del objeto corresponderán
diversas representaciones del sujeto, y viceversa, siendo que estas disposiciones nunca
son idénticas en ningún individuo.

En otras palabras, si el conocimiento es la conjunción del sujeto con el objeto, es


necesario admitir que, si tanto el primero como el segundo son cambiantes, su producto
también tendrá que serlo. De ahí que el conocimiento no pueda ser universal y necesario
para cada uno y todos los hombres, sino individualizado en cada uno de ellos. En suma,
todo lo que existe, tanto en la realidad como en la mente humana, es individual: el
universal se da sólo en el nombre (nominalismo).

Según el testimonio de Diógenes Laercio, Protágoras dijo también que “el alma no es
otra cosa que sensaciones.” 5 Con esta tesis, Protágoras se inclina hacia el actualismo o
fenomenismo psicológico, es decir, hacia la teoría según la cual no hay en el hombre
ningún principio psíquico sustancial. El psiquismo privado de todo tipo de principio
sustancial se reduce a la corriente de los estados de conciencia. De este modo, el ser se
agota en el aparecer y se postula una psicología sin alma.

Homo Si todo fluye tanto en el ser como en el pensar, no es difícil advertir que Protágoras haya
mensura
adherido al subjetivismo diciendo “el hombre es la medida de todas las cosas.” 6 Este
axioma se convirtió en celebérrimo y ha sido considerado como la carta magna del
relativismo occidental. Sexto Empírico nos ha transmitido un importante comentario
sobre la tesis del ‘homo mensura’: “Protágoras sostiene que el hombre es la medida de
todas las cosas, de las que son en tanto que son y de las que no son en tanto que no son,
entendiendo por medida la norma y por cosas lo real; de forma que él podía decir que
el hombre es la norma de todo lo real. Y por esta causa él sólo admite lo fenoménico
subjetivo, introduciendo, en consecuencia, el relativismo.” 7

La interpretación de esta famosa máxima protagórica ha sido muy discutida, siendo que
el problema se centra en el sentido que hay que dar a la palabra hombre (.
Pareciera que éste puede recibir tres significados distintos: a) el hombre como ser
individual (homo individualis); b) el hombre como especie, es decir, como ser humano

3
Sexto Empírico, ‘Hipotiposis pirrónicas’, I, 216
4
Porfirio, tomado de Eusebio, ‘Preparación evangélica’, X, 3,25
5
Diógenes Laercio, op, cit, IX,50

7
‘in genere’ (homo specificus); c) el hombre como ser que vive en una sociedad
determinada (homo socialis). Cada una de estas tres interpretaciones del
protagórico ha sido defendida a lo largo de la historia del pensamiento.

a) Platón en el ‘Teetetes’ aparece como defensor de la tesis individualista, poniendo en


boca de Sócrates esta interpretación: “¿No es verdad que (Protágoras) dice algo así: tal
como me parecen las cosas, tales son para mí; tales como te parecen, tales son para ti.
Pues tú eres hombre y yo también?” 8 En esta opinión abunda también Aristóteles:
“Pues éste (Protágoras) dijo también que el hombre es la medida de todas las cosas,
con lo que no quería decir sino que lo que a cada cual le parece, eso también es
firmemente.” 9

b) La interpretación específica o genérica de ha sido sostenida por Goethe


y Gomperz. Este último nos dice: “El hombre que aparece como opuesto a la totalidad
de las cosas, no puede ser el individuo, sino únicamente el hombre en general... El
hombre, es decir, la naturaleza humana, es la medida de la existencia de las cosas.” 10

c) La interpretación sociológica ha sido defendida por Eugenio Dupréel en su libro del


año 1948 titulado ‘Los sofistas’. Allí sostiene que históricamente se ha interpretado la
máxima del ‘homo mensura’ del sofista de Abdera entendiendo por ‘hombre’ o bien el
individuo o bien la especie. Dupréel propone una nueva lectura de la máxima en clave
sociológica, entendiendo por ‘hombre’ al individuo integrado en una sociedad histórico-
geográfica determinada, distinta de tantas otras sociedades también existentes que
poseen diversas cosmovisiones y costumbres.
La pregunta que se nos impone necesariamente es: ¿cuál de las tres interpretaciones será
la acertada? Parece claro que la segunda interpretación, la genérica o específica, no es
aceptable, pues habría que ver en Protágoras un precursor de Kant y nada hay en la
doctrina del sofista que autorice tal interpretación. A nuestro modo de ver, el
pensamiento real del filósofo de Abdera está en la conjunción de la tesis individualista
de Platón y Aristóteles con la tesis sociológica de Dupréel.

En efecto, para Protágoras cada hombre individualmente considerado sería el


determinante existencial de lo real. Pero este hombre individual está inserto en una
comunidad política que también es criterio de lo verdadero, en cuanto que afirma cosas
más convenientes que otras para la vida de los hombres. Platón pone en boca de
Protágoras lo siguiente: “Pues lo que a cada pólis le parece justo y bello, efectivamente
lo es para ella, mientras que tenga el poder de legislar.” 11

Según esto, la medida de todos los valores es la sociedad, la . Ante la pluralidad
indefinida de representaciones individuales, tiene que haber una norma que mida la
Etica
mayor o menor conveniencia de las mismas, y esa norma es la colectividad, ya sea que
esté regida por consenso o despóticamente. Unas líneas más abajo del texto citado,
vuelve a decir Protágoras: “Sobre lo justo y lo injusto, lo santo y lo no santo, estoy
dispuesto a sostener con firmeza que, por naturaleza, no hay nada que lo sea

6
Platón, ‘Cratilo’, 385 E
7
Sexto Empírico, ‘Hipotiposis pirrónicas’, I, 216
8
Platón, ‘Teetetes’, 166, D
9
Aristóteles, ‘Metafísica’, XI, 6, 1062, b, 13
10
Gomperz, ‘El pensamiento griego’, Leipzig, 1931, tomo I, pag. 478-480
11
Platón, ‘Teetetes, 166D

8
esencialmente, sino que es el parecer de la colectividad el que se hace verdadero
cuando se formula y durante todo el tiempo que dura ese parecer.” 12

De la interpretación que hemos hecho de la tesis del ‘homo mensura’ se deriva el


relativismo axiológico del sofista, según el cual “todos los juicios son verdaderos” 13
puesto que no hay verdad objetiva. Dado el convencionalismo social, podemos decir
que es la sociedad la que estima lo valioso y lo antivalioso, en tanto que el hombre
individual moldeado por dicha sociedad acata las valoraciones de ésta o las rechaza. Al
no existir una naturaleza humana que dicte el bien del hombre, los valores éticos serán
determinados por el consenso social, según el pensamiento de las opiniones
mayoritarias o del pensamiento que se imponga.

Si bien no existen para Protágoras valores absolutos, sí existe algo que es más útil, más
conveniente y más oportuno, aunque no por ello más verdadero, claro está. Lo propio
del sabio será, justamente, proponer a los demás lo más útil y conveniente para lograr la
virtud ciudadana, persuadiéndolos para que lo pongan en práctica.

Es claro, entonces, que el relativismo axiológico defendido por Protágoras tiende al


pragmatismo, porque el bien y el mal terminan identificándose con lo útil y lo inútil
respectivamente. Al ser tanto la ley moral como la ley jurídica algo arbitrario, podrán
ser válidas leyes contrarias entre sí en diferentes momentos y situaciones que permitan
su decreto según las tendencias más útiles y convenientes para la sociedad.

Según acabamos de ver, el relativismo de Protágoras padeció de una notable limitación.


Pareciera que mientras que el hombre es la medida de la verdad de las cosas, en cambio
resulta medido por la utilidad, la cual en cierto modo se presenta como algo objetivo de
valor incuestionable.
En definitiva, el bien y el mal son respectivamente lo útil y lo perjudicial. Protágoras no
halló ninguna oposición entre su relativismo y su pragmatismo basado en la utilidad,
debido a que lo útil en la experiencia aparece única y exclusivamente en el contexto de
correlaciones, hasta el punto de que no se puede determinar en qué consiste, si no se
define al mismo tiempo el tema al que se refiere lo útil, el objetivo para el cual es útil y
las circunstancias en las que es útil. Lo útil, pues, es un concepto relativo.

Por ello afirmaba que su sabiduría consistía en saber reconocer aquello que es nocivo o
que es útil para la convivencia ética-política de los hombres, y en saber demostrarlo a
los demás, convenciéndolos de ello. Sin embargo, es evidente que Protágoras no supo
decir sobre que bases y fundamentos puede reconocer lo que es útil desde un punto de
vista socio-político. Para lograrlo hubiera debido profundizar más en la esencia humana
del hombre y determinar la naturaleza de ésta. Tal será la tarea que históricamente
corresponderá a Sócrates, que será continuada por Platón y Aristóteles.

Antilogía En este contexto debe entenderse la teoría protagórica sobre los juicios contrarios, según
protagórica la cual “todos los juicios contrarios sobre una misma cosa son al mismo tiempo
verdaderos.” 14 Esta doctrina no niega la validez del principio de no contradicción como
creyeron Platón y Aristóteles, sino que está en íntima relación con la tesis del ‘homo
mensura’ y debe ser entendida en torno a la postura relativista. Un juicio en que se
afirme un predicado de un sujeto, sólo es válido bajo determinada relación social.
12
Platón, ‘Teetetes, 166D
13
Diógenes Laercio, op cit, IX, 50

9
Lo verdadero y lo falso, el bien y el mal, lo bello y lo feo, son para Protágoras
Filosofía del
lenguaje multiformes, con cuantas formas cuantas sociedades haya. De aquí que el predicado
‘verdadero’, ‘bueno’ o ‘bello’ respecto a un determinado sujeto, podrá ser afirmado o
negado con validez simultáneamente, pero con relación a distintas realidades sociales.

Para él, sería contradictorio el afirmar que ‘el culto de Atenas es laudable’ y que ‘el
culto de Atenas no es laudable’ desde el punto de vista de la polis ateniense, pero no lo
sería si el primero se mantiene con relación a la polis ateniense y el segundo con
relación a la polis persa.

También en este contexto ha de visualizarse la famosa doctrina protagórica que


posibilita hacer del peor argumento el mejor, el cual es consecuencia del ‘homo
mensura’ y de su teoría de los juicios contrarios.

Un argumento malo, una tesis débil, sólo lo será en relación a algo bajo cierto aspecto.
Lo que hará la habilidad del sofista será cambiar ese bajo cierto aspecto, buscando otro
más favorable y desde el cual la tesis o argumento sea mejor y más fuerte.

“Yo (Protágoras) digo que la verdad es tal como he escrito sobre ella, que cada uno de
nosotros es la medida de lo que es (verdadero, bueno, bello) y de lo que no es; y que
hay una inmensa diferencia entre un individuo y otro, precisamente porque para uno
son y parecen ciertas cosas, para otro, otras. Yo no digo que no exista la sabiduría,
pero sí mantengo que es sabio el que de nosotros, pareciéndole y siendo para él una
cosa mala, consiga, produciendo una conversión, que parezca y sea buena.” 15
Filosofía
social

Protágoras concedió extraordinaria importancia a los problemas lingüísticos, nada


extraño dada su importancia para el arte de la retórica, tan preciado por los sofistas. Fue
el primer hombre que en la antigüedad ha dado categoría científica a la gramática.

Además, fue el primero en distinguir los géneros de los nombres en masculino,


femenino y neutro, así como también en dividir las partes de la oración en sustantivo,
adjetivo y verbo. Se ocupó de los tiempos y modos verbales, de la división del discurso
(preámbulo, exposición, discusión y conclusión) y de otros problemas similares.

Pero el problema más interesante es el relativo al carácter convencional del lenguaje


defendido por el sofista. Esta cuestión está desarrollada en el ‘Cratilo’ de Platón. Allí se
pone en boca de Hermógenes la tesis convencionalista que Sócrates atribuye a
Protágoras: “Porque la naturaleza no asigna nombre a ningún objeto. Lo hacen el uso y
la costumbre entre los que tienen el hábito de poner nombres.” 16

Y esto se pone en relación con la tesis del ‘homo mensura’ cuando Hermógenes
sostiene: “Yo llamo a cada objeto con un nombre establecido por mí, tú con el escogido
por ti.” 17 Por lo tanto, el hombre, o mejor, la polis, es también la medida del lenguaje:
las cosas para ser designadas tienen que ser medidas por una unidad convencionalmente
adoptada por la sociedad.

14
Platón, ‘Eutidemo’, 286 B
15
Platón, ‘Teetetes’, 166 D

10
A diferencia de Aristóteles, para quien el hombre es un viviente social por naturaleza,
para Protágoras el hombre sólo sería un ser social por conveniencia, con lo cual en este
punto el sofista está más cerca de Platón que del estagirita. Su doctrina sobre el origen
de la sociedad está expuesta a modo de mito en el ‘Protágoras’ platónico, y ella parece
inclinarse por la doctrina del pacto social. 18

Los hombres primitivos habrían vivido solitariamente. Pero, teniendo en cuenta su


debilidad y los peligros que le acechaban en la naturaleza, el hombre primitivo se vio en
la necesidad de aglomerarse con sus semejantes, y por medio de un pacto, ya implícito
ya explícito (punto éste que no aclara Protágoras), pasaron a vivir en sociedad.

Ahora bien, si bien la sociedad surgió con una intención puramente utilitaria, lo cierto es
que, según Protágoras, la vida social perfecciona al hombre en virtud. Para el sofista,
claro antecesor de Hobbes en este punto, el hombre en estado no social es ‘un lobo para
el hombre’. El pesimismo antropológico es claro en su doctrina: el hombre es malvado
por naturaleza y vive en tal situación en una constante ‘guerra de todos contra todos’.

Unicamente la sociedad puede redimirlo, en tanto que instituye el respeto mutuo y la


justicia entre los ciudadanos, y amenaza con severos castigos la transgresión de la ley.
“En la teoría de Protágoras aparece el estado como la fuente de todas las energías
educadoras. Es más, el estado es una gran organización educadora que impregna de
este espíritu todas sus leyes y todas sus instituciones sociales.” 19

Filosofía de Problema capital en Protágoras es el de la educación como proceso de enseñanza y


la educación consecución de hombres virtuosos. No en vano Platón, por boca de Sócrates, dice en el
‘Protágoras’: “Al proclamarte públicamente ante todos los griegos como sofista, te has
revelado profesor de educación y de virtud.” 20 Dos problemas fundamentales se plantea
el sofista en los textos conservados: el de la posibilidad de aprendizaje de la virtud y el
de la misión de la educación en la sociedad.

Protágoras defiende la tesis de la posibilidad del aprendizaje con el argumento del


castigo del culpable. Dicho castigo sólo tiene sentido si queremos evitar caer en la
venganza irracional del reo. Al culpable se le castiga para intimidarle, para que ni él ni
los que tengan conocimiento del delito puedan en el porvenir sentir inclinación a
infringir las leyes, aún cuando sólo sea por temor al castigo.

Tal hecho popular, absolutamente aceptado, evidencia la posibilidad de aprender. Y no


sólo prueba la existencia del aprendizaje, sino que es concebido en esencia como
aprendizaje: “Contra la antigua concepción causal que imaginaba la pena como una
retribución a la falta cometida, acepta una teoría enteramente moderna para la cual la
pena es el medio para llegar al mejoramiento del malechor y a la intimidación de los
demás. Esta concepción pedagógica de la pena descansa en la presuposición de la
posibilidad de educar al hombre.” 21
16
Platón, ‘Cratilo’, 385 E
17
Platón, ‘Cratilo’, 385 E
18
Platón, ‘Protágoras’, 320 C y ss (mito de Protágoras)
19
W. Jaeger, op. cit, p.293
20
Platón, ‘Protágoras’, 317 B
21
W. Jaeger, op. Cit, p. 282

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Otro argumento protagórico consistía en cuestionar por qué muchos hijos de hombres
virtuosos resultan ser malvados y viciosos. Con ello el sofista de Abdera demostró que,
si bien era posible heredar cierto prestigio socioeconómico, no era posible heredar la
virtud por pertenecer a la nobleza o a la aristocracia.

Más no sólo la virtud puede ser aprendida, sino que ‘tiene’ que serlo y ‘debe’ ser
practicada por todos los miembros de la sociedad. Dice Protágoras, por boca de Zeus, en
el mito sobre el origen de la sociedad del diálogo platónico que lleva su nombre: “Que
se mate, como a una peste social, al que no pueda ser partícipe del respeto y de la
justicia.” 22

La preocupación ético-pedagógica de formar ciudadanos virtuosos es la vocación que


mueve la obra de nuestro sofista en su totalidad, es su mayor centro de interés. Dice
Protágoras: “Confieso que soy sofista y educador de los hombres... Joven, he aquí lo
que obtendrás si estás junto a mí: cuando hayas pasado un día a mi lado, volverás a tu
casa más perfecto; lo mismo te ocurrirá al día siguiente y así cada día, sin
interrupción, progresarás hacia la perfección.” 23

La doctrina pedagógica de Protágoras está basada en su teoría del ‘homo mensura’ y en


su pesimismo antropológico. Dado que cada individuo humano tiene una pluralidad de
representaciones, de valoraciones y de afectos distintos de los demás, y dado que es
preciso que cada hombre acepte como más convenientes aquellas representaciones,
valoraciones y afectos que son beneficiosos para la sociedad, y siendo, por otra parte,
indudable para el sofista que el hombre en estado de naturaleza es incapaz de
acomodarse a la vida social, es preciso que mediante la educación el hombre de
antisocial se transforme en un ser social.

La educación para el sofista es, por tanto, un proceso de sociabilización del hombre, el
medio que permite el traspaso del ‘yo’ al ‘nosotros’. Protágoras la compara como el
proceso del enderezamiento de un leño. El leño (hombre natural) puede enderezarse
(hombre social) puesto que el ser del hombre no es inmutable, sino fluyente y capaz de
adquirir la virtud.

Ahora bien, ¿qué es lo que debe enseñar el maestro si es imposible conocer la verdad?
Protágoras responde de este modo: “El sabio hace que las normas sociales parezcan y
sean convenientes a cada ciudadano en lugar de perniciosas.” 24 Protágoras admite la
dificultad de tal empresa, a la cual se dedicó toda su vida, pero sostiene con firmeza que
la ‘’, la virtud ciudadana que se obtiene por medio de la educación, es
Teología
‘conditio sine qua non’ de la existencia de la sociedad, por lo cual es la misión más
urgente y más noble a que pueda consagrarse el hombre.

La educación cívica comienza propiamente cuando el joven, salido de la escuela, entra


en la vida del estado y se halla constreñido a conocer las leyes y a vivir de acuerdo con
su modelo. Por eso, sintió legítimo orgullo de ser uno de los hombres que se dedican a
esta altiva profesión: “Si hay alguien que se distinga por hacernos avanzar, aunque sea
un poco hacia la virtud, ese alguien debe ser estimado. Y creo ser uno de esos.” 25

22
Platón, ‘Protágoras’, 320 C y ss (mito de Protágoras)
23
Platón, ‘Protágoras’, 317 B

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Mencionemos, por último, la posición de Protágoras en materia religiosa. Hemos dicho
que toda su doctrina relativista descansa en una concepción heraclítea del ser. Pues bien,
ni Dios ni los dioses tienen cabida en tal movilismo universal, pues ello implicaría la
inmutabilidad en lo mutable, surgiría una contradicción estridente en su sistema.

Protágoras es, propiamente hablando, agnóstico: “Acerca de los dioses, yo no puedo


saber si existen o no, ni tampoco qué forma puedan tener. Hay muchos impedimentos
para saberlo: la oscuridad de la materia y la brevedad de la vida humana.” 26
Basándose en su método antilógico, se veía obligado a demostrar tantos los argumentos
a favor de la existencia de los dioses como sus argumentos contrarios.

Es más, el relativismo de Protágoras puede ser entendido en su totalidad partiendo de su


agnosticismo. Privado de la divinidad, sólo quedan los hombres, con su pluralidad de
opiniones y su disensión en las representaciones respectivas, sin que ninguna de ellas
pueda pretender ser superior a las demás, pues “tú eres un hombre y yo también”, y no
hay razón para preferirte a ti sobre mí o a mí sobre ti, lo mismo acontecería con las
valoraciones hechas por cada grupo social.

Ya sabemos el alto precio que tuvo que pagar el sofista por su agnosticismo. Así nos lo
refiere Cicerón: “Protágoras de Abdera, el más ilustre sofista en aquellos tiempos, fue
expulsado, por mandato de los atenienses, de su ciudad y de todo su territorio, y sus
obras fueron quemadas en pública reunión por haber escrito en el principio de uno de
sus libros que sobre los dioses no podemos decir ni que existen ni que no existen.” 27
4.- Conclusión

Con esto, damos por terminada la exposición que hemos intentado hacer sobre los
sofistas y en particular sobre el pensamiento de Protágoras. Hemos visto la coherencia
que encierra su pensamiento, el cual gira en torno al relativismo sociológico que se
sigue de su tesis del ‘homo mensura’: en teología sostiene el agnosticismo, en ontología
un materialismo dinámico, en gnoseología un sensismo actualista, en ética adhiere al
pragmatismo, en derecho se postula un convencionalismo jurídico, en antropología un
pesimismo marcado, en educación se propone una pedagogía ciudadana y en el tema
lingüístico un convencionalismo nominalista.

Con esta recapitulación, el lector está en condiciones de comprender hasta qué punto
Protágoras fue un innovador. Historiadores modernos de la filosofía de la talla de Hegel,
Brentano, Gompertz, Bodrero y Jaeger lo han reconocido y han rehabilitado su memoria
después de un largo olvido.

Sólo resta mencionar una cuestión acerca del sofista, no como pensador sino como
persona. Se trata de la degradante cualificación de “mercader de la sabiduría” que con
insistente machaconería Platón y Aristóteles censuran a Protágoras por haber percibido
honorarios por sus enseñanzas. 28

Debemos hacer justicia de esta injuria que los dos mayores filósofos de la antigüedad
han pronunciado contra Protágoras, condenándolo por siglos. Preguntémonos: ¿qué hay
24
Platón, ‘Teetetes’, 166 D
25
Platón, ‘Protágoras’, 328 B
26
Diógenes Laercio, op cit, IX, 51
27
Cicerón, ‘Sobre la naturaleza de los dioses’, I, 24,63
28
Ver, por ejemplo, Platón, ‘Protágoras’, 312 A y 313 C; Aristóteles, ‘Razonamientos sofísticos’, I, 165 a 21

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de condenable en el hecho de que un educador exija a cambio de sus lecciones una suma
de dinero para su sustento? ¿Acaso no es hoy día la enseñanza retribuida la norma
universal en el sistema educativo?

Hay que tener en cuenta que Protágoras carecía de fortuna familiar y que, según los
testimonios de Diógenes Laercio, no parece haber gozado de una posición económica
desahogada. Claro es que a Platón, rico terrateniente del Atica, y a Aristóteles, hijo del
médico del rey de Macedonia y preceptor de Alejandro Magno, la percepción de
honorarios por la enseñanza les podría parecer extraña, dado que es también cierto que
los sofistas inaguraron esta modalidad.

Digamos, entonces, que si bien no es justificable, la postura de Platón y de Aristóteles


es comprensible históricamente hablando, pero lo que de ninguna manera pareciera
comprensible es que aún hoy en día se le pueda reprochar su enseñanza retribuida, lo
cual, lamentablemente, seguimos escuchando en algunos claustros universitarios.

Bibliografía

- W. Jaeger, ‘Paideia’, F.C.E, México, 1957

- J. Gutierrez, ‘Protágoras y Gorgias’, Aguilar, Bs As, 1977

- G. Reale, ‘Historia del pensamiento filosófico y científico’, Herder, Barcelona, 1997

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