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Historia

de la
filosofía

Sofistas y Sócrates

Departamento de Filosofía
“Muchos son los misterios, pero nada más misterioso que el hombre”

Sófocles, Antígona.

“El hombre es la medida de todas las cosas”

Platón, Protágoras.

“Pero ya es hora de marcharnos, yo a morir y vosotros a vivir. Quién de


nosotros se dirige a una situación mejor es algo oculto para todos,
excepto para el dios”

Platón, Apología de Sócrates.

“Conócete a ti mismo”

Inscripción en el frontispicio del templo de Apolo en Delfos.


Índice de contenidos

1. El giro antropológico

2. La figura del sofista

3. El desarrollo de la sofística

4. Principales posturas filosóficas defendidas por los sofistas


4.1. Relativismo
4.2. Escepticismo
4.3. Convencionalismo: el debate physis-nómos
4.3.1. El convencionalismo aplicado a la política
4.3.2. El convencionalismo aplicado a la moral
5. Valoración de la sofística

6. Sócrates
6.1. Antirrelativismo
6.2. Intelectualismo moral
6.3. El método socrático: ironía y mayéutica
7. La herencia de Sócrates
8. Vocabulario
1 El giro antropoló gico

En la segunda mitad del siglo V a. e. se produce una reorientación del foco de interés de la
filosofía: los pensadores de la época aparcan la investigación de la physis y centran su atención en
cuestiones relacionadas con el ser humano, con la educación, la política y las costumbres. Para hacer
referencia a esta reorientación, se suele utilizar la expresión giro
antropológico.

Las causas del denominado giro antropológico fueron dos:

1. El fracaso de la filosofía presocrática

2. El nuevo escenario socio-político creado por la democracia en


Atenas

Habíamos visto que el tema del que se habían ocupado los primeros filósofos griegos era la physis.
Éstos buscaban el arjé de todo lo existente. Pero cada uno de ellos había identificado ese arjé con un
elemento o elementos distintos, por lo que sus respuestas a la pregunta por el origen y la naturaleza
del universo físico eran distintas e, incluso, mutuamente excluyentes.

Esta diversidad de respuestas acabó provocando una cierta desconfianza acerca de la capacidad
de la razón humana para conocer la naturaleza íntima de todo lo real, e hizo que la filosofía dejara a
un lado la investigación de la physis, para centrarse en la reflexión acerca del hombre. Puesto que no
parecía posible conocer plenamente la constitución del mundo físico, se trataría ahora de
comprender el mundo humano.

Pero, como decimos, en esta reorientación del foco de interés de los filósofos también desempeñó
un papel destacado el nuevo escenario creado por la democracia ateniense. De hecho, quizás sea éste
el factor más importante de los dos que hemos mencionado.

A comienzos del s. V a. e. tuvieron lugar las denominadas guerras médicas, en las que se
enfrentaron griegos y persas:

 Primera guerra médica. La expansión del imperio persa hizo que varias ciudades
griegas del Asia menor cayeran bajo el dominio de los persas. La rebelión de algunas de estas
polis contra el poder medo provocó, entre otras cosas, la destrucción de Mileto en el año
494. Una vez pacificada Jonia, el rey persa Darío I intentó extender su poder sobre Grecia,
para evitar futuros levantamientos. Las tropas persas cruzaron el mar Egeo para ocupar la
Grecia europea, pero encontraron una fuerte resistencia por parte de Atenas y de Esparta.
En el año 490 tuvo lugar la batalla de Maratón, en la que las tropas griegas se impusieron
sobre las persas. Tras esta victoria, Atenas se convirtió en la potencia hegemónica del mundo
heleno.

 Segunda Guerra médica. En el 480 Jerjes I, hijo de Darío, inició la segunda guerra.
Aunque, en un principio, la balanza se inclinó del lado persa, poco después los griegos
vencieron en la batalla de Salamina, en la que la escuadra naval griega derrotó a la flota
atacante, y en la batalla de Platea, que condujo al desarme del ejército persa. Como
consecuencia de todo ello, el emergente dominio ateniense se impuso sobre el resto del
mundo griego. De hecho, Atenas pasó a dirigir la Liga de Delos (asociación de diversas
ciudades-estado griegas, para defenderse de la permanente amenaza persa).

Estas dos guerras tuvieron importantes consecuencias. Por un lado, convirtieron a Atenas en la
potencia hegemónica de la Hélade; por otro lado, contribuyeron a afianzar el proceso
democratizador que ya se había iniciado en esta ciudad en el siglo VI a.e.

Y es que en el transcurso de las guerras médicas, la nobleza ateniense, incapaz de soportar por sí
sola el ataque del numerosísimo ejército persa, se vio obligada a solicitar la intervención de las clases
populares (demo). A cambio de esta contribución, cuando finalizó la guerra, estas clases populares
reclamaron derechos y leyes iguales para todos los ciudadanos.

Este proceso democratizador -como decimos, iniciado ya en el s. VI- culminó con la consolidación
del régimen democrático bajo el liderazgo de Pericles. Dicha consolidación limitó los privilegios de
instituciones como el Areópago (consejo de los nobles) e hizo posible la participación ciudadana en
el gobierno de la ciudad a través de lo dos órganos fundamentales de la democracia ateniense: la
ekklesia -asamblea popular constituida por todos los varones libres de más de 21 años, que cada año
elegían a diez estrategas o generales- y la bulé -consejo formado por 500 ciudadanos escogidos al
azar.
El nuevo escenario democrático exigía una preparación adecuada para los ciudadanos que
pretendían participar en los asuntos de la ciudad. Hasta entonces, la educación (paideia) había
estado en manos de la familia. Así, por ejemplo, las familias poderosas solían tener sirvientes
encargados de educar a sus hijos. Pero, a partir de ahora, surge la necesidad de profesionales de la
enseñanza que formen a los ciudadanos y les preparen para participar en la vida pública.

Así es como por las calles, mercados y plazas de Atenas comienzan a aparecer unos personajes
nuevos. Se trataba de personas cultas, normalmente procedentes de otras partes de Grecia; con una
cultura extensa, como consecuencia de sus viajes, y que ofrecían sus conocimientos a cambio de una
retribución económica. Habían llegado a Atenas atraídos por las posibilidades de prosperidad que les
ofrecía la ciudad. Por su condición de extranjeros, no podían intervenir directamente en las
instituciones; pero, a través de sus enseñanzas, influyeron poderosamente en la política ateniense.
Estos personajes son los sofistas.

2 La figura del sofista


Los sofistas representan un nuevo tipo de pensador, muy diferente del filósofo presocrático. Son
profesionales del saber: poseen una cultura muy amplia y transmiten a los demás sus conocimientos
a cambio de una retribución económica.

Ofrecían conocimientos generales sobre física, geometría, leyes, música, etc.; es decir,
prácticamente, sobre todos los temas. Ahora bien, como su objetivo era preparar a los ciudadanos
para una participación exitosa en la vida pública, sus enseñanzas se centraban en la oratoria (arte de
hablar con persuasión), la retórica (arte de construir bellos discursos) y la erística (técnica de discutir
que busca vencer, y no convencer, al contrincante).
Inicialmente, el término sofista (sophistés) tenía un sentido positivo, ya que era sinónimo de sabio o
experto en alguna actividad; pero, a partir de finales del siglo V a. e., adquirió un sentido negativo,
por varias razones:

 La fuerte reacción antidemocrática surgida en Atenas a finales del siglo V;

 El desarrollo de ciertas ideas y actitudes que chocaban con las creencias


tradicionales de los griegos, como la defensa del relativismo, del agnosticismo o el hecho de
cobrar por enseñar;

 Las duras críticas que contra ellos vertieron determinados filósofos -entre ellos,
Platón y Aristóteles- y escritores griegos.

3 El desarrollo de la sofística

Los sofistas no constituyeron un movimiento unitario ni una escuela. No obstante, entre ellos se
dio cierta afinidad de pensamiento, que nos permite reconocer algunos rasgos comunes. En el
desarrollo de la sofística, podemos distinguir dos generaciones de sofistas:

 Primera generación: está formada por pensadores extranjeros -no atenienses-


anteriores a la guerra del Peloponeso, interesados por la posibilidad y los límites del
conocimiento humano, así como por la naturaleza del lenguaje. Los más destacados son
Protágoras, Gorgias, Hippias y Pródico.

 Segunda generación: posterior ya a la guerra del Peloponeso, está constituida por


pensadores –algunos de ellos nacidos en Atenas- interesados en la naturaleza y el origen de
las normas sociales y morales. Los más representativos fueron Calicles, Critias, Trasímaco y
Antifón.
4 Principales posturas
filosó ficas defendidas por los
sofistas
Aunque el pensamiento sofístico es muy rico y variado, nosotros vamos a limitarnos a exponer aquí
estas tres tesis filosóficas: el relativismo, el escepticismo y el convencionalismo.

4.1 Relativismo

El relativismo es una postura filosófica, según la cual existen tantas


verdades como opiniones o maneras de ver las cosas. No es relativismo
aceptar que existen muchas opiniones acerca de un mismo tema; esto es,
simplemente, un hecho y nadie lo niega. El relativismo aparece cuando,
además, decimos que todas las opiniones son igualmente verdaderas. Es
decir, el relativismo mantiene que, como la verdad depende de la persona
o grupo que la formula, existen tantas verdades acerca de las mismas
cosas como personas o grupos haya.

La expresión más célebre del relativismo es esta frase de Protágoras (485-411 a.e.): «El hombre es
la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son y de las que no son en cuanto que no
son». Con ella, está afirmando un relativismo de las cualidades sensibles y de los valores. Las cosas
son lo que a mí me parecen ser; no hay diferencia entre ser y aparecer. El aire es frío, desde el
momento en que siento -a mí me parece- frío; una determinada acción es justa, desde el momento en
que a mí me parece justa. La cualidad sensible –el frío- y el valor –la justicia- son lo que a mí me
parecen ser.

Protágoras reconoce la incapacidad de la razón humana para acceder a la


comprensión de la realidad. La razón es más limitada de lo que se había
pretendido. Nuestro conocimiento parte de los datos que nos ofrecen los
sentidos; y no nos es posible rebasar los límites que nos impone el ser
individuos y estar circunscritos a nuestra experiencia personal.

El ser humano deforma –podemos decir, subjetiviza- lo real, al intentar


comprenderlo. Para cada persona, será cierto aquello que reconoce como tal,
según su circunstancia personal. Por ello, es imposible establecer un criterio
de verdad que sea universal; es decir, que sea válido para todos. Sólo puede
hablarse de verdad relativamente.

Esta misma conciencia de los límites del conocimiento humano, lleva a Protágoras a declararse
agnóstico, respecto a la cuestión de la existencia o no existencia de los dioses : ni afirma ni niega su
existencia; simplemente rechaza pronunciarse sobre este tema, porque considera que es un
problema que escapa a las posibilidades del conocimiento humano: «En lo que se refiere a los dioses,
no estoy en disposición de saber si existen o si no existen, ni a qué se asemejan o cómo son en cuanto
a su forma; porque hay muchas cosas que impiden saberlo, la oscuridad del asunto y la brevedad de la
vida».

Y, si nada podemos afirmar acerca de los dioses, es normal que seamos nosotros, los seres
humanos, quienes decidamos en cada momento sobre los valores que van a regular la convivencia.

4.2 Escepticismo

El escepticismo es una doctrina filosófica que niega toda posibilidad de conocer la verdad. De todo
cabe plantear alguna duda.

El sofista que mejor la representa es Gorgias (490-390 a.e.), quien reaccionó contra los
razonamientos de los eléatas de un modo algo distinto al de Protágoras: mientras éste mantenía que
todo es verdad, Gorgias sostuvo, precisamente, lo contrario; es decir, que no hay verdad.

Su escepticismo lo expresa en estas tres tesis, recogidas en su libro Discurso sobre el no ser:

1. «Nada hay o es;


2. si lo hubiera, no podría ser conocido para el hombre;
3. y si fuera conocido, no podría ser comunicado su conocimiento a los demás
por medio del lenguaje».

Para Gorgias, las palabras responden a la experiencia que de la realidad tiene el que
las pronuncia. Ahora bien, la realidad experimentada por el que habla no es la misma
que la realidad experimentada por el que escucha. Luego el que habla no comunica la
realidad al que escucha, puesto que no la comparte con él. Es decir, la realidad es la
realidad experimentada por cada cual, y, por tanto, el hecho de que las palabras sean
las mismas no supone ni garantiza que la realidad sea la misma para los distintos
hablantes.

El escepticismo de Gorgias niega un supuesto básico de la filosofía griega anterior.


Para ésta -y, posteriormente, para Platón y Aristóteles-, la realidad es racional; por
tanto, podemos llegar a comprenderla, sirviéndonos, para ello, del pensamiento, y
también podemos expresarla adecuadamente, sirviéndonos, para ello, del lenguaje.

Gorgias, en cambio, ve el lenguaje de otra manera. Según él, el lenguaje no es un instrumento


adecuado para expresar lo que las cosas son, sino un instrumento de manipulación , un arma para
convencer e impresionar a las masas. Si se dominan las técnicas adecuadas, el lenguaje es un medio
para imponerse a los demás. De ahí, la importancia que este sofista concede a la enseñanza de la
retórica.

Esto lo expresa Gorgias con estas palabras: «La palabra es un poderoso tirano, capaz de realizar las
obras más divinas, a pesar de ser el más pequeño e invisible de los cuerpos. En efecto, es capaz de
apaciguar el miedo y eliminar el dolor, de producir la alegría y excitar la compasión».

4.3 Convencionalismo: el debate


physis-nomos

El convencionalismo es la doctrina política y moral de los sofistas,


estrechamente ligada al relativismo y al escepticismo. Dicha doctrina podría
resumirse así: tanto las instituciones y leyes políticas como las normas e
ideas morales son convencionales.

4.3.1 El convencionalismo
aplicado a la política

En su acepción más general, el término griego nomos significa ley; es decir, el conjunto de normas
políticas e instituciones establecidas que acata y por las que se rige una comunidad humana. Toda
comunidad humana posee unas leyes, unas instituciones, y es perfectamente comprensible que los
seres humanos se pregunten por su origen y naturaleza. En tiempo de los sofistas, la experiencia
sociopolítica de los griegos se había ensanchado definitivamente, gracias a estos tres factores:

 El contacto con otros pueblos y culturas, que les permitió constatar que las leyes y
costumbres son muy distintas en las distintas comunidades humanas.

 La fundación de colonias por todo el Mediterráneo, que implicaba redactar una


constitución para cada nuevo asentamiento.

 Su propia experiencia de sucesivos cambios de constitución.


Estas experiencias llevaron a los sofistas a la convicción de que las leyes y las instituciones son el
resultado de un acuerdo o decisión humana: son así, pero nada impide que sean o puedan ser de
otro modo. Esto es precisamente lo que significa el término convencional: algo establecido por un
acuerdo más o menos libre entre las personas, y que, por tanto, puede cambiarse, si se estima
conveniente.

El término griego nomos vino así a significar el conjunto de leyes y normas convencionales, en
oposición a la palabra physis, que expresa lo natural: las leyes y normas, ajenas a todo acuerdo o
convención, que derivan de la propia naturaleza humana. No hay que confundir, pues, lo que es por
ley (nomos) y lo que es por naturaleza (physis). Las leyes de los Estados existen por nomos; no, por
physis.

4.3.2 El convencionalismo aplicado a


la moral

Nuevamente aquí se vuelve a reproducir la tesis general que plasmábamos antes, al afirmar que lo
que se considera bueno y malo, justo e injusto no es fijo ni universalmente válido, sino que depende
de quién, dónde y cuándo lo considere. Es decir, también la moral es convencional.

Para llegar a esta conclusión, los sofistas contaban con un argumento doble:

1. La falta de unanimidad acerca de qué es lo bueno, lo justo, etc.

2. La comparación entre las normas de conducta vigentes y la naturaleza humana.

Con respecto a lo primero, esa falta de unanimidad salta a la vista, no sólo cuando comparamos los
criterios morales de unos pueblos con otros, sino, incluso, cuando comparamos los criterios morales
de individuos y grupos que forman parte de una misma sociedad.

En cuanto a lo segundo, los sofistas están de acuerdo en que lo único verdaderamente absoluto,
inmutable –y, por tanto, común a todos los hombres- es la naturaleza humana. Y, puesto que la
naturaleza es dinámica, es decir, es el principio de las actividades y operaciones propias de un ser,
sólo será posible conocer la naturaleza humana observando el modo propio e intrínseco - natural-
de comportarse los hombres.

Pero la búsqueda del modo natural de comportarse los seres humanos no es nada fácil, ya que
nuestro comportamiento está moldeado por la cultura ¿Qué es, pues, lo natural en el ser humano?
De un modo general, cabe responder que natural es lo que queda, cuando eliminamos todo aquello
que hemos adquirido a través del aprendizaje social. Y eso que queda es, precisamente, lo que
observamos en el comportamiento del animal y del niño.

Los sofistas utilizan el animal y el niño como modelos de lo que es la naturaleza humana no
moldeada aún por la cultura. De estos dos modelos deducen que sólo hay dos normas naturales de
comportamiento:

 la búsqueda del placer: el niño llora, cuando siente dolor, y sonríe feliz, cuando
experimenta placer;

 y el dominio del más fuerte: entre los animales, el macho más fuerte domina a los
demás.

Por tanto, la moral vigente, al ir contra estas normas naturales, es antinatural; no sólo es
convencional, esto es, resultado de un acuerdo, sino que, además, es contraria a la naturaleza.

Hay que decir, no obstante, que esta postura, que es mantenida por los últimos sofistas, no fue
compartida por todos los sofistas. Para algunos de ellos, como Protágoras, del hecho de que la moral
sea convencional no se deduce necesariamente que sea también antinatural, ya que cabe, al menos,
la posibilidad de que las normas, aun siendo fruto de un acuerdo entre los hombres, sean conformes a
la naturaleza humana.

Estas reflexiones, desarrolladas en el seno de la sofística, son relevantes desde el punto de vista de
la historia del pensamiento, ya que con ellas se inaugura el debate acerca de las normas morales;
sobre la ley natural (physis) y la ley positiva (nomos).

5 Valoració n de la sofística

A pesar de la mala reputación que la tradición ha atribuido a la figura del sofista, al que ha
presentado como embaucador, como maestro en el arte de urdir argumentos falaces, hay que decir
que la sofística contribuyó enormemente al desarrollo del pensamiento filosófico.
Por una parte, la sofística hizo posible el desarrollo de una filosofía de la cultura. El historiador
Capelle ha calificado la época de los sofistas como la de la Ilustración antigua, pues en ella se dieron
las condiciones para ayudar a “liberar a los hombres de las opiniones y usos heredados de sus mayores
y situarse con plena independencia frente a la tradición”. Se trata, pues, de una época en la que se
logró una emancipación de la razón y se desencadenó un sentido crítico del conocimiento humano.
Y en esto los sofistas tuvieron un papel protagonista.
Por otra parte, el pensamiento sofístico supo romper el círculo cerrado en el que hasta ese
momento se había movido la filosofía presocrática y abrirse a la vida pública por medio de la
formación de los ciudadanos. Es cierto que en su momento fueron objeto de duras críticas, debidas a
ciertos aspectos relacionados con sus enseñanzas –por ejemplo, por cobrar a cambio de enseñar-;
pero no debemos olvidar que: 1) puesto que no procedían de un estrato social acomodado, la
enseñanza era su manera de ganarse la vida; y 2) su mala fama proviene, en gran medida, de los
ataques recibidos por quien fuera su más poderoso e influyente adversario: Platón.

6 Só crates

Sócrates nació en Atenas en el año 470 a. e. Siendo muy joven, se sintió


atraído por las especulaciones de los físicos, llegando a ser alumno de
Arquelao -quien, a su vez, había sido alumno de Anaxágoras-, pero su interés
por la física decayó y pasó a interesarse por el ser humano.

Hizo suya la máxima délfica de "conócete a ti mismo”, de manera que el


autoconocimiento será el centro de donde emane su reflexión. Estaba convencido de que, desde su
infancia, un espíritu interior (demón) le guiaba, indicándole lo que estaba bien y lo que estaba mal;
se trataba de una especie de voz interior, que le decía lo que debía hacer en cada circunstancia. Para
Sócrates, el fin último de la existencia es lograr el dominio de uno mismo. Por todo ello, su
pensamiento ha de entenderse, antes que nada, como un modo de vida.

A su alrededor se formó un círculo de jóvenes y adultos, sobre quienes el maestro ejercía una
enorme fascinación. Para muchos de sus conciudadanos, Sócrates era un sofista más, ya que, al igual
que los sofistas, merodeaba por las calles y plazas de Atenas, discutiendo con cualquiera.

Pero, aunque guardaba cierto parecido con los sofistas, Sócrates jamás compartió la visión del ser
humano característica de los sofistas, ni tampoco hizo de la enseñanza una profesión. Además,
rechazó los supuestos fundamentales sobre los que descansaba el pensamiento de los sofistas.

Seguramente, las envidias que debió despertar por su enorme capacidad de fascinación, la acidez de
sus críticas, así como su vínculo con personajes relevantes de la vida pública ateniense -como
Alcibíades o Critias- fueron la causa de que, al restaurarse la democracia tras la caída del gobierno de
los Treinta tiranos, fuera conducido a los tribunales acusado de negar la existencia de las divinidades
populares, de introducir nuevos dioses y de corromper con sus enseñanzas a la juventud.

Sócrates no dejó nada escrito. Para reconstruir su


pensamiento, contamos, por una parte, con los
testimonios directos de algunos de sus discípulos y de
sus adversarios; y, por otra parte, con el testimonio de
pensadores posteriores -como es el caso de Aristóteles-,
que no fueron contemporáneos suyos. Esto plantea el
difícil problema de distinguir entre el Sócrates histórico
y el Sócrates que nos presentan tales testimonios.
Para aproximarnos a la personalidad y al pensamiento de Sócrates, vamos a relatar un
acontecimiento que mencionó ante los magistrados en el juicio que le llevaría a la muerte en el 399 a.
e.:
"Una vez un amigo fue a Delfos y tuvo la audacia de preguntar al oráculo si había alguien
más sabio que yo. La Pitia le respondió que nadie era más sabio (…) Tras oír estas palabras,
reflexioné así: “¿Qué dice realmente el dios y qué significa el enigma? Yo tengo conciencia
de que no soy sabio, ni poco ni mucho. ¿Qué es lo que realmente dice, al afirmar que yo
soy sabio? Sin duda, no miente; no le es lícito”. Y
durante mucho tiempo estuve confuso sobre lo que, en
verdad, quería decir. Más tarde, a regañadientes me
incliné a una investigación del oráculo del modo
siguiente. Me dirigí a uno de los que parecían ser más
sabios, en la idea de que, si en alguna parte era
posible, allí refutaría el vaticinio y demostraría al
oráculo: “Este es más sabio que yo, y tú decías que lo
era yo”. Ahora bien, al examinar a éste (…),
experimenté lo siguiente, atenienses: me pareció que
otras muchas personas creían que ese hombre era
sabio y, especialmente, lo creía él mismo, pero no lo
era (…). Al retirarme, reflexionaba a solas que yo era más sabio que aquel hombre. Es
posible que uno ni otro sepamos nada que tenga valor, pero este hombre cree saber algo,
y no lo sabe; en cambio, yo, así como, en efecto, no sé, tampoco creo saber.”
Platón, Apología de Sócrates.

Paradójicamente, la sabiduría de Sócrates reside en que reconoce su ignorancia -"sólo sé que no sé


nada", afirma. Sócrates se presenta ante sus contertulios como un hombre ignorante que va a
aprender de ellos. Por eso, no se cansa de hacer preguntas. Pero la ignorancia socrática es una
impostura: Sócrates sabe más de lo que reconoce, pero simula ser un ignorante, porque piensa que
el reconocimiento de la propia ignorancia es lo que nos mueve a buscar el conocimiento. A
diferencia de lo que hacen los sofistas, quienes exponen discursos sobre los distintos temas que les
interesan, Sócrates utiliza otra estrategia: la de enseñar a pensar. No busca alumnos dóciles, que
sean meros receptores pasivos de información, sino alumnos capaces de llegar a la verdad, con su
ayuda, a través del diálogo.

6.1 Antirrelativismo

Sócrates rechaza el relativismo de los sofistas y asegura que sí existe la verdad universal, válida
para todos, que nuestra alma lleva impresa. De no ser así, sería imposible la comunicación y la
justicia.

Está convencido de que existen normas de validez universal. Valores como la Verdad, la Bondad, la
Justicia o la Belleza existen y son la base de la convivencia humana. Ahora bien, es difícil definir tales
conceptos con todo rigor. Por tanto, la clave de la cuestión está en encontrar el método adecuado,
que nos permita alcanzar una definición rigurosa de tales conceptos, al tiempo que ponemos de
manifiesto la superficialidad de las concepciones aparentes. Si se les interroga adecuadamente,
todos los hombres pueden hallar la verdad en el seno de su alma.

6.2 Intelectualismo moral

Sócrates está convencido de que nuestro espíritu es sabio y bueno por naturaleza. ¿De dónde
proceden, entonces, el error y el mal? Su respuesta es ésta: el error y la maldad son consecuencia de
la ignorancia.

Quien conoce lo óptimo y no está dominado por las pasiones -como, por ejemplo, el miedo-,
elegirá lo mejor en cada situación. Pero, si estuviera dominado por alguna pasión o por la ignorancia,
no podría actuar libremente y su elección no sería la adecuada. En definitiva, Sócrates piensa que no
podemos actuar contra lo que concebimos como bueno, entendiendo por bueno lo que es útil en
cada circunstancia.

Esta concepción moral de Sócrates tiene dos consecuencias importantes: en primer lugar, si el mal
se comete por ignorancia, entonces el ser humano deja de ser responsable de sus actos; en segundo
lugar, al afirmar que el razonamiento lógico conduce a la
verdad moral, Sócrates moraliza la virtud, dándole un sentido
distinto al que ésta había tenido hasta entonces, cuando la
virtud se había vinculado al éxito social.

6.3 El
método socrá tico:
ironía y
mayéutica

El proceso que lleva desde la ignorancia al saber se conoce como inducción -posiblemente, la
mayor aportación de Sócrates. El razonamiento inductivo procede desde lo particular -lo aparente-
hasta lo universal -lo verdadero. Y lo verdadero se expresa en la definición, mediante la cual queda
de manifiesto la esencia, la naturaleza profunda de aquello que queremos conocer. El único
instrumento válido para llevar a cabo esta labor es la palabra (logos) que se pregunta y se responde a
lo largo del diálogo.

En el diálogo que Sócrates entabla con sus conciudadanos en las calles y plazas de Atenas podemos
distinguir dos fases:
 Primera fase: es negativa y conduce a un callejón sin salida.

 Segunda fase: es positiva y desemboca -o debería desembocar- en la definición.

Sócrates siempre empieza haciendo una pregunta del tipo de: "¿Qué es la justicia?; pues lo
desconozco" (ironía). Su interlocutor empieza respondiendo, pero Sócrates le hace ver que su
respuesta es insuficiente; es decir, la refuta (refutación) y le invita a encontrar otra mejor. El
interrogatorio continúa, hasta que se llega a un callejón sin salida (aporía), momento éste en el que el
interlocutor de Sócrates acaba reconociendo que, en realidad, ignora lo que creía conocer. A partir de
ahí, se inicia la segunda fase, en la que Sócrates guía a su
interlocutor a la respuesta adecuada a su pregunta inicial;
es decir, a la definición de aquello que se pretendía
conocer –en nuestro ejemplo: la justicia.

7 La herencia
de Só crates

Sócrates es una de las figuras históricas cuya influencia más se va a sentir en la cultura occidental
a lo largo de los siglos posteriores, desde los pensadores cristianos medievales hasta nuestros días. La
repercusión de su pensamiento se ha comparado con la de Buda, Jesús de Nazaret o Confucio. No
obstante, también ha tenido sus detractores, como es el caso de Nietzsche, quien lo culpaba de ser el
iniciador de la decadencia de la cultura occidental.
Tras su muerte, sus discípulos fundaron diversas escuelas:

 Escuela cirenaica. Su fundador fue Aristipo de Cirene


(435-366 a. e.), quien decía que el placer era el auténtico
objetivo en la vida; aunque no todos los placeres eran
verdaderos, por lo que debían ser moderados por la razón.
 Escuela de Megara. Fundada por Euclides de Megara
(450-380 a. e.), esta escuela se centró en los aspectos
metodológicos del pensamiento de Sócrates.

 Escuela cínica. Su fundador, Antístenes de Atenas (444-


368 a. e.), defendió una vuelta a la naturaleza para alcanzar la
felicidad. Según los cínicos, la desgracia y el descontento
humano proceden de habernos alejado excesivamente de
nuestras raíces naturales; sólo volviendo a ellas, podemos
alcanzar la autarquía, es decir, el dominio de uno mismo. Diógenes de Sínope (413-323 a. e.)
fue el filósofo más representativo de este movimiento.
 La Academia. Esta escuela fue fundada por Platón (427-347 a. e.), el más influyente
de los discípulos de Sócrates y al que dedicaremos el siguiente tema.

8 Vocabulario
1. Areté (virtud): concepto básico de toda la cultura griega que va siendo reinterpretado a lo
largo del tiempo. En general, los griegos lo asociaban con el modo eficaz y sobresaliente de
realizar cualquier actividad o trabajo. En el contexto de la época arcaica, vino a ser
identificado con la excelencia humana que se adquiere por el linaje (moral aristocrática). En
un segundo momento, y gracias a los sofistas, se lo identifica o asocia con el triunfo a través
del uso y dominio de la palabra, es decir, con el éxito socialmente considerado. Finalmente,
es Sócrates el que dota al concepto de un genuino sentido moral, haciéndolo coincidir con el
conocimiento y la práctica del bien.
2. Convencional: término que designa a todo aquello que no es natural, sino fruto del acuerdo
(o convención) entre los hombres, o de la imposición de unos hombres sobre otros.
3. Dialéctica (de diálogo): término que, en la filosofía de Sócrates, designa, genéricamente, a su
método de enseñanza. Se basa en el diálogo continuo entre maestro y discípulo a través de
un razonamiento compuesto de preguntas y respuestas que tiene como objetivo lograr la
exacta definición del tema objeto de diálogo.
4. Elocuencia: claridad y brillantez en el uso de la palabra, es un rasgo que va muy unido a la
oratoria.
5. Erística: arte de la disputa, que constituía gran parte del método de enseñanza de los
sofistas.
6. Escepticismo: postura ante la posibilidad del conocimiento defendida por los sofistas; según
éstos, no hay ninguna verdad objetiva, estable y válida para todos los seres humanos, de ahí
que nuestro conocimiento se exprese a través de opiniones particulares, tan subjetivas y
cambiantes como los mismas cosas sobre las que emitimos tales opiniones.
7. Esencia: es el conjunto de rasgos que hace que algo sea precisamente eso, y no cualquier
otra cosa. Para Sócrates, la esencia de algo residiría en su definición universal. Así, la esencia
del “bien” radica en dar una definición de bien que valiese para todas las cosas o actos
llamados “buenos”. Esta definición sería universal (valdría para todo lo considerado bueno) y
eterna (una vez encontrada, no cambiaría con el tiempo).
8. Ethos: este término significaba originariamente “morada”, y, posteriormente, “costumbres”,
“modos de ser”, “carácter” (de un individuo o una colectividad). El ethos y el nomos
constituyen el ámbito de reflexión de los sofistas y Sócrates, dejando de lado la physis,
entendida como naturaleza en su conjunto. De este término derivará más tarde el término
“ética”.
9. Physis: en el planteamiento de los sofistas, sobre todo, este término abandona su anterior
significado y pasa a ser asociado, casi exclusivamente, con el modo de ser natural del ser
humano, con la naturaleza humana. Así, se la concibe como necesaria e inmodificable y se la
contrapone al nomos, es decir, a la cultura, a lo adquirido.
10. Inducción mayéutica: en la filosofía de Sócrates, supone el modo de acceder, desde los casos
particulares y concretos, a la definición, abstracta y general, de los conceptos o términos
morales.
11. Intelectualismo moral: doctrina moral defendida por Sócrates según la cual obrar mal es
consecuencia de un cálculo erróneo. O, lo que es lo mismo, nadie obra mal a sabiendas. El
conocimiento de lo que es mejor para el ser humano conllevará un correcto
comportamiento.
12. Ironía: en griego “eironeia” significa “disimulo”. La ironía constituye el primer momento del
método dialéctico propuesto por Sócrates. Supone, en general, asumir la propia ignorancia
para estar en mejor disposición de encontrar la verdad. En concreto, Sócrates la utilizó
interpelando a sus interlocutores fingiendo ignorancia para poner de manifiesto la
insuficiencia, o incluso la falsedad, de los supuestos conocimientos de aquéllos.
13. Isonomía: derecho que se alcanza en la democracia ateniense y que establece la igualdad de
todos los ciudadanos ante la ley.
14. Isegoría: derecho que se alcanza en la democracia ateniense y que establece la igualdad en
el uso de la palabra y que no haya obstáculos para expresar las propias opiniones. En
definitiva, regula la participación igualitaria de todos los ciudadanos en los asuntos comunes,
en la vida democrática.
15. Mayéutica: término griego que procede de “mieu”, “dar a luz”. Sócrates lo emplea para
designar el segundo momento de su método dialéctico. Consiste en conducir a su
interlocutor para que pueda descubrir la verdad sobre algo por sí mismo, verdad que se
encontraba de modo latente en el propio alumno y que se halla en la definición universal del
elemento en cuestión.
16. Nomos: término griego que designa las costumbres y usos que, por tradición cultural, rigen la
convivencia de una comunidad. Dado este carácter normativo o regulativo, el término acabó
designando el conjunto de normas y leyes que están vigentes en cada sociedad. En los
sofistas, el término fue utilizado como el concepto opuesto al de Physis, estableciendo así un
profundo debate y reflexión sobre la influencia que deben tener las leyes naturales o las
leyes convencionales ( o culturales ) en la conducta humana.
17. Oratoria: arte y dominio de la palabra que supone el conocimiento y la correcta utilización
de la propia lengua. Es una disciplina que se revaloriza en la Atenas democrática y en la que
los sofistas fueron indiscutibles y expertos maestros.
18. Relativismo: en general, el relativismo es toda tesis que niega la existencia de verdades
absolutas o necesarias. Puede ser epistemológico (no hay un conocimiento definitivo y
necesario) o moral (no hay valores absolutos). Los sofistas fueron los primeros defensores de
estos planteamientos relativistas, pues, para ellos, no hay nada objetivo y estable en los
asuntos humanos, y todo lo que atañe a la vida humana en la polis es convencional, fruto del
acuerdo o de la imposición. Especialmente polémica resultó su defensa del relativismo
moral, contra el que reaccionaron Sócrates y Platón.
19. Retórica: forma de razonar y exponer el propio pensamiento, no con el fin de convencer
racionalmente a quien lo escuche, sino con el de persuadirlo, incluso seducirlo, con tal de
que llegue a estar de acuerdo con quien expone tal razonamiento. En muchas ocasiones,
puede que se utilice tal razonamiento sin reparar en si es verdadero o falso, es decir, que no
se excluye la probabilidad de defender y hacer pasar como verdaderas tesis que son falsas.
Se acusó a los sofistas de abusar de este tipo de técnica y de no importarles la verdad o la
falsedad de las ideas que defendían. Evidentemente, su utilización va muy unida al dominio
de la oratoria y presupone un alto grado de elocuencia.

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