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(Bloj)
Introducción
Según el concepto de salud y educación con que trabajemos variará la idea de prevención que
podamos concebir en cada campo. La prevención se establece de situaciones que pueden
ser significadas por los miembros de una institución o comunidad como problemáticas.
La prevención sería evitar que los hechos sucedan; encontrando las causas de la
enfermedad, la misma podría ser evitada. En esta concepción tanto la asistencia como la
prevención y la rehabilitación cobran forma de compartimentos estancos.
Siguiendo este modelo (M. Medico Hegemónico) podríamos pensar en el ámbito educativo
como un sinfín de situaciones similares, donde la idea de un alumno que aprende y un docente
que enseña se transforman en la situación ubicada bajo el círculo de un antiguo idealismo ; no
importan los contenidos a transmitir, ni las didácticas, ni las posibilidades del medio en que un
aprendiz habita, sino sólo la posibilidad de que el alumno recepciones pasivamente el saber
que su maestro le otorga. Ideal que acaba cayéndose por ser inalcanzable.
Vale decir que el suministro de información no resulta suficiente para prevenir. Similar
creencia suele sostenerse en los docentes respecto de los niños “con problemas”, donde se
pretende muchas veces que él o su familia tomen una decisión conciente e inmediata para
resolver o evitar determinado trastorno orgánico o sintomático que se presente a través de un
problema de aprendizaje concreto.
Estas concepciones se sostienen sobre los supuestos de que el sujeto puede recepcionar
pasivamente la información suministrada para poder reproducirla con exactitud, y de que el
mismo podría decidir voluntaria y conscientemente todos sus actos; por lo cual aprendería o
cuidaría de su salud por simple voluntad. Lo que queda claro es que, tanto desde la escuela
como desde los medios de comunicación no formal, la información que se impone a modo de
completad no resuelve esta ilusión.
Si tomamos el concepto de salud vinculado a la posibilidad de que una población adquiera una
posición activa para la resolución de sus problemas estaremos pensando a la salud como
práctica social. Entonces la salud va a estar ligada al continuo accionar de la sociedad para
transformar aquello que debe ser cambiado.
Si pensamos la salud como practica social vamos a tomar la idea de desequilibrio como
fundante de la conflictividad, como inherente a la vida. Con este concepto de salud, la idea
de prevención va a ser diferente ya que no se puede prevenir aquello que es fundante.
No obstante, toda planificación de programas preventivos debería formar parte de una política
global del sector para que la misma pueda ser efectivizada. “En educación la tarea preventiva
no puede desvincularse de la propuesta educativa en su conjunto.”
Ahora bien, la articulación intersectorial para la consecución de una práctica social no es tarea
sencilla ni debe ser planteada como una panacea; de ella surgen también múltiples obstáculos,
deformaciones y perdidas de especificidad de las practicas. Coincidimos con Alicia Stolkiner en
que “la efectivización de acciones intersectoriales entre salud y educación es una tarea
ineludible. Una correcta articulación evitaría la superposición de esfuerzos, aumentaría el
rendimiento de los recursos y, fundamentalmente, favorecería el logro de los objetivos de
ambos sectores en una tarea de potenciación mutua.” Pero debemos estar advertidos del
contexto en que este modelo de práctica social e intersectorial viene a instalarse (en un marco
de ajuste y reducción del gasto público, con un consecuente proceso de desresponsabilización
del estado).
Desde el PSA consideramos que la aproximación más adecuada para pensar la prevención
seria la planteada en último término: una práctica sostenida como práctica social. De
manera que las resoluciones y preservación de las problemáticas se vayan resolviendo en el
marco de la realidad que en general se nos presenta como compleja y conflictiva.
En este sentido, para Galende, el aporte del PSA a la prevención podría fundarse en dos
premisas:
Para el analista, prevenir no significa evitar que se produzca el síntoma sino partir de él para
analizar la estructura que lo produce. El PSA mantiene su rol transformador en la apertura
del síntoma: en la cualidad interrogativa y de escucha; pero no puede ser pensado como
totalizante para abordar una tarea preventiva, sólo interviene en ciertas condiciones
subjetivas de producción sintomática. Desde este abordaje, seria preventivo intervenir en
función de que un sujeto o comunidad puedan salir del circuito repetitivo de conflictos en el
que se encuentran inmersos y que logren articular recursos simbólicos que le permitan
“restablecer la capacidad de producir y amar”.
Las intervenciones deberían apuntar a ayudar al sujeto a salir del lugar de pasividad
marcando sus potencialidades, partiendo de la puesta en relieve de su dimensión
histórica. Lo importante es que el sujeto pueda disponer de instrumentos que le
permitan convivir con ese desequilibrio fundante de la conflictividad e inherente a la
vida: que pueda operar creativamente para soportar el malestar que es propio de la
cultura.