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HISTORIA DE LA ÉTICA (VICTORIA CAMPS)

- LOS SOFISTAS Y SÓCRATES (Carlos García Gual)


“Los sofistas fueron los hombres cultos de la Grecia de entonces y los propagadores de
la cultura. Los sofistas no son sabios, ni hombres científicos, sino maestros cultos del
manejo del pensamiento, prueban lo que afirman y llenan de asombro a los griegos porque
saben probarlo todo. Los sofistas tenían respuesta para toda pregunta y puntos de vista
generales para todos los intereses de contenido político y religioso.” (G.W.Hegel,
Lecciones sobre la filosofía de la historia universal).
Cicerón: “Fue Sócrates el primero que hizo descender a la filosofía del cielo, y le buscó
acomodo en las ciudades, e incluso la introdujo en los hogares, y la obligó a meditar sobre
la vida y las costumbres, sobre los bienes y los males”. Esta afirmación contrapone dos
etapas de la historia filosófica griega: la primera, la de los presocráticos, se habría
dedicado por entero a la especulación sobre la naturaleza, indagando las causas del todo,
el fundamento del cosmos y los fenómenos celestes; mientras que, luego, la influencia de
Sócrates habría sido decisiva para orientar la reflexión hacia el mundo humano, hacia
temas de moral y política. Lo cierto es que no hubo una contraposición tan tajante entre
esas dos etapas de la atención filosófica. Tampoco fue él quien introdujo tal temática ni
fue el primero en desinteresarse de investigar los fenómenos naturales para centrar la
reflexión sobre motivos sociales, sino que Sócrates prolonga y acaso ahonda, con un
nuevo talante más crítico, indagaciones ya emprendidas por otros pensadores de su
tiempo. Los responsables del nuevo giro intelectual, quienes pusieron ese énfasis en la
crítica racional de los problemas de la sociedad fueron, fundamentalmente, los sofistas,
aunque el cambio de enfoque no fue un fenómeno brusco, sino el resultado de un proceso
histórico bien definido. Sócrates está frente a la sofística, y dentro de ella, como Kant
respecto a la Ilustración del siglo XVIII; la culmina y la supera.
Una época ilustrada parece caracterizarse por su confianza en la razón humana para
plantearse y elucidad autónomamente los problemas fundamentales del hombre y la
sociedad en su determinado contexto histórico, y por su empeño en reconstruir una
organización social más justa, a través de una crítica de las tradiciones y una concepción
racional de la función de la cultura y de la educación como factores de progreso. Esta
primera Ilustración, la helénica del siglo V a.C. Los condicionamientos generales de esta
etapa son dos: la herencia del pensamiento griego anterior, ese ímpetu humanista que
viene desde Homero y Hesíodo hasta Simónides, Jenófanes y Esquilo; y, de otro lado, la
pujanza económica y política de la democracia ateniense, que está en su apogeo. Estos
presupuestos históricos determinan la implantación de la Sofística como movimiento
ilustrado.
Ninguno de los grandes sofistas era ciudadano ateniense, sino que todos ellos fueron a
Atenas desde otras ciudades griegas. Todos ellos confluyeron en la democrática Atenas
de tiempos de Pericles. En Atenas, dieron ellos a conocer sus obras y sus ideas, y desde
esa ciudad irradió la sofística su fermento intelectual, con el énfasis en lo retórico y sus
críticas ideológicas y su inquietud cultural un tanto revolucionaria. A mediados del siglo
V Atenas tuvo un tiempo incomparable, que encontró en la guerra del Peloponeso un
colofón trágico. En ese ambiente inquieto y ávido de saberes es donde los sofistas,
prestigiosos y seductores maestros, desarrollaron su actividad como educadores de los
jóvenes y ahí ejercieron su influencia espiritual, presentándose como los intelectuales
adecuados a la época, atractivo profesores de cultura y de areté. La oferta correspondía a
una demanda social clara de educación superior. La excelencia en la palabra y en el
pensamiento, en un ambiente cívico donde la superioridad intelectual y la habilidad en el
discurso persuasivo eran las armas para el dominio y el éxito. Los sofistas se presentaban
como eficaces profesores de esa excelencia (areté) al servicio de quienes desearan
ejercitarse en las ideas y los discursos para triunfar en la vida política.
En los diálogos platónicos se ofrece la definición del sofista como un didáskalos paideias
kai aretes, “maestro de educación o cultura” y de “excelencia” o “virtud”. Se refiere a
todos los profesionales de esa sophía que tiene alcance práctico, mundana y cívica.
Paideia es tanto educación como cultura o formación intelectual. Areté significa
excelencia o superioridad, a la par que virtud, con un fuerte énfasis en lo competitivo,
como sucede en la virtù renacentista. Protágoras insiste en la formación general del
ciudadano destinada a hacerle mejor en su conducta privada y pública. Un aspecto de esa
educación es la capacidad para hablar mejor, construir mejores discursos y argumentar en
favor de la tesis propia con destreza. Conviene subrayar el tono competitivo de esta
didáctica. Esa profesión pedagógica identifica a los sofistas como miembros de un grupo
intelectual, si bien no de una escuela. Como tales profesionales, es normal que aspiren a
recibir de sus clientes una buena paga por su trabajo cualificado. Practican la retórica en
el sentido más amplio del término (y sin las connotaciones peyorativas con el que lo
empleará luego Platón). Para sus críticos, entre los que se encuentran Sócrates, Platón y
Jenofonte, los sofistas actúan como traficantes y tenderos de sus conocimientos; son
mercachifles de una ciencia aparente, fundada en la mera dóxa, y educan a los individuos,
privadamente, no por cuenta ni para la comunidad. Eran maestros de la oratoria sofística,
virtuosos del discurso, y, especialmente mediante esos largos parlamentos, sabían deleitar
a su público. En tales discursos, los sofistas desplegaban un bagaje cultural amplio y
refinado, y en ese repertorio habitual las citas y comentarios de poemas e incluso sus
mitos eran motivos gratos. La profesión de “maestros de areté”, el aspecto retórico general
de sus enseñanzas y la perspectiva socialmente utilitaria de las mismas, distinguen a los
sofistas como grupo frente a otros pensadores de la época. Al presentarse como sophistaí
y no con el título más humilde de philosophoi, estos pensadores acentúan su dominio
sobre el ámbito del saber, y la búsqueda del mismo queda en un segundo plano. Los
sofistas se las dan de sabios y, en tal sentido, el término cobrará en la tradición
postsocrática una connotación peyorativa.
En todo caso, como profesores de excelencia, están situados en una tradición histórica
que tiene como precursores a los poetas. Frente a la tradición de la poesía educadora, la
sofística acentúa el poder persuasivo del lógos. Palabra, discurso, razón, razonamiento,
todo ello queda contenido en el amplio campo semántico del término. En ese interés por
el conocimiento de la lengua y del pensamiento hay una finalidad práctica: se trata de
llegar así a un dominio a fondo de la elocuencia. En sus empeños hermenéuticos los
sofistas se preocupan más por la retórica que por la poética. Con ellos empieza también
la filología, en cuanto crítica de los textos y estudio de los autores antiguos. Hay que
destacar su actitud ante el mundo del lenguaje. Hicieron a este un objeto de estudio, y esa
actitud es de por sí ya enormemente significativa. Con los sofistas tenemos una visión
crítica de la cultura en toda la amplitud del término. La misma idea del poder persuasivo
del lógos que tiene Georgias es ya sintomática de una concepción filosófica relativista. El
hecho mismo de discutir la corrección de las expresiones lingüísticas comporta una visión
del lenguaje o, mejor dicho, de la lengua como producto humano, como institución social,
que la razón puede comprender en su funcionamiento y mejorar mediante un uso
apropiado.
Los sofistas distinguieron entre los productos de la naturaleza y los productos de la
convención social, y aplicaron esa distinción a las instituciones de nuestro mundo, a las
leyes, las costumbres, a los credos religiosos y políticos, etc. Frente a la naturaleza,
phýsis, está la convención, nómos, bien cooperando, bien oponiéndose. La cultura
humana es una combinación de ambos elementos. Hay un orden natural y un orden
determinado por las leyes y convenios humanos. Los sofistas destacaron la oposición y el
contraste entre la naturaleza, universal y eterna, y las convenciones legales, surgidas aquí
y allí, con un valor concreto. Las leyes, costumbres y creencias religiosas de los humanos
no son inmutables ni están fundadas sobre un patrón universal. Al subrayar la antítesis
frecuente entre phýsis y nómos, los sofistas insisten en el carácter progresista de la
cultura. Luego otros sofistas se apoyarán en esa misma antítesis para rechazar las
convenciones democráticas en nombre del derecho natural del más fuerte –como hace
Calicles, en el Gorgias platónico—o para eludir las restricciones legales que están
afirmadas en contra de los instintos e intereses naturales de los individuos. –Antifonte--.
Los sofistas insistieron en que la naturaleza había hecho a los hombres iguales, y vieron
en la común naturaleza racional un vínculo de humanidad y una base para la concordia,
que podía lograrse mediante un pacto aconsejado y dirigido por los mejores en saber y
consejo. La frase de que la ley –el nómos-- es “el tirano de todos, mortales e inmortales”
es de Píndaro. Sin suda, esa idea de la igualdad de los humanos, que será resaltada por
pensadores más avanzados que Hipias, como Antifonte y Alcidamante, es característica
de estos ilustrados. En una sociedad esclavista y tan particularista como la griega de esa
época tal tesis velaba un trasfondo revolucionario, que no llegó a desarrollarse en una
praxis real.
En la exposición y explicación del mito de Prometeo, Protágoras nos ofrece una
concepción del progreso humano con una ideología claramente democrática. Para
Protágoras el progreso se basa no solo en la capacidad técnica de los hombres, sino en su
sentido de la moralidad, que ha permitido el desarrollo de la vida política, la convivencia
ciudadana. Ese sentido moral, es el fundamento básico para la convivencia, y por tanto,
la civilización. A su juicio, por naturaleza todos poseen entendimiento suficiente para
decidir y comprender en asuntos de política y moralidad. Esta fundamentación
“mitológica” de la igualdad de derechos ante la ley cívica, la isonomía ateniense, expresa
el sentir de los sofistas como educadores en la democracia. La educación no hace a los
hombres buenos o malos, pero sí puede mejorarlos, aprovechando las disposiciones
naturales que ya están en ellos.

2. Los sofistas más famosos


Los elementos comunes a todos ellos: su profesionalidad como educadores y maestros de
retórica y dialéctica, su actitud crítica ante la sociedad y la tradición, su interés por
estudiar el lenguaje, su ideología democrática. Hay un notable individualismo en la
orientación didáctica de la sofística.
2.1 Protágoras
Protágoras de Abderá (485-415) fue el primero en llamarse abiertamente sofista y recibió
por sus enseñanzas una alta remuneración. En su propuesta, lo fundamental era la
insistencia en el poder de la retórica para modificar la opinión de los demás. Según Nestle
“el riesgo real de todo el método consistía en sustancia en que no estaba basado en la
investigación de la verdad objetiva, sino en el efecto subjetivo, en la influencia sobre la
convicción de los jueces”. El logos, artesano de la persuasión, era capaz de modificar la
dóxa, impulsada por el arte de la palabra. En Acerca de la verdad: “El hombre es la
medida de todas las cosas, de las que son en cuanto son, de las que no son en cuanto no
son”. Es su frase más famosa, que ha hecho correr ríos de tinta desde Platón hasta hoy.
Nada Es absoluto. Todo es, pues según este principio, relativo; para cada ser humano las
cosas son como se le aparecen. El hombre individual es quien aplica su patrón valorativo
a todas las cosas. Mediante su valoración y opinión el hombre les da su significado. El
relativismo de Protágoras implica una concepción del mundo, en el que las cosas quedan
definidas en relación con la opinión del hombre. Todo está, por tanto, sujeto a discusión
y no hay una superior instancia valorativa, un patrón absoluto que pueda imponerse a
todos. El bien aparece como algo relativo. Para la ética y la política la afirmación de
Protágoras tiene una enorme trascendencia. Si el hombre es la causa de todos los valores
y si lo que le parece a cada uno es su verdad, la convivencia habrá de basarse en un
acuerdo o consenso. Es el sabio (acude al símil del enfermo) el que puede corregir y
enseñar a los demás las opiniones mejores y más útiles para la convivencia. En tal sentido
podría hablarse de una opinión correcta, que sería un correlato de lo que otros llaman
verdad objetiva.
En su tratado Acerca de los dioses manifiesta lo siguiente: “Acerca de los dioses no
puedo saber si existen o si no existen, ni cuál es su aspecto, porque muchos son los
impedimentos para saberlo: tanto la oscuridad de la cuestión como la brevedad de
la vida humana”. La religión es un producto cultural humano, como la lengua, el arte y
el estado. Como estos, son también diversas las religiones de los pueblos, y ninguna es
más verdadera que otra.
De Platón podemos inferir los trazos generales de su concepción del progreso humano,
envueltos en un ropaje mitológico. En el relato mítico pueden distinguirse varias etapas:
1- Los dioses crean las distintas especies de animales y el ser humano. 2- Luego encargan
a Prometeo y a su hermano Epimeteo que ordenen y adornen a esas criaturas antes de
sacarlas a la luz. El descuidado Epimeteo provee mejor a los animales que a la especie
humana. 3. Prometeo, al observar las deficiencias del ser humano en cuanto a propiedades
físicas, ofrece a la raza humana, como una compensación, el fuego y la habilidad técnica,
y roba estos dones a Hefesto y Atenea. 4- Zeus, al considerar que ni aún entonces estaba
asegurada la supervivencia de los hombres acosados por las dieras y las privaciones,
encarga a Hermes que les distribuya, en un reparto que llegue a todos, “el sentido moral
y la justicia” a fin de que puedan existir las ciudades y la capacidad para la vida
comunitaria fundamentalmente la civilización. Parece manifestarse de lo siguiente que
sobre la habilidad técnica está la habilidad para la convivencia --la politiké techné—
basada en la moralidad y en el sentido de la justicia, ínsitos en todo ser humano. Mientras
que en las artes y en los saberes técnicos hay unos individuos capaces y otros no, la
convivencia cívica se funda en la participación de todos en el gobierno de la ciudad. El
progreso humano está, pues, basado no sólo en el dominio de unas técnicas instrumentales
y especializadas, como las de la medicina o la arquitectura, sino en esas normas para la
convivencia en las pólis, defensa máxima de la civilización. En tal sentido, Protágoras
habría suscrito la famosa definición de Aristóteles de que el hombre es por “naturaleza”
un “animal cívico”, un zôon politikón.
Forjador de discursos, teórico de la retórica, estudioso del lenguaje, crítico de la cultura,
relativista y escéptico, Protágoras se nos muestra como un pensador ulustrado de una
enorme coherencia y personalidad, cuya huella permanece un tanto ensombrecida por la
pérdida de sus escritos, pero aun así late tenaz y honda, pese a las réplicas y censuras de
Platón y Aristóteles.

2.2. Gorgias
Gorgias de Leontinos (490- ), fue sobre todo maestro de retórica, con una enorme
influencia en su época. Según una cita del Menón, Gorgias negaba ser un maestro de
virtud y tan solo prometía hacer a sus discípulos hábiles en el hablar. Para Platón, este
maestro de la retórica en cuanto dominador de las técnicas de la persuasión, a quien no le
preocupa descubrir la verdad, sino hacer triunfar en la discusión de la tesis propia,
mediante sus palabras trucadas, es uno de los personajes más peligrosos de su tiempo. Por
ello en su Gorgias hace una crítica acerba del mismo. Según Platón, el desinterés por la
verdad conduce al inmoralismo agresivo y descarado que se expresa en las palabras de
Calicles, franco defensor de la ley del más fuerte. En su escrito Acerca del no ser mantiene
lo siguiente: “No existe nada. Si algo existe será incognoscible. Y si existiera algo
cognoscible, sería indemostrable a los demás”. Estas afirmaciones vienen a ser una
reducción al absurdo, de las tesis eleáticas sobre el ser. Todo será, en el mejor de los
casos, una construcción del lógos, sin una realidad ontológica probada. Auí se destaca el
elogio del poder mágico del lógos, arma de seducción. “Arttífice de la persuasión”, la
retórica es también una “guía del alma”. El orador tiene que ser un buen psicólogo, para
alcanzar sus fines, que advierta la disposición anímica de sus oyentes, y pueda así
aprovechar sus inclinaciones, apurando el momento oportuno, para conmoverlos y
convencerlos atendiendo no a lo verdadero, sino a lo verosímil. El mundo de la retórica,
es como denuncia Platón, el de la dóxa, el de la opinión y las apariencias; es en ese ámbito
político donde el sofisra y el hábil orador buscan el éxito. Gorgias se interesó por los
efectos emotivos de la palabra, como hemos apuntado, y por este aspecto resulta un
precursor de los estudios sobre poética, en concreto los aristotélicos, y de la teoría de la
purificación de las pasiones ante el espectáculo trágico.

2.3. Pródico
Frente a Protágoras y Gorgias los restantes sofistas son de un alcance más limitado.
Pródico de Ceos se interesó especialmente por la precisión de los términos y trató de
distinguir los aparentes sinónimos de la lengua, y teorizó sobre la rectitud de los nombres.
Opinión suya era la de que la riqueza no es ni un bien ni un mal; solo el uso que se hace
de las cosas poseídas las valoriza como bienes o males.

2.4. Hipias
Hipias de Élide (443- ), era más joven que los ya citados, Platón lo caracterizó como un
erudito orgulloso de la amplitud de sus conocimientos. Hipias hizo algunos estudios
notables como en arqueología redactó la lista de los vencedores de los juegos olímpicos,
y fijó la fecha de la primera olimpiada.

2.5. Trasímaco y Antifonte


Otros sofistas de la misma generación que Hipias, como Trasímaco y Antifonte,
resaltaron con mayor dureza esa contraposición entre la naturaleza y las convenciones
sociales (physis vs nómos). Trasímaco de Xalcedón aparece en el libro I de la República
de Platón, enfrentándose a Sócrates con violento ímpetu para defender que la justicia no
es habitualmente más que lo que le conviene al más fuerte, al pdoeroso de turno. Las
opiniones de Trasímaco se parecen a las de Calicles en el Gorgias. Ambos observan un
mundo competitivo, despiadado y cruel, en el que vencen los fuertes y sin escrúpulos,
mientras que los débiles son aplastados. Ese es, en su consideración, el modo natural en
que las cosas suceden al margen del teorizar humano.
De Antifonte no se sabe mucho. Aboga por un cumplimiento formal de los preceptos
legales como conducta justa en público, aunque en privado sea sólo útil atender a los de
la naturaleza; señala que la naturaleza de todos los hombres son iguales, al margen de las
convenciones sociales basadas en la ley y la costumbre. Una vez más vemos aquí la
antítesis entre phýsis y nómos. Sostenía que la naturaleza y la convención usula suelen
marcar preceptos diversos, cuando no opuestos. Su consejo es claro: atender a lo natural
como útil universalmente, y a la convención cuando las circunstancias lo recomienden.
El nómos es algo impuesto, de una utilidad limitada y discutible. Sin embargo, el sofista
no propone una subversión de lo legal, ni incita a la rebelión abierta, como harían los
cínicos, para atender sólo a lo natural.
Con antifonte y Trasímaco –y con Critias y Calicles—la oposición entre lo fundado en la
naturaleza y lo legal cobra su perfil más tajante. Su visión crítica de la sociedad concluye
en un amargo individualismo y en una aceptación solo formal de la ética y la justicia,
denunciadas como meras convenciones amparadas por el poder y acaso el pacto social.
Reconocer la relatividad y alcanzar el relativismo, denunciar la enajenación del derecho
y adoptar una actitud ambigua, rechazar a los dioses y fundar un mundo sin valores
morales ni justicia: tal fue su misión.
Cercano a Antifonte estaba Licofrón, discípulo de Gorgias, preocupado por el lenguaje,
nominalista, que sostuvo que “no hay diferencia entre nobles y plebeyos”, y que la
sociedad política y el Estado se basan en un pacto social para garantizar los derechos
mutuos y nada más. De Calicles no sabemos si fue un personaje histórico o es una
invención de Platón, que toma rasgos de algunos sofistas de su tiempo, para darnos la
imagen del audaz inmoralista que defiende los derechos del más fuerte, sin reparos éticos,
en el diálogo final del Gorgias. Bien pudo ser un joven real, que desapareciera, víctima
de un trágico destino, en los sangrientos conflictos de fines del siglo V, como sugiere
Guthrie, y al que Platón evoca en un ambiguo homenaje, con singular maestría.

2.6. Critias
Critias (450-403), no fue un sofista en el sentido más estricto del término, ya que no fue
un maestro itinerante de virtud y retórica ni cobró sus lecciones. Sin embargo, es uno de
los ilustrados más significativos de esa segunda generación sofística. Participó en el
régimen oligárquico de los Cuatrocientos y finalmente formó parte de los Treinta Tiranos
impuestos por Esparta. Critias encabezó la facción más dura de ese gobierno despótico
que en sus ocho meses dominó y ejecutó a más de mil quinientos ciudadanos. Murió al
frente de sus soldados en la lucha contra los sublevados de 403, que restauraron la
democracia. Fue, como Alcibíades, amigo y alumno de Sócrates. Platón era pariente suyo,
pues Critias era primo de su madre.
Critias sostiene que “mucha más gente se hace buena por la práctica que por su
naturaleza”, admitiendo la importancia de la educación. Pero era un firme defensor de las
virtudes ínsitas en la propia naturaleza del individuo. Frente a las apetencias del pueblo,
ejerció, en cuanto pudo, un despotismo despiadado y sangriento.

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