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Filosofía

Sócrates

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ÍNDICE

SÓCRATES: su método y su pensamiento .......... 5


LOS SOFISTAS ..................................................... 19

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SÓCRATES: SU MÉTODO Y SU
PENSAMIENTO

El método que utiliza Sócrates en la búsqueda


de la sabiduría se denomina mayéutica (del griego
maieutiké, que es el arte de ayudar a dar a luz). La
tarea de Sócrates es un llamado a volverse hacia la
propia interioridad, para conocerse a sí mismo,
tomar conciencia de la propia ignorancia y, así,
emprender la tarea ardua de llegar al conocimien-
to de la verdad.

El rasgo general del método y también de la


personalidad socrática es la ironía, que consiste en
decir lo contrario de lo que se piensa, aunque
sugiriendo qué es lo que se está pensando en rea-
lidad. La eironéia griega significa “disimulo” o “in-
terrogar fingiendo ignorancia”, que es lo que hace
Sócrates permanentemente en sus conversaciones.

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La aplicación del método se realiza también
en un contexto de exhortación. Sócrates toma la
máxima “Conócete a ti mismo”, pero ya no en el
sentido de la tradición griega, que era reconocerse
mortal y no pensar en cosas divinas. El sentido,
para Sócrates, es que el hombre debe saber que
tiene un alma y que su principal virtud es la sabi-
duría, que lleva al hombre a actuar correctamente.
Es célebre la frase socrática: “Una vida sin exa-
men no merece ser vivida”. Quiere decir con esto
que no es digno del hombre transcurrir su vida sin
examinarse a sí mismo, advirtiendo la propia ig-
norancia y buscando la verdad.

La mayéutica consta de dos momentos: uno,


negativo, que corresponde a la refutación (del grie-
go, élenchos), y otro positivo, llamado mayéutica
propiamente. Cuando Sócrates entabla un diálo-
go, el punto de partida es una pregunta cuya for-
ma general es: “¿Qué es X?” (¿qué es la valentía?,
¿qué es la virtud?, ¿que es la amistad?). El interlo-
cutor, generalmente, está convencido de que co-
noce con toda precisión aquello que Sócrates le
pregunta. Sin embargo, reformulando la respuesta
recibida y volviendo a preguntar, Sócrates hace
caer en contradicción a su interlocutor. Con eso
pone de manifiesto que, en realidad, este no cuen-
ta con ningún saber al respecto.

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Este primer momento es purificador, porque,
al liberar de la ignorancia (y la mayor ignorancia es
creer saber lo que no se sabe o, también, no
haberse interrogado siquiera), prepara el terreno
para acceder al conocimiento. En esta labor, Só-
crates se compara a sí mismo con un tábano mo-
lesto, que perturba sin descanso a sus conciuda-
danos, a los que compara con un caballo grande y
noble, aunque perezoso (Apología 30e). En el diá-
logo Menón, de Platón, donde Sócrates aparece

“¡Oh, Sócrates!, antes de que te conociera, me dije-


ron que todo lo que haces es crearte dificultades a ti
mismo y a los otros, a fuerza de sembrar dudas en tu
cabeza y en la de los demás. Pareces un torpedo mari-
no, que deja aturdidos a cuantos lo tocan. Tú me pro-
dujiste un efecto semejante: me has aturdido el alma y
ya no sé qué contestarte.”
“Yo –responde Sócrates- me parezco al torpedo si
estando aturdido puedo producir en los demás el
mismo aturdimiento, pues no se trata de que yo esté
seguro y siembre dudas en la cabeza de los demás,
sino de que, por estar yo mismo más lleno de dudas
que cualquiera, hago dudar también a los demás.”
Platón, Menón, México, Editorial Porrúa,
1984, pág.212

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como personaje, se lo compara también con un
pez torpedo, que produce un efecto paralizante en
aquellos que se le acercan. Así, dice el personaje
Menón:

El segundo momento del método socrático


corresponde a la mayéutica o arte del alumbra-
miento. Es la etapa en la cual cada uno realiza por
sí mismo el proceso que lleva al descubrimiento
de la verdad. Sólo así el conocimiento se hace
eficaz y llega a plasmarse en un obrar justo. La
sabiduría es, entonces, una conquista que debe
emprender, cada cual, aunque también se trata de
una búsqueda conjunta y comunitaria, como lo
evidencia el hecho de que la mayéutica se base en
el diálogo. En Menón 84, dice el personaje Sócra-
tes:

“Mira cómo este joven contesta buscando conmigo y cómo


consigue encontrar... mientras que yo no hago más que interro-
garlo, sin enseñarle nada. Observa si alguna vez hallas si le enseño
o le muestro algo en lugar de preguntarle, simplemente, acerca de
lo que por sí mismo piensa. Y por eso sucede que tiene ciencia, si
se le pregunta de manera verdadera, y la extrae de su interior, sin
que nadie le enseñe.”
Platón, Menón, México, Editorial Porrúa, 1984, pág.216

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En los diálogos platónicos donde se muestra a
Sócrates aplicando el método mayéutico, si bien
lo que se intenta es dar una definición (por ejem-
plo, de la valentía, de la virtud, de la amistad, de la
justicia), nunca se llega al establecimiento definiti-
vo de una acerca de ninguna cosa. Esta situación
da a entender que la búsqueda de la verdad es una
tarea que necesariamente debe quedar inacabada
para el hombre.
El mismo Sócrates compara su arte con el
de las parteras (aludiendo al oficio de su madre).
Así, leemos en el diálogo Teeteto de Platón:

“Ahora bien, mi arte de partear se asemeja en todo al


de ellas; sólo difiere en que se aplica a los hombres y no a
las mujeres, y concierne a sus almas y no a sus cuerpos.
Sobre todo, mi arte se caracteriza por lo siguiente: se puede
probar por todos los medios si el pensamiento del joven ha
de parir algo fantástico y falso o genuino y verdadero. Por
otra parte, tengo en común con las parteras el ser estéril en
sabiduría y se me puede reprochar lo que muchos me repro-
chan, es decir, que pregunto a los demás, pero no contesto
nada acerca de nada, por falta de sabiduría. Y esta es la

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causa: el dios me impone el deber de ayudar a parir a los
otros, pero a mí me lo impide. No soy sabio, pues, ni tengo
descubrimientos que mi alma haya dado a luz, sino que los
que están conmigo parecen ignorantes, pero después... hacen
un progreso admirable. Sin embargo, es claro que nada
aprendieron de mí, sino que son ellos quienes por sí mismos
hallaron muchas y bellas cosas que ya poseían.”
Platón, Teeteto, ,México, Editorial Porrúa, 1984,

Si bien se habla de sacar a la luz un conoci-


miento que ya se posee, la Teoría de la reminiscencia
(que sostiene que el alma es inmortal y preexiste a
la encarnación en un cuerpo, de modo que el co-
nocimiento es el recuerdo de lo contemplado
antes de encarnarse) no pertenece a Sócrates, sino
exclusivamente a Platón. Sócrates busca los con-
ceptos de las cosas, llegar a la noción de lo que las
cosas son. Este es el descubrimiento que precisa-
mente le atribuye Aristóteles en su Metafísica:

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“Sócrates discutía solamente acerca de las cosas morales
y no se interesaba en absoluto en la naturaleza; y en las cosas
morales buscaba lo universal, pues fue el primero que tomó
como objeto de su pensamiento las definiciones.”
Aristóteles, Metafísica, Buenos Aires, Editorial Su-
damericana, 1986, Libro I, 987a

La sabiduría socrática está orientada al obrar


correcto, justo. Pero, para Sócrates, es imposible
que el hombre sabio, capaz de distinguir entre el
bien y el mal, actúe injustamente. Quien actúa mal
no lo hace voluntariamente, sino por ignorancia.
La virtud, identificada por Sócrates con el cono-
cimiento, se relaciona con el autodominio o el
autocontrol. Ser dueño de uno mismo es la condi-
ción de posibilidad para no ser esclavo de las pro-
pias pasiones (el placer, el dolor, la ambición).

Sócrates propone, entonces, una unidad entre


el conocer y el actuar, entre la inteligencia y la
voluntad, por eso la sabiduría que trata de obtener
mediante la mayéutica tiene un carácter más acti-
vo que contemplativo♦

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Este filósofo ateniense
vive en el último tercio
del siglo V a.C., período
denominado Siglo de
Pericles.
La gran importancia que
para él tiene el diálogo, la
relación cara a cara con un interlocutor, se evi-
dencia en el hecho de que no puso su pensamien-
to por escrito.
Esta situación ha dado lugar a lo que se cono-
ce con el nombre de “cuestión socrática”, que
consiste en el problema de llegar a establecer con
la mayor precisión posible qué pensó, en efecto,
Sócrates.

Su filosofía se conoce a través de la obra de


Platón (quien fue su discípulo), Jenofonte (quien
perteneció al círculo de sus allegados) y Aristóte-
les (quien fue discípulo de Platón). También Aris-
tófanes, en su comedia las Nubes, pone como per-
sonaje a Sócrates, pero lo presenta con caracterís-
ticas ridículas, muy alejadas de la imagen que nos
dan Platón o Jenofonte, y más parecido a un so-
fista.

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La fuente más autorizada para rastrear lo que
pudo haber sido la filosofía de Sócrates es Platón,
dada la proximidad histórica entre ambos y el
talento filosófico del discípulo. Sin embargo, mu-
cho de lo que Platón, en sus diálogos, pone en
boca del personaje Sócrates no pertenece al Só-
crates histórico sino al propio Platón. La tarea es,
entonces, diferenciar, en la obra de Platón, lo que
pertenece a él mismo y lo que puede correspon-
der al Sócrates histórico. Al respecto, los estudio-
sos de la filosofía antigua sostienen opiniones
diversas.

El historiador griego Diógenes Laercio (siglo


III d. C.) transmite el texto de la acusación que se
le hizo a Sócrates, que se conservó en los archivos
del Estado ateniense hasta por lo menos el siglo
II d.C. Esto ayuda a confirmar la existencia histó-
rica del filósofo, punto que también fue discutido
en algún momento.

“Esto es lo que Meleto, hijo de Meleto de Pico, impu-


tó –poniendo bajo juramento- a Sócrates, hijo de Sofronisco
de Alopeco: Sócrates es culpable de no creer en los dioses en
que la ciudad cree y de introducir otras cosas demoníacas

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nuevas; y también es culpable de corromper a los jóvenes.
Propuesta de pena: muerte.”
Mondolfo, R., Sócrates, Buenos Aires, Eudeba,
1988

Tanto Jenofonte, en su obra Memorabilia, co-


mo Platón, en la Apología de Sócrates, citan este
texto, donde se explicitan los cargos contra Sócra-
tes y la pena que se le asigna. Sabemos que fue
condenado a morir bebiendo un veneno llamado
cicuta. Los últimos momentos de la vida de su
maestro son descriptos por Platón dramáticamen-
te en uno de sus diálogos, el Fedón. También Pla-
tón se refiere a los últimos días de la vida de Só-
crates en la Apología (donde expone la defensa que
Sócrates hace de sí mismo ante el tribunal) y el
Critón (donde relata la circunstancia en que Sócra-
tes se niega a huir de la cárcel para no contradecir
las leyes de su ciudad).

Para entender las acusaciones que se le formu-


laron a Sócrates y su posición ante la condena y la
muerte, es necesario saber algo más sobre su vida,
su tarea (que él consideraba una misión divina) y
su pensamiento.

Sócrates nace en un barrio suburbano de Ate-


nas llamado Alopeco. Es hijo de Sofronisco, un

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escultor –Sócrates también lo fue durante un
tiempo-, y de Fenareta, una partera. Sócrates
compara el método que él aplica en la búsqueda
de la verdad con el arte que ejerce su madre. En
consecuencia, el método socrático se conoce con
el nombre de mayéutica (del griego maieutiké, que
significa, precisamente, arte de ayudar a dar a luz).

En la Apología de Sócrates de Platón (hay que


tener en cuenta que Jenofonte también escribió
una Apología de Sócrates y hasta un Banquete), Sócra-
tes cuenta por qué llega a asumir como una mi-
sión sagrada (encomendada por el dios de Delfos,
Apolo) la tarea de indagar a sus conciudadanos.
Su amigo Querefonte pregunta al oráculo de Del-
fos si hay alguien más sabio que Sócrates. El orá-
culo, a través de la Pitia, responde que no. Sócra-
tes, que no cree ser sabio en absoluto, reflexiona
sobre esa respuesta. Concluye que, en efecto, él es
más sabio que el resto de sus conciudadanos, pero
no porque sepa algo en especial, sino porque no
cree saber lo que en realidad ignora. La mayor
ignorancia, entonces, consiste en creer saber lo
que no se sabe, la falta de conciencia de la propia
ignorancia.

Se le atribuye a Sócrates la frase: “Sólo sé que


no sé nada”. Sean suyas o no estas palabras, ayu-

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dan a comprender el papel que para él tiene el
conocimiento como fundamento del comporta-
miento ético del hombre. Otra afirmación que se
atribuye a Sócrates es: “Conócete a ti mismo”.
Esta máxima, si bien está en consonancia con su
pensamiento, en realidad, forma parte de la sabi-
duría tradicional griega, plasmada en una serie de
sentencias, y estaba escrita en un templo de Del-
fos ya algunos siglos antes de Sócrates.

Así, Sócrates lleva a cabo su tarea de indagar a


sus conciudadanos y exhortarlos a la búsqueda del
conocimiento, en las calles, en el ágora, en los
gimnasios, en los banquetes. Unos eran sus discí-
pulos, otros, interlocutores ocasionales. Sócrates
dice que su daimon le revela quiénes de aquellos
que se acercan están dispuestos a aprovechar sus
palabras. Este daimon, que siempre se describe
como una voz interior, según el relato de Platón
sólo actúa en un sentido negativo: le advierte a
Sócrates cuándo debe abstenerse de hacer algo
(por ejemplo, tratar de acceder a cargos públicos).
En el relato de Jenofonte, en cambio, también
puede decirle lo que en efecto tiene que hacer.

Quizás esta referencia constante de Sócrates a


un daimon que inspiraba su conducta haya sido la
excusa perfecta para su condena, ya que, si vol-

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vemos al texto de la acusación, vemos que los
cargos en su contra son: no creer en los dioses en
que la ciudad cree, introducir otras cosas demo-
níacas nuevas y corromper a los jóvenes (está
sugerido que esto último lo hace, precisamente, a
través de la prédica de falsos dioses).

En la misma época, en Atenas, hubo varios


juicios y condenas por cargos de “impiedad”. Ese
rótulo pudo haberse utilizado para encubrir el real
motivo. En ese momento, se daba en la ciudad un
conflicto político entre oligarcas y demócratas, en
tanto que Atenas perdía su hegemonía con rela-
ción a las demás ciudades griegas. A Sócrates se lo
vio como un posible enemigo de la democracia,
ya que se lo vinculaba con algunos partidarios de
la oligarquía y con algunos simpatizantes de Es-
parta que eran o habían sido sus discípulos.

Sin embargo, es sabido que Sócrates no cues-


tiona nunca las creencias religiosas tradicionales y
cumple formalmente con el culto a los dioses.
También lo hace con sus deberes de ciudadano,
hasta el punto de haber defendido a Atenas en
famosas batallas, en las cuales se destacó por su
valentía. Además, su crítica al sistema democráti-
co que gobernaba Atenas en ese momento no
obedecía a una perspectiva partidaria. Sócrates no

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estaba de acuerdo, por ejemplo, con el sorteo de
las magistraturas o con la atribución de facultades
políticas a todos los ciudadanos, pero su crítica no
apuntaba a destruir la democracia, sino a perfec-
cionarla. Sócrates pide a los políticos que sean tan
conocedores e idóneos como cualquier otro espe-
cialista (por ejemplo, un médico o un piloto) y
exhorta a todos sus conciudadanos a ocuparse, en
primer lugar, de sus almas y sólo entonces de los
asuntos de la ciudad♦

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LOS SOFISTAS

Los sofistas, al igual que Sócrates, desarrolla-


ron su actividad en Atenas, en los dos últimos
tercios del siglo V a.C., período de la historia de
Grecia conocido como “siglo de Pericles”. En-
tonces, Atenas, gobernada por el estadista Pericles
(495-429 a.C.), encabezaba las demás pólis griegas
en su lucha contra los persas. La democracia dire-
cta llegó a su máximo grado de organización. Fue
una época de gran prosperidad económica y es-
plendor cultural: se construyeron en la ciudad los
principales edificios (por ejemplo, el Partenón) y
se generó una importantísima producción literaria
(por ejemplo, las tragedias de Esquilo, Sófocles y
Eurípides y la comedia de Aristófanes).

Suele decirse que, a partir del siglo V, el inte-


rés filosófico se desplazó de las cuestiones cos-
mológicas (que abordaron los sabios antiguos y

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también los filósofos jónicos) a las cuestiones
antropológicas. En efecto, los problemas que
abordaron Sócrates, los sofistas y también Platón
eran claramente de índole ética y política, para
decirlo ampliamente, humana.

Respondiendo a las necesidades de forma-


ción y preparación de la juventud para el desem-
peño de la vida política, surgieron los sofistas,
“maestros ambulantes” que recorrían distintas
ciudades de Grecia -aunque procuraron hacer de
Atenas el centro de su actividad-, ofreciendo y
proporcionando sus servicios. La gran mayoría de
ellos no eran atenienses. Constituían un grupo
heterogéneo, que enseñaba cada uno una diversi-
dad de materias, aunque, sobre todo, retórica (el
arte de componer discursos persuasivos) y dialéc-
tica (lógica o arte de argumentar). Comparando la
labor de los sofistas con la de algunos profesiona-
les de nuestra época, serían semejantes a un pro-
fesor, disertante o conferencista.

El término “sofista”, que en la actualidad


tiene un matiz peyorativo, originariamente signifi-
có, simplemente, “sabio”. No obstante, ya Platón
en sus diálogos opuso el pretendido saber de los
sofistas al verdadero saber y, en ese sentido, la

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palabra “sofista” comenzó a adquirir un tinte ne-
gativo.

El nivel de las producciones de los distin-


tos sofistas presenta una gran variedad. Si bien
parte de ellos tenía como único objetivo lucrar
con sus enseñanzas –captaban sus alumnos y su
auditorio entre los jóvenes de las clases de mayo-
res recursos económicos-, pueden encontrarse en
los planteos de muchos otros problemas filosófi-
cos de gran interés. Tal es así que Platón, en mu-
chos de sus diálogos, desarrolló profundas elabo-
raciones, intentando, justamente, refutar a los
sofistas o dar una mejor solución a los problemas
por ellos planteados.

Entre los sofistas más reconocidos se en-


cuentran Protágoras de Abdera (Tracia); Pródico
de Ceos (islas Cícladas); Hipias de Elis (en el Pe-
loponeso); Gorgias de Leontium (Sicilia) y Anti-
fonte, de la misma Atenas.

Ya mencionamos el interés de los sofistas


por todas aquellas artes que permiten formular un
discurso convincente. Pero el uso que ellos hacían
de estas artes está relacionado con una particular
posición ética: el relativismo. Caracterizar esta

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posición nos va a permitir entender mejor las
diferencias entre los sofistas y Sócrates.

La situación de prosperidad material de


Atenas, que señalamos más arriba, estuvo acom-
pañada por grandes cambios en las costumbres y
en los valores. Durante generaciones se habían
mantenido ciertos ideales, que, en lo ético, incluí-
an una especial valoración de las virtudes funda-
mentales: justicia, fortaleza, templanza, prudencia.
Estos ideales, que se relacionan también con el
autodominio, la austeridad, la sencillez de las cos-
tumbres, la previsión, etc., aparecieron plasmados
en las obras de los principales poetas griegos
(Homero, Hesíodo), junto con la condena de la
violencia, la desmesura y la insensatez. La crítica a
la disolución de las costumbres en el siglo V se
advierte en la comedia (Aristófanes).

La vida social tenía hasta entonces un


fundamento simple y fuerte en esas costumbres y
esos valores. Pero eso cambia en el siglo V, cuan-
do la tradición comienza a tener menos peso y
esos valores se relativizan. Es célebre la frase del
sofista Protágoras: “El hombre es la medida de
todas las cosas”. Esta expresión puede tener una
interpretación individualista (cada hombre deter-
mina el valor que las cosas tienen, lo correcto o

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incorrecto de una acción) o bien puede entender-
se como referida al hombre genéricamente. De
todas maneras, lo que plantea es una nueva pers-
pectiva desde donde analizar las cuestiones
humanas: la del hombre mismo. Pero, si se acepta
que la realidad es como a cada cual le parece, no
es posible la objetividad. De ahí que la postura de
los sofistas pueda derivar en subjetivismo.

Los griegos, por sus contactos, sobre todo


comerciales, con otros pueblos, conocieron una
cantidad de culturas y de costumbres muy distin-
tas de las propias. Este hecho pudo haber sido la
ocasión para que reflexionaran y llegaran a la con-
clusión de que no hay modelos absolutos de con-
ducta, sino que los comportamientos dependen,
en definitiva, de una posición individual o bien
social, esta última adoptada por convención. Dos
conceptos que se opusieron en esta época fueron
los de physis (naturaleza o disposición natural) y
nómos (costumbre, ley, convención). Los sofistas
sostendrían el carácter convencional de los valo-
res. Si es posible alguna coincidencia u objetividad
es, en definitiva, convencional.

Las posiciones de los sofistas llegaron, a


veces, a extremos, como lo expresa esta frase de
Gorgias: “Nada existe. Si algo existiera, no se po-

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dría conocer. Si se pudiera conocer, no se podría
comunicar”. Platón, en sus obras República y Gor-
gias, pone como personajes a sofistas que procu-
ran defender este principio: “La Justicia es lo que
le conviene al más fuerte” ♦

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