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UNIDAD IV: DIOS PADRE.

LA CREACIÓN
A. Noció n de Creació n . Errores.
B. Fin de la Creació n.
C. Creació n del Cielo y de la Tierra: los á ngeles y el mundo visible. El hombre. Elevació n al
orden sobrenatural. La caída: Consecuencias del pecado original. Promesa del Redentor.
D. Conservació n y Gobierno del mundo.

A. Noción de Creación. Errores.


Luego de haber hablado de la vida íntima de Dios -actividad ab intra-, trataremos ahora de la
primera de las actividades ad extra de Dios: la Creació n.

Importancia de este tema .


La doctrina sobre la Creació n “reviste una importancia capital. Se refiere a los
fundamentos mismos de la vida humana y cristiana: da respuesta a las preguntas
bá sicas que los hombres de todos los tiempos se formulan: ¿de d ó nde venimos? ¿a
dó nde vamos?(…) ¿De dó nde viene y a dó nde va todo lo que existe?” (CATIC 282)
La inteligencia humana, aunque obscurecida y desfigurada por el error, puede llegar a
conocer la existencia de Dios como fundamento de todo su ser, como principio fin de
todas las cosas. Sin embargo, a lo largo de la historia se han dado respuestas
equivocadas sobre las relaciones entre dios y el mundo, como el pante ísmo, el deísmo,
el materialismo y otras. La Revelació n divina viene a confirmar y esclarecer la raz ó n
para entender esta verdad (CATIC 286); y tambié n a elevarla por encima de sus
posibilidades, manifestando verdades de Dios que superan lo que la raz ó n podría
alcanzar por sí misma.
Los tres capítulos primeros del Gé nesis tienen gran importancia en este tema, porque
allí “se expresan las verdades de la creació n, de su origen y de su fin en Dios, de su
orden y su bondad, de la vocació n del hombre, y finalmente, del drama del pecado y
de la esperanza de la salvació n.” (CATIC 289)

Divisió n
En esta unidad se tocan varios temas importantes. La dividiremos de la siguiente
manera:
1. Revelació n del Misterio de la creació n (qué es lo que Dios nos ha revelado)
2. Estudio sistemá tico de la creació n en general
3. Fin de la Creació n
4. Los Á ngeles (Tratado De Á ngelis)
5. El Hombre (Tratado de Antropología teoló gica)
6. La elevació n al Orden sobrenatural
7. La caída del Estado de Justicia por el pecado
8. La Providencia: conservació n y gobierno del mundo

Revelación del Misterio de la Creación


Hay una relació n estrecha entre creació n y Salvació n. Se descubre el origen de todas las cosas al
conocer al Dios revelado.
 Sagradas Escrituras
Antiguo Testamento
Gn I: Primer relato de la creació n. El Dios de Israel es el creador de todo: es el Dios verdadero. La
acció n de crear ("bará" en hebreo) es algo propio y distinto de Dios. Se desmitifica el origen del
mundo: todo ha sido creado en un principio y de la nada. Dios dice y se hace. Dios crea por su
Palabra: por Su voluntad y Su Sabiduría.
Gn II, 4-III, 25: Segundo relato de la creació n. Hay una mayor preeminencia del hombre. Aparece
explícitamente el origen del mal.
Salmos. Aparece la belleza y el orden de la creació n que causan en el hombre la admiració n y la
alabanza divina. Ps 8, 18, 103, 136.
Libros sapienciales. La creació n es fruto de la sabiduría y amor divinos. La Sabiduría aparece
como un atributo divino personificado y preexistente, por el cual fueron hechas las cosas. La
creació n es un camino hacia Dios. (Sir. 42-43; Job 38-39; Prov 8; Sap 7)
Los profetas: la creació n fundamenta la esperanza de la salvació n o restauració n.
II Mac VII, 28: en el martirio de los hermanos aparece una alusió n explícita a la creació n de la
nada: "al ver todo lo que hay en el cielo y en la tierra, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios”
Nuevo Testamento
Cristo revela al Padre como Creador.
Hay un marco Cristoló gico de la Creació n: “Todo fue hecho por É l y para É l”
Hay un vínculo estrecho entre creació n y redenció n en Cristo. (Confrontar: I Cor VIII, 10; Col I, 15-
20; Ef I, 3-4;) La redenció n de Cristo viene a restaurar o "recapitular" todas las cosas (Ef I, 10)
Jn : La Redenció n es una Nueva Creació n (Jn I, 3). El Verbo creador es por la Encarnació n el Verbo
Redentor.
-Rm VIII, 19ss. La creació n será redimida, renovada.
Ap. La Iglesia es una nueva creació n.

 Tradición de la Iglesia
-Ss I-II: Los Padres apostó licos y apologistas (Didajé, Pastor de Hermas, S. Justino, S. Irineo): Dejan
en claro la bondad de todo lo creado, que no existe un principio malo (contra el dualismo), la
creació n de la nada, la unidad en Cristo de Creació n y Redenció n.
-Ss III-V: S. Atanasio: aclara la diferencia entre generació n (del Hijo) y creació n (de las cosas), y la
libertad divina al crear. S. Gregorio de Niza: la creació n de la nada por la voluntad divina. El mal es
deficiencia moral. S Agustín: Analiza los problemas sobre la materia informe, el tiempo, las ideas
eternas, el mal.

 Magisterio
- La fe en Dios creador aparece en todos los símbolos antiguos orientales y en los occidentales a
partir del S II.
- El Concilio de Nicea (325) atribuye la Creació n al Padre por el Hijo. El II Concilio de
Constantinopla (553) da una fó rmula má s precisa: El Padre "de Quién" todo precede, el Hijo "por
Quién” todo fue hecho, y el Espíritu Santo "en Quién" todo subsiste.
- El Cc. IV de Toledo (638) atribuye la creació n a toda la Trinidad.
- El Cc. IV de Letrá n (1215) Hace 6 afirmaciones importantes:
Hay un solo principio (Dios)
Hay una distinció n clara y expresa entre Dios y el mundo
La creació n fue hecha de la nada
El mundo tuvo un origen en el tiempo (no es eterno)
La creació n abarca los seres materiales y espirituales (á ngeles), y…
todo ha sido creado bueno. Los á ngeles rebeldes se hicieron a sí mismos malos.
- El Cc. de Colonia (1860) define sobre la libertad de dios al crear y el Fin de la creació n:
manifestar la bondad divina.
- El Cc. Vaticano I (1870). Reafirma contra los racionalistas los dogmas de Letrá n y Colonia, la
conservació n y gobierno del mundo de parte de Dios.

 Estudio Sistemático
TODO EL UNIVERSO HA SIDO CREADO POR DIOS

Hay una dependencia en el ser, de todas las cosas que son por participació n, con respecto a la
Primera Causa que es por esencia.
*el comienzo y el fin de las cosas son misterios que superan nuestra inteligencia.

Noció n: creació n "ex nihilo"

Por creació n se entiende la acció n de Dios mediante la cual da la existencia a los seres,
sacá ndolos de la nada.

Es acción de Dios. Acció n de su actividad externa, ya que tiene por objeto las criaturas, y no É l
mismo.
La creació n es, pues, obra de las tres divinas Personas, aunque en la Sagrada Escritura suele
atribuirse al Padre, porque en ella luce de modo especial el poder de Dios. Por eso decimos en el
Credo: "Creo en Dios Padre Todopoderoso Creador del cielo y de la tierra".
Mediante la cual da la existencia a los seres. En efecto, todos han sido creados por El, y por eso
se llaman criaturas. En el lenguaje de la Sagrada Escritura "Creador del cielo y de la tierra"
significa, pues, Creador de todos los seres, tanto espirituales corno materiales.
Sacándolos de la nada. Sacar un ser de la nada significa producir un ser que antes no existía de
ninguna manera, ni como tal, ni en materia alguna anterior.
Al fabricar un escultor una estatua, no la crea, pues aunque no existía como tal, existía la materia
de que la formó ; por ejemplo, la madera o el má rmol. Dios, por el contrario, sí crea a los seres, pues
no los formó de materia alguna anterior, ya que fuera de Dios nada existía.
Es importante percatarse que la nada no es un ser positivo, como un lugar de donde Dios saca los
seres. Por el contrario la palabra "nada" se opone a "algo", y denota que antes de la creació n no
existía algo preexistente, de donde pudiera formar los seres.

Sólo Dios puede crear


La creació n es un acto exclusivo de Dios. En efecto, el paso de la nada al ser exige poder infinito.
Esto se comprende con un ejemplo: para realizar una buena comida necesito los ingredientes. Si
tengo poca capacidad como cocinero necesito buenos y adecuados ingredientes. Sin embargo, al ir
disminuyendo el nú mero de los ingredientes requiero de una mayor capacidad culinaria para
hacer una buena comida. Es decir, a menor materia disponible, se requiere mayor capacidad en el
agente. Pero aunque sea expertísimo el cocinero, sin ningú n ingrediente jamá s podrá hacer una
comida.

No podemos comprender la creació n porque:


a) es un acto infinito;
b) no tenemos ningú n ejemplo de ella, ya que toda la actividad del hombre se reduce a
transformar la materia ya existente.

Pruebas de la creación: la razón y la Sagrada Escritura

1ª. La raz ó n prueba la creació n de los seres, porque de otra suerte hay que admitir:
a) O que los seres vienen de la nada, lo que es absurdo. Es un axioma científico y experimenta,
bá sico e inamovible que nada se crea a nuestro alrededor, ni siquiera un á tomo de materia puede
ser formado de la nada; cualquier fuerza supone siempre otra fuerza preexistente de la cual
procede; no se da el movimiento sin un motor que lo determine, ni vida alguna que no brote de
una vida anterior a ella.
b) O que vienen unos de otros en serie infinita, lo que no explica nada. Una serie infinita de ruedas
dentadas no explica por qué mueven las manecillas del reloj: hace falta la cuerda que imprima el
primer movimiento.
c) O bien que el mundo es, como Dios, eterno e increado; lo que tampoco admite la ciencia.
Es ya una tesis científica el desgaste de la energía en el inundo: y sí éste fuera eterno, habiendo la
energía empezado a acabarse desde siempre, a estas horas habría ya terminado el proceso de
extinció n.

2ª. La Escritura nos enseñ a la creació n en muchos lugares. Basta citar las palabras con que
inicia el Génesis. "En el principio creó Dios el cielo y la tierra" (Gen. 1, l). Dios creó al mundo
libremente y con un simple acto de su voluntad. "Habló y todo fue hecho: dijo y todo fue
creado " (Gen. 32, 9).

 Errores sobre la creación

Los “principales” son tres: materialismo, dualismo y panteísmo.

a) El materialismo niega la existencia de Dios, y afirma que la materia es eterna, y que la


combinació n de sus elementos basta para explicar la existencia de los seres.
Refutació n. El materialismo es un sistema absurdo, pues admite todas las contradicciones del
ateísmo, a saber:

a.1. Que el mundo, que es un efecto, no tiene causa de sí.


a.2. Que existe la serie infinita de seres contingentes, sin que exista un primer ser necesario.
a.3. Que el orden maravilloso del universo es fruto del azar.
a.4. Que la vida brotó espontá neamente de la materia.
a.5. Que lo espiritual no es má s que una fase o estado de la materia.

b) El dualismo es un sistema que admite dos principios eternos: un principio bueno y causa de
todo lo bueno, que es Dios; y un principio malo e independiente de Dios, causa de todo mal.
Refutació n. El dualismo es un sistema falso. Si hubiera un principio independiente de Dios, Dios
dejaría de ser Infinito y Omnipotente, pues ni lo tuviera todo, ni lo pudiera todo.

c) El panteísmo (de las palabras griegas: pan, todo; y teos, Dios), enseñ a que todos los seres se
confunden con Dios porque son una emanació n de la sustancia divina.

Refutació n. El panteísmo es también un grave error.


c.1. Dios y el mundo son realidades enteramente diversas. Dios es eterno, y el mundo tuvo
principio; Dios es infinitamente perfecto, y el mundo tiene una perfecció n muy limitada; Dios
es Inmutable, y el mundo está sujeto a perennes cambios.
c.2. El panteísmo es un ateísmo disfrazado. Negarla existencia de un Dios personal, y admitir
que Dios se confunde con el mundo, es en realidad negar a Dios.

Algunas de las actuales sectas religiosas orientales de moda en la civilizació n occidental--Zen,


Budismo, Yoga, etc- tienen raíz panteísta.
Tiempo y estado en que fue creado el mundo
Respecto al tiempo, sabemos que el mundo tuvo principio.La Geolog ía y la Astronomía
nos lo demuestran. Tambié n nos lo enseñ a la fe, y así dice San Pablo: "Dios nos eligió
antes de la creació n del mundo, para ser santos en su presencia" (Ef. 1, 4).
Pero no sabemos cuá ndo fue creado. Los científicos calculan muchos millones deañ os;
y la fe no necesita decirnos nada en este sentido.

Respecto al estado en que fue creado, la fe nos ense ñ a que Dios creó al mundo, pero
no que lo creara como existe hoy. Para la ciencia, su organizaci ó n actual es obra de
miles de siglos.

Podemos establecer las siguientes conclusiones :


lº. Respecto a la materia, se puede admitir que una vez creada por Dios, su evoluci ó n
fue el fruto de las causas naturales, queridas por Dios mismo.
2º. Respecto a la vida, es necesario admitir la intervenci ó n directa de Dios, para la
creació n de las primeras especies.
3º. Respecto al hombre, se debe admitir la intervenció n directa de Dios para la
creació n de su alma y para la formació n de su cuerpo.
4º. Por ú ltimo, el evolucionismo absoluto, segú n el cual una materia eterna, no creada
por Dios, da origen espontá neamente y sin intervenció n de Dios a la vida de las
plantas, a la sensibilidad de los animales y a la inteligencia del hombre, es una teor ía
materialista y erró nea, que va a un mismo tiempo contra la raz ó n y la fe.

Modo de la creación
La Escritura dice que Dios hizo el mundo en seis d ías.
El lº creó la luz, y la separó de las tinieblas;
el 2º creó el firmamento separando las aguas superiores (nubes) de las inferiores
(mares);
el 3º separó la tierra del mar, y la hizo producir plantas;
el 4º. hizo el sol, la luna y las estrellas;
el 5º hizo los peces y las aves;
el 6º formó los animales terrestres, y al fin de é ste, creó al hombre.

Sobre la descripció n que hace Moisé s de la creació n, la Iglesia enseñ a que es un relato
histó rico; pero que Moisé s no se propone al hacerlo, un fin cient ífico, sino un fin
religioso.

lº. Es un relato histórico. Es decir, no es un canto lírico o un invento de la


imaginació n; sino una narració n en estilo sencillo y popular de la obra de la creaci ó n.

2º. Moisés no se propuso un fin científico, sino un fin religioso : que los hombres
reconocieran a Dios como Creador de cuanto existe.

Hay que tener en cuenta que la Sagrada Escritura habla de sucesos verdaderamente
histó ricos que no deben entenderse corno si fueran meros mitos, leyendas o modos de
decir dependientes de una cultura. Dios no nos puede enga ñ ar hacié ndonos creer
mitos y leyendas. Las grandes verdades de nuestra fe cristiana est á n enraizadas en la
historia de los hombres (así, por ejemplo, que el hombre fue creado directamente por
Dios, Jesucristo nació de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, la Iglesia la
fundó Jesucristo, etc.).
El Magisterio de la Iglesia enseñ a que el sentido literal de la creació n se encuadra en
el gé nero histó rico. Cfr. Pío XII, Enc. Humani Generis, 12-VIII-1950, Dz. 2315-2318; Re

El relato de la creación y la ciencia


Siendo así que Moisés no se propuso un fin científico, no hay para qué exigir un
acuerdo rígido entre la ciencia y la descripción mosaica. Basta que no haya
contradicción entre ellas.
De hecho, la ciencia y el relato bíblico están de acuerdo en los puntos fundamentales,
en especial en estos tres:
a) El mundo no es eterno.
b) El mundo fue formado sucesivamente.
c) Aparecieron primero los seres inferiores y después los superiores; primero la
materia, luego las plantas, los animales y por fin el hombre.

B- El Fin de la Creación
B.1 Fin primario: La gloria de Dios
El fin primario y principal de la creación es la gloria y alabanza de Dios : "Todas
las cosas las creó Dios para su gloria" Is. 43, 7).
La gloria intrínseca consiste en el conocimiento que tiene de sus, infinitas
perfecciones, y en la alabanza que a S í mismo se tributa. Esta gloria intr ínseca no
puede ser aumentada, porque Dios no tiene, ni puede tener de S í mayor conocimiento
y estimació n
La gloria externa consiste en el conocimiento que de É l tienen las criaturas y en la
alabanza que le den. Esta sí puede ser aumentada.
a) Las criaturas racionales la procuran de una manera directa y consciente, mediante
el conocimiento y servicio del Creador.
b) Las irracionales, de una manera indirecta, en cuanto nos dan a conocerlas divinas
perfecciones, en especial su Omnipotencia que sac ó los seres de la nada; su Sabiduría,
que los dispuso con tanto orden y belleza; y su Bondad, pues al crearlos no se propuso
su provecho, sino nuestro bien.

B.2 Fin secundario: La felicidad de las criaturas


El fin secundario de la creació n es la felicidad de las criaturas. Dios, en efecto, no cre ó
los seres para aumentar su felicidad propia, sino para procurar la de las criaturas.
Por otra parte, Dios ha dispuesto las cosas con tal sabidur ía, que los mismos medios
con que procuramos su gloria, aseguran tambié n nuestra felicidad.

C- Creación del Cielo y de la Tierra: los Ángeles y el mundo visible. El


hombre. Elevación al orden sobrenatural. La caída: Consecuencias del
pecado original. Promesa del Redentor.

Dentro del orden creacional, Dios procede de un modo estrictamente l ó gico: crea
primero a la criatura puramente espiritual ( á ngeles), luego a la material (universo
físico) y, por ú ltimo, al hombre, como compuesto de ambos ó rdenes.
C1.LOS ÁNGELES

a) Su naturaleza

Los á ngeles son criaturas, totalmente espirituales, sustancias completas, superiores al


hombre e inferiores a Dios, con una enorme capacidad de inteligencia y de amor.
Los á ngeles son espíritus puros, esto es, no son cuerpos, ni está n hechos para unirse a
ningú n cuerpo. No tienen, por ello, forma ni figura sensible, pero se representan
sensiblemente: a) para ayudar a nuestra imaginaci ó n; b) porque así han aparecido a
los hombres, como leemos en la Sagrada Escritura. Como todos los esp íritus está n
dotados de inteligencia y voluntad.

Los á ngeles son superiores al hombre. Poseen un conocimiento mucho m á s perfecto,


que comprende no por raciocinio sino de modo inmediato. Al no poseer realidad
material, son inmortales, y no está n sujetos a nuestras miserias, dolores y
necesidades.
Dios ha creado a los á ngeles con un doble fin: a) para que eternamente lo alaben y
bendigan; b) para ser los ejecutores de sus ó rdenes, como lo indica su nombre, pues
á ngel significa mensajero

Dios creó a los á ngeles en estado de inocencia y de gracia. Y adem á s, a los que
permanecieron fieles los recompensó con la gloria. Su existencia consta en muchos
lugares de la Escritura. cfr. A. T: Gen, 3, 4; 28, 12; 32, 2-3; Ex. 3, 2; Libro de Tob ías;
Dan. 8, 16-26; 9, 21-27. N. T.: Lc. 1, 11-19; 1, 26-28; Mt. 16, 27; 25, 31; Mc. 14, 27, etc.

Respecto a su número, la Escritura indica un nú mero sobrecogedor, inmensamente


grande (Lc. 2, 13; 8, 30; Mt. 26, 54; Ap. 5, 11, etc.). Daniel vio ante el trono del Se ñ or
que "millares de millares le servían, y mil millones asistían a su presencia" (7,10) Los
á ngeles buenos, explica Santo Tomá s, "forman una multitud inmensa, superior a la
muchedumbre de los seres materiales (S. Th. I,q. 50, a. 4), porque Dios, que hizo
perfecta la creació n, abre má s la mano a medida que sus criaturas son m á s perfectas,
má s espirituales. No hay, ademá s, dos á ngeles de la misma especie, sino que cada uno
tiene la suya (cfr. ib, a. 4).

Ángeles buenos
Los á ngeles buenos son los que permanecieron fieles a Dios; y fueron en recompensa
confirmados en gracia. Se dividen en tres jerarquías, y cada jerarquía en tres coros:
la jerarquía suprema la forman los serafines, querubines y tronos,- la segunda, las
dominaciones, virtudes y potestades; y al inferior, los principados, arc á ngeles y
á ngeles

* El á ngel custodio
Llamamos á ngel custodio al á ngel que Dios da a cada hombre para que lo defienda y
custodie desde el nacimiento hasta la muerte.
La existencia del á ngel de la guarda consta en la Escritura: " É l mandó a los á ngeles
que cuidasen de ti, para que te custodien en cuantos pasos dieres" (Ps. 90, 1l). Este es
el sentir comú n de todos los Padres y Doctores de la Iglesia, y 1a Iglesia misma ha
establecido la fiesta de los á ngeles custodios (2 de octubre)
Los á ngeles custodios se interesan grandemente por nuestro bien:
lº. nos sugieren buenos pensamientos y deseos de virtud;
2º. nos defienden de mú ltiples peligros de alma y cuerpo;
3º. presentan a Dios nuestras oraciones y buenas obras y nos alcanzan de El gracias y
favores.

Tres deberes principales tenernos para con é l: respeto a su presencia; gratitud por
sus beneficios y confianza en su protecci ó n, por ser un excelente intercesor ante Dios
y defensor contra el demonio.

Ángeles malos o demonios


Son los á ngeles que por su rebeldía fueron condenados al infierno. Son, pues,
criaturas de Dios, que no quisieron sujetarse a É l y, por tanto, merecieron castigo
eterno (cfr. Apc. 12, 7-9; Mc. 3, 22-27; Jn. 8, 49; 2 Pe. 2, 4, etc.) Se llaman diablos o
demonios y su
caudillo Lucifer o Sataná s.

La existencia de los demonios y su acció n maligna es una verdad de fe (cfr. Dz. 23 7,


42 7, 1923, etc.). No se trata, pues, del modo de hablar de un pueblo primitivo que
personificaba al mal en unos seres superiores pero inexistentes. Por el contrario,
estos seres reales, personales, espirituales, aunque han sido ya vencidos por
Jesucristo, tienen -como un ejé rcito derrotado, en huida-, gran capacidad de hacernos
dañ o: a) porque no han perdido su naturaleza de á ngeles, y así su conocimiento y su
poder son muy superiores a los nuestros; b) porque su experiencia de tantos siglos les
ha enseñ ado el mejor modo de engañ arnos; c) porque su voluntad perversa está
siempre
inclinada a toda maldad.
Los demonios procuran nuestro mal: a) por odio a Dios cuya imagen ven en nosotros;
b) por odio a Cristo, cuya muerte nos rescató de su poder; c) por envidia a nosotros
pues Dios nos destinó a ocupar los puestos que ellos perdieron en el cielo.

"Digan lo que digan algunos teó logos superficiales, el Diablo es, para la Fe cristiana,
una presencia misteriosa, pero real, no meramente simb ó lica, sino personal. Y es una
realidad poderosa ("el Príncipe de este mundo---, como le llama el Nuevo Testamento,
que nos recuerda repetidamente su existencia), una mal é fica libertad sobrehumana
opuesta a la de Dios; así nos lo muestra una lectura realista de la historia, con su
abismo de atrocidades continuamente renovadas y que no pueden explicarse
meramente con el comportamiento humano. El hombre por s í solo no tiene fuerza
suficiente para oponerse a Sataná s; pero é ste no es otro Dios; unidos a Jesú s,
podernos estar ciertos de vencerlo. Es Cristo, el "Dios cercano- quien tiene el poder y
la voluntad de liberarnos; por eso el Evangelio es verdaderamente la Buena Nueva. Y
por eso tambié n debemos seguir anunciá ndolo en aquellos "regímenes de terror" que
son frecuentemente las religiones no cristianas. Y diré todavía má s: la cultura atea del
Occidente moderno vive todavía gracias a la liberació n del terror de los demonios que
le trajo el cristianismo. Pero si esta luz redentora de Cristo se apagara, a pesar de
toda su sabiduría y de toda su tecnología, el mundo volvería a caer en el terror y la
desesperació n. Y ya pueden verse signos de este retorno de las fuerzas oscuras, al
tiempo que rebrotan en el mundo secularizados los cultos sat á nicos---. (Cardenal
Joseph Ratzinger, Informe sobre la Fe. BAC, Madrid 1985, p. 153).
* Influencia del demonio sobre el hombre
La teología ha tipificado algunas maneras de la estrategia diab ó lica, má s o menos
repetidas en las manifestaciones de su insidia:
a) El asedio es acció n contra el hombre desde fuera, como cerc á ndolo, provocando
ruidos nocturnos para amedrentar, haciendo llamadas misteriosas en paredes o
puertas, rompiendo enseres domé sticos, etc. Un testimonio representativo y no muy
lejano es la vida de S.Juan Mar ía Vianney, cura de Ars (1786-1859), que vivi ó largos
períodos de su vida asediado por el demonio.
b) La obsesió n es ataque personal con injurias, dañ o del cuerpo, o actuando sobre los
miembros y sentidos.
c) La posesió n es la ocupació n del hombre por el dominio de sus facultades f ísicas,
llegando hasta privade de la libertad sobre su cuerpo. Contra la posesi ó n y la obsesió n
la Iglesia emplea los exorcismos.
d) Existen otros modos de seducció n, tales como los milagros aparentes que é l puede
realizar, y la comunicació n con el demonio que se supone en algunos fen ó menos de la
magia negra, el espiritismo, etc.
e) Pero la manera ordinaria como el demonio ejecuta sus planes es la tentaci ó n, que
alcanza a todos los seres humanos. Se define por tal, toda aquella maquinaci ó n por la
que el demonio, positivamente y con mala voluntad instiga a los humanos al pecado
para perderlos,

Es muy importante percatarse que -a pesar del indiscutible poder de la tentaci ó n


diabó lica-, no puede su malicia actuar má s allá de donde Dios lo permite: su poder es
poder de criatura, poder controlado. "Dios es fiel, y no permitir á que seá is tentados
má s allá de vuestras fuerzas" (I Cor. 10, 13). En concreto, conviene, pues, situarse en
el justo medio: ni olvidar su acció n y su eficacia maligna, ni perder la serenidad y
confianza en Dios.

C2. EL HOMBRE
a) Su naturaleza

El hombre es un animal racional, esto es, un ser personal compuesto de cuerpo y alma.
Por ser animal, se distingue de los á ngeles; por ser racional, se distingue de los
brutos.
El hombre es la criatura má s noble que Dios colocó sobre la tierra. Dios mismo
declaró que lo había formado a su imagen y semejanza (cfr. Gen, 1, 26). Y dijo esto en
razó n del alma del hombre, que es un espíritu dotado de entendimiento y voluntad
divinas.
La creació n de Adá n la narra el Gé nesis diciendo: "Formó Yahvé h Dios al hombre del
polvo de la tierra (parte material), y le inspir ó en el rostro aliento de vida (actividad
divina especial: creació n del alma), y fue así el hombre Ser animado" (Gen. 2, 7).
No es contraria a la fe cató lica la hipó tesis del "evolucionismo mitigado---, que
sostiene que, para formar el cuerpo del hombre, Dios perfeccion ó el cuerpo de un
mono antropoide, perfeccioná ndolo (---polvo de la tierra" puede entenderse cualquier
realidad material, inorgá nica u orgá nica) e infundié ndole un alma espiritual. Dos
cosas, pues, han de mantenerse:
a) la intervenció n especial y directa de Dios para la formació n del cuerpo, y,
b) la creació n e infusió n en ese cuerpo de un alma inmortal (cfr. Dz. 2327)
*Sobre el tema del evolucionismo se ha mentido mucho y descaradamente haciendo
pasar por científicas ideas que no lo son: consultar
http://quenotelacuenten.com/category/evolucionismo/

El cuerpo y alma del hombre son distintos entre s í; pero se unen íntimamente para
formar un solo ser.

La unió n del alma y del cuerpo no es una unió n exterior y accidental, como la del
carro y el conductor, sino que es una unió n íntima. A este tipo de unió n los filó sofos la
denominan substancial, porque de ambos elementos resulta, una sola substancia
completa.
El Alma humana
Su naturaleza y su existencia

El alma humana es el principio vital que comunica al cuerpo, vida, sensibilidad y


pensamiento. Negar la existencia del alma humana ser ía un gran absurdo.
a) La razó n la prueba. Nos consta en efecto que la simple materia ni vive, ni siente, ni
piensa. Nosotros vivimos, sentimos y pensamos. Luego tenemos un principio distinto
de la materia.
b) La Sagrada Escritura tambié n nos la prueba. Así Cristo nos alerta: "No temá is a los
que só lo pueden dañ ar el cuerpo. Temed a los que pueden precipitar alma y cuerpo en
el infierno" (Mt. 10, 28).
El alma humana tiene dos propiedades important ísimas, que la distinguen del
principio vital de los brutos: es espiritual e inmortal

Espiritualidad del alma

El alma humana es espiritual, porque no es cuerpo, ni consta de partes materiales,


sino que es un principio superior a la materia. Esto se prueba porque realiza
operaciones que está n por encima de la materia. Comparemos, para cerciorarnos, el
conocimiento del hombre con el conocimiento de los animales.

lº El conocimiento de los animales se refiere a las cualidades materiales de los


cuerpos, que se pueden percibir por los sentidos

2º. El conocimiento del hombre: a) Se refiere a seres y cualidades inmateriales. b)


Aun los seres materiales los conoce de modo inmaterial. c) Puede raciocinar. Tres
cosas que no puede el animal.

a) El hombre conoce seres espirituales como Dios; y nociones in materiales como las
nociones de virtud, deber, patria. . .
b) Conoce los seres materiales de un modo inmaterial, porque aparta de ellos las
cualidades sensibles, y llega a formar las ideas, que son inmateriales y abstractas.
Expliquemos esto con un ejemplo: El perro distingue al amo de¡ extra ñ o y del mendigo
por la voz, las facciones, el olor, los ademanes y dem á s condiciones sensibles y
concretas. Pero nunca podrá decirse: todos estos tres tienen algo de comú n, son
animales racionales; porque este concepto es algo inmaterial que no pueden percibir
los sentidos. El hombre lo hace así cada vez que aparta las cualidades materiales de
los seres para formar las ideas, o conceptos generales.

c) Ademá s el hombre puede raciocinar, lo que no puede el animal. Es absurdo suponer


que un perro lea un libro y discuta las ideas del autor; o que un asno pueda fabricar
una computadora o componer una sinfonía. Pues bien, como el actuar sigue al ser,
decimos que, habiendo en el hombre operaciones inmateriales, es de rigor que haya
en é l un principio inmaterial que las produzca; y a este principio inmaterial lo
llamamos alma.

Necesariamente la naturaleza de un ser est á de acuerdo con sus operaciones. As í es


imposible que una piedra tenga respiraci ó n y circulació n, o que una planta vea y
sienta placer, Por eso, habiendo en el hombre operaciones inmateriales es de rigor
que haya en é l un principio inmaterial.

Su inmortalidad
El alma no muere con el cuerpo, sino que es inmortal. “Dios ha hecho al hombre
inmortal escribe el libro de la Sabidur ía (2, 23). Dice tambié n el Eclesiasté s: "Que el
polvo vuelva a la tierra de donde salió ; y el espíritu vuelve a Dios que le dio el ser"
(12, 7).La razó n prueba igualmente la inmortalidad del alma:

a) Porque siendo el alma un espíritu, no lleva en sí germen alguno de corrupció n que


es propia de lo material.
El cuerpo al morir se disgrega en los diversos elementos que lo componen y entra en
corrupció n, El alma humana es simple y espiritual, y no tiene ni elementos que se
disgreguen, ni materia que pueda corromperse.
b) Porque así lo exige la sabiduría de Dios. Si el alma no fuera inmortal Dios no
hubiera puesto en el hombre un deseo de felicidad, que jam á s pudiera satisfacer.
Puesto que en esta vida no puede satisfacer de lleno ese deseo, y puesto que va contra
la divina sabiduría haber puesto en el alma una aspiració n tan honda y poderosa para
nunca satisfacerla, es de rigor admitir la existencia de otra vida, donde dicha
aspiració n pueda tener completa realizació n.
c) Porque así lo exige la justicia de Dios. Pues de otra manera tantas injusticias que se
dan en é l mundo quedarían sin reparació n.

*consultar http://www.teologoresponde.org/2014/03/21/es-inmortal-el-alma-como-
se-prueba/

CREACION DE LA PRIMERA PAREJA HUMANA


Terminada la obra de la creació n, Dios creó al hombre. 1 "Dios, dice el Gé nesis, vio
que todo lo creado era bueno, y dijo: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y
semejanza" (1, 26). Formó entonces el cuerpo de Adá n del barro de la tierra; y
creando un alma racional, la unió a ese cuerpo. Es de fe que el alma de Adán es
creada, es decir, sacada de la nada por Dios. Y lo mismo pasa con el alma de cada
hombre. El cuerpo de Adán fue formado de materia preexistente, interviniendo
Dios en su formación.
Respecto a Eva dice el Gé nesis que Dios formó su cuerpo de una de las costillas de
Adá n durante un sueñ o de é ste. Y su alma la creó de la nada, como la de Adá n.
Dice San Agustín, que Dios sacó a la mujer, no de la cabeza, ni de los pies de Ad á n,
sino de su costado, para darle a entender que no era superior al hombre, ni tampoco
su esclava, sino su compañ era. Esto mismo significó con las palabras con que la formó :
"No es bueno que el hombre esté solo; dé mosle por ayuda y compañ era una semejante
a é l" (Gen. 2, 18).

Unidad del gé nero humano


Consta en la Escritura que todo el gé nero humano viene de Adá n y Eva. San Pablo
afirma que "de un solo hombre hizo nacer todo el linaje de los hombres" (Hechos 17,
26). Y que todos los hombres por descender de Ad á n han contraído el pecado original
(cfr. Rom. 5, 12).
La unidad del gé nero humano es, pues, una verdad que consta claramente en la
Escritura, y que no podemos poner en duda.
Sería un error, de corte evolucionista, negar el cará cter histó rico de los primeros
capítulos del Gé nesis, donde se narra la creació n; igualmente negar que Adá n y Eva
fueron dos personas singulares; negar el pecado original para todos los hombres,
como si no descendié ramos todos de nuestros primeros padres (Poligenismo) cfr. P ío
XII, Enc. Humani Generis, Dz. 2305.

Libertad responsable
El hombre es libre y por tal motivo responsable: puede responder de sus propios
actos gracias a su voluntad, Decirnos, por tanto que, responsabilidad es la propiedad
de la voluntad por la que el hombre responde de sus actos.

"El hombre consigue esta dignidad cuando, librá ndose de toda esclavitud de las
pasiones, tiende a su fin con una libre elecci ó n del bien y se procura los medios
adecuados con eficacia y con diligente empe ñ o. Pero la libertad del hombre, herida
por el pecado, no puede conseguir esta orientaci ó n hacia Dios con plena eficacia si no
es con la ayuda de su gracia. Y cada uno tendrá que dar cuenta de su vida ante el
tribunal de Dios, segú n haya hecho el bien o el mal". Conc. Vaticano II, Const. past.
Gaudium et Spes. nú m. 17

C3-LA ELEVACION AL ORDEN SOBRENATURAL


El plan providente que Dios realizó con las criaturas espirituales es un plan
sorprendente: las elevó a un orden superior al suyo propio, haci é ndolos participar de
la misma vida divina. Lo hizo llevado por su gran bondad, en virtud de que el ser
racional -creado a su imagen y semejanza- es capax Dei: capaz de recibir la vida
divina. Veremos con detalle esa elevaci ó n sobrenatural del hombre.

Diversos dones concedidos a Adá n

Dios enriqueció al hombre con tres clases de dones: los naturales, los preternaturales
y los sobrenaturales.

a) Naturales son los debidos a la naturaleza humana. En sentido absoluto, ning ú n don
es debido al hombre, puesto que no le es debida la existencia. Pero una vez que Dios le
da la existencia, debe darle los dones que exige su naturaleza. En este sentido se dicen
dones naturales, por ejemplo, la inteligencia, la voluntad, los dones o cualidades
corporales, la libertad, etc.
b) Preternaturales son los que está n por encima de la naturaleza humana, pero no
por encima de otras naturalezas creadas. Un ejemplo nos explicar á esto. El don de la
inmortalidad, está por encima de la naturaleza humana, pues todo ser material
naturalmente debe morir, pues la materia es de suyo corruptible. Pero no est á por
encima de la naturaleza angé lica, porque los espíritus no tienen germen ninguno de
corrupció n o muerte.
b) Sobrenaturales son los que está n por encima de toda naturaleza creada o
creable. Son principalmente la gracia y la gloria. En consecuencia, no s ó lo por
encima de la naturaleza humana, sino tambié n de la angé lica. Son dones
plenamente divinos, y una participació n gratuita de lo que es propio de la
Naturaleza de Dios.

Fin natural y sobrenatural


Fin natural del hombre

El fin del hombre debe estar de acuerdo con su naturaleza; y satisfacer las facultades
de su cuerpo y de su espíritu. El fin natural del hombre consistir ía en que su cuerpo
poseyera los suficientes bienes corporales, su entendimiento conociera las suficientes
verdades, y su voluntad amara y poseyera los suficientes bienes para ser feliz.
El ú ltimo fin natural del hombre hubiera sido el dar gloria a Dios mediante el
conocimiento imperfecto que tiene de El a travé s de las criaturas, y el haberlo amado
de acuerdo a ese limitado conocimiento. La felicidad del hombre estar ía limitada por
su misma capacidad conocer y amar. Para hacerlo capaz de una felicidad mucho mayor,
Dios quiso señ alarle un fin sobrenatural.

Fin sobrenatural del hombre


El hombre con su sola fuerza no conoce a Dios sino de un modo imperfecto; no es
capaz de verlo en su misma Esencia, pues é sta es del todo trascendente a un ser
creado.
- Pero Dios quiso procurar al hombre un conocimiento mucho m á s perfecto de Sí:
quiso que lo contemplá ramos cara a cara en el cielo, tal cual es, de modo inmediato,
intuitivo y facial, a lo cual se sigue inefable interminable gozo. Y en esto consiste
precisamente el fin sobrenatural, en la llamada visi ó n beatífica (Dz. 530, 570, 693,
1647, 1928, etc.).
Este fin sobrenatural, gratuito por parte de Dios, es obligatorio por parte del hombre.
No puede renunciar a é l, para contentarse con un fin meramente natural, porque la
elevació n al orden sobrenatural es universal y absoluta.
De modo que a todo hombre se le presenta este dilema o ser inmensa y eternamente
feliz, gozando de la visió n de Dios en la gloria, o verse para siempre privado de Dios y
castigado a eterna desdicha: tertium non datur.
Esta simple consideració n nos prueba con cuá nto esmero debemos tender a la
consecució n de nuestro ú ltimo fin.

El orden sobrenatural

El orden sobrenatural consiste propiamente en dos cosas:


1º. En el fin sobrenatural a que Dios destin ó al hombre.
2º. En los medios sobrenaturales que Dios le dio para conseguir este fin, de los cuales
el má s importante es la gracia santificante que se infunde en los sacramentos.
Dios elevó desde un principio a nuestros primeros padres y a todos los hombres al
orden sobrenatural (cfr. Conc. Vaticano I, Const. dogm. Dei Filius, c.2). Esto es:
a) Le señ aló como ú ltimo fin su eterna posesió n en el cielo, por la visió n beatifica.
b) Para poder llegar a este fin les concedi ó medios sobrenaturales a propó sito, de los
cuales el principal es la gracia.

El estado en que Dios creó a nuestros primeros padres


Recibe dos denominaciones:

a) Estado de inocencia, porque ellos no fueron formados en el pecado, mientras que


todos sus descendientes sí nacen en el pecado.

b) Estado de justicia original. Con estas palabras se comprenden los diversos dones
sobrenaturales y preternaturales con que Dios los enriqueci ó . Algo dijimos arriba.

- Dones sobrenaturales.
Los dones sobrenaturales son principalmente la gracia, las virtudes teologales y los
dones del Espíritu Santo
La gracia santificante es una participació n de la Naturaleza divina, que nos hace hijos
adoptivos de Dios y herederos de la gloria.

-Dones preternaturales
Dios adornó a nuestros primeros padres con cuatro dones preternaturales muy
excelentes. Dos se refieren al alma, la ciencia y la integridad; y dos al cuerpo: la
inmunidad y la inmortalidad.

a) La ciencia consiste en que poseyeron sin estudio gran n ú mero de elevados


conocimientos, en especial religiosos y morales que por referirse a Dios son m á s
sapienciales.

b) La integridad, en el orden perfecto de toda su naturaleza. Las pasiones estaban


perfectamente sometidas a la razó n, y é sta por entero a Dios. Por ello, era imposible
un pecado pasional, pues para ello ten ía antes que darse la ruptura de la raz ó n con
Dios. Por ello, nuestros primeros padres en estado de inocencia no pod ían pecar
venialmente.

c) La inmunidad, en que no estaban sometidos al dolor. La misma ley del trabajo era
para ellos suave y deleitosa.

d) La inmortalidad, en que no debían morir; sino que despué s de algú n tiempo


deberían ser trasladados al cielo sin pasar por la muerte.

Dones permanentes y transmisibles


Estos dones, tanto los sobrenaturales, como los preternaturales, ten ían dos
propiedades: eran permanentes y transmisibles.
lº. Eran permanentes. Esto es, Dios se los concedi ó a nuestros primeros padres, no por
algú n tiempo, sino de modo permanente, mientras no se hicieran indignos de ellos por
el pecado.
2º. Eran transmisibles. Esto es, Adá n los transmitirla por naturaleza a todos sus hijos.
De manera que si Adá n no hubiera pecado, todos los hombres nacer ían en estado de
gracia, con derecho al cielo, y adornados de los dones preternaturales.

C4-LA CAIDA DEL ESTADO DE JUSTICIA POR EL PECADO

"Sin embargo, el hombre constituido por Dios en estado de inocencia, ya en el


comienzo de la historia abusó de su libertad, inducido por el Maligno, alz á ndose
contra Dios y pretendiendo alcanzar su fin fuera de Dios (. . .). Lo que nos ense ñ a la
Revelació n divina coincide con la misma experiencia. Pues el hombre al observar su
corazó n hecha de ver que tambié n está inclinado hacia el mal y sumergido en una
multitud de maldades que no pueden venir de su Creador, que es bueno". Conc.
Vaticano II, Const. past. Gaudium et Spes, num. 13; cfr. Conc. de Trento, Decreto sobre
el pecado original, Dz. 782-792.

El precepto y la desobediencia
Dios colocó a nuestros primeros padres en un delicioso jard ín, llamado el paraíso
terrenal, donde gozaban de tranquila felicidad (cfr. Gen. 1, 26). Los elev ó , ademá s, a
un orden sobrenatural con el cual eran capaces de lograr el fin sobrenatural de la
visió n beatifica. Sin embargo, por ser infinitamente justo, dispuso que ese fin lo
obtuvieran por mé ritos propios, de acuerdo a la naturaleza libre de su ser.

Para ello, les impuso un precepto, a saber, el no comer de una fruta que se encontraba
en medio del paraíso, amenazá ndolos de muerte si desobedecían (cfr. Gen. 2, 17).
Adá n y Eva no obedecieron al Señ or. Eva se dejó seducir por el demonio, quien le dijo
que si comían serían como dioses, sabedores del bien y del mal. Comi ó , pues, del
fruto, y luego se lo presentó a Adá n, quien por complacerla tambié n comió (cfr. Gen.
3).

El pecado
El pecado de nuestros primeros padres no fue un simple pecado de gula, sino un
gravísimo pecado de soberbia, al pretender ser iguales al Alt ísimo.

En virtud del don de integridad, el pecado no pod ía ser de pasió n -rebelá ndose é stas
al dictado de la razó n-, pues le estaban perfectamente sujetas. Ten ía que venir la
ruptura por la rebeldía de la razó n, no sujetá ndose é sta al designio divino.
Ademá s, hizo má s grave su pecado la circunstancia de que el mandato era f á cil de
guardar, y de que ellos no tenían ni ignorancia que cegara su mente, ni concupiscencia
que los arrastrara al mal.

El castigo
Nuestros primeros padres, no solamente fueron arrojados del para íso en castigo de su
pecado, sino que:
lº Fueron privados de los dones sobrenaturales , a saber: de la gracia y del derecho a
la gloria; y quedaron esclavos del demonio y condenados a eterna perdici ó n, si Dios
no los perdonaba.
2º. Fueron privados de los dones preternaturales , y así:
a) En vez de la ciencia se vieron sometidos a la ignorancia.
b) En vez de la integridad, sintieron el desorden en su naturaleza; a saber, la
concupiscencia, o rebelió n de la carne contra el espíritu, y la inclinació n al mal por
parte de la voluntad.
c) En vez de la inmunidad se vieron sometidos a toda clase de privaciones y
sufrimientos.
d) Y en vez de la inmortalidad, se vieron castigados con la muerte.

El pecado original
Su naturaleza
El pecado de Adá n no es exclusivo de é l, sino que se transmite a todos los hombres. Se
llama pecado original porque nos viene a consecuencia de nuestro origen.

Este pecado nos viene a consecuencia de nuestro origen, porque Ad á n era cabeza y
fuente de todo el humano linaje. Adá n, pues, con su pecado hizo que la naturaleza
humana se rebelara contra Dios; y por eso, al nacer, recibimos la naturaleza humana
privada de la gracia y del derecho al cielo.

"Creemos que todos pecaron en Adá n pues, esta naturaleza humana caída de esta
manera, destituida del don de gracia de que antes estaba adornada, herida en sus
mismas fuerzas naturales y sometida al imperio de la muerte, es dada a todos los
hombres; por tanto, en este sentido, todo hombre nace en pecado. Mantenemos, pues,
siguiendo al Concilio de Trento, que el pecado original se transmite, juntamente con la
naturaleza humana, "no por propagació n ni por imitació n", y que se halla como propio
de cada uno" (Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, n. 16).

El pecado original es verdadero pecado, pero no es en nosotros pecado personal.

lº. Es verdadero pecado. Porque nos despoja de la gracia y del derecho al cielo. Por su
causa nacemos "hijos de la ira", como nos dice San Pablo; esto es, privados de la
justicia
original (cfr. Ef 2, 3).
Para comprender mejor esta noció n conviene tener presente la diferencia entre el acto
de pecado y el estado de pecado. Pongamos por ejemplo un robo grave. El acto de
pecado, o sea la misma acció n de robar, pasa. El estado de pecado, o sea la privaci ó n
de la gracia que el pecado produjo en nuestra alma, perdura hasta que el pecado se
nos perdone.
Pues bien, tratá ndose del pecado original cabe la misma distinció n. El acto fue
cometido por Adá n y pasó . Las consecuencias de ese acto, o sea la privaci ó n de la
gracia y del derecho al cielo, perduran y afectan a todos sus descendientes.
2º. Pero no es en nosotros pecado personal. Este pecado evidentemente es distinto en
Adá n y en nosotros.
a) En Adá n fue pecado personal, cometido por un acto de su voluntad.
b) En nosotros no es cometido por un acto de nuestra voluntad, sino que nos viene sin
quererlo, a consecuencia de nuestro origen.
Por lo mismo que no hay acto ninguno de nuestra parte en é l, no hay tampoco nada
positivo. En nosotros el pecado original es una simple privaci ó n, a saber, la privació n
de la gracia con que hubié ramos nacido si no vinié ramos al mundo manchados con é l.

Sus efectos
Por el pecado original, el hombre:
a) Nace despojado de los dones sobrenaturales, de la gracia y del derecho al cielo.
b) Se ve privado de los dones preternaturales y sometido a la ignorancia, la
concupiscencia, los sufrimientos y la muerte.
c) Por ú ltimo, su misma naturaleza qued ó debilitada.
Así dice el Concilio de Trento: "Todo Adá n por el pecado pasó a peor estado en el
cuerpo y en el alma "

1º. El pecado disminuyó en el hombre la inclinación al bien.


La inclinació n a la virtud es natural al hombre, porque obrar conforme a la virtud, es
obrar conforme a la razó n; pero, despué s del pecado, tender a la virtud resulta dif ícil
y costoso.
Sin embargo, es falsa la doctrina protestante seg ú n la cual la naturaleza humana
quedó a tal grado corrompida, luego del pecado original, que ya es incapaz de obrar el
bien. La fe cató lica indica que quedó herida, enferma, pero no corrompida.

2º. Quedó herido por la concupiscencia -o inclinación al pecado –


De suyo no es pecado.
El Concilio de Trento condenó el error de Lutero, que confundía a la concupiscencia
con el pecado original; y así el bautismo nos borra este pecado y nos deja la
concupiscencia. Pero si es una de nuestras mayores mortificaciones y la ra íz de mayor
nú mero de pecados. Preocupado por esa inclinaci ó n al mal exclamaba San Pablo
"¿Quié n me librará de este cuerpo de muerte?" (Rom. 7, 24).

 Notas
*No supone injusticia por parte de Dios: Dios no fue injusto en castigar a todos los
hombres por el pecado de uno solo; en efecto:
lº. Si se trata de los dones sobrenaturales y preternaturales.
a) No eran dones debidos a la naturaleza del hombre, sino sobrea ñ adidos por pura
bondad.
b) Y Dios era libre de concedé rselos bajo una condició n. Y no cumplida é sta, pudo
quitá rselos sin injusticia.
c) En fin, el pecado original puede privar de la felicidad del cielo; pero por el puro
pecado original nadie se condena.

2º. Si se trata del debilitamiento que el pecado dej ó en la naturaleza, tampoco obró
Dios con injusticia, porque nos brind ó medios muy propios para fortificarnos, y
vencer la tendencia al mal.

* Dogma y misterio
El pecado original es dogma de fe, definido por el Concilio de Trento, y expresado
claramente en la Escritura.

Así dice San Pablo: "Como el pecado entró en el mundo por un solo hombre, y la
muerte por el pecado, así la muerte ha pasado a todos los hombres, habiendo pecado
todos en uno solo" (Rom. 5, 12). Consta, pues, que tanto el pecado como la muerte son
efecto del pecado de uno solo.
Má s el pecado original tambié n es un misterio. Hay en é l cosas que no podemos
comprender, aunque tampoco enseñ a nada que contradiga de lleno la raz ó n.

C5. LA PROMESA DEL REDENTOR

Los hombres, despué s del pecado de Adá n, ya no podrían salvarse al no usar Dios de
especial misericordia con ellos. Pero Dios tuvo compasi ó n del hombre caído, e
inmediatamente despué s del pecado le prometió un Redentor. Su oficio principal
debla ser el de mediador entre Dios y los hombres, para levantar al hombre caldo y
acercarlo de nuevo a Dios. A nuestros primeros padres en el para íso ya les dio la
esperanza de un Salvador. Y a Abraham le hizo la siguiente promesa: En un
descendiente tuyo será n benditas todas las naciones de la tierra (Gen. 22, 18). En los
mismos té rminos renovó la promesa de Isaac y luego a Jacob: "Será n benditas en ti y
en el que nacerá de ti todas las tribus de la tierra". A Jud á , hijo de Jacob le prometió :
"El cetro no será quitado de Judá ... hasta que venga el que ha de ser enviado, y é ste
será la esperanza de las naciones". Y a David le anunci ó tambié n que de su
descendencia nacería el Mesías (cfr. Gen 26, 4-28, 14-49,10)

D- LA PROVIDENCIA: LA CONSERVACION Y EL GOBIERNO DIVINO


DEL MUNDO

Existencia de la Providencia

La Escritura nos revela en todas sus pá ginas su existencia: "Tu Providencia, oh Dios,
gobierna el mundo", leemos en la Sabiduría (14, 3); y el Salvador nos dice: "No os
acongojé is por hallar qué comer o có mo vestiros. Bien sabe vuestro Padre que de ello
necesitá is" (Mt. 6, 31).

Dios cuida hasta de las cosas má s pequeñ as, sin que ello desdiga de su grandeza,
puesto que todos son obras de sus manos. Ni un cabello cae de nuestra cabeza sin que
É l lo quiera (cfr. Luc. 21,18). La existencia de la Providencia es tambié n una verdad de fe
definida: "Todo lo que Dios creó , con su Providencia lo gobierna y conserva" (CV. I, D z.
1789) .

Dios providente es una consecuencia de su infinitud: nada, en ning ú n aspecto, escapa


a su Ser y a sus perfecciones infinitas; todo lo ve, todo lo conoce, todo lo dispone o lo
permite, todo lo orienta a Su Gloria y a nuestra felicidad.
La aceptació n y profundizació n de esta verdad dogmá tica supondrá en nuestra vida un
aumento de fe: todos los acontecimientos, en lo personal y a nuestro alrededor,
provienen de la mano amorosa de Dios, que siempre, a veces de modo dif ícil de
comprender, los orienta a nuestro bien.

Noción de Providencia, conservación y gobierno

Se llama Providencia el cuidado y gobierno que Dios tiene de todas las criaturas, a las
que dirige convenientemente a su fin. En la Unidad II, al referirnos a Dios Uno,
mencionamos la Providencia de Dios, como aquello que se sigue de su Inteligencia y
de su Voluntad. Ahora bien, debemos distinguir: La Providencia es el plan eterno de
Dios mediante el cual Dios dirige cada cosa a su fin; el gobierno del mundo es la
ejecució n de ese plan eterno en el tiempo. Dios tiene Providencia especial del hombre.
Su sabiduría le exige que cuide con mayor solicitud de las criaturas m á s nobles. "Antes
se olvidará la madre de su hijo que Dios de nosotros" (Is. 49,15).

La Providencia abarca dos cosas: la conservació n de las criaturas y el gobierno de


ellas.
1. Dios conserva a las criaturas, haciendo que permanezcan en el ser. La
conservació n consiste en la prolongació n de la acció n creadora de Dios. Como
necesitaron de Dios para salir de la nada, así necesitan de El para mantenerse en el
ser y no volver a la nada. El ser contingente recibe el ser en todos los momentos de su
existir, y no só lo en el primero; para é l el instante que precede no es razó n suficiente
de su existencia en el instante que sigue; sino que depende en todo momento de quien
le dio el ser, de la misma manera que el arroyo depende de la fuente que lo alimenta.
En otras palabras, las criaturas no pueden seguir existiendo "por su propio impulso",
porque en ese caso serían independientes de Dios, existirían por sí mismas, lo cual es
imposible en los seres contingentes.
2. Dios gobierna tambié n los seres, dirigié ndoles a los fines para los cuales los
creó . En especial dispone todas las cosas para provecho espiritual del hombre: "Todas
las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios" dice San Pablo (Rom. 8, 18).
Pero la acció n de la Providencia no destruye la libertad; de manera que,
desgraciadamente, el hombre puede contrariarla y perderse eternamente.

Cosas que parecen oponé rsele

Tres cosas parecen oponerse a la divina Providencia:


a) El mal físico
El mal físico, como la ignorancia, pobreza, enfermedades y la muerte no va contra la
divina Providencia:
lº. Porque estos males o son inherentes a nuestra condici ó n imperfecta de
criaturas, o una consecuencia y castigo del pecado.
2º. Porque estos males no lo son en realidad, sino s ó lo en apariencia; pues
sufridos con resignació n, se convierten en bienes, es decir:
* hacen posible expiar nuestros pecados pasados. En efecto, el sufrimiento
cristianamente aceptado, es un medio de expiaci ó n.
* con ellos podemos probarle a Dios nuestra fidelidad, reconociendo como Job que de
É l vienen tanto los sucesos pró speros como los adversos.
* ayudan a acrecentar el mé rito y virtud; pues no está n estos en servir a Dios cuando
todo sale bien, sino cuando la necesidad o el dolor nos visitan.

b) El mal moral
El mal moral, o sea el pecado, no tiene su causa en Dios, sino en el hombre, esto es, en
el mal uso que hace de su libertad. Por ello, no se opone a la Providencia de Dios, que
es siempre santa. (cfr. Dz. 514, 816).
lº. Dios no es el autor del pecado. El autor y responsable del pecado es el hombre,
por el abuso de su libertad.
2º Dios tampoco quiere el pecado, sino que por el contrario lo aborrece
supremamente, y lo prohíbe y castiga con gran severidad.
3º. Dios ú nicamente permite el pecado; y esto por muy graves motivos:
a) Por respeto a la libertad del hombre. Dios la respeta tanto, que no impide la
libre acció n de é ste, aunque le disguste infinitamente.
b) Porque quiere que el hombre tenga m é rito y derecho a recompensa. Si Dios
lo forzara a obedecer, no tendría una cosa ni la otra.
c) Porque Dios es suficientemente sabio para sacar bienes aun del abuso de
nuestra libertad.
"Dios no permitiría el mal, dice San Agustín, si de é l no pudiera sacar bienes".

b) El sufrimiento de los buenos y la prosperidad de los malos


La prosperidad de que gozan los malos y los sufrimientos de los buenos tampoco se
oponen a la divina Providencia. Digamos en primer lugar que hay muchas excepciones.
Con sobrada frecuencia los buenos prosperan y los malos se ven arruinados. Adem á s
la prosperidad de los malos y los reveses de los buenos tienen muchas veces clara
explicació n natural; a saber, hay personas muy buenas, pero carecen de las dotes
naturales necesarias para prosperar en un negocio: inteligencia, previsi ó n, tacto,
constancia, etc. Y los malos pueden tener estas dotes en grado muy superior.

Pero aun descontando esto, decimos que la prosperidad de los malos y los
sufrimientos de los buenos no van contra la Providencia:
lº. Porque la Justicia Divina no se cumple definitivamente en esta vida sino en la otra .
Muchas veces los que gozan aquí irá n a sufrir allá . Como nos enseñ a Cristo en la
pará bola del rico Epuló n (cfr. Lc. 16, 19).
¿Có mo es posible -podría preguntar má s de uno- que tantos malos en esta tierra
triunfan en su vida personal y parece que lo tienen todo?: honores, riquezas, mando,
goces para su baja sensualidad. Y, tambié n: ¿có mo es que tantos gobiernos -la historia
habla-, pueden por añ os y lustros atropellar la libertad de los hombres, de naciones
enteras que, violentados y avasallados, tienen que vivir heroicamente su fe?
Una maravillosa respuesta daba un sacerdote santo. Sin ser palabras textuales dec ía:
no hay nadie tan malo en el mundo (aunque nunca le gust ó dividir a las personas en
buenas y malas), no hay gente de intenci ó n tan miserable y ruín, que no haya hecho
algo virtuoso en su vida. Dios, es la Bondad, y premia ese bien que han hecho: premia
en esta vida, porque despué s ya no será posible.
2o. Porque el sufrimiento, lejos de ser una señ al del abandono de Dios, lo es de su
predilecció n. El bendice con la cruz. Los Proverbios ense ñ an que: "Dios castiga a los
que ama" (3,12). Y el arcá ngel San Rafael dijo a Tobías, al devolverle la vista: Porque
eras justo, fue necesario que la tribulaci ó n te probara" (12,13). Ademá s, Dios
retribuye a los malos el bien que hacen con bienes temporales, ya que no podr á
premiarlos con los eternos.

Confianza en Dios

El pensamiento de la Providencia debe movernos:

a) confiar en Dios sin vacilar, pidié ndole lo que necesitamos.


b) a recibir con sumisió n los males de esta vida; sin rebelarnos contra sus designios.

San Pedro nos escribe: "Humillaos bajo la mano poderosa de Dios, descargando en su
amoroso seno todas vuestras solicitudes, pues É l tiene cuidado de vosotros" (I Pe. 5,
6). Recordemos tambié n, que es necesario poner de nuestra parte los medios
necesarios para conseguir lo que necesitamos.
Quedarnos de brazos cruzados y dejarlo todo a la Providencia equivale a tentar a Dios,
pues es exigirle milagros sin necesidad. Resulta, pues, verdadero el refr á n: "Ayú date
que Dios te ayudará ".
Respecto a las realidades terrenas (la pol ítica, las ciencias, etc.) Dios las deja a la libre
responsabilidad de los hombres, porque gozan de autonom ía. "Sin embargo, si por
"autonomía de las realidades terrestres", se entiende que las cosas creadas no
dependen de Dios y que el hombre las puede utilizar de modo que no las refiera al
Creador, no habrá nadie de los que creen en Dios que no se d é cuenta hasta qué punto
estas opiniones son falsas. La criatura sin el Creador se esfuma" (Conc. Vaticano II,
Const. past. Gaudium et Spes. num. 36). Cfr. Puebla, nn. 216, 276, 279, 436 y 45

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