Está en la página 1de 7

EL HOMBRE Y EL CONOCIMIENTO

Desde la antigüedad el problema del conocimiento humano ha sido objeto de estudio


de singular importancia para la filosofía y los hombres de ciencia en general. Al
plantearse preguntas tales como ¿conocemos la realidad?, ¿de qué manera lo
hacemos?, ¿hasta qué punto nos es lícito captarla?, ¿cuáles son las facultades
humanas que intervienen en el acto de conocimiento?, ¿prevalece en éste el aspecto
sensorial o intelectual?, ¿qué valor merece nuestro saber? y otras cuestiones de la
misma índole, subyace por debajo de todas ellas algo de la pregunta misma ¿qué es
el hombre? Es clara, entonces, la gran importancia que alberga la valoración de
nuestra actividad cognoscitiva, la cual trasciende el campo gnoseológico para influir
en la antropología, la ética y la metafísica.
René Descartes y Michel Foulcault, los dos filósofos franceses que conformarán este
breve estudio, adoptan posturas radicalmente opuestas sobre el tema del hombre y
del conocimiento. Mientras que Descartes en los inicios de la modernidad funda su
sistema filosófico con gran confianza en la razón humana y siembra las semillas del
Iluminismo, Foulcault le demuestra a su lejano compatriota, apoyándose en los
descubrimientos del psicoanálisis, la etnología y la lingüística, cómo en nuestros
días tal certeza se ha agotado a tal punto que ni siquiera podemos firmar estas
páginas diciendo ‘yo’, asesinando así el principio de la gnoseología cartesiana.

LOS INICIOS DE LA MODERNIDAD

Antes de hablar de René Descartes (1596-1650), considero pertinente mencionar


brevemente algunos acontecimientos históricos que influyeron notablemente en la
cultura de su tiempo. En el período que abarca los siglos XIV al XVI se produjo la
transición de la concepción medieval del mundo a la moderna: a este período lo
conocemos con el nombre de Renacimiento. Es una época de grandes avances
científicos: las ciencias desarrollan su actividad de manera cada vez más
independiente de la Iglesia, que hasta entonces poseía el criterio de autoridad y que
en la época de Descartes funcionaba como ente censor.
La astronomía, con Copérnico y Galileo, había invertido la creencia geocéntrica en
el actual heliocentrismo. Anteriormente, la geografía había postulado la redondez de
la Tierra y Colón había descubierto América, con lo cual el hombre se liberaba de su
sedentarismo para lanzarse a la exploración y a la aventura en nuevas tierras. Las
ciencias naturales (física, química, biología) se separan definitivamente de la
filosofía, proclamando su propio método experimental y se orientan hacia la
dominación de la naturaleza, inspiradas en la máxima de Bacon: ‘Saber es poder’.
Las matemáticas progresan a pasos agigantados: Descartes fusiona la aritmética con
la geometría, con lo cual comienzan a ser aplicadas en el terreno de las ciencias
naturales. Además, con Gutenberg la imprenta favorece la divulgación de este saber.

1
La política se aleja de la subordinación a la moral religiosa y se imponen los
pensamientos de Maquiavelo. Lo mismo sucede con la economía, que se libera del
control canónico: el espíritu conformista medieval deviene en un naciente
capitalismo. Martín Lutero se revela contra la Iglesia e introduce la reforma que dio
origen a la guerra de los Treinta años, la cual finalizó dos años antes de la muerte de
Descartes, en 1648, con la paz de Westfalia, dividiendo las aguas del cristianismo en
católicos y protestantes.
El espíritu religioso y la referencia al ‘más allá’ decrecen, dando lugar a una visión
profana de la vida. Secularización similar acontece en el arte, que se desnuda y baja
su inspiración del cielo para fijar su mirada en la anatomía del cuerpo humano. En el
terreno de las ideas filosóficas, el nominalismo de Occam se impone en las
universidades europeas, dando lugar a que el escepticismo crezca día a día y se
abandone la enseñanza de la filosofía tradicional.

LA FIGURA DE DESCARTES

Ante la crisis filosófica y religiosa renacentista reacciona René Descartes, quien


además de filósofo fue un notable matemático y físico, lo cual es importante tener
presente para comprender su pensamiento. Hombre de fe católica, Descartes
desarrolló sus inquisiciones intelectuales en vinculación con la Universidad de
Teología parisina. Su objetivo filosófico fue refutar el escepticismo y el ateísmo con
verdades absolutamente ciertas, demostrando la existencia de Dios y la inmortalidad
del alma con la rigurosidad de un matemático. Hay que advertir, empero, que su
filosofar es metódicamente revolucionario.
Por un lado, se desembaraza de toda la filosofía anterior a él, no por despreciarla,
sino porque en ella no hay certezas, y esto Descartes no lo tolera. En el libro I del
‘Discurso del Método’ dice acerca de la filosofía que “la cultivaron las
inteligencias más elevadas de todos los siglos y, sin embargo, no hay nada en ella
que no sea objeto de disputa y, por consiguiente, dudoso.”
Por otro lado, Descartes no filosofa a partir de la experiencia, para ‘inductivamente’
elaborar su doctrina con relación al conocimiento adquirido, como había sucedido
hasta entonces, sino que pone la mirada sobre sí mismo, en sus ideas, para después
‘deductivamente’ explicar la realidad de la misma manera en que un geómetra
demuestra los teoremas a partir de los axiomas. Descartes propugna una filosofía de
la conciencia: su punto de partida no será la evidencia del ente (“hay algo”) sino el
cogito (“yo pienso”), poniendo las bases para que su realismo devenga en idealismo,
supliendo el principio del ser por el principio de inmanencia.

2
LA FILOSOFIA DE LA DESCONFIANZA

En su búsqueda radical de la verdad, Descartes toma como método el punto de vista


escéptico: dudar de todo, para ver si algún conocimiento resiste a la duda. Su
filosofar exige despojarse de los prejuicios y de toda enseñanza adquirida. Al
comienzo de las ‘Meditaciones Metafísicas’ dice: “(…) desde mis primeros años he
recibido por verdaderas muchas opiniones falsas que no pueden servir de
fundamento sino a lo dudoso e incierto (…) y decidí deshacerme de todos los
conocimientos adquiridos hasta entonces y comenzar de nuevo la labor, a fin de
establecer en las ciencias algo firme y seguro.” La duda metódica será hiperbólica
y no considerará verdadero sino lo evidente, es decir, lo indubitable. Pero la
evidencia cartesiana no se funda en la propiedad de las cosas, sino en la propiedad
de las ideas: evidente será lo claro y distinto frente a la inteligencia.
Comienza Descartes dudando de los datos de los sentidos, a los que rechaza casi
instantáneamente. Da dos argumentos que revelan su carácter engañoso: por un lado,
las ilusiones visuales que nos confunden sobre la extensión y la figura de las cosas
desde la lejanía; por otro lado, los sueños, pues según él no hay indicio cierto que
nos permita distinguir el sueño de la vigilia. La duda la aplica luego al saber
racional, en el que tanto confía Descartes. Y advierte que 2+3 = 5 estando despiertos
o dormidos. Ahora bien, llevando la duda a límites insospechados, introduce el
filósofo el famoso argumento del ‘genio maligno’: “Supondré, pues, que Dios, la
Suma Bondad y la fuente de la verdad, es un genio astuto y maligno que ha
empleado todo su poder en engañarme.” (Meditación I)
Con este argumento tiembla hasta la verdad matemática más certera, ya que el genio
perverso nos pudo haber hecho de tal forma que nos equivoquemos hasta en el
razonamiento más sencillo, y que 2+3 = 5 en realidad sea falso. Descartes mismo
queda perplejo y, en esta instancia, no queda lugar más que para el escepticismo:
“¿Qué hay, pues, digno de ser considerado como verdadero? Tal vez una sola
cosa: que nada cierto hay en el mundo.” (Meditación II)

YO, MUNDO, DIOS

Pero, en el momento mismo en que la duda llega a su extremo, encuentra Descartes


su primera certeza metafísica: “No hay duda de que soy, si él me engaña y me
engañe todo lo que quiera, no podrá hacer que yo no sea en tanto piense ser
alguna cosa (…) Esta proposición: yo soy, yo existo, es necesariamente verdadera
siempre que la pronuncio o concibo en mi espíritu.” (Meditación II) Es evidente
que, aunque el genio nos engañe en todo, no podemos dudar de que estamos
dudando, pensando, en fin, existiendo.

3
Sigue su estudio Descartes indagando en la naturaleza de este yo. Rechaza lo
corpóreo al advertir que puede fingir con su mente carecer del cuerpo y los sentidos.
La esencia humana será, entonces, su ser pensante. “En suma, ¿qué soy? Una cosa
que piensa. ¿Y qué es una cosa que piensa? Es una cosa que duda, entiende,
concibe, afirma, niega, quiere, no quiere, imagina y siente.” (Meditación II)
Luego, examinando nuestros conocimientos, distingue Descartes tres tipos de ideas:
 Ideas innatas con las que nacemos (Dios, alma, sustancia, extensión)
 Ideas adventicias que provienen de lo externo (árbol, casa, pizarrón)
 Ideas ficticias inventadas por nuestro espíritu (quimera, centauro, sirena)
Esta distinción nos ayudará a entender las dos demostraciones de la existencia de
Dios que Descartes propone en las ‘Meditaciones Metafísicas’, una en el libro III y
otra en el libro V.
La primera prueba dice que la idea de Dios es la idea de un ser infinito y no puede
ser creada por mí que soy finito, ni puede provenir de las cosas sensibles también
finitas, por lo tanto ha de ser puesta en mí por Dios mismo. Al poseer la idea de Dios
infinito, mi alma también habrá sido creada por El, ya que no puede provenir de mis
padres, causantes solamente de mi cuerpo.
La segunda prueba pretende demostrar que Dios existe haciéndonos ver que la idea
misma de Dios implica su existencia. Siendo la idea de un ser infinitamente
perfecto, no puede faltarle nada, porque si le faltase algo sería imperfecto, por lo
tanto no puede no existir, pues si no existiese, le faltaría la perfección de la
existencia. Es el famoso argumento de San Anselmo reformulado. La crítica que
recibirá Descartes de este segundo argumento por parte de Kant, que es la misma
que Santo Tomás había hecho a San Anselmo, es tajante: hay un paso inválido del
plano lógico (idea) al ontológico (existencia).
Queda aún por demostrar nada menos que la existencia del mundo físico. Las ideas
de lo corpóreo no son innatas, sino adventicias, provienen de los cuerpos mismos.
La esencia de las cosas materiales es, según Descartes, la extensión, el resto de las
cualidades son oscuras y confusas. Y la veracidad de la existencia del mundo físico
y de sus cuerpos es garantizada por la existencia de Dios que, a la vez, descarta
definitivamente la hipótesis del genio maligno.

EL REINO DE LA RAZON

Descartes concedió en su filosofía una gran confianza a la razón. Los errores


provienen, según él, del juicio precipitado, de la afirmación de conocimientos que
no son todavía claros y distintos ante la inteligencia, lo cual es un defecto de la
flaqueza de nuestra voluntad. Pero, si los conocimientos son claros y distintos, es
imposible que nos equivoquemos: la garantía nos la da Dios, que es la fuente de toda

4
verdad. Pero la filosofía cartesiana tiene el ‘problema del puente’ entre las ideas, que
son su punto de partida, y lo real. Por ello, Descartes recurre a Dios para garantizar
su existencia. Sus sucesores, más coherentes, terminarán en un inmanentismo
absoluto, negando la existencia del mundo corpóreo. Podemos objetarle también a
Descartes que haya despreciado los sentidos, ya que éstos son la puerta de todo
conocimiento y la prueba evidente del mundo material que no necesita ser
demostrado, como él pretende, sino tan sólo mostrado.
Después de Descartes, el objeto del conocimiento filosófico deja de focalizarse en el
ser y se establece en el pensamiento. La razón se absolutiza y prima cada vez más lo
lógico por sobre lo ontológico, lo subjetivo por sobre lo objetivo. Por ello, muchos
consideran a Descartes como el padre del idealismo absoluto.

EL REINO DE LOS SENTIDOS

Si Descartes y el racionalismo posterior construyeron sus modelos filosóficos sobre


el conocimiento racional y sus ideas innatas, dejando a un lado los sentidos para que
la razón funcione en su plenitud, como sucede en las matemáticas, el empirismo
sostiene, en cambio, la tesis de que no hay en el hombre ningún conocimiento que
no provenga de los sentidos. La razón cumple solamente una función reguladora de
los datos sensibles: coordina, asocia, compara, calcula.
Todos nuestros pensamientos no son más que imágenes psíquicas que provienen de
las cosas materiales. Locke, Berkeley y Hume son sus representantes clásicos,
quienes se centran en un análisis psicológico del origen y del valor de nuestro
conocimiento. El empirismo niega las esencias no sólo en las cosas, sino también en
la mente, declarándose partidario del nominalismo en el campo lógico.
Al tomar una postura agnóstica con respecto a la metafísica, encuentra el empirismo
su ideal de conocimiento en las ciencias experimentales. Su visión del hombre suele
reducirse a la naturaleza, considerando a éste como una especie más del reino
animal. La diferencia entre el hombre y el resto de los animales no es esencial sino
de grado. La conciencia surge de mecanismos neurológicos complejos, al poseer el
hombre un cerebro y un sistema nervioso más desarrollados. El empirismo se repitió
en distintas manifestaciones con el correr del tiempo: evolucionismo, materialismo,
positivismo, conductismo.

FOULCAULT Y LAS CIENCIAS HUMANAS

Michel Foulcault, en nuestros días, se muestra partidario del empirismo en la medida


en que basa su pensamiento filosófico en los resultados del psicoanálisis, la
etnología y la lingüística.

5
El psicoanálisis, a diferencia de otras ciencias, apunta al núcleo mismo del hombre,
que según Freud es el inconsciente. Lo interesante de la psicología profunda es la
revelación de la extrincidad del yo: no hay un centro vital interior en el hombre, sino
que lo que llamamos ‘Yo’ es una máscara que se constituye desde un fondo
biológico impersonal llamado ‘Ello’, limitado por las convenciones socioculturales
denominadas ‘Super Yo’. Y habiéndose evaporado la consistencia ontológica del
‘yo’, una teoría del hombre se torna imposible. Lacan, influyente en el pensamiento
del filósofo, demostró cómo en los discursos de sus pacientes, no es el sujeto quien
habla, sino las estructuras que conforman el lenguaje, las cuales son inconscientes.
La etnología, en manos de Levi-Strauss, demostró la misma tesis lacaniana en el
ámbito social, afirmando el modo en que en culturas muy dispares se mantenían
caracteres invariables: trabajo, familia, vivienda, lenguaje. Este estructuralismo
cultural determina exteriormente la ‘identidad’ de cada pueblo y de cada persona. La
etnología revela la estructura biológica de cada sociedad y hace posible proyectar el
tipo de devenir a que cada cultura está sometida: circular progresiva, capaz de
ajustes momentáneos, expuesta a crisis. El psicoanálisis y la etnología son, según
Foulcault, ‘contra-ciencias’ que revelan las estructuras formales que configuran al
individuo y a la sociedad.
La lingüística, tal como la desarrolló Saussure, revela que la naturaleza humana es
un invento de la palabra misma. Al carecer de referente, la palabra no representa la
realidad sino que la determina. El hombre está predeterminado por el lenguaje, al
que Foulcault denomina ‘sistema anterior al pensamiento’. Wittgenstein decía en sus
‘Investigaciones filosóficas’ que la complejidad de la filosofía no reside en el tema
que trata sino en nuestra dificultad de comprensión lingüística. En ‘Las palabras y
las cosas’ dice Foulcault: “Desde el interior del lenguaje probado y recorrido como
lenguaje lo que se anuncia es que el hombre está muerto.” En nuestros días,
entonces, se cumple lo que anunciaba Nietzsche: la muerte de Dios y de su asesino.

DOS VISONES DEL HOMBRE

A lo largo de toda la historia de la filosofía se han dado distintas concepciones del


hombre, desde las que lo vinculan con lo divino hasta las que ven en él un animal
más. Descartes y Foulcault son buenos ejemplos de estos extremos.
Descartes, por un lado, tiene una visión ‘angélica’ del conocimiento humano, como
dice Jacques Maritain en su libro ‘Tres reformadores’: “Consideremos los tres
caracteres fundamentales del conocimiento angélico: INTUITIVO en cuanto a su
modo, INNATO en cuanto a su origen, INDEPENDIENTE de las cosas en
cuanto a su naturaleza.” Estas mismas características son las que hemos visto en
los principios de la filosofía cartesiana. Podemos, entonces, objetarle a Descartes
que el hombre no es un ángel sino un espíritu encarnado y que en él, si bien hay
intuición intelectual, ella proviene del contacto con lo real por medio de nuestros

6
sentidos y del complejo proceso de abstracción. No venimos al mundo con ideas
pre-configuradas sino que, como dice Hume en este aspecto, nuestra inteligencia es
como una hoja en blanco en la que imprimimos lo recibido desde los sentidos. En
esto, en el apriorismo angélico, en el desprecio de los sentidos y en el no filosofar
apuntando al ente, creo que radica el mayor error de Descartes, a pesar de ser un
filósofo radical como pocos y con buenas intenciones.
Foulcault, por otro lado, ataca al humanismo y propone la muerte del hombre como
‘persona’, esto es, como ser espiritual. En última instancia, a pesar del giro
lingüístico de su enfoque, es Foulcault un empirista ya que como sus predecesores
sólo acepta como verdadero el conocimiento sensorial. Y es muy consecuente que
posea una visión negativa de nuestro conocimiento y del hombre en general, ya que,
por mucho que busquemos en el individuo y en las sociedades las estructuras
formales de las que Foulcault habla, si no hay esencias, si no hay un yo real, si no
hay algo en mí y en las cosas que permanezca tras los cambios, entonces no hay otra
escapatoria que aceptar nuestra muerte.
En suma, reducir el ser del hombre a un espíritu puro, es una pura estupidez. Y
reducir el ser del hombre al de un animal más, no es más que una animalada. El
hombre se entiende teniendo en cuenta su doble dimensión entitativa: su cuerpo
(materia) y su espíritu (forma). Y, análogamente, el conocimiento humano sólo se
entiende considerando el actuar conjunto de los sentidos y de la inteligencia. Si nos
quedáramos con lo primero, abrazaríamos un idealismo desencarnado. Si nos
quedáramos con lo segundo, un materialismo desalmado. En ambos casos,
caeríamos en un error grosero y, lamentablemente, bastante repetido en la historia de
la filosofía.

También podría gustarte