Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
1
La política se aleja de la subordinación a la moral religiosa y se imponen los
pensamientos de Maquiavelo. Lo mismo sucede con la economía, que se libera del
control canónico: el espíritu conformista medieval deviene en un naciente
capitalismo. Martín Lutero se revela contra la Iglesia e introduce la reforma que dio
origen a la guerra de los Treinta años, la cual finalizó dos años antes de la muerte de
Descartes, en 1648, con la paz de Westfalia, dividiendo las aguas del cristianismo en
católicos y protestantes.
El espíritu religioso y la referencia al ‘más allá’ decrecen, dando lugar a una visión
profana de la vida. Secularización similar acontece en el arte, que se desnuda y baja
su inspiración del cielo para fijar su mirada en la anatomía del cuerpo humano. En el
terreno de las ideas filosóficas, el nominalismo de Occam se impone en las
universidades europeas, dando lugar a que el escepticismo crezca día a día y se
abandone la enseñanza de la filosofía tradicional.
LA FIGURA DE DESCARTES
2
LA FILOSOFIA DE LA DESCONFIANZA
3
Sigue su estudio Descartes indagando en la naturaleza de este yo. Rechaza lo
corpóreo al advertir que puede fingir con su mente carecer del cuerpo y los sentidos.
La esencia humana será, entonces, su ser pensante. “En suma, ¿qué soy? Una cosa
que piensa. ¿Y qué es una cosa que piensa? Es una cosa que duda, entiende,
concibe, afirma, niega, quiere, no quiere, imagina y siente.” (Meditación II)
Luego, examinando nuestros conocimientos, distingue Descartes tres tipos de ideas:
Ideas innatas con las que nacemos (Dios, alma, sustancia, extensión)
Ideas adventicias que provienen de lo externo (árbol, casa, pizarrón)
Ideas ficticias inventadas por nuestro espíritu (quimera, centauro, sirena)
Esta distinción nos ayudará a entender las dos demostraciones de la existencia de
Dios que Descartes propone en las ‘Meditaciones Metafísicas’, una en el libro III y
otra en el libro V.
La primera prueba dice que la idea de Dios es la idea de un ser infinito y no puede
ser creada por mí que soy finito, ni puede provenir de las cosas sensibles también
finitas, por lo tanto ha de ser puesta en mí por Dios mismo. Al poseer la idea de Dios
infinito, mi alma también habrá sido creada por El, ya que no puede provenir de mis
padres, causantes solamente de mi cuerpo.
La segunda prueba pretende demostrar que Dios existe haciéndonos ver que la idea
misma de Dios implica su existencia. Siendo la idea de un ser infinitamente
perfecto, no puede faltarle nada, porque si le faltase algo sería imperfecto, por lo
tanto no puede no existir, pues si no existiese, le faltaría la perfección de la
existencia. Es el famoso argumento de San Anselmo reformulado. La crítica que
recibirá Descartes de este segundo argumento por parte de Kant, que es la misma
que Santo Tomás había hecho a San Anselmo, es tajante: hay un paso inválido del
plano lógico (idea) al ontológico (existencia).
Queda aún por demostrar nada menos que la existencia del mundo físico. Las ideas
de lo corpóreo no son innatas, sino adventicias, provienen de los cuerpos mismos.
La esencia de las cosas materiales es, según Descartes, la extensión, el resto de las
cualidades son oscuras y confusas. Y la veracidad de la existencia del mundo físico
y de sus cuerpos es garantizada por la existencia de Dios que, a la vez, descarta
definitivamente la hipótesis del genio maligno.
EL REINO DE LA RAZON
4
verdad. Pero la filosofía cartesiana tiene el ‘problema del puente’ entre las ideas, que
son su punto de partida, y lo real. Por ello, Descartes recurre a Dios para garantizar
su existencia. Sus sucesores, más coherentes, terminarán en un inmanentismo
absoluto, negando la existencia del mundo corpóreo. Podemos objetarle también a
Descartes que haya despreciado los sentidos, ya que éstos son la puerta de todo
conocimiento y la prueba evidente del mundo material que no necesita ser
demostrado, como él pretende, sino tan sólo mostrado.
Después de Descartes, el objeto del conocimiento filosófico deja de focalizarse en el
ser y se establece en el pensamiento. La razón se absolutiza y prima cada vez más lo
lógico por sobre lo ontológico, lo subjetivo por sobre lo objetivo. Por ello, muchos
consideran a Descartes como el padre del idealismo absoluto.
5
El psicoanálisis, a diferencia de otras ciencias, apunta al núcleo mismo del hombre,
que según Freud es el inconsciente. Lo interesante de la psicología profunda es la
revelación de la extrincidad del yo: no hay un centro vital interior en el hombre, sino
que lo que llamamos ‘Yo’ es una máscara que se constituye desde un fondo
biológico impersonal llamado ‘Ello’, limitado por las convenciones socioculturales
denominadas ‘Super Yo’. Y habiéndose evaporado la consistencia ontológica del
‘yo’, una teoría del hombre se torna imposible. Lacan, influyente en el pensamiento
del filósofo, demostró cómo en los discursos de sus pacientes, no es el sujeto quien
habla, sino las estructuras que conforman el lenguaje, las cuales son inconscientes.
La etnología, en manos de Levi-Strauss, demostró la misma tesis lacaniana en el
ámbito social, afirmando el modo en que en culturas muy dispares se mantenían
caracteres invariables: trabajo, familia, vivienda, lenguaje. Este estructuralismo
cultural determina exteriormente la ‘identidad’ de cada pueblo y de cada persona. La
etnología revela la estructura biológica de cada sociedad y hace posible proyectar el
tipo de devenir a que cada cultura está sometida: circular progresiva, capaz de
ajustes momentáneos, expuesta a crisis. El psicoanálisis y la etnología son, según
Foulcault, ‘contra-ciencias’ que revelan las estructuras formales que configuran al
individuo y a la sociedad.
La lingüística, tal como la desarrolló Saussure, revela que la naturaleza humana es
un invento de la palabra misma. Al carecer de referente, la palabra no representa la
realidad sino que la determina. El hombre está predeterminado por el lenguaje, al
que Foulcault denomina ‘sistema anterior al pensamiento’. Wittgenstein decía en sus
‘Investigaciones filosóficas’ que la complejidad de la filosofía no reside en el tema
que trata sino en nuestra dificultad de comprensión lingüística. En ‘Las palabras y
las cosas’ dice Foulcault: “Desde el interior del lenguaje probado y recorrido como
lenguaje lo que se anuncia es que el hombre está muerto.” En nuestros días,
entonces, se cumple lo que anunciaba Nietzsche: la muerte de Dios y de su asesino.
6
sentidos y del complejo proceso de abstracción. No venimos al mundo con ideas
pre-configuradas sino que, como dice Hume en este aspecto, nuestra inteligencia es
como una hoja en blanco en la que imprimimos lo recibido desde los sentidos. En
esto, en el apriorismo angélico, en el desprecio de los sentidos y en el no filosofar
apuntando al ente, creo que radica el mayor error de Descartes, a pesar de ser un
filósofo radical como pocos y con buenas intenciones.
Foulcault, por otro lado, ataca al humanismo y propone la muerte del hombre como
‘persona’, esto es, como ser espiritual. En última instancia, a pesar del giro
lingüístico de su enfoque, es Foulcault un empirista ya que como sus predecesores
sólo acepta como verdadero el conocimiento sensorial. Y es muy consecuente que
posea una visión negativa de nuestro conocimiento y del hombre en general, ya que,
por mucho que busquemos en el individuo y en las sociedades las estructuras
formales de las que Foulcault habla, si no hay esencias, si no hay un yo real, si no
hay algo en mí y en las cosas que permanezca tras los cambios, entonces no hay otra
escapatoria que aceptar nuestra muerte.
En suma, reducir el ser del hombre a un espíritu puro, es una pura estupidez. Y
reducir el ser del hombre al de un animal más, no es más que una animalada. El
hombre se entiende teniendo en cuenta su doble dimensión entitativa: su cuerpo
(materia) y su espíritu (forma). Y, análogamente, el conocimiento humano sólo se
entiende considerando el actuar conjunto de los sentidos y de la inteligencia. Si nos
quedáramos con lo primero, abrazaríamos un idealismo desencarnado. Si nos
quedáramos con lo segundo, un materialismo desalmado. En ambos casos,
caeríamos en un error grosero y, lamentablemente, bastante repetido en la historia de
la filosofía.