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Silvia Duschatzky
Lo que insiste es una nueva figura docente que denominaremos errante. La vida
errante no es un deambular inerte sino una disposición activa a tomar lo que irrumpe y
agenciar algo en torno de eso. Al vivir de un modo a veces espasmódico, el errante
aprende que más vale conectarse con la transitoriedad y el devenir que ser presa del
ideal.
Cartografías escolares
A la caza de ocasiones
Trazados imperceptibles
Curiosidades existenciales
¿Qué es lo que nos distancia de las experiencias vividas por los chicos? Lo que
parece desacoplarse hasta el quiebre de la relación es el régimen de conexión con lo
real. Mientras la pedagogía habla del lenguaje del futuro, los pibes experimentan el
instante. Mientras la escuela ve series, ellos registran fragmentos. Otras
sensibilidades, nuevas sensibilidades.
El terreno actual de la errancia es postestatal, pero no por ausencia del Estado. Los
maestros no se enfrentan a una estructura vigilante y disciplinaria sino a un estado de
perturbación propio de un tiempo dominado por la lógica del mercado.
¿Qué produce ese ímpetu de desvío en los maestros? El punto de partida está dado
por la sensación de vulnerabilidad que producen situaciones inapresables por el saber
pedagógico. Los chicos merodeando como fantasmas, entrando y saliendo de la
escuela, tomando por las experiencias del consumo, teniendo hijos, soportando
situaciones de abandono y violencia o detonando sin razones aparentes, constituyen
la fuerza que empuja a un pensamiento en los bordes. No es un pensar alternativo:
disciplinamiento versus formas libertarias. Más bien, es un intento de configuración en
el vacio de la experiencia instituida.
Ahora bien, el valor no viene dado externamente. Lo valioso sólo puede percibirse en
la posibilidad de experimentar una variación en los modos de estar.
Habría dos cuestiones que caracterizan el suelo actual de condiciones. Por un lado,
los nuevos modos en que los chicos se exponen frente a la mirada de los maestros;
por el otro, el borramiento de mediaciones interpretativas. Las formas de estar de los
chicos son más visibles que interpretables, y la relación sólo es posible mediante la
activación de una sensibilidad permeable a las alteridades. No son los padres los que
median entre sus hijos y la escuela, ni los docentes los que, echando mano a los
saberes pedagógicos o psicológicos, interpretan y codifican los intercambios. Lo que
hay como punto de partida son pibes exponiéndose sin velos y maestros perplejos. La
vida en su faz descarnada, más que un derecho, se vuelve, entonces, un problema
político.
El maestro errante está a la búsqueda de recursos, formatos, lenguajes que den paso
a una constelación de afectos.
Los maestros errantes se dedican a cuidar (reparar) las vidas precarizadas de sus
alumnos. Desde esta perspectiva, pensamos, en una práctica que enlaza sujetos y se
produce en situación.
Errancia y reconocimiento
Si el movimiento errante se restringe a la incansable disposición personal de algunos
maestros que agotan su energía en casa episodio, el desgaste es inevitable y también
lo es el opacamiento de la dimensión política de la experiencia.
Por un lado, se advierte lo que podemos pensar como un desvío de las energías
contextuales y, por el otro, procesos de absorción de aquellas figuras impulsoras de
nuevas lógicas de actuación.