Está en la página 1de 11

Recapitulación sistemática

I. Dios, autor del mundo


1. El mundo depende totalmente de Dios, su Creador
La creación es la relación de dependencia total del ser participado con respecto a
Dios. 1

Existen dos tendencias racionales opuestas al dogma de la creación. La primera es


relativa al ser. Tanto el idealismo como el panteísmo no distinguen adecuadamente a Dios
de las creaturas. La respuesta filosófica al monismo se encuentra en la doctrina de la
analogía del ente y la participación. La segunda es relativa al mal. La injusticia y el
sufrimiento constituyen un escándalo de cara al Dios bueno y omnipotente. Una manera de
sortear el escándalo es postular el dualismo, o sea la coexistencia de dos principios
constitutivos, uno bueno y otro malo. Este pensamiento atraviesa los siglos: el gnosticismo,
una suerte de herejía perenne que se reedita de distintas maneras (cf. los maniqueos, los
cátaros o albigenses –por su gran arraigo en Albi, Francia–, la new age, etc.).

La creación del mundo por parte de Dios es el fundamento último de su señorío. El


mundo depende absolutamente de Dios, que es su autor. Esta dependencia ontológica se
verifica tanto en el ámbito físico como en el moral. Un ejemplo de la fuerza con que el
testimonio bíblico expresa esta verdad es el modo en que aparecen ciertas figuras
mitológicas, como Leviatán, Tannín o Rahab (Jb 40,15-41,26). Estos monstruos quedan
reducidos a meras creaturas, sometidas a Dios, “simples adornos poéticos, de
personificaciones de los pueblos enemigos de Israel o de las fuerzas brutas de la
naturaleza”.2

“La idea de la dependencia del mundo respecto de Dios está inseparablemente unida, en
el pensamiento hebreo, con la del origen del mundo, que procede de Dios.
En la mentalidad griega, el mundo es un conjunto de seres distribuidos en el espacio. En
esta concepción estática, lo que tiene más importancia para expresar la dependencia del
mundo respecto de Dios es la noción de participación y de relación trascendente. El
pensamiento semítico concibe el mundo más bien en forma dinámica, como un río que
discurre en el tiempo, como una historia. En esa concepción, la dependencia del mundo
respecto de Dios se expresa con la afirmación siguiente: Dios es autor del mundo. No
sólo en el sentido de que ha hecho el mundo y lo ha abandonado a sí mismo, sino en el
sentido de que Dios actúa continuamente (Jn 5,17), despliega los cielos, funda la tierra y
hace todas las cosas (Is 44,24). Por ello si Dios retira su protección todo muere y deja de
existir (Dt 32,39; Jb 34,14-15; Sal 104,26-28)”.3

La inmensa distancia entre Dios y la creatura queda ilustrada por la hipérbole que
Jesús usa con santa Catalina de Siena, a quien le dice: “Tú eres la que no es, Yo soy el que
soy”.4 Sin embargo, Dios está, a la vez, en lo más íntimo de cada creatura. “Toda teología
de la creación no será verdadera si no mantiene hasta el fin este doble punto de vista

1
Esta definición de G. Podestá expresa de manera precisa la reflexión teológica de la gran tradición de la
Iglesia: “relatio totalis dependentiae entis participati a Deo, creatio est”. Cf. “Ad hoc quod quaeritur, Quid
sit creatio? Dicendum quod relatio est”, S. Alberto Magno, Sum. de creat I, Tract I, q1 a2. “Creatio autem
dicit relationem… quoniam ipsa creatura essentialiter et totaliter a Creatore dependet”, S. Buenaventura,
II Sent. d1 p1 a3 q2. “Creatio est habitudo dependentiae essentialis”, Juan Duns Scoto, Q. Quodlibetal 12.
“Creatio est dependentia creaturae a Deo”, Francisco Suarez, Disputaciones Metafísicas, disp.. XX,
sección IV.
2
Flick-Alszeghy, Los comienzos de la salvación, 43.
3
Flick-Alszeghy, Los comienzos de la salvación, 43.
4
S. Catalina, Legenda maior, I, 10; cf. Juan Pablo II, Audiencia, 7 de agosto de 1985.
dialéctico: trascendencia e inmanencia de Dos en relación con la creatura; absoluto y
relativo en la creación”.5

Confesar a Dios como creador no es una verdad de índole especulativa sino práctica,
existencial, doxológica. Glorificamos a Dios por habernos hecho junto con el resto de la
creación. La existencia es un don de su amor, un acto de misericordia en el sentido que nos
ha rescatado de la nada. Por eso santo Tomás atribuye “en cierto modo” el acto creador a la
misericordia divina, ya que por él las cosas “pasan de no ser a ser” (STh I 21,4 ad 4). En un
sentido semejante, autobiográfico, San Hilario de Poitiers dice: “Pero tu misericordia fue la
causa de mi vida”.6 La creación de la nada es el supuesto tácito de toda la Escritura, que en
algunas ocasiones, como ya se ha visto, emerge de manera explícita.

Dios crea por su Palabra (Gn 1). Por la encarnación reconocemos que Jesús es esa
Palabra creadora. Y que Dios es Trinidad. Por tanto no sólo crea el Padre, sino también el
Hijo y el Espíritu Santo. Esto queda expresado en el credo niceno-constantinopolitano: el
Padre es “creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible”; el Hijo es aquel
“por quien todo fue hecho”; y el Espíritu Santo es “Señor y Dador de vida”. “La creación es
obra común a las tres divinas personas, pues la separación en la acción «ad extra» de las
mismas excluiría la unidad de esencia”. 7 Si bien no hay más que un solo Creador, como no
hay más que un Dios, las tres personas divinas participan del acto creador de manera
diversa, es decir, según su propiedad personal. Esto permite entender la doctrina de las
“apropiaciones”, por la cual las acciones y los atributos esenciales se “apropian”, o sea se
atribuyen, a una sola persona divina en razón de una peculiar analogía. Cabe aclarar que la
apropiación sólo es legítima si no indica exclusividad. Esto ocurre, por ejemplo, en el
Símbolo de los apóstoles, que reserva el título de Creador al Padre.

Textos magisteriales:
- Concilio de Braga (Portugal), año 561: “Si alguno cree que las almas o los ángeles tiene
su existencia de la sustancia de Dios, como dijeron Maniqueo y Prisciliano, sea anatema”
(c.5; DH 455). “Si alguno cree que el diablo ha hecho en el mundo algunas criaturas y que
por su propia autoridad sigue produciendo los truenos, los rayos, las tormentas y las sequías,
como dijo Prisciliano, sea anatema” (c.8; DH 458). “Si alguno dice que la creación de la
carne toda no es obra de Dios, sino de los ángeles malignos, como dijo Prisciliano, sea
anatema” (c.13; DH 463).

- Concilio de Letrán IV, año 1215: Dios Trino es “un solo principio de todas las cosas;
Creador de todas las cosas, de las visibles y de las invisibles, espirituales y corporales; que
por su omnipotente virtud a la vez desde el principio del tiempo creó de la nada ( de nihilo
condidit creaturam)a una y otra criatura, la espiritual y la corporal, es decir, la angélica y la
mundana, y después la humana, como común, compuesta de espíritu y de cuerpo. Porque el
diablo y demás demonios, por Dios ciertamente fueron creados buenos por naturaleza; mas
ellos, por sí mismos, se hicieron malos” (DH 800).

- Concilio Vaticano I, año 1870: “Un sólo Dios verdadero y vivo, creador y señor del cielo
y de la tierra (…) Él es una única substancia espiritual, singular, completamente simple e
inmutable, debe ser declarado distinto del mundo, en realidad y esencia, supremamente feliz
en sí y de sí, e inefablemente excelso por encima de todo lo que existe o puede ser
concebido aparte de Él” (DH 3001). “Todo lo que Dios ha creado, lo protege y gobierna con
5
Sertillanges, La creación, 469.
6
S. Hilario, De Trinitate VI,19.
7
Flick – Alszeghy, Los comienzos de la salvación, 71. Cf. S. Agustín, De Trin. V,13,14-14,15; S. Basilio,
De Spiritu Sancto 2,4; S. Tomás, STh I 45,6 co.
su providencia, que llega poderosamente de un confín a otro de la tierra y dispone todo
suavemente. «Todas las cosas están abiertas y patentes a sus ojos», incluso aquellas que
ocurrirán por la libre actividad de las creaturas” (DH 3003). Cf. DH 3021-3025, donde se
condenan errores contrarios a la fe, especialmente el materialismo y el panteísmo.

* Cf. L. Ladaria, El hombre en la creación, 48-53: “La Trinidad y la creación”.

2. Dios ha creado el mundo con voluntad libre


El mundo depende totalmente de Dios, que lo creó libremente. Si el mundo surgiera
de Dios como el rayo procede del sol, el mundo seguiría siendo contingente (por no tener en
sí mismo la razón suficiente de su existencia) pero la trascendencia de Dios quedaría
lesionada. Dios existió de hecho sin el mundo y podría haber seguido existiendo sin Él.
Dios no necesita crear el mundo de ningún modo. “El mundo no existe por un
desbordamiento espontáneo de la infinita perfección divina, sino que existe porque Dios lo
quiere”.8 Podría además haber creado un mundo diferente. La libertad de Dios consiste en
que no crea por necesidad de su naturaleza sino por un acto de voluntad. Es la libertad del
puro amor, que da sin esperar nada a cambio (cf. Mt 5,38-48; Lc 6,35; 14,12-14). “Ninguna
donación es puramente liberal, como dice Avicena, sino la de Dios y su obra”. 9

El mundo responde a un designio, a un plan amoroso, sabio y justo. La creación está


ordenada a un fin. Y Dios concede a las creaturas todo lo necesario para que alcancen su
fin: “a lo creado se le debe que posea lo que le corresponde” (STh I 21 ad 3). La libertad no
es capricho sino máxima racionalidad, aunque no siempre el hombre lo comprenda. La
razón de Dios excede la razón del hombre, limitada por su creatureidad y oscurecida por su
pecado (cf. Is 55,8-9; Mt 16,23; 1 Co 1,18-25).

La encíclica Humani generis de Pío XII resume el error contrario a esta verdad de la
siguiente manera: “se afirma que la creación del mundo es necesaria, pues procede de la
necesaria liberalidad del amor divino; se niega asimismo a Dios la presencia eterna e
infalible de las acciones libres de los hombres: opiniones todas contrarias del concilio
Vaticano [I]” (HG 19).

Si la Escritura dice que Dios crea por la Palabra eso significa, evidentemente, que no
es una emanación sino una decisión personal. La misma idea se desprende de los textos que
muestran el rol creador de la Sabiduría divina (Prov 8,23-31; Jb 38-41), y, sobre todo, de la
deliberación previa a la creación del hombre en Gn 1,26. 10 Existen además otros
testimonios: “¿Cómo podría conservarse algo si no hubiese querido?” (Sb 11,25). Dios
“llama a las cosas que no son para que sean” (Rm 4,17). La voluntad creadora de Dios es
completamente libre, ajena a todo condicionamiento, externo (coacción) o interno
(necesidad).

En el primer cristianismo Ireneo hubo de defender la libertad del acto creador. “No
movido por otro, sino por su libre voluntad hizo todo, siendo el único Dios, el único Señor,
el único Hacedor”.11 También Atenágoras deja en claro esa libertad: “a quien no necesita
absolutamente de nada, nada de lo hecho por él puede servir de utilidad alguna”. 12

8
Flick – Alszeghy, Los comienzos de la salvación, 82.
9
I Sent. d.18, q.1, a.3.
10
“Efectivamente, el Creador delibera hacer lo que antes no existía; por el contrario, cuando engendra el
Verbo naturalmente de sí mismo, no hace ninguna deliberación”, Atanasio, Contra Arianos or.3, 61.
11
Ireneo, AH II,1,1
12
Atenágoras, Sobre la resurrección de los muertos 12; cf. Clemente Romano, Ad corint. 27,4.
“Que este Dios, sin necesidad de nosotros nos haya querido traer a la existencia, nos
coloca frente al misterio de su amor (…) El hombre sabe que no está «de más» en el
mundo; que no es un ser superfluo y sin sentido, puesto que la razón suficiente de su
existencia se encuentra en el amor infinito que libremente quiere que exista.
Así se comprende mejor por qué ya la misma creación forma parte de la historia de
nuestra salvación. Es el primer paso del amor de Dios para encontrarse con nosotros. Este
amor continuará operante hasta el Gólgota, hasta nuestra gloriosa resurrección”. 13

Textos Magisteriales:
- Sínodo de Sens (1149): se condena la siguiente proposición de Pedro Abelardo: “Dios no
puede hacer u omitirlo que hace u omite, o sólo en el modo o tiempo en que lo hace y no en
otro” (DH 726).
- Concilio de Constanza (1418): se condena la siguiente proposición de John Wycliff:
“todo sucede por necesidad absoluta” (DH 1177).
- Breve de Pío IX (1857): se condena la postura de Anton Günther, contraria a “la libertad
de Dios, libre de toda necesidad en la creación de las cosas” (DH 2828).
- Concilio Vaticano I (1870): “Este único Dios verdadero (…) por un plan absolutamente
libre (…) creó de la nada…” (DH 3002).

3. El mundo avanza hacia su perfección


Dado que el mundo ha tenido principio, también tendrá fin. 14 El mundo entero, no
sólo los hombres, se encamina a su perfección guiado por la mano providente de Dios. “El
fin del mundo no será el aniquilamiento, sino el comienzo de un estado de perfección
final”.15 Por el momento el mundo existe en “estado de vía”, pero llegará el día en que
existirá en “estado de término”, recibiendo toda la perfección que Dios haya determinado
comunicarle al crearlo. Esta doctrina toma distancia de una concepción cíclica del tiempo,
la del “eterno retorno”.16 Es famoso el grito de libertad de san Agustín: circuitus illi iam
explosi sunt – ya estallaron sus círculos.17 La miseria no vuelve indefinidamente sino que la
fe cristiana abre un horizonte de esperanza.

La Escritura habla en diversas ocasiones de la preexistencia de Dios respecto del


mundo (Jn 17,5.24; Ef 1,4). También refiere su fin (Mt 5,18; 13,40-49; 25,31ss). Entonces
será la consumación, pero no como fruto de la evolución natural ni como conquista humana,
sino como obra de Dios. Por eso en el Apocalipsis la nueva Jerusalén desciende del cielo
como una novia: los cielos nuevos y la tierra nueva son un regalo de Dios (Ap 21-22; 2 Pe
3,13; Is 65,17). Entonces el universo entero estará sometido (ὑποτάσσω) a Cristo (1 Co
15,28). Mientras tanto la creación entera “gime y sufre dolores de parto” (Rm 8,22).

El mundo no está terminado sino in fieri. Sólo al final podremos contemplar


acabadamente el designio de Dios. La materia no será desechada sino transfigurada. De
hecho, Cristo ya recapituló todo en sí mismo, pero todavía no se ha manifestado
13
Flick-Alszeghy, Los comienzos de la salvación, 103.
14
“Sepan que sólo Dios, el Señor de todas las cosas, no tiene principio ni fin, y es el único que permanece
siendo el mismo siempre. Todas las cosas que de él provienen, que ha creado y sigue creando, tienen un
principio y generación (…) duran y permanecen en el tiempo según la voluntad de Dios”; Ireneo, AH
II,34,2; cf. AH II,34,3; Atanasio, Contra arianos I,29; Agustín, De Civ. Dei XI,4,2.
15
Flick-Alszeghy, Los comienzos de la salvación, 106.
16
Agustín, De Civ. Dei XII,11-13.
17
Agustín, De Civ. Dei XII,20,4.
plenamente (Ef 1,9-10; 1 Jn 3,2). En su catequesis sobre la parusía san Cirilo de Jerusalén
enseña:

“Nuestro Señor Jesucristo viene desde el cielo. Vendrá con gloria para el fin del mundo,
en el último día. Este mundo será consumado (syntéleia), y este mundo creado será
renovado, porque la corrupción, el robo, el adulterio y toda clase de pecados se han
derramado sobre la tierra: en este mundo se ha mezclado la sangre con la sangre. Pero
para que esta admirable habitación no permanezca repleta de pecados, pasará este mundo
y se hará visible otro mundo más hermoso”.18

Sabemos que el mundo tiene un fin, una orientación, un sentido. Pero no podemos ver
con claridad cómo avanza hacia esa meta. No comprendemos la historia. Nos resulta oscura,
sobre todo cuando rechazamos la luz de Dios. La historia es un drama que sólo el Hijo, el
Cordero, puede descifrar. Lo que nos toca en esta hora es confiar en la sabiduría divina a la
espera de la plena manifestación.

“Él sabe mejor que ningún hombre lo que se ha de utilizar convenientemente en cada
tiempo, qué y cuándo ha de dar, añadir, quitar, eliminar, aumentar o disminuir, él que es
Creador inmutable de las cosas mudables, y es también su gobernador. Así va
transcurriendo la hermosura de las edades del mundo, cuyas partículas son aptas cada una
a su tiempo, como un gran cántico de un inefable artista, para que los que adoran
dignamente a Dios, aun mientras dura el tiempo de la fe, pasen a la contemplación eterna
de la hermosura”.19

“La reflexión sobre la temporalidad del mundo actual enseña a no sumergirse totalmente
en la realidad terrestre. Este desprendimiento es la conclusión que deduce san Pablo del
hecho de que el mundo no es eterno. «Lo que quiero decir, hermanos, es esto: queda poco
tiempo. Mientras tanto, los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran,
como si no lloraran; lo que se alegran, como si no se alegraran; los que compran, como si
no poseyeran nada; los que disfrutan del mundo, como si no disfrutaran. Porque la
apariencia de este mundo es pasajera» (1 Co 7,29-31). Esta exigencia de desprendimiento
la expresó uno de los autores espirituales más estimados de la Edad Media, Hugo de San
Víctor (+1141), por medio de una imagen muy expresiva. El mundo es como un mar,
continuamente agitado por las olas, en el que no hay nada estable ni fijo. El corazón
humano se eleva sobre estas cosas transitorias y mudables y se salva en el arca del
recogimiento. Dios, «en su eternidad como piloto, dirige el arca del corazón, flotando
sobre este mar encrespado; Dios, cual áncora, le da seguridad; Dios es el puerto que la
recibe»”.20

Textos Magisteriales:
Concilio de Letrán IV (1215): Dios Trino es el “Creador de todas las cosas, de las visibles
y de las invisibles, espirituales y corporales; que por su omnipotente virtud a la vez desde el
principio del tiempo (ab initio temporis) creó de la nada a una y a otra criatura, la espiritual
y la corporal, la angélica y la mundana, y después la humana, como común, compuesta de
espíritu y cuerpo” (DH 800). Jesucristo “ha de venir al fin del mundo” (DH 801).

Concilio Vaticano I, cap.1: cita al Concilio de Letrán IV (DH 3002).

18
S. Cirilo de Jerusalén, Cateq. XV,3. “Las cosas visibles pasarán y vendrán las que esperamos, que sin
mucho más hermosas que las primeras”, Ibíd., XV,4.
19
Agustín, Carta 138,1.5.
20
Flick-Alszeghy, Los comienzos de la salvación, 140.
Encíclica “Humani Generis” 19 (Pío XII): “No hay, pues, que admirarse que estas
novedades hayan producido frutos venenosos ya en casi todos los tratados de teología (…)
se niega que el mundo haya tenido principio” (DH 3890).

* * *
II. El mundo, gloria de Dios
Dios no sólo crea el mundo, sino que imprime en él una cierta semejanza suya, la cual
es más notoria en el hombre. Esa semejanza entre Dios y el mundo no sólo es aceptada sino
querida. De hecho, el mundo ha sido hecho para esa semejanza. Ése es su fin. Para este
tema es bueno seguir de cerca la revelación, particularmente en sus categorías bíblicas. De
allí tomamos la noción de “gloria de Dios” (kabod Yahweh, doxa tou theoû).

En la Biblia la gloria de Dios es Dios mismo, en su poder, en su belleza, en su


misericordia. La gloria es la automanifestación de Dios, que comunica su bondad. Por eso
dirá Ireneo que “la gloria de Dios es el hombre vivo”. 21 Y también: “Al principio Dios
plasmó a Adán, no lo hizo por necesidad, sino para tener en quien colocar sus beneficios”. 22
La gloria de Dios se derrama de manera especial en Jesucristo (Hb 1,3), y por Él quiere
llegar a toda la creación (Jn 17,22; 1 Co 6,20; 2 Co 3,18; 4,4). La gloria está asociada al
honor, a la alabanza. El mundo canta la gloria de Dios (Sal 19,2). El hombre también debe
hacerlo, como su sacerdote, pero no sólo con palabras sino con toda su existencia. El mundo
está llamado a encontrar en Dios su razón de ser. Cuanto más lo hace, más brilla. El mundo
existe en función de una liturgia cósmica por la cual Dios concede participar a las creaturas
de su infinita felicidad, de su gloria, que es en sí misma perfección y alabanza.

“La vida trinitaria consiste en el conocimiento y en el amor que Dios tiene de su propia
perfección. Por tanto, la vida interna de la Trinidad puede llamarse gloria en el sentido de
una «clara cum laude notitia» que tiene Dios de sí mismo. Pero las relaciones trinitarias
se identifican realmente con la perfección de la esencia divina, con la gloria entendida en
el sentido de excelencia de Dios. Hay, pues, una sola gloria de Dios en la Trinidad que
puede considerarse bien como perfección de la naturaleza divina, bien como
conocimiento afectivo, como alabanza”.23

4. Dios, causa ejemplar del mundo


Santo Tomás dice que “todas las cosas, que proceden de Dios, se asemejan a Él en
cuanto seres como al principio primero y absoluto de todo ser” (STh I 4,3 co). Es una
semejanza imperfecta, análoga, que admite a su vez diversos grados según la diversa
perfección de las creaturas.

“Cada criatura tiene una semejanza con Dios; pero el mundo en su totalidad tiene con
Dios una semejanza propia, que supera la de las criaturas singulares. En efecto, con la
multitud y diversidad de los seres que lo componen, representa menos inadecuadamente
la inagotable inmutabilidad de la perfección infinita (STh I 47,1-2; cf. 93 2 ad3)”. 24
21
Ireneo, AH IV,20,7
22
Ireneo AH IV,14,1. “Pues, como Él es bueno y lleno de misericordia, quiere derramar sus beneficios
sobre quienes perseveran en su servicio. Dios por su parte nada necesita; en cambio al hombre le hace
falta la comunión con Dios. Y es una gloria del ser humano perseverar y mantenerse en el servicio de
Dios (…) pues Él nos ha creado y preparado para que participemos de su gloria”; Ibíd. “Desde el
principio Dios plasmó al ser humano para ser vaso de sus dones”; Ireneo, AH IV,14,2. “Si bien Dios es
bueno y por encima del bien, no se contentó con la contemplación de sí mismo, sino que por un exceso de
bondad, resolvió hacer nacer algo que participara y recibiera los favores de su bondad”; S. Juan
Damasceno, De fide orthodoxa II,2.
23
Flick-Alszeghy, Los comienzos de la salvación, 150. Cf. S. Agustín, De Civ. Dei, XII,13,1-2.
24
Flick-Alszeghy, Los comienzos de la salvación, 155.
Toda creatura es imagen de una idea ejemplar que subsiste en la mente divina, o más
precisamente, que es la mente divina. Hablamos de causalidad ejemplar porque la creación
es un acto deliberado, no azaroso; libre, no necesario. Los textos de la Escritura que mejor
expresan esta verdad son Gn 1, Sb 13,1-5 y Pr 8,22-29. La semejanza es participada. Por
eso es posible conocer a Dios mediante las creaturas, no sólo su existencia sino también
algo de su esencia, de sus atributos: bondad, justicia, poder, belleza (Rm 1,20). Sin
embargo, esto no excluye la afirmación de que el mundo es no-semejante a Dios ya que sus
perfecciones son finitas, mientras que las perfecciones en Dios se identifican con su mismo
ser infinito. Cabe recordar aquí la enseñanza del IV Concilio de Letrán: “No se puede
afirmar la semejanza entre el creador y la criatura, sin afirmar a la vez una desemejanza
mayor” (DH 806).

Si Dios es la causa ejemplar entonces las creaturas lo espejan de algún modo. Eso
invita a acercarse a ellas como una manera de acercarse a Dios. Es verdad que la creación,
sobre todo el corazón humano, sufre las consecuencias del pecado, pero eso no debería
abonar una actitud sospechosa hacia este mundo. Se puede estar alerta sin experimentar
desconfianza. La propia liturgia nos invita a ello cuando rezamos para que, “libres de todo
afecto desordenado,
vivamos las realidades temporales pero adhiriéndonos a las eternas”. Esta oración evoca la
25

doctrina de san Agustín: el alma que busca a Dios “se llama a sí misma de las cosas
externas a las internas, de las inferiores a las superiores: revocat se ab exterioribus ad
interiora, ab inferioribus ad superiora”.26 Leámoslo.

“Ya viviste por largo tiempo encadenada; pues bien, azotada por la diversidad de deseos,
soportas heridas; maltratada, dividida por muchos amores, en todas partes te encuentras
inquieta y jamás segura; repliégate a ti y busca a quien tiene por autor todo lo que te
agradaba fuera. Ninguna cosa hay mejor en la tierra que esto y aquello, a saber, el oro, la
plata, los animales, los árboles, la frondosidad; piensa en toda la tierra. ¿Qué cosa hay
mejor en el cielo que el sol, la luna y las estrellas? Piensa en todo el cielo. Todas estas
cosas en conjunto son sobremanera buenas, porque Dios hizo todas las cosas sobremanera
buenas. Por todas las partes (aparece) la hermosura de la obra que te recuerda al Artífice.
Te maravilla la fábrica, ama al arquitecto. No te entregues a aquello que fue hecho y te
apartes de Aquel que lo hizo. Pues estas cosas que se apoderaron de ti fueron hechas por
Él inferiores a ti, y Él te hizo inferior a sí. Si te adhieres a lo superior, pisotearás lo
inferior; por el contrario, si te apartas del superior, estas cosas se te convertirán en
suplicio”.27

El final merece una aclaración: cuando uno se adhiere a Dios, ¿pisotea lo terreno? De
ninguna manera. Pero Agustín es demasiado consciente de la concupiscencia que afecta al
hombre, o sea, de lo difícil que le es no endiosar los bienes creados. En el fondo se trata de
otro gran tema agustiniano conocido como ordo amoris.

“Ama, y haz lo que quieras: Dilige, et quod vis fac”.28

“Lo mismo ocurre con toda criatura: siendo buena, puede ser amada con buen o con mal
amor: con el bueno si se ama debidamente; con el malo si con desorden. Expresé
25
Prefacio de Cuaresma II.
26
Agustín, Enarr. in Ps. 145, 5. “Por la belleza de las cosas creadas nos da Dios a entender su belleza
increada, que no puede circunscribirse, para que vuelva el hombre a Dios por los mismos vestigios”; S.
Isidoro, Sentencias I,4. Cf. L. Marechal, Descenso y ascenso del alma por la belleza, Buenos Aires,
Vórtice, 1994 (con estudio introductorio de Pedro Luis Barcia).
27
Agustín, Enarr. in Ps. 145, 5.
28
Agustín, In Epist. I Joann., VII, 8.
brevemente esto con los versos en alabanza del cirio: «Estas cosas son tuyas, y son
buenas, porque bueno eres Tú que las creaste. Nada nuestro hay en ellas, sino nuestro
pecado invirtiendo el orden, al amar, en vez de Ti, lo que Tú creaste».

Ahora bien, el Creador, si de verdad es amado, es decir, si es amado Él mismo, no otra


cosa en su lugar que no sea Él, no puede ser mal amado. El mismo amor que nos hace
amar bien lo que debe ser amado, debe ser amado también ordenadamente, a fin de que
podamos tener la virtud por la que se vive bien. Por eso me parece una definición breve y
verdadera de la virtud: el orden del amor. Según esto, canta en el Cantar de los Cantares
la esposa de Cristo, la ciudad de Dios: Ordenad en mí la caridad (Ct 2,4). Trastornado,
pues, el orden de la caridad, esto es, de la estimación y del amor, los hijos de Dios lo
dejaron a Él, y amaron a las hijas de los hombres”. 29

San Agustín fue consecuente con su ejemplarismo de modo que se propuso exponer
el misterio de la Trinidad partiendo del hombre creado a imagen de Dios. Y la gran
tradición, incluido santo Tomás, lo siguió. También san Buenaventura insistió mucho en los
vestigios trinitarios de la creación. 30

“El Dios trino, al crear, imprime en la creación una ontología trinitaria. Esta se puede
encontrar en todos los niveles del dato creatural, de modo particular en el hombre que es
creado ad imaginem Trinitatis sobre el modelo de la Imagen perfecta que es Jesucristo.
Tal estructura ontológica eminentemente trina o triádica manifiesta que la Trinidad es la
consistencia profunda y definitiva del ser. La ontología trinitaria no se opone a la
ontología del ser de origen griego, así como la lógica trinitaria tampoco se opone a la
lógica dual de tipo aristotélico, sino que representa su verificación necesaria y
completa”.31

Por su parte, san Gregorio escribe con gran realismo que las creaturas son un “susurro
divino”.32 No se trata de una voz clara sino tenue, pero “cuanto más perfecta es el alma,
tanto más sonora llegará hasta ella la voz de Dios a través de las creaturas”. 33 Un caso
paradigmático en este sentido es el de san Francisco de Asís, que supo alabar a Dios en su
creación, como consta en su Cantico de las creaturas –también conocido como Cántico del
hermano sol.

Altísimo y omnipotente buen Señor, tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda
bendición. A ti solo, Altísimo, te convienen y ningún hombre es digno de nombrarte.
Alabado seas, mi Señor, en todas tus criaturas, especialmente en el hermano sol, por
quien nos das el día y nos iluminas. Y es bello y radiante con gran esplendor, de ti,
Altísimo, lleva significación. Alabado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las formaste claras y preciosas y bellas. Alabado seas, mi Señor, por el
hermano viento y por el aire y la nube y el cielo sereno y todo tiempo, por todos ellos a
tus criaturas das sustento. Alabado seas, mi Señor por la hermana Agua, la cual es muy
humilde, preciosa y casta. Alabado seas, mi Señor, por el hermano fuego, por el cual
iluminas la noche, y es bello y alegre y vigoroso y fuerte. Alabado seas, mi Señor, por la
hermana nuestra madre tierra, la cual nos sostiene y gobierna y produce diversos frutos
con coloridas flores y hierbas. Alabado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu

29
Agustín, De Civ. Dei XV,22: “quod definitio brevis et vera virtutis ordo est amoris”.
30
“Y en verdad reluce en las cosas creadas la suma potencia, la suma sabiduría y la suma benevolencia
del Creador”, Buenaventura, Itinerarium mentis Deum I,10. “… habiendo nuestra alma, vuelvo a repetir,
cointuido a Dios fuera de sí misma por los vestigios y en los vestigios…”; Ibíd., VII,1
31
A. Scola, Identidad y diferencia, Madrid, Encuentro, 1989, 92. Son pocos lo que han transitado este
camino, entre ellos, F. Ulrich, H.U. von Balthasar, G. Siewerth, K. Hemmerle y C. Kaliba.
32
Gregorio, Lib. Mor. 5,29.
33
Flick-Alszeghy, Los comienzos de la salvación, 167.
amor, y sufren enfermedad y tribulación; bienaventurados los que las sufran en paz,
porque de ti, Altísimo, coronados serán. Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana
muerte corporal, de la cual ningún hombre viviente puede escapar. Ay de aquellos que
mueran en pecado mortal. Bienaventurados a los que encontrará en tu santísima
voluntad porque la muerte segunda no les hará mal. Alaben y bendigan a mi Señor y
denle gracias y sírvanle con gran humildad...

Altissimu, onnipotente, bon Signore, tue so’ le laude, la gloria e ’honore et onne
benedictione. Ad te solo, Altissimo, se konfàno et nullu homo ène dignu te mentovare.
Laudato sie mi’ Signore, cum tucte le tue creature, spetialmente messor lo frate sole, lo
qual è iorno, et allumini noi per lui. Et ellu è bellu e radiante cum grande splendore,de
te, Altissimo, porta significatione. Laudato si’, mi’ Signore, per sora luna e le stelle, in
celu l’ài formate clarite et pretiose et belle. Laudato si’, mi’ Signore, per frate vento et
per aere et nubilo et sereno et onne tempo, per lo quale a le tue creature dài
sustentamento. Laudato si’, mi’ Signore, per sor’aqua, la quale è multo utile et humile et
pretiosa et casta. Laudato si’, mi’ Signore, per frate focu, per lo quale ennallumini la
nocte, et ello è bello et iocundo et robustoso et forte. Laudato si’, mi’ Signore, per sora
nostra matre terra, la quale ne sustenta et governa, et produce diversi fructi con coloriti
flori et herba. Laudato si’, mi’ Signore, per quelli ke perdonano per lo tuo amore, et
sostengo infirmitate et tribulatione. Beati quelli che ’l sosterrano in pace, ca da te,
Altissimo, sirano incoronati. Laudato si’ mi’ Signore per sora nostra morte corporale, da
la quale nullu homo vivente pò scappare: guai a quelli che morrano ne le peccata
mortali; beati quelli che trovarà ne le tue santissime voluntati, ka la morte secunda no ’l
farrà male. Laudate et benedicete mi’ Signore’ et ringratiate et serviateli cum grande
humilitate

También san Ignacio de Loyola invita a orden el afecto, no despreciando las


creaturas sino amándolas en Dios, que no es otra cosa que amar a Dios en ellas. “Y sean
exhortados a menudo a buscar en todas cosas a Dios nuestro Señor, apartando, quanto es
posible, de sí el amor de todas las criaturas, por ponerle en el Criador dellas, a El en todas
amando y a todas en El, conforme a la su santíssima y divina voluntad”. 34 Por eso al final de
los Ejercicios Espirituales, en la contemplación para alcanzar amor se recomienda: “traer a
la memoria los beneficios recibidos de creación…”, “mirar cómo Dios habita en las
creaturas, en los elementos dando ser, en las plantas vegetando, en los animales sensando,
en los hombres dando a entender”; “cómo Dios trabaja y labora por mí tantas cosas creadas
sobre la haz de la tierra; “mirar cómo todos los bienes y dones descienden de arriba” (EE
234-237).

Por todo esto queda claro que el ejemplarismo es el fundamento espiritual de la


ciencias y de las artes. En ambos casos, de distinto modo, se trata de encontrar a Dios en la
creación para celebrarlo y prolongar su obra.

“Este gobierno divino del universo creado en su orden general y en los órdenes inferiores
particulares no puede sino suscitar un sentimiento de admiración y entusiasmo en el
científico, que en sus investigaciones descubre y reconoce las huellas de la sabiduría del
Creador y del Legislador supremo del cielo y de la tierra (…) «El privilegio supremo del
científico, escribió Kepler, es reconocer el espíritu y trazar el pensamiento de Dios»”. 35

34
S. Ignacio de Loyola, “Constituciones”, III, cap.1, n.26, en: Id., Obras completas, Madrid, BAC, 1977,
506.
35
Pío XII, Discurso 8 de febreo de 1948.
“El arte es la actividad humana que se acerca más a la actividad creadora; precisamente
por esto se habla de creación artística. La espiritualidad del arte consiste en tomar
conciencia de esta semejanza.
Dios concibe las ideas ejemplares en la contemplación de su propia belleza. El talento
artístico consiste en saber descubrir la belleza divina, participada por las criaturas,
concibiendo una idea de la misma. Dios encarna su idea en la creatura y crea así su
semejanza. El artista plasma en la materia su intuición, por medio de la forma, las
palabras y el sonido, haciendo de ese modo cosas bellas.
En este sentido el artista continúa la oba de Dios y hace que la belleza divina, derramada
en el mundo se perciba más fácilmente. El arte que representa el mal, es decir, la no-
semejanza con Dios, como algo bello, se traiciona a sí mismo y se convierte también en
mal”.36

Textos Magisteriales:
Concilio Vaticano I (1870): “Este único Dios verdadero, por su bondad y virtud
omnipotente, no con la intención de aumentar su felicidad, ni ciertamente de obtenerla, sino
para manifestar su perfección a través de todas las cosas buenas que concede a sus
creaturas, por un plan absolutamente libre, «juntamente desde el principio del tiempo creo
de la nada a una y otra creatura, la espiritual y la corporal, a saber, la angélico y la
mundana, y luego la humana, como constituida a la vez de espíritu y de cuerpo» [Letrán
IV]” (DH 3002).

5. Dios, fin último del mundo


Un ser no se comprende totalmente mientras no se conozca su fin. ¿Cuál es el fin del
mundo? ¿Hacia dónde se dirige? Dios lo crea libremente, por amor. Qué gran misterio: el
motivo por el que Dios crea es la pura gratuidad. El amor, como la belleza, no se explica
por otra cosa sino que encuentra en sí mismo su justificación, es decir, su razón de ser. En
este sentido decía Angelus Silesius que “la rosa es sin porqué, florece porque florece”. Y sin
embargo no parece que esta gratuidad sea “sin razón”. Por eso es preciso mantener en Dios
el “contrapunto entre Leibniz, para quien «nada es sin razón» y Angelus Silesius, para quien
«la rosa es sin por qué»”.37

Por una parte Dios no saca provecho alguno de la creación. Por otra, no es sensato
pensar que Dios sea ajeno o indiferente a la obra de sus manos. La Iglesia ha dado voz a
estas dos dimensiones del misterio.

“Dios creó el mundo: no de materia alguna, sino de la nada; no obligado por necesidad
alguna, pues siendo feliz por Sí mismo, de nada necesita; sino por voluntad suya libre,
con el fin de comunicar su bondad a las cosas que hiciese; por un solo acto de su querer;
tomándose a Sí mismo como prototipo o modelo de todas las cosas” (Catecismo Romano
I,1).

“Si alguno… negare que el mundo ha sido creado para gloria de Dios, sea anatema”
(Vaticano I, cánones 1,5: DH 3015).

“Cuando Dios desea crear, lo quiere por amor de la bondad suya, porque es digna de ser
difundida. Su fin, pues, el valor por cuyo amor quiere crear, es su misma bondad (finis
qui Dei creantis). El medio por el que Dios obtiene su fin, difundiendo su bondad, es el
36
Flick-Alszeghy, Los comienzos de la salvación, 169-170. Sobre cómo la creación artística depende o
deriva de la creación divina; cf. G. Steiner, Gramáticas de la creación, Buenos Aires, Debolsillo, 2012;
Id., Presencias reales, Barcelona, Destino, 2007.
37
Cf. H. Mujica, “Florece porque florece”, en: Id., La palabra inicial.
acto creador; es decir el acto con el que Dios participa su bondad a la criatura ( finis quo
Dei creantis). El sujeto que resulta enriquecido en la creación es la criatura. Pero según lo
que hemos dicho, la criatura no es propiamente el finis cui de la creación: la intención
divina no se detiene en ella como su fin último, ya que la voluntad creadora tiende, en
última instancia, a la difusión de la bondad divina”. 38

El fin –la razón de ser o para qué– del acto creador de Dios coincide con el fin del
mundo: la gloria divina. Dios crea por y para su gloria, para que el mundo participe de ella.
Y dado que la noción de gloria divina implica tanto participación como alabanza, es
indistinto afirmar que el mundo ha sido creado para participar de la bondad de Dios o que
ha sido creado para alabarlo.

San Pablo enseña que “todo viene de Dios, ha sido por él, y es para él. ¡A él sea la
gloria eternamente!” (Rm 11,36; cf. 1 Co 8,6; Col 1,16). En el Apocalipsis conocemos a
Cristo como “alfa y omega, el primero y el último, el principio y el fin” (Ap 22,13).

“El mundo ha sido creado para este propósito, para que podamos nacer; hemos nacido
para este fin, para que podamos reconocer al Creador del mundo y de nosotros mismos -
Dios; lo reconocemos para este fin, para que podamos adorarlo; le adoramos para este fin,
para que recibamos la inmortalidad como recompensa de nuestros trabajos, ya que la
adoración de Dios consiste en los mayores trabajos; para este fin somos recompensados
con la inmortalidad, para que, hechos como los ángeles, podamos servir al Padre
Supremo y Señor para siempre, y podamos ser para toda la eternidad un reino para Dios.
Ésta es la suma de todas las cosas, éste es el secreto de Dios, éste es el misterio del
mundo”.39

La gloria de Dios es nuestra salvación. Vuelve aquí la sentencia de Ireneo: gloria Dei,
homo vivens. La gloria de Dios es el hombre vivo, viviente, pleno, radiante, feliz. Lo mismo
dice san Juan Crisóstomo: “Pues aunque Él despreciara nuestra salvación, no desprecia su
gloria; y también así muestra su gran amor por nosotros. Pues nuestra salvación está unida a
su gloria, que vuelve aumentada por ella”. 40 “Porque considera nuestra salvación como
gloria suya; incluso habla de ella como su riqueza, aunque siendo rico en bienes, nada le
falta para ser rico”.41

38
Flick-Alszeghy, Los comienzos de la salvación, 174.
39
Lactancio, De divinis institutionibus 7,6.
40
S. Juan Crisóstomo, In 2 Cor, hom.3,4: [PG 61, 410]: Adde quod nostra salus cum gloria ea, quæ hinc
ad ipsum redit, conjuncta est.
41
S. Juan Crisóstomo, In Cor., hom. 7,2 [PG 61, 56]: Suam enim reputat gloriam salutem nostram.

También podría gustarte